LA DISOLUCIÓN DEL MATRIMONIO DE UN BAUTIZADO CON UN
NO BAUTIZADO JUAN IGNACIO BAÑARES [NOTA DE TRABAJO,
PAMPLONA 2005] Como es bien sabido, la indisolubilidad del matrimonio es una de sus propiedades esenciales y por tanto afecta a todo matrimonio, sea sacramental o no: puesto que la esencia —y propiedades consiguientes del matrimonio entre bautizados— no es ni puede ser diversa de la del matrimonio llamado ‘natural’. La Iglesia, a la vez que ha mantenido firmemente esta enseñanza de derecho divino y natural, a lo largo de la historia ha actuado con la convicción de que en algunos supuestos excepcionales el matrimonio podía ser disuelto por la autoridad vicaria del Romano Pontífice. Se trataba de algunos casos de matrimonios no consumados (existiendo una razón proporcionada), y de otros casos de matrimonios no sacramentales cuya disolución se permitía por el bien de la fe de una de las partes y de la prole. El actual Código de Derecho Canónico (latino) lo recoge así en el canon 1142: «El matrimonio no consumado entre bautizados, o entre parte bautizada y parte no bautizada, puede ser disuelto con causa justa por el Romano Pontífice, a petición de ambas partes o de una de ellas, aunque la otra se oponga.
1. EL LLAMADO PRIVILEGIO PAULINO
Can. 1143 § 1 El matrimonio contraído por dos personas no bautizadas se disuelve por el privilegio paulino en favor de la fe de la parte que ha recibido el bautismo, por el mismo hecho de que ésta contraiga un nuevo matrimonio, con tal de que la parte no bautizada se separe. § 2 Se considera que la parte no bautizada se separa, si no quiere cohabitar con la parte bautizada, o cohabitar pacíficamente sin ofensa del Creador, a no ser que ésta, después de recibir el bautismo, le hubiera dado un motivo justo para separarse. El supuesto contempla la situación de un matrimonio contraído entre no bautizados; el bautismo posterior de uno de ellos; el alejamiento de la otra parte o la negativa a convivir sin ofensa de Dios y la inocencia de la parte bautizada respecto al alejamiento del otro cónyuge, al menos desde el momento de su bautismo; y la certeza de esas disposiciones negativas, que debe alcanzarse —salvo dispensa— a través de unas interpelaciones a la parte no bautizada.
2. LA DISOLUCIÓN DEL MATRIMONIO NO SACRAMENTAL POR
DISPOSICIÓN DEL DERECHO Con motivo de la evangelización de América, a lo largo del siglo XVI PABLO III, PÍO V y GREGORIO XIII establecen la concesión de la disolución de matrimonios no sacramentales en ciertos casos en los que una de las partes ha recibido el bautismo y se pretende tutelar su fe recién recibida. El primer supuesto puede tener lugar con ocasión del bautismo de un polígamo (o polígama): «Al recibir el bautismo en la Iglesia católica un no bautizado que tenga simultáneamente varias mujeres tampoco bautizadas, si le resulta duro permanecer con la primera de ellas, puede quedarse con una de las otras, apartando de sí las demás. Lo mismo vale para la mujer no bautizada que tenga simultáneamente varios maridos no bautizados». (Can. 1148 § 1). Como puede apreciarse, estos casos tienen que ver —y no poco— con la dudosa validez de los matrimonios anteriores. Y no hacen referencia directamente a la solución de conflictos matrimoniales sino a la preservación de la fe de la parte católica y/o de la prole. Existe también otro supuesto, referido a la imposibilidad de reanudar la convivencia conyugal después del hecho del bautismo de uno de los cónyuges: «El no bautizado a quien, una vez recibido el bautismo en la Iglesia Católica, no le es posible restablecer la cohabitación con el otro cónyuge no bautizado por razón de cautividad o de persecución, puede contraer nuevo matrimonio, aunque la otra parte hubiera recibido entretanto el bautismo, quedando en vigor lo que prescribe el c. 1141» (Can. 1149). Aquí estamos ante una dificultad extrema y permanente de continuar la vida matrimonial, ya la vez —por lo mismo— ante la certeza de la inconsumación del matrimonio tras el bautismo de uno de los cónyuges (o de los dos).
3. DISOLUCIÓN DEL MATRIMONIO NO SACRAMENTAL POR
EXPRESA CONCESIÓN DEL ROMANO PONTÍFICE Para explicar las intervenciones del Papa en los casos anteriores y en los que van a explicarse a continuación se ha afirmado: a) que el matrimonio —todo matrimonio— es total y absolutamente indisoluble desde el punto de vista de la voluntad de las partes (indisolubilidad intrínseca); b) que, todo matrimonio goza también de una indisolubilidad extrínseca, de modo que no puede ser disuelto por autoridad humana alguna; c) que, sin embargo, el matrimonio no sacramental y el matrimonio sacramental no consumado no han recibido todavía la última y particular firmeza de su indisolubilidad, pues ésta depende —en su grado último— de dos hechos objetivos: el bautismo de ambos cónyuges (y por tanto la dignidad sacramental de la unión matrimonial) y la realización posterior del acto conyugal (consumación de tal unión); d) mientras no se dan esas condiciones en una unión matrimonial, tal matrimonio sería susceptible de ser disuelto por la potestad ministerial o vicaria del Romano Pontífice; e) estas intervenciones pontificias, en todo caso, no podrían ser arbitrarias, sino que estarían supeditadas a la búsqueda de un beneficio a favor de la fe (o de la salus animarum) de alguna de las partes implicadas, a la irreversibilidad de una situación determinada y a la existencia de una causa de gravedad proporcionada. Así, aunque no conste en el Código de Derecho Canónico, se entiende que el Papa goza de facultad para disolver —en ciertos casos— esos matrimonios. Las intervenciones de los últimos Romanos Pontífices en este sentido han tenido lugar con diversas ocasiones, aunque siempre con carácter excepcional y sin acceder fácilmente a la súplica de la disolución. En primer lugar, se ha tratado de casos de conversión de uno de los cónyuges no bautizados, sin la existencia de las condiciones establecidas para el ‘privilegio paulino’. En segundo lugar, se han disuelto algunos matrimonios contraídos entre no bautizado y bautizado no católico, cuando uno de ellos ha sido bautizado o recibido en la Iglesia Católica (como es obvio, si el cónyuge que no estaba bautizado en el momento del matrimonio y fue luego bautizado en la Iglesia Católica, es imprescindible que tras su bautismo no fuera consumado el matrimonio, ya que se trataría de un matrimonio sacramental). En tercer lugar, se han disuelto algunos matrimonios contraídos con dispensa del impedimento de disparidad de cultos (anteriormente se estimaba que, en estos casos, aunque en teoría cabía la concesión, la Santa Sede nunca accedía a concederla). En cuarto lugar, se han disuelto algunos matrimonios meramente legítimos, sin bautismo ni conversión de los cónyuges, y a favor de un tercero: se trataba de situaciones en las que pedía la disolución un católico que estaba conviviendo maritalmente con una de las partes y se comprobaba que no existía peligro para la fe propia y convenía para la prole habida.
4. LAS NORMAE PROCEDURALES DE LA CONGREGACIÓN PARA LA
DOCTRINA DE LA FE El Legislador no quiso introducir esta facultad ni en el Código de 1917 ni en el Código actual. Su procedimiento está regulado en unas Normas de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En resumen, se exigen los siguientes requisitos: a) Requisitos esenciales y necesarios ad Valorem: la ausencia de bautismo en uno se los cónyuges a lo largo de toda a los dos hubieran recibido el bautismo. La vida conyugal. No uso del matrimonio si en un momento dado los dos hubieran recibido el bautismo; que la parte bautizada o no bautizada fuera de la Iglesia se comprometa respetar a la parte católica la confesión de su fe y el bautismo y educación y educación católica de los hijos (cuando la parte que demanda el privilegio de la fe es un no católico que desea contraer matrimonio con parte católica). b) Requisitos sobre el matrimonio anterior: alejamiento radical e irreparable de las partes: es necesaria interpelación a la otra parte y que no se oponga irrazonablemente; inocencia en el fracaso de la convivencia matrimonial por parte del que pide la gracia (o por parte de aquel con quien desea contraer); no se concede la disolución por una segunda vez; cuando se contrajo con dispensa del impedimento de disparidad de cultos, hay que probar que se contrajo por La gran escases de fieles católicos en la región y que durante la vida matrimonial no se pudo llevar de acuerdo con la propia fe. c) Requisitos sobre los futuros cónyuges: la parte católica debe de vivir según las promesa del bautismo y velar por su familia, si se trata de contraer con un catecúmeno, se recomienda que se bautice previamente ( si no es posible, que haya seguridad moral de que se bautizará próximamente); no se concede la disolución de un matrimonio contraído con dispensa del impedimento de disparidad de cultos; para contraer de nuevo con un no bautizado, salvo que tenga la intención de convertirse. d) Requisitos sobre las conciencias y efectos de la disolución: que no se origine escándalo público o grave admiración, o incluso peligro de interpretación calumniosa, tanto por parte de los fieles como por parte de acatólicos, que la parte que pide la disolución cuide de la educación católica de la prole habida antes y de la y de la atención material de ésta y de su cónyuge anterior, conforme a derecho4. Con todo, los supuestos de disolución son en sí mismos absolutamente anómalos (si bien su uso se ha venido extendiendo) también porque no está clara —ni quizá haya estado clara nunca— su fundamentación teológica y jurídica. Una profundización en este sentido y una atenta consideración de la tendencia actual a abusar de esta institución que debía ser aplicada para «casos relativamente muy raros» —como decía PÍO XII—, tal vez conduciría a un replanteamiento de la cuestión, subrayando: a) la excepcionalidad del privilegio en sí; b) el recurso ordinario a la declaración de nulidad, siempre que sea posible: es decir, que cuando —como ocurre en muchos de esos casos— pueda constar la nulidad, se acuda al proceso de nulidad, que respeta más íntegramente el principio de indisolubilidad del matrimonio natural; de este modo se evitaría también sustituir —por comodidad— el cauce ordinario por un cauce extraordinario y se destacaría el carácter verdaderamente ministerial de la autoridad pontificia; c) la importancia de evitar el escándalo o la grave admiración de fieles y de no católicos, que está llevando, cada vez más, a pensar que la Iglesia católica dispone —de hecho— de un sistema ‘canónico’ de divorcio; en momentos en los que se trata de defender y difundir la indisolubilidad del vínculo matrimonial como característica esencial de todo matrimonio y exigible también en su protección por los ordenamientos civiles, hay que tener en cuenta que el matrimonio en sí es un bien público, parte del bien común de la sociedad —civil y eclesial— y el bien común debe ser protegido por los medios adecuados y puesto por delante de las consideraciones de los bienes individuales.
Tarea: hacer un mapa conceptual del presente trabajo con el grupo que trabajó anteriormente en la clase del día anterior que trabajo el día cinco de noviembre para luego exponerlo.