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23 de Octubre de 2019
Gabriela Siracusano.
CAPÍTULO V.
DE REPRESENTACIONES, COLORES Y PODERES DE LO SAGRADO
“Estaban ‘en lugar de’ la divinidad y en esa dimensión transitiva debían ser veneradas, frente
a la “falsa” presencia de las huacas, las que, por el contrario, exhibían una dimensión reflexiva, es
decir que no remitían a un objeto externo sino que eran en sí mismas, en su materialidad, la
presencia de lo sagrado.” Siracusano, p. 274-275.
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Tendiendo un hilo conductor entre la materia misma, pasando por las prácticas
culturales en las que ésta se involucró hasta llegar a las representaciones visuales y su
significación simbólica en los procesos de evangelización, Siracusano sostiene que parte
de esta materia; los pigmentos y sus mezclas, no sólo representaron la divinidad a través
de imágenes devocionales, sino que éstas eran per se portadoras de poder divino tanto
para las culturas a las que se pretendían evangelizar como para aquellos que construyeron
dichas imágenes con esos fines. El hecho de que estos polvos estuviesen de alguna
manera ligados a la idolatría para las sociedades andinas pasó inadvertido para quienes
pretendían extirparlas, sin embargo algunos postulan que la alternativa a la represalia fue la
suplantación de ellos por tintes asociados a la divinidad cristiana. Así, se produjo, como
indica Siracusano, “un intercambio de energías” donde la imagen no sólo tenía un valor
transitivo por lo que representa, sino también un valor reflexivo por el contenido divino en
su materialidad.
El poder de la ausencia
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Lo visible y lo invisible con los ojos del cuerpo y del alma
Entre los mecanismos de sustitución, así como para transmitir la conmoción y evocar,
Siracusano destaca el uso del color. Comienza a desarrollarse una nueva iconografía y
simbología cromática, donde donde surgen puentes de asociaciones visuales. Mientras
éstos eran usados a conciencia por las entidades evangelizadoras, a su vez instalaban
asociaciones a las creencias e imaginarios en la memoria indígena que aludían a un pasado
cada vez más lejano.
De esta misma manera, como señala la autora con diversos ejemplos, la prédica y el
sermón fueron herramientas sutiles pero clave en la extirpación de idolatrías y
evangelización. Estas a su vez, producto de las diferencias y dificultades lingüísticas,
fueron en muchas ocaciones acompañadas de imágenes que acompañaban y fortalecían
un discurso que se debía transmitir en “lenguaje simple” y con claridad. A través del
sermón se iban sustituyendo creencias de manera imperceptible y eficaz, una estrategia
que podríamos llamar pasivo-agresiva que no deja rastros evidentes al ojo superficial, pero
que sin duda Siracusano va desentramando para revelar como la representación, la imagen
y también la palabra son capaces de crear realidad, sustituir y borrar la memoria.
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Los colores en el proceso de extirpación de idolatrías: El color… ¿sustancia o accidente?
En este contexto, el texto esclarece un punto esencial para seguir el análisis; si bien
fueron prohibidas y rechazadas las producciones que representaran a estos elementos
sagrados como eran el sol, la luna, el bosque, los cerros, entre otros, las percepciones
cromáticas vinculadas a estas sacralidades se resistían a desaparecer, y aún más,
permanecían sus bases materiales: los polvos de colores.
Cabe destacar el relato que hace la autora de las multiples producciones artísticas
donde los colores eran protagonistas de la creación de imágenes taumatúrgicas,
extraordinarias, “milagrosas”, cargadas de sacralidad, donde a pesar de las múltiples
prácticas de control y dominación de las órdenes evangelizadores, los polvos de colores
cargaban los poderes de la simbólica de los ritos andinos, los cuales eran preparados por
manos nativas. A lo largo de estos relatos se entreteje una hibridación compleja y
sugerente, a veces tal vez con algo de ingenuidad, otras más desafiantes con tonos de
desobediencia, sin embargo todas parte de este nuevo mundo amalgamado, evangelizado,
co-construido que era el Virreinato del Perú.
“La simbólica de los colores teñidos, de los brillos solares y los resplandores de cultos
ancestrales reconocían sus lazos con la idolatría que María, como simulacro de la idea celestial,
debía transformar en devoción iridiscente para un “Nuevo Mundo” cuyas riquezas habían sido
otorgadas a España como regalo por todo lo que sufrieron sus mártires bajo el dominio de la
herejía musulmana.” (Siracusano, p. 325).
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Este texto nos permite entender gráficamente el espacio, proceso y complejidad de
una de las hibridaciones culturales que se desarrollaron en este período. Plasmadas en
imágenes, encontramos cómo las prácticas culturales articulan y a su vez son hilos
tensores entre lo que había, lo que se intenta imponer y lo que finalmente se desarrolla.
Estas imágenes apocalípticas resultantes orquestan y vinculan el poder de lo político, lo
social y lo religioso; y entre estas dos últimas se encuentra el espacio material de dichas
representaciones. Los polvos de colores, inadvertidos para quienes son simple accidente
material, son portadores de significado y sacralidad para quienes ven en la materia más
que su mera existencia casual, instrumental o bien utilitaria. De esta manera, en medio de
esta tensión, aparece un nuevo dispositivo; la imagen que carga un cierto poder en si
misma, la “imagen milagrosa” o mágica, digna de devoción per se.
Los alcances de esta propuesta hecha por Siracusano son múltiples, abre
posibilidades y visibiliza procesos que nos serían imperceptibles desde una mirada
occidentalizada, pero que nos son evidentes cuando intercalamos lentes con las prácticas
locales y la cultura popular, cuando escarbamos en la memoria por rastros de singularidad
y resignificación en lo que nos parece dado o cotidiano.
Es interesante pensar que se podría extender este análisis a tantas áreas y elementos
como prácticas culturales tenemos, y que las claves no están simplemente en los objetos o
ritos en si, sino también en las relaciones que establecen con quienes las desarrollan o
practican. Las relaciones, en el caso de las imágenes y los colores, no acaban en la
dominación de la evangelización; sino que van desde su encargo, pasando por quién las
ejecuta, hasta la manera en que se producen las materias primas para ejecutarlo. Ahí
donde se obvian los procedimientos y las relaciones cotidianas están los descubrimientos
notables. Tal vez no como prácticas premeditadas o planificadas, sino como un fluir del
cruce de lo público, lo privado, lo doméstico, de interpretaciones, imposiciones, memorias,
creencias, suposiciones y así, un sin fin de elementos que van tejiendo esa nueva realidad,
fluctuante, con arraigos que perduran pero que están en constante transformación.
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