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Consumo de alcohol en niños y adolescentes: factores de protección y vulnerabilidad

Ricardo Marcos Pautassi

a
Instituto de Investigación Médica M. y M. Ferreyra (INIMEC–CONICET), Universidad

Nacional de Córdoba, Córdoba, CP 5000, Argentina


b
Facultad de Psicología, Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, CP 5000, Argentina
Introducción

Ha habido numerosas definiciones científicas de lo que se conoce como alcoholismo,

pero por su relativa simpleza o pedagogía elegiremos, en este escrito, la dada por un manual

de psiquiatría conocido como DSM IV (en realidad esas son las siglas, tiene un nombre

completo largo y complicado: “Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales,

Versión 4”) [por ejemplo, véase (Mitchell et al., 2012)]. Este manual diferencia entre

intoxicación, abuso y dependencia al alcohol. Para ser diagnosticado con abuso de alcohol la

persona debe haber incurrido, en los últimos 12 meses, en un conjunto de conductas que, en

términos generales, implican que su consumo de alcohol le ha generado problemas

interpersonales o sociales. Por ejemplo, puede haber consumido en situaciones que conllevan

peligro para sí o para otros (si es un peón rural, consumía alcohol mientras manejaba un

tractor, por ejemplo), o puede haber tenido peleas con seres queridos debido a su consumo,

o tenido problemas con la ley. El manual cita varias de estas conductas y las mismas tienen,

obviamente, que haberse dado no ocasionalmente, sino de manera repetida durante un

período de 12 meses para que se incurra en el diagnóstico.

Por otro lado, el alcoholismo o dependencia al alcohol es, podemos decir, algo más

grave. Implica un conjunto de síntomas o signos que ya no implican tanto la relación del que

toma con otros, sino la relación de la persona con la bebida: la persona no puede dejar de

tomar aunque así lo desea, o toma por cantidades de tiempo o de bebidas mayores de lo que

se propone, invirtiendo gran parte del día en buscar el alcohol, consumirlo y recuperarse de

sus efectos. Aparecen en la “dependencia” al alcohol algunos síntomas más complejos: hay

un deseo persistente por consumir la droga (por “droga” me refiero al alcohol), que ocupa

gran parte de la consciencia de la persona y, cuando se deja de consumir el alcohol por un


tiempo prolongado aparecen síntomas muy displacenteros (irritación, alteraciones térmicas,

temblores), lo que se conoce habitualmente como síndrome de abstinencia y que, en

ocasiones muy graves y cuando no es tratado, puede causar la muerte (Kalant, 1977).

Ahora bien, el abuso y la dependencia al alcohol son patologías graves y de una

prevalencia muy elevada, pero sólo constituyen una pequeña parte de la carga económica y

social que causa el alcohol (Beresford et al., 2014) ¿Por qué? Porque no es necesario tener

estas patologías para que se generen consecuencias negativas por el alcohol. El consumo de

alcohol es una práctica social habitual, y que conlleva peligros a corto y a largo plazo. Entre

los efectos a corto plazo encontramos el conducir bajo estado de ebriedad y los accidentes

consiguientes, el aumento en la probabilidad de peleas, accidentes domésticos y violencia

interpersonal, así como la intoxicación que puede llevar, en casos graves, a la muerte. El

consumo de alcohol también aumenta las probabilidades de conducta sexual no deseada (por

ejemplo, tener sexo sin protección o con alguien con quien normalmente no se hubiera tenido

sexo). Es decir, a largo plazo el consumo sostenido de alcohol puede desembocar en lo que

se conoce socialmente como alcoholismo o adicción al alcohol, pero las consecuencias a

corto plazo – y en sujetos que no necesariamente cumplen los criterios para estos diagnósticos

psiquiátricos – pueden ser tan o más graves, que dichas enfermedades (Pilatti et al., 2014b).

Hace 30 años o más se consideraba el alcoholismo o las consecuencias negativas

inducidas por el consumo de alcohol como algo privativo del adulto. Bajo esta perspectiva el

alcoholismo era el producto de años de consumo pesado y sostenido, que derivaba en un

cuadro que requería hospitalización y que estaba asociado a daño somático grave (e.g.,

cirrosis) e incluso a situación de calle. Esta perspectiva tampoco consideraba la gravedad de

las consecuencias del consumo agudo (choques, accidentes, violencia, conducta sexual no
deseada, etc.), en personas que no necesariamente tienen abuso o dependencia al alcohol.

Tampoco se consideraba relevante el consumo por parte de adolescentes y menores, de hecho

en muchos casos se consideraba – y sigue considerando – que es mejor que el niño empiece

a consumir alcohol como parte de la cultura familiar, en la mesa o en fiestas, a partir del

modelo de los adultos, para que de esa manera lo haga de una manera gradual y ya tenga

“experiencia” con la bebida cuando sea una persona independiente. Este tema será discutido

críticamente en otras secciones de este escrito.

De que vamos a hablar, nuestros objetivos

Este trabajo describirá algunos factores que regulan el consumo de alcohol en niños

y adolescentes; es decir cosas que hacen que estos chicos empiecen a tomar si es que nunca

lo han hecho o que progresen de empezar a tomar ocasional y experimentalmente a tomar de

forma regular y pesada (técnicamente, los científicos se refieren a esto como “escalar en el

consumo”). De la multitud de factores que regulan la transición de no consumir a alcohol a

hacerlo regularmente, y a hacerlo de manera problemática, repasaremos solo algunos, pero

trataremos de finalizar describiendo factores que permiten intervenciones por parte de padres,

educadores u otros significativos en la vida de niños y adolescentes. En otras palabras, el

interés será brindar conocimientos científicos que pueden ser tomados por el público en

general para tratar de cambiar aspectos de su vida diaria.

La extensión del consumo adolescente de alcohol


Una primera pregunta sin embargo, es cuán usual es el consumo de alcohol en niños

y adolescentes? Quizás la alarma social sobre este tema no sea más que una exageración

mediática o la adopción irreflexiva de datos que provienen de otros países y que no reflejan

nuestra realidad social. Veamos que nos puede decir el trabajo de los científicos sobre este

tema.

Empecemos con los más pequeños. Un trabajo realizado en Córdoba Capital

(Argentina), ya hace unos años, indicó que entre el 50 al 70% de los niños entre 8 a 12 años

de edad ya había consumido alcohol, quizás no un trago completo pero si al menos sorbos o

traguitos. El trabajo (Pilatti et al., 2013a) también arrojó otros resultados interesantes,

aquellos niños que indicaron les gustó su primera experiencia de consumo de alcohol tenían

muchas más posibilidades de reportar seguir consumiendo alcohol, cuando se les volvía a

consultar 6 meses más tarde. Un factor que promovía el consumo de alcohol en los niños era

la creencia de que otros amigos o compañeros suyos también tomaban y la creencia que tomar

alcohol les facilitaría las interacciones sociales con sus pares. Ya volveremos sobre estos

últimos puntos, pero ahora es importante remarcar que este consumo de los niños no era una

travesura o algo que se daba a espaldas de los padres. Cuando se los consultó en qué

circunstancias tomaban, el 65-70% indicó que lo hacía “cuando un adulto me permite tomar”

o cuando “un pariente me da un trago” o “en las fiestas familiares”. Entre un 30 a un 35%

indicó que los padres le daban el alcohol o que tomaban porque “mi papa o mi mamá toman”.

¿Qué pasa cuando estos niños crecen? ¿Cómo cambia, aumenta o decrece, el consumo

de alcohol? Antes de pasar a responder esta pregunta definamos primero algunos términos.

Habrán notado que yo utilice la palabra “trago” para indicar el consumo de alcohol. Esta

palabra tiene un sentido coloquial, como cuando mi abuelo terminaba de almorzar y decía
Figura 1: representación gráfica del concepto de “trago”, según se lo usa en la
literatura científica.

“me voy a tomar unos tragos al boliche de la esquina” (en ese caso el consumo de alcohol

usualmente involucraba uno o dos vasos de aperitivos tipo Cinzano o Gancia) o cuando un

grupo de “se va de tragos” (que puede involucrar consumo de 4 o 5 latas de cervezas o

también bebidas espirituosas como whiskey), e incluso ahora se usa para denotar bebidas

relativamente complejas, preparadas con jugo de frutas, que no necesariamente tienen

alcohol. Pues bien, los científicos usan el término “tragos” de una manera muy precisa, para

que cuando se comuniquen entre ellos y compartan datos de, digamos, Oslo (Noruega) y

Tartagal (Salta), se pueda comparar el consumo medido en ambos sitios. A saber, un trago

para los científicos contiene 14 gramos absolutos de alcohol y es la cantidad que se encuentra

habitualmente en una lata de cerveza, un vaso de vino licor o en un vaso de bebida blanca o

espirituosa (whisky, ginebra, ron, etc.). La figura 1 ilustra este concepto.

¿Que sabemos, entonces, de cuanto toman los niños y adolescentes Argentinos luego

de su primer contacto con el alcohol? Nuevamente emplearemos datos recogidos en Córdoba

Capital, muchos de ellos en estudiantes universitarios de la Universidad Nacional (Pilatti et


al., 2017). El consumo de alcohol es casi normativo (esto es, está presente en casi el 100%

de población medida) hacia el fin de la escuela secundaria, pero empieza mucho tiempo antes,

como debería haber quedado claro por lo que indicamos al inicio de esta sección. La media

o promedio de edad de inicio de consumo (considerando ahora sí “edad de inicio” como la

edad en que se tomó un trago completo de alcohol) es de 14 años aproximadamente, si bien

entre un 20% aun 30% ya comenzó a los 13 o antes. Es muy llamativo que el consumo escala

muy rápidamente en esta población. Si bien empiezan a tomar a los 14 años, para los primeros

años de la universidad (en aquellos que transitan este nivel educativo) el consumo es mucho

mayor. En promedio, cada vez que un estudiante universitario bebe toma unos 9 vasos de

cerveza. Un 60% puede clasificarse como consumidores pesados, esto es que toman unos 6-

7 vasos de cerveza por ocasión de consumo, y al menos un 40% tiene un episodio mensual

en el que toma 4-5 tragos en menos de dos horas. Este último patrón de consumo se ha

denominado “consumo episódico excesivo”, “binge drinking” en las investigaciones

anglosajonas o (por analogía con el consumo impulsivo de comida en breves períodos de

tiempo) “atracón” en la investigaciones que provienen de España (Vargas-Martinez et al.,

2018). El consumo episódico excesivo es particularmente riesgoso, ya que aquellos que lo

hacen tienen más posibilidades de experimentar un amplio abanico de esas consecuencias

negativas inmediatas (violencia, accidentes, conducta sexual no deseada, etc.), que

mencionamos antes.

Es importante mencionar que en aquellos que reportan haber comenzado a tomar

temprano en la vida (que de aquí en adelante llamaremos como los de “edad de inicio

temprano”), el consumo usual sube hasta un 82%, y el “binge drinking” es también elevado,

al menos un episodio mensual (Pilatti et al., 2017). Los científicos también han medido
cuanto toman los adolescentes y jóvenes en días específicos de la semana y esto aporta otra

forma de ilustrar la extensión de estas conductas: en un sábado cualquiera, el 75% de los

universitarios cordobeses va a estar consumiendo alcohol, y la gran mayoría exhibirá tendrá

consumo episódico elevado (5 tragos de promedio, aproximadamente) siendo estas cifras aún

más elevadas para los hombres y para aquellos con edad de inicio temprano. Si a los jóvenes

se les pide que describan su consumo en una semana “de alto consumo” (porque tienen fiestas

de cumpleaños, o están de vacaciones, u otras razones) el promedio de consumo por ocasión

sube a 8, y hasta 10 tragos (esto es 140 gramos o 14 vasos de cerveza, 3 litros y medio de

esta bebida) en los que tienen inicio temprano.

¿Cuán diferente es empezar a tomar a los 14, que a los 16 o a los 19 años?

En la próxima sección revisaremos factores que promueven el consumo de alcohol en

los niños y adolescentes (“factores de vulnerabilidad”) y factores que lo reducen (“factores

de protección o resiliencia”), y haremos hincapié en aquellos que son relevantes para que

educadores, padres y amigos intervengan. Pero antes quisiera ahondar sobre los datos que

acabamos de revisar. De por sí parecen preocupantes, sin embargo en varias partes he

mencionado que la ocurrencia de consumo de alcohol es siempre mayor en aquellos que

exhiben una edad de inicio o “debut” con el alcohol relativamente temprana, alrededor de los

13 o 14 años ¿Por qué es importante este tema? Porque apoya las políticas públicas que

abogan por impedir el acceso a los menores y demorar el inicio del consumo lo más posible.

El inicio temprano al consumo de alcohol, y también de otras drogas (si bien es algo

que escapa al interés de este artículo), es uno de los mejores predictores de cuan a riesgo está

una persona de desarrollar abuso o dependencia al alcohol (Pilatti et al., 2014a). Como se

imaginará el lector, la relación es tal que a menor edad de inicio mayor la posibilidad de
desarrollar dichos problemas. O quizás no se imagine eso el lector, ya que una creencia muy

difundida es, como ya indicamos más arriba, es que puede ser positivo que los chicos

empiecen a consumir en el contexto aparentemente más controlado del hogar para que vayan

desarrollando un consumo responsable y tolerancia a la droga (lo que se ha dado en llamar

“cultura alcohólica”). O sea, lo que está en discusión es… ¿Cuán diferente es empezar a

tomar a los 14, que a los 16 o a los 19 años?

Pues bien, hay investigadores que

trataron de evaluar esta pregunta

científicamente. La figura 2 ilustra un trabajo

(DeWit et al., 2000) que evaluó a más de 25000

personas, adolescentes y niños de Canadá. Los

investigadores identificaron, dentro de este

grupo, gente que habían empezado a tomar muy

de chica, a los 11 o 12, y otros que “esperaron”


Figura 2: Aquellos que empiezan a tomar
tempranamente en la vida tienen más
hasta la edad legal, y otros en el medio. Y
posibilidades de desarrollar alcoholismo.
después, todos los años los volvían a contactar Adaptado de de DeWit et al., 2000.

y averiguaban si tenían alcoholismo. Durante los primeros cinco años inmediatamente

posteriores a que empezaron a tomar (es decir, cuando los que habían empezado a tomar a

los 12 – por ejemplo – tenían 17 años y los que habían empezado a tomar a los 19 tenían 24

años) no había gran diferencia entre los grupos en su probabilidad de ser alcohólicos. Si se

observa la Figura 2, se puede notar que ciertamente los que habían empezado a los 19 casi

que no tenían probabilidad de ser alcohólicos y los otros subían un poco (cerca del 3%), pero

esta diferencia no era muy grande o, como si dice en el ámbito de la investigación, no era
estadísticamente significativa. Sin embargo, hacia los 10 años de haber empezado el consumo

las diferencias entre los grupos fueron dramáticas: aquellos que habían empezado a tomar a

los 19 o más años exhibían una probabilidad de ser alcohólicos muy baja, menor del 2%, en

tanto que dicha probabilidad subía al 15% o más en aquellos que habían empezado a los 11-

12 años Es decir, pareciera que el “debut temprano” pone a riesgo de tener problemas con el

alcohol.

Una buena pregunta es ¿Porque el comenzar a tomar tempranamente en la vida nos

pone a riesgo de alcoholismo? Hay quienes dicen que el que empieza a tomar temprano altera

el funcionamiento de las áreas del cerebro que se encargan de procesar los efectos placenteros

del alcohol, llamados “efectos motivacionales” del alcohol. Estos efectos dependen (véase

Figura 3) de la activación de neuronas dopaminérgicas que tienen su cuerpo en área tegmental

ventral (ATV) y proyectan a núcleo accumbens y corteza pre-frontal. Un mecanismo de

control del sistema es la

activación de neuronas

dinorfinérgicas, que actúan desde

accumbens y sobre ATV,

liberando dinorfina, una

sustancia que reduce la actividad

de las neuronas dopaminérgicas.

El sistema de neurotransmisión
Figura 3: Principales núcleos involucrados en la respuesta
motivacional a las drogas. Adptado de (Camarini and glutamatérgico también modula
Pautassi, 2016)
el circuito.
Otra teoría postula que el que empieza a tomar temprano ya tiene – antes de cualquier

contacto con el alcohol -- una predisposición a tener alcoholismo, debido a una

vulnerabilidad genética previa o debido a tener una psicopatología. Desde este punto de vista

el inicio temprano al alcohol y el desarrollo posterior de alcoholismo no tienen una relación

causal sino que son ambos “síntomas” o manifestaciones de un tercer fenómeno (Buchmann

et al., 2009). Esta perspectiva es un poco pesimista en cuanto a que los esfuerzos por demorar

el consumo en menores sean fructíferos. Según este punto de vista, da lo mismo que demorar

o no el inicio, ya que aquellos que ya son vulnerables al alcoholismo, por razones genéticas

o psiquiátricas, caerán en esta patología independientemente de si empiezan a tomar muy

tarde o muy temprano.

Otra perspectiva, en tanto, sugiere que hay una relación causal entre inicio temprano

al consumo de alcohol y el posterior alcoholismo. Esta perspectiva señala que es posible que

el consumo de alcohol aumente la exposición a ambientes o modelos de consumo, iniciando

así una retroalimentación que facilita la escalada, y también señala que los efectos biológicos

y psicológicos del consumo de alcohol pueden ser diferentes en los jóvenes que en los adultos

y que estas diferencias en la respuesta al alcohol pueden promover que los adolescentes

ingresen por una autopista o “trayectoria” de problemas con el alcohol. En apoyo a esta

perspectiva varios experimentos pre-clínicos (esto es, con ratas) han indicado que los

adolescentes son, en comparación con los adultos, más sensibles a los efectos placenteros,

recompensantes del alcohol, pero menos sensibles a los efectos aversivos (depresión,

malestar gastrointestinal, sedación, sueño, etc.) del alcohol (Pautassi et al., 2008). Más aún,

los adolescentes son más sensibles a los efectos de facilitación social inducidos por el alcohol.

Así entonces, este patrón característico de respuesta al alcohol serviría a los más jóvenes
como un trampolín o plataforma de lanzamiento para escalar en el consumo de alcohol (Spear

and Swartzwelder, 2014).

Factores que promueven el consumo adolescente de alcohol, con énfasis en las

normas sociales

Hay, aparte de la “edad de inicio”, muchos otros factores de vulnerabilidad para el

inicio y escalada de consumo de alcohol. Por ejemplo aquellas personas que son más

impulsivas, extrovertidas o “buscadoras de sensaciones” tienen más posibilidades de tener

problemas con el alcohol y con otras sustancias (Pilatti et al., 2013b). Conocer esto puede ser

muy interesante pero en la práctica no nos aporta grandes posibilidades de intervención, ya

que esos rasgos son considerados factores estables de la personalidad, que se mantienen más

o menos igual a lo largo del ciclo vital. De la misma manera hay factores más relacionados

con nuestra biología, que alteran el consumo de alcohol.

Figura 4: Esquematización de A modo de ilustración de


una molécula de ácido
este último punto, nuestro
desoxirribonucleico (ADN).
Imagen y leyenda usada bajo
genoma (véase Figura 4) posee
licencia CC, extraída de
https://es.wikipedia.org/ es- las instrucciones mediante las
2008-08-01.svg
cuales se desarrollan y funcionan

gran parte de nuestros procesos.

Pequeñas variaciones en el código genético, a veces simplemente fruto del azar, pueden hacer

que algunas funciones relacionadas con el metabolismo del alcohol estén alteradas y que eso

resulte en que estemos más o menos a riesgo de alcoholismo. Más de la mitad de los asiáticos
no puede metabolizar adecuadamente el acetaldehído, un metabolito del alcohol que es muy

tóxico. De esa manera, cuando estos asiáticos toman alcohol rápidamente se les acumula

acetaldehído y experimentan enrojecimiento facial, taquicardia, hipotensión, sudoración

profusa, náuseas, etc. Esto explica porque en esta población la prevalencia de alcoholismo es

casi nula (Sherman et al., 1994).

Nuevamente, saber esto puede ser muy interesante si somos médicos, psicólogos o

dueños de empresa farmacéutica, pero como padres, educadores o simplemente amigos no

nos ayuda demasiado a hacer cosas para que nuestros hijos, alumnos o amigos no tengan

problemas con el alcohol. Así entonces, vamos a hablar ahora en factores que potencialmente

permiten intervenciones por parte de padres, educadores u otros.

Uno de estos factores es la denominada percepción de riesgo, la cual se refiere al

grado de peligrosidad que creemos que tiene consumir una sustancia (Johnston et al., 2015).

Obviamente, cuánto más es la percepción de riesgo menos probable es que consumamos

(Pilatti et al., 2017; Suarez-Relinque et al., 2017), y de hecho esto ha sido el caballito de

batalla de muchas campañas que intentan mostrar los efectos negativos de las drogas.

Lamentablemente no es tan simple, y no siempre la relación es tan directa, o quizás la

percepción de riesgo recién empieza a funcionar como factor protectivo para determinadas

frecuencias de uso de una sustancia. Esto es, el consumo ocasional puede ser percibido como

no tan riesgoso, comparado con el consumo regular, el cual a su vez, es percibido como

menos riesgoso que el consumo diario (Thornton et al., 2013).

Otro factor que influye sobre el consumo de alcohol son las normas sociales(Perkins

et al., 1999). Entre las mismas se puede incluir el ofrecimiento activo de la sustancia. Esto

es, si estamos en ambientes donde hay un alto ofrecimiento de alcohol lo más probable es
que consumamos más alcohol. Esto puede parecer obvio, pero nos lleva a otros conceptos

interesantes, como es el de “densidad de puntos de venta” de consumo de alcohol (Snowden,

2016). Se conoce que cuanto más cantidad de puntos de venta (kioscos, bares, boliches,

supermercados) de alcohol en un área determinada (un barrio, por ejemplo), más probable es

que aquellos que están en esa área consuman alcohol. Si bien parece algo muy técnico, esto

tiene implicancias interesantes para el establecimiento de políticas públicas. Por ejemplo,

algunos países ponen restricciones a la cantidad de “puntos de venta” de alcohol cerca de

establecimientos educativos o requieren que los comercios tengan licencias para poder

vender alcohol. En todos los casos, el propósito es que estas estrategias disminuyan el

consumo de alcohol a nivel poblacional.

Más interesantes son las normas sociales descriptivas y las normas sociales

prescriptivas. Estas se refieren, respectivamente, a nuestras creencias acerca de cuanto

alcohol consumen nuestros otros significativos (papa, mama, hermanos, pareja, etc) y cuanto

aprueban esos otros las conductas de consumo de alcohol (ej., ¿Qué diría o cuánto aprobaría

mi padre si yo me emborrachara todas la semanas?) (Neighbors et al., 2011). En general, los

estudios científicos y los análisis estadísticos indican que cuánto más uno cree que sus otros

significativos consumen alcohol (u otras drogas, en nuestro caso nos focalizamos con el

alcohol), o más aprueban ese consumo, más consumiremos nosotros mismos.

Hay varias cosas importantes para mencionar de estos puntos. Por un lado es

importante mencionar que las normas sociales son creencias, esto es “cosas que están dentro

de nuestra cabeza”, que pueden o no corresponderse con la realidad, y que aun así tienen un

fuerte efecto sobre nuestras conductas. Esto es, y sólo a modo de ejemplo, podría ser el caso

que mi papa toma muy poco alcohol en la realidad, pero como yo lo veo solo un par de veces

por semana, y son justo las veces en que toma alcohol, yo creo que mi papa toma mucho y
eso hace que yo tome mucho también. Otra cosa importante es que estos hallazgos indican

que somos mucho más influenciables por los otros de lo que creemos. Uno se cree una

persona “libre”, que toma decisiones independientes, pero los resultados de las

investigaciones (que no miran una o dos personas, sino cientos o miles a la vez, y muchas

veces por muchos años) nos ponen en una posición mucho más humildes. La razón de porque

sucede esto también se ha explicado, y tienen que ver con fenómenos de identificación,

modelado y deseabilidad social, que nos detendremos a explicar.

Pero quizás más importante sea que todos tendemos a sobreestimar la cantidad y

frecuencia del consumo de alcohol, así como el nivel de aprobación percibida, de nuestros

otros significativos (Borsari and Carey, 2003). Es decir, y solo a modo de ejemplo, un joven

(Pedro) puede tener un grupo de amigos compuesto por tres personas (Miguel, Juana y

Rodrigo). Miguel toma 5 tragos cada vez que sale, Juana 4 y Rodrigo 6, por lo que en

promedio los amigos de Pedro toman 5 tragos por ocasión de consumo. Sin embargo, cuándo

se le pregunta a Pedro [¿Cuántos tragos toman tus amigos cada vez que salen?] es muy

probable que responda 8, o 10. Esa distancia entre 5 y 8-10, es lo que se denomina un “sesgo

cognitivo” y puede ser peligroso, ya que es probable que lleve a que, poco a poco, Pedro pase

de tomar 5 tragos a tomar 10 tragos cada vez que sale. Y exactamente lo mismo pasa con el

nivel de aprobación percibida de mi consumo, probablemente un adolescente crea que su

padre aprobaría que se emborrache semanalmente, cuando en realidad solo aprobaría una

borrachera ocasional.

La buena noticia de todo esto es que, a diferencia de los factores de personalidad o

los factores más propiamente biológicos, los sesgos de las normas sociales son factibles de

ser modificados por intervenciones ambientales, y no necesariamente muy complicadas, sino

haciendo cosas al alcance de la mano de padres y educadores. Las técnicas son variadas y
pueden incluir cosas muy complejas [como crear una aplicación de teléfono donde la gente

dice cuánto toma (o aprieta un botón cada vez que toma) y cuanto cree que toman los otros]

pero también cosas mucho más simples (Merrill et al., 2017). En todos los casos la idea es

desafiar el sesgo cognitivo. Por ejemplo, una maestra en un curso puede pasar una hoja a

cada alumno y pedirle que note allí, de forma anónima, cuanto toma cada vez que sale y

cuánto cree que toman sus compañeros. Luego se toma toda esa información y se la presenta

en forma resumida (y mejor si es separado para hombres y para mujeres, ya que hay

diferencias en función del sexo) en forma oral a los alumnos: “Ustedes como grupo toman

un promedio de 5 tragos de alcohol cada vez que salen, sin embargo creen que toman 8”, y

eso obviamente puede complementarse con el debate y discusión entre pares o entre docente

y alumnos. En algunos casos ejemplo, llevados a cabo en países nórdicos, también se han

creado posters con esas palabras que se cuelgan en las paredes de los colegios, para que sean

visualizados de manera repetida por los alumnos.

Conclusiones

A lo largo de este breve capitulo, hemos repasado diversos factores que promueven

el consumo adolescente de alcohol. Hemos notado que si podemos demorar el inicio al

consumo de alcohol disminuyen sensiblemente las posibilidades de desarrollar alcoholismo.

Asimismo, hemos enfatizado el rol de las normas sociales. Las creencias que los niños y

adolescentes tengan de cuanto consumen sus amigos y padres, y cuanto aprueban dicho

consumo, es un factor clave para determinar su propio consumo, y es importante que

identifiquemos esas creencias y, en el caso de notar sobreestimaciones, tratemos de

instrumentar medidas para corregir dichos sesgos.


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Adicciones 0, 1033.

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