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MORTALIS
Cuaderno de Filosofía Política
Consejo editorial:
Sebastián Abad
Universidad de Buenos Aires - Universidad Pedagógica Nacional
Alberto M. Damiani
Universidad Nacional de Rosario - conicet
Jorge E. Dotti
Universidad de Buenos Aires - conicet
Leiser Madanes
Universidad Nacional de La Plata - cif
Andrés Rosler
Universidad de Buenos Aires - conicet
issn1666-5007
Registro de la propiedad intelectual 509868
Lugar de edición: Buenos Aires. Periodicidad anual
DEVS
MORTALIS
Número 12, 2018
Temas
Martín Böhmer
y José Luis Galimidi Caída y salvación en el Martín Fierro 241
Rodrigo Páez Canosa Pueblo sin representación. El esteticismo
político de Martin Heidegger 277
Consejo Editorial
Dossier
Carl Schmitt
El problema Francisco Bertelloni
de la doble soberanía:
desde la teoría política clásica hasta Carl Schmitt1
… Hobbes combate la típica escisión judeocristiana de la unidad política originaria. Según Hobbes la
distinción entre los dos poderes, el temporal y el espiritual, era ajena a los paganos, porque la religión
era, a sus ojos, parte integrante de la política; […] la Iglesia romana papal […] vive de esa separación
del poder espiritual y el temporal, capaz de aniquilar al Estado. La superstición y el abuso de extrañas
creencias en los espíritus […] han destruido la unidad pagana originaria y natural de la política y la
religión.2
1. Este artículo reproduce el texto de la conferencia leída el 13 de agosto de 2015 en la mesa presidida
por Carlos Strasser durante el XII Congreso Internacional de Ciencia Política, organizado por la
Sociedad Argentina de Análisis Político (SAAP) en la Universidad Nacional de Cuyo. Una primera
y sintética versión de esa conferencia fue publicada después, bajo el título de «La doble soberanía
desde la edad media hasta Hobbes», en Avatares filosóficos 3, 2016, pp. 71-82. El texto que se publica
aquí es una versión revisada, actualizada y sensiblemente aumentada de los dos textos anteriores.
2. Schmitt, C., Der Leviathan in der Staatslehre des Thomas Hobbes. Sinn und Fehlschlag eines poli-
tischen Symbols. Edition Maschke Hohenheim, Köln-Lövenich, 1982, p. 21.
(1) la unidad política originaria del mundo pagano-clásico; (2) la ruptura judeo-
cristiana3 (i.e. romano-papal) de esa unidad de los poderes espiritual y tempo-
ral; (3) el intento de Hobbes de neutralizar esa ruptura llevada a cabo, según
Schmitt, por «la Iglesia romana papal»; y (4) el decidido Plädoyer de Schmitt
en favor del Estado unitario («el Estado moderno exige voluntad y espíritu
unitarios»),4 equivalente a su plena adhesión al programa hobbesiano de desac-
tivación de esa ruptura.
Mi propósito aquí es triple. Primero intentaré reconstruir la historia de esos
momentos. Luego procuraré mostrar el significado teórico del problema de la
doble soberanía que Schmitt presenta como protagonista –directo o indirecto–
de una historia de doce siglos. Para hacer más clara esa historia, agregaré a esa
reconstrucción otros momentos que, si bien no son mencionados por Schmitt,
también forman parte de esa misma historia y la completan. Y en tercer lugar
intentaré ilustrar los momentos más relevantes de mi reconstrucción con cuatro
pasajes de los capítulos XXIX y XLVII del Leviatán, que aluden puntualmente
y con irreprochable precisión histórica a cada uno de esos momentos. Aunque
esas referencias del Leviatán puedan resultar algo fugaces, sin embargo ellas
ponen de manifiesto una notable deuda hobbesiana con hechos históricos muy
puntuales en la construcción de su teoría. Esa deuda de Hobbes con la historia
invita a tomar en consideración esos pasajes cuya fugacidad de ninguna manera
debe opacar su relevancia en la construcción de la argumentación del Leviatán.
Pues se trata de pasajes que ponen de manifiesto la visión retrospectiva que la
teoría política de la temprana modernidad lanza sobre sus antecedentes clásicos
y sobre algunos de los problemas irresueltos que ella hereda del pensamiento
político precedente y se propone resolver.
3. La expresión «judeocristiana» que aquí emplea Schmitt es, en mi opinión, algo confusa. Aunque
ella aparenta envolver judaísmo y cristianismo, creo que Schmitt parece referirse sólo al cristianismo,
al que aquí presenta como religión enraizada en orígenes judíos (quizá por ello utiliza la expresión
«judeocristiana»). No es el caso discutir aquí esa concepción. Más importante es tomar nota de que
este texto de Schmitt suscribe, sin reservas, una tesis principal de Hobbes según la cual el protagonista
de la escisión de la unidad política originaria es el cristianismo en su versión romano-papal, que en el
texto es directamente aludido con la formulación «La superstición y el abuso de extrañas creencias
en los espíritus» (i.e. la filosofía y teología de la escolástica). Schmitt excluye explícitamente al ju-
daísmo de esa escisión cuando, en ese mismo párrafo –que, en favor de la brevedad, obvié en la cita–,
escribe: «die Juden bewirkten die Einheit von der religiösen Seite her» («los judíos construyeron la
unidad desde lo religioso») (ibid., el destacado es mío). Creo que, con ello, Schmitt alude a una suerte
de contrafigura judía de la unidad pagana originaria: mientras que la primera unifica política y reli-
gión desde la religión, la segunda las unifica desde la política.
4. «… die […] Armatur einer modernen staatlichen Organisation erfordert einen einheitlichen Willen
und einen einheitlichen Geist» (Der Leviathan…, op. cit., p. 118).
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el problema de la doble soberanía: desde la teoría política clásica hasta carl schmitt
Tal como lo sugiere el texto de Schmitt, la lógica política del binomio monismo
(soberanía única) / dualismo (doble soberanía) remonta su origen hasta el mundo
clásico precristiano, primero helenístico y luego romano. Más tarde esa misma
lógica conoce inflexiones en el siglo V, cuando la Iglesia cristiana comienza a
formar parte del Imperio en el mundo romano cristiano-bizantino. A partir de
entonces el problema irrumpe de modo vertiginoso para desencadenar desarro-
llos teóricos altamente relevantes, cuyas repercusiones llegan hasta la teoría po-
lítica moderna. En efecto, el problema es heredado, primero, por el mundo
cristiano medieval europeo, cuya literatura política privilegia mayormente la ló-
gica del dualismo. A principios del siglo XIV Marsilio de Padua combate ese
dualismo y defiende con vehemencia el monismo, que entiende como soberanía
única del poder civil. El monismo vuelve a aparecer con insistencia en la primera
mitad del siglo XVI en la Inglaterra de Enrique VIII (1491-1547). Y luego ese
mismo monismo reaparece entre fines del siglo XVI y principios del XVII en la
Inglaterra de Jacobo I (1566-1619). El jesuita Francisco Suárez (1548-1617) re-
toma y unifica toda esa tradición: critica el monismo inglés, identifica a Marsilio
de Padua como presunto inspirador de ese monismo, emprende una fuerte de-
fensa del dualismo político como excusa para garantizar la independencia de la
Iglesia respecto del poder civil y, al mismo tiempo, para asegurar la superioridad
eclesiástica sobre ese poder civil. Hobbes en el Leviatán (1651) combate con
vehemencia el dualismo, cuyo origen atribuye a la Iglesia romana. Y por último
Schmitt vuelve a defender el monismo y la soberanía única, cuyo mejor expo-
nente encuentra, sin duda, en Thomas Hobbes.
A efectos de facilitar la comprensión de este artículo quizá no sea superfluo
recordar que una inteligencia correcta y completa del problema de la doble so-
beranía enfrentado por Hobbes en el siglo XVII exige reconstruir la historia del
problema desde su origen, i.e. desde el momento en que el problema nace en el
siglo V para comenzar a ejercer, a partir de ese momento y de modo insistente,
su fuerte influencia en la teoría política europea. Sólo la identificación del origen
del problema de la doble soberanía y su seguimiento a lo largo de su historia
permitirá entender su vigencia y su continuidad desde sus comienzos hasta la
modernidad, además de su relevancia en la teoría política de Hobbes.
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francisco bertelloni
plica ese origen tomando como punto de partida los hechos acaecidos en el ámbito
del Imperio romano a partir del momento de su cristianización.5 Recurriendo a
ese modelo puede afirmarse que después de la cristianización del Imperio, después
del traslado de su capital a Bizancio en el siglo IV, y por último, después de la caída
de Roma en el siglo V y con posterioridad a su consecuente desaparición como
sede de la parte occidental del Imperio, tres voces cristianas formularon sendas
interpretaciones acerca de la caída de Roma y acerca del espacio político que esa
desaparición había dejado vacante. Cada una de esas tres voces se presentó como
una diferente propuesta cristiana sobre el futuro destino de la soberanía romana
vacante y sobre la posible continuidad de esa soberanía imperial. La primera pro-
puesta provino del Imperio cristiano romano-bizantino. La segunda fue de San
Agustín. Y la tercera del obispo de Roma, i.e. del Papado romano. En la mutua
interrelación entre esas propuestas se anuncia el origen histórico más remoto del
futuro rumbo que luego habría de tomar el problema de la doble soberanía en la
teoría política europea, por lo menos hasta Thomas Hobbes.
5. Cfr. Benz, Ernst, Geist und Leben der Ostkirche. Rowohlt, Hamburg, 1957, pp. 136 y ss.
6. Cfr. Congar, Yves, Eclesiología. Desde San Agustín hasta nuestros días, en M. Schmaus, A. Grillmeier
y L. Scheffczyk (eds.), Historia de los dogmas, T. III, Cuad. 3c-d. BAC, Madrid, 1976, pp. 41 y s.
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el problema de la doble soberanía: desde la teoría política clásica hasta carl schmitt
monismo de poderes que no separa la Iglesia del Imperio y que tampoco admite
división entre el emperador y el papa. Es importante tener en cuenta que ese mo-
nismo era de origen predominantemente cultural. Es decir, no se trataba de una
teoría propiamente dicha, sino de un componente ateórico, pero por ello mismo,
de un integrante inseparable del patrimonio de la cultura helenística y luego ro-
mana. El monismo césaropapista era ostensiblemente equivalente a una suerte de
teología política que entendía al emperador como el primero después de Dios, sin
intermediarios, imagen terrestre del poder monárquico absoluto de Dios, único
custodio e intérprete del cristianismo, en síntesis, una suerte de absoluto en la
tierra. Se trataba de una reformulación cristiana de la antigua idea romana del ca-
rácter divino del emperador, tal como lo expuso el biógrafo del emperador, Eusebio
de Cesarea, en su panegírico del emperador Constantino, la Vita Constantini.7
La segunda idea sobre la que se apoyaba la propuesta del Imperio cristiano-
bizantino no era cultural, sino histórica. Ella sostenía que la desaparición de la
parte occidental del Imperio transformaba a la cabeza de la parte del Imperio
subsistente en automática heredera histórica de la soberanía que Roma dejaba
vacante. Ello hacía de Constantinopla la sucesora histórica, natural y directa de
esa soberanía vacante, que se convertía así en sede de toda la soberanía universal
romana. Más aún, la desaparición de la primera Roma transformaba a la Cons-
tantinopla cristiana en la segunda o –así se la llamó– nueva Roma, con todos los
atributos y pretensiones propios de la primera Roma.
Se observará que, dentro del contexto en el que ambas ideas aparecen, ellas
presentaban un carácter casi indiscutible. En efecto, indiscutible parecía la idea
que sostenía la pertenencia de la religión a la política del Imperio, pues cuando
éste se cristianiza, sustituye automáticamente la vieja religión pagana por el cris-
tianismo, que, aunque logró imponerse como religión del Imperio, nunca logró
alterar la tradicional estructura de pertenencia de la religión a la politicidad de ese
Imperio. Por ello, en el Imperio cristianizado, la religión –ahora cristiana– siguió
siendo un brazo interno de la política imperial. Y también parecía indiscutible la
idea que hacía de Constantinopla la capital del Imperio que, por herencia histó-
rica, recibía automáticamente la soberanía romana vacante y que, por ello, exten-
día su soberanía sobre todos los romanos, orientales y occidentales.
7. De Vries, Wilhelm, Orthodoxie und Katholizismus. Gegensatz oder Ergänzung. Herder, Freiburg-
Basel-Wien, 1965, pp. 21 y ss. Para la construcción de la figura de Constantino como primero des-
pués de Dios, véase la Vita Constantini de Eusebio, L. I, 4-6, accesible hoy en traducción inglesa
(Eusebius. Life of Constantine. Introduction, translation and commentary by Averil Cameron and
Stuart G. Hall, Clarendon Press, Oxford, 1999, p. 69) o española (Eusebio de Cesarea, Vida de Cons-
tantino. Introducción traducción y notas de Martín Gurruchaga, Gredos, Madrid, 1994, pp. 145 y s.).
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francisco bertelloni
Si estas dos ideas –la concepción cultural que reunía en el Imperio religión y
política y la concepción histórica que hacía de Constantinopla la heredera de la
soberanía vacante de Roma– se consideran juntamente, de su conjunción resul-
taba que el Imperio romano cristiano se transformaba en sede de la soberanía de
un Imperio cristiano con alcance universal sobre todos los romanos, que, por lo
demás, eran cristianos. Por ello, según la propuesta bizantina, la renovación del
Imperio se verifica en Constantinopla, ciudad que representaba un nuevo y gran
cristianismo, ahora triunfante y con realización histórica y terrena. El nombre de
nueva Roma, nea Roma, expresa, por una parte, la continuidad histórica y cultu-
ral, en Bizancio, de la plenitud de poder de la vieja Roma que desaparece. Y ade-
más, la nueva Roma constituye la ruptura con el carácter pagano de ese mundo.
Bizancio es ahora la Roma cristiana que efectiviza toda la pretensión de poder del
Imperio romano, pero según la ley de Cristo. Constantinopla, el nuevo nombre de
Bizancio, inauguraba un nuevo eón en la historia de la romanidad, el eón cristiano.
En lo sucesivo, Constantinopla representa y es protagonista principal de una
nueva historia que quiere dejar atrás el paganismo político para convertirse en
representante de una situación nueva: el cristianismo político.
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el problema de la doble soberanía: desde la teoría política clásica hasta carl schmitt
8. Curiosamente, también Hobbes reproduce esa misma distancia agustiniana –por lo demás, caute-
losa– respecto de la posibilidad de una realización del cristianismo en la historia, cuando escribe que
el reino de Cristo «… se realizará en el mundo venidero […]; entonces Cristo juzgará el mundo y
hará un estado espiritual (Spirituall Common-wealth)» (cfr. Hobbes, Thomas, Leviathan. Ed. Noel
Malcolm, Clarendon Press, Oxford, 2012, cap. 42, p. 918).
9. San Agustín, De civitate Dei, XIX, 17
10. Para una presentación sintética de la teología agustiniana de la historia que incluye una interpre-
tación de las ideas de Agustín sobre la ciudad de Dios en clave escatológica y de la realización del
cristianismo como fenómeno fundamentalmente transhistórico, véase Löwith, Karl, Weltgeschichte
und Heilsgeschehen. Die theologischen Voraussetzungen der Geschichtsphilosophie. Kohlhammer,
Stuttgart, 1953, pp. 148 y ss.
11. Cfr. Ullmann, Walter, Principles of Government and Politics in the Middle Ages. N. York, 1961,
p. 111.
12. Cfr. Ullmann, Walter, «Leo I and the Theme of Papal Primacy», Journal of Theological Studies
NS 11, 1960, pp. 25-51.
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francisco bertelloni
Cada una de estas tres interpretaciones alcanzó una fortuna histórica diferente.
La voz de la ciudad de Dios «mística» de Agustín careció de fortuna en la futura
historia política europea.13 En cambio, entre Bizancio y el Papado se genera un
intenso y largo conflicto, pues emperador y papa se disputan tanto el título de
primatus, i.e. primero después de Dios, como el de soberano sobre los mismos
súbditos. Según Bizancio, el primado pretendido por el Papado se opone a la
tradición histórica y cultural romanas.14 En cambio, según el Papado, que se pre-
senta como titular de la nueva soberanía universal de la Iglesia romana, Bizancio
no puede ser sede de un universalismo cristiano centrado en el emperador por-
que ello destruye la primacía del sacerdocio resultante de la exégesis de la Biblia
y de la teología política resultantes de su interpretación.
Podrá percibirse que de esta conflictiva situación planteada por ambos preten-
dientes al ejercicio de la misma soberanía, resultaba una paradoja de muy difícil
resolución. En efecto, según la teología política de Bizancio la máxima autoridad
de la Iglesia es el emperador porque éste es una autoridad política, imagen de la
monarquía divina, cuya jurisdicción se extiende sobre todos los romanos, incluido
el obispo de Roma, que también es romano. En cambio la teología política cons-
13. No paso por alto el resultado de las investigaciones de Arquillière concernientes a la tendencia de
Agustín «à absorber l’ordre natural dans l’ordre surnaturel». A partir del papa Gregorio I esta simple
tendencia comenzó a convertirse en una absorción efectiva. Con todo, esa absorción no fue respon-
sabilidad agustiniana (cfr. Arquillière, H. X., L’augustinisme politique. Essai sur la formation des
thèories politiques du moyen âge. Paris, 1972, p. 38).
14. Sobre la visión bizantina de la primacía papal, véase Nicol, Donald M., «The Byzantine View of
Papal Sovereignty», en Diana Wood (ed.), The Church and Sovereignty (c. 590-1918). Essays in ho-
nour for Michael Wilks. Oxford 1991, pp. 173-185.
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el problema de la doble soberanía: desde la teoría política clásica hasta carl schmitt
truida por la sede apostólica romana presentaba el poder del obispo de Roma
como una máxima autoridad religiosa cuya jurisdicción, también universal, se
extiende sobre todos los cristianos, incluido el emperador romano-bizantino, que,
según el papa, era un cristiano más.15 Desde perspectivas diferentes –pero con
sólidos argumentos en ambas partes–, emperador y papa esgrimen las mismas
pretensiones: su reconocimiento como primer cristiano y, por ello, como el su-
premo intérprete del cristianismo. Pues allí donde reside la cabeza del cristianismo
reside la verdadera Iglesia. Ambos aspiraban a transformarse en sede de la misma
soberanía universal: imperial-cristiana la bizantina, eclesiológico-política la papal.
Sabemos que hasta el siglo XV, en Oriente, el Imperio salió airoso de esta con-
tienda, mientras que el Papado romano triunfó sobre las pretensiones bizantinas
en Occidente, donde, durante casi diez siglos, hizo ostensibles sus pretensiones.
Hobbes registra ese triunfo papal. En el capítulo XLVII del Leviatán elenca al-
gunos de los obstáculos que deben ser removidos para neutralizar el conflicto
entre dos soberanos, y describe ese conflicto como «destructivo del Estado».
Hobbes alude allí al surgimiento del Papado romano, cuando éste se erigió como
aspirante a ocupar la soberanía vacante del Imperio romano que desaparecía, y
con una descripción tan breve como precisa, lo describe como un soberano que
llega para ocupar el mismo lugar de otro que desaparece:
Si consideramos el origen de este gran dominio eclesiástico [i.e. del Papado romano] se percibe que
el pontificado no es otra cosa que el fantasma del fenecido Imperio romano que se asienta, coronado,
sobre el sepulcro de ese mismo Imperio, porque el pontificado se alzó repentinamente sobre las
ruinas de este poder pagano.16
15. De Vries, Wilhelm, Orthodoxie und Katholizismus. Freiburg – Basel – Wien 1965, pp. 21-2.
16. Hobbes, Thomas, Leviathan, op. cit., cap. XLVII, p. 1118.
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17. «Duo qippe sunt, imperator auguste, quibus principaliter mundus hic regitur: auctoritas sacrata
pontificum et regalis potestas. In quibus tanto gravius est pondus sacerdotum, quanto etiam pro ipsis
regibus hominum in divino reddituri sunt examine rationem» [Hay, en verdad, augusto emperador,
dos poderes por los cuales este mundo es sobre todo gobernado: la sagrada autoridad de los papas y
el poder real. De ellos, el poder sacerdotal es tanto más importante cuanto que tiene que dar cuenta
de los mismos reyes de los hombres ante el tribunal divino] (cfr. Mirbt, Carl, Quellen zur Geschichte
des Papstums und des römischen Katholizismus. Mohr-Siebeck, Tübingen, 1924, p. 85.
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el problema de la doble soberanía: desde la teoría política clásica hasta carl schmitt
… doctrina directamente dirigida contra la unidad del Estado [ella afirma] que el poder soberano
puede ser dividido. Pero dividir el poder del Estado es disolverlo porque los poderes divididos se
destruyen mutuamente […].21
18. Cfr. Dvornik, F., Byzance et la primauté romaine. Editions du Cerf, Paris 1964, p. 52.
19. Ibid.
20. «Uterque [gladius] ergo est in potestate ecclesiae, spiritualis videlicet gladius et materialis. Sed is
quidem pro ecclesia, ille vero ab ecclesia exercendus, ille sacerdotis, is manu regum et militum, sed
ad nutum et patientiam sacerdotis» [Por tanto, ambas están en poder de la Iglesia, esto es, la espada
espiritual y la material. Pero ésta debe ser ejercida en favor de la Iglesia, aquélla por la Iglesia; aquélla
de la mano del sacerdote, ésta de la mano de reyes y caballeros, pero con la anuencia y sumisión al
sacerdote] (cfr. Mirbt, C., Quellen..., op. cit., p. 210).
21. Hobbes, Thomas, Leviathan, op. cit., cap. XXIX, p. 506.
23
francisco bertelloni
El pasaje identifica el nudo del problema que la teoría política hereda, directa-
mente, de la concepción papal que había comenzado a consolidarse ya en el siglo
V, en el momento álgido de su oposición al modelo bizantino. Esa oposición no
sólo se alimentaba de la pretensión de asumir la totalidad de la soberanía imperial
romana, sino también, y sobre todo, del modo como Bizancio y el Papado en-
tendían las relaciones entre religión y política: el primero como una unidad, el
segundo como una dualidad.
22. El papel de las distintas ciencias en la construcción de los argumentos de las ideas políticas me-
dievales ha sido sintetizado por Juergen Miethke en Las ideas políticas de la Edad Media, Biblos,
Buenos Aires, 1993, pp. 67-76, y luego más detalladamente en De potestate Papae. Die päpstliche
Amtskompetenz im Widerstreit der politischen Theorie von Thomas von Aquin bis Wilhelm von
Ockham, Mohr-Siebeck, Tübingen, 2000, pp. 1-24. Una bibliografía razonada muy completa sobre
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el problema de la doble soberanía: desde la teoría política clásica hasta carl schmitt
… algunos piensan que en el Estado existen espíritus diversos [i.e. diversos soberanos] y no sólo uno,
y establecen una supremacía [eclesiástica] contra la soberanía [civil], cánones contra leyes; y autori-
dad eclesiástica contra autoridad civil […] con lo cual un reino resulta dividido en sí mismo y no
puede subsistir […] [pues] cada súbdito debe obedecer a dos señores que quieren ver observados sus
mandatos como si fueran leyes, lo que es imposible […].23
el tema se encuentra en Miethke, Juergen, «Die Entwicklung des politischen Denkens», en Alexander
Brungs/Vilem Mudroch/Peter Schulthess (hrsg.), Die Philosophie des Mittelalters, Bd. 4: 13. Jahrhun-
dert, Schwabe Verlag, Basel, 2017, pp. 1549-1591. Sobre los argumentos jurídicos de los canonistas
puede consultarse Ullmann, Walter, Medieval Papalism. The Political Theories of the Medieval Ca-
nonists. Methuen & Co., London 1949, passim. Y sobre el uso de la Biblia también Ullmann, Walter,
«The Bible and Principles of Government in the Middle Ages», en La Bibblia nell’alto medioevo
(Settimane di Studio del Centro di Studi italiano sull´Alto medioevo, 26 Aprile-2 Maggio). Spoleto
1963, pp. 181-227.
23. Hobbes, Thomas, Leviathan, op. cit., cap. XXIX, p. 510.
24. El lector echará de menos aquí alguna mención del monismo sugerido por el pensamiento de
Egidio Romano. En mi opinión Egidio reitera el dualismo papal pues deriva la espada temporal de la
espiritual y coloca la segunda sobre la primera («Potestas itaque terrena est sub spirituali et instituta
per spiritualem et agit ex institucione spiritualis potestatis» [En consecuencia la potestas terrenal está
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francisco bertelloni
bajo la espiritual, ha sido instituida por la espiritual, y actúa por institución de la potestas espiritual] (p.
114). «Gladius ergo temporalis tamquam inferior reducendus est per spiritualem tamquam per superio-
rem, et unus ordinandus est sub alio tamquam inferior sub superiori» [La espada temporal es reducida
por la espiritual como lo inferior es reducido por lo superior, y una espada está ordenada bajo la otra
como lo inferior bajo lo superior] (p. 13). La existencia de la espada temporal como espada no superflua
se justifica pues ella ejerce acciones que contribuyen al mejor gobierno que ejerce la espada espiritual.
Aunque la espada espiritual se extiende a toda la realidad y puede gobernarla directamente, sin embargo
debe dedicarse a actuar sobre lo mejor de ella. De allí que sea preferible y mejor que, además de la espada
espiritual –que puede todo– exista también la espada material. Las dos citas precedentes corresponden
a Aegidius Romanus. De ecclesiastica potestate, ed. de Richard Scholz, Scientia Verlag, Aalen, 1961.
25. «Super omnes mundi ecclesias, reliquosque presbiteros seu episcopos omnes» (DP, II, XI, 8). Cito
el Defensor pacis (=DP) según la edición de Richard Scholz (MGH: Fontes iuris germanici antiqui),
Hahnsche Buchhandlung, Hannover 1932. Menciono parte (dictio), capítulo y parágrafo. He tomado
las traducciones de los pasajes citados de la versión del Defensor de la paz de L. M. Gómez, Tecnos,
Madrid, 1988, en algún caso con muy ligeras modificaciones. Sobre la figura de Constantino en el DP,
véase Piaia, Gregorio, «Il ruolo dell’imperatore Costantino in Marsilio da Padova», en Veritas, vol.
51, N° 3, sept., 2006, pp. 67-73.
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el problema de la doble soberanía: desde la teoría política clásica hasta carl schmitt
… si existe un reino, el civil, que es el poder del Estado, debe subordinarse al espiritual, y entonces
no existe otra soberanía que la espiritual; o en cambio el poder espiritual debe subordinarse al tem-
26. DP, I, v, 7.
27. DP, II, ii, 8.
27
francisco bertelloni
poral, y entonces no existe supremacía sino en lo temporal. Por ende, si estos dos poderes se oponen
uno a otro, por fuerza el Estado se hallará en peligro de guerra civil y desintegración.28
Una serie de hechos acaecidos entre los siglos XVI y XVII transformaron la
historia antigua y medieval del binomio monismo/dualismo, reconstruida hasta
aquí, en una historia cuyas repercusiones lograron extenderse hasta la teoría
política moderna. Pues aunque el monismo bizantino, el dualismo papal y me-
dieval, y la reacción monista de Marsilio son actores del pasado, ellos están di-
recta o indirectamente involucrados en los primeros pasos de la teoría política
moderna. Más concretamente, todos esos actores son momentos de la historia de
la teoría política que confluyen en las disputas que sostuvo Francisco Suárez con
la corona inglesa.
En efecto, dos siglos después de Marsilio, en la primera mitad del siglo XVI,
Enrique VIII coloca la Iglesia bajo la autoridad de la corona y se transforma en
cabeza de la Iglesia anglicana. Con ello la monarquía inglesa vuelve al monismo
y desencadena una obvia ruptura con la Iglesia romana. Ese retorno a la sobera-
nía única reaparece en términos similares algo más tarde, también en Inglaterra,
entre fines del siglo XVI y principios del XVII, en tiempos de Jacobo I, cuando
en 1606 el Parlamento aprueba el acta que obliga a los súbditos británicos a un
Juramento de Obediencia que incluye la negación explícita de la autoridad del
papa sobre el monarca inglés.
No me detendré en estos bien conocidos episodios de la historia política mo-
derna. Menos conocidas son –quizá a causa de su cercanía con la historia ecle-
siástica– las variantes teóricas implicadas en las críticas que el jesuita Francisco
Suárez dirige contra el monismo británico. Y aún menos conocido es el modo
como Suárez, en sus críticas, involucra a Marsilio de Padua, a quien denuncia
como inspirador del monismo británico. Pero no por poco conocidas esas críti-
cas son menos relevantes, pues cuando Suárez critica a Marsilio, construye con
su crítica un momento crucial de la historia de la teoría política. Pues el discurso
antimarsiliano de Suárez tiene un doble efecto. Por una parte, la inclusión de
Marsilio como autor medieval en el discurso de Suárez implica asumir y recupe-
rar, con él, todo el periplo pasado del problema monismo/dualismo. Y por la
otra, insistiendo en su defensa del dualismo, Suárez proyecta hacia el futuro un
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el problema de la doble soberanía: desde la teoría política clásica hasta carl schmitt
problema que poco después asume Hobbes. De ese modo, el tratamiento suare-
ciano del binomio monismo/dualismo se transforma en una suerte de espacio de
tránsito en el que se encuentran pasado y futuro de un mismo problema teórico-
político. Casi podría decirse que esas páginas de Suárez constituyen un carrefour
que une la teoría política clásica y medieval con la moderna y, al mismo tiempo,
facilita el tránsito desde una hacia la otra.
Suárez plantea el problema en dos tratados, De legibus y Defensio fidei. En
cada tratado y respecto del mismo problema, i.e. monismo/dualismo, expone
posiciones que sólo en apariencia difieren y cuyas mínimas diferencias no logran
ocultar un mismo objetivo presente en ambos tratados: justificar –bajo la forma
de monismo o de dualismo– la existencia de un único soberano: el papa.
Suárez se ocupa del problema, primero, en el De legibus (1613).29 Allí expone una
rápida eclesiología en la que describe a la Iglesia como un único cuerpo (unum
corpus) con una única cabeza. Pero en ese único cuerpo hay dos poderes, de los
cuales el poder eclesiástico gobierna en lo temporal a través del príncipe. Suárez
llama a ese gobierno dominium indirectum in temporalibus.30 Por ello, aunque los
poderes son dos, sólo gobierna uno, la potestas del papa que es, en última instan-
cia, la única soberana.31 Esa unidad de soberanía garantiza que los poderes de ese
29. Suárez, De legibus ac Deo legislatore (=DL), en Francisci Suarez Opera omnia V. Ed. C. Berton,
Paris, 1856. Cito libro, capítulo y parágrafo.
30. «Potestque eadem ratio declarari et confirmari ex dictis supra de dominio indirecto, quod Ponti-
fex habet in universo orbe: nam hoc dominium non fundatur, nisi in subordinatione harum potesta-
tum. Quia, ut ibidem dixi, non est in Pontifice duplex potestas, sed una, quae directe respicit spiri-
tualia, et consequenter extenditur ad temporalia: haec autem extensio solum esse potest propter
subordinationem temporalis potestatis ad spiritualem» (DL, IV, IX, 3). (Por la misma razón [i.e.
porque la Iglesia es una, porque tiene una sola cabeza que es rex y princeps spiritualis, y porque en
esta única cabeza el poder temporal se subordina al espiritual] puede afirmarse y declararse a partir
de lo dicho acerca del dominio indirecto que el Pontífice tiene en todo el orbe: pues este dominio no
se fundamenta sino en la subordinación de estos poderes. Porque, como se afirmó, no hay en el
Pontífice un poder doble, sino solamente uno que concierne directamente lo espiritual, y que por
consecuencia se extiende a lo temporal: esta extensión sólo puede tener lugar en virtud de la subor-
dinación del poder temporal al poder espiritual).
31. «... igitur constituit Christus Dominus Ecclesiam tanquam unum spirituale regnum, in quo unus
etiam esse rex, et princeps spiritualis; ergo necesse est ut ei subdatur temporalis potestas, sicut corpus
animae [...] sicut homo non esset recte compositus, nisi corpus esset animae subordinatum, ita neque
Ecclesia esset convenienter instituta, nisi temporalis potestas spirituali subderetur» (ibid.). (... así
Cristo constituyó la Iglesia como un reino espiritual en el cual hay un rey y príncipe espiritual; en
consecuencia es necesario que a él se subordine el poder temporal, así como el cuerpo al alma [...],
pues así como el hombre no estaría rectamente compuesto, si el cuerpo no estuviera subordinado al
29
francisco bertelloni
Exactamente diez años después (1623) Suárez escribe otro tratado, pero ahora
con un objetivo claramente polémico. Tal como surge de su título completo,
Defensio fidei adversus anglicanae sectae errores,33 aquí Suárez se manifiesta
como un decidido defensor de la eclesiología papal romana y como un abierto
enemigo de la monarquía británica que impugna esa eclesiología papal. En
efecto, en el Defensio fidei Suárez alude en términos muy críticos a una cons-
telación de ideas políticas que circulan en Inglaterra desde los años del rey
Enrique VIII y pone un nombre a esas ideas: sententia protestantium. El atrac-
tivo fundamental que este tratado ofrece a la historia de nuestro problema re-
side en que aquí Suárez sustituye estratégicamente su monismo original por un
dualismo y, desde este dualismo, enfrenta el monismo inglés al que reprocha
haber sacrificado la independencia de la Iglesia en beneficio de una extensión
de la jurisdicción del Estado. En este tratado Suárez parece percibir que, si
critica la sententia protestantium de la secta anglicana desde el monismo ecle-
siástico que había sostenido en De legibus, la secta anglicana podría argumen-
tar que, así como Suárez reprocha al monismo inglés la anulación de la inde-
pendencia de la Iglesia, el monismo inglés podría reprochar a Suárez un
monismo eclesiástico que anula la independencia del Estado. Es muy posible
que ésta haya sido la causa que movió a Suárez, en el Defensio fidei, a deslizarse
hacia un claro dualismo desde el que puede defender mucho más cómodamente
la independencia de la Iglesia.
El dualismo del Defensio fidei reitera los habituales argumentos medievales
que separaban los poderes a partir de la distinción de sus fines: un poder tiene
como fin las costumbres en la respublica, el otro la salvación en el otro mundo.
Refuerza esa separación agregando que el papa no posee, por sí, la potestas tem-
30
el problema de la doble soberanía: desde la teoría política clásica hasta carl schmitt
34. «... non ergo promisit Christus Petro clavis regni terreni, ac proinde non promisit temporale
dominium vel jurisdictionem temporalem directam, sed spiritualem potestatem» (DF, III, V, 14). (...
pues Cristo no prometió a Pedro las llaves del reino terreno, así como no le prometió el dominio
temporal o la jurisdicción temporal directa, sino el poder espiritual).
35. «Per potestatem enim directivam non intelligimus solam potestatem consulendi, monendi aut
rogandi, haec enin non sunt propria superioris potestatis, sed intelligimus propriam vim obligandi,
et cum morali efficacia movendi, quam aliqui solent coactivam appellare, sed haec vox magis as
poenas pertinet [...]; hic autem de jurisdictione ad obligandum in conscientia loquimur» (ibid.). (Por
potestas directiva no entendemos solamente un poder de consejo, de exhortación o de consulta, por-
que éstas no son propias de una potestas superior, sino que entendemos una facultad de obligar y de
mover con fuerza moral, que algunos suelen llamar coactiva, pero este término concierne sobre todo
al castigo [...]; pero aquí hablamos de una jurisdicción de obligar en conciencia).
36. «... Pontificem Summum, ex vi suae potestatis seu jurisdictionis spiritualis, esse superiorem regi-
bus et principibus temporalibus, ut eos in usu potestatis temporalis dirigat in ordine ad spiritualem
finem, ratione cujus potest talem usum praecipere vel prohibere, exigere aut impedire, quantum ad
spiritualem bonum Ecclesiae fuerit conveniens» (DF, III, XXII, 1). (... en virtud de su potestas espi-
ritual el Sumo Pontífice es superior a los reyes y príncipes temporales, de modo que los dirige en su
uso del poder temporal en orden al fin espiritual, en razón de lo cual puede ordenar o prohibir tal
uso, exigir o impedir en cuanto fuere conveniente al bien espiritual de la Iglesia).
31
francisco bertelloni
no otorgó a su Iglesia, ni a los obispos ni al papa jurisdicción alguna sobre laicos o sobre clérigos para
mandar, obligar, o castigar, sino que sólo dio a los sacerdotes el poder de administrar sacramentos y
de predicar la palabra de Dios.40
32
el problema de la doble soberanía: desde la teoría política clásica hasta carl schmitt
palabra de Dios, todos los sacerdotes se encuentran bajo jurisdicción del prín-
cipe temporal.41
Suárez, pues, ha visto, y lo ha hecho con certera intuición, que las tesis de Mar-
silio sustraen todo carácter obligante a la potestas ecclesiastica. Por ello, el núcleo
de su crítica a Jacobo I en el Defensio fidei apunta, en rigor, a los errores ya
sostenidos por Marsilio («ante illum Marsilius Patavinus»), consistentes en negar
al papa jurisdicción sobre la Iglesia y los reyes temporales.42 Y agrega que esas
ideas anglo-marsilianas, además de favorecer la autosuficiencia estatal, hacen del
soberano civil un princeps supremus, i.e. un absoluto no subordinado al poder de
ningún hombre.43 Con ello desaparecía la figura del papa como principal prota-
gonista de la teoría política.
¿Pensó Marsilio tal como lo describe Suárez? Efectivamente, Suárez parece
haber conocido bastante bien el pensamiento del paduano. Éste trabajaba con un
sistema articulado sobre dos elementos: por un lado el populus, único origen del
poder y de la ley coactiva; por el otro el princeps, al que el pueblo transfiere la
soberanía y así lo transforma en soberano sobre el Estado y sobre la Iglesia.
Ambos elementos podían ser utilizados para fundamentar la autosuficiencia del
soberano civil –por lo demás, único soberano según Marsilio–, pues el poder
coactivo del pueblo es transferido al princeps, éste absorbe toda la soberanía, se
transforma en la única autoridad con competencia sobre clérigos y laicos, y
ejerce ese único poder coactivo in temporalibus y circa sacra. Es éste, precisa-
mente, el error marsiliano que Suárez denuncia en el Defensio fidei como inspi-
rador del pensamiento de Jacobo I y sus predecesores:
41.«... et in reliquis omnibus, dispositioni et jurisdictioni temporalium principum eos subiectus reli-
quisse» (DF, III, VI, 3). (… y en todas las restantes cuestiones hizo a los hombres súbditos bajo ju-
risdicción y disposición de los príncipes temporales).
42. «Hic est [...] cardo et praecipuus scopus praesentis controversiae. Nam rex quidem Jacobus, qui
Pontificis jurisdiccionem in universam Ecclesiam, et praecipue in reges abnegat [...]. Quod ante illum
etiam Marsilius Patavinus, et alii Ecclesiae hostes commenti sunt» (DF, III, XXIII, 1). (Aquí yace [...]
el núcleo y el centro de la controversia. Pues el rey Jacobo niega jurisdicción al pontífice en toda la
Iglesia, y especialmente sobre los reyes. [...]. Lo cual, antes que él sostuvo Marsilio de Padua y otros
enemigos de la Iglesia).
43. «... sententia Protestantium est, regem temporalem, et in universum principem in temporalibus
supremum nulli homini in spiritualibus esse subjectum, ac subinde nec potestatem regis a potestate
alicujus hominis pendere. Qui error a Marsilio Paduano originem duxit, et illi maxime adhaesit Hen-
ricus VIII, rex Angliae, quem nun serenissimus Jacobus imitatur, ut non solum ejus facta, sed etiam
verba...» (DF, III, XXI, 3). (... la doctrina de los protestantes sostiene que el rey temporal, y en el
universo el príncipe supremo en las cosas temporales, en las cosas espirituales no están subordinados
a ningún hombre, y que el poder del rey no depende de ningún hombre. Este error se remonta a
Marsilio de Padua, y a él adhirió especialmente Enrique VIII, rey de Inglaterra, a quien ahora el se-
renísimo Jacobo imita, no sólo con hechos sino con palabras...).
33
francisco bertelloni
… y en este error [de Marsilio de Padua] parece haberse apoyado Enrique VIII, rey de Inglaterra,
provocando el cisma contra la Iglesia romana. Puesto que [Enrique] negaba obediencia al pontífice y,
consecuentemente, negaba que existiera en la tierra algún superior a él tanto en lo espiritual como en
lo temporal, afirmó que todo el poder supremo [...] residía en su reino [...]. Lo mismo afirma [...] el
rey Jacobo en su alocución a los príncipes cristianos.44
Suárez, pues, atribuye a Jacobo la tesis que extiende la jurisdicción estatal tam-
bién sobre el orden eclesiástico. Esa tesis equivalía a: 1) negar al papa poder ju-
risdiccional sobre príncipes y sacerdotes; 2) transformar al rey en el único sobe-
rano, inclusive sobre la Iglesia; 3) sostener que el princeps recibe ese poder
exclusivo del pueblo; 4) absorber a la Iglesia en el reino; y 5) afirmar que tanto
laicos como eclesiásticos deben obediencia al Estado. Con ello, la tesis de la so-
beranía estatal única volvía a transformar a la Iglesia en una suerte de dimensión
interna de la política estatal. En este renacimiento británico del antiguo monismo
cristiano, la Iglesia se transforma en un cuerpo interno a la vida del Estado. Si el
soberano temporal carece de superior y si su jurisdicción incluye a la Iglesia, ese
soberano se transforma en un absoluto, en un superiorem non recognoscens. De
ello se deduce la idea del Estado autosuficiente y absoluto que Suárez describe
así: «De lo cual resulta manifiesto que [los reyes de Inglaterra] no reconocen en
la Iglesia otro poder jurisdiccional más allá del que está en los reyes temporales
o que de él emana...».45
9. Conclusión
44. «Et in hoc errore videtur fuisse fundatus Henricus VIII rex Angliae ad schisma contra Ecclesiam
romanam excitandum. Ut enim pontifici obedientiam negaret, consequenter etiam negavit se habere
in terris superiorem tam in spiritualibus quam in temporalibus et consequenter asseruit in suo regno
se habere totam potestatem supremam quae in ecclesia respective esse potest [...]. Idque diserte ac
frequenter vel affirmat vel supponit rex Jacobus in sua ad christianos principes praefatione» (DF,
III, VI, 3).
45. «Ex quo manifeste [los reyes de Inglaterra] convincuntur non agnoscere in Ecclesia aliam potes-
tatem jurisdictionis praeter eam quae est in regibus temporalibus vel quae ab illa manat [...]. Unde
sicut supra diximus regiam potestatem a populo ad reges manasse ita referunt anglicanae historiae
regem Enricum ex consensu regni in parlamento hanc sibi arrogasse potestatem idemque in simili
conventu fuisse in Eduardo proximo successore declaratum, posteaque in Elisabetha innovatum [...]
Idemque satis ostensit Jacobus rex» (ibid.).
34
el problema de la doble soberanía: desde la teoría política clásica hasta carl schmitt
lenguaje del texto de Carl Schmitt con el que he inaugurado este artículo, todos
ellos son abogados de la «unidad política originaria», que atribuye al poder civil
una única soberanía con jurisdicción también sobre la Iglesia.
Por otro lado, la lógica del dualismo sostenida por la Roma papal, por la teoría
política medieval y por Francisco Suárez en Defensio fidei fractura esa «unidad
política originaria» y hace de ella dos poderes diferentes. Se habrá percibido que,
detrás de este dualismo apoyado en la fractura de la unidad política, se escondió
casi siempre un modelo de tendencia intervencionista que llega hasta Suárez, y
que favoreció la injerencia del poder espiritual en el temporal. Suárez transita
desde un monismo eclesiológico expuesto en el De lege hacia su posición en el
Defensio fidei que, aunque se presenta como un dualismo, también es interven-
cionista porque sostiene que el poder espiritual puede obligar al temporal con
potestas directiva en caso de necesidad (quando necessitas postulat).46 Esta posi-
ción equivale a sostener que la intervención del poder eclesiástico en el civil está
justificada cuando los actos temporales del súbdito involucran lo espiritual.
Mi reconstrucción del problema ha sido, ostensiblemente, sólo histórica. Con
todo, a partir de esa historia pueden colegirse algunas características que perfilan
el fuerte contenido teórico del problema de la doble soberanía, desde sus co-
mienzos hasta Hobbes.
En primer lugar, dos preguntas contribuyen a esclarecer ese núcleo teórico:
¿qué sería una doble soberanía no problemática? Ella equivaldría a una situación
ideal, según la cual un mismo sujeto puede ser súbdito de dos soberanos, pero sin
conflicto entre ellos: uno, el sacerdote, que lo gobierna como cristiano; otro, el
príncipe temporal, que lo gobierna como ciudadano del siglo. ¿Qué es una doble
soberanía problemática? Precisamente, éste fue el caso, pues desde el siglo V hasta
Hobbes la coexistencia de dos poderes coactivos sobre el mismo súbdito siempre
fue causa de un conflicto que evidenció el carácter problemático y la imposibili-
dad fáctica de la doble soberanía.
En segundo lugar, el tema de la doble soberanía está indiscutiblemente com-
prometido con la historia institucional del cristianismo. Este compromiso se
percibe no solamente en el hecho de que la doble soberanía se introdujo en la
historia occidental como consecuencia de la interacción de tres actores cristianos,
intérpretes de la soberanía vacante luego de la caída de Roma. Además, este
mismo compromiso del tema con el cristianismo resulta del fuerte protagonismo
del Papado como generador de teoría política en Occidente. Ello hace de la doble
46. «... contra Marsilium et alios ulterius procedamus, eademque Pontificis potestatem, ad coercendos
reges temporalibus poenis ac regnorum privationibus, quando necessitas postulat, extendi posse,
ostendamus» (DF, III, XXIII, 10).
35
francisco bertelloni
36
Técnica y neutralización Jorge E. Dotti
en Carl Schmitt*
1.
Tomamos como texto básico un ensayo de fines de los años veinte, donde Sch-
mitt expone –de un modo sucinto y muy logrado en cuanto a claridad del razo-
namiento y en la expresión de sus ideas– el hilo conductor de su interpretación
«histórico-espiritual» (una adjetivación muy suya) de la modernidad y de la si-
tuación contemporánea; una lectura que puede resultar pertinente para nuestros
días, con sólo ensayar continuidades y cortes, elaborar legados y reformular
ideas con la mirada necesariamente focalizada en el presente.
De este trabajo Schmitt elabora dos versiones.
* Texto preparado por el autor para ser leído con ocasión de un curso que habría dictado en el Insti-
tuto de Filosofía de la Universidad Diego Portales, en Santiago de Chile, en marzo de 2018.
les de primer nivel. En noviembre del mismo año, fue publicada por la Europäis-
che Revue (1929, V, 8, pp. 517-531).1
1. En la versión republicada en 1940, Schmitt aclara que el título que hemos indicado aparece en la
edición de la Europäische Revue. Sería de suponer que era el mismo de lo leído en Barcelona, con
algunos cambios mínimos, eventualmente. La aclaración obedece a que cuando incorpora este ensayo
a El concepto de lo político, en 1932, el título es otro, como también señala Schmitt en la nota
aclaratoria. Cf. Positionen und Begriffe im Kampf mit Weimar - Genf - Versailles. 1923-1939. Dritte
Auflage, Duncker & Humblot, Berlin, 1994, pp. 138-150. La edición original de Posiciones y
conceptos en lucha contra Weimar - Ginebra - Versailles es de 1940; la segunda, de 1988, ambas en la
misma editorial que la tercera, que utilizamos. Cabe observar que todos los ensayos de este volumen
son anteriores a la noche de los cristales, a la destrucción salvaje de ventanas y vidrieras de negocios
y casas de alemanes judíos, rotos a pedradas por los nazis, la Kristallnacht.
Una breve mención a las traducciones españolas. Además de las que corresponden a las distintas
ediciones en español de El concepto de lo político en los últimos años, quisiera recordar la de
Francisco Javier Conde, porque contiene algunas variantes introducidas por Schmitt mismo, respecto
de la alemana, en consonancia con las variaciones que aparecen en esta traducción de Der Begriff...
mismo: Conde lo titula con dudosa elección del término El concepto de la política; contiene un
prólogo de 1939 que Schmitt escribe para esta edición, ausente de las alemanas, y, finalmente, está
hecha sobre la edición de 1933, no la de 1932 (que es la que vuelve a publicar en 1963, con material
complementario: ver nota siguiente). La edición española, traducida por Conde, entonces, apareció
en el volumen Carl Schmitt, Estudios políticos, Cultura Española, Madrid, 1941, y contiene también
Teología política. La editorial barcelonesa Doncel la republica en 1975.
Antes de esta edición, hay otra publicada en la Revista de Occidente con el título «El proceso de
neutralización de la cultura» (cf. Revista de Occidente, XXVII, 80, febrero-marzo 1930, traductor
anónimo, pero fue Ortega y Gasset. El título no es feliz, pues lo que el proceso va neutralizando no
es la cultura europea (lo cual sería, además, absurdo), sino la decisión política fundacional de
estatalidad, la solidez de la soberanía, y encontrar el cuerpo de saber y conductas consecuentes que
no generarían ninguna conflictividad más en la existencia humana. En todo caso, los neutralizadores
intentan cambiar la cultura. Recordemos que Ortega y Gasset también publica, poco después, otro
ensayo schmittiano: «Die Wendung zum totalen Staat [El viraje hacia el Estado total]», también
aparecido en la Europäische Revue (VII, 4, abril 1931, pp. 241-250), que es un capítulo de Der Hüter
der Verfassung [El custodio de la Constitución] con el mismo título, de 1931; también aparece luego
en Positionen und Begriffe. En español, entonces, se publica como «Hacia el Estado total» (la
traducción del ensayo es de Angelika Scherp).
2. Cf. Schmitt, C., Der Begriff des Politischen. Mit einer Rede über das Zeitalter der Neutralisierungen
und Entpolitisierungen [El concepto de lo político. Con un Discurso sobre La era de las neutralizaciones
y despolitizaciones]. Duncker & Humblot, München/Leipzig, 1932, pp. 66-81. En la edición alemana
de 1963 y en las siguientes, todas en la misma editorial, aparece en pp. 79-95. Citamos de estas
últimas. En 1963, además del «Discurso...» y a la vez artículo de 1929, hay una serie de agregados
muy importantes (tres «Corolarios», con textos de publicaciones anteriores, y una «Indicaciones»,
entre ellas la más famosa, dedicada a Hobbes).
38
técnica y neutralización en carl schmitt
2.
Schmitt busca explicitar desde el comienzo lo siguiente: toda una época histó-
rica, la modernidad (incluyendo las condiciones contemporáneas) tiene su rasgo
político paradójicamente distintivo en la búsqueda de la despolitización, como
intento de diluir la soberanía absoluta, el cual, como tipo de mandato-obedien-
cia propio del Estado, resulta ser la clave para desactivar los conflictos inaugu-
rales de la modernidad y para establecer las condiciones para una convivencia
pacífica.
Históricamente, se trata de las guerras de religión que se desencadenan con la
Reforma.
El Estado es, precisamente, la estructura de orden político que trata de impo-
ner la paz, impidiendo que los credos religiosos diriman sus disputas mediante la
guerra. Para ello, la solución estatal es el confinamiento de la religión en la con-
ciencia, la vigilancia estatal de que ninguna manifestación litúrgica pública
ofrezca motivos de disputa aguda, y en el caso del cristianismo protestante, el
sometimiento del poder eclesiástico al civil, en la forma de Iglesia de Estado, una
institución bajo la potestad del soberano civil, príncipe de esa Iglesia nacional,
con potestad espiritual no inmediatamente asimilable a la potestad civil, in tem-
poralibus. Ambas son inseparables.
Éste es el esquema leviatánico que adopta el Estado naciente ante las primeras
guerras modernas, las de religión que se desencadenan con la Reforma y recorren
los siglos XVI y XVIII; guerras simultáneamente civiles e internaciones, intra- e
inter-estatales.
Ellas presentan los rasgos de ser hiperideologizadas en términos teológicos y
políticos y de comenzar a debilitar y a ignorar las distinciones entre guerra civil
y guerra internacional, entre población fuera del campo de combate y comba-
tientes, que no reconoce derecho alguno al enemigo y lo discrimina, y que está
movida por el afán de aniquilamiento total del enemigo injusto.
Es a estos conflictos que el Estado pone fin.
La lógica de la estatalidad es el tipo de dinamismo institucional que busca –y
logra– domeñar la guerra mediante la pacificación del espacio nacional o territo-
rio soberano y expulsando todo belicismo más allá de sus fronteras.
Ahora bien, la guerra, en su concepto mismo, anida en los principios de la le-
gitimidad del Estado, en su base democrática, en la libertad e igualdad innatas de
todos sus miembros.
Como cuerpo político-jurídico novedoso, específico de la modernidad y no de
cualquier otro momento histórico, el Estado tiene como premisas de no fácil
armonización la consideración de los seres humanos como libres e iguales, una
39
jorge e. dotti
40
técnica y neutralización en carl schmitt
3.
4.
Antes de proseguir, es importante hacer una aclaración sobre los significados que
Schmitt le adscribe a una noción que ya ha aparecido en el mismo título del es-
crito en el que se concentran estas páginas. A saber, el de neutralización.
Para ello, tomamos como presentación de sus variados sentidos la que Schmitt
mismo hace en el «Corollarium 1» que agrega a la quinta edición, en 1963, de El
concepto de lo político.3 Como aclara nuestro autor, su intención es despejar la
3. Übersicht über die verschieden Bedeutungen und Funktionen des Begriffes der innerpolitischen
Neutralität des Staates [Una mirada sobre los diversos significados y funciones del concepto de
neutralidad política interna del Estado]» (1931), en Der Begriff..., op. cit., pp. 97-101. Como su
41
jorge e. dotti
A) «I. Negativo, es decir, los significados que se alejan del término “neutralidad”».
nombre lo indica, se trata de una visión atenta a las especificidades de cada significado. El texto forma
parte de Der Hüter der Verfassung [El custodio de la Constitución], op. cit., pp. 111-115, de 1931. En
1940, Schmitt lo incorpora a Positionen und Begriffe..., op. cit.
42
técnica y neutralización en carl schmitt
– «4. Neutralidad en el sentido de paridad, es decir, igual acceso para todos los
grupos y tendencias que entren en consideración, bajo iguales condiciones y con
igual respeto en la aplicación de beneficios o de otras prestaciones del Estado».
B) «II. Positivo, es decir, los significados del término “neutralidad” que condu-
cen a una decisión».
Como ser la neutralidad del juez, su imparcialidad, «en tanto decida sobre la base
de una ley reconocida y determinable en su contenido». Esto garantiza «objeti-
vidad y este tipo de neutralidad, como asimismo la relativa independencia del
juez frente a la voluntad estatal de otro tipo» [aquí notemos que Schmitt no se
refiere al Poder Ejecutivo en particular, sino a la totalidad del Estado] «(es decir,
la expresada de un modo diverso que por una regulación estatal)».
La conclusión es que «esta neutralidad conduce, sí, a una decisión, pero no a
una decisión política» (p. 100). Obviamente, es sólo judicial.
Ésta es la neutralidad de un perito que dictamina, de consejeros y del asesor idóneo en el tema, en la
medida en que no es representante de los interesados, ni un exponente del sistema pluralista; sobre
esta neutralidad se basa también la autoridad de un mediador y del árbitro, si no caen bajo la próxima
categoría (p. 100).
– «3. Neutralidad como expresión de una unidad y de una totalidad que son en
sí relativizantes y que, en consecuencia, abarcan todos estos agrupamientos con-
trarios entre sí».
43
jorge e. dotti
Ésta es la neutralidad de la decisión estatal de las oposiciones internas al Estado, frente a la fragmen-
tación y partición del Estado en partidos e intereses particulares, cuando la decisión hace valer el
interés del Estado como totalidad (p. 101).
– «4. Neutralidad del extranjero que está afuera del Estado, y que, en caso de
necesidad y como tercero actuando desde afuera, toma la decisión y, de este
modo, vuelve efectiva una unidad».
5.
44
técnica y neutralización en carl schmitt
a las ideas que conforman una visión de las cosas (con terminología muy fechada
diríamos «cosmovisiones» [Weltanschauungen]) y de sí mismos, y modelan por
ende también las acciones conexas, sus consecuencias y los modos de juzgarlas y
evaluarlas.
La continuidad del proceso secularizante reside en la principal connotación
identitaria de un momento histórico, en la manera como se va llevando a cabo la
neutralización del ejercicio del poder soberano y la deslegitimación del Estado.
6.
Schmitt presenta esta sucesión de esferas espirituales, todas las cuales impregnan
al conjunto completo de actividades humanas con un significado cultural com-
partido y les confieren una identidad histórico-espiritual. Esto abarca también
las posiciones antitéticas dentro de cada época.
Se trata de cuatro grandes pasos, simples y seculares. Guardan correspondencia con los cuatro siglos
y van desde lo teológico a lo metafísico, de aquí a lo moral-humanitario y, finalmente, a lo económico
(p. 80).
Y prosigue:
... En verdad, lo único que puede decirse de modo positivo es que la humanidad europea, desde el
siglo XVI, ha dado varios pasos desde un ámbito central a otro, y que todo lo que constituye el
contenido de nuestro desarrollo cultural está bajo el efecto de esos pasos. En los pasados cuatro siglos
de historia europea, la vida espiritual tuvo cuatro centros diversos, y el pensamiento de la élite activa,
que constituyó en cada caso la fuerza de choque más avanzada, se movió en los diversos siglos en
torno a diversos puntos centrales (p. 81).
Tenemos ámbitos, puntos o focos centrales, desde donde se irradia el sentido con
que una época se entiende a sí misma.
Como proceso, el desarrollo consiste en la secuencia de saberes que ocupan ese
espacio privilegiado como crisol ideológico o venero hermenéutico.
Antes de presentarlos, Schmitt aclara que no se trata de una ley del progreso ni
de la decadencia, ni, menos aún, pseudoprofecías.
Además señala que no debe concebirse el ámbito central como excluyente y
anulador de todos los otros centros hermenéuticos, diversos del imperante,
sino que esas alternativas subsisten junto a la que prevalece, conformándose
así una «coexistencia pluralística de estadios ya en movimiento». El ejemplo
aportado por Schmitt es la mayor afinidad espiritual que tiene «Berlín» con
«Nueva York o Moscú», respecto de la que pueda tener con «Munich o Tré-
veris» (pp. 81-82).
45
jorge e. dotti
La cuestión de los cambiantes ámbitos centrales concierne solamente al hecho concreto de que, en
estos cuatrocientos años de historia europea, las elitistas minorías dirigentes fueron cambiando, o sea,
concierne a la evidencia de que sus convicciones y argumentos cambiaron continuamente, tanto cuanto
el contenido de sus intereses espirituales, el principio de sus conductas, el secreto de sus éxitos políticos
y la predisposición de masas ingentes a dejarse impresionar por determinadas sugestiones (p. 82).
8.
De modo claro y particularmente evidente como un giro histórico único es el pasaje [Übergang]
desde la teología del siglo XVI a la metafísica del siglo XVI» (p. 82).
46
técnica y neutralización en carl schmitt
9.
El sucesivo siglo XVIII dejó de lado la metafísica, valiéndose, para ello, de la construcción de una
filosofía deísta; se trató de una vulgarización en gran estilo, de Iluminismo, de una apropiación lite-
raria de los grandes eventos del siglo XVII, fue humanización y racionalización (p. 82).4
El punto que más le interesa a Schmitt en el Siglo de las Luces es el que atañe a
la moral, que es elevada a criterio rector de la auténtica existencia humana.
Ser hombre es ser moralmente probo. Ni el autor del Contrato social ni, menos
aún, el de la Crítica de la razón práctica escapan del criterio moral como el distintivo
de la humanidad del ser humano: «El pathos específico del siglo XVIII es la “vir-
tud”, vertu es su palabra mágica, la obligación. Tampoco el romanticismo de Rous-
seau pasa por encima del muro de las categorías, que él [sin embargo] derrumba».
Poco después leemos: «Una expresión característica de este siglo es el concepto
de Dios en Kant, en cuyo sistema Dios, tal como se ha dicho no sin grosería,
aparece todavía sólo como “un parásito de la ética”» (p. 82).5
Pero es sobre todo en el sentido siguiente que Schmitt acentúa el aporte kan-
tiano: «... cada término de la fórmula “Crítica de la razón pura”, o sea, crítica,
pura y razón, apuntan polémicamente contra dogma, metafísica y ontologismo»
(pp. 82-83).
En este punto, queremos destacar una carencia que lamentamos en el ensayo
que estamos analizando.
Falta la proyección política de la moral, la invocación de la virtud como ban-
dera revolucionaria fácil de ser aceptada por las masas, pues permite contraponer
a la inmoralidad del despotismo la virtud de la revolución purificadora, o sea, de
la regeneración a través de la guillotina.
4. En general, el deísmo no niega expresamente la existencia de Dios, pero permite poner en discusión
la Providencia y, con ella, toda intervención extra-ordinaria, esto es, milagrosa. Socava también la
Revelación, porque el juez es la razón funcionando en conformidad a sí misma. La pena capital espera
a quienes, desde entonces en más, atenten contra la autonomía del ser humano.
5. Mentada es la racionalización de la fe religiosa que Kant lleva a cabo en la Crítica de la razón
práctica y, con una actitud –entendemos– afectada por el Terror, en La religión dentro de los límites
de la mera razón.
47
jorge e. dotti
10.
El pasaje sucesivo, al economicismo del siglo XIX, tiene una previa mediación
muy significativa a cargo del Romanticismo. «Con el siglo XIX, entonces, adviene
una era [Säkulum] en la que se produce el entrelazamiento, aparentemente híbrido
e imposible, de tendencias estético-románticas y económico-técnicas» (p. 83).
Por sorpresivo que esto pueda resultar, o no, el hecho es que Schmitt presenta
al Romanticismo como el mediador que, dejando atrás la espiritualidad abierta a
una trascendencia religiosa o metafísica abstracta, facilita si no el surgimiento, sí
el afianzamiento de la subjetividad yoica autocentrada y de la disciplina que ex-
pone la racionalidad de las conductas basadas en el privilegio del interés particu-
lar (por acotado que el Iluminismo busque presentarlo en términos de racionali-
dad y de sentimientos).
Coherentemente, esto conlleva la justificación de la efectivización racional del
saber económico en la forma de técnica o tecnología, dominatriz del centro his-
tórico-espiritual superador del humanismo moral, por su (presunta) capacidad
para resolver las conflictividades antes no resueltas, sino, peor, agravadas por
todas las neutralizaciones que lo han precedido.
Con esta conexión entre Romanticismo y Economía Política y, a partir de ella,
también con la técnica, Schmitt destaca el entramado profundo entre la visión ro-
mántica de las cosas y el utilitarismo del logos económico-tecnológico como ner-
vio de las conductas racionales. La técnica aporta a este cuadro existencial la validez
última, al concretar en la existencia lo utilitario por excelencia: el instrumento
como condición de posibilidad del rendimiento útil. La producción de mercancías,
constantemente renovada en su tecnología, es prueba fehaciente de esto.
La mirada siempre febril y las actitudes impulsivas, pero autoconsagratorias del
esteta romántico, pero también la nariz levantada y el rictus desdeñoso de su
heredero, el dandy que desprecia la vulgaridad y se condecora a sí mismo como
arbiter elegantiae en las artes, la moda incluida, son el gestus brechtiano que
exhibe la conflictividad entre moral y economía, cuya superación aparece como
factible para el espíritu de lo económico y lo científico-tecnológico. La ciencia de
la Economía Política lo demuestra.
La idea subyacente es que, recorriendo el arco de la noción de placer en su carácter
de experiencia inevitablemente individual, en primera y última instancia, tenemos
que el esteta, el dandy, el burgués y el proletario tienen un aire de familia que les da
el goce de consumir y consecuente realización personal, en la intensidad que fuere,
sin importar lo que consuman ni cómo lo hayan obtenido. A su manera, pertenecen
–y pertenecemos todos, hoy– a la cultura económica y científico-tecnológica.
Leamos a Schmitt:
48
técnica y neutralización en carl schmitt
Pues el camino desde lo metafísico y lo moral a lo económico pasa por lo estético, y el camino que
pasa por el todavía tan sublime consumo y placer estéticos es el camino más seguro y más cómodo a
la economicización [Ökonomisierung] general de la vida espiritual y a una constitución del espíritu
que en la producción y en el consumo encuentran las categorías centrales de la existencia humana.
49
jorge e. dotti
12.
50
técnica y neutralización en carl schmitt
sólo subsiste, sino que ha alcanzado una intensidad mayor que nunca antes,
como se hace evidente a quien capta el dinamismo esencial, profundo, de la rela-
ción contradictoria entre forma de producción capitalista y relaciones sociales de
producción, cuyo núcleo es la correlación burgués-proletario.7
El desarrollo científico-tecnológico de las técnicas productivas (la tecnología
imperante) no es el hilo conductor de la visión marxista en sentido estricto. Si así
fuera, simplemente la historia sería el sucederse de las fases del progreso técnico y
lo socio-económico sería una dimensión meramente deudora del dinamismo de la
tecnología y los elementos políticos, sociales, culturales, si no productos margina-
les, al menos instancias complementarias propias de contextos cambiantes y, a su
manera, meramente accidentales.
Si bien, entonces, Schmitt no es preciso en este punto, no baladí, sin embargo,
hay una notable comunidad entre su visión y la de Marx, no obstante cuánto se
contrapongan.
7. «... En la producción social de su existencia, los seres humanos entran en determinadas relaciones
necesarias, que son independientes de su voluntad; en relaciones de producción que se corresponden
con un determinado grado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas
relaciones constituye la estructura económica de la sociedad, o sea, la base real sobre la cual se eleva una
sobre-construcción jurídica y política, con la cual guardan correspondencia formas determinadas de la
conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona, en general, el proceso social,
político y espiritual de la vida. No es la conciencia de los seres humanos que determina su ser, sino que,
por el contrario, es su ser social que determina su conciencia. En un determinado punto de su
desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones
de producción existente, es decir, con las relaciones de propiedad (que son tan sólo la expresión jurídica
de aquéllas) dentro de las cuales tales fuerzas se habían movido hasta ese momento. Estas relaciones, de
ser formas de desarrollo de las fuerzas productivas, se convierten en cadenas de las mismas. Es entonces
que se abre una época de revolución social. Con el cambio de la base económica se descompone con
mayor o menor rapidez toda la gigantesca sobre-construcción. Cuando se estudian semejantes
descalabros, es indispensable distinguir siempre entre el descalabro material de las condiciones
económicas de la producción, que puede ser constatado con la precisión de las ciencias naturales, y las
formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, o sea, las formas ideológicas que permiten
a los seres humanos concebir este conflicto y combatirlo. Tal como no se puede juzgar a un hombre a
partir de la idea que tiene de sí mismo, tampoco se puede juzgar una época similar de descalabro a partir
de la conciencia que ella tiene de sí misma; es necesario, en cambio, explicar esta conciencia con las
contradicciones de la vida material, con el conflicto existente entre las fuerzas productivas de la sociedad
y las relaciones de producción. Una formación social no perece hasta que no se hayan desarrollado
todas las fuerzas productivas a las que puede dar curso; relaciones de producción novedosas y
superiores nunca entran en escena antes de que hayan madurado las condiciones materiales de su
existencia en el seno de la vieja sociedad. He aquí por qué la humanidad no se propone sino aquellos
problemas que puede resolver, por qué, considerando las cosas de cerca, se encuentra siempre que el
problema surge solamente cuando las condiciones materiales de solución existen o, al menos, están en
formación» (Marx, Karl y Engels, Friedrich, Werke, «Vorwort» a Zur Kritik der politischen Ökonomie.
Ed. Institut für Marxismus-Leninismus beim ZK der SED, Dietz, Berlin, 1961).
51
jorge e. dotti
Para Marx, la técnica es una de las fuerzas impulsoras del desarrollo productivo
capitalista, el cual crea, de este modo, las condiciones de la revolución que busca
destruir el Estado y, dictadura del proletariado mediante, instaurar la sociedad
libre del comunismo realizado. En este sentido, la aparente neutralidad de la
técnica (su instrumentalidad) deviene condición necesaria también del régimen
comunista (por el desarrollo de la capacidad productiva que exige), meta de la
acción política marxista, revolucionaria primero, y dictatorial después.
Para Schmitt, la técnica cierra el ciclo de la neutralización y despolitización.
Pero desde lo político en su conceptualización específica, es decir, desde la deci-
sión soberana que determina amistad y enemistad en vista de la defensa del orden
estatal frente al ataque que la revolución marxista propone para destruirlo, la
técnica en su máxima disponibilidad para el uso que los adversarios hagan con
ella es simultáneamente neutral (todos pueden usarla como instrumento) y lejos
está de despolitizar o, como mínimo, sonaría absurdo calificarla como neutrali-
zadora de lo político. Nuevamente una paradoja: cuanto más avanza la tecnolo-
gía del instrumento despolitizado, más alimenta la politización total e indiscrimi-
nada, contraria al sentido de das Politische schmittiano.
Esto porque la técnica colabora necesariamente con la intensificación del con-
flicto que apunta al Estado para destruirlo, es decir, buscando que colapse todo
lo que oculta o desfigura la explotación burguesa. Pero también es imprescindi-
ble para que sea efectiva la decisión excepcional. Dicho más sencillamente, lo
científico-tecnológico es condición necesaria tanto de la acción revolucionaria
antiestatal, como de lo político en cuanto decisión desencadenadora de la acción
antirrevolucionaria y de autodefensa del Estado.
Creemos que Schmitt intuye que la técnica contribuye a los intentos de poner
fin a la estatalidad, cuando cierra el párrafo que estamos considerando con pala-
bras que revelan que la técnica, desde la óptica schmittiana, está sometida a lo
económico y que el momento tecnológico está encuadrado en el marco referen-
cial del economicismo, casi en un segundo plano:
Sin embargo, el sistema [marxista] en cuanto tal es un sistema económico, y los elementos tecnológi-
cos [technizistischen] aparecen recién en vulgarizaciones posteriores. En su conjunto, el marxismo
pretende pensar desde la economía [ökonomisch denken] y, con esto, permanece en el siglo XIX, que
es esencialmente económico (p. 83).
52
técnica y neutralización en carl schmitt
13.
Para las grandes masas de los países industrializados, esta creencia [en la técnica] fue algo evidente y
comprensible por sí mismo. Pasaron por encima de todos los estadios intermedios, que caracterizan
el pensamiento de las élites rectoras, y para estas masas, a partir de la religión basada en la fe en los
milagros y en el más allá, surge sin ningún eslabón mediador una religión del milagro técnico, de los
logros humanos y del dominio de la naturaleza.
53
jorge e. dotti
Es así que, desde su comienzo, el siglo veinte aparece no sólo como la era de la técnica, sino también
de la creencia religiosa en la técnica. Varias veces se lo ha señalado como el de la era de la técnica y la
cuestión del significado de la tecnicidad debe permanecer abierto por ahora. Puesto que, en verdad,
la fe en la técnica no es más que el resultado de una determinada dirección, en la cual se mueve el
desplazamiento de los ámbitos centrales y, como fe, ha surgido como consecuencia lógica de los
desplazamientos (p. 84).
14.
54
técnica y neutralización en carl schmitt
Si el centro de la vida espiritual, durante los últimos cuatro siglos, se desplaza continuamente, la con-
secuencia es que también vayan mutando continuamente todos los conceptos y palabras, y es necesario
acordarse de la ambigüedad de cada palabra y concepto. Los malentendidos más habituales y toscos
(de los que, ciertamente, viven muchos timadores) se aclaran por la equivocada transposición de un
concepto que se ha radicado en un determinado ámbito –es decir, sólo en la metafísica o solamente en
lo moral, o sólo en lo económico– a los otros ámbitos restantes de la vida espiritual (pp. 84-85).8
E insiste: «También las nociones específicas de cada siglo reciben su sentido ca-
racterístico del respectivo ámbito central del siglo».
El ejemplo que da ahora es la noción de «Progreso», que, en su modulación
logradamente racionalista, «fue rectora en el siglo XVIII», porque además cubrió
todos los espacios semánticos (filosóficos, educativos, autodominio psicológico
tanto individual como colectivo y también «moral»).
8. El ejemplo schmittiano es el terremoto de Lisboa de 1755, que motivó una gran cantidad de
literatura moralista (v.g., los casos de Voltaire y Rousseau). Desde entonces, este motivo moral fue
desplazado del lugar primario y pervive, pero estudiado como fenómeno científico o como tema de
estudios humanistas (p. 85).
55
jorge e. dotti
Una vez que un ámbito deviene el central, entonces los problemas de los otros ámbitos se resuelven
desde él y valen sólo como problemas de segundo rango, cuya solución resulta por sí misma, una vez
que han sido resueltos los problemas del ámbito central (p. 85).
Creemos que lo que quiere indicar Schmitt es que si el preponderante foco, esfera
y crisol de las interpretaciones y comprensiones de la existencia que prevalecen
en una época no presenta aún dificultades y callejones sin salida, en este mo-
mento de auge, entonces, la resolución de las que presentaba el ámbito superado
no ofrece ninguna dificultad.
La continuación así nos lo da a entender: cuando por ejemplo el momento
teológico tiene sus problemas «en orden, todo lo otro “se les concede a los
hombres sin más”»; lo mismo ocurre en la época de la moral humanista, que
encuentra en la educación la clave que disuelve cualquier otra dificultad; en la
esfera económica, basta con solucionar «el problema de la producción y distri-
bución de bienes» y «las cuestiones morales y sociales ya no presentan más di-
ficultades».
Ahora cito detalladamente la frase que cierra este momento: «para el pensa-
miento meramente técnico, a través de nuevos descubrimientos tecnológicos [tech
nische], todas las otras cuestiones pasan a segundo plano [zurücktreten] ante esta
tarea del progreso técnico» (pp. 85-86).
Tomando estas últimas consideraciones en general, nos surge la duda de por
qué Schmitt no contempló la posibilidad de que un centro espiritual desplazado
del centro no pueda volver a ocuparlo gracias, precisamente, a la continua rese-
mantización de sus propias categorías, que todos los centros espirituales llevan a
cabo, tanto si prevalecen, como si han sido superados.
Esto lo habría obligado a desdibujar cierto tono determinista de la descripción
(la cual, reconocemos, se presenta como fiel a lo que sería una interpretación
compartida de la modernidad) y abriría un abanico de posibilidades que escapa-
rían a la mirada filosófica schmittiana, pues toda auténtica filosofía, cuya tarea es
comprender, llega siempre tarde, se constituye como pensamiento de la propia
época una vez que ésta ha desplegado en el tiempo humano sus connotaciones, o
sea, cuando la historia muestra que ya se ha realizado, ya alcanzó su efectividad
y parece estar a la espera de su reemplazante.
56
técnica y neutralización en carl schmitt
15.
Schmitt prosigue con su esquema pluralista, pues presenta una variedad de figuras.
Ahora da un cierto giro a su perspectiva, sin alterarla, más bien reforzándola,
pero ilustrándola con los diversos sentidos que tiene la figura socio-cultural del
intelectual comprometido con su época y cuya conducta es consecuente con la
impronta general del momento al que pertenece. Cada momento tiene su para-
digma de este actor que Schmitt califica «sociológico».
9. Schmitt entiende el clerc con una significación que abarca desde el clérigo medieval, el estudioso
y aun sabio posterior, el ayudante en estudios de abogacía y notariales, el estudioso que se especializa
y participa en los avatares modernos, hasta el intelectual comprometido con sus ideales. Sobre todo,
entendemos, este último es el significado que tiene en cuenta el jurista alemán. Téngase en cuenta
que dos años antes del ensayo schmittiano, Julien Benda (1867-1956) publicó La trahison des clercs,
donde imputa a los intelectuales haber olvidado su tarea de guardianes de la alta cultura, los valores
superiores del espíritu y entidades más o menos abstractas similares, llevados por una politización
extrema. El sentido schmittiano del término, en verdad, no es éste tampoco, pero hemos optado por
describir al clerc como un intelectual comprometido con la política. Benda, en cambio, denuncia la
ideologización contemporánea de los intelectuales, su obediencia a nociones como nación, patria,
clase, partido y análogas, que traicionan así a sus antecesores, forjadores de la alta cultura moderna.
Benda fue particularmente hostil a los dogmatismos religiosos y clericales, al nacionalismo y
tradicionalismo rancio, al marxismo como idea y más aún como régimen, al fascismo y al nazismo.
57
jorge e. dotti
Tal como hemos dicho, todos los conceptos y nociones de las esferas espirituales, a saber, Dios, liber-
tad, progreso, las nociones antropológicas de la naturaleza humana, de lo que es el espacio público
[Öffentlichkeit], de [lo que significa ser] racional y racionalización, por último, tanto el concepto de
naturaleza como el concepto mismo de cultura, todo recibe su contenido histórico concreto desde la
situación del ámbito central y sólo cabe concebirlo a partir de él (p. 86).
Sin embargo, tampoco fue, ni mucho menos, un esteticista ni un intelectual de bandería definida fiel
a principios absolutos, sino un crítico de la época, invocando principios morales de connotaciones
más bien abstractas y genéricas. Con una pirueta ideológica, simultáneamente negación de sus
posiciones iniciales y adaptación a los nuevos tiempos, terminó apoyando al stalinismo. Hélas!
En 1929, el término que usa Schmitt, clerc, no puede no haber llevado a sus lectores a pensar en el
Benda de 1927.
58
técnica y neutralización en carl schmitt
ha migrado, pasando a través del estadio cultural de la nación y del principio de la nacionalidad (cu-
jus regio, ejus natio), a lo económico y expresa que en un mismo Estado no puede haber dos sistemas
económicos contradictorios; el orden económico capitalista y el comunista se excluyen recíproca-
mente (p. 87)
El Estado soviético ha dado realidad al principio cujus regio, ejus oeconomia, con un alcance tal, que
demuestra que el conjunto formado por un ámbito compacto y una homogeneidad espiritual com-
pacta de ningún modo es peculiar de las guerras religiosas europeas del siglo XVI y tiene consistencia
sólo para el grupo de pequeños y medianos Estados europeos, sino que esa homogeneidad siempre
se adecua a los cambiantes ámbitos centrales espirituales y a las cambiantes dimensiones de imperios
mundiales autárquicos (p. 87).
Una afirmación que es válida para la Unión Soviética (pero rechazamos la califi-
cación de «Estado» con la que Schmitt designa un régimen totalitario que hace
tabla rasa con las diferencias de espacios, dinamismos y normatividades que son
10. Este principio, enunciado aproximadamente en las últimas décadas del siglo XVI y que
establece que cada unidad política seguirá la religión de su soberano (o que la religión del reino será
la de aquel que lo rige), fue el principio pacificador que se expresa en las distintas paces que ponen
fin a las prolongadas guerras religiosas, políticamente civiles e internacionales a la vez, que agitan
Europa hasta mediados del siglo XVII, fundamentalmente la Paz de Augsburgo de 1555, entre
Carlos V y los príncipes protestantes de la Liga de Schmakalden (derrotados por el emperador en
Mühlberg en 1547), y la Paz de Westphalen en 1648, que pone fin definitivo a las hostilidades (en
verdad, son los Tratados de Paz de Osnabrück y de Münster, de mayo y octubre de 1648) que
prosiguieron después de Augsburg, y sobre todo a las de la Guerra de los Treinta Años, que estalla
en 1618, y a la Guerra de Ochenta Años en los Países Bajos, que empieza con la rebelión contra
España de los principados neerlandeses, en 1568. En ambas se enfrentan las potencias y principados
católicos contra los protestantes.
Después de estas peripecias belicosas sangrientas (y podríamos sumar la Revolución inglesa),
queda instituido el principio de la soberanía nacional, la integridad territorial y la no injerencia en los
asuntos internos, a la par que la Monarquía Española como unidad de la Europa cristiana cede su
lugar histórico al sistema de las Repúblicas Cristianas, de distinto credo, pero euro-occidentales.
59
jorge e. dotti
consustanciales a la estatalidad), pero de igual modo cabe también para los Esta-
dos Unidos, no mencionados.
El paso concluye destacando la marca de espiritualidad, en la forma de auto-
conciencia, pleno conocimiento de la propia identidad, que ha de tener este tipo
de formación macro-estatal totalizante: «Lo esencial de este fenómeno reside en
que un estado económico moderno es el que se corresponde con el pensamiento
económico», como ámbito central. Y podríamos agregar: y con la tecnología que
está ligada a esta visión economicista, antes que teológica, política o racionalista
abstracta, humanitaria. «Un Estado de este talante aspira a ser un Estado mo-
derno, conocedor [wissender] de su propia situación epocal y cultural. Tiene que
tener la pretensión de conocer correctamente todo el desarrollo histórico. Sobre
esto se basa su derecho a imperar» (p. 87).11
Y finalmente, dando muestras de que tiene ante sus ojos la incierta situación de
la república weimariana, flanqueada por dos naciones imperiales, ambas economi-
cistas, ambas caracterizadas por una solidez espiritual en todos sus espacios y, como
tales, totalizadoras, pero una sola totalitaria, Schmitt hace una advertencia ambigua
en su puesta en práctica, pero a la que le atribuimos un sentido político no totalita-
rio, sino de protección del sistema vigente frente a los embates revolucionarios:
Un Estado que en una era económica renuncia a conocer correctamente y a guiar [leiten], a partir de
sí mismo, las relaciones económicas, tiene que declararse neutral en las cuestiones y decisiones polí-
ticas y, de este modo, renunciar a su aspiración a imperar (p. 87).
Admonición que Roosevelt parece refrendar con la política que siguió a partir de
1933 para sacar a Estados Unidos de la crisis que estalla en 1929.
Sin cambiar de tema, Schmitt encuentra que lo que no ha de hacer un Estado
de masas en el siglo veinte europeo es repetir el modelo liberal confiado en un
dinamismo de armonía basada en la neutralización de las contraposiciones me-
diante la total prescindencia, ante todo religiosa, del modelo que condensa en la
fórmula italiana que cita, la del «stato neutrale ed agnostico», que se muestra
pasivo y desentendido de los apremios, puesto que los ve como circunstanciales
y asume que se solucionarían con sólo dejarse llevar por el movimiento racional
del mercado y del compromiso parlamentario.12
11. El término «wissender» que traducimos con «conocedor» (las cursivas son del autor) y la
insistencia en la necesidad de «conocer correctamente» [richtig zu erkennen] se contraponen al
agnosticismo como ideología estatal, que Schmitt rechaza por relativista y por armonizarse con la
fuga de lo político. Ver la nota siguiente.
12. La conjunción de «neutral» y «agnóstico» en la fórmula puede ser de Schmitt, pero la fuente sería
la de «stato agnostico e abulico», tal como la acuña un importante jurista italiano y luego ministro de
Justicia en el régimen fascista, Alfredo Rocco (1875-1935), en su La trasformazione dello Stato. Dallo
60
técnica y neutralización en carl schmitt
16.
Esta segunda sección (cuyo título es casi una repetición del primero)13 ahonda,
entonces, el tema que nos reúne hoy, y si bien aquí se vuelven a proponer ideas
ya expuestas, no deja de ser tanto un complemento con explicitaciones de ellas,
como también páginas motivadoras para el lector.
Comienza así:
La secuencia de estadios que hemos expuesto, desde lo teológico, pasando por lo metafísico y moral,
hacia lo económico, significa simultáneamente una serie de progresivas neutralizaciones de los ámbi-
tos desde los cuales el centro se había desplazado [al sucesivo]. En consecuencia, considero que el más
fuerte y pródigo de estos giros espirituales de la historia europea es el paso que da el siglo XVII, desde
la teología cristiana tradicional al sistema de una cientificidad natural. Es por esto que ha sido deter-
minada, hasta el día de hoy, la dirección que todo desarrollo ulterior tenía que tomar (p. 88).
Stato liberale allo Stato fascista, «La Voce» Anonima Editrice, Roma, 1927. Para esta fórmula y
equivalentes, es decir, alusiones a la inoperancia del Estado que prescinde de todo lo que no sea un
administrativismo de corte tecnicista, porque carece de principios y creencias firmes, ver en su
«Introduzione» las pp. 7, 10, 17, 21-22. Cabe observar que Schmitt poseía un ejemplar de este libro
en su biblioteca personal, de aquí que bien puede haberse inspirado en él.
Schmitt utiliza la fórmula también en un importante artículo de 1930, o sea, contemporáneo al que
nos ocupa, que hemos vertido al español y comentado: cf. Schmitt, Carl, «Ética del Estado y Estado
pluralista», en Deus Mortalis. Cuaderno de Filosofía Política, 10, 2011-2012. Véanse i) nuestra
traducción en pp. 291-307 (la fórmula es mentada por Schmitt en estos términos: «... Estado
“agnóstico”, el stato agnostico del que se burla la crítica fascista», en p. 295; ii) nuestra «Observación
preliminar» en pp. 289-290; iii) nuestras «Notas complementarias», en pp. 309-524. De este tema nos
ocupamos, con muchos más detalles que ahora, en pp. 459-467.
13. Respectivamente «1. La secuencia de estadios de los cambiantes ámbitos centrales», y «2. Los
estadios de la neutralización y la despolitización». La ya señalada versión española de 1941, con
traducción de Javier Conde, alarga los títulos con dudosa elección retórica: «De cómo cada sector del
conocimiento humano puede convertirse, sucesivamente, en centro de atracción intelectual de una
época», y «Desenvolvimiento progresivo de la neutralidad y el destino de la política».
61
jorge e. dotti
En el núcleo del giro sorprendente reside un motivo básico elementalmente más sencillo y que fue
determinante durante siglos, a saber, el esfuerzo por alcanzar una esfera neutral. Luego de las estéri-
les [aussichtlosen] disputas y querellas teológicas, la humanidad europea buscó un ámbito neutral,
donde cesara la lucha y donde fuera posible el entendimiento, la unidad y el convencimiento recí-
proco (p. 88).
14. En este punto, Schmitt recuerda que Dilthey destacó lo que él, atendiendo a «la tradición estoica»,
consideró como el paso clave, el abandono de la «teología cristiana tradicional» y la construcción de un
«sistema “natural” para [der] la teología, la metafísica, la moral y el derecho». No obstante reconocer
la importancia de esta interpretación, no lejana a la suya, Schmitt insiste en que «lo esencial» consiste
en que «se abandonó el hasta entonces ámbito central, la teología y se buscó otro». Una vez que la
teología hubo perdido ese sitial privilegiado, las esperanzas se pusieron en el ámbito novedoso que fue
visto finalmente como el más capaz de presentar «el minimum de concordancia y premisas comunes,
que posibilitaran seguridad, evidencia y paz» (pp. 88-89). Y esto se fue repitiendo en cada cambio de
módulo hermenéutico privilegiado. Se fue transitando el camino con el mismo afán y la búsqueda de la
despolitización devino «la ley, que la humanidad europea siguió [nach welchem (...) “angetreten” ist]
durante los siglos siguientes y en conformidad a la cual construyó su concepto de verdad» (p. 89).
Schmitt posiblemente aluda a la idea general que anima, en gran parte, los trabajos publicados en el
Archiv für Geschichte der Philosophie entre 1891 y 1900 (más un trabajo presentado en la Academia
de Ciencias de Berlín, sobre la antropología en los siglos XVI y XVII, en 1904), los cuales, bajo el título
Weltanschaung und Analyse des Menschen seit Renaissance und Reformation, fueron publicados en el
segundo volumen de los Gesammelte Schriften de Dilthey, bajo el cuidado de G. Misch, en 1914.
62
técnica y neutralización en carl schmitt
El resultado es claro:
Los conceptos que habían sido elaborados durante muchos siglos de pensamiento teológico pasan a
ser, ahora, cuestiones sin interés y privadas. En la metafísica del Deísmo del siglo XVIII, a Dios
mismo se lo pone fuera del mundo y se vuelve una instancia neutral, frente a las luchas y oposiciones
de la vida real; se vuelve, como le dice Hamman a Kant, un concepto y deja de ser una esencia (p. 89).
En el siglo XIX, primero el monarca y, después, el Estado devienen magnitudes neutrales, y aquí, en
la doctrina liberal del pouvoir neutre y del stato neutrale encuentra su cumplimiento un capítulo de
teología política, donde el proceso de neutralización encuentra su fórmula clásica, porque ahora ha
abrazado también a la instancia decisoria [das Entscheidende], el poder político (p. 89).
Desde una posición que nos resulta excesivamente economicista, nuestro autor
presenta así este resultado previsible para quien comprende el proceso, y sor-
prendente para quienes se esperanzaron con el nuevo ámbito central:
Tampoco la cientificidad natural pudo implantar la paz. Partiendo de las guerras de religión se pasa
a las guerras nacionales del siglo XIX, determinadas a medias como todavía culturales y a medias
como ya económicas, y se llega, finalmente. a las guerras simplemente económicas (p. 89).
63
jorge e. dotti
17.
Como dice la zarzuela más famosa, «Hoy las ciencias adelantan que es una bar-
baridad, / que es una bestialidad, / que es una brutalidad».15
La ironía y la paradoja son aquí evidentes. Schmitt las plantea, con suma serie-
dad, desde su perspectiva decisionista y traza el mapa del camino que siguen los
intentos fracasados de paralizar lo político.
Con mayor precisión, digamos que está en juego la identidad específica de lo
científico-tecnológico, en tanto se lo encara no desde la epistemología (la con-
ceptualización autorreflexiva de la ciencia en términos filosóficos y científicos),
sino desde lo político-jurídico, específicamente encarado desde la conexión his-
tórica y cultural que existe entre, por un lado, la autonomización de la razón
respecto de la religión y del sometimiento de las ideas prevalecientes a los esque-
mas metafísicos clásicos (fundamentalmente, el sustancialismo y la cosmología
consecuente, expuesta en las grandes filosofías de la Antigüedad y de la escolás-
tica tomista) y, por otro, la técnica como discursividad y praxis que hegemoniza
el ámbito central, el hogar del calor que anima la fase final del proceso que quedó
expuesto en este ensayo de 1929-1930.
Schmitt señala que esta autonomía se alcanza a lo largo del siglo XVIII, en la
medida en que los pensadores iluministas desarrollan una justificación racional
de sus ideas y prácticas. Esto no significa una anulación de la fe y la religión ipso
15. La verbena de la Paloma o El boticario y las chulapas y celos mal reprimidos, con música de Tomás
Bretón y libreto de Ricardo de la Vega, de 1894.
64
técnica y neutralización en carl schmitt
facto, pero –dado que las rationes propias de los diversos cuerpos culturales que
fueron ocupando los ámbitos centrales antes que la técnica perviven aun cuando
no sean más las prevalecientes– lo que sí acontece es la subordinación de lo reli-
gioso a una racionalidad que se siente plenamente segura de sí misma una vez que
ve su productividad teórica y material en la ciencia y la tecnología.
La continuidad con lo económico es palmaria: el criterio de verdad es co-
mún, la utilidad (otros criterios de verdad intraepistemológicos, como, por
ejemplo, el más obvio: la coherencia entre premisas y conclusiones, o también
el de evitar el dogmatismo cerrado, para posibilitar, en cambio, la renovación
constante de hipótesis y leyes científicas, y otros, encuentran su confirmación
y renovada aceptación gracias a los resultados positivos que permiten obtener,
medidos en clave pragmática. Lo útil impera en la economía y en la técnica; su
nexo es de continuidad.
Si retomamos el proceso, vemos que, pese a la confianza que despierta la
razón para guiar la construcción de un nuevo mundo, especialmente a partir
del siglo XVIII, sin embargo, el Iluminismo entra en crisis cuando los hechos
son interpretados desde otras lecturas y realidades culturales, especialmente
políticas.
Queremos decir que la luz de la razón se demuestra de bajo voltaje como para
disolver las tinieblas anticivilizatorias que tendrían que estar disipadas. Las ideas
revolucionarias que se vigorizan en 1789 no parecen respaldar el terror impuesto
por la dictadura pedagógica y redentora de los jacobinos, ni la paz buscada pa-
rece encontrar su metodología adecuada durante las guerras de la Revolución y
del Imperio.
La marcha de la secularización neutralizadora y despolitizadora debe dar un
paso ulterior y desplazarse a un nuevo ámbito central, una nueva Thule, que no
podrá ser la última, como en la mitología clásica, pero que terminará resultando
tan peligrosa para los navegantes que quieran alcanzarla como lo era la antigua
para los navíos romanos.
El punto irradiante de renovada espiritualidad, lo económico, sobre el cual se
depositan las esperanzas de las minorías europeas (incluyendo naturalmente a las
de la república norteamericana), genera muchas ilusiones, pero ellas dejan de lado
–con o sin perspicacia– algunos de los elementos económicos, que pueden volver
dificultoso alcanzar la meta aspirada. En última instancia, el motor impulsor de
la actividad económica, la utilidad personal y colectiva, se alimenta con el com-
bustible de la competencia y del dinamismo de la oferta y el consumo, y el logro
del mayor beneficio para el mayor número no siempre encuentra en la realidad
la confirmación de su teorización en la ciencia correspondiente. O, al menos, la
encuentra pero sólo en comunidades cuya espiritualidad no es fácilmente expan-
65
jorge e. dotti
dible en todo el mundo y para toda la humanidad, que tales son las metas indi-
cadas por las metafísicas que respaldan a la ciencia económica.
De todos modos, el proceso sigue adelante y, entonces, lo económico –como
saber y praxis efectiva– se impone como la racionalidad distintiva de las relacio-
nes sociales que mantienen entre sí quienes podríamos llamar los homines oeco-
nomici. Desde el siglo XIX, la economía impregna el sentido de la conciencia
occidental y sigue haciéndolo cuando Schmitt escribe el ensayo que estamos
viendo. Es obvio que sigue haciéndolo hasta la fecha, pero los sucesos de las tres
o cuatro últimas décadas exigen reconsideraciones actualizadoras, complementa-
rias y correctivas, que Schmitt, fallecido nonagenario en 1985, no pudo intentar.
18.
66
técnica y neutralización en carl schmitt
Frente a las cuestiones teológicas, metafísicas, morales y mismo económicas, sobre las cuales se puede
discutir eternamente, los problemas puramente técnicos tienen algo de refrescante objetividad [etwas
erquickend Sachliches]; conocen soluciones clarificantes y es entendible que se busque una salvación
en la tecnicidad para desembarazarse de una problemática imposible de desembrollar, propia de todas
las otras esferas (p. 90).
Es en torno a este punto que «parecen coincidir rápidamente todos los pueblos
y naciones, clases y confesiones, todas las edades y géneros, porque se sirven de
las ventajas y comodidades del confort técnico como de algo evidente para todos
por igual» (p. 90).
67
jorge e. dotti
La esfera de la técnica pareció ser una esfera de la paz, del entendimiento [recíproco] y de la conci-
liación. El contexto de la creencia pacifista y tecnologicista, para nada claro de otro modo, pasa a
esclarecerse al tomar la dirección hacia la neutralización, por la cual se había decidido el espíritu
europeo en el siglo XVII y mantuvo, como llevado por el destino, hasta el siglo XX (p. 90).
19.
16. En este punto, Schmitt recuerda una conferencia que Max Scheler da en dos ocasiones: como
lección, el 8 de julio de 1927 en la Hochschule für Politik en Berlín y, después, como conferencia
pública, durante el semestre de verano del mismo año. Schmitt pudo haber asistido a alguna de ellas.
Se trata de un texto de Scheler basado en su «Eigene Lehre von “Politik und Moral” (Hauptgedanke)»
(que traduciríamos como «Pensamientos principales de la propia doctrina de la política y la moral»).
Cf. Scheler, Max, Schriften aus dem Nachlaß IV: Philosophie und Geschichte. Manfred S. Frings Hg.,
Bouvier, Bonn, 1990, pp. 43-76. Pero véase también las «Bemerkungen zu Manuskripte», en id., pp.
253 y ss. La Revista de Occidente lo publicó, en su N° 50 de 1927, pp. 129-159, bajo el título «El
porvenir del hombre».
68
técnica y neutralización en carl schmitt
69
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70
técnica y neutralización en carl schmitt
20.
Mas la neutralidad de la técnica es otra cosa que la neutralidad de todos los anteriores ámbitos. La
técnica es siempre sólo instrumento y arma, y precisamente porque sirve a ambos, no es neutral. A
partir de la inmanencia de la técnica no resulta ninguna decisión humana y espiritual, y menos que
ninguna la de la neutralidad. Todo tipo de cultura, todo pueblo y toda religión, toda guerra y toda
paz puede servirse de la técnica como de un arma. [...] Un progreso técnico no tiene por qué ser un
progreso metafísico o moral o ni siquiera económico (p. 90, c. n.).
Con cierta sorna, Schmitt desacredita a quienes, ilusionados con que el progreso
tecnológico conlleve «un progreso moral y humanitario, ligan así técnica y moral
de un modo totalmente mágico» (pp. 91-92). Son quienes creen que «el enorme
instrumental de la técnica actual será utilizado sólo en el sentido que les conviene
[in ihrem eigenen Sinne], que podrán ser amos de esas armas terribles» (p. 92).
Pensemos que esto ha sido escrito en 1929.
La continuación de la argumentación deja asomar una problemática decisiva,
que no es sino la del interrogante que abre el tratamiento schmittiano de la técnica.
A saber, hasta qué punto el nihilismo imperante irá incrementando su efecto
deletéreo o si lo político continuará siendo una respuesta a las crisis que la técnica
misma no podrá domeñar, esto es, si el cogollo decisionista de la soberanía será
desactivado y el orden en cruz de la república moderna (soberanía vertical, con-
senso horizontal) sustituido por un administracionismo tecnocrático que podrá
complementarse con actividades societales masivas, girando en torno a lo que
sería una cultura del ocio y del disfrute en espiral ascendente, que incluirá una
estandarización de una cultura del entretenimiento y de la información sin den-
sidad, fácilmente acogida por una masa culturalmente homogeneizada por los
medios comunicativos y de entretenimiento.
Este posible futuro, postpolítico, que Schmitt tiene in mente estaría sostenido
por una creciente productividad hipertecnologizada. Pero ciertamente, aunque
esta situación anulara la situación trágica mentada por el concepto de lo político
(esencialmente: la necesidad de una respuesta soberana extranormativa para sal-
var el imperio del Derecho y el orden estatal de la guerra simultáneamente civil
e internacional, desconocedora de toda restricción ética), sin embargo nada de
esto borraría del escenario existencial una violencia extrema que recurriría a todo
tipo de medios técnicos; por el contrario, la totalización cualitativa y cuantitativa
de los conflictos no cesaría de aumentar. Sólo que, de ser así, la especificidad de
la decisión excepcional schmittiana se diluiría en la de una tarea de represión si-
milarmente ilimitada sometida a los mismos criterios utilitarios –de autodefensa–
que guían el uso de la tecnología del adversario, cualquiera fuere éste.
71
jorge e. dotti
Pero la técnica misma permanece, si cabe que lo diga así, culturalmente ciega. De la pura nada-como-
técnica [Nichts-als-Technik], entonces, no puede resultar ninguna de las consecuencias únicas que
suelen seguirse de los ámbitos centrales de la vida espiritual: ni un concepto de progreso espiritual,
ni el tipo de un clerc o líder espiritual, ni un sistema político determinado (p. 91).
72
técnica y neutralización en carl schmitt
Schmitt entiende la técnica como lo absolutamente neutral, tan neutral que luce
como política y socialmente estéril, en antítesis con su gran productividad en
términos de ciencia aplicada y de instrumento económico privilegiado.
De aquí la desilusión de las esperanzas que despertó como el remedio final a
siglos de disputas sangrientas y, sobre todo, la expectativa de que pudiera dar
origen a una capa dirigente apta para la política:
La esperanza de que a partir de la inventiva tecnológica [aus dem technischen Erfindentum] pudiera
desarrollarse una élite políticamente apta para el mando, hasta ahora no encontró cumplimiento [...]
Nunca estuvo en manos de los técnicos la conducción y dirección de la economía actual, y hasta la
fecha nadie pudo construir un orden social conducido por técnicos más que a la manera de una so-
ciedad carente de conducción y dirección (p. 90).17
17. En esta cita elidimos dos ejemplificaciones. Schmitt ilustra su juicio con los saint-simonianos y
visiones futuristas similares de una sociedad mixta, en el sentido de que se armonizaría la moral
humanista, lo científico-tecnológico y las relaciones pacíficas en la «sociedad industrial». Y alude
también a Georges Sorel, «que dejó su profesión de ingeniero y se volvió un clerc» (p. 91).
73
jorge e. dotti
21.
Continuemos con la cita anterior, que atañe al divorcio entre política y técnica:
«Ninguna invención tecnológica significativa permite calcular cuáles serán sus
efectos políticos objetivos».
En los siglos XV y XVI, destaca Schmitt, los inventos tuvieron «efectos libera-
dores» de las ataduras medievales, fueron «individualistas y rebeldes»; tal como
la «invención de la imprenta condujo a la libertad de prensa». A lo cual le sigue
una observación importante: «Hoy en día, las invenciones tecnológicas son me-
dio para un inmenso dominio de las masas [Mittel einer ungeheuren Massenbe-
herrschung]; al de la radiofonía le corresponde el monopolio de la radiofonía; al
del cine, la censura cinematográfica» (p. 91).
En estas líneas Schmitt quiere poner en relevancia que la performatividad de
los medios tiene, por cierto, una condición de posibilidad en ellos mismos, desde
el punto de vista técnico, pero que su proyección política escapa del logos tecno-
lógico; nace de su incidencia cultural en la existencia política y social.
La decisión sobre libertad y servidumbre no reside en la técnica como técnica. Como tal, puede ser
revolucionaria o reaccionaria, servir a la libertad y a la opresión, a la centralización y a la descentra-
lización. De sus principios y puntos de vista solamente técnicos no surge ni un cuestionamiento
político ni una respuesta política (pp. 91-92).
74
técnica y neutralización en carl schmitt
Luego de que se hubo hecho abstracción, primero, de la religión y la teología y, luego, de la metafísica
y del Estado, se tuvo la impresión de que ahora se estaba sometiendo todo lo cultural en general a la
abstracción y que se alcanzaba la neutralidad de la muerte cultural (92).
Ninguna resistencia pudo ofrecer una «vulgar religión de las masas», que estaba
esperanzada en que la «aparente neutralidad de la técnica» traería «el paraíso hu-
mano»; ante esta intemperie de la cultura corroída por la lluvia ácida del nihilismo,
los grandes sociólogos sintieron que la tendencia que había dominado todos los estadios del espíritu
europeo moderno, amenaza ahora a la cultura misma. De aquí provino el temor ante las nuevas clases
y masas, que surgían de la tabula rasa resultante de la completa tecnificación.
18. Nuestro autor aporta detalles: «En Ernst Troeltsch, Max Weber, Walter Rathenau se encuentran
numerosas expresiones de tal estado de ánimo» (p. 92). Sumemos el aforismo de Nietzsche: «El
desierto crece, ¡ay de aquel que cobije desiertos!», Also sprach Zarathustra, capítulo 88, «Die
Töchtern der Wüste», comienzo del § 2.
19. El paso prosigue: «A un siglo europeo que se queja de la “maladie du siècle” y que está a la espera
de que Calibán establezca su dominio o “After us the savage God”, se añade una generación alemana,
que se queja de una era de la técnica vaciada de toda alma y en la cual el alma, desamparada, es
impotente. Inclusive en la metafísica de Max Scheler del Dios impotente o en la construcción de
Leopold Ziegler de una élite meramente efímera, fluctuante y, al final de cuentas, impotente queda
documentado el desamparo, sea del alma, sea del espíritu, ante la era de la técnica» (p. 92).
75
jorge e. dotti
76
técnica y neutralización en carl schmitt
22.
Asimismo, el miedo frente a la nada cultural y social surgió más de un miedo pánico por el status quo
amenazado, que a causa de un calmo saber acerca de la peculiaridad de los procesos espirituales y su
dinamismo. Todos los sucesos impactantes [Anstösse], novedosos y de envergadura, cada revolución
y cada reforma, toda élite nueva, provienen del ascetismo y de la pobreza voluntaria o involuntaria,
entendiendo por pobreza, ante todo, la renuncia a la seguridad del status quo (p. 93).
cristianismo originario y todas las reformas vigorosas dentro del cristianismo, la renovación benedic-
tina, clunicense, franciscana, el anabaptismo y el puritanismo, pero también cada renacimiento autén-
tico, con su regreso al simple principio de su propio tipo, cada auténtico ritornar al principio, cada
regreso a la naturaleza intacta, no corrupta, aparece ante el confort y el buen pasar del status quo
existente, como una nada cultural o social (p. 93).
Por cierto, Schmitt destaca lo que desea que ocurra en Europa occidental, una
regeneración que sea simultáneamente un rescate de la eticidad originaria y una
superación actual del proceso de su corrupción progresiva. En este sentido, la
mayor amenaza nace de la simultánea presencia en el panorama contemporáneo
del nihilismo y del relativismo, a la par que la del marxismo revolucionario, el
leninismo. El Estado debe volver a sus principios originales para recobrar su
impulso y seguir adelante, someterse a una regeneración o renovación integral.
Se trata de un movimiento inicialmente desapercibido, que
77
jorge e. dotti
23.
Estamos llegando al final del ensayo, pero no hemos prestado atención a su ini-
cio, donde Schmitt, de entrada, ubica la discusión que desarrolla en el contexto
de su época.
La frase inicial de este trabajo reza así:
Nosotros en Europa Central, vivimos sous l’oeil des russes. Desde hace un siglo, su mirada psicológica
ha escudriñado nuestras grandes nociones y nuestras instituciones; su vitalidad es lo suficientemente
fuerte como para apoderarse de nuestros conocimientos y nuestras técnicas cual si fueran armas; su
coraje para el racionalismo y para su opuesto, su fuerza para la ortodoxia en lo bueno y en lo malo,
son avasalladoras. Han realizado la ligazón entre socialismo y eslavismo, que Donoso Cortés profe-
tizó, ya en el año 1848, como el acontecimiento decisivo del siglo venidero (p. 79).
Es evidente que la amenaza mayor para Occidente la ubica Schmitt en ese lugar
donde la combinación de una técnica en continuo crecimiento y puesta al servi-
cio de un régimen autoritario, directamente totalitario, que ha demostrado estar
dispuesto a no escatimar esfuerzos y medidas de cualquier tipo para quemar
etapas y ponerse a la par de las naciones más industrializadas, es el ejemplo del
tipo de amenaza que exige decisiones excepcionales, porque sabe cómo neutrali-
zar la soberanía estatal y horadar los cimientos del Estado operando desde aden-
tro de él. Valerse de la legalidad para destruir la legalidad.
Los rusos han tomado el siglo XIX al pie de la letra, lo han conocido en su núcleo íntimo y han sacado
las últimas consecuencias de sus premisas culturales. Vivimos siempre bajo la mirada del hermano radi-
calizado, que obliga a seguir la conclusión práctica hasta el final. De modo totalmente independiente de
prognosis de política exterior o interior, se puede afirmar algo determinado: que en el suelo ruso se tomó
seriamente la antirreligión de la tecnicidad y que en él nace un Estado, que es en mayor grado e inten-
sidad más estatal que otrora un Estado de los príncipes absolutos, como Felipe II, Luis XIV o Federico
el grande. Una situación, ésta, que sólo es comprensible si se considera [aus] el desarrollo europeo del
siglo pasado; lleva a cumplimiento y sobrepasa en pujanza ideas específicamente europeas y muestra, en
proporciones enormemente incrementadas, el núcleo de la historia moderna de Europa (p. 80).
No quedan dudas de que Schmitt, como tantos alemanes, tiene puesto el foco de
su atención en el régimen soviético, pues lo atemorizador es precisamente el
78
técnica y neutralización en carl schmitt
24.
Reconocemos el pluralismo de la vida espiritual, sabemos que el ámbito central de la existencia espi-
ritual no puede ser un ámbito central y que es improcedente resolver un problema político con antí-
tesis como mecánico/orgánico o vida/muerte. Una vida que no tiene frente a sí más que la muerte no
79
jorge e. dotti
es ya vida, sino impotencia y desamparo. Quien no conoce otro enemigo que la muerte y nada divisa
en su enemigo que no sea mecanismo vacío está más cerca de la muerte que de la vida, y la cómoda
oposición entre lo orgánico y lo mecánico es en sí misma algo toscamente mecánico. Un agrupamiento
que de su propio lado ve únicamente espíritu y vida y del otro muerte y mecanismo no constituye otra
cosa que una renuncia a la lucha y tiene sólo el valor de un lamento romántico. Pues la vida no lucha
con la muerte ni el espíritu con la falta de espíritu. Espíritu lucha contra espíritu. Vida contra vida, y
de la fuerza de un saber íntegro surge el orden de las cosas humanas. Ab integro nascitur ordo.
Lo colegimos del final del ensayo que analizamos, cuando se proclama la necesi-
dad y la posibilidad de una nueva fuerza espiritual, alternativa al espíritu de las
presuntas neutralizaciones del conflicto extremo, las cuales han desembocado en
la condición presente, donde la instancia mediadora prevaleciente, encargada de
llevar la neutralización a su efectividad más exitosa, es la de la técnica. A esta fase
conclusiva seguiría aquella otra caracterizada por la preeminencia de un «saber
integral», que sostendrá «el orden de las cosas humanas». Con el virgiliano «ab
integro nascitur ordo» cierra nuestro autor su ensayo20 y anuncia que lo distintivo
del nuevo estadio integralmente sería una revigorización de la soberanía en el
cogollo de su función de mando, orientado a la protección del Estado.
25.
20. Schmitt, Carl, «Das Zeitalter der Neutralisierungen und Entpolitisierungen», en id., Der Begriff
des Politischen. Text von 1932 mit einem Vorwort und drei Corollarien. Duncker & Humblot, Berlin,
1963, pp. 79-95; cf. p. 95.
Independientemente de que Schmitt recuerde con alguna imprecisión el verso 5 de la famosa
Égloga IV de Virgilio, éste es algo diverso; dice así: «magnus ab integro saeclorum nascitur ordo». Si
se nos permite una traducción algo libre y ecléctica, proponemos ésta: «el magno ordenamiento de
las edades vuelve a generarse en su integralidad».
Podría pensarse que su memoria no le fue totalmente fiel a Schmitt, pero también que decidió
simplificar la cuestión, eliminando el hiperbólico adjetivo inicial; aludiendo a una renovación ética,
política y jurídica integral, de raíz, bien lejana de la idea clásica de la reapertura y repetición de todo
el ciclo, que está aconteciendo según el poema; evitando una proyección demasiado segura a un
futuro necesario, impropio de un católico, y confiando en que «ordo» podría ser entendido de un
modo más acotado, como si su referente fuera el Estado, en general, y el de Weimar, en particular. En
este último sentido, Schmitt entiende que la república de Weimar (en rigor un Reich republicano) está
amenazada por la inconciencia y/o irresponsabilidad de liberales y normativistas frente al peligro
marxista, y por la táctica de los Partidos Comunistas fieles a las pautas leninistas emanadas desde
Moscú, esto es, el socavamiento de la legalidad y de la legitimidad estatales valiéndose del
sometimiento formal y aparente a las leyes constitucionales, de modo de aprovecharlas para horadar
el sistema desde adentro y preparar el estallido revolucionario.
80
técnica y neutralización en carl schmitt
Schmitt imagina en sus trabajos el motivo central de una civilización del ocio,
del tiempo económicamente improductivo que podría escapar a la paradoja de la
técnica (cuanto más despolitiza lo político, más politiza en sentido contrario a lo
político) y llegar a convertirse en una pacificación definitiva de la conflictividad
inherente al ser humano. Pero esto sería la muerte de lo político. Sus subrogantes
definitivos serían la gestión tecnocrática, una élite de tecnócratas, un hedonismo
masivo, la espectacularización total mediante la participación –en alma todos, en
cuerpo sólo algunos– en la pluralidad no ya de posiciones políticas, sino de...
entretenimientos.
Schmitt no puede ver en esta variante más que un juego mental. Podrá no tener
respuesta a si el hombre es bueno o malo, pero su pensamiento es que la persis-
tencia de las estructuras más básicas de la soberanía estaría asegurada por un
destino que el ser humano no puede someter a su arbitrario, sino que le es cons-
titutivo: ser libre, posibilitado a decidir si vive bajo la ley o la desafía con su
desobediencia.
No puede pensar una despolitización posterior a la de la técnica, porque los
signos que puede haber percibido en su tiempo eran muy insuficientes como para
inferir de ellos el anuncio de un pasaje a un estadio superior y superador.
81
La invisibilidad Sebastián Abad
de la Iglesia:
el valor en la ética estatal
No es sencillo determinar con precisión qué entiende Schmitt por una ética es-
tatal en el texto «Ética estatal y Estado pluralista».1 El jurista no explicita acaba-
damente los conceptos que utiliza e inicia además un sinuoso camino por una
fenomenología del descrédito estatal que sólo al final del texto se cristaliza en un
conjunto de afirmaciones contundentes, pero abiertas. Aquí intentaremos pre-
cisar el estatuto de la ética estatal y explicitar lo que está en juego en tal conste-
lación conceptual, prestando especial atención al uso de la noción de «valor». El
razonamiento se divide en tres momentos. El primero de ellos presenta la carac-
terización schmittiana del pluralismo anglosajón. El segundo describe el funcio-
namiento de la noción de «valor» en el escrito de Habilitación de Schmitt: El
valor del Estado y el significado del individuo, mientras que el tercero busca los
fundamentos de esa noción en la filosofía del valor de H. Rickert, célebre a co-
mienzos del siglo XX y a la vez paradigmática en su género. En la última parte
se discute el significado de la ética estatal y la pertinencia de la noción de «valor»
para pensarla.
1. Schmitt, C., «Staatsethik und pluralistischer Staat», en Positionen und Begriffe. Duncker & Hum-
blot, Berlin, 1994, pp. 151-165. Referencia obligada para una lectura del texto es la traducción y co-
piosísima anotación de J. Dotti (Deus Mortalis 10, 2011-2012, pp. 289-524), que reconstruye las di-
versas discusiones que atraviesan el texto.
§1
Para tener presente con qué clase de pensamiento discute Schmitt, citemos ahora un
pasaje del famoso libro de Laski, Los fundamentos de la soberanía y otros ensayos:
El Estado monista [he aquí el vocabulario que retoma Schmitt2] es una estructura jerárquica en la cual
el poder se concentra, para propósitos decisivos, en un único centro. Los abogados del pluralismo
están convencidos de que esto es no sólo administrativamente insuficiente sino también éticamente
inadecuado [...] Creemos que esto [sc. la capacidad de gobernar y ser gobernados] puede lograrse de
mejor modo en un Estado cuya estructura no sea jerárquica, sino coordinada, es decir: en un Estado
en el cual la soberanía se halle particionada según cierto criterio o función. En efecto, la división del
poder y no su acumulación hace que los hombres sean más aptos para asumir responsabilidades.3
2. Sobre el sentido de este término en la discusión acerca del pluralismo, véase Hsiao, K. C., Political
Pluralism, Kegan & Paul. London, 1927, pp. 1-7, 175 y ss. Sobre el pluralismo en la obra de Schmitt,
von Waldstein, T., Der Beutewert des Staates. Carl Schmitt und der Pluralismus. Ares, Graz, 2009.
3. Laski, Harold, The Foundations of Sovereignty and Other Essays. Harcourt, Brace and Company,
New York, 1921, p. 240-241. Otro pasaje interesante: «El Estado es un animal absorbente; y hay
pocos períodos históricos más asombrosos que aquellos que registran su triunfo sobre los desafíos
que le plantean grupos competidores. No parece haber, al menos hoy en día, un método cierto para
escapar a sus exigencias» (p. 235).
84
la invisibilidad de la iglesia: el valor en la ética estatal
4. Cabe señalar que, antes de Catolicismo romano y forma política, este universalismo del Cristia-
nismo romano tiene importancia en la discusión sobre el concepto de «Estado» en el capítulo II de
El valor del Estado y el significado del individuo: Schmitt, C., Der Wert des Staates und die Bedeu-
tung des Einzelnen. Duncker & Humblot, Berlin, 2004, pp. 47 y ss., pp. 76 (nota 4), pp. 81 y ss. La
crítica a la noción kantiana y neokantiana (protestante) de legislación jurídica como «condición ex-
terior» de la «libertad interior», trae a la mente la primera oración de Catolicismo romano y forma
política. Sobre este asunto diremos unas palabras más adelante (§§ 2-3).
85
sebastián abad
mientos es, sin lugar a dudas, un dato de la vida moderna. Schmitt reconoce este
punto al afirmar que la unidad estatal no es sustancialmente independiente de la
pluralidad social. «La unidad del Estado ha sido siempre la unidad de multiplici-
dades sociales [...], en cierto sentido en sí misma pluralista».5 He aquí la verdad
filosófica del pluralismo, que ha de ser reconocida en su especificidad y limita-
ción. Tal límite, que a su vez organiza la especificidad, es justamente el momento
en que la condición de dicha experiencia plural (el orden político) se desquicia
ante la irrupción de lo excepcional.
La irrupción del caso serio permite ver retrospectivamente (y evitar a futuro)
la mala pluralidad de lo social. Cuando el Estado se reduce a un compromiso de
los grupos sociales, se «debilita y relativiza»; se convierte así en una instancia
«que se abstiene de tomar decisiones autoritarias y renuncia completamente a
dominar los enfrentamientos sociales, económicos y religiosos».6 Así pues, si lo
específico del pluralismo es su acierto a la hora de describir la materia de lo so-
cial, su insuficiencia para conceptualizar (y realizar) la unidad política indica en
cambio su limitación. En efecto, atacar un monismo extremo no significa haber
resuelto el problema de la unidad. Este problema incluye, a la luz del pasaje que
citamos a continuación, no sólo la estructura sino la conservación del Estado.
Existen por cierto [...] muchas y diversas posibilidades de configuración de una unidad política. Hay
unidad desde arriba (por mando y poder) y unidad desde abajo (procedente de la homogeneidad sus-
tancial de un pueblo); unidad a través de acuerdos permanentes y de compromisos de grupos sociales
o a través de formas de equilibrio producidas como fuere; una unidad que procede del interior y una
que se basa en la presión del exterior; una más bien estática y una dinámica, que se integra continua-
mente de modo funcional; al fin y al cabo, hay unidad a través del poder y a través del consenso.7
86
la invisibilidad de la iglesia: el valor en la ética estatal
Si los medios [para generar el consenso] quedan en manos de los grupos sociales o de hombres sin-
gulares y se sustraen al control del Estado, entonces llegamos sin duda al fin de lo que oficialmente
se llama «Estado»; el poder político se ha vuelto invisible e irresponsable, pero el problema ético-
social no se resuelve con esta constatación.8
87
sebastián abad
En rigor, lo político designa sólo el grado de intensidad de una unidad. La unidad política puede por
ello tener diversos contenidos y abarcarlos en sí misma. Pero indica siempre el grado más intenso de
unidad, a partir del cual, por ende, se determina también la distinción más intensa, el agrupamiento
amigo/enemigo. La unidad política es la unidad suprema [höchste] no porque sea una dictadora to-
dopoderosa [allmächtig diktiert] o nivele otras esferas, sino porque decide y en su interior puede
impedir que todos los agrupamientos contrapuestos entren en un grado de disociación tal que lleve
a la enemistad extrema (es decir, a la guerra civil).12
11. Aclaremos que, para Schmitt, el principio de la democracia es la identidad entre gobernantes y
gobernados y la homogeneidad política del pueblo. Según esto, el pluralismo sería un pensamiento
antidemocrático por su individualismo o «tribalismo» societal. Cf. Schmitt, C., Die geistesgeschicht-
liche Lage des heutigen Paralmentarismus. Duncker & Humblot, Berlin, pp. 5-23 (Vorbemerkung) y
27-41; Verfassungslehre. Duncker & Humblot, Berlin, 1993, pp. 223 y ss.
12. Schmitt, C., «Staatsethik und pluralistischer Staat», op. cit., pp. 159-160. El concepto de «intensi-
dad» merecería una reflexión aparte. En Der Begriff des Politischen (Duncker & Humblot, Berlin,
1996, p. 27), la intensidad se refiere a la asociación/disociación y no a la unidad misma. Sobre el tema,
cf. Figal, G., «Die Intensitätsgrad des Politischen. Carl Schmitts Phänomenologie der Feindschaft
und das Ende der ideologischen Weltbürgerkrieges», en Für eine Philosophie von Freiheit und Streit.
Politik – Ästhetik – Metaphysik. Metzler, Stuttgart, 1994, pp. 39-55; Villacañas Berlanga, J. L., «Su-
jeto, identidad y conflicto: el caso Carl Schmitt», en Cuaderno gris 8, 2007, pp. 196 ss.
88
la invisibilidad de la iglesia: el valor en la ética estatal
13. Schmitt, C., Der Begriff des Politischen, op. cit., pp. 39, 46, 45.
14. Schmitt, C., Politische Theologie. Duncker & Humblot, Berlin, 1996, p. 26.
15. Nietzsche, F., Also sprach Zarathustra, «Vom neuen Götzen», en Kritische Studienausgabe. De
Gruyter, Berlin, 1980ss, vol. 4, pp. 61-64. El Schmitt de los años 20 es profundamente (anti-) nietzs-
cheano cuando afirma que simbolizar al Estado como un Leviathan es dar por tierra con la represen-
tación (Römischer Katholizismus und politische Form. Klett-Cotta, Stuttgart, 2002, p. 36; cf. además
Verfassungslehre, p. 210). Nietzsche, es de público conocimiento, llama al Estado «el más frío de
todos los monstruos fríos» y (nos vemos tentados de decir por ende) el ladrón o falsificador de la voz
del «pueblo» (Also sprach Zarathustra, «Vom neuen Götzen», p. 61). Monstruosidad y falsificación
son, sin embargo, necesarias para garantizar de modo exterior la protección de la libertad interior. He
aquí la concepción «policial» del Derecho y el Estado que Schmitt atribuye a Lutero y Zwinglio,
fundadores de una larga tradición en el mundo germánico (Der Wert des Staates und die Bedeutung
des Einzelnen, p. 68).
89
sebastián abad
brevemente: cosas que, obviamente, sólo pueden ser objeto de una valoración
instrumental y en ningún caso de fidelidad y lealtad».16 Reservar el término «Es-
tado» para la máquina, aunque más no sea en el plano nomotético, constituye
una decisión gravosa. Las máquinas son instrumentos cuyo sentido y relevancia
se manifiesta en una finalidad extramaquínica. Así pues, al menos hasta nuestros
días, esta clase de relaciones (no diríamos que un ser humano tiene propiamente
un vínculo con una máquina) no se fundan en la fidelidad o la lealtad. Lo intere-
sante empero de este romanticismo antitécnico es la incapacidad de percibir que,
por razones históricas y organizacionales, el argumento maquínico debería apli-
carse a cualquier agrupamiento moderno, al menos si nos tomamos en serio la
afirmación weberiana de que el Estado funciona como una empresa porque la
racionalidad moderna se ha impuesto de modo irresistible.17 En ese caso, no ha-
bría razón para pensar que los agrupamientos sociales de nuestra época, al menos
cuando adquieren una magnitud considerable, puedan ser en general otra cosa
que máquinas, aunque más no sea por las condiciones administrativas de su re-
producción. Pero ningún pluralista osaría decir que una organización gremial, un
agrupamiento social, incluso una iglesia sean máquinas o aparatos.18
En contraste con el pluralismo, la visión filosófica por excelencia –según
Schmitt–, la greco-germánica, afirma que el Estado es una unidad superior real
y eficaz:
[e]l valor del Estado reside, para toda consideración filosófica del Estado, [...] en todos los casos en
su realidad concreta [konkreter Wirklichkeit] y un Estado carente de realidad no puede ser portador
ni recipiendario de exigencias, deberes y sentimientos concretos de naturaleza ético-estatal.19
16. Schmitt, C., «Staatsethik und pluralistischer Staat», op. cit., p. 159. La locución «valor instrumen-
tal» es, en alemán, instrumental gewertet.
17. Weber, M., Wirtschaft und Gesellschaft. Grundriss der verstehenden Soziologie. Mohr (Siebeck),
Tübingen, 1976, p. 825.
18. Sí, en cambio, lo dice con todas las letras el muy poco pluralista Louis Althusser, en su archifa-
moso texto publicado en La Pensée en 1970: «Idéologie et appareils idéologiques d’État. (Notes
pour une recherche)». Citamos el texto de la compilación Sur la reproduction, PUF, Paris, 1995, p.
79: «En d’autres termes, l’Ecole (mais aussi d’autres institutions d’Etat comme l’Eglise, ou d’autres
appareils comme l’Armée, qui est aussi gratuite et obligatoire que l’Ecole, sans parler des partis
politiques dont l’existence est liée à l’existence de l’Etat) enseigne des “savoir-faire” […]», etc. He-
mos agregado las cursivas.
19. Schmitt, C., «Staatsethik und pluralistischer Staat», op. cit., p. 155. Retomamos y analizamos este
pasaje más abajo (§ 4).
90
la invisibilidad de la iglesia: el valor en la ética estatal
Para una ética individual el individuo particular tiene valor [Wert] únicamente en cuanto hombre; el
concepto decisivo es según ello el de «humanidad». Efectivamente, la humanidad, por cierto la hu-
manidad como un todo, aparece en Laski y Cole como la instancia superior, y con el término «socie-
dad» Cole alude, aunque oscuramente, a algo similar a la humanidad. Pero eso es el universalismo o
monismo más amplio y extenso que quepa imaginar y cualquier cosa menos una teoría pluralista.21
§2
La idea de «representación» está tan dominada por la noción de la autoridad personal que tanto el
representante como el representado tienen que afirmar una dignidad personal. No se trata aquí del
concepto de una cosa [dinghafter Begriff]. En sentido eminente sólo una persona puede representar
20. Schmitt, C., «Staatsethik und pluralistischer Staat», op. cit., p. 161 (cursiva agregada).
21. Schmitt, C., «Staatsethik und pluralistischer Staat», op. cit., p. 157.
22. Schmitt, C., «Staatsethik und pluralistischer Staat», op. cit., p. 162.
91
sebastián abad
23. Schmitt, C., Römischer Katholizismus und politische Form, op. cit., pp. 31-32. Este pasaje funda-
mental, que aproxima a Dios a los valores, no lo habría redactado seguramente Schmitt de este modo
unos años más tarde. No unos, sino muchos años después se mofa el jurista tanto de una declaración
del II Concilio Vaticano –en la que bona se traduce por «valores»– cuanto de la encíclica «Mater et
magistra», donde «la palabra latina bonum se traduce al italiano como valore y al alemán como Wert»
(Schmitt, C., Die Tyrannei der Werte, herausgegeben von S. Schelz. Lutherisches Verlagshaus, Ham-
burg, 1979, pp. 13-14).
24. Schmitt, C., Der Wert des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, p. 21. De esta empresa teórica
son interlocutores principales, según Galli, el mismísimo Hegel (a quien Schmitt sigue con reservas,
a pesar del panegírico con que se cierra el libro), el positivismo jurídico (que toma como derecho toda
enunciación estatal), el neokantismo de Marburgo (con su reinterpretación del Derecho en el marco
de la razón práctica), y el intuicionismo y vitalismo del Freirecht. Cf. Galli, C., Genealogia della
política. Carl Schmitt e la crisi del pensiero politico moderno. Il Mulino, Bologna, 1996, p. 315. Res-
pecto de la relación Hegel/Schmitt, cf. Kervégan, J. F., Hegel, Carl Schmitt. Lo político: entre especu-
lación y positividad. Escolar y Mayo, Madrid, 2007. Sobre el Freirecht, véase Klein, M., Demokratis-
ches Denken bei Gustav Radbruch. Berliner Wissenschafts-Verlag, Berlin, 2007, pp. 138 ss.
25. Schmitt, C., Der Wert des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, op. cit., pp. 9-10.
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la invisibilidad de la iglesia: el valor en la ética estatal
26. Schmitt, C., Der Wert des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, op. cit., pp. 36-37: «Die
beiden Welten stehen einander gegenüber».
27. El análisis del «significado del individuo» y su valor se halla en el tercer capítulo de El valor del
Estado y el significado del individuo. Véase, por ejemplo, Schmitt, C., Der Wert des Staates und die
Bedeutung des Einzelnen, op. cit., p. 93 (y también pp. 12 y ss.). En la densísima Introducción,
Schmitt afirma que el libro pertenece a una época de mediación (mediabilidad: Mittelbarkeit) abso-
luta, un tiempo en modo alguno individualista, sino más bien signado por la técnica y la organización
anónima (Der Wert des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, op. cit., pp. 12-13; cf. también el
párrafo final del libro, pp. 107-108).
28. Schmitt, C., Der Wert des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, op. cit., p. 45.
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sebastián abad
29. Schmitt, C., Der Wert des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, op. cit., p. 77. En p. 76, nota
2, aparece una de las citas favoritas de Schmitt, cuyo autor es Goethe: la idea «siempre hace su apa-
rición como un huésped extraño [tritt immer als fremder Gast in Erscheinung]». Según esto, el De-
recho originario puede pensarse como Idea de Derecho que sólo el Estado realiza.
30. Schmitt, C., Der Wert des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, op. cit., p. 52: «Die höchste
Gewalt, die den Staat ausmacht, ist ihrem Wesen nach eine Einheit, die nur durch wertende Kriterien
gewonnen wird» (cursiva agregada).
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la invisibilidad de la iglesia: el valor en la ética estatal
31. Schmitt, C., Der Wert des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, op. cit., p. 56.
32. Schmitt, C., Der Wert des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, op. cit., pp. 10, 86. Véase,
además, p. 43: el Estado como sujeto en sentido eminente del Derecho, p. 73: el Estado como porta-
dor (Träger) de la norma, y p. 75: el Estado como mediador (Mittler) del Derecho.
33. Schmitt, C., Der Wert des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, op. cit., p. 57.
34. Schmitt, C., Der Wert des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, op. cit., p. 70. Cf. También
p. 67: «El Derecho realiza las condiciones exteriores de la eticidad interna. Todo eso sólo puede sig-
nificar que el Derecho instaura para el hombre una vida tranquila y procura la seguridad necesaria
para las cosas más importantes».
35. El origen de la «teoría» se halla en la Introducción de Kant a la Metafísica de las constumbres:
Kant, I., Metaphysik der Sitten, AB 14-18, en Werke in sechs Bänden, W. Weischedel (Hrg.). Wissens-
chaftliche Buchgesellschaft, Darmstadt, 1998, vol. 4. Las objeciones a Stammler se refieren al libro
Theorie der Rechtswissenschaften. Buchhandlung des Waisenhauses, Halle, 1911 (Schmitt cita la
edición de 1915) mientras que de Natorp se cita el artículo «Recht und Sittlichkeit», en Kant Studien
18, 1913, pp. 1-79.
95
sebastián abad
estos móviles, que son distintos de la idea del deber, tienen que provenir de los fundamentos patoló-
gicos de la determinación del arbitrio, de inclinaciones y aversiones, y entre éstas, de las últimas,
porque ésta ha de ser una legislación que coaccione [nöthigend], mas no una atracción [Anlockung]
que invite.37
36. Kant, I., Metaphysik der Sitten, AB 15, op. cit., nota.
37. Kant, I., Metaphysik der Sitten, AB 15, op. cit. Schmitt cita parcialmente este pasaje en Der Wert
des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, op. cit., p. 60.
96
la invisibilidad de la iglesia: el valor en la ética estatal
Una consideración del Estado que pretenda más que reunir material para asuntos de utilidad no
puede darse por satisfecha con un proceder «inductivo», «exacto»; para ella el concepto de «Estado»
sólo puede obtenerse al referirlo, dentro de un sistema de valores, a una colocación [Stelle] de la cual
se derive su autoridad. El Estado, que ha de ser algo distinto del efecto subsistente del actuar con-
junto de hombres aislados, de un punto de cruce de causas y efectos que se piensa como algo subsis-
tente, que ha de ser más que un poder absurdo, es introducido, según el ritmo de valoraciones, como
miembro de un mundo que no se basa en él, y allí se le atribuye un significado que él no determina
sino que lo determina. Debe por ello su dignidad a una legalidad que no procede de sí mismo, frente
a la cual su autoridad posee un carácter derivado. Esto significa que tal legalidad sólo puede ser ha-
llada en el Derecho; que el Derecho no se puede definir a partir del Estado, sino el Estado a partir del
Derecho; que el Estado no es el creador del Derecho, sino el Derecho el creador del Estado: el De-
recho antecede al Estado.39
Resulta claro entonces que una consideración filosófica del Estado ha de basarse
en criterios de valor «autóctonos»40 y no puede construirse como derivada exte-
rior de una legislación ética a la cual habría que sazonar con un poco de coacción.
He aquí en síntesis la pars destruens antiindividualista, eminentemente dirigida
contra el neokantismo y el protestantismo conservador. En cualquier caso, si
bien la intención del jurista es clara, no lo es tanto el fundamento conceptual en
que se asienta. Presentaremos ahora esquemáticamente algunas variaciones de la
noción de «valor», tal como aparecen en una Wertphilosophie paradigmática,
muy famosa en la época en que Schmitt escribe El valor del Estado y el signifi-
cado del individuo.
38. Schmitt, C., Der Wert des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, op. cit., pp. 69, 70.
39. Schmitt, C., Der Wert des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, op. cit., p. 50.
40. Schmitt, C., Der Wert des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, op. cit., p. 19.
97
sebastián abad
§3
A comienzos del siglo XX, la noción de «valor» y la filosofía del valor se habían
extendido por doquier en Europa. Alemania no era una excepción: no sólo los
herederos de Nietzsche, sino también los neokantianos habían adoptado este
vocabulario.41 Como puede verse en El valor del Estado y el significado del indi-
viduo, Schmitt tiene enormes reservas respecto de los de Marburgo, pero podría
haberse hallado más cerca de los kantianos de Baden. En esta línea, Hofmann
sostiene que la posición del jurista sobre el valor es deudora del neokantismo de
Rickert y que el nexo entre ambos es el libro El objeto de conocimiento,42 donde
aparece la noción de Urteilsnotwendigkeit, la necesidad o apremio de juzgar,
fundamental para comprender el «valor» del Estado.43 En términos generales,
Hofmann está sin duda en lo cierto al subrayar el carácter paradigmático de la
reflexión rickertiana sobre el valor, que podríamos considerar expresión de esa
época. Sin embargo, salvo que tomemos esta inspiración en un sentido muy vago,
no es sostenible desde un punto de vista exegético.
Según Rickert, la filosofía trascendental se ocupa del ámbito de un sentido y
valor trascendentes. Este «reino» posee subsistencia respecto de las actividades
judicativas empíricas y constituye de ese modo un respaldo para el conocimien-
to.44 Lo que interesa a Rickert es superar la idea del conocimiento como represen-
tación, que consiste en la separación de la conciencia y el ser, y en la consiguiente
teoría del conocimiento como «copia» (o imagen: Abbild).45 La alternativa a esta
doctrina es la idea del conocer como juzgar, es decir, como afirmación (Bejahung).46
41. Cf. Ollig, Hans-Ludwig, Der Neukantianismus. Metzler, Stuttgart, 1979, pp. 121 y ss. Como
exponente de esa hegemonía puede consultarse, con valor de resumen –sin detrimento de la finesse
especulativa de su autor–, Lask, E., «Rechtsphilosophie», en Die Philosophie im Beginn des 20. Jahr-
hunderts. Festschrift für Kuno Fischer [Separatabdruck]. Carl Winters Universitätsbuchhandlung,
Heidelberg, 1905. Véase Wiederhold, K., Wertbegriff und Wertphilosophie. Reuther & Reichard,
Berlin, 1920. De esta época son también las Vorlesungen über Ethik und Wertlehre 1908-1914, de E.
Husserl (Gesammelte Werke, herausgegeben von U. Melle, Kluwer, Dordrecht, 1988 [Husserliana
vol. XXVIII]). Como resultará evidente, la reconstrucción de la posición rickertiana que se presenta
a continuación no sólo es esquemática, sino que además carece de intención crítica. Sólo pretende
iluminar la idea de una ética estatal según Schmitt.
42. Rickert, H., Der Gegenstand der Erkenntnis. Einführung in die Transzendental-Philosophie.
Mohr (Siebeck), Tübingen, 1915 [1º edición, 1892], pp. 197 y ss.
43. Hofmann, H., Legitimität gegen Legalität. Der Weg der politischen Philosophie Carl Schmitts.
Duncker & Humblot, Berlin, 2002, p. 51, n. 101.
44. Rickert, H., Der Gegenstand der Erkenntnis, op. cit., p. 280.
45. En «Zwei Wege der Erkenntnistheorie», publicado en Kant Studien 14 (1909), Rickert deja claro que
una teoría del conocimiento como copia (reproducción inmanente de lo que es dado como cosa) es
obsoleta. Su sucedánea, la Erkenntnistheorie, sólo se ocupa de problemas relativos a la forma (p. 177).
46. Rickert, H., Der Gegenstand der Erkenntnis, op. cit., p. 176.
98
la invisibilidad de la iglesia: el valor en la ética estatal
47. Rickert, H., Der Gegenstand der Erkenntnis, op. cit., p. 182.
48. «Dies ist (ja) wirklich» (Rickert, H., Der Gegenstand der Erkenntnis, op. cit., p. 186).
49. Rickert, H., Der Gegenstand der Erkenntnis, op. cit., pp. 256-257. La cita se halla en la p. 257.
50. Rickert, H., Der Gegenstand der Erkenntnis, op. cit., pp. 279 y ss. Cf. Gurvitch, G., «La théorie
des valeurs de Heinrich Rickert», en Revue Philosophique de la France et de l’Étranger, t. 124, nº
9/10, 1937, p. 81: «La verdad no se puede afirmar más que como un valor opuesto al ser, sensible o
suprasensible».
51. Rickert, H., Der Gegenstand der Erkenntnis, op. cit., p. 253.
52. Rickert, H., «Vom Begriff der Philosophie», en Logos 1, 1910-1911, p. 12. Según B. Centi, la va-
lidez constituye una instancia intermedia entre el ente real inmanente y el objeto irreal trascendente:
99
sebastián abad
Como hemos visto, lo teórico y el valor no se oponen en modo alguno. Cada teoría y cada conoci-
miento se basa en la validez de valores, y a estos valores teóricos los tiene que tratar la teoría del cono-
cimiento, justamente porque es teoría de la teoría, como valores válidos. Las normas y el deber ser se
derivan de suyo de ellos y pueden considerarse, en ese sentido, secundarios. Por cierto, si se entiende
el deber sólo como la regla para el juzgar derivada del valor, el término «valor» es en efecto la mejor
denominación, si no la única, para el factor en el que se basa la objetividad del conocimiento.54
[p]or «valor» se entiende además (lo que el deber ser jamás podría significar) una realidad valiosa
[wertvolle Wirklichkeit] o un «bien», y es preciso distinguir cuidadosamente este significado del [sc.
que se refiere al] concepto de objeto. De otro modo caeríamos en una metafísica platonizante del
valor, que interpreta lo que tiene validez como si fuera algo real; y justamente esto es lo que ante todo
tenemos que evitar.55
«lo que Cohen consideraba un ideal regulativo se convierte para Rickert en una presuposición, una
idea, una dimensión irreal que proporciona orientación a nuestra actividad cognitiva» (Centi, B.,
«The validity of norms in Neo-Kantian ethics», en N. de Warren & A. Staiti (comps.), New Approa-
ches to Neo-Kantianism. CUP, Cambridge, 2015, p. 135).
53. Un resumen de este argumento se halla también Rickert, H., «Über logische und ethische Gel-
tung», en Kant-Studien 19, 1914, pp. 182-184.
54. Rickert, H., Der Gegenstand der Erkenntnis, op. cit., pp. 281-282 (cursiva agregada). Cf. además
Rickert, H., «Psychologie der Weltanschauungen und Philosophie», en Logos 9, 1920-1921, p. 4:
«Decisiva para la objetividad del “buen” subjetivismo, ganada en el terreno del Criticismo [Kritizis-
mus], sólo puede ser alguna clase de validez o de valor».
55. Rickert, H., Der Gegenstand der Erkenntnis, op. cit., p. 285. Cf. también al respecto Rickert, H.,
«Vom Begriff der Philosophie», pp. 20 y ss. Al analizar el concepto de «valor» en relación con el de
100
la invisibilidad de la iglesia: el valor en la ética estatal
«sentido», Rickert llega a su modo a la idea schmittiana de lo polémico (para la cual Koselleck acuñó
el término asymmetrische Gegenbegriffe) a través de la distinción entre Seinsbegriff y Wertbegriff.
Así, por ejemplo, la negación no-valorativa del adjetivo «humano» carece de contenido, mientras que
su negación en el modo de la valoración produce el par humano/inhumano, que opone, en lo que a
la humanidad se refiere, lo que debe ser a lo que no debe ser (Der Gegenstand der Erkenntnis, op.
cit., p. 269).
56. Rickert, H., «Vom Begriff der Philosophie», op. cit., pp. 11 y ss.
57. Rickert, H., «Psychologie der Weltanschauungen und Philosophie», op. cit., p. 5; «Vom Begriff
der Philosophie», op. cit., p. 17.
58. Cuando se trata de «justificar la existencia del mundo», dice Rickert, «todo se divide en bueno y
malo» (Der Gegenstand der Erkenntnis, op. cit., p. 270).
59. Como señala F. Beiser, «Normativity in Neo-Kantianism: Its Rise and Fall», en International
Journal of Philosophical Studies 17, 2009, pp. 9-27, la conexión, mediación o encuentro de ser y valor
fue el tema de Rickert desde sus inicios en el pensamiento. Según el autor, no logró dar cuenta de
dicho problema.
101
sebastián abad
ambos ámbitos tan lejos como para que valor y realidad se enfrenten como
opuestos inconciliables; sostenemos la conexión originaria al interpretar la viven-
cia del acto desde el valor».60
Al situar el punto de partida de la actividad judicativa en el valor mismo, su-
bordinando el carácter psíquico y empírico de esa actividad, Rickert llega, como
indicamos arriba, a la estructura intermedia o plano del sentido (Sinn), que no es
en sí misma una realidad ni un valor. En este plano está en juego no la explicación
(como sucede en la ciencia) ni la comprensión (como sucede respecto del valor
como tal), sino la interpretación (Deutung), que constituye o produce significa-
ción (Bedeutung) para un valor. Si la Deutung es, empíricamente considerada, un
acto psíquico, filosóficamente se presenta como un «contenido» objetivo. En
efecto, la Sinndeutung no es «constatación de lo que es ni mera comprensión del
valor, sino la consideración de un acto subjetivo en lo que respecta a la significa-
ción de un valor, la concepción de dicho acto como toma de posición respecto de
aquello que vale».61 Mirada la actividad de interpretación desde el valor, ya no
importa quién, cuándo, cómo y por qué realizó tal actividad, sino más bien el
significado subsistente de ese acto efímero. Es necesario «invertir por completo
el camino usual, que intenta captar los valores partiendo del sujeto. Sólo par-
tiendo de los valores podemos ingresar en el sentido del sujeto».62
Llegados a este punto, percibimos el aire de familia de la conceptualización o,
más bien, del vocabulario de Rickert y el de Schmitt en El valor del Estado y el
significado del individuo. En primer lugar, quedan delineados tres planos: el nor-
mativo puro o valor, el plano de la mediación significativa del valor y, finalmente,
el plano de la facticidad o realidad. En segundo lugar, ambos coinciden también
desde un punto de vista metódico en construir la instancia mediadora (la con-
ciencia moral, el Estado) de forma descendente a partir del momento puro del
valor. Sin embargo, en lo que a nuestro problema se refiere, las diferencias son
más importantes y, por así decirlo, decisivas.
A fin de ilustrar el núcleo de las divergencias, retomamos ahora la primera
afirmación del pasaje recién citado: la anfibología del valor. La construcción de
una sistemática de los valores exige que el camino que conecta el valor y el bien
se transite en la dirección opuesta a la que antes consideramos (desde el valor al
sentido), es decir: partiendo del sentido de los bienes culturales para llegar al
valor como tal. Lo que en particular nos interesa de esta vía metódica es captar
no tanto la forma en que Rickert trata el valor en general, sino más bien cierto
60. Rickert, H., «Vom Begriff der Philosophie», op. cit., pp. 25-26 (cursiva agregada).
61. Rickert, H., «Vom Begriff der Philosophie», op. cit., p. 27.
62. Rickert, H., «Vom Begriff der Philosophie», op. cit., p. 28.
102
la invisibilidad de la iglesia: el valor en la ética estatal
tipo de valor. Este proceder conceptual puede hallarse en el texto «Sobre el sis-
tema de los valores», donde el filósofo intenta construir, a partir de un criterio
formal, un sistema abierto (a la contingencia y creatividad históricas) para clasi-
ficar o tipificar el valor.63 El trabajo clasificatorio se orienta por los principales
bienes culturales (esferas, diríamos hoy en día) en las cuales el valor se da o está
adherido (haftet).64 De esta tipificación, que incluye desde luego el valor teórico
–pero también el religioso y el estético–, nos interesa en particular, en línea con
los propósitos de nuestro trabajo, el valor ético.
A diferencia de los valores teóricos, referidos a la contemplación, los valores
éticos se relacionan con la acción, la realización. Lo ético (sittlich) lo piensa Ric-
kert desde la ética (Ethik) como disciplina filosófica abocada a la «personalidad
“autónoma”». A la ética no le interesan según esto las conductas instintivas que
conducen a la obediencia de lo instituido, sino el reconocimiento autónomo de
lo que vale como ley. ¿De qué ley o legislación estamos hablando? ¿Se trata del
individuo, del grupo social, del Estado? ¿Son compatibles esas formas de legisla-
ción? Rickert no ingresa en detalles, pero la sencillez y contundencia con que
toma una decisión sobre el bien ético por antonomasia muestran que la intención
antiindividualista y antirrelativista de la filosofía del valor puede no traducirse en
un resultado acorde con esa intención.
Es preciso considerar la vida social en su totalidad desde el punto de vista en que ésta favorezca la
personalidad libre, autónoma y desde aquí hay que entender agrupamientos como el matrimonio, la
familia, el Estado, la Nación, la Humanidad cultural [Kulturmenschheit], etc., en su significado ético.
En caso de que alguien hallara muy estrecho nuestro concepto de lo ético, denominamos social-éticos
a los valores que se dan [haften] en estos bienes […]. La tendencia social-ética intenta que en todos
lados, en la vida pública y la privada, se construyan personalidades libres.65
63. Esta clasificación se ordena a la construcción de una cosmovisión. Sobre el tema, cf. Rickert, H.,
«Psychologie der Weltanschauungen und Philosophie», op. cit., passim.
64. Rickert, H., «Vom System der Werte», en Logos 4, 1913, p. 298.
65. Rickert, H., «Vom System der Werte», op. cit., p. 312.
103
sebastián abad
[el término] «social» sólo puede significar, como hemos dicho, que el bien ético [ethische Gut], la
personalidad, siempre vive fácticamente en alguna clase de comunidad con otras personalidades y, en
lo que atañe a su [sc. de la personalidad] sentido ético, no es siquiera separable conceptualmente de
tal comunidad.68
66. Rickert, H., «Über logische und ethische Geltung», op. cit., p. 207.
67. Rickert, H., «Über logische und ethische Geltung», op. cit., pp. 190-194.
68. Rickert, H., «Über logische und ethische Geltung», op. cit., pp. 215-216 (cursiva agregada).
104
la invisibilidad de la iglesia: el valor en la ética estatal
69. Rickert, H., «Über logische und ethische Geltung», op. cit., p. 218 (cursiva agregada).
105
sebastián abad
§4
Para Schmitt, como vimos, el Estado es, según su idea, (el único) sujeto del éthos
jurídico, y el concepto de «valor» permite justificar la enunciación estatal como
instancia mediadora del Derecho originario. Si utilizamos el vocabulario ricker-
tiano para expresar la intención schmittiana en El valor del Estado y el significado
del individuo, podríamos decir que de un lado, el valor ético-jurídico se da en la
institución estatal en cuanto bien ético y, del otro, que el sentido del Estado es
realizar el valor jurídico (la Idea de Derecho) en virtud de una legitimidad que
nada adeuda a la facticidad. En otras palabras, la validez de lo jurídico-estatal
debe ser pensada de modo descendente y no sociológicamente, como efecto de
relaciones de poder. Según esto, la jerarquía y el orden no son propiedades in-
trínsecas de las realidades históricas sino, como dijimos antes, Deutungen de
valores. Si, como quiere Rickert, el bien ético (moral) es el yo libre y autónomo,
pensado como yo social, el bien jurídico debería ser en cambio, siguiendo a Sch-
mitt, el Estado. A diferencia de Rickert, quien razona de modo individualista y
hace caso omiso del problema de la mediación institucional del valor ético-jurí-
70. Lask, «Rechtsphilosophie», op. cit., p. 15: «Als das Absolute an allen sozialen Institutionen gilt
so die “Gemeinschaft” im Sinne einer bloßen Koexistenz von individualer Sittlichkeit […]». La ex-
cepción a esta invariante podría ser la teoría de la corporación de Gierke, la cual, sin embargo, recep-
tada en el mundo anglosajón, acaba por trabajar de modo antiestatal.
106
la invisibilidad de la iglesia: el valor en la ética estatal
dico, Schmitt intenta pensar la institución mediadora como tal a la luz del valor
y, así, evitar la deriva individualista que reprocha a los neokantianos. Sin em-
bargo, en el texto de 1930 sobre la ética estatal las cosas son distintas, en parte
porque Europa, y en particular Alemania, han cambiado para siempre en sentido
político. Y esa transformación de lo político no podría dejar intacto al Estado y
a la forma de pensarlo, a punto tal que gran parte de los textos fundamentales de
Schmitt se inscriben en el arco que trazan los años 1914-1930.71 Hecha esta acla-
ración, reiteremos ahora la pregunta que cierra el § 3: ¿cómo hay que pensar, tras
quince años, la reaparición de la noción de «valor» en la crítica del pluralismo
desarrollada en «Ética estatal y Estado pluralista»?
En este texto la noción de «valor» cambia por completo su sentido. Tal muta-
ción podría deberse, entre otras cosas, a la estructura misma del Wertbegriff. Si
bien es cierto que a la idea de «valor» y a la noción de «validez» rickertianas, que
hemos hallado en El valor del Estado y el significado del individuo, se les puede
atribuir una intención antirrelativista y antiindividualista, la constelación del va-
lor contiene inscripta en su lógica misma la tensión entre el origen empírico y la
validez que parece ir en sentido contrario a tal intención. Esta tensión permitiría
explicar la permanente ambigüedad u oscilación del concepto de valor entre una
instancia que se impone al sujeto y éste reconoce en su validez (en virtud de una
donación extraempírica que oficia de freno al relativismo), y otro polo, a saber:
el acto de apreciación en su desnudez, que constituye en cada caso un unicum. Si
ya Nietzsche había desambiguado enérgicamente esta tensión al remitir todo
valor a una voluntad de poder y afirmar, con ello, que el valor en cuanto tal ca-
rece de autosubsistencia,72 Rickert cree superar la «recaída» típicamente nietzs-
cheana en los «valores vitales» o Lebenswerte73 invirtiendo sin más el planteo del
filósofo de Röcken. De esta manera, lejos de solucionar el problema, lo desplaza
71. Mencionemos algunos: El valor del Estado y el significado del individuo (1914), Romanticismo
político (1919), La dictadura (1921), Teología política (1922), Catolicismo romano y forma política
(1923), la Urfassung de El concepto de lo político (1927), la Doctrina de la constitución (1928) y «La
época de las neutralizaciones y las despolitizaciones» (1929). En 1929 Schmitt lee también la ponen-
cia «Ética estatal y Estado pluralista» en un encuentro de la Sociedad Kant en Halle.
72. Cf. Por ejemplo, Nietzsche, F., Nachlaß 1885-1887, en Kritische Studienausgabe, op. cit., vol. 12,
pp. 17, 97, 98 («reducción de juicios de valor lógicos a [juicios de valor] morales y políticos […]»),
107-108, etc. Cf. además Zur Genealogie der Moral, en Kritische Studienausgabe, op. cit., vol. 5, pp.
252-253, 266 y ss. Como es sabido, Heidegger formalizó la conexión entre filosofía del valor y nihi-
lismo a partir de su interpretación de Nietzsche en el marco de la «historia del ser». Véase Heidegger,
M., «Nietzsches Wort “Gott ist tot”», en Holzwege, Gesamtausgabe, tomo I, vol. 5. Klostermann,
Frankfurt am Main, 1977, pp. 250 y ss. En forma condensada aparece la tesis heideggeriana en el si-
guiente pasaje: «Si, con todo, el valor no deja ser al Ser lo que éste es como Ser mismo, entonces la
supuesta superación del nihilismo es antes que nada su consumación» (p. 259).
73. Rickert, H., «Lebenswerte und Kulturwerte», en Logos 2, 1911-1912, passim. Cf., más arriba, § 3.
107
sebastián abad
74. Rickert tiene plena conciencia de este «subjetivismo de las valoraciones»: véase «Psychologie der
Weltanschauungen und Philosophie», op. cit., p. 8 (cf. también pp. 3-4). Por otra parte, en «Vom
Begriff der Philosophie», postula una «superación del mal subjetivismo en la doctrina del valor
[Wertlehre]» (p. 18).
75. Schmitt, C., Über die drei Arten des rechtswissenschaftliches Denkens. Duncker & Humblot,
Berlin, 1993, pp. 24 y ss.
76. Cf. Dotti, J., «Notas complementarias a “Ética estatal y Estado pluralista”», op. cit., pp. 425 y ss.
77. Cf. Waechter, K., Studien zum Gedanken der Einheit de Staates. Über die rechtsphilosophische
Auflösung der Einheit des Subjekts. Duncker & Humblot, Berlin, 1994, pp. 15-79.
78. Schmitt, C., Verfassungslehre, op. cit., pp. 10, 21, 83 y ss. Cf. además Der Begriff des Politischen,
op. cit., p. 44.
108
la invisibilidad de la iglesia: el valor en la ética estatal
El valor del Estado reside, para toda consideración filosófica del Estado –no importa que su impronta
sea individualista o colectivista– en todos los casos en su realidad concreta, y un Estado carente de
realidad no puede ser portador ni recipiendario de exigencias, deberes y sentimientos concretos de
naturaleza ético-estatal. Relaciones éticas como la fidelidad y la lealtad son únicamente posibles, en
la realidad de la vida concreta, respecto de hombres o formaciones que existen de modo concreto, no
respecto de construcciones y ficciones.79
Si, en virtud del análisis realizado hasta aquí, leemos este pasaje desactivando la
noción de «valor», sólo cabe afirmar que la ética estatal versa, en esencia, sobre
la relación de fidelidad ciudadana respecto del Estado, entendido como unidad
irreductible a un «aparato» o «instrumento», pero también a una esfera o mo-
mento de lo social. Esta lectura se verifica en el último apartado de «Ética estatal
y Estado pluralista», donde Schmitt enumera diversas formas, incluso contradic-
torias, de ética estatal. ¿Cuáles son estas formas? O, mejor, ¿cuál es el criterio de
clasificación que permite distinguirlas? Según nuestra lectura, si existe –o no– la
posibilidad histórica de presuponer la realidad política estatal, es decir: la unidad
del Estado.
Si estamos en lo cierto, la división entre las diversas formas de la ética estatal
arrojaría el siguiente resultado: de un lado quedan la ética estatal kantiana (indi-
vidualista) y la hegeliana (Estado como sujeto autónomo del mundo ético), las
cuales presuponen la unidad del Estado, ya que esa unidad no se halla, en la si-
tuación histórico-política del caso, en cuestión; del otro lado, las variantes de la
ética estatal referidas a un Estado cuya unidad no se puede presuponer o, en otras
palabras, un Estado en riesgo de disolución. Ejemplo de esta forma estatal es
justamente el Estado pluralista, el cual según Schmitt constituye la realización –
deseada o no, ajustada a su propósito o no– de la doctrina pluralista de la lealtad
parcial o corporativa, y donde, en virtud del fraccionamiento y división del Es-
tado (y la consiguiente ausencia de una regla de normalidad) la convivencia se
vuelve insoportable.80
La oposición de la época se da, pues, en el horizonte de la crisis del Estado,
entre estatalismo y pluralismo, salvo que ahora el estatalismo actual (a diferencia,
por ejemplo, del estatalismo hegeliano) no puede suponer sin más la unidad del
Estado (y en este sin más cabe un mundo). Así, pues, si llevamos la clasificación
79. Schmitt, C., «Staatsethik und pluralistischer Staat», op. cit., p. 155. Como hemos visto, en Der
Wert des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, Schmitt sólo reconoce una conceptualización del
Estado «acorde con su Idea».
80. Schmitt, C., «Staatsethik und pluralistischer Staat», op. cit., p. 164.
109
sebastián abad
hasta las últimas consecuencias, sólo hay en nuestra época una ética estatal, que
es estatalista; la ética pluralista no lo es en sentido estricto, al menos si se la con-
sidera a la luz de la idea schmittiana del Estado y de lo político que reseñamos en
§ 1. Volvamos ahora sobre un pasaje ya citado:
Para una ética individual, el individuo particular [Einzelne] tiene valor únicamente en cuanto ser
humano; el concepto decisivo es el de «humanidad». En el caso de Laski, la humanidad aparece cier-
tamente como instancia superior; y con el término «society» Cole se refiere, aunque de modo con-
fuso, a algo parecido a la humanidad.81
En lo que parece una cita de El valor del Estado y el significado del individuo, el
individuo sólo adquiere «valor» (¿dignidad?) al pensarse bajo un universal, ya
que –como dice Kant82– el valor no se presenta como característica empírica de
un particular.83 En otras palabras, el individuo no es el fragmento dado de la vida
social, sino aquella particularidad que ha podido pensarse a la luz de una ley y
vive entonces según ella. Es una tarea, mas no un dato. En una Individualethik,
el único mediador de cualquier legislación, el juez, es el individuo. Pero para una
ética estatal la mediación de la legislación jurídica siempre tiene lugar en el Es-
tado como unidad del pueblo. Desde este punto de vista, en el caso extremo, una
ética individual basada en la noción «humanidad» constituye, como dijimos, el
permiso de juzgar sobre los asuntos decisivos («exteriores») de la comunidad.
Pero esto es precisamente lo que le está vedado según «Ética estatal y Estado
pluralista» y también El valor del Estado y el significado del individuo, donde –
como vimos– Schmitt reconoce exclusivamente al Estado la potestad de decidir
en el éthos jurídico, y distingue tajantemente la legislación ética de la jurídica.
Según nuestra lectura, la idea de una ética estatal es incompatible con la noción
sublimada de «valor» en sentido neokantiano y también con la recaída vitalista
nietzscheana. Como pudimos ver en el caso de Rickert, a quien tomamos como
un paradigma de la Wertphilosophie, la realización del valor ético no sólo se
piensa, bajo la figura del «individuo social», por fuera de toda mediación polí-
tico-institucional, sino que además se asemeja considerablemente a las categorías
del pluralismo anglosajón que Schmitt critica en su texto sobre la ética estatal. Si
81. Schmitt, C., «Staatsethik und pluralistischer Staat», op. cit., p. 157.
82. La derivación del valor a partir de la ley moral aparece en Kant, I., Grundlegung zur Metaphysik
der Sitten, AB 79, en Werke in sechs Bänden, op. cit., vol. 4. En el famoso pasaje sobre valor y precio
en el Reino de los fines (AB 77), Kant contrapone el valor condicionado de inclinaciones y necesida-
des al valor absoluto –sin reemplazo equivalente– de la Gesinnung éticamente buena. Al primero lo
llama «valor relativo»; al segundo, «valor interno».
83. Schmitt, C., Der Wert des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, op. cit., p. 98; cf. además pp.
100, 106.
110
la invisibilidad de la iglesia: el valor en la ética estatal
84. Gurvitch, G., «La théorie des valeurs de Heinrich Rickert», op. cit., p. 82.
85. Schmitt, C., «Staatsethik und pluralistischer Staat», op. cit., p. 165.
86. Schmitt, C., Der Hüter der Verfassung. Duncker & Humblot, Berlin, 1996, pp. 71-91, 96-115,
132-159. Aquí entran en escena dos claves conceptuales de gran importancia: de un lado, la noción
de «Estado total», entendida como un difuminamiento de la distinción entre Estado y sociedad; del
otro, la determinación y especificación político-constitucional del pluralismo como «Estado de par-
tidos de coalición débil». Desde entonces ya no se trata del valor del Estado, sino de la capacidad del
custodio de la Constitución para neutralizar los conflictos, evitar la descomposición del Estado y,
podríamos decir, hacerlo digno de lealtad.
111
Carl Schmitt y las dos Andrés Rosler
1. Véase Arendt, Hannah, «On Violence», en Crises of the Republic. Nueva York, Mariner Books,
1972, p. 160.
2. Véase Galli, Carlo, Lo sguardo di Giano. Saggi su Carl Schmitt. Bologna, Il Mulino, 2008.
1. Un poco de violencia
Michel Wieviorka tiene razón: «Hoy, la violencia parece haber perdido toda le-
gitimidad en el espacio político, al punto de significar el mal absoluto. Es ella la
que la sociedad, unánime, debe proscribir y combatir, tanto en su seno como
afuera de ella».4 Sin embargo, tal como suele pasar con aquello que tiene muy
mala prensa, es muy difícil caracterizar la violencia con alguna precisión, ya que
a nadie le gusta que le digan que lo que hace es violento y, probablemente, al
revés, la mala prensa tenga a su vez algo que ver con esta imprecisión conceptual.
La terminología empleada por los Estados también ha contribuido a la impre-
cisión, ya que por razones ciertamente políticas, más precisamente conservado-
ras, los Estados designan sus propias actividades en términos de «fuerza» (v.g.
«fuerza policial», «fuerzas del orden», etc.), mientras que suelen considerar todo
acto insurgente como «violento» por definición.5 Un defensor del sindicalismo
anarquista y por lo tanto enemigo del Estado como Georges Sorel toma el ca-
mino inverso, ya que reivindica la violencia en perjuicio de la fuerza, precisa-
mente porque la fuerza tiene connotaciones estatales y burguesas mientras que la
violencia se propone destruir la opresión estatal:
la fuerza tiene como objeto imponer la organización de determinado orden social en el cual gobierna
una minoría, mientras que la violencia tiende a la destrucción de ese orden. La burguesía ha empleado
la fuerza desde el comienzo de los tiempos modernos, mientras que el proletariado reacciona ahora
contra ella y contra el Estado mediante la violencia.6
3. Véase, v.g., Dreyfus, Sophie, Généalogie du délit politique. Paris, Foundation de Varenne, 2009.
4. Wieviorka, Michel, La Violence. Paris, Hachette, 2005, pp. 67-68.
5. Véase Coady, Cecil A. J., Morality and Political Violence. Cambridge, Cambridge University
Press, 2008, pp. 23-24.
6. Sorel, Georges, Reflexiones sobre la violencia. Madrid, Alianza, 1976, p. 231.
114
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
7. Nietzsche creía que «la vida actúa esencialmente [...] ofendiendo, violando, despojando, aniqui-
lando, y no se la puede pensar en absoluto sin ese carácter» (Nietzsche, Friedrich, Genealogía de la
moral. Madrid, Alianza, 2008, p. 98).
8. Juan Altusio (Johannes Althusius), por ejemplo, también creía que en el caso de un tirano, hay que
responder «con palabras, cuando es solamente con palabras que el tirano viola el culto de Dios y ataca
los derechos y fundamentos del Estado; se puede resistir por la fuerza y por las armas cuando él
ejerce la tiranía a mano armada y desplegando la fuerza» (Politica Methodicae Digesta, § 63, cit. en
Turchetti, Mario, Tyrannie et tyrannicide de l’Antiquité á nos jours. Paris, Presses Universitaires de
France, 2001, p. 559).
115
andrés rosler
daño físico excluyera casos que merecieran ser considerados violentos, como lo
son algunos serios abusos psíquicos. Por otro lado, la noción de daño psíquico
podría adolecer de problemas muy similares a los de las concepciones moraliza-
doras de la violencia, si permitiera que la determinación del daño psíquico depen-
diera del sujeto afectado antes que de un estándar imparcial. Sin embargo, dado
que nos interesan los casos usuales de violencia política, en aras de la argumenta-
ción vamos a proceder sobre la base de la concepción minimalista de violencia.9
9. Bufacchi, Vittorio, Violence and Social Justice. Londres, Palgrave MacMillan, 2007, pp. 41-44. Allí
el autor habla de la violencia como la violación de la «integridad» de la persona.
10. Véase Hobbes, Thomas, Elementos filosóficos. Del ciudadano, traducción de Andrés Rosler. Bue-
nos Aires, Hydra, 2010, pp. 278-279.
11. Kant, Immanuel, Metafísica de las costumbres, traducción de A. Cortina Orts. Madrid, Tecnos,
1989, p. 153.
12. De ahí que Hegel sostenga que el castigo es el derecho del delincuente porque está contenido en
la máxima de su acción. Véase Hegel, Georg W. F., Principios de la Filosofía del Derecho, traducción
de Juan Luis Vermal, 2da. ed. Barcelona, Edhasa, 1988, p. 161.
116
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
De ahí que surja la cuestión de cuál es la relación que guarda la violencia «co-
mún» con la «principista». En efecto, una vez que distinguimos entre dos clases
de violencia, la común y la «súper», emerge la cuestión de, por así decir, cuál es
mejor (o peor, para el caso). Quizás llame la atención la pregunta por la estima-
ción de la violencia principista, sobre todo teniendo en cuenta la muy buena
prensa de la que suele gozar la acción inspirada en principios. Sin embargo, no
hay que olvidar que a pesar de que haya mucha gente que pueda aspirar a justi-
ficar su conducta, e incluso estar dispuesta a morir por ella, no por eso merece
necesariamente nuestra aprobación. Como muy bien decía Oscar Wilde, «una
cosa no es necesariamente verdadera porque un hombre muera por ella».15
117
andrés rosler
si la oposición de los pacifistas contra la guerra fuera tan fuerte que podría llevar a los pacifistas a una
guerra contra los no-pacifistas, en una “guerra contra la guerra”, entonces quedaría demostrado que
tiene suficiente fuerza política, porque es lo suficientemente fuerte para agrupar a los hombres según
amigo y enemigo,17
16. «homicidium, cum admittunt singuli, crimen est, virtus vocatur cum publice geritur» (Cipriano,
Ad Donatum VI, cit. en Grocio, Hugo, De jure belli et pacis. Cambridge, Cambridge University
Press, 1853, vol. III, p. 77).
17. Schmitt, Carl, Der Begriff des Politischen, texto de 1932 con un prefacio y tres corolarios. Berlín,
Duncker & Humblot, 1963, pp. 36-37.
18. Véase Marqués de Condorcet, Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu hu-
mano y otros textos, selección y traducción de Francisco González Aramburo. México, Fondo de
Cultura Económica, 1997, p. 157.
19. Schmitt, Carl, Der Begriff des Politischen, texto de 1932, op. cit., p. 37.
118
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
ya no se llama enemigo, pero para eso, como violador y alterador de la paz, él es declarado hors-la-loi
y hors l’humanité, y una guerra librada por la protección o ampliación de posiciones de poder eco-
nómico mediante la proclamación de propaganda es hecha una «cruzada» y una «última guerra de la
humanidad».20
En cambio, no es ninguna novedad que según Carl Schmitt las acciones políticas
gozan de autonomía normativa. En efecto, para Schmitt «Una determinación del
concepto de lo político sólo puede ser ganada a través del descubrimiento e iden-
tificación de las categorías específicamente políticas». Mientras que los criterios
propios de lo moral son «bueno y malo», y de lo estético son «bello y feo», y de
lo económico «rentable y no rentable», el criterio autónomo de lo político en el
que se basan todas las «acciones y motivos políticos» en sentido propio «es la
distinción de amigo y enemigo».21 Es la autonomía de lo político la que explica,
por ejemplo, por qué el «enemigo político no necesita ser moralmente malo, no
necesita ser estéticamente feo».22
Lo que resta saber es si dicha autonomía normativa de lo político son o buenas
o malas noticias, sobre todo cuando «el punto de lo político es alcanzado» den-
tro del Estado.23 De hecho, se podría decir que el tema de la primera gran mono-
grafía de Schmitt, La dictadura, es precisamente un estudio de lo político en el
plano interno:
debido al interés jurídico, se procura que la martial law contenga una serie de preceptos formales.
Y en realidad no para el campo de batalla, en la guerra contra el enemigo exterior o en las colonias,
sino más bien para la lucha contra el adversario político interno, es decir, allí donde la acción del
Estado se dirige contra los ciudadanos propios.24
Antes de seguir adelante convendría tratar una objeción bastante difundida, se-
gún la cual la expresión «violencia política», bien entendida, en el fondo no es
sino una contradicción en sus términos. En efecto, para Hannah Arendt y sus
acólitos deliberativistas, todo acto violento no solamente no puede ser político,
sino que es en realidad «antipolítico».25 Según Arendt
119
andrés rosler
lo que hace del hombre un ser político es su facultad de acción; le permite encontrarse con sus pares,
actuar en concierto, y alcanzar metas y emprendimientos que nunca habrían entrado en su mente,
qué decir en los deseos de su corazón, si no se le hubiese dado este don –el de embarcarse en algo
nuevo […]. Ninguna otra facultad excepto el lenguaje, ni la razón ni la consciencia, nos distingue tan
radicalmente de todas las especies animales.26
120
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
tal como lo muestra el fracaso espartano,31 sin embargo también cree que las
muertes «más honrosas» o «más admirables moralmente» (kallistois) son las que
tienen lugar en la guerra,32 ya que la guerra es una ocasión para la virtud: mientras
que «el goce de la buena fortuna y el descanso que acompaña a la paz nos vuelven
más soberbios», «la guerra nos obliga a ser justos y sensatos».33 En líneas genera-
les, entonces, Aristóteles entiende la guerra como otros casos de violencia justi-
ficada, es decir, como «correcciones y castigos justos», los cuales ciertamente
«parten de la virtud, pero son necesarios y son moralmente admirables [to kalōs]
por necesidad, (pues sería preferible) que ni el hombre ni la ciudad necesitaran
ninguna de esas cosas».34
Vale recordar asimismo que en su discusión del régimen político ideal, Aristó-
teles prevé tres razones que justifican el entrenamiento militar. La razón que
inaugura el jus ad bellum o derecho aristotélico a la guerra es la de «evitar [...] ser
esclavos de otros».35 Una segunda razón es una guerra ofensiva de esclavización
contra los que a juicio de Aristóteles merecen ser esclavos.36 El motivo restante
por el cual la mejor polis puede librar una guerra es el de «buscar la hegemonía,
con el fin de beneficiar a los gobernados».37 Esta justificación de la guerra nos
remite ciertamente a la referencia a la «vida política» –en oposición a una vida
puramente «teorética» o contemplativa– de la mejor polis, es decir, la vida de una
polis con una robusta agenda internacional,38 aunque fundamentalmente dentro
del contexto griego (si se tratara del ámbito asiático estaríamos por definición
ante un caso de guerra de esclavización antes que de una guerra hegemónica).
121
andrés rosler
122
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
No habiendo ninguna especie de bien fuera del orden, no hay nada fuera del orden que no sea un
mal, ni mal ninguno que no consista en ponerse fuera del orden; así como el orden es el bien supremo,
43. Véase Arendt, Hannah, The Human Condition, op. cit., cap. 5.
44. Véase, v.g., Elster, Jon, Sour Grapes. Studies in the Subversion of Rationality. Cambridge, Cam-
bridge University Press, pp. 98-99. Cfr. Bubner, Rüdiger, Antike Themen und ihre moderne
Verwandlung. Frankfurt a.M., Suhrkamp, 1992, p. 199.
45. Schmitt, Carl, Der Begriff des Politischen, texto de 1932, op. cit., pp. 33, 34.
46. Véase Schnur, Roman, Revolution und Weltbürgerkrieg. Studien zur Ouverture nach 1789. Ber-
lín, Duncker & Humblot, p. 124, n. 11.
47. De Maistre, Jospeh, Du Pape. Paris, Charpentier Ed., 1811, pp. 1-2.
123
andrés rosler
el desorden es el mal por excelencia; fuera del desorden no hay ningún mal, como fuera del orden no
hay bien ninguno.48
a un rebelde has de situarlo lejos, lejos del asesino o del ladrón o de cualquier otro malhechor. Un
asesino u otro malhechor dejan subsistir la cabeza y la autoridad, sólo ataca a sus miembros o a sus
bienes; incluso teme a la autoridad. […]. El rebelde, por el contrario, ataca a la cabeza misma, le ataca
su espada y su oficio.50
Entre todas las atrocidades que conlleva un golpe de Estado por insurrección, el asesinato mismo del
monarca no es todavía lo más grave, porque cabe pensar que el pueblo lo hace por miedo de que, si
sobrevive el monarca, puede recuperarse de nuevo y hacer sentir al pueblo el castigo merecido; con
lo cual no se trataría de una disposición de la justicia penal, sino únicamente de una disposición de la
autoconservación. La ejecución formal es la que conmueve el alma imbuida de la idea del derecho
humano con un estremecimiento que se renueva tan pronto como imaginamos una escena como la
del destino de Carlos I o de Luis XVI.51
48. Donoso Cortes, Juan, Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo, ed. José Vila
Selma. Madrid, Editora Nacional, 1978, p. 195.
49. Donoso Cortés, «Discurso sobre la Dictadura», en Obras. Madrid, Tejado Ed., 1854, vol. III, p. 261.
50. Lutero, Martín, «Carta sobre el duro librito contra los campesinos», en Escritos políticos, ed.
Joaquín Abellán. Madrid, Tecnos, 1986, p. 121.
51. Kant, Immanuel, Metafísica de las costumbres, op. cit., p. 153.
52. «Traición es un delito en sí mismo [of it self], malum in se, y, por lo tanto, un delito de common
law, y alta traición es el delito más alto de common law que puede existir; y por lo tanto, no sólo el
estatuto sino la razón sin un estatuto lo hace un delito» (Hobbes, Thomas, Writings on Common Law
and Hereditary Right, eds. Alan Cromartie y Quentin Skinner. Oxford, Oxford University Press,
2005, p. 69).
124
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
porque el daño mismo se extiende a todos».53 De ahí que «Uno de los mayores
crímenes que se pueden cometer es sin duda el atentado contra la soberanía,
ninguno tiene consecuencias más terribles».54
Es digno de ser destacado que aunque sería natural asociar la tesis soberana con
la causa monárquica, en realidad se trata de una tesis de prosapia notablemente
republicana. En efecto, Cicerón estaba convencido de que nada podía ser peor
que «cometer un crimen que disminuye [minueri] la majestad del pueblo romano
mediante la violencia».55 Luego el Imperio romano, amén de otras monarquías e
imperios, le dieron una calurosa bienvenida al régimen del delito de «majestas».
Sin embargo, la asociación con el republicanismo no se interrumpió debido a
la revolución, sino todo lo contrario, como muy bien lo notaran incluso los ad-
versarios de la revolución:
En el siglo dieciséis los revoltosos atribuyeron la soberanía a la Iglesia, es decir al pueblo. El siglo
dieciocho no hizo sino transportar esta máxima a la política; es el mismo sistema, la misma teoría,
hasta sus últimas consecuencias. ¿Qué diferencia hay entre la Iglesia de Dios, únicamente conducida
por su palabra, y la gran república una e indivisible, únicamente gobernada por las leyes y los dipu-
tados del pueblo soberano? Ninguna. Es la misma locura, habiendo solamente cambiado de época y
de nombre.56
Dado que para Schmitt el Estado es una «obra maestra de la forma europea y del
racionalismo occidental», portador «del más asombroso de todos los monopo-
lios, es decir el monopolio de la decisión política»,57 da la impresión de que
«cuando el punto de lo político es alcanzado» dentro de la unidad política o
Estado,58 la desobediencia violenta pone en cuestión o amenaza al Estado y por
lo tanto a primera vista Schmitt parece ser un firme partidario de la tesis sobe-
rana. Después de todo, a diferencia de la mera violencia criminal, la violencia
política afecta la totalidad del orden político.59
53. Hobbes, Thomas, Leviathan. 2. The English and the Latin Texts (i), ed. Noel Malcolm. Oxford,
Oxford University Press, 2012, p. 478.
54. De Maistre, Joseph, Consideraciones sobre Francia, traducción de Joaquín Poch Elío. Madrid,
Tecnos, 1990, p. 13.
55. Cicerón, Discursos contra Marco Antonio o Filípicas, ed. José Carlos Martín. Madrid, Cátedra,
2001, p. 155, traducción modificada.
56. De Maistre, Joseph, Du Pape, op. cit., pp. 3-4.
57. Schmitt, Carl, Der Begriff des Politischen, texto de 1932, op. cit., p. 10.
58. Schmitt, Carl, Verfassungslehre, op. cit., p. 170.
59. «Jamás los grandes males políticos, jamás sobre todo los ataques violentos llevados a cabo contra
el cuerpo del Estado, pueden ser prevenidos o repelidos sino por medios igualmente violentos. Éste
está en el rango de los axiomas políticos más incontestables. En todos los peligros imaginables, todo
se reduce a la fórmula romana: Videant consules, ne respublica detrimentum capiat [que los cónsules
provean a que la república no sufra detrimento alguno]. En cuanto a los medios, el mejor (excep-
tuando todo crimen) es aquel que tiene éxito. Si ustedes piensan en las severidades de Torquemada
125
andrés rosler
la Justicia, en la medida en que permanece Justicia, políticamente siempre llega demasiado tarde, y
tanto más tarde, cuanto más detenida y cuidadosamente, cuanto más de acuerdo con el Estado de
Derecho y la forma judicial esté estructurado el procedimiento. En el caso de indudables violaciones
de la constitución, las cuales no serán un hecho cotidiano en un Estado civilizado, esto conduce en el
caso favorable al castigo del culpable y a la indemnización de un ilícito que reside en el pasado.
sin pensar en todo aquello que previnieron, ustedes cesan de razonar» (De Maistre, Joseph, Lettres à
un gentilhomme russe sur l’inquisition espagnole. Paris, Méquignon Ed., 1822, p. 8).
60. Véase Dotti, Jorge, «La cuadratura del círculo. La Constitución argentina como testimonio de la
imposible normativización de lo político», en Las vetas del texto, 2da. ed. ampliada. Buenos Aires,
Las Cuarenta, 2009, pp. 170, n. 3, 173.
61. Véase Schmitt, Carl, Verfassungslehre, op. cit., p. 134.
62. Ibidem, p. 331.
63. Schmitt, Carl, Der Hüter der Verfassung, 3ra. ed. Berlín, Duncker & Humblot, 1985, pp. 33, 45;
cf. 26-27. Huelga decir que unos años más tarde Schmitt abandonaría sus pruritos liberales en pro-
tección del acusado de delitos políticos para advertir sobre los peligros políticos de que la Constitu-
ción se convierta en algo así como una «Carta Magna de los traidores a la patria». Véase, v.g., «Der
Führer Schützt das Recht», en Positionen und Begriffe im Kampf mit Weimar-Genf-Versailles. 1923-
1939, 3ra. ed. Berlín, Duncker & Humblot, 1994, p. 228 y «Der Rechtsstaat», en Staat, Großraum,
Nomos. Arbeiten aus dem Jahren 1916-1969, ed. Günter Maschke. Berlín, Duncker & Humblot,
1995, pp. 115-116.
64. Dotti, Jorge, «La cuadratura del círculo», op. cit., p. 170, n. 3.
126
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
No debe esperar la crisis, que puede devenir letal, para someterla represivamente, sino que debe
prevenirla a tiempo. El estado de excepción clásico hoy aparece como algo que pasó de moda. Para
eso fueron introducidos los procedimientos legales de la efectivización de derechos fundamentales y
las declaraciones de ilegalidad de partidos.66
Finalmente, hay situaciones en las cuales lo político irrumpe, sin más, de modo
excepcional, lo cual provoca una respuesta política en el sentido estricto de la
palabra, al menos para Schmitt. Precisamente, lo que Schmitt llama acción polí-
tica en sentido estricto es lo que permite salvaguardar la Constitución –y por lo
tanto los derechos individuales que ésta consagra– de sus enemigos.67
En el caso de excepción, dice Schmitt, «se revela [offenbart] la esencia de la
autoridad estatal del modo más claro. Aquí se separa la decisión de la norma
jurídica, y (para formularlo paradójicamente) la autoridad demuestra que para
crear derecho no hace falta tener derecho».68 Conviene recordar que es precisa-
mente en aras de la protección del orden político que, según Schmitt, quien
ocupa el poder político tiene una «plusvalía política», un «premio supralegal». Si
bien «en épocas calmas y normales este premio político es relativamente calcula-
ble», «en una situación anormal [es] totalmente incalculable e imprevisible». Esta
«plusvalía política» tiene tres dimensiones: (1) determinación de conceptos im-
precisos o inexactos (como v.g. «orden y seguridad públicas», «estado de necesi-
dad», etc.), (2) presunción de legalidad de los actos estatales y (3) aplicabilidad
inmediata de las decisiones estatales. Estas tres dimensiones salen claramente a la
luz con ocasión de un estado de excepción.69
127
andrés rosler
un complemento, por cierto extraordinariamente eficaz, para el caso de que la situación de las cosas
permitiese la apariencia de un proceso con forma de justicia, es decir, cuando el adversario político
era capturado y el tiempo permitía someterlo a un proceso, desde luego extremadamente sumario,
pero que significaba una justicia finalista en la que se empleaba cierto tiempo.
En este caso, «la condena misma era un medio al servicio del fin revolucionario,
haciendo inofensivos a los condenados y utilizándolos al mismo tiempo como
objeto de una “pena” que tuviese un efecto ejemplar, es decir, para la intimida-
ción y amedrentamiento del adversario».71
La actitud soberana de la revolución frente a la desobediencia política puede
ser ilustrada por el hecho de que los revolucionarios franceses eran abolicionistas
capitales y sin embargo hacían una excepción para el caso de los delitos políti-
cos.72 Durante la Revolución francesa muchos diputados, quizás el más conocido
de ellos era Robespierre, creían que aunque la pena capital no debía tener lugar
en la sociedad civil, Luis XVI presentaba una «cruel excepción a las leyes ordi-
narias» y que era «el único que podía […] recibir legítimamente» la pena de
muerte. Nicolas-Marie Quinette, miembro de la Convención, el 6 de diciembre
de 1792 claramente sacó a la luz la naturaleza agravante de los delitos políticos:
«Estoy de acuerdo con los que piensan que este castigo debe ser borrado de
70. Schmitt, Carl, Der Begriff des Politischen, texto de 1932, op. cit., pp. 46-47. Véase Schmitt, Carl,
Die Diktatur. Von den Anfängen des modernen Souveränitätsgedankens bis zum proletarischen Klas-
senkampf, 5ta. ed. Berlín, Duncker & Humblot, 1989, pp. 198-199, 204.
71. Schmitt, Carl, La Dictadura, op. cit., pp. 212-213. Véase Schmitt, Carl, Ex Captivitate Salus. Er-
fahrungen der Zeit 1945/47, 2da. ed. Berlín, Duncker & Humblot, 2002, pp. 57-58.
72. Lo mismo se aplica al marqués de Beccaria. Véase Beccaria, Cesare, De los delitos y de las penas,
ed. bilingüe al cuidado de Perfecto Andrés Ibañez. Madrid, Trotta, 2011, p. 205.
128
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
nuestra legislación civil; pero demostraré en el futuro que debe ser reservada para
crímenes políticos, o aquellos que buscan destruir a la libertad».73 Los revolucio-
narios entonces compartían la idea de De Maistre, según la cual «Uno de los
mayores crímenes que se pueden cometer es sin duda el atentado contra la sobe-
ranía, ninguno tiene consecuencias más terribles».74 La diferencia, por supuesto,
consiste en que De Maistre les atribuía la comisión del crimen a los revoluciona-
rios franceses mismos.75
Asimismo, las repercusiones procesales de la tesis soberana son dramáticas. Tal
como nos los recuerda Sorel otra vez,
Los procesos contra los enemigos del rey fueron siempre llevados de manera excepcional; se simpli-
ficaban los procedimientos todo lo posible; se daban por suficientes pruebas mediocres, que no hu-
bieran bastado para los delitos ordinarios; se trataba de infligir castigos ejemplares y que intimidasen
profundamente.
La ley del 22 de pradial se contenta con definiciones un tanto difusas del crimen político, con el fin
de no dejar escapatoria a ningún enemigo de la Revolución; y, en lo que a pruebas respecta, son dig-
nas de la más pura tradición del Antiguo Régimen y de la Inquisición. «La prueba necesaria para
condenar a los enemigos del pueblo es cualquier clase de documento, ya sea material, moral, verbal
o escrito, que de modo natural puede lograr el asentimiento de toda persona justa y razonable. La
regla de los juicios es la conciencia de los jurados iluminados por el amor a la patria; su objetivo es el
triunfo de la República y la derrota de sus enemigos».76
73. Cit. en Edelstein, Dan, The Terror of Natural Right. Republicanism, the Cult of Nature, and the
French Revolution. Chicago, Chicago University Press, 2009, p. 151, n. 97.
74. De Maistre, Joseph, Consideraciones sobre Francia, op. cit., p. 13.
75. Véase ibidem, p. 6: «una revolución completamente criminal».
76. Sorel, Georges, Reflexiones sobre la violencia, op. cit., p. 161.
77. Saint-Just, «Discours sur le jugement de Louis XVI», en Oeuvres complètes. Paris, Gallimard,
2004, p. 476.
129
andrés rosler
Se sorprenderán un día que en el siglo dieciocho se haya avanzado menos que desde los tiempos de
César: allí el tirano fue inmolado en pleno Senado, sin otras formalidades que veinticuatro puñaladas,
y sin otra ley que la libertad de Roma. ¡Y hoy se hace con respeto el proceso de un hombre asesino
de un pueblo, capturado en flagrante delito, la mano en la sangre, la mano en el crimen!78
Pero, por el otro lado, el hecho mencionado por Saint-Just según el cual no tenía
sentido llevar a juicio al rey ya que se trataba de un enemigo que debía ser muerto
en el Senado, sin más, implica que para él la cuestión no era de derecho penal sino
bélica en realidad, algo así como un «derecho penal del enemigo». Obviamente, el
sentido de tratar criminales como enemigos es que elimina la burocracia del proce-
dimiento penal de tal forma que quienes desobedecen la autoridad del Estado pue-
den ser despachados de manera más expeditiva. No hace falta acusación, juicio,
audiencias; pueden ser capturados o detenidos meramente por su pertenencia a un
grupo, no hace falta evaluar la responsabilidad individual; los enemigos son juzga-
dos –si es que lo son en absoluto– según los estándares algo más relajados del dere-
cho natural, no según el derecho positivo, y de hecho no hace falta acción alguna
para poner en marcha el dispositivo estatal sino sólo la capacidad de dañar al Estado.
En tercer lugar, la sinécdoque. En efecto, la concepción revolucionaria de la
tesis soberana no sólo cree que al rey se le debe aplicar el derecho natural y que
es un criminal en contra de o un enemigo de la revolución y/o del pueblo fran-
cés, sino que además es un criminal contra o enemigo de la humanidad en gene-
ral. El rey es puesto en compañía de tiranos, salvajes, forajidos, piratas y demás
hostes humani generis.79
De ahí que Schmitt tenga mucha razón cuando nos recuerda que la tradición
republicana, por lo menos hasta comienzos del siglo XIX, no sólo se caracteri-
78. Ibidem.
79. Véase, v.g., Edelstein, Dan, The Terror of Natural Right, op. cit., pp. 154-157. Luis XVI muy
probablemente haya sido el primer enemigo humano «de la humanidad». Tal como nos lo recuerda
John Milton, el primer «enemigo de la Humanidad» fue Satán, cuyo nombre significa, literalmente
«adversario». Véase Milton, John, Paradise Lost, ed. Scott Elledge, 2da. ed. Nueva York, Norton,
1993, p. 211. Sobre el derecho penal de lesa humanidad véase Rosler, Andrés, «“Si Ud. quiere una
garantía, compre una tostadora”: acerca del punitivismo de Lesa Humanidad», En Letra: Derecho
Penal, III, 2017, pp. 62-102.
130
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
80. Schmitt, Carl, Die geistesgeschichtliche Lage des heutigen Parlamentarismus, 7ma. ed. Berlín,
Duncker & Humblot, 1991, p. 9.
81. Véase Schmitt, Carl, Die Diktatur, op. cit., 16-17, n. 3. Véase además Rosler, Andrés, Razones
públicas. Seis conceptos básicos sobre la república. Buenos Aires, Katz Editores, 2016, pp. 272-282.
82. Véase Schmitt, Carl, «Die staatsrechtliche Bedeutung der Notverordnung, insbesondere ihre
Rechtsgültigkeit», op. cit., p. 261.
83. Schmitt, Carl, Die Diktatur, op. cit., p. 192.
84. Schmitt, Carl, La Dictadura, op. cit., p. 238.
85. Véase Schmitt, Carl, Verfassungslehre, op. cit., p. 11. Cf. De Maistre, Joseph, Consideraciones
sobre Francia, op. cit., p. 62: «hay […] siempre, en cada constitución, algo que no puede ser escrito y
que es necesario dejar en una nube sombría y venerable so pena de trastornar el Estado».
131
andrés rosler
Soy de la opinión […] de que toda constitución conoce tales «principios» básicos que pertenecen al
«sistema» básicamente inalterable de la constitución, […], y que no es el sentido de las determinacio-
nes de la constitución sobre la reforma de la constitución abrir un procedimiento para la supresión
del sistema del ordenamiento que puede ser constituido mediante la constitución.
132
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
V. La tesis liberal
Hasta aquí hemos visto cómo la tesis de la autonomía de lo político parece ser
hecha a medida para la defensa del orden soberano y es por eso que considera la
violencia política como más peligrosa que la criminal ya que pone en peligro
precisamente el orden político. Ahora bien, habría que recordar que como bien
dice Schmitt, todo orden constitucional implica una decisión a favor de cierta
forma política en contra de otra,91 y las formas políticas excluidas quedan de ese
modo automáticamente criminalizadas ya que por definición atentan contra el
orden constitucional existente. De ahí que sea la propia tesis de la autonomía de
lo político –que implica la simetría normativa entre los contendientes– la que
obliga a Schmitt a pronunciarse en contra de la criminalización de lo político.92
Precisamente, ésta es la intuición que subyace en parte a la tesis liberal de la
violencia política, según la cual la violencia política es preferible a su contraparte
criminal. Es por eso que el delincuente político recibe un tratamiento privile-
giado en prisión, menores condenas, la abolición de la pena de muerte, el derecho
de asilo, amnistía,93 prescripción de la acción, sin mencionar el hecho de que
ocasionalmente el delincuente político podía convertirse incluso en un patriota o
un luchador por la libertad, dependiendo de las circunstancias.
Por ejemplo, Benjamin Constant creía que en el fondo el gobierno mismo o la
sociedad son los verdaderos responsables de la violencia política. La existencia de
una conspiración prueba que «la organización política de un país en donde se
urden estas conspiraciones es defectuosa». Constant cree ciertamente que dichas
conspiraciones deben ser reprimidas,
133
andrés rosler
pero la sociedad no debe desplegar contra los crímenes de los que sus propios vicios son la causa sino
la severidad indispensable; ya es lo suficientemente lamentable que ella esté forzada a castigar a hom-
bres que, si ella estuviera mejor organizada, no habrían devenido culpables jamás.94
En otras palabras, quien comete un acto de violencia política, según esta visión,
es entendido como
un hombre de progreso, deseoso de mejorar las instituciones políticas de su país, teniendo intencio-
nes loables, apresurando la marcha adelantándose a la humanidad, cuya única culpa es la de querer ir
demasiado rápido y de emplear, para realizar los progresos que él ambiciona, medios irregulares,
ilegales y violentos.95
Apenas se encontrará en la esfera de la política algún acto inocente o meritorio que no haya recibido,
en algún rincón del mundo o del tiempo, una incriminación legal. […]. En cosas tan móviles, tan
complicadas, la verdadera moralidad de las acciones no se deja así determinar absolutamente ni apri-
sionar para siempre en el texto de las leyes;…96
No es exactamente lo que Guizot tenía en mente, pero hoy sabemos, por ejem-
plo, que la huelga dejó de ser un grave acto violento y por eso dejó de ser un
delito que afectaba sustancialmente derechos constitucionales básicos como la
libertad de comercio y la propiedad privada, para convertirse en un derecho
constitucional imprescindible.
En tercer lugar, la separación conceptual entre la sociedad civil y el Estado
(y/o el gobierno) explica que el enemigo del gobierno no es necesariamente un
enemigo de la sociedad.97 Esta separación deja el lugar necesario para poner en
94. Constant, Benjamin, Principes de politiques, en Écrits politiques, ed. Marcel Gauchet. Paris, Ga-
llimard, 1997, p. 580.
95. Vidal, Georges, Cours de droit criminel et de science pénitentiaire. Paris, A. Rousseau, 1901, p.
101. Véase Dreyfus, Sophie, Généalogie du délit politique, op. cit., pp. 353, 359, 360-1, 366.
96. Guizot, François, Des conspirations et de la justicie politique. De la peine de mort en matière
politique. Paris, Fayard, 1984, pp. 117-18.
97. Véase Dreyfus, Sophie, Généalogie du délit politique, op. cit., p. 272.
134
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
98. Véase Habermas, Jürgen, Strukturwandel der Öffentlichkeit. Untersuchungen zu einer Kategorie
der bürgerlichen Gesellschaft. Frankfurt, Suhrkamp, 1990, pp. 162-163; Koselleck, Reinhart, Kritik
und Krise. Eine Studie zur Pathogenese der bürgerlichen Welt. Frankfurt, Suhrkamp, 1973, p. 44.
99. Shakespeare, William, The Tragedy of Julius Caesar, en Complete Works, ed. Jonathan Bate y Eric
Rasmussen. Basingstoke, Macmillan, 2007, p. 1833.
100. Ibidem, p. 1835.
101. Ortolan, Joseph, Elements de droit penal. Paris, 4ta. ed., § 707 (énfasis agregado).
135
andrés rosler
102. Schmitt, Carl, Der Nomos der Erde. Berlín, Duncker & Humblot, 1950, p. 274.
103. De Montaigne, Michel, Les Essais, ed. Jean Balsamo, Michel Magnien y Catherine Magnien-Si-
monin. Paris, Gallimard, 2007, p. 721.
104. Algunos llegan a sostener que «La guerra civil es un don del cielo». Así de rotundo fue el liberal
español Juan Romero Alpuente en un discurso pronunciado en 1821, haciendo suya una concepción
liberadora de la guerra civil inspirada probablemente por una frase de Mably («La guerra civil es a
veces un gran bien»). Las palabras de Romero Alpuente tuvieron, como dice Armitage, un prolon-
gado eco en la política española, por lo menos hasta la Segunda República, en cuyas Cortes Consti-
tuyentes las recordó don Miguel de Unamuno en octubre de 1931: «No estoy muy lejano de aquello
que decía el viejo Romero Alpuente de que la guerra civil es un don del cielo. Hay ciertas guerras
civiles que son las que hacen la verdadera unidad de los pueblos» (Armitage, David, Civil Wars, op.
cit., p. 164).
105. Véase Di Rienzo, Eugenio, Il diritto delle armi. Guerra e politica nell’Europa moderna. Milán,
Franco Angellli, 2005, pp. 49-50. Hugo Grocio también lo había hecho pero sobre todo para justifi-
car la toma de botines durante una guerra civil. Véase Armitage, David, Civil Wars, op. cit., p. 103.
106. Véase Neff, Stephen C., War and the Law of Nations. A General History. Cambridge, Cam-
bridge University Press, 2005, 254-255. Véase Apiano, Historia Romana, traducción de Antonio
Sancho Royo. Madrid, Gredos, 1985, vol. II, p. 86: «Y por primera vez en Roma tuvo lugar un
combate entre enemigos, no bajo el aspecto de una sedición sino al son de las trompas y con enseñas,
según la costumbre de la guerra. A tal extremo de peligro arrojó a los romanos la falta de solución de
sus luchas intestinas».
136
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
al soberano y se ve en estado de ir a las armas, la guerra debe ser hecha entre ellos
de la misma manera que entre dos naciones diferentes».107
En quinto lugar, como dice Lucano, la causa victoriosa complace a los dioses.108
O como decía el protestante sir John Harington, ahijado de la reina Isabel I: «La
traición nunca prospera. ¿Cuál es la razón? Bueno, que si prospera nadie se
atreve a llamarla traición».109 En efecto, la otra cara de reconocer que detrás del
delincuente político hay un enemigo es reconocer que la performatividad tiene
mucho que ver con la distinción entre delincuente político y un patriota. Geor-
ges Vidal señalaba en este sentido que «el autor de un crimen político, que es más
un vencido que un criminal, puede devenir, como resultado de una revolución
favorable a sus ideas, el vencedor de mañana llamado a la dirección regular del
Estado y a la administración pública de su país».110 Sorel advertía exactamente lo
mismo: «el criminal de hoy puede pasar a ser el juez de mañana».111
De hecho, Menachem Begin y Yasser Arafat son ejemplos de cómo hasta terro-
ristas pueden convertirse en estadistas. No es casual entonces que los gobiernos
establecidos siempre vean las guerras civiles como rebeliones o revueltas ilegales
contra la autoridad legítima, especialmente si fracasan. Por el contrario, sobre
todo modernamente, quienes triunfan en una guerra civil suelen rememorar su
lucha exitosa describiéndola como una «revolución», la cual se supone iba a re-
emplazar las guerras civiles y sus abyectas motivaciones por algo mucho más
constructivo, esperanzador y prospectivo.112
Schmitt, por su parte, es plenamente consciente de cómo suele resolverse el
conflicto violento entre diferentes asociaciones políticas. En efecto, la idea de que
«las diferentes “asociaciones” […] pueden probarse [sich… erweisen] como las
más fuertes» denota cierta performatividad,113 y por lo tanto ex ante no hay ma-
nera de saber quién es la que toma la decisión: «Recién a partir del éxito y del
logro resulta la autoridad. No al revés. No se puede empezar con una proclama-
107. De Vattel, E., Le Droit des Gens ou Principes de la Loi Naturelle III, ed. por J. Mackintosh y M.
P. Pradier-Fodéré. Paris, Guillaumin et Companie, 1863, pp. 162-163.
108. Lucano, Farsalia, traducción de Jesús Bartolomé Gómez. Madrid, Cátedra, 2003, p. 157. Véase
Kant, Immanuel, Metafísica de las costumbres, op. cit., p. 154.
109. Véase Breight, Curt, «“Treason doth never Prosper”: “The Tempest” and the Discourse of
Treason», Shakespeare Quarterly, 41, 1990, p. 6.
110. Vidal, Georges, Cours de droit criminel et de science pénitentiaire, op. cit., p. 103.
111. Sorel, Georges, Reflexiones sobre la violencia, op. cit., p. 154.
112. Véase Armitage, David, Civil Wars, op. cit., pp. 13-14, 120.
113. Schmitt, Carl, Der Begriff des Politischen, texto de 1932, op. cit., p. 42. Véase ibidem, p. 30. Cf.
Schmitt, Carl, «Das Problem des Legalität», en Verfassungsrechtliche Aufsätze aus den Jahren 1924-
1954, op. cit., pp. 446-447).
137
andrés rosler
114. Schmitt, Carl, «Starker Staat und gesunde Wirtschaft», en Staat, Großraum, Nomos. Arbeiten
aus dem Jahren 1916-1969, ed. Günter Maschke. Berlín, Duncker & Humblot, 1995, pp. 84-85.
115. Véase Galli, Carlo, Genealogia della política. Carl Schmitt e la crisi del pensiero politico moderno,
2da. ed. Boloña, Il Mulino, 2010, pp. 337, 466. Cabe recordar que, a pesar de que la ley positiva otorga
claramente poderes normativos a ciertas instituciones, Schmitt cree que la ley «no dice a quién le da
autoridad» (Politische Theologie, op. cit., p. 43; cf. Über die drei Arten des rechtswissenschaftlichen
Denkens, 3ra. ed. Berlín, Duncker & Humblot, 2006, p. 14).
116. Schmitt, Carl, Politische Theologie, op. cit., p. 11. Cf. De Maistre, Joseph, Du Pape, op. cit., p.
225: «Los Papas no se meten en absoluto en los asuntos de los príncipes sabios en el ejercicio de sus
funciones, todavía menos enturbian el orden de las sucesiones soberanas, en tanto que las cosas vayan
según las reglas ordinarias y comunes; es cuando existe un gran abuso, un gran crimen o una gran
duda que el Soberano Pontífice interpone su autoridad».
117. Schmitt, Carl, Verfassungslehre, op. cit., p. 5.
118. Ibídem, p. 83.
119. Schmitt, Carl, Glossario, traducción de Petra Dal Santo. Milán, Giuffrè, 2001, p. 77. Se trata de
una paráfrasis de la Vida de Galba (XXIX.2) de Plutarco: «a la rebelión de éste [Galba], le fue con-
cedido el nombre de revolución y guerra civil, debido a que justo sucedió que dio con un hombre
hegemónico» (Plutarco, Plutarch’s Lives, edición bilingüe griego-inglés, traducción de Bernadotte
Perrin. Cambridge MA, Harvard University Press, 1926, p. 11).
120. Schmitt, Carl, Der Begriff des Politischen, texto de 1932, op. cit., p. 47.
138
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
Si el proscrito y los que son igualmente proscritos por él, por ser sus amigos y secuaces, se oponen
en común a la ejecución, ésta puede, si es llevada adelante, alcanzar unas proporciones que la convier-
tan en guerra […]. De un proceso [judicial] ha salido una guerra totalmente justificada.121
cuando el pensamiento de una unidad política abarcadora (del «Estado»), relativizadora de todos los
partidos políticos y sus antagonismos, pierde su fuerza y consecuentemente los antagonismos inter-
139
andrés rosler
nos del Estado alcanzan una intensidad más fuerte que el antagonismo común de la política exterior
contra otro Estado.127
127. Schmitt, Carl, Der Begriff des Politischen, texto de 1932, op. cit., p. 32.
128. Ibidem. Cf. Schmitt, Carl, «Politik», en Staat, Großraum, Nomos. Arbeiten aus dem Jahren
1916-1969, ed. Günter Maschke. Berlín, Duncker & Humblot, 1995, p. 134: «[cuando] el Estado está
desgarrado por las luchas de partido, según el uso del lenguaje de la vida diaria emerge la política
interna como el núcleo y contenido propio de lo político en absoluto».
129. Schmitt, Carl, Der Begriff des Politischen, texto de 1932, op. cit., p. 43. Véase, además, Schmitt,
Carl, Der Nomos der Erde, op. cit., pp. 138, 139, 275.
140
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
141
andrés rosler
si la oposición pacifista contra la guerra deviniera tan fuerte que pudiera impulsar a los pacifistas a
una guerra contra los no-pacifistas, a una «guerra contra la guerra», de este modo estaría demostrado
136. Schmitt, Carl, Der Begriff des Politischen, texto de 1932, op. cit., p. 31.
137. Véase, v.g., Schmitt, Carl, Positionen und Begriffe im Kampf mit Weimar-Genf-Versailles. 1923-
1939, 3ra ed. Berlín, Duncker & Humblot, 1994, y Quatsch, Helmut, Positionen und Begriffe Carl
Schmitts, 4ta. ed. Berlín, Duncker & Humblot, 1995.
138. Schmitt, Carl, Der Begriff des Politischen, texto de 1932, op. cit., p. 35.
142
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
que ella en verdad tiene fuerza política, porque ella es lo suficiente fuerte como para agrupar a los
seres humanos en amigos y enemigos.139
143
andrés rosler
144. Véase Schmitt, Carl, Die Kernfrage des Völkerbundes [1924], en Frieden oder Pazifismus? Ar-
beiten zum Völkerrecht und zur internationalen Politik 1924-1978, ed. Günther Maschke. Berlín,
Duncker & Humblot, 2005, pp. 7-8.
145. Schmitt, Carl, Die Kernfrage des Völkerbundes [1926], en Frieden oder Pazifismus? Arbeiten
zum Völkerrecht und zur internationalen Politik 1924-1978, ed. Günther Maschke. Berlín, Duncker
& Humblot, 2005, p. 97.
146. Schmitt, Carl, Der Begriff des Politischen, texto de 1932, op. cit., p. 54.
147. Ibidem, p. 7.
148. Ibidem, p. 55. Véase Dotti, Jorge, «Notas complementarias» [a Carl Schmitt, Ética del Estado y
Estado pluralista], Deus Mortalis, X, 2011-2012, p. 508.
149. Schmitt, Carl, Die Kernfrage des Völkerbundes [1926], en Frieden oder Pazifismus?, op. cit., p. 100.
144
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
de un país en particular sino de toda la Humanidad. Para evitar esto hace falta
encontrar «un principio de legitimidad que ni sancione eternamente el status quo,
ni le confiera las modificaciones inevitables al accidente de la constelación polí-
tica y de la falta de consideración de los más fuertes».150
Finalmente, si bien Schmitt es un partidario del pluralismo internacional, es un
férreo opositor a la idea del pluralismo interno típico de la Constitución de Wei-
mar, el cual conduce necesariamente a la guerra civil. En otras palabras, Schmitt
defiende el anarquismo –entendido como la falta de autoridad– internacional,
pero no el interno. En efecto, si bien Schmitt hace hincapié en el conflicto, no
debemos olvidar que «la distinción amigo y enemigo tiene el sentido de señalar
el grado extremo de intensidad de una unión o de una separación, de una asocia-
ción o una disociación».151 Entendido correctamente, «lo político designa sola-
mente el grado de intensidad de una unidad».152 Modernamente, la unión o aso-
ciación política por antonomasia es el Estado. El Estado, sin embargo, «es puesto
en cuestión por el pluralismo»,153 ya que es entendido como una asociación más,
una asociación entre otras que forman parte del menú que tienen los individuos
para elegir en caso de que sus identidades entren en conflicto.
De este modo, el pluralismo de autores ingleses como Cole y Laski queda
«atascado en un individualismo liberal» ya que «todas las cuestiones y los con-
flictos son decididos a partir del individuo».154 Desde el punto de vista del plura-
lismo «el Estado se vuelve así un [mero] agrupamiento social o una asociación
que, en el mejor de los casos, está junto a las otras asociaciones, pero en ningún
caso por encima de ellas». La ética estatal no es la eticidad hegeliana, sino una
ética particular junto a otras: existe una ética
de la iglesia, del estamento, del sindicato, de la familia, de la asociación, de la oficina y del comercio,
y otras similares. Para estos conjuntos de obligaciones, para la «pluralidad de lealtades» no hay
ninguna «jerarquía de obligaciones», ningún principio de jerarquización vertical cuyo criterio sea
incondicionado.155
145
andrés rosler
Tal vez sea Hobbes quien más claramente describa el anarquismo que subyace
al pensamiento pluralista: «o bien no obedecen, o bien obedecen según su pro-
pio juicio, esto es, se obedecen a sí mismos, no al Estado».157 Obedecer según el
propio juicio equivale a no obedecer ya que en tal caso actuamos conforme a o
de acuerdo con la autoridad pero jamás porque la autoridad lo exige. Además,
Schmitt no cree que sean los individuos quienes deciden efectivamente si van a
obedecer o no: «El pluralismo social en oposición a la unidad estatal no significa
otra cosa que el conflicto entre los deberes sociales quede abandonado a la deci-
sión de los grupos sociales. Esto significa entonces la soberanía de los grupos
sociales, pero no libertad y autonomía de los individuos particulares».158
Estas advertencias de Schmitt sobre el pluralismo interno cobraban particular
vigencia en el contexto de una sociedad como la alemana de la segunda década
del siglo XX, es decir, luego de la Primera Guerra Mundial, atravesada por mo-
vimientos de masa, revoluciones, etc. Precisamente, una de las varias críticas que
Schmitt le hace a la Constitución de Weimar es la de haber provocado o en todo
caso tolerado el pluralismo interno llevado hasta el paroxismo en el conflicto de
lealtades provocado tanto por el nazismo cuanto por el comunismo, ideologías
ambas enemigas del Estado ya que deseaban o bien eliminarlo o bien transfor-
marlo en una sinécdoque de un partido.
En efecto, el pluralismo interno en sentido estricto no solamente tiende al anar-
quismo, sino que además comete una sinécdoque al igual que el cosmopolitismo:
«es un engaño peligroso, cuando algunos grupos sociales persiguen sus intereses
especiales y se identifican injustificadamente con el Estado. Entonces el nombre
del Estado sirve solamente a la opresión política y a la privación de derechos».159
Convendría recordar que la tesis de la autonomía de lo político de Schmitt no
se apoya solamente en una metafísica, sino en una antropología, por no decir una
teoría de la naturaleza humana. El punto de Schmitt es que la moralización de lo
político va en contra de la realidad, y si realmente deseamos mantener la violen-
cia, la exclusión e incluso la autoridad dentro de límites razonables, debemos ser
conscientes de que el pacifismo, el cosmopolitismo y el anarquismo no son tanto
indeseables como imposibles: «En un mundo bueno bajo seres humanos buenos
domina naturalmente solamente la paz, la seguridad y la armonía de todos con
todos; los sacerdotes y los teólogos son aquí tan superfluos como los políticos y
los estadistas».160
146
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
147
andrés rosler
la revuelta propiamente política es siempre provisoria, […], puesto que ella debe cesar en principio
con la desaparición de lo que ella considera como abusos, injusticias, anacronismos y privilegios,
contrariamente a la revuelta nihilista que se afirma como protesta permanente. […]. No existe enton-
ces desobediencia alguna que podría liberarnos definitivamente de lo político.168
Para decirlo en pocas palabras, «si hay revoluciones políticas, no hay revolución
en lo político».169
En efecto, los mismos liberales que suscribían la superioridad moral del delito
principista distinguieron entre el delito político y lo que llamaban «delitos anti-
sociales». Juristas como Franz Lieber, que creían representar a la conciencia legal
o jurídica del mundo civilizado, defendían el voto universal, el constituciona-
lismo social y el Estado de derecho, pero no dudaron en apelar a «la represión
para defender su liberalismo aristocrático».170 Para 1869, por otro lado, Fedor
Martens, el famoso profesor y diplomático ruso-báltico, argumentaba en el Ins-
titut de Droit International que los tiempos habían cambiado. Mientras que el
número de refugiados políticos «reales» había disminuido, el número de «crimi-
nales» políticos se había incrementado, y por esto último entendía: miembros de
la Comuna, nihilistas, socialistas, todos los que a través del homicidio y del in-
cendio provocado o estrago deseaban anarquía y celebraban los «instintos bes-
tiales del hombre».171
En este mismo sentido, en 1879 el Instituto de Derecho Internacional adoptó
una resolución según la cual los Estados podían ejercer jurisdicción penal extra-
territorial en caso de actos cometidos en cualquier lado por cualquiera, si tales
actos eran ataques en contra de «la existencia social del Estado» o ponían en
peligro su seguridad. De este modo, anarquismo y comunismo constituían crí-
menes contra todos los Estados, los nuevos enemigos de o criminales contra la
167. Véase, v.g., Schmitt, Carl, Die Diktatur, op. cit., p. 171, y Sorel, Georges, Reflexiones sobre la
violencia, op. cit., pp. 79-80, 165.
168. Freund, Julien, L’essence du politique, op. cit., pp. 175-176.
169. Ibidem, p. ix.
170. Koskenniemi, Martti, The Gentle Civilizer of Nations. The Rise and Fall of International Law
1870-1960. Cambridge, Cambridge University Press, 2001, p. 69.
171. Ibidem.
148
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
172. A este respecto es bastante ilustrativo el diálogo que tuvo Julien Freund con su primer director
de tesis, Jean Hyppolite, un destacado especialista en la obra de Hegel y de Marx. Hyppolite era un
típico pensador de izquierda, convencido de la moralización de lo político y por lo tanto cultor de la
trilogía anarco-cosmo-pacifismo. No es de extrañar entonces que después de haber leído las primeras
páginas del manuscrito de la tesis de Freund, Hyppolite le dijera al joven tesista: «Yo soy socialista y
pacifista. Yo no puedo dirigir en la Sorbona una tesis en la cual se declara “No hay política donde no
haya un enemigo”». Cuando Freund le explicó que no podía cambiar el nervio central de su tesis, lo
cual era el fruto no solamente de su reflexión sino de sus propias vivencias, Hyppolite le espetó:
«Entonces le hace falta buscar otro director de tesis». Freund quiso que Hyppolite fuera miembro
del jurado a pesar de que no quiso dirigirlo. Durante la defensa Hyppolite fue otra vez a la carga:
«Queda la categoría de amigo-enemigo definiendo la política. Si Ud. tuviera verdaderamente razón,
no me queda otra que cultivar mi jardín». La respuesta de Freund muy fue reveladora: «Yo creo que
Ud. está a punto de cometer un […] error, pues Ud. piensa, como todos los pacifistas, que es Ud. el
que designa al enemigo. Ud. razona que desde el momento en que no queremos enemigos, nosotros
no los tendremos más. Ahora bien, es el enemigo el que lo designa a Ud. Y si él quiere que Ud. sea
su enemigo, Ud. puede hacerle las más bellas manifestaciones de amistad. Pero Ud. es su enemigo
desde el momento en que él quiera que Ud. lo sea. Y él mismo le impedirá cultivar su jardín». A lo
cual Hyppolite le respondió: «Resultado: no me queda otra que suicidarme». Véase Taguieff, Pierre-
André, «Postface», en Julien Freund, L’essence du politique, op. cit., pp. 831, 854-855,
173. Schmitt, Carl, Theorie des Partisanen, op. cit., p. 26.
174. Ibidem, p. 26.
149
andrés rosler
que reacciona contra la invasión foránea, devenga parte de una «conducción in-
ternacional y supranacional», que apoya al partisano pero «solamente en interés
propio de metas totalmente diferentes, mundialmente agresivas. Así «el partisano
cesa entonces de ser esencialmente defensivo. Él deviene una herramienta mani-
pulada de la agresividad revolucionaria mundial».175
En segundo lugar, precisamente, debemos recordar que, tal como dice Schmitt
al comienzo de su ensayo sobre el partisano, «El punto de partida para nuestras
reflexiones sobre el problema del partisano es la guerra de guerrilla que el pueblo
español libró en los años 1808 a 1813 contra el ejército de un conquistador
foráneo».176 El desarrollo de la teoría del partisano lo lleva a Schmitt hasta la
Prusia invadida por el mismo enemigo, a saber, Napoleón, particularmente al
edicto prusiano del 21 de abril de 1813 sobre la milicia territorial –literalmente
una tempestad de la tierra (Landsturm)–, basado en el «Reglamento de Partidas
y Cuadrillas» del 28 de diciembre de 1808 y en el decreto de «Corso Terrestre»
del 17 de abril de 1809, ambos españoles.
Según el edicto prusiano, todo ciudadano tenía la obligación de repeler al inva-
sor con armas de toda clase y de desobedecer al enemigo en todo.177 Se trata de
una verdadera «Carta Magna» del partisano. Si bien las aguas del Aqueronte en
Prusia se aquietaron poco después,178 ya que la vigencia del edicto fue de sola-
mente tres meses,179 es suficiente para darnos una idea de que si bien el concepto
de partisano tiene potencial revolucionario, no tiene por qué estar vinculado
necesariamente con la negación de la autonomía de lo político, esto es, con el
anarquismo, el cosmopolitismo y el pacifismo.
La trayectoria del partisano, de hecho, pasa por Clausewitz, Bismarck, Lenin
y Mao, entre otros,180 pero termina con Raoul Salan. En efecto,
es impresionante la analogía entre los oficiales del estado mayor prusiano de los años 1808-1813 in-
fluidos por la guerra española de guerrilla y los miembros del estado mayor francés de los años 1950-
1960 que habían experimentado la guerra partisana moderna en Indochina y Algeria.181
150
carl schmitt y las dos caras de la violencia política
se encuentran y entrecruzan las experiencias y los efectos de las guerras de los ejércitos regulares, de
la guerra colonial, de la guerra civil y de la lucha partisana. Salan ha pensado hasta el final todas estas
experiencias, en la lógica forzosa de la vieja frase, que se debe combatir al partisano solamente de
modo partisano.184
En la posición expuesta del general se ha revelado un conflicto existencial: el conflicto decisivo para
el conocimiento del problema del partisano, que debe emerger cuando el soldado combatiente regu-
lar no sólo ocasionalmente sino permanentemente, en una guerra ocasionada para eso, debe sostener
una lucha contra un enemigo que es un combatiente básicamente revolucionario e irregular.185
182. Ibidem, p. 66 (énfasis agregado). Le agradezco enormemente a Jorge Dotti por haber llamado
mi atención sobre este punto.
183. Ibidem, p. 83.
184. Ibidem, p. 83.
185. Ibidem, p. 66.
186. Ibidem, p. 68.
187. Ibidem, p. 67.
188. Ibidem, p. 83.
189. Ibidem, p. 14.
190. Ibidem, p. 87.
151
andrés rosler
152
Schmitt lector Miguel Saralegui
de Cossio y Borges*
* Agradezco al profesor Reinhard Mehring su ayuda para la traducción al castellano de las anotacio-
nes manuscritas. Este escrito se inscribe en el proyecto FONDECYT 11140310: «Entre la tragedia
de la cultura y la politización: la filosofía de la técnica de Carl Schmitt». Contacto: miguelsaralegui@
gmail.com.
1. Dotti, J., Carl Schmitt en la Argentina. Homo Sapiens, Rosario, 2000.
ticas de la tercera etapa del imperialismo, la ejercida por los Estados Unidos.2 La
figura constitucional paradigmática de este nuevo imperialismo sería la de los
controles [Kontrolle], última etapa, tras las colonias y los protectorados, de una
forma política intermedia, ni puramente soberana ni absolutamente súbdita.
Este tipo de constitución expresa de modo paradigmático el refinamiento cons-
titucional del tercer imperialismo: la combinación entre un completo reconoci-
miento de jure de la soberanía y una amplísima influencia de facto del imperio,
sobre todo en cuestiones económicas. Los Estados Unidos ejercen estos contro-
les sobre Cuba, Haití, Santo Domingo y Panamá. A pesar de que formalmente
se trataría de Estados plenamente independientes, sus leyes políticas admiten la
tutela de los Estados Unidos. De hecho, la relevancia de estos países para la
descripción de las relaciones internacionales en el periodo de entreguerras es
difícil de exagerar: serían ellos los responsables de que la relación de Estados
Unidos con Europa fuese de «ausencia y presencia», debido a que estos países
contarían con voto en la Sociedad de Naciones. Estas variaciones constituciona-
les suponen el complemento histórico y concreto del principio de la absoluta
plasticidad de las formas políticas establecido en El concepto de lo político: «To-
das las innumerables modificaciones y vuelcos de la historia y de la evolución
humanas han hecho surgir nuevas formas y nuevas dimensiones de la agrupa-
ción política, han aniquilado viejas construcciones políticas».3
En segundo lugar, sería necesario estudiar si los autores latinoamericanos que
Schmitt cita en el Nomos lo influyen en su concepción del derecho internacional y
las relaciones internacionales. En el epígrafe «La disolución del ius publicum euro-
paeum (1890-1918)», Schmitt cita de modo positivo a Carlos Calvo y a Alejandro
Álvarez. Carlos Calvo (1824-1906) es un diplomático y jurista argentino, autor de
un importante manual: Derecho Internacional teórico y práctico de Europa y Amé-
rica (1863), donde se expone la famosa doctrina Calvo, según la cual los pleitos de
los extranjeros debían ser resueltos por los tribunales locales, de tal modo que no
fuese necesaria la intervención diplomática. Esta cláusula buscaba evitar la injeren-
cia de los países poderosos en los menos poderosos, por lo que es natural que
Schmitt, siempre sensible a la historia y los efectos del imperialismo, le prestara
atención. En principio, la relación de Schmitt con la doctrina Calvo es equívoca,
pues si no aprueba la injerencia de Estados Unidos en cuestiones europeas, es mu-
cho más laxo a la hora de evaluar la influencia sobre los países latinoamericanos.
2. Aunque no existe una traducción completa de Posiciones y conceptos, existe una versión española
de este texto: Schmitt, C., «El imperialismo moderno en el Derecho internacional», en H. O. Aguilar,
Carl Schmitt, teólogo de la política. FCE, México DF, 2001, pp. 95-113.
3. Schmitt, C., El concepto de lo político. Alianza, Madrid, 2004, p. 75.
154
schmitt lector de cossio y borges
155
miguel saralegui
Si todavía tiene tantas separatas, envíe alguna de ellas a las direcciones que en esta carta le adjunto. Al
líder de los ególogos Carlos Cossio quiero que le llegue una, porque en el último tiempo me ha en-
viado muchos de sus últimos escritos, sobre todo un intercambio con Kelsen.7
[l]a teoría egológica tiene un punto de partida metafísico y yo rechazo toda metafísica. Usted me
habla de la libertad como de algo real y existente, y eso es hablarme de un ente metafísico en el que
yo no creo ni puedo aceptar. La ciencia no conoce ese ente. […] Así yo he tratado de hacer la teoría
del Derecho sin recurrir a la hipótesis metafísica de la libertad,8
5. Dotti, J., Carl Schmitt en la Argentina, op. cit., p. 327, nota 363. Para la impresión que Cossio tenía
de Schmitt, cfr. ibidem, pp. 323-328.
6. Kelsen, H., Problemas escogidos de la teoría pura del derecho. Teoría egológica y teoría pura, trad.
C. Cossio. Guillermo Kraft, Buenos Aires, 1952, RW 265 23899 (catalogación del Archivo Schmitt
en el Nordrhein-Westfälischen Hauptstaatsarchiv).
7. C. Schmitt a J. Lois, 12. 2. 1953, RW 265 12950.
8. Kelsen, H., Problemas escogidos de la teoría pura del derecho. Teoría egológica y teoría pura, op.
cit., RW 265 23899, p. 117.
156
schmitt lector de cossio y borges
Kelsen aparecía como el filósofo frente al desamparo antifilosófico de sus adversarios; Kelsen era
quien hurgaba en los fundamentos dogmáticos y pretemáticos de sus contrincantes y no a la inversa;
Kelsen era el crítico reflexivo que, frente al realismo ingenuo plural, que él desenmascaraba y hacía
envejecer con sus infalibles piedras de toque. […] Pero en el drama de Buenos Aires, el papel polé-
mico habitual quedó invertido: por primera vez Kelsen ha estado en una polémica a la defensiva.
Aquí Kelsen ha aparecido como el antifilosófico, como el ciego para los puntos de vista vigentes en
los actuales tiempos filosóficos y a cuyo contacto se desenmascaraba en retraso la marchita lozanía
de su horizonte intelectual del mundo jurídico.10
Los dos siguientes comentarios son también escuetos y muestran que Schmitt
respalda sustancialmente la postura del teórico argentino. Ante la siguiente inter-
vención de Cossio, Schmitt escribirá «muy bien»: «La teoría egológica, lanzada
a la búsqueda de un hecho jurídico indubitable, se sintió en la más firme posición
al detenerse en la sentencia judicial. Por eso es que metódicamente procedió con
una fenomenología de la sentencia».11 Schmitt vuelve a mostrar su aprobación,
esta vez de nuevo en alemán «sehr gut»:
En este caso lo más plausible es enraizar el problema jurídico en la mejor metafísica, pero no quedar
en una actitud pretemática a ese respecto. Su ciencia del Derecho no es una ciencia natural y usted se
ve por ello forzado a hablar también de libertad.12
Es posible que Schmitt desconociera que este intercambio rompió de modo de-
finitivo el intercambio intelectual entre Cossio y Kelsen. Después de casi tres
9. Cfr. Schmitt, C., Teología política. Trotta, Madrid, 2009, pp. 21-35.
10. Kelsen, H., Problemas escogidos de la teoría pura del derecho. Teoría egológica y teoría pura, op.
cit., RW 265 23899, pp. 97-98.
11. Kelsen, H., Problemas escogidos de la teoría pura del derecho. Teoría egológica y teoría pura, op.
cit., RW 265 23899, p. 111.
12. Kelsen, H., Problemas escogidos de la teoría pura del derecho. Teoría egológica y teoría pura, op.
cit., RW 265 23899, p. 118.
157
miguel saralegui
No es fácil saber qué texto de Borges Schmitt tenía en mente. Más que para ex-
plicar el significado de este pasaje –por otra parte, marginal para La tiranía de los
valores–, se puede reconstruir el modo en que Borges se introdujo en la vida del
pensador alemán. Las lecturas de Schmitt reflejan su biografía: son cicatrices no
sólo de una vida plagada de sobresaltos, sino de un siglo de cuya tragedia Schmitt
es a la vez responsable y símbolo. Jorge Dotti ha intentado explicar cómo dio con
Borges: «podría no descartarse un primer contacto de Schmitt con las versiones
13. Schmitt, C., La tiranía de los valores, traducción de S. Abad. Hydra, Buenos Aires, 2009, p. 106.
Para una explicación de esta difícil referencia, cfr. Dotti, J., «Schmitt lee a Borges», en C. Schmitt, La
tiranía de los valores, op. cit., pp. 149-153. En ibidem, pp. 153-154, llega a sugerir que «[e]l artículo
que al evento [concesión del premio Formentor] le dedica Der Spiegel (el 10 de mayo de 1961) puede
haber despertado, quizás, el interés de Schmitt por un oriundo de un país sudamericano que no le era
indiferente por varios motivos, entre ellos el hecho de que hacia fines de los años cuarenta pudo
haber sido un lugar para residir y retomar su actividad docente».
158
schmitt lector de cossio y borges
En cuanto a [José María] Pemán mi opinión, compartida por todas las personas de talento que co-
nozco, es la de que se trata de una mediocridad, sobrevalorado por la purpurina de la retórica. No se
merece que usted se ocupe de él.15
Debido a que los libros que Schmitt lee de Borges están vertidos al alemán, es
más probable que el pensador haya llegado por su cuenta a Borges. Por otra
parte, hay que tener en cuenta que la obra de Borges era muy poco conocida en
la década de los sesenta en España. A diferencia de otros autores latinoamerica-
nos más jóvenes, sus libros, al no editarse en la Península, llegaban con cuenta-
gotas a las librerías.16
Si tuviésemos que buscar el origen de esta lectura en la recomendación de algún
amigo, deberíamos dirigir la mirada, más que a las amistades españolas, a los
discípulos alemanes Günter Maschke y Günther Krauss. En dos razones quiero
sustentar esta hipótesis que no considero definitiva. En primer lugar, las obras de
Borges conservadas en la biblioteca de Schmitt son traducciones al alemán. En
segundo lugar, a lo largo de sus epistolarios, Maschke y Krauss le ofrecen a Sch-
mitt numerosas recomendaciones sobre literatura tanto española como hispano-
americana. Sabemos que Maschke le regaló el 27 de mayo de 1980 la novela de
Augusto Roa Bastos, Yo el supremo, con la siguiente dedicatoria: «Una nueva
mirada a la dictadura. Al profesor Carl Schmitt en agradecimiento».17 El mismo
14. Dotti, J., «Schmitt lee a Borges», op. cit., pp. 154-155. Ninguno de los corresponsales españoles
de Schmitt guardan relación con los primeros lectores españoles de Borges. Sobre la escasa difusión
de Borges en España durante la dictadura, cfr. Adriaensen, B. & Steenmeijer, M., «Le mythe et la
realité: Le Prix International des Éditeurs et la réception de l’ouevre de Borges», Les Lettres roma-
nes, vol. 65, N° 3-4, 2012, pp. 355-374.
15. E. Tierno Galván a C. Schmitt, junio de 1953, NW 265-16028 (catalogación de las cartas de y a
Schmitt en el ya mencionado Archivo de Nordrhein-Westfalen).
16. En Adriaensen, B. & Steenmeijer, M., «Le mythe et la realité: Le Prix International des Éditeurs
et la réception de l’ouevre de Borges», op. cit., p. 371.
17. Roa Bastos, Augusto, Ich, der Allmächtige, trad. J. A. Friedl Zapata. Anstalt, Stuttgart, 1977, RW
265- 27899.
159
miguel saralegui
Maschke le regaló una traducción del poeta cubano Heberto Padilla que entu-
siasmó a Schmitt:
Este Schmitt de voraz afición lectora depara más de una sorpresa: encuentra un
alter ego en la figura del excastrista Padilla por la forzosa autoinculpación que el
dictador cubano le obligó a realizar.
Pero la hipótesis de que Schmitt conoció el nombre de Borges a través de cual-
quiera de estos dos amigos y discípulos tampoco es definitiva. Más probable me
parece la hipótesis que atribuye el interés por Borges a la característica que define
su personalidad a partir de 1945: una inagotable curiosidad. A un Schmitt que
siempre fue un gran lector de periódicos y que, a pesar de la retórica reaccionaria
«de perder el tiempo y ganar el espacio», siempre estuvo al día, no le debió de
pasar desapercibido que un autor originario de Argentina –país que pudo ser
destino profesional tras la Segunda Guerra–19 recibiera ex aequo con Samuel
Becket el premio internacional de la crítica en mayo de 1961, poco antes de que
Schmitt emprendiera su viaje estival a Galicia.
Se conservan cuatro obras de Borges en la biblioteca de Schmitt: El libro de los
seres imaginarios (en coautoría con Margarita Guerrero), Elogio de la sombra,
Seis problemas para don Isidro Parodi (en coautoría con Adolfo Bioy Casares) y
El informe Brodie.20 El listado no incluye los dos libros –Ficciones y El Aleph–
que han dado a Borges reconocimiento universal. Lamentablemente no podemos
conocer la reacción ante algunas de las narraciones más brillantes de la literatura
del siglo XX. Si Dotti ha imaginado a Schmitt como personaje de La muerte y la
brújula,21 es difícil no sentir curiosidad por la reacción de Schmitt a las siguientes
frases de Deutsches Requiem:
18. C. Schmitt a G. Maschke, Empresas Políticas, X/XI, 2008, p. 319: «dieser Padilla ist ein unerwar-
teter Lichtblick im steigenden Dunkel meiner Vergreisung, unschätzbar; vielen Dank! Ich werde mir
gleich die spanische Aufgabe zu verschaffen suchen. Es bleibt natürlich der Wunsch, von einem
solchen Mann ein paar Andeutungen über seine Selbstbezichtigung zu hören». Se trata de Padilla,
Heberto, Ausserhalb des Spiels. Gedichte, traducción de G. Maschke. Suhrkamp, Frankfurt, 1971.
19. Cfr. Dotti, J., Carl Schmitt en Argentina. Homo Sapiens, Rosario, 2000, pp. 121-134.
20. Borges, J. L., Einhorn, Sphinx und Salamander. München, 1964, RW 265-25167; Lob des Schat-
tens. München, 1971, RW 265-25860; Sechs Aufgaben für Don Isidro Parodi. Frankfurt, 1971, RW
265-25861; David Brodies Bericht. München, 1972, RW 265-24944.
21. Dotti, J., «Schmitt lee a Borges», op. cit., p. 156: «¿Sería extremadamente forzado incluir forzada-
mente a Schmitt en esta escena [de La muerte y la brújula], como quien confirma, con su teología
160
schmitt lector de cossio y borges
Durante el juicio (que afortunadamente duró poco) no hablé; justificarme, entonces, hubiera entor-
pecido el dictamen y hubiera parecido una cobardía. Ahora las cosas han cambiado; en esta noche
que precede mi ejecución, puedo hablar sin temor. No pretendo ser perdonado porque no hay culpa
en mí, pero quiero ser comprendido. Quienes sepan oírme, comprenderán la historia de Alemania y
la futura historia del mundo.22
Además, gracias al archivo, se puede saber que la afición a Borges era compartida
por la familia Schmitt completa. La fascinación del nieto Carlos por el narrador
porteño es compartida por muchos miembros de su generación:
Mientras tanto, desde que volvimos de Alemania, me he aficionado mucho a leer Borges. He leído
varias cosas suyas, y me gusta porque le veo un conocimiento inmenso, me parece uno de los hom-
bres más cultos de los que he leído algo, y que, en sus relatos o consideraciones, incita a pensar y a
enterarse, por lo menos a mí, que en muchas cuestiones de filosofía de las que habla no tengo prác-
ticamente ningún conocimiento acerca de los temas que toca. Resulta casi como un maestro. También
me he aficionado un poco, a raíz de una película sobre su vida que he visto, a Nietzsche, y esto a
mamá le ha resultado gracioso, porque dice que ya en sus tiempos pensaba que estaba anticuado.
También pienso leer pronto El único y su propiedad y te contaré qué me parece, porque me ha ense-
ñado mamá el libro que tú has leído, con notas y apuntes, y me ha hecho mucha gracia.23
Dusanka leyó finalmente un soneto de Borges, que tú conoces, un viejo pirata, quien se traslada como
un miserable por los pueblos ingleses, pero que sabe dónde se esconde un tesoro. Eso le gustó, me
gustó, a ti también te gustó, porque lo has subrayado muchas veces.24
Si la carta del nieto Carlos confirma la importancia de los comentarios que Sch-
mitt hacía en sus libros, esta segunda confidencia valida la hipótesis de que Schmitt
leyó, subrayó y comentó obras del escritor argentino que no se conservan en la
biblioteca del archivo de Nordrhein-Westfalen. El día en que los libros de Schmitt
en posesión de sus herederos integren el archivo se podrán describir de modo
política, tan combativa y opuesta a la del drama, lo que un irlandés le decía a Scharlach, para conver-
tirlo a la “fe de Jesús […]; la sentencia de los goím: todos los caminos llevan a Roma?».
22. Borges, J. L., Cuentos completos. Emecé, Buenos Aires, 2012, p. 234.
23. C. Otero a Carl Schmitt, 1 de enero de 1979, RW 265-10726.
24. A. Schmitt a C. Schmitt, 30 de diciembre de 1976, RW 265 12716.
161
miguel saralegui
completo sus reacciones ante el más importante escritor argentino del siglo XX.
Es momento de detallar las opiniones que sí podemos conocer.
25. No es del todo preciso el comentario de J. Dotti en «Schmitt lee a Borges», op. cit., p. 154: «los
tres primeros, además, contienen sus anotaciones personales [es decir, todos menos el de Isidro Pa-
rodi]». Es posible que Dotti confíe en el catálogo de la biblioteca de Carl Schmitt de Martin Tielke,
tantas veces impreciso para libros españoles.
26. Dotti, J., «Schmitt lee a Borges», op. cit., p. 156: «Limitémonos a no pasar por alto que el Manual
de zoología fantástica bien puede haberle llamado la atención no sólo por el tema general (la visión
política de Schmitt atiende siempre a la iconografía, y sus juicios sobre las artes plásticas revelan una
mirada teológico-política), sino especialmente porque allí Borges estiliza, entre otros, al Behemoth,
al Grifo».
27. Volpi, F., «El poder de los elementos», en C. Schmitt, Tierra y mar. Trotta, Madrid, 2007, p. 86:
«Con el bagaje de unos estudios jurídico-políticos que, tras el gusto por la erudición, esconden la
vocación por lo esencial, Schmitt busca la trama secreta de la historia universal. Le obsesiona una
visión que está en los límites de la escatología, presidida por tres grandes monstruos de la mitología
judeo-cristiana: el Leviatán, Behemot y el Grifo. Figuras que turban sus sueños, como le escribe a
Jünger pidiéndole informaciones».
162
schmitt lector de cossio y borges
A orillas del Huisne, arroyo de apariencia tranquila, merodeaba durante la Edad Media la peluda
(velue). Este animal habría sobrevivido al Diluvio, sin haber sido recogido en el arca. Era del tamaño
de un toro; tenía cabeza de serpiente, un cuerpo esférico cubierto de pelaje verde, armado de aguijo-
nes cuya picadura era mortal.28
Más relevantes para detectar las afinidades entre Borges y Schmitt son las marcas
que le suscita la lectura del capítulo de los «Animales Esféricos». A pesar de su
lejanía con la política, Schmitt pudo encontrar cercanía en estas páginas. Sal-
vando las distancias, su estilo se parece al que el autor alemán adoptará en mu-
chas de sus obras tardías. ¿Qué hay de común entre la caracterización de los
Animales Esféricos y Tierra y mar o Teoría del Partisano? Tanto en el escrito de
Borges como en los de Schmitt nos encontramos ante genealogías muy idiosin-
crásicas de objetos aparentemente neutros, como, en el caso de Schmitt, los
puntos cardinales o los elementos básicos y, en el de Borges, las formas geomé-
tricas. Si Tierra y mar reconstruye la historia universal a través del enfrenta-
miento entre estos dos elementos, en este capítulo Borges narra una historia
esotérica de los planetas, como seres absolutamente perfectos:
por su facultad de girar alrededor del eje sin cambiar de lugar y sin exceder sus límites, Platón […]
aprobó la decisión del Demiurgo que dio forma esférica al mundo. […] Más de quinientos años
después, en Alejandría, Orígenes enseñó que los bienaventurados resucitarían en forma de esferas y
entrarían rodando en la eternidad. […] Giordano Bruno sintió que los planetas eran grandes animales
tranquilos, de sangre caliente y hábitos regulares.29
Los motivos por los que Schmitt se acerca a la caracterización del Peritio son
evidentes. Por su cosmopolitismo narrativo, Borges enmarca la descripción de
este animal –un ave con cabeza de ciervo que proyecta una sombra humana– en
Alemania. El único documento, de origen judío, que permitiría la reconstrucción
28. Borges, J. L. y Guerrero, M., Libro de los seres imaginarios, en Obras completas en colaboración.
Emecé, Barcelona, 1997 p. 681.
29. Borges, J. L. y Guerrero, M., El libro de los seres imaginarios, op. cit., p. 579.
163
miguel saralegui
El folleto del rabino que permitió esta descripción se hallaba depositado hasta antes de la última
guerra mundial en la Universidad de Múnich. Doloroso resulta decirlo, pero en la actualidad ese
documento también ha desaparecido, no se sabe si a consecuencia de un bombardeo o por obra de
los nazis. Es de esperar que, si fue esta última la causa de su pérdida, con el tiempo reaparezca para
adornar alguna biblioteca del mundo.30
Mucho más expresivas son las anotaciones que Schmitt escribe a propósito de
algunas piezas del Elogio de la sombra, publicado en 1969.31 Esta obra de Borges
causó verdadero entusiasmo al alemán. Hay constancia de que este título, en el
que prosa y poesía se intercalan, ha sido leído y releído. ¿Cómo explicar la atrac-
ción por esta obra en principio alejada de la cosmovisión schmittiana? A pesar de
la aparente lejanía, por muchos motivos pudo identificarse –y en menor medida
airarse– con el narrador porteño.32 En primer lugar, estilísticamente a Schmitt
hubo de parecerle familiar el carácter híbrido y original de esta composición.
Aunque de modo restringido por la naturaleza discursiva de sus obras, el mismo
Schmitt se atreve con géneros –como el diálogo, el dietario, incluso el cuento y
la fábula– muy originales para la escritura de la teoría política.
Sustancialmente le debió gustar el contenido de la obra. A un Schmitt íntima-
mente antisemita no pudo pasar desapercibido el filosemitismo que destila El
elogio de la sombra. Como consecuencia de la visita de Borges a Israel como
invitado oficial, los comentarios sobre cuestiones judías abundan en tres poemas:
A Israel; Israel; Israel, 1969. Borges jugará con el contraste entre la antigüedad
del pueblo judío y la novedad de la instauración de su Estado: «La más antigua
30. Borges, J. L. y Guerrero, M., El libro de los seres imaginarios, op. cit., p. 683.
31. Borges, J. L., Lob des Schattens, traducción de Curt Meyer-Clason. Hanser, Múnich, 1971.
32. Por motivos diferentes a los que aquí se van a exponer, la incompatibilidad entre Borges y Schmitt
la ha defendido J. Dotti en «Schmitt lee a Borges», op. cit., p. 156: «Como sea que fuere, el estilo
distanciado e irónico, el juego con las fuentes, la ligereza, si no superficialidad, en la declinación pre-
posmoderna de problemas axiales en la visión schmittiana de las cosas son rasgos que le generan di-
ficultades a una lectura como la que Schmitt podría haber hecho con vistas a una recepción de estos
u otros motivos de la producción borgeana».
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schmitt lector de cossio y borges
33. Borges, J. L., Elogio de la sombra, en Obras completas. Emecé, Buenos Aires, Barcelona, 2000
[1969], vol. II, p. 384.
34. Borges, J. L., Elogio de la sombra, op. cit., p. 381.
35. Borges, J. L., Elogio de la sombra, op. cit., p. 375.
36. Borges, J. L., Elogio de la sombra, op. cit., p. 374.
37. Borges, J. L., Elogio de la sombra, op. cit., p. 379.
38. Schmitt, C., El concepto de lo político, op. cit., p. 56.
39. Schmitt, C., Glossarium, 23 de septiembre. Duncker & Humblot, Berlín, 1991, 1948, p. 199.
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miguel saralegui
final».40 Por este motivo, las frases del prólogo en las que Borges se describe
como un ser completamente irénico lo debieron trastornar. Schmitt había de leer
las siguientes frases como un desvergonzado acto de hipocresía: «Tampoco ha
faltado en mi vida la amistad de unos pocos, que es lo que importa. Creo no tener
un solo enemigo. La verdad es que nadie puede herirnos salvo la gente que
queremos».41 Si la primera frase de esta cita hubo de repelerle, pudo ver con más
simpatía la segunda idea, pues de alguna manera expresa una convicción querida
a Schmitt: el enemigo nunca puede ser total, porque su capacidad de agresión
depende de nuestro reconocimiento. Pero existen otras imprevistas afinidades
entre la reflexión de Borges y Schmitt sobre el enemigo.
A pesar de la declaración de irenismo, la figura del enemigo es recurrente en el
Elogio de la sombra. Ambos autores conceden mucha importancia al fratricidio
de Caín para elaborar su consideración del enemigo. Para Schmitt, este asesinato
original confirma que la enemistad es consustancial a la historia humana:
¿Debemos excluir de la esencia del hombre la enemistad? ¿Lo humano debe significar: paz, armonía
y concordia? ¿Los hermanos deben ser amigos para siempre? ¿En esto deben creer cristianos o ju-
díos? Entonces deben dejar de creer que son descendientes de nuestro padre Adán, el primero de los
hombres. Adán tenía dos hijos: Caín y Abel. Bonito ejemplo de una fraternización universal.42
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schmitt lector de cossio y borges
no puede aniquilar nada. Adam Müller lo dijo contra Fichte: quien condena a
otro de manera absoluta, se condena a sí mismo a una pelea eterna».45
Hasta este momento tan sólo he señalado las ideas de Borges que si no suscitan
la atención directa de Schmitt, hubieron de acercarle anímicamente a El elogio de
la sombra. Schmitt, que sentía que había encontrado a un alma contradictoria-
mente paralela, destapa su intimidad ante una de las piezas más discursivas del
libro «Fragmentos de un evangelio apócrifo». A diferencia de lo que suele ser
habitual en sus libros, Schmitt no sólo subrayará, sino que hará varias anotacio-
nes de diverso tipo, y llegará incluso a continuar estos fragmentos con uno de su
propia cosecha.
Coherentemente con el resto de la obra, en estos fragmentos se continúa la
reflexión acerca del enemigo, el perdón y la venganza. Éstos serán los versículos
que llamen la atención de Schmitt. Subraya una idea ya mencionada, no perdonar
es más perjudicial para el agredido que para el agresor: «19. No odies a tu ene-
migo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio nunca será
mejor que tu paz».46 La idea de la renuncia a la venganza como castigo vuelve a
incitar al Schmitt lector, cuando en el código borgeano se añade un matiz a una
de las más famosas frases de Jesucristo: «26. Resiste el mal, pero sin asombro y
sin ira. A quien te hiriere en la mejilla derecha, puedes volverle la otra, siempre
que no te mueva el temor».47 Como se podía esperar, a Schmitt le agrada la sofis-
ticación de Borges que identifica perdón y venganza: «27. Yo no hablo de ven-
ganzas ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón».48 Sch-
mitt vuelve a subrayar el texto cuando Borges recuerda las complicaciones
morales del amor al prójimo: «28. Hacer el bien a tu enemigo puede ser obra de
justicia y no es arduo; amarlo, tarea de ángeles y no de hombres. 29. Hacer el bien
a tu enemigo es el mejor modo de complacer tu vanidad».49 Realza también el
contenido del decimonoveno fragmento, en el que detecta una idea muy afín a su
reflexión sobre el enemigo, el odio nos liga de manera definitiva al enemigo: «No
odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio
nunca será mejor que tu paz».50
Schmitt no sólo subraya, sino que une con diagrama de flechas «los manda-
mientos» décimo, decimotercero y decimoséptimo. A pesar de la unión trazada,
el parecer de Schmitt sobre estos tres mandamientos debía de ser muy diferente.
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schmitt lector de cossio y borges
Los historiadores del libro y la lectura han insistido en las dificultades a las que
el estudioso se enfrenta para conocer las reacciones y las opiniones de un lector
ante una obra.62 Salvo que éste se convierta en crítico y publique sobre la obra
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Temas
La razón de Estado Mario Leonardo Miceli
en Giovanni Botero:
una teología política entre omnipotencia y contingencia
Introducción
1. F. Pardo, Osvaldo, «Giovanni Botero and Bernardo de Balbuena: Art and Economy in La Gran-
deza mexicana», Journal of Latin American Cultural Studies, 10, No 1, 2001, p. 103.
2. Headley, John M., «Geography and Empire in the Late Renaissance: Botero’s Assignment, Wes-
tern Universalism, and the Civilizing Process», Renaissance Quarterly, 53, No 4, 2000, p. 1134.
3. Schackleton, Robert, «Botero, Bodin and Roberto Johnson», The Modern Language Review, 43,
No 3, 1948, pp. 405-409. Ver también Meadows, Paul, «Giovanni Botero and the Process of Urbani-
zation», The Midwest Sociologist, 20, No 2, 1958, p. 90. Suele apuntarse la relevancia que tuvo el
piamontés más allá del Canal de la Mancha, dados los gérmenes de economía política que poseían sus
escritos, junto a inicios de estadística moderna, advirtiendo que Le Relationi Universali tuvo tanto
éxito y fue tan difundida que sólo podría compararse con la difusión de la Gerusalemme Liberata del
Tasso (Gioda, Carlo, La vita e le opere di Giovanni Botero. Ulrico Hoepli, Milano, 1894, vol. I, pp.
222-223 y vol. II, p. 605). Asimismo en Inglaterra fueron conocidas las traducciones hechas por
Robert Johnson de las Relationi Universali con un sentido ligado estrictamente al comercio y la
política de colonización que ese país inició en el siglo XVII (Fitzmaurice, Andrew, «The Commercial
Ideology of Colonization in Jacobean England: Robert Johnson, Giovanni Botero, and the Pursuit
of Greatness», The William and Mary Quarterly, 64, No 4, 2007, p. 794).
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la razón de estado en giovanni botero
ha causado suma maravilla el escuchar todo el día mencionar razón de Estado, y en tal materia citar
ora a Nicolás Maquiavelo, ora a Cornelio Tácito. […] Pero aquello que me movía no tanto a mara-
villa, sino más bien a desdeño, era el ver que semejante bárbara manera de gobernar fuese acreditada
en modo que se contraponía descaradamente a la ley de Dios, hasta decir que algunas cosas son líci-
tas por razón de Estado, otras por conciencia.4
La sed que mueve al escritor aparece explícitamente: enfrentar la nueva realidad que
deslindaba la política de su época, y que hacía necesario un replanteo de la forma
de gobernar, sin escaparse de los cánones que habían regido a la cristiandad durante
siglos, y evitando los consejos que pretendían imponerse a través de la interpreta-
ción de la obra maquiavélica. Se podría decir, en lenguaje de Pocock, que Botero
intenta «hacer una movida», la cual en palabras del investigador contemporáneo
supone «un juego y una maniobra táctica», la cual debe ser estudiada en dependen-
cia con «la forma en que entendamos la situación práctica en que se encontraba, el
argumento que deseaba plantear, la acción o norma que deseaba legitimar o
deslegitimar».5 Es decir, busca relegitimar el concepto de «razón de Estado» bajo
cánones distintos, acaso como una «contramovida» frente al maquiavelismo.
Con base en la cita de Botero, no puede aquí obviarse que investigadores con-
temporáneos comenzaron una elocuente reinterpretación de las obras de Ma-
quiavelo, intentando en algunos casos demostrar que el florentino estaba lejos de
ser un pensador ateo o tendiente a una secularización extrema.6 Si bien este tra-
4. Botero, Giovanni, Della Ragion di Stato. Donzelli Editore, Roma, 1997, pp. 3-4. Este artículo,
Della Ragion di Stato (junto a los agregados que se le fueron adhiriendo) y Delle Cause della Gran-
dezza delle Città fueron estudiados a través de ediciones contemporáneas según se detallará en la
bibliografía. El resto de los textos del piamontés fueron analizados a través de digitalizaciones de las
primeras publicaciones realizadas hacia fines del siglo XVI y principios del XVII, y se explicitarán las
editoriales e instituciones responsables de ellas. Finalmente, la Quinta Parte de las Relationi Univer-
sali, que fue escrita con posterioridad (en 1611), se obtuvo de la transcripción hecha en el volumen
III de la obra de Carlo Gioda sobre Botero. Todas las citas que se transcribirán serán traducidas al
español por el autor de este artículo.
5. Pocock, J. G. A., «Historia intelectual: un estado del arte», Prismas, No 5, 2001, pp. 156-157.
6. Como ejemplo de ello puede citarse la concepción sobre la teología política de Maquiavelo que
esgrime Miguel Vatter o los trabajos que, fundándose en las conclusiones de este último investigador,
desarrollan el concepto de milagro en la teoría maquiavélica (Orrego Torres, Ely, «Desafiando a la
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mario leonardo miceli
bajo no se centra en la figura del florentino, cabe aclarar que estas reinterpreta-
ciones no invalidan la tarea que emprendió Botero respecto del supuesto mensaje
de Maquiavelo. En primer lugar porque, si bien Botero podría estar basándose
en una errónea interpretación de Maquiavelo, se marcará que las tesis del pia-
montés responden además a teorías de otros pensadores. En segundo término, si
se me permite la siguiente lectura, y según los planteos metodológicos que sugie-
ren la importancia de analizar la obra del autor en relación con su marco contex-
tual, me atrevería a decir que quizás sea más importante relevar cómo Maquia-
velo fue entendido en las décadas que siguieron a su obra, por más que haya sido
de una manera que hoy descubriríamos como errónea. En este sentido, lo notable
es que, según esgrime Botero, en las cortes de la época la visión que se tenía del
florentino era la de un pensador cuya teoría política estaba lejos de preceptos
teológicos, siendo el temor del piamontés que muchos gobernantes actúen sobre
la base de dichas premisas, lo cual por otra parte se condice con el proceso de
secularización de lo político que se inició en el mundo occidental, aún más allá
de si Maquiavelo haya sido o no un profeta de éste. Y en tercer y último lugar
puede apuntarse que, aun aceptando las conclusiones de estas nuevas tesis sobre
Maquiavelo, las premisas teológicas del florentino difieren de aquellos conceptos
medievales en los cuales se basaba Botero.7
Teniendo en cuenta su objetivo, Botero da una primera definición del término
como la «noticia de los medios aptos para fundar, conservar y ampliar un
dominio».8 Esta primera significación resulta ya un claro ejemplo del eje de la
hipótesis de este artículo, dado que se dejan notar ciertas conexiones con el pen-
samiento político medieval, pero a la vez introduciendo sutiles (pero no meno-
res) diferencias respecto de él, como consecuencia de una posible adaptación al
contexto que vive el piamontés. La cita parecería en principio remontar a lo ex-
puesto por Tomás de Aquino en su Del gobierno de los príncipes,9 pero en el
Fortuna: Maquiavelo y el concepto de milagro», en Diego Sazo Muñoz (ed.), La revolución de Ma-
quiavelo. El Príncipe 500 años después. RIL Editores, Santiago de Chile, 2013, p. 257). Otro caso
paradigmático es el de Maurizio Viroli, quien en un reciente texto presenta en extenso cómo en
Maquiavelo seguía existiendo una cierta idea del Dios cristiano con no menores influencias sobre sus
teorías políticas (Viroli, Maurizio, Machiavelli’s God. Princeton University Press, New Jersey, 2010).
7. Por ejemplo Ely Orrego Torres, en el ya citado trabajo, describe la idea del milagro en Maquiavelo
más ligado a lo humano y no como un fenómeno estrictamente sobrenatural. En cuanto a Viroli,
presenta la figura de Dios en Maquiavelo en conexión con el republicanismo, la idea de patria y el
desarrollo de ciertas virtudes que no eran pensadas desde una especie de paganismo, lo cual, si bien
tenía fuertes conexiones con el Medioevo, el mismo investigador italiano contemporáneo acepta que
representaba un cristianismo sui generis que se alejaba de la Iglesia romana (op. cit., pp. 2-3).
8. Botero, Giovanni, Della Ragion di Stato, op. cit., p. 7.
9. «Y siendo enseñado por la ley divina, su principal cuidado [el del gobernante] ha de ser cómo hará
que viva bien el pueblo que le está sujeto; el cual cuidado se divide en tres cosas. Lo primero, cómo
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la razón de estado en giovanni botero
aquinate la cuestión nuclear alude al objeto del «bien vivir», muy probablemente
en referencia a la búsqueda de un estilo de vida virtuoso que coadyuve a la ple-
nificación del hombre tanto en lo material como en lo espiritual. Sin embargo, en
el piamontés el objeto de las tres acciones es claramente otro: no la vida buena o
virtuosa sino el dominio, entendido como la extensión territorial, sus recursos
materiales o hasta en el moderno sentido del Estado como máquina de monopo-
lización del poder. El uso de la palabra «medios» es sintomático en este sentido,
hecho que parece acercarlo más a Hobbes que al aquinate.10 Si bien Botero no
contradiría el objetivo de vida virtuosa que describe Tomás de Aquino, es parti-
cular que, a la hora de expresar aquello que primeramente es la función del go-
bernante, tome la tríada tomista pero la reinterprete en un sentido similar al que
ya había realizado Maquiavelo.11
El problema no se resuelve aquí, ya que a pesar de la modernidad de esta primera
definición, Botero no claudica respecto de su primer objetivo de refundar un arte
de gobierno que respete la verdadera religión, a fin de que sus principios se con-
viertan en el eje transversal que guíe todo accionar político, aun el de su época. En
todo caso, aquí debería apuntarse entonces que, si bien su razón de Estado puede
referirse a medios para realizar ciertos proyectos políticos, éstos no se relacionan,
como diría Bobbio, a aquello que materialmente se necesita para alcanzar simple-
mente un cierto objeto de deseo, sino que están ligados a fines que van más allá de
lo estrictamente político y de los intereses personales de tal o cual gobernante.
ha de fundar en el pueblo este modo de bien vivir. Lo segundo, cómo lo ha de conservar después de
comenzado. Y lo tercero cómo podrá hacer que cada día vaya en aumento» (Tomás de Aquino, Del
gobierno de los príncipes. Editora Cultural Bs. As., Buenos Aires, 1945, Libro I, capítulo 15).
10. Puede aquí traerse a colación la manera en que algunos politólogos contemporáneos describen el
concepto de Estado con anterioridad al siglo XVII, ligándolo estrictamente a la figura del gobernante
y concluyendo que, dado que el Estado era de alguien, por ello ese alguien podía conservarlo o
agrandarlo, en una directa ligazón a la idea de «medio de dominación» (Mansfield Jr., Harvey C.,
«On the Impersonality of the Modern State: A Comment on Machiavelli’s Use of Stato», The Ame-
rican Political Science Review, 77, No 4, 1983, p. 853). En un sentido similar habla Bobbio cuando
describe las teorías sustancialistas del poder en referencia a aquellas que lo entienden como un medio
que sirve para alcanzar lo que es objeto de nuestro deseo, y pone como ejemplo a Hobbes (Bobbio,
Norberto, Estado, gobierno y sociedad. Por una teoría general de la política. Fondo de Cultura Eco-
nómica, México, 1996, p. 103). Algo análogo exhibe Guillermo O’Donnell pero refiriéndolo al Es-
tado capitalista de los siglos XIX y XX y dentro de un marco ideológico diverso al tomado en este
artículo, cuando describe la asimetría que se crea gracias a ese ente estatal que tiene los recursos (es
decir, los «medios») de coacción física, económicos, de información e ideológicos para ajustar los
comportamientos (O’Donnell, Guillermo, «Apuntes para una teoría del Estado», Revista Mexicana
de Sociología, 40, No 4, 1978, p. 1159).
11. No es el objetivo de este trabajo comparar con exactitud los textos de Botero con los del florentino,
pero sólo recuérdese que en El Príncipe se pueden rastrear referencias a la cuestión recién descripta
usando los mismos términos de «medios» para la fundación o adquisición, conservación y ampliación
del Estado (Machiavelli, Nicolò, Il Principe. Le Monnier, Firenze, 1969, pp. 80, 110, 139 y 152).
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mario leonardo miceli
Nótese la siguiente cita: «Y qué mayor locura puede ser que el prevaricar contra
la ley de Dios para ampliar el Estado; y dañar su alma, en pos de dejar el reino más
grande a sus sucesores», agregando luego que la fama y la gloria (aquellas virtudes
que había querido ensalzar el Renacimiento) son un arma de doble filo.12 La ver-
dadera ley de Dios es la que debe seguir rigiendo las ciencias prácticas, entre ellas
la política, y aquí es donde se ve claramente la conexión que Botero marca entre la
política medieval y el surgimiento del Estado moderno. Así deja en claro que los
medios políticos están inscriptos en el marco de una clara jerarquía de fines, siendo
que «las riquezas, la dignidad, los reinos y los imperios tanto tienen del bien
cuanto de comodidad se orientan a honrar a Dios y de conseguir el fin último».13
Botero busca sistematizar la razón de Estado bajo un arte de gobierno que se
fundamente en principios claros, y que ese mismo arte se convierta en una estruc-
turación consistente de los medios legítimos a utilizar de manera normal en po-
lítica para la consecución del bien común, una razón subordinada a la ética (una
recta ratio para elegir los medios), interpretación que también aparecía en los
teóricos españoles de la razón de Estado.14 Por lo tanto, el nuevo concepto no
necesariamente implica una conexión con ese supuesto proceso de autonomía de
lo político y ni siquiera se tiñe de un sentido peyorativo. Se presenta simple-
mente como los medios que, en concordancia con principios éticos, buscan so-
brellevar los problemas políticos que se generan en la vida de las comunidades.
Este objetivo trasciende su obra Della Ragion di Stato, para transformarse en un
eje transversal a lo largo de su vida como publicista. Fíjese en este sentido cómo
en la misma dedicatoria a De Prencipi Christiani explica que
en años pasados entregué para su publicación las más importantes maneras del buen gobierno, de
manera sucinta en mi Razón de Estado recopiladas; y ahora publico la primera parte de los Príncipes
12. Botero, Giovanni, De Prencipi Christiani [Parte Prima]. Dominico Tarino (digitalizado por Goo-
gle), Torino, 1601, p. 90.
13. Idem, p. 91. Apúntese cómo Chabod resalta esta particularidad de Botero de no pensar en una
ciencia política autónoma. Siguiendo las líneas metodológicas de Quentin Skinner («Meaning and
Understanding in the History of Ideas», History and Theory, 8, No 1, 1969), podría firmemente decirse
que esto no significa en absoluto un error del piamontés. Ahora, paradójicamente, esto sirve a Chabod
para referenciar una ventaja que surge de esa supuesta falencia: «Feliz defecto, por un lado, que le
permitía ver lo que Maquiavelo, presa de una sola pasión, no había visto; que le hacía advertir, junto a
la actividad política, la vida económica de las naciones y le hacía posible concebir, escribir y publicar
las Cause della grandezza delle città» (Chabod, Federico, «Giovanni Botero», en Federico Chabod,
Escritos sobre el Renacimiento. Fondo de Cultura Económica, México, 1990, p. 256). El contemporá-
neo historiador italiano estaría diciendo entonces que es justamente esa conexión con la estructura
medieval de disciplinas lo que lleva a Botero a poder profundizar ciertos temas mejor que el florentino.
14. Fernández-Santamaria, José A., «Reason of State and Statecraft in Spain (1595-1640)», Journal of
the History of Ideas, 41, No 3, 1 iulie 1980, p. 355.
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la razón de estado en giovanni botero
Cristianos, donde, en las acciones de óptimos y valerosísimos Reyes, la práctica y uso de esa Razón
de Estado, como pintura a su luz, se aprecian.15
Se recrea así un arte político que, sin desentenderse de los problemas coetáneos,
busca consolidarse como un accionar que pueda ser considerado normal más allá
de las circunstancias propias de tal o cual reinado, dentro de la estructura teleoló-
gica que aparecerá continuamente como escenario de fondo de sus postulados.16
Dicho trasfondo deberá ser tomado en cuenta a lo largo de este artículo, espe-
cialmente si, frente a las interpretaciones contemporáneas sobre la razón de
Estado moderna y la boteriana en particular, se intenta buscar un camino dis-
tinto que muestre que, más allá de los atisbos de modernidad que se analizarán
en el piamontés, la conexión con la cristiandad medieval sigue siendo muy
fuerte. Un claro ejemplo de estas problemáticas se encuentra desde la mera de-
finición del concepto de razón de Estado dado por pensadores del siglo XX. Por
tomar sólo un ejemplo, Foucault habla de la nueva ratio gubernatoria que se
descubre en el siglo XVI, el cual opera bajo una racionalidad propia, de modo
que se liga a Botero con una definición no territorial de Estado sino con una
firme dominación sobre los pueblos, con una especie de revolucionaria inven-
ción de técnicas de poder parangonable al descubrimiento del heliocentrismo o
la ley de gravedad.17 En un sentido similar habla Viroli cuando explica la razón
de Estado como «el conocimiento de los medios para preservar la dominación
sobre un pueblo», dentro de aquello que el italiano considera como una revolu-
ción en el lenguaje de la política.18 Estas enunciaciones sobre el tema en cuestión
parecen partir de esa idea de «medios» presente en la primera definición bote-
riana, pero el inconveniente es que decididamente se detienen en este punto.
Recuérdese que se marcó cómo Botero explícitamente busca recrear sí un arte
de gobierno como dice Foucault, pero con íntimas relaciones con la teología
moral, al punto de admitir que su verdadera intención había sido siempre una
especie de catequesis de buenas virtudes para los gobernantes.19 La razón de
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mario leonardo miceli
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la razón de estado en giovanni botero
La vida, el honor y nuestras facultades están en las manos de los jueces, porque, faltando en gran
parte el amor y la caridad, crece no obstante la violencia y la codicia de los hombres malvados, de los
cuales si no fuésemos defendidos por los jueces, mal pasarían nuestras necesidades.20
Parece estar más que explícito el lenguaje de la vis coactiva de los primeros pen-
sadores cristianos (San Agustín entre ellos) que encontraban la justificación úl-
tima de la autoridad en la necesidad de reprimir el pecado. La perspectiva no
aflora sólo respecto de los jueces sino también en referencia a la definición de
“política”. Es así que, hablando de las ciencias que sirven para afinar la pruden-
cia, argumenta que «la moral da el conocimiento de las pasiones comunes a to-
dos, la política enseña a moderar o secundar estas pasiones y los efectos que se
siguen en los súbditos con las reglas del buen gobernar».21 El arte gubernamental,
es decir, la razón de Estado, se basa en un accionar que controle las pasiones
humanas, hecho que a su vez demuestra que Botero sigue anclado a una concep-
ción de la política que dista de ser la ciencia autónoma que habría supuestamente
fundado Maquiavelo.22 Una vez más será importante considerar que la perspec-
tiva de Botero no resulta novedosa, si recordamos que en todo caso es este pesi-
mismo de origen clásico y medieval aquello que lo llevará por ejemplo a esgrimir
que la «experiencia enseña que, por la corrupción de la naturaleza humana, la
fuerza prevalece sobre la razón y las armas sobre las leyes».23
Como consecuencia emergen en las obras de este clérigo secciones donde
claramente se inscribe en un decadente ambiente de desilusión. En medio de
esa supuesta literatura que buscaba mostrar a los gobernantes ejemplos de
virtud política, asevera que «los príncipes, por los goces en los cuales están
insertos, y por la majestad en la cual viven, poco suelen acordarse de la debili-
20. Botero, Giovanni, Delle Cause della Grandezza delle Città, en Della Ragion di Stato, con tre li-
bri: Delle Cause della Grandezza delle Città, due Aggiunte e un Discorso sulla popolazione di Roma.
Tipografia Torinese, Torino, 1948, p. 374.
21. Botero, Giovanni, Della Ragion di Stato, op. cit., p. 44.
22. Apréciese que, al comparar a Maquiavelo con Tomás de Aquino, Chabod declara cómo el floren-
tino considera al «Estado como realidad de hecho cuya validez teórica es inútil o hasta absurdo
buscar; el Estado que es lo que es sin conexión alguna con presupuestos metafísicos –con la idea
agustiniana del pecado por ejemplo–, y la política, como esfera de actividad autónoma, más allá del
bien y el mal morales» (Chabod, Federico, «El Renacimiento en las interpretaciones recientes», en
Escritos…, op. cit., p. 17). Será importante entonces saber diferenciar, más allá de los párrafos que
conecten a Botero con Maquiavelo, que el piamontés tiene, a diferencia del segundo, una base teoló-
gica como la que Chabod asociaba al agustinismo.
23. Botero, Giovanni, Delle Cause della Grandezza delle Città, op. cit., p. 399. Este pesimismo llega
a tal extremo de citar sin tapujos a Mohamed II rey de los turcos, quien «decía que el mantener la
palabra dada era cosa de mercader, no de príncipe, porque el mercader vive del crédito y de la fe, el
príncipe se vale de la fuerza y de las armas» (Botero, Giovanni, «Della neutralità», en Della Ragion
di Stato, con tre libri…, op. cit., p. 446).
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24. Botero, Giovanni, De Prencipi Christiani [Parte Prima], op. cit., p. 180.
25. Botero, Giovanni, Detti memorabili di personaggi ilustri, op. cit., pp. 146-147.
26. Véanse las referencias a las ideas que surgen en pensadores del siglo XVI sobre la «mutabilidad
del ser», el escepticismo general en varios ámbitos del saber humano o el sentimiento de melancolía
asociado a la ansiedad por la alteración de todas las cosas (Bouwsma, William J., The waning of the
Renaissance. Yale University Press, New Haven, 2002).
27. Botero, Giovanni, Della Ragion di Stato, op. cit., p. 6.
28. Botero, Giovanni, Delle Cause della Grandezza delle Città, op. cit., p. 394.
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la razón de estado en giovanni botero
cristiana sino también de reinos como Egipto, Asiria y finalmente China.29 Esta
misma tendencia lo lleva a situar en parte a la Iglesia católica dentro de este
marco, ya que advierte que «Roma, centro del mundo, no sería muy diferente a
un desierto que a una ciudad si el Sumo Pontífice no residiese en ella, y la enalte-
ciese con la grandeza de su corte y con el concurso de los embajadores, prelados
y príncipes».30 Puede apreciarse así la conciencia que tenía Botero sobre la analo-
gía entre el proceso de centralización que había sobrellevado la teocracia papal y
aquel que se estaba realizando en las demás monarquías absolutas, los cuales por
otro lado curiosamente son asimilados a los legendarios reinos orientales.
Este poder supremo se ve asimismo reflejado para con sus más cercanos cola-
boradores, dado que recomienda a su príncipe que «no permita a sus ministros,
por grandes que sean, el arbitrio y la facultad absoluta de hacer razón, sino que
los someta lo máximo posible a la prescripción de las leyes, reservando el arbitrio
para sí mismo».31 El gobernante debe retener, por encima del recinto de sus mi-
nistros (los cuales sí deben estar sometidos al imperio de la ley), un ámbito de
decisión que no esté condicionado bajo ningún aspecto. Se parece aquí a ese
Leviatán que describe Schmitt en relación con la obra de Hobbes que, como «el
titular del poder supremo, rector y gobernador del Estado, el “Gobernor” como
reza el texto inglés, “Rector” en el texto latino, dispone las penas y las
recompensas».32 Nótese además que Botero no posee ningún tapujo en hablar de
«arbitrio», sin declamar si éste se basa en algún tipo de precepto superior o en el
mero capricho de la autoridad. Si bien más adelante se encontrarán respuestas a
este dilema, por el momento sólo se pinta la figura de un gobernante que se
transforma en la instancia última del poder de decisión, premisa que termina de
confirmar cuando comenta que «es de gran importancia el secreto [secretezza],
porque es aquello que rinde al príncipe similar a Dios […] hace que los hombres,
ignorando los pensamientos del príncipe, estén expectantes de sus diseños».33 En
185
mario leonardo miceli
este cuadro, sólo el príncipe debe conocer aquello que hoy denominaríamos
como las grandes políticas de Estado, o lo que en lenguaje boteriano sería la
esencia de la razón de Estado.
Debe siempre tenerse en cuenta que Botero estaba viviendo la plena consolida-
ción de las signorie en la mayor parte de la península itálica, y así resulta lógico
que su teoría política se transforme (en parte) en justificación de esta realidad.
Pero más allá de esta adecuación al contexto, algunos párrafos parecen ir aún más
lejos hacia las raíces de toda filosofía política, transformando al príncipe en la
base misma de la comunidad, aquello que le da verdadera vida y del cual depende
la salud de toda la estructura política.34 Esta óptica del gobernante que vitaliza al
Estado, otra vez al estilo de un Dios creador, queda explícitamente confirmada
por Botero: «Y la causa es que la Razón de Estado supone al Príncipe y al Estado
(aquel casi como artífice, éste como materia)».35 El Estado, aquí probablemente
en referencia al cúmulo de territorios, población e instituciones, pero a la vez
como algo exterior al gobernante, es una materia maleable por este último; es el
artesano que da la forma a algo que sin este agente no tendría existencia. El go-
bernante se transforma en la causa eficiente de la persona pública y de él depende
su esencia, en una analogía directa con la divina Causa prima.36
Esta última cuestión se cristaliza en las ocasiones en que Botero trata el lugar
del pueblo dentro de su teoría política, generalmente haciendo referencia a aque-
lla agrupación de hombres que se diferencia del príncipe y la aristocracia, como
un todo homogéneo falto de voluntad, el cual debe ser ordenado y controlado
(reapareciendo aquí su antropología pesimista). Si bien el tema podría desarro-
llarse en detalle, para los fines de este artículo conviene apuntar brevemente esa
visión del pueblo como una masa informe que puede ser determinada por la
voluntad de los gobernantes.37 Florece la figura paternalista del príncipe que tiene
a cargo una grey, hecho que Botero confirma aseverando que «la lejanía suele
producir que los Príncipes, sin poder por sí mismos ver las necesidades de los
bían fundamentado la teocracia papal, siendo un claro ejemplo sobre cómo los lenguajes de una tra-
dición muchas veces extraen ideas de áreas no políticas que migran hacia la esfera de lo político
(Boucher, David, «Language, Politics & Paradigms: Pocock & the Study of Political Thought», Po-
lity, 17, No 4, 1985, p. 766).
34. Botero, Giovanni, Della Ragion di Stato, op. cit., pp. 20 y 90-91.
35. Extraído de los agregados a la edición romana de 1590 de Della Ragion di Stato (op. cit., apéndice
1, p. 231).
36. Gentile, Francesco, Inteligencia política y razón de Estado. EDUCA, Buenos Aires, 2008, pp.
74-75.
37. Aquí puede recordarse que Leo Strauss describía en un sentido análogo la teoría de Maquiavelo
donde, dada la «maleabilidad infinita del hombre», el príncipe podía transformar a los súbditos a
través de la coacción (Strauss, Leo, Qué es la filosofía política. Guadarrama, Madrid, 1970, pp. 56-57).
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la razón de estado en giovanni botero
38. Botero, Giovanni, De Prencipi Christiani [Parte Seconda], op. cit., p. 429.
39. Botero, Giovanni, Detti memorabili di personaggi ilustri, op. cit., p. 303.
40. Cfr. Raffo Magnasco, Benito, «La política como prudencia en Santo Tomás», Sapientia, 21, No 22,
1967, p. 273.
41. Botero, Giovanni, I Capitani. Alessandro Vecchi (digitalizado por Google), Venezia, 1617, p. 50.
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mario leonardo miceli
42. Botero, Giovanni, Della Ragion di Stato, op. cit., p. 151. El tópico reaparece constantemente en
las obras, por ejemplo elogiando a Venecia por mantener bien poblada a su república (Botero, Gio-
vanni, Relatione della Republica Venetiana. Kessinger Publishing LLC, Whitefish, 2010, p. 18) o
aconsejando al príncipe aquello que hoy denominaríamos como políticas demográficas (Botero,
Giovanni, Della Ragion di Stato, op. cit., pp. 159 y 162), que llega a tener enfoques que hoy asocia-
ríamos a la estadística.
43. Idem, p. 276.
44. Por ejemplo, presentando al hereje como traidor político en época de Carlos IX de Francia al
relatar las imputaciones hechas a un líder calvinista (Botero, Giovanni, De Prencipi Christiani [Parte
Prima], op. cit., p. 143). El miedo de Botero excede lo teológico, ya que expone el peligro de esos
herejes que «se fortifican en las plazas, donde se vuelven más potentes, las rigen a su modo, con
consejos y diseños particulares para la conservación de su secta [, haciendo] ligas con príncipes ex-
tranjeros»; como si estuviese diciendo que son capaces de gestar un Estado dentro del Estado (Bo-
tero, Giovanni, Le Relationi Universali [Parte Quinta], op. cit., p. 40).
45. Schmitt, Carl, Concepto de lo político. Struhart & Cía., Buenos Aires, 2006, p. 31.
46. Citas en este sentido pululan a lo largo de toda la obra boteriana. Márquese por ejemplo cuando,
hablando de las facciones religiosas de la Francia de Carlos IX, explica que «habiendo crecido las
fuerzas de una y otra parte […] no se deseaba otra cosa que el venirse a las manos» (Botero, Giovanni,
De Prencipi Christiani [Parte Prima], op. cit., p. 135). Una vez más en lenguaje schmittiano, la crónica
boteriana muestra cómo el problema religioso había adquirido el nivel de violencia suficiente para
convertirse en político. Esto generaba el mayor de los peligros para ese Botero que funda sus teorías
principalmente en las ideas de orden y concordia, dado que la consecuencia directa de la herejía era
la desunión al interno de la comunidad, y en muchísimas ocasiones advierte que la desobediencia a
nivel religioso lleva inexorablemente a la desobediencia política, con lo cual refuerza la idea de la
herejía como germen constante de rebeldía e inestabilidad.
188
la razón de estado en giovanni botero
que resultan necesarios para que el gobernante pueda cumplir su oficio de pro-
tector de la fe y de la paz política.47 Más allá de los consejos concretos (e innume-
rables) que esgrime el clérigo, lo interesante es que el punto confirma de manera
más que particular que en estos casos es solamente lícito al príncipe enfrentar
dicha amenaza. Se demuestra cómo los gobernantes de la época comenzaban a
monopolizar las funciones gubernamentales, siendo las obras de Botero un claro
indicio de que dichos procesos no se fundamentaron solamente en cuestiones
políticas o económicas sino también, y con mucha fuerza, en problemas de origen
religioso.48 La cólera lleva a Botero a otorgar al gobernante los medios para que,
en lenguaje schmittiano, culmine con el estado de excepción que produjeron los
herejes e instaure el correcto nomos para armonizar el reino.49 Es más, aquello
realmente curioso es que Botero se percata de que, si bien él no dudaría que el
catolicismo es la verdadera fe y que el citado nomos no podría escapar de ciertos
principios que van más allá de la voluntad principesca, existen gobernantes pro-
testantes que entienden correctamente cuál es el camino a seguir en pos de man-
tener el orden público y, paradójicamente, critica a los príncipes católicos por no
seguir el mismo accionar dentro de sus reinos. Es en este contexto que los gober-
nantes empiezan a adquirir con cada vez mayor fuerza los instrumentos que
Botero describe a la hora de ponderar la figura del príncipe.50 La lucha contra la
herejía termina de confirmar que el gobernante boteriano se encontraría bastante
47. Botero, Giovanni, De Prencipi Christiani [Parte Seconda], op. cit., p. 562.
48. En este marco Botero critica a ciertos gobernantes católicos (de manera paradójica si se considera
su catolicismo, pero lógica dentro de su esquema absolutista) porque «no faltan hoy hombres impíos
no menos que insanos, que dan a entender a los Príncipes que las herejías no tienen nada que ver con
la política [y] sin encontrarse ningún Príncipe herético que quiera por razón de Estado soportar el
ejercicio de la religión católica en su dominio, no faltan Príncipes que, haciendo profesión de ser
buenos cristianos, consienten espontáneamente las herejías en sus Reinos» (Botero, Giovanni, Della
Ragion di Stato, op. cit., p. 276; la frase vuelve a repetirse casi con idénticos términos en Botero,
Giovanni, De Prencipi Christiani [Parte Prima], op. cit., p. 139, y en Botero, Giovanni, Le Relationi
Universali [Parte Terza], op. cit., p. 60).
49. De hecho un pensador contemporáneo como Ernst Forsthoff postulaba que «el Estado moderno
es una creación de la época de las guerras de religión y fue el instrumento para su superación», siendo
la soberanía el medio específico para ello (Forsthoff, Ernst, El Estado de la sociedad industrial. Ins-
tituto de Estudios Políticos, Madrid, 1975, p. 10).
50. Emulando a Borrelli, el príncipe boteriano se transforma en claro ejemplo de esa razón de Estado
que sirve para neutralizar los elementos de conflicto que emergen de la vida privada, a través de
«prerrogativas arbitrarias de intervención por parte del sujeto detentor del comando»; es el gobierno
que se convierte en la instancia última para confrontar la emergencia de la diversidad cultural y social
(Borrelli, Gianfranco, Ragion di Stato e Leviatano. Il Mulino, Bologna, 1993, pp. 257-259). Cabe sin
embargo volver a aclarar que esta visión debe ser morigerada si se recuerda que el accionar político
en contra de los herejes había sido una práctica común durante todo el Medioevo, sin que se pensase
como una forma de control de la diversidad social, sino como un lógico programa de manutención
de la unidad religiosa.
189
mario leonardo miceli
cercano a aquello que Schmitt conceptualiza al hablar del Estado como una espe-
cie de Dios creador.51 Gianfranco Borrelli habla en términos casi idénticos en
referencia a esos príncipes del siglo XVI que tenían como fin recrear el orden
político análogamente a lo que Dios hacía en el orden natural.52 El monarca se
transforma así en el vínculo entre Dios y el hombre; sin negar el teocentrismo, se
sitúa como la mejor analogía del artífice divino.53
51. Schmitt, Carl, El Leviathan…, op. cit., p. 65, y Teología política. Doncel, Madrid, 1975, p. 67.
52. Borrelli, Gianfranco, Ragion di Stato…, op. cit., p. 13. Ver también Bouwsma, William J., The
waning…, op. cit., p. 226.
53. Monod, Paul Kleber, El poder de los reyes. Monarquía y religión en Europa, 1589-1715. Alianza,
Madrid, 2001, p. 14.
54. Botero deja el punto en claro: «me maravillo de que en muchos reinos del Cristianismo los oficios
de mayor importancia sean perpetuos. ¿Qué razón puede existir para que un oficio sea perpetuo si
la cualidad que busca no lo es?» (Botero, Giovanni, De Prencipi Christiani [Parte Seconda], op. cit.,
p. 185).
55. Burns, Tom, «Sovereignty, Interests and Bureaucracy in the Modern State», The British Journal
of Sociology, 31, No 4, 1980, p. 494.
56. Botero, Giovanni, Della Ragion di Stato, op. cit., pp. 26-29.
57. Idem, pp. 30-31.
190
la razón de estado en giovanni botero
58. El punto puede a la vez relacionarse con aquellos estudios que señalan que en el Barroco surge la
idea de que los ministros son personajes poco transparentes que actúan de manera espuria en nombre
de la razón de Estado, práctica que debía ser controlada por los príncipes decentes (Vagts, Alfred,
«Intelligentsia versus Reason of State», Political Science Quarterly, 84, No 1, 1969, p. 86).
59. Cfr. Waley, Daniel, Las ciudades-república italianas. Ediciones Guadarrama S.A., Madrid, 1969,
p. 165; Von Martin, Alfred, Sociología del Renacimiento. Fondo de Cultura Económica, México,
1966, p. 73.
60. Chabod estudia el tema de la extracción social de la burocracia y ejemplifica el caso con aquella
que se formó en Milán con miembros de antiguas familias aristocráticas (Chabod, Federico, «¿Existe
un Estado del Renacimiento?», en Escritos…, op. cit., p. 541). Procacci describe un proceso similar
respecto de la aristocracia napolitana (casualmente otro de los dominios españoles) y su inserción en
la burocracia y el ejército, hasta llega a hablar de una diarquía entre baronía y corona (Procacci,
Giuliano, Storia degli italiani. Laterza, Roma, 2003, p. 176). Véase también Ruggiero, Romano y
Tenenti, Alberto, Los fundamentos del mundo moderno. Siglo XXI, Madrid, 1975, p. 265, donde se
apunta que las oficinas podían ser una solución a las familias de antiguo renombre alcanzadas por la
crisis político-económica de fines del Medioevo.
61. Véase la referencia que hace Bireley a la formación de estos cuerpos de administración tanto a
nivel de los gobernantes seculares como en la cada vez más centralizada Iglesia católica, y cómo éstos
coadyuvaban al proceso de disciplinamiento de la comunidad (Bireley, Robert, The Refashioning of
Catholicism 1450-1700. The Catholic University of America Press, Washington, 1999, p. 122).
191
mario leonardo miceli
mente nos empiezan a mostrar algunas grietas dentro de esa estructura de omni-
potencia política. En este sentido también resulta interesante apuntar que la temá-
tica no es tratada de manera específica, sino que aparece esporádicamente a lo
largo de sus obras. Márquense solamente algunas citas al respecto. En Della Ra-
gion di Stato relata cómo es necesaria la acumulación de riquezas en tiempos de
paz pero previendo futuros conflictos, dado que una vez comenzada la guerra, no
hay tiempo para recaudar dinero.62 Este tipo de frases no resultan menores, no
sólo porque se inscriben en el pragmatismo del autor, sino porque de manera ve-
lada muestran el trasfondo del proceso de centralización del poder que estaban
llevando a cabo los monarcas absolutos o los signori italianos, en donde es bien
sabido que las guerras fueron una circunstancia más que propicia para favorecer
este desarrollo. En última instancia, Botero está aconsejando que el propio gober-
nante (es decir, sin la ayuda de los señores feudales o cualquier otra institución)
tenga la capacidad de obtener recursos para enfrentar esas guerras que el siglo XVI
presentaba por doquier, aun advirtiendo la posibilidad de acumularlos en momen-
tos donde no eran necesarios. El tema no es exhaustivamente desarrollado por el
piamontés, pero no por ello deja de preocuparle. De hecho lo vuelve a tratar años
después, paradójicamente en su obra menos absolutista sobre la República de
Venecia. Aquí argumenta que no es conveniente que el príncipe tenga muchos
recursos ordinarios, sino que es mejor que tenga la capacidad de recabar extraor-
dinarios. Esta aseveración que parece ir en contra de los procesos del absolutismo
que se producían para la época es luego moderada de la siguiente manera: «No
pretendo quitar a los Príncipes los ingresos porque ¿cómo podrían vivir, conser-
var el decoro y la majestad, la justicia y la milicia? Pero sí de moderarlos de modo
que los pueblos no sean consumidos»; termina de «definir» (por no decir confun-
dir) la cuestión cuando renglón seguido explica que los recursos necesarios para
una guerra pertenecen al grupo de los extraordinarios.63 Nos encontramos nueva-
mente ante ese contradictorio Botero que es criticado por los historiadores con-
temporáneos por su incapacidad de cerrar conceptos que luego fueron vitales para
el desarrollo del Estado moderno. Sin embargo creo que deberíamos ser cuidado-
sos con el tema. Si bien es cierto que la cuestión es muy confusa, y que el primer
Botero, que proponía a los gobernantes acumular dinero en tiempos de paz para
prepararse para probables guerras, ahora inversamente piensa que esta actividad
debería ser extraordinaria, el punto tiene que entenderse dentro del contexto ge-
neral de su obra. Aquello que parece emerger es el constante vaivén boteriano
entre la adecuación a la realidad y los preceptos morales que deben guiar el accio-
62. Botero, Giovanni, Della Ragion di Stato, op. cit., pp. 142-143.
63. Botero, Giovanni, Relatione della Republica Venetiana, op. cit., pp. 23-25.
192
la razón de estado en giovanni botero
nar político. Nótese que por un lado no puede obviar el hecho irrefutable de que
los príncipes de su época debían contar con recursos para enfrentar las adversida-
des constantes que proveía un siglo lleno de conflictos. Pero por otro lado surge
ese equilibrio, uno podría decir, basado en la idea del justo medio aristotélico, que
previene a Botero que no es aconsejable que una persona acumule tal grado de
poder, estando siempre la idea de tiranía presente a lo largo de sus textos.
Un buen resumen de los medios de la razón de Estado boteriana, y que se
asocian directamente a las funciones que iba adquiriendo el naciente Estado mo-
derno, vuelve a apreciarse en relación con la necesidad del príncipe de mantener
ciertos aspectos de la gobernabilidad bajo su estricta esfera. Así aconseja que
a lo que agrega en otra edición del mismo texto el poder de «acuñar moneda, de
instituir medidas y pesos, de imponer gravámenes y tasas sobre los pueblos, de
nombrar capitanes en las fortalezas o cosas similares que conciernen al Estado».64
La cita es más que elocuente si se piensa cómo se abrevian explícitamente todas
esas funciones políticas, jurídicas, económicas y militares que los monarcas ab-
solutos fueron centralizando y que pueden hasta compararse con aquello que
Bodin asociaba a las funciones propias del soberano. Recálquese además un de-
talle: Botero define todas esas funciones, si bien muy probablemente pensando
en la figura de los reyes o los signori, dentro de aquello que «concierne al Es-
tado». Finalmente, cabe anotar un interesante resultado de todo lo expuesto, y es
que en la teoría de este clérigo parece ya estar completamente diluida la idea del
imperio medieval. Si bien con posterioridad se analizará que la figura de la Iglesia
y la idea de cristiandad están todavía muy presentes en el piamontés, en cuanto
a la esfera del poder temporal, la balanza termina de inclinarse a favor de los
reinos y principados particulares. Los Estados son los que tienen a cargo la ma-
yor parte de las funciones relevantes de la espada temporal. Asimismo Botero
deja en claro la cuestión cuando trata la figura del emperador, el cual, a pesar del
celo que muestra por los Austria y por el rey católico como un gobernante uni-
versal, es presentado sólo como aquel que gobierna una serie de ciudades y prin-
cipados, de manera no absoluta sino a través de dietas que ni siquiera puede in-
timar.65 Nótese también a este respecto la siguiente cita:
193
mario leonardo miceli
¿Qué razón puede tener para llamar a un concilio o de presidirlo; con qué autoridad hará esto con
los españoles, franceses, ingleses, escoceses, daneses, suizos, polacos, húngaros, cuyos Reyes no re-
conocen en nada al emperador? ¿Cómo llamará a los Cristianos súbditos del Turco, el Persa o el Gran
Kan, Príncipes todos ellos más independientes y absolutos que el Emperador?66
Tanto los reinos cristianos como los infieles y paganos poseen su propia indepen-
dencia y son ellos los que adquieren los medios que componen la razón de Es-
tado que se necesita para conservar el orden.
Hasta aquí se intentó trazar una serie de puntos que muestran cómo Giovanni
Botero propone una especie de teología política que termina creando un go-
bierno con no menores tintes de omnipotencia, y que en lo concreto adquiere
una serie de funciones que se complementan con los procesos de centralización
del poder que dieron origen al Estado moderno. Ahora bien, si se analiza en
detalle el conjunto de las obras de este clérigo, comienzan a florecer por doquier
una serie de premisas que morigeran fuertemente esta postura y terminan ligando
el esquema político boteriano a una serie de posturas que no culminan en una
teología política de la omnipotencia sino en una serie de esquemas más típica-
mente medievales.
Para comenzar, deseo retomar la figuración de Botero sobre el gobernante
como un análogo del Dios creador. A pesar de lo expresado en párrafos anterio-
res, parecería que en Botero la comparación de los príncipes con Dios tiene en
todo caso el fin práctico de reforzar un poder necesario para la imposición del
orden y no el surgimiento de una entidad soberana que por sí sola pueda recrear
el orden. Si bien varias de las citas expuestas podrían estudiarse a la luz de la
nueva teología política que un Schmitt explica, la cuestión en Botero no adquiere
tal fuerza, y la analogía del príncipe con Dios es más bien una especie de metáfora
(y sólo eso). Volviendo a las siempre presentes influencias medievales, puede aquí
recordarse que en Tomás de Aquino existía la analogía entre el Dios creador y el
gobernante,67 y también en Egidio Romano puede encontrarse la idea de que los
reyes deben tener virtudes heroicas que los asemejan a dioses.68 Si Botero pro-
66. Botero, Giovanni, De Prencipi Christiani [Parte Seconda], op. cit., pp. 475-476.
67. Lukac de Stier, María Liliana, «Origen y legitimidad del Poder Político. Medioevo y Temprana
Modernidad», Revista de la Sociedad Argentina de Filosofía, No 22, 2013, p. 112.
68. Galino Carrillo, María de los Ángeles, Los tratados sobre educación de príncipes (siglos XVI y
XVII). Bolaños y Aguilar, Madrid, 1947, p. 136.
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la razón de estado en giovanni botero
baba haber leído al aquinate y otros pensadores medievales, puede concluirse, sin
llegar al concepto que plantea Schmitt (y que lo piensa más con base en el Levia-
tán de Hobbes) o las figuraciones que describen Borrelli o Kleber Monod, que
nuestro autor cree que el gobernante no es Dios (ni siquiera un análogo perfecto)
sino que, como él mismo dijo, debería imitar el modo del accionar divino. En
todo caso parecería jugar el reflejo de esa idea del hombre renacentista, capaz de
gobernar con su voluntad, y que el siglo XVI lo había aplicado principalmente a
los gobernantes.69
Un punto que de manera más que interesante demuestra esta postura de Botero
emerge cuando, de una manera muy confusa, trata la definición de la autonomía
de las comunidades políticas. En Della Ragion di Stato discute cómo conviene a
un príncipe organizar sus fuerzas y proteger sus dominios. Para resolver el di-
lema advierte que el «principal establecimiento de un dominio es la independen-
cia y el poder sustentarse por sí mismo», pero a renglón seguido diferencia dos
tipos de independencia:
una excluye la idea de mayoría y superioridad, y de esta manera el Papa, el Emperador, el Rey de
Francia, de Inglaterra, de Polonia, son Príncipes independientes; la otra excluye la necesidad de ayuda
y apoyo externo, del cual modo son independientes aquellos que tienen fuerzas superiores o iguales
a sus enemigos y emolumentos.
La sorpresa es que confirma que es más importante la segunda. Exalta así el sus-
tento estatal que no se funda en preceptos jurídicos o religiosos (como sucede en
el primer tipo de independencia) sino en lo meramente factual. De hecho Botero
agrega en referencia a los dos tipos: «aquélla hace que yo sea señor absoluto y
soberano, ésta que sea poderoso y de fuerzas suficientes para la conservación de
mi Estado y que yo sea Príncipe grande y no Rey».70 La frase es realmente cho-
cante, ya que relega el término de absoluto y soberano (posiblemente recordando
a Bodin, al cual Botero leyó) para el tipo de independencia de menor valía, y basa
el fundamento del Estado no en la legitimidad jurídica de la idea de soberanía
sino en la fuerza.71 Con algo de esfuerzo pero con extremo cuidado de no caer en
69. Skinner, Quentin, Los fundamentos del pensamiento político moderno, vol. I. Fondo de Cultura
Económica, México, 1993, p. 118. En este marco también podría tomarse el modelo que Kantorowicz
ve presente en Dante Alighieri sobre la «realeza antropocéntrica», donde se establece una imagen del
gobernante «meramente humana y de la cual el hombre, puro y simple, fuese el centro y la medida;
el hombre, por cierto en todas sus relaciones con Dios y el universo, con el derecho, la sociedad, la
ciudad, la naturaleza, el saber y la fe» (Kantorowicz, Ernst H., Los dos cuerpos del rey. Un estudio de
teología política medieval. Alianza, Madrid, 1985, p. 421.)
70. Todas las últimas citas corresponden a Botero, Giovanni, Della Ragion di Stato, op. cit., p. 176.
71. Respecto de esta perspectiva de Botero, Luigi Firpo argumenta que «la teoría de la soberanía,
último vértice de la especulación política del Cinquecento, lo encuentra sordo, negado a cualquier
195
mario leonardo miceli
tipo de comprensión fecunda» (en la introducción a Della Ragion di Stato, con tre libri…, op. cit., p.
22). Si bien esto es cierto, debemos tener mucho cuidado de no pretender que todos los pensadores
del siglo XVI tengan que haber desarrollado correctamente términos que se fueron cultivando du-
rante siglos, y no culpar a aquellos que no lo hayan hecho.
72. Krasner, Stephen D., «Abiding Sovereignty», International Political Science Review / Revue in-
ternationale de science politique, 22, No 3, 1 iulie 2001, pp. 231-233.
73. Botero, Giovanni, De Prencipi Christiani [Parte Prima], op. cit., p. 74.
74. Botero, Giovanni, Detti memorabili di personaggi ilustri, op. cit., p. 50.
75. Botero, Giovanni, De Prencipi Christiani [Parte Prima], op. cit., p. 96.
76. Botero, Giovanni, Le Relationi Universali [Parte Seconda], op. cit., p. 83.
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la razón de estado en giovanni botero
en sus fórmulas, sino para examinar cuál era la verdadera omnipotencia que po-
día adquirir su razón de Estado y las supuestas contradicciones que implicaría
según nuestros cánones de teoría política moderna. Si bien sus definiciones resul-
tan poco claras (sin seguir la línea de aquello que después se fue definiendo es-
trictamente como soberanía), ellas no deberían menospreciarse si se recuerda que
gran parte del proceso de conformación de los Estados modernos implicó la
centralización de recursos (tanto políticos como militares y hasta financieros); es
decir, esos elementos que Botero consideraría como el sustento de la verdadera
independencia. Quizás un atisbo de solución podría encontrarse si, con sumo
cuidado, se relaciona la fórmula de Botero con la definición weberiana del Es-
tado que se basa en el monopolio exitoso de una violencia que, Botero no lo
negaría, debería ser legítima. En todo caso, la cuestión no menor será desentrañar
cómo el piamontés entiende la legitimidad del poder.
¿Puede entonces argumentarse simplemente que Botero entra en confusiones
y contradicciones que le impiden develar el verdadero significado de la sobera-
nía? Creo que sería erróneo enfocar el problema bajo esta perspectiva, cayendo
en aquello que Skinner mencionaba como la mitología de las doctrinas,77 por la
cual se juzga un autor por el haber participado (o no haberlo hecho) del desarro-
llo de un cierto concepto constitutivo de una disciplina. La respuesta al dilema
puede encontrarse si analizamos cómo se da en Botero la relación de la política
con algunos preceptos morales y religiosos. No me propongo detallar en extenso
esta cuestión, pero sí marcar algunos puntos que ayudarán a entender mejor la
supuesta teología política presente en el piamontés.
El punto general que circunda su obra es que todo accionar político está fuer-
temente subordinado a ciertos preceptos. Por ejemplo la justicia se transforma en
el fundamento de toda comunidad política, y remarca, sobre la base de aquello
que parece una clara influencia ciceroniana, la importancia de «conservar y ase-
gurar a cada uno lo suyo con la justicia, en la cual sin duda consiste el funda-
mento de la paz y el establecimiento de la concordia de los pueblos», aseveración
que renglón seguido lo lleva a determinar que los cambios políticos dependen de
la justicia (o injusticia, mejor dicho) en la cual se basan los gobiernos.78 Botero no
deja de lado su preocupación por la conservación del orden, pero junto a la ne-
cesaria presencia de la fuerza, no olvida la platónica virtud que debe consolidarse
por detrás, y ello no sólo por una justificación abstracta, sino porque estima que
la historia enseña que «para establecer y dar firmeza a sus Estados, conviene
procurar que las leyes, la obediencia de los súbditos y las buenas costumbres
77. Skinner, Quentin, «Meaning and Understanding in the History of Ideas», op. cit., pp. 7 y 11.
78. Botero, Giovanni, Della Ragion di Stato, op. cit., pp. 22-23.
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79. Botero, Giovanni, De Prencipi Christiani [Parte Prima], op. cit., pp. 78-79.
80. Foucault, Michel, Seguridad, territorio…, op. cit., p. 80.
81. Viroli, Maurizio, From politics…, op. cit., p. 249.
82. Botero, Giovanni, Detti memorabili di personaggi ilustri, op. cit., pp. 76 y 140.
83. Botero, Giovanni, De Prencipi Christiani [Parte Seconda], op. cit., pp. 2 y 24.
84. Borrelli, Gianfranco, Ragion di Stato…, op. cit., pp. 9-10.
198
la razón de estado en giovanni botero
85. A modo sólo de ejemplo, puede verse Botero, Giovanni, Della Ragion di Stato, op. cit., pp. 74-75,
o Delle Cause della Grandezza delle Città, op. cit., p. 369.
86. Las citas en este sentido son innumerables, pero creo que la siguiente resume claramente la cues-
tión: «A veces Dios niega la felicidad al príncipe y al capitán por los pecados del pueblo: por eso
permitió la muerte del rey Josías. Pero si Dios se complace del Príncipe y del Capitán, y los pecados
del pueblo no obstaculizan, no se puede dudar de las victorias ni de los triunfos, y si bien esta felici-
dad no está siempre acompañada de la virtud, porque Dios hace prosperar también a los gentiles,
turcos y moros contra los malos cristianos, suele acaecer de la forma descripta» (Botero, Giovanni,
Della Ragion di Stato, op. cit., pp. 217-218). En otro texto reafirma la cuestión, aun advirtiendo que
los castigos divinos pueden provenir tanto por los pecados del pueblo como de los gobernantes: «Los
príncipes son a veces castigados por los pecados de los pueblos, a veces los pueblos son castigados
por los deméritos de los Príncipes» (Botero, Giovanni, Le Relationi Universali [Parte Quinta], op.
cit., pp. 49). En este sentido puede verse el estudio J. R. Hale que relata las interpretaciones que veían
a la guerra como un castigo divino cuando éstas se extendían y se hacían más patentes sus desventajas
(Hale, J. R., «Sixteenth-Century Explanations of War and Violence», Past & Present, No 51, 1 may
1971, p. 8).
87. Botero, Giovanni, Le Relationi Universali [Parte Quinta], op. cit., p. 232.
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mario leonardo miceli
200
la razón de estado en giovanni botero
93. El piamontés se transforma así en un claro representante de ese legado católico medieval donde
la Iglesia, en palabras de Pocock, «descansaba en el divorcio agustiniano entre escatología e historia;
negaba toda significación redentora a la estructura y a la historia de cualquier sociedad profana (se-
cular), mientras reclamaba para sí la posibilidad de actuar y ejercer autoridad como un puente entre
la Civitas Dei y el saeculum, como una suerte de institucionalización del nunc-stans» (Pocock, J. G.
A., El momento maquiavélico. El pensamiento político florentino y la tradición republicana atlántica.
Tecnos, Madrid, 2002, p. 129). Resultado de ello es que en Botero no se hallarán indicios del poder
como redentor de lo humano. Como diría Eric Voegelin, «no habría divinización de la sociedad más
allá de la presencia espiritual de Cristo en su Iglesia» (Voegelin, Eric, La nueva ciencia de la política.
Katz, Buenos Aires, 2006, p. 135).
94. I Capitani, op. cit., p. 46. Tilda a los politiques como personas que no están dispuestas a diferenciar
entre el Evangelio de Cristo y la felonía de Calvino, haciendo que hoy se liguen a Dios o luego al
Diablo (ibid., p. 13). En este marco llega a increpar a Bodin como «secuaz de Calvino» (Le Relationi
Universali [Parte Terza], op. cit., p. 92). Estudios contemporáneos describen que era una actitud re-
currente de los pensadores católicos antimaquiavelistas el juzgar a los politiques como conversos que
sólo buscaban la secularización del Estado (Beame, Edmond M., «The Use and Abuse of Machiave-
lli: The Sixteenth-Century French Adaptation», Journal of the History of Ideas, 43, No 1, 1 ianuarie
1982, p. 50; Fernández de la Mora, Gonzalo, «Maquiavelo, visto por los tratadistas políticos españo-
les de la Contrarreforma», Arbor, 42, No 13, 1949, p. 445).
201
mario leonardo miceli
caso italiano quedaban del lado eclesiástico.95 Botero busca un equilibrio al in-
terno de esta tensión, otorgándole al gobernante los medios suficientes en el
marco de una correcta y eficiente razón de Estado pero a la vez recalcando la
inclaudicable participación de la Iglesia en el proceso.
Por último, y en estricta relación con el problema de la soberanía moderna,
Botero resulta ser un defensor del rol político de la Iglesia, y postula explícita-
mente respecto del papa que
nada digo de la autoridad que le otorga la religión, nada del interés que los otros Príncipes de Italia
tienen en la conservación del estado Eclesiástico, cuya depresión los arruina; nada de la prontitud con
la cual los príncipes extranjeros se moverían para proteger la Iglesia, ya sea por la gloria que procede
o por razón de Estado.96
la autoridad del Vicario de Cristo, en aquello que respecta al bien público y al servicio de la Iglesia, no
tiene fin; y la autoridad de los Reyes está circunscripta y la superioridad del Emperador limitada por
los confines de los reinos y del imperio; de ello se deriva que muchos príncipes, para obtener títulos y
grandeza aun puramente temporales, han recurrido no al Emperador sino al Pontífice Romano;
95. Fragnito, Gigliola, «Istituzioni ecclesiastiche e costruzione dello Stato. Riflessioni e spunti», en
Giorgio Chittolini et al. (ed.), Origini dello Stato. Procesi di formazione statale in Italia fra medioevo
ed età moderna. Il Mulino, Bologna, 1994, pp. 534-539.
96. Botero, Giovanni, Discorso intorno allo Stato della Chiesa. Kessinger Publishing LLC, Whitefish,
2010, p. 101.
97. Botero, Giovanni, Le Relationi Universali (Dell’Isole), op. cit., p. 3.
98. Botero, Giovanni, Le Relationi Universali [Parte Seconda], op. cit., p. 151.
202
la razón de estado en giovanni botero
99. En este marco Botero aclara que los gobernantes obtienen su poder de «la autoridad de los pue-
blos, que los eligieron para el gobierno y regimiento, desde donde luego fue pasando a sus sucesores
por razón de sangre y herencia. Pero el Papa tiene su grandeza y majestad sobre el género humano
inmediatamente de Dios», y así justifica con ello la posibilidad de que el papa pueda declarar como
incapaces de gobernar a los gobernantes que sean «indignos del grado en el cual Dios les ha puesto,
[absolviendo] a los súbditos del juramento de fidelidad, y [transfiriendo] los reinos y los imperios a
otros» (Botero, Giovanni, Le Relationi Universali [Parte Seconda], op. cit., pp. 147-149).
100. Idem, p. 152.
101. Idem, p. 117.
102. Schmitt, Carl, El nomos de la tierra. Struhart & Cía., Buenos Aires, 2005, p. 40.
203
mario leonardo miceli
Pero antes de pasar adelante, presupongamos que donde no existe pluralidad de Príncipes […] no
podría tener lugar el contrapeso del cual razonamos. Ello se ve claramente en España, Inglaterra,
Francia, Polonia y otros reinos, habiendo estado primero divididos en más principados y luego uni-
dos bajo una sola corona. Si todo el mundo fuese de una República o de un Príncipe, no sería nece-
sario el arte del contrapeso; pero por la pluralidad de Príncipes se sigue que el contrapeso es útil y
bueno, no por su naturaleza sino por accidente. Y el mismo es de dos tipos, porque a veces tiene por
fin la paz de una República compuesta de Estados diferentes, como los casos de Italia, Alemania y la
Cristiandad, y otras veces la seguridad y el bienestar de un Estado particular; en el primer caso el
contrapeso consiste en una cierta igualdad por la cual el cuerpo de la República no posee miembros
que no estén proporcionados entre sí…104
Botero parece en este párrafo vislumbrar que España, Inglaterra y Francia están
transitando un camino diverso al de Italia y Alemania, pero curiosamente no
percibe nada esencialmente fallido en esta situación. De hecho nombra a estas
últimas bajo las palabras («Italia» y «Alemania») que siglos después adquirirán
cuando se consoliden como Estados modernos pero en su significado típica-
mente medieval, como «Repúblicas» (en el sentido que tenía este término du-
rante la Edad Media), como unidades (geográficas, culturales, históricas) que
pueden agrupar varios «estados» y por ende análogas a la más amplia unidad de
la cristiandad. Ejemplo claro de lo expuesto vuelve a presentarse cuando en Le
Relationi Universali dedica un capítulo a describir a «Italia» de la misma manera
que lo había hecho con España o Francia, luego denominándola como Provintia
y confirmando la misma pluralidad política que aparecía en la anterior cita: «La
Italia está sujeta a más Príncipes y Repúblicas. Entre los Príncipes de autoridad,
ninguno es mayor que el Pontífice Romano y de potencia al Rey Católico. Entre
las repúblicas tiene sin duda el primer lugar Venecia».105 Salta claramente a la luz
que Botero no advierte ninguna contradicción en el hecho de que la «unidad» de
la península esté compuesta por distintos tipos de comunidades políticas (aun
103. Chabod, Federico, «Estudios de historia del Renacimiento», en Escritos…, op. cit., p. 281; y
Gioda, Carlo, op. cit., vol. I, p. 305.
104. Botero, Giovanni, Relatione della Republica Venetiana, op. cit., pp. 8-9.
105. Botero, Giovanni, Le Relationi Universali [Parte Prima], op. cit., pp. 36-37.
204
la razón de estado en giovanni botero
205
mario leonardo miceli
nes llega a mencionar virtudes militares y políticas (aunque pocas veces morales)
de estos clásicos enemigos, aun en la obra dedicada a los venecianos.110 La inter-
pretación que se puede dar a la cuestión, sin necesidad de extralimitarse en el
análisis, es que considera de cierta manera al turco como un enemigo que no se
podrá eliminar completamente (como sí pensaría para los herejes), de modo que
lo presenta como un Estado estable del cual hay que defenderse o atacar. Quizás
la prueba más clara de lo expuesto es que, a renglón seguido de la cita donde
recrimina a los príncipes católicos el no neutralizar a los herejes dentro de sus
territorios, Botero concluye que el enemigo público contra el cual el príncipe
debe guerrear y mostrar su valor es sin duda el turco.111 El piamontés termina
aseverando que la guerra justa en toda su conceptualización debe aplicarse al
turco, y es obligación de todo cristiano llevar a cabo esta tarea. Ahora bien, es
aquí cuando emerge nuevamente uno de los tantos vaivenes del piamontés, por-
que Botero todavía es deudor de la idea medieval de la guerra justa. De cierta
manera sigue pensando la guerra contra el turco en términos de Cruzada. Bajo
las categorías de Schmitt, Botero no logra llegar al concepto de guerra entre Es-
tados soberanos (y tampoco debería criticarse a Botero por esta falta), pero
tampoco queda claro su estricta conexión con el medievalismo. Si bien habla en
términos similares a los de Cruzada, aquello que no confirma es si el papa debía
ser el encargado de encomendar dicho accionar. Es cierto que no deben olvidarse
las citas que se explicitaron respecto del rol del Pontífice en su misión universal,
pero parecería ser que a la hora de la política fáctica, la preeminencia queda del
lado del príncipe. La paradoja no tiene una respuesta concisa, pero probable-
mente para Botero la cuestión podía ser bastante más simple. Él no reniega de la
idea de cristiandad y son múltiples las veces que resalta que las guerras entre
cristianos de nada ayudan a la República Cristiana.112 Aquí sí es claro que todavía
posee fuertes ataduras con el mundo medieval que no le permiten llegar al con-
cepto moderno de guerra, el cual es definido por Schmitt sobre la base de la
mutua consideración de los contendientes como iusti hostes.113 El piamontés ca-
tólico está lejos de aseverar dicha concepción de la guerra, dado que el tema del
Imperio turco sigue siendo una cuestión que implica no sólo el ámbito político
110. Botero, Giovanni, Relatione della Republica Venetiana, op. cit., p. 2-3. Otro ejemplo surge
cuando describe a Saladino como «Príncipe sagaz, y de valor excelente, magnánimo y liberal» (De
Prencipi Christiani [Parte Prima], op. cit., p. 64). Curiosamente no podrían encontrarse en sus obras
elogios por el estilo para gobernantes herejes.
111. Botero, Giovanni, Della Ragion di Stato, op. cit., p. 276.
112. Botero, Giovanni, De Prencipi Christiani [Parte Prima], op. cit., p. 250.
113. Schmitt, Carl, El nomos de la tierra, op. cit., p. 136.
206
la razón de estado en giovanni botero
sino también el espiritual.114 En este contexto rebrotan las fuertes críticas a aque-
llos que no se percatan de esta renovada Cruzada. Aquí no podía faltar la diatriba
contra el florentino que daba origen a gran parte de su cólera:
Verdaderamente yo no sé con qué juicio la razón de Estado podría mostrarse más enemiga de los
cristianos que de los Turcos u otros infieles; Maquiavelo exclama impíamente contra la Iglesia, pero
contra los infieles no abre la boca, y las fuerzas de los Príncipes cristianos se están arruinando tanto
entre sí como si no hubiese otros enemigos en el mundo.115
Vuelve a surgir así el malestar de Botero por las guerras entre cristianos, hecho
que apunta como la justificación última de su idea de neutralidad,116 frente a la
estricta necesidad de enfrentar al verdadero enemigo de la cristiandad.
Considérese para concluir el siguiente párrafo, el cual parece meramente la
descripción de un historiador pero que en el fondo resume la teología política de
Botero. A la hora de relatar la división de las facciones en Francia durante la
época de las guerras de religión, explica lo siguiente:
Aquéllos eran socorridos y sustentados por Isabel de Inglaterra, los rebeldes de Holanda, los Herejes
de Alemania y el Turco, sin faltarles tampoco el consejo y dinero de algún que otro Príncipe Italiano.
Éstos eran ayudados por el Papa, los Duques de Saboya y de Lorena y el Rey Católico.117
Botero encuentra así en el laboratorio francés el eco de sus teorías: la lucha de las
fuerzas que siguen a la verdadera fe, las cuales incluyen a los que páginas atrás
habían sido descriptos como dos de los grandes príncipes universales junto a sus
mecenas saboyanos, y enfrente aquellos que Botero no dudaría en denominar
como fuerzas del mal y contrarias al bien público, resumidas curiosamente en los
herejes de Europa y ese tercer príncipe universal, el turco, que encarna la contra-
cara de las dos espadas. La idea de guerra justa surge clara como el agua cuando
los contendientes son descriptos en estos términos, hasta llegar al punto de ad-
vertir que una de las formas de adquirir gloria es emprender una guerra contra el
114. El hecho se refuerza cuando ese mismo Botero que en ciertas ocasiones sabía apreciar las virtu-
des del infiel, en el fondo los sigue pensando como bárbaros en los cuales no se puede confiar (Detti
memorabili di personaggi ilustri, op. cit., p. 62), y que «no tienen otro arte que el guerrear y por
consecuencia arruinar y destruir» (Le Relationi Universali [Parte Prima], op. cit., p. 143). La diferen-
ciación espiritual lleva a la inferioridad cultural.
115. Botero, Giovanni, Della Ragion di Stato, apéndice 8, op. cit., p. 277. Luego critica a los príncipes
que se aliaron a los turcos por conveniencia (posiblemente pensando en los franceses) exclamando:
«¡Ése es el fruto de la política moderna!».
116. Véase su ensayo titulado justamente «Della Neutralitá» (en Della Ragion di Stato, con tre libri…,
op. cit.).
117. Botero, Giovanni, I Capitani, op. cit., p. 108.
207
mario leonardo miceli
Conclusiones
118. Botero, Giovanni, De Prencipi Christiani [Parte Seconda], op. cit., p. 95.
208
la razón de estado en giovanni botero
UCA
209
mario leonardo miceli
Botero, Giovanni, Della Ragion di Stato, Donzelli Editore, Roma, 1997. Publi-
cación original: 1589.
Botero, Giovanni, De Prencipi Christiani, Dominico Tarino (digitalizado por
Google), Torino, 1601.
Botero, Giovanni, Detti memorabili di personaggi ilustri, Bartholomeo Fontana
(digitalizado por Google), Brescia, 1610.
Botero, Giovanni, Della Ragion di Stato, con tre libri: Delle Cause della Gran-
dezza delle Città, due Aggiunte e un Discorso sulla popolazione di Roma, Ti-
pografia Torinese, Torino, 1948. Publicación original: 1588.
Botero, Giovanni, I Capitani, Alessandro Vecchi (digitalizado por Google), Ve-
nezia, 1617.
Botero, Giovanni, Relatione della Republica Venetiana, Kessinger Publishing
LLC, Whitefish, 2010. Publicación original: 1608.
Botero, Giovanni, Le Relationi Universali, Kessinger Publishing LLC, White-
fish, 2010. Publicación original: 1596.
Botero, Giovanni, Discorso intorno allo Stato della Chiesa, Kessinger Publishing
LLC, Whitefish, 2010. Publicación original: 1608.
210
¿Qué diferencia hace Luciano Venezia
el poder soberano?*
Introducción
* Este trabajo elabora y expande ideas desarrolladas por primera vez en Venezia, Luciano, Hobbes
on Legal Authority and Political Obligation. Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2015, esp. sec. 3.1 a
3.3 y 5.2. Dirección de e-mail: lvenezia@unq.edu.ar.
1. En el trabajo identifico al soberano con una persona política antes que con una persona natural
y por consiguiente utilizo las expresiones “soberano” y “poder soberano” de manera intercambia-
ble. Para la distinción entre las capacidades naturales y políticas del soberano, ver Hobbes, Thomas,
Elementos filosóficos. Del ciudadano [De cive], trad. Andrés Rosler. Buenos Aires, Editorial Hydra,
2010, VII, 14; Hobbes, Thomas, Leviatán, trad. Antonio Escohotado. Buenos Aires, Losada, 2003,
XIX, 177-178; XXIII, 215; XXVIII, 273; Hobbes, Thomas, Behemoth, trad. Miguel Ángel Rodilla.
Madrid, Tecnos, 2013, I, 69; Hobbes, Thomas, Diálogo entre un filósofo y un jurista y otros escritos
autobiográficos, trad. Miguel Ángel Rodilla. Madrid, Tecnos, 2013, 138-139, 140-141.
212
¿qué diferencia hace el poder soberano?
Dos interpretaciones
213
luciano venezia
existe entre el estado de naturaleza y la sociedad civil. Con todo, dicha conside-
ración no explica completamente esta cuestión. En efecto, hay dos maneras dife-
rentes de caracterizar la noción misma de poder soberano y, en consecuencia, la
manera en que las directivas jurídicas afectan el razonamiento práctico de los
súbditos. Estas dos interpretaciones están estrechamente relacionadas con la ca-
racterización de la igualdad humana en el estado de naturaleza.
De acuerdo con la interpretación no normativa, la igualdad del estado de natu-
raleza y, consecuentemente, la desigualdad del Estado son empíricas. En el primer
escenario las personas tienen habilidades físicas y mentales parecidas; ninguna
persona es lo suficientemente fuerte como para no poder ser asesinada por un
grupo de otras personas.5 Por supuesto, esta igualdad empírica es problemática,
puesto que eventualmente lleva a la guerra de todos contra todos del estado de
naturaleza.6 A su vez, la interpretación no normativa sostiene que en el Estado el
soberano posee tanto poder causal o empírico como es necesario para forzar a los
súbditos a cumplir con la ley natural, y en virtud de ello a actuar de manera razo-
nable. De esta forma, la interpretación no normativa considera que el Estado se
caracteriza fundamentalmente por ser un espacio en el que existe una desigualdad
empírica fundamental entre el soberano y sus súbditos. Por lo tanto, la lectura no
normativa sostiene que las directivas legales que impone el soberano afectan el
razonamiento práctico modificando la situación prudencial de los súbditos.7
Por su parte, la interpretación normativa sostiene que, además de ser un espa-
cio igualitario en términos empíricos, el estado de naturaleza se caracteriza fun-
damentalmente por ser un espacio en donde existe una igualdad normativa entre
los seres humanos. Las personas no sólo tienen habilidades físicas y mentales
parecidas; ellas también tienen libertades iguales sin deberes correlativos.8 Este
fenómeno es el punto de partida para todo tipo de problemas; Hobbes enfatiza
que la superabundancia de libertades normativas tiene por resultado el conflicto
generalizado.9 A su vez, la lectura normativa sostiene que la creación del Estado
5. Hobbes, Elementos de Derecho Natural y Político, op. cit., I, XIV, 2; Hobbes, De cive, op. cit., I, 3,
15; Leviatán, XIII, 127-128; XX, 187.
6. La igualdad empírica entre los seres humanos da lugar a la competencia por recursos escasos, que
eventualmente da lugar a «inseguridad», que a su vez da lugar a la realización de ataques preventivos
por «anticipación», lo que tiene por resultado un conflicto generalizado. Hobbes, Leviatán, op. cit.,
XIII, 128-129.
7. La elección de terminología del párrafo está influenciada por Edwin Curley, «Reflections on Hob-
bes: Recent Work on His Moral and Political Philosophy», Journal of Philosophical Research, XV,
1989-1990, p. 188.
8. Hobbes, Elementos de Derecho Natural y Político, op. cit., I, XIV, 6-11; Hobbes, De cive, op. cit.,
I, 7-12; Hobbes, Leviatán, op. cit., XIV, 132-133.
9. Hobbes desarrolla esta explicación en el pasaje en el que enfatiza las desventajas del estado de
naturaleza y las ventajas del Estado. Ver Hobbes, De cive, op. cit., X, 1.
214
¿qué diferencia hace el poder soberano?
tiene por resultado una desigualdad normativa clave. En la sociedad civil el sobe-
rano posee el poder normativo de imponer a los súbditos obligaciones moral-
mente vinculantes. En otras palabras, en el Estado el soberano tiene autoridad, lo
que conlleva que los súbditos tienen la obligación moral de obedecer sus directi-
vas. Por cierto, la interpretación normativa concede que existen asimismo dife-
rencias empíricas entre el soberano y sus súbditos. Además de poder normativo,
el soberano tiene el poder causal o empírico para forzar a los súbditos a obedecer
el Derecho. Con todo, la lectura normativa considera que las normas legales
hacen una diferencia moral antes que prudencial en la deliberación práctica de los
súbditos. La capacidad causal o empírica de ejercer la coerción es meramente un
instrumento para motivar a los súbditos en caso de que no obedezcan en virtud
del reconocimiento de la autoridad del soberano.
La lectura no normativa es adoptada por los intérpretes que consideran que
Hobbes desarrolla una «teoría de la sanción» de la obligación política.10 En par-
ticular, las lecturas que consideran que el rol fundamental del soberano consiste
en resolver problemas del estilo del «dilema del prisionero», sobreponer la in-
fluencia de pasiones antisociales y alinear el autointerés racional de corto plazo
con el de mediano plazo, están comprometidas con una teoría de esta naturale-
za.11 Aun cuando son minoritarias, existen asimismo interpretaciones de Hobbes
que enfatizan la autoridad del soberano y consiguientemente caracterizan la di-
ferencia introducida por las directivas legales en términos normativos antes que
puramente causales o empíricos.12
¿Existe una manera de decidir qué interpretación constituye la mejor versión
de la diferencia que introduce el Derecho en el razonamiento práctico de los
súbditos? En la siguiente sección de este trabajo voy a mostrar que los pasajes en
los que Hobbes analiza la normatividad de las obligaciones contractuales apoyan
la tesis de que hay diferencias normativas en el Estado, y consiguientemente
respaldan la idea de que el soberano posee no sólo poder causal o empírico sino
asimismo poder normativo, de manera tal que sus directivas hacen una genuina
diferencia práctica en la deliberación de los súbditos.
10. La interpretación de Howard Warrender, que enfatiza las “condiciones validantes” de la obliga-
ción, también asume que la diferencia que hace el Derecho es puramente causal o empírica.
11. En la literatura filosófica de corte analítico dedicada a la teoría política de Hobbes, estas interpre-
taciones están fundamentalmente asociadas con la obra de David Gauthier, Jean Hampton y Gregory
Kava, aun cuando en realidad hay muchas más lecturas que comparten esta visión.
12. Por mi parte, desarrollo una teoría de esta naturaleza en Venezia, Hobbes on Legal Authority and
Political Obligation, op. cit., cap. 3. Para otras interpretaciones que comparten este punto de vista, ver
nota 48 en ese capítulo.
215
luciano venezia
13. Asimismo, otros pasajes, que también señalan la desigualdad característica que tiene lugar en el
Estado, pueden ser interpretados de las dos maneras. Ver, por ejemplo, Hobbes, Elementos de Dere-
cho Natural y Político, op. cit., II, I, 19; Hobbes, De cive, op. cit., I, 3; X, 4.
14. Lloyd, S. A., Ideals as Interests in Hobbes’s Leviathan: The Power of Mind over Matter, Cam-
bridge, Cambridge University Press, 1992, p. 8. Ver también la discusión que sigue a la oración citada
en el cuerpo del texto.
15. El análisis ciertamente idiosincrático de la naturaleza de los derechos de Hobbes tiene un impacto
en la forma en que él da cuenta del derecho a mandar y ser obedecido del soberano. Para una inter-
pretación de esta parte de la teoría política de Hobbes, ver Venezia, Hobbes on Legal Authority and
Political Obligation, op. cit., sec. 5.1.
216
¿qué diferencia hace el poder soberano?
A algunos les ha parecido que es lo mismo obligarse y mantenerse obligado y, en consecuencia, que
si bien existe alguna distinción en las palabras, no existe distinción alguna en la realidad. Por lo tanto,
digo esto más claramente: el hombre se obliga mediante el pacto, es decir, debe cumplir debido a la
promesa. Pero se mantiene obligado mediante la ley, es decir, está compelido al cumplimiento por
miedo a la pena que está establecida por la ley.18
16. Dado que la evidencia textual para establecer esta tesis proviene únicamente de esta obra, queda
abierta la posibilidad de que la concepción desarrollada en el Leviatán sobre esta cuestión sea dife-
rente. En mi opinión, una interpretación «evolutiva» de la filosofía política hobbesiana de esta natu-
raleza no es realmente plausible, pero no puedo desarrollar esta consideración en este contexto. Por
tanto, mi argumento meramente asume que la concepción de Hobbes es similar –en este punto–
desde 1642/47 hasta, al menos, principios de la década siguiente.
17. Hobbes, De cive, op. cit., XIV, 2.
18. Hobbes, De cive, op. cit., XIV, 2, nota.
19. Ver, también, Barry, Brian, «Warrender and His Critics», Philosophy, 43(164) (1968), pp. 126-127;
Grover, Robinson A., «Hobbes and the Concept of International Law», en Hobbes: War among
Nations, eds. Timo Airaksinen y Martin A. Bertman. Aldershot, Averbury, 1989, p. 81; Riley, Patrick,
Will and Political Legitimacy: A Critical Exposition of Social Contract Theory in Hobbes, Locke,
Rousseau, Kant, and Hegel. Cambridge y Londres, Harvard University Press, 1982, pp. 53-54; Riley,
Patrick, A Treatise of Legal Philosophy and General Jurisprudence. Volume 10: The Philosophers’
Philosophy of Law from the Seventeenth Century to Our Days. Dordrecht, Springer, 2009, p. 42;
Rosler, Andrés, «El enemigo de la república: Hobbes y la soberanía del Estado», en Hobbes, Elemen-
217
luciano venezia
tos Filosóficos. Del Ciudadano, pp. 34-35; Rosler, Andrés, «Odi et Amo? Hobbes on the State of
Nature», Hobbes Studies, 24(1), 2011, pp. 98-99; Saada, Julie, Hobbes et le sujet de droit. Contractua-
lisme et consentement. París, CNRS Éditions, 2010, p. 159; Warrender, Howard, The Political Philo-
sophy of Hobbes: His Theory of Obligation. Oxford, Clarendon Press, 1957, pp. 205, 212, 223-224.
20. Ver, por ejemplo, Goldsmith, M. M., «Hobbes on Law», en The Cambridge Companion to
Hobbes, ed. Tom Sorell. Cambridge, Cambridge University Press, 1996, pp. 274-275. El ejemplo
clásico de esta concepción es la teoría del Derecho de John Austin. Ver Austin, John, The Province
of Jurisprudence Determined, ed. Wilfried E. Rumble. Cambridge, Cambridge University Press,
2001, I, 21-25, 29-30.
21. Hobbes, Leviatán, op. cit., XXVI, 233; ver también Hobbes, Elementos de Derecho Natural y
Político, op. cit., I XIII, 6; I, XVII, 12; II, VIII, 6; II, X, 4; Hobbes, De cive, op. cit., VI, 9, 11, 16; XIV,
1, 2, 13; Hobbes, Leviatán, op. cit., XXVI, 238; XLII, 454; Hobbes, Behemoth, op. cit., I, 68.
22. De esta forma, aun cuando comparten algunos rasgos, las concepciones del Derecho de Hobbes
y Austin son completamente diferentes. Para un análisis de esta cuestión, ver Mark C. Murphy,
«Hobbes (and Austin, and Aquinas) on Law as Command of a Sovereign», en The Oxford Hand-
book of Hobbes, eds. A. P. Martinich y Kinch Hoekstra. Oxford, Oxford University Press, 2015.
23. Hobbes, Leviatán, op. cit., XXVI, 233; ver también Hobbes, Elementos de Derecho Natural y
Político, op. cit., II, X, 2; Hobbes, De cive, op. cit., XIV, 2, 21; Hobbes, Leviatán, op. cit., XLII, 420.
218
¿qué diferencia hace el poder soberano?
24. Hobbes, De Cive, op. cit., XIV, 2; ver también Hobbes, Elementos de Derecho Natural y Político,
op. cit., II, X, 2; Hobbes, De cive, op. cit., VIII, 1, 8; XIV, 10, 21.
25. Ver, también, Finkelstein, Claire, «Hobbes and the Internal Point of View», Fordham Law Re-
view, 75(3), 2006, pp. 1215-1220; Gauthier, David, «Thomas Hobbes and the Contractarian Theory
of Law», Canadian Journal of Philosophy, supl. 16, 1990, pp. 7-9, 15; Slomp, Gabriella, «The incon-
venience of the legislator’s two persons and the role of good counsellors», Critical Review of Inter-
national Social and Political Philosophy, 19(1), 2016, p. 70.
26. Acá meramente asumo que Hobbes desarrolla una teoría contractualista de la obligación política.
Aun cuando el contractualismo hobbesiano tiene rasgos idiosincráticos, la idea misma de que Hobbes
desarrolla una concepción de este tipo está fuera de discusión.
219
luciano venezia
27. Ver, también, Lloyd, Ideals as Interests in Hobbes’s Leviathan, op. cit., pp. 8-9.
28. Para la distinción entre las nociones de estar obligado y tener una obligación, ver Hart, H. L. A.,
El concepto de Derecho, trad. Genaro R. Carrió. Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1998, pp. 102-107.
29. Ver, también, Barry, «Warrender and His Critics», p. 132.
220
¿qué diferencia hace el poder soberano?
30. Raz, Joseph, Razón práctica y normas, trad. Juan Ruiz Manero. Madrid, Centro de Estudios
Constitucionales, 1991, p. 187.
221
luciano venezia
Consideraciones finales
31. Hobbes, Leviatán, op. cit., XXV, 226; ver también Hobbes, Elementos de Derecho Natural y
Político, op. cit., I, XIII, 5-6; II, X, 4; Hobbes, De cive, op. cit., XIV, 1.
32. Raz, Joseph, The Morality of Freedom. Oxford, Clarendon Press, 1986, p. 46.
222
¿qué diferencia hace el poder soberano?
conicet
Universidad Nacional de Quilmes
33. Para una presentación de esta lectura tradicional ver, por ejemplo, Hoekstra, Kinch, «Hobbes on
the Natural Condition of Mankind», en The Cambridge Companion to Hobbes’s Leviathan, ed.
Patricia Springborg. Cambridge, Cambridge University Press, 2007, pp. 114-115.
223
Montesquieu, precursor Diego Vernazza
Introducción
El gran renombre del capítulo XI, 6 del Espíritu de las leyes, de Montesquieu
(1748), consagrado a la división de poderes, ha tendido a oscurecer un aspecto
fundamental: el esbozo de una nueva concepción de la sociedad, punto de par-
tida para el nacimiento de las ciencias sociales. La sociedad como conjunto de
relaciones desplegadas históricamente en un contexto determinado; ya no la
materia sin nombre que espera ser moldeada por el legislador, sino una totali-
dad compleja que posee sus reglas y tiempos propios, sedimentados en la me-
moria y la costumbre. Noción que, a diferencia de la sociedad civil de la tradi-
ción contractualista, no es definida jurídicamente –como cúmulo de derechos
naturales a ser resguardados por el Estado– sino más bien, diremos aquí, so-
ciológicamente.
Las ciencias sociales, al momento de hacer su propia historia, no dudarán en
situar a Montesquieu en el lugar de precursor, y este enaltecimiento supondrá,
paralelamente, un olvido. En la urgencia por constituirse en protección lógica de
la sociedad moderna, la ciencia social naciente buscó, y terminó por encontrar,
un cierto Montesquieu, aquel que correspondía cómodamente a la imagen que,
en su joven positivismo, ésta buscaba para ella misma.
Por ello nos abocaremos aquí a desarrollar otra lectura de la obra de Montes-
quieu, centrada en la noción de «espíritu general», a fin de explorar una genealo-
gía posible de las ciencias sociales, ya no simplemente como una empresa de dis-
tinción de su ancestro mayor, la filosofía política, sino como un intento por
redefinir los problemas que ésta, a lo largo de su historia, había planteado, y por
lo tanto de inmiscuirse en un terreno que hoy, tiempo después, les parecería ajeno.
1. Montesquieu, Pensées – Le spicilège. Robert Laffont, Paris, 1991, p. 517 (n° 1638). Todas las tra-
ducciones de Montesquieu, así como de las otras obras citadas en francés, son propias. Para el Espí-
ritu de las leyes, reutilizo, modificándola, la traducción castellana de Siro García del Mazo, Librería
General de Victoriano Suarez, Madrid, 1906.
2. Sobre las Cartas persas, Jean Starobinski escribe: «La buena nueva que aportan las Cartas persas a
los lectores europeos de 1721 es la de una universal facticidad. Los hombres son tales que sus hábitos,
su clima, su educación, los han hecho. Cuando los Persas irán a París preguntando el porqué de cada
costumbre y de cada rito, lo importante no será la respuesta a ese por qué, sino el hecho simple de
que se pueda preguntar por qué. […] El Oriente real tiene poco que hacer allí. Es un espectáculo que
los hombres de Occidente se dan para liberarse de los valores tradicionales de Occidente. Mediante
esa ironía universal, el espíritu pierde al menos posesión de su propia evidencia» (Starobinski, Jean,
Montesquieu par lui-même. Seuil, Paris, 1953, p. 63).
226
montesquieu, precursor de otra ciencia social
Varias cosas gobiernan a los hombres: el clima, la religión, las leyes, las máximas del gobierno, los
ejemplos de las cosas pasadas, las costumbres, las maneras; de todo ello se forma un espíritu general,
que es su resultado. A medida que, en cada nación, una de estas causas actúa con más fuerza, las otras
ceden ante ella en la misma proporción.5
El concepto, sin dudas uno de los más interesantes de la obra, responde justa-
mente a la necesidad de proponer una filosofía práctica que se constituya en re-
lación con las diferentes cosas que gobiernan, de hecho y diversamente, a los
hombres. Por ello nos detendremos aquí en la historia interna del concepto, para
luego intentar definirlo exhaustivamente.
La primera aparición de un concepto cercano al de «espíritu general» se en-
cuentra en un texto de juventud, llamado De la política (circa 1722-23): «En to-
das las sociedades, que no son más que una unión de espíritu, se forma un carác-
ter común. Ese alma universal toma la forma de un modo de pensar que es efecto
de una cadena de causas infinitas, que se multiplican y se combinan de siglo en
siglo». Montesquieu subraya aquí la existencia de un modo de ser compartido,
de un carácter que es expresión de una sociedad determinada. La sociedad, en
general, es comprendida como una «unión de espíritu», que se expresa, históri-
camente, en un cierto «modo de pensar», en un cierto tono, por así decir, de la
razón. «Desde que ese tono es dado y recibido, es él solo quien gobierna, y todo
3. Montesquieu, De l’esprit des lois, en Œuvres complètes, vol. II. Pléiade, Paris, 1951, p. 237.
4. Idem., pp. 232 y 238. Véase sobre este punto el artículo de Denis de Casabianca, «Rapports», en
el Dictionnaire Montesquieu [en línea], Catherine Volpilhac-Auger (dir.), ENS de Lyon, septiembre
de 2013: < http://dictionnaire-montesquieu.ens-lyon.fr/fr/article/1376426916/fr>.
5. Montesquieu, De l’esprit des lois, XIX, 4, op. cit., p. 558.
227
diego vernazza
lo que los soberanos, magistrados y pueblos pueden hacer o imaginar, sea que
parezcan chocar ese tono, o seguirlo, siempre se le refiere, y domina hasta la total
destrucción».6 En este escrito de juventud, llamado, justamente, De la política,
Montesquieu pone entre signos de pregunta la idea de que la política gobierna, o
al menos de que el político, en tanto sujeto, gobierna: es el tono, el carácter ge-
neral de un pueblo el que gobierna, ese sujeto impersonal porque es compartido,
resultado histórico de «causas infinitas». Y ese tono, ese carácter, gobierna, ante
todo, porque lo hace de manera poco aparente: dándole un cierto contorno al
espíritu, a la manera de pensar.
En un texto posterior, inédito, llamado Ensayo sobre las causas que pueden
afectar los espíritus y los caracteres (1735-1739), Montesquieu continúa su inda-
gación, concentrándose en los factores que ayudan a comprender la conforma-
ción de ese espíritu. Se trata allí de un «carácter general, del cual cada particular
se carga más o menos», producido a la vez «por las causas físicas que dependen
del clima […] y por las causas morales que son la combinación de las leyes, la
religión, las costumbres y las maneras».7 Este ensayo, preparatorio del Espíritu
de las leyes, aporta varios elementos fundamentales a lo que será su definición
del espíritu general. Primeramente, y reconociendo que «la complicación de
causas que forman el carácter general de un pueblo es muy grande», se concen-
trará en especificarlas, agrupándolas en factores físicos y morales, entre los cua-
les aparecen, por primera vez, el clima, las leyes, la religión, las costumbres y las
maneras. Paralelamente, el texto propondrá una jerarquía entre esos factores:
«las causas morales forman más el carácter general de una nación y deciden más
la calidad de su espíritu que las causas físicas».8 Lejos de cualquier perspectiva
mecanicista sobre la influencia del clima en las costumbres, Montesquieu sos-
tiene que los factores físicos no son capaces de dar enteramente cuenta de una
determinada configuración del espíritu: este se explica, ante todo, por el modo
en que las causas morales traducen, históricamente, las causas físicas, y confor-
man así un carácter general. El «clima contribuye infinitamente a modificar el
espíritu», escribe, pero «su efecto no es inmediato», es necesaria una «larga serie
de generaciones para producirlo».9 El Ensayo permite así no sólo avanzar en la
definición del concepto de espíritu general, sino también aclarar una de la sen-
tencias más discutidas del Espíritu de las leyes, la de que «el imperio del clima es
228
montesquieu, precursor de otra ciencia social
10. Montesquieu, De l’esprit des lois, XIX, 14, op. cit., p. 565.
11. Cf. Beyer, Charles Jacques, Nature et valeur dans la philosophie de Montesquieu. Analyse métho-
dique de la notion de rapport dans l’Esprit des lois. Klincksieck, Paris, 1982, p. 215.
12. Montesquieu, Essai sur les causes…, op. cit., p. 62.
13. Montesquieu, Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadence,
XXII, en Œuvres complètes, vol. II, op. cit., p. 203.
229
diego vernazza
ESPÍRITU GENERAL. Es ante todo una gran capital la que hace al espíritu general de una nación;
es París que hace a los franceses; sin París, la Normandie, la Picardie, la Artois, serían alemanas como
Alemania.17
Hasta aquí las definiciones previas dadas por Montesquieu de aquello que el
capítulo XIX, 4 definirá como el «espíritu general de una nación». Es posible
ahora intentar una definición exhaustiva. El espíritu general es ante todo un es-
píritu, es decir, una «substancia viva e incorpórea», tal como define la palabra
«espíritu» la primera edición del Diccionario de la Academia francesa de 1694.18
Está ligado a múltiples factores, entre los cuales se encuentran los físicos, como
el clima o el territorio –y Montesquieu llegará incluso a plantearse, en la primera
parte de su Ensayo sobre los caracteres, la pregunta por el pasaje de lo material, o
cerebral, a lo inmaterial, o espiritual–. Es general, es decir, común, compartido.
El espíritu general es la sustancia incorpórea –irreductible a todo cuerpo indivi-
dual– de lo social, encarnada en una «manera de pensar total»19 que se expresa, de
manera siempre singular, en cada sujeto.
230
montesquieu, precursor de otra ciencia social
El riesgo relativista
intuición de la individualidad y del carácter de los pueblos; y si bien no se ha elevado hasta la Idea más
vital, sin embargo, no ha deducido sin más las estructuras (Einrichtungen) y las leyes singulares de la
así llamada razón, ni las ha abstraído de la experiencia, elevándolas luego a algo universal, sino que
[…] las ha concebido lisa y llanamente, deduciéndolas del carácter del todo y de su individualidad.
la razón, el entendimiento humano, la experiencia de los que proceden las leyes concretas, no son
ninguna razón ni ningún sentido común a priori, ni tampoco alguna experiencia a priori, la cual sería
absolutamente universal, sino pura y simplemente, la individualidad viviente de un pueblo, una indi-
vidualidad cuyas más elevadas determineidades cabe concebirlas a su vez a partir de una necesidad
más universal.21
231
diego vernazza
prendido la razón como razón situada, como aquello que le reprocha, el no ha-
berse «elevado hasta la Idea más vital», resultan reveladores. Al buscar la signifi-
cación y la justificación de la ley en las relaciones que establece con una serie de
determinaciones específicas, la obra de Montesquieu aporta, según Hegel, la
novedad de comprender un pueblo como totalidad. Ahora bien, por no haberse
apoyado en un principio superior, éste se encontró frente a la necesidad de tener
que justificar aquello que, desde el punto de vista de ese principio, iría contra el
derecho, es decir, a desplazar el problema de la justificación hacia una entera
justificación por las circunstancias, poniendo lo relativo en lugar de lo absoluto.22
En efecto, si cada nación tiene sus razones, relativas a su espíritu general, las
leyes y las costumbres se comprenden, y justifican, por un principio de conve-
niencia. Si «los hábitos y costumbres de las naciones» no pueden «ser juzgados
unos mejores que otros», lo relativo adquiere un lugar central. «¿Con qué regla
juzgaríamos», pregunta Montesquieu en sus cuadernos de viaje, «si no tienen una
medida común?».23 En el Espíritu de las leyes, la dificultad se vuelve manifiesta al
momento de tener que comprender prácticas como el esclavismo, el incesto o la
tortura, en relación con las «cosas» que configuran un cierto espíritu general:
Iba a decir que [la tortura] podría ser conveniente en los gobiernos despóticos, donde todo aquello
que inspira temor es propio de los resortes de gobierno, iba a decir que los esclavos entre los griegos
y los romanos… pero oigo la voz de la naturaleza que grita contra mí.24
22. Hegel, Principios de la filosofía del derecho. Sudamericana, Buenos Aires, 2011, § 3.
23. Montesquieu, De l’esprit des lois, XIX, 20, op. cit., p. 571; Montesquieu, «Voyage de Gratz à la
Haye», en Œuvres complètes, vol. 1, op. cit., p. 767.
24. Montesquieu, De l’esprit des lois, VI, 17, op. cit., p. 329.
25. Durkheim, «La contribution de Montesquieu à la constitution de la science sociale», en Montes-
quieu et Rousseau précurseurs de la sociologie. Librairie Marcel Rivière et Cie., Paris, 1966, pp. 35 y
111. Sobre la lectura durkheimiana de Montesquieu, véase Karsenti, Bruno, «Politique de la science
sociale. La lecture durkheimienne de Montesquieu», Revue Montesquieu, N° 6, 2001, pp. 33-55.
232
montesquieu, precursor de otra ciencia social
26. Montesquieu, De l’esprit des lois, XIX, 12, op. cit., p. 563.
27. Montesquieu, Pensées…, op. cit., p. 365 (n° 885) y De l’esprit des lois, IV, 3, op. cit., p. 265.
28. Markovits, Francine, «Montesquieu: l’esprit d’un peuple. Une histoire expérimentale», en Céline
Spector y Thierry Hoquet (dir.), Lectures de L’Esprit des lois. Presses universitaires de Bordeaux,
Bordeaux, 2004, pp. 65-99, citada por Spector, Céline, «Esprit général», Dictionnaire Montesquieu
233
diego vernazza
no duda en afirmar que un pueblo es también una «serie de ideas».29 Lejos de ser
la encarnación secular del universal, la historia de un pueblo es aquella de la su-
cesión, y el encadenamiento, de una serie de ideas. Esa intuición estará en la base
de otro concepto capital, menos comentado, el de «objeto de una nación». Éste
aparece en el capítulo que precede al famoso XI, 6, consagrado a la constitución
de Inglaterra:
Más allá de que todos los Estados tengan en general un mismo objeto, que es el de mantenerse, cada
Estado tiene sin embargo uno que le es propio. La ampliación era el objeto de Roma; la guerra el de
Lacedemonia; la religión el de las leyes judaicas; el comercio el de Marsella; la tranquilidad pública el
de las leyes de China; la navegación el de Rodas […].
Para ser feliz hay que tener un objeto, es el medio para dar vida a nuestras acciones. Éstas se vuelven
incluso más importantes según la naturaleza del objeto, ya que ocupa aún más el alma. […] Somos
felices en la búsqueda de un objeto, aunque la experiencia nos haga ver que no es el objeto mismo,
[en ligne], Catherine Volpilhac-Auger (dir.), ENS de Lyon, septiembre de 2013: <http://dictionnaire-
montesquieu.ens-lyon.fr/fr/article/1376474276/fr>.
29. Montesquieu, Pensées…, op. cit., p. 556 (n° 1794).
30. Montesquieu, De l’esprit des lois, op. cit., XI, 5, p. 396. Hay una cuestión aquí, que no abordare-
mos ya que nos llevaría a la infinita discusión del lugar que ocupa Inglaterra en el Espíritu de las leyes,
y es la de saber por qué motivos el objeto de esta nación es «directo», adjetivo que Montesquieu no
utiliza en los otros casos. Ciertamente, esto tiene que ver con el nivel de explicitación, y por lo tanto
de reflexividad, que tiene ese objeto, en el caso de una república moderna como es la inglesa. El tema
es vasto, y ameritaría ciertamente un desarrollo suplementario.
31. Montesquieu, Pensées…, op. cit., p. 353 (n° 815).
234
montesquieu, precursor de otra ciencia social
sino la ilusión la que cuenta: la razón reside en que el alma es una serie de ideas, y que sufre cuando
no está ocupada, como si la interrupción de la serie amenazara su existencia.32
Hay aquí toda una teoría del deseo, y con ella, del sujeto, que podría desarrollar-
se.33 Retengamos lo esencial: sin objeto no hay búsqueda, no hay acción. Ésta
cobra sentido cuando series de ideas logran sucederse, encadenarse, sin vacío de
por medio. Por ello el alma universal que es el espíritu general de una nación ne-
cesita, para dar vida a sus acciones, integrarlas en un horizonte común, en un ideal.
Ese ideal, que da sentido, y unidad, a un espíritu general, es estructurante de la
sociedad en su conjunto. Roma no sería Roma sin imperio, Marsella sin comercio,
Lacedemonia sin guerra. Y es justamente ese «objeto» el que permite inscribir la
acción de un pueblo en un horizonte ideal, sin necesariamente subsumirlo a un
principio, o tribunal universal, que pretenda unificar todas «las historias».34
Es así que Montesquieu intenta, con más o menos éxito, sobrepasar el umbral
del relativismo, sin por tanto aspirar al escalón que lo lleve a lo absoluto. Al ligar
la noción de espíritu general de una nación a una idea, o mejor, a una serie de
ideas, su obra propone, no sin grandes dificultades, una suerte de pluralismo
normativo, el cual tiene como límite externo la figura del despotismo, en tanto
negación misma de la condición social del hombre. Buscando un procedimiento
que permita ordenar la diversidad del mundo sin subsumirla a la sombra de un
modelo, la obra de Montesquieu habilita a pensar la pluralidad al interior mismo
de un universal, en este caso, el proyecto moderno de autonomía. Es por ello que
es posible encontrar en su obra, si se la recorre atentamente, varios modos de
construir una sociedad moderna, siguiendo precisamente el espíritu de cada na-
ción: el tipo inglés, basado en la independencia; el tipo francés, basado en la so-
ciabilidad, o el tipo holandés, basado en el comercio. Cada uno de ellos, llevado
a su extremo, corre un riesgo específico de corrupción: el ciudadano inglés, ob-
sesionado con su libertad individual, puede perderse cuando olvida su dimensión
social –véanse las «Notas sobre Inglaterra», donde advierte sobre esta amenaza–.
El francés, apasionado por la sociabilidad, se pierde cuando la confunde con una
obligación política, con un mandato legal. El holandés, por su parte, consagrado
235
diego vernazza
la causa intelectual principal de la perturbación social actual; ya que la especie humana se encuentra
así librada, sin ninguna protección lógica, a la experimentación desordenada de diversas escuelas
políticas, cada una buscando hacer prevalecer infinitamente su tipo inmutable de gobierno.
35. Cf. Montesquieu, De l’esprit des lois, XIX, 5 y 6, XX, 2, op. cit., pp. 559-559 y 585-586; «Notes
sur l’Angleterre», en Œuvres complètes, vol. 1, pp. 875-884; y Pensées…, op. cit., p. 323 (n° 592).
36. Comte, Cours de philosophie positive, 47e leçon, vol. IV. Bachelier Imprimeur-Librairie, Paris,
1839, p. 245.
37. Idem., pp. 308, 311, 245, 248 y 308.
236
montesquieu, precursor de otra ciencia social
237
diego vernazza
elige un principio diferente del que nace de la naturaleza de las cosas, de modo que aquél tienda a la
servidumbre y éste a la libertad, aquél a las riquezas y éste a la población, aquél a la paz y éste a las
conquistas, veremos las leyes insensiblemente debilitarse, la constitución alterarse, y el Estado no
dejará de agitarse hasta que sea destruido o transformado, y que la invencible naturaleza haya reco-
brado su imperio.43
42. Montesquieu, Défense de l’esprit des lois, op. cit., pp. 1138-1138.
43. Rousseau, Du contrat social, II, XI. Marc-Michel Rey, Amsterdam, 1762, pp. 114-116 (trad. propia).
44. Durkheim, «Détermination du fait moral», en Sociologie et philosophie. Librairie Felix Alcan,
Paris, 1924, pp. 81-82.
45. Durkheim, De la division du travail social, op. cit., pp. 399-401.
46. Idem., pp. 331-332.
238
montesquieu, precursor de otra ciencia social
mas elementales de la vida religiosa, donde intenta explicar de qué modo surgen
y se renuevan los ideales colectivos;47 pasando por sus Lecciones de sociología,
donde se aboca a explicitar las condiciones institucionales que el ideal moderno
de libertad requiere para su realización, las de un Estado regulador trabajado por
la comunicación con asociaciones intermedias, y cuya finalidad es la de «organi-
zar el medio en que se mueve el individuo para que allí pueda desarrollarse libre-
mente», o más precisamente, garantizar que «la persona pueda realizarse más
plenamente»,48 los problemas planteados por Montesquieu serán reformulados
por una determinada ciencia social, aquella que, como lo anunciaba Comte, se
comprenderá a sí misma como una regeneración radical de la ciencia política.
conicet / ehess
47. Durkheim, Les formes élémentaires de la vie religieuse. PUF, Paris, 2008, p. 603.
48. Durkheim, Leçons de sociologie. PUF, Paris, 1950, pp. 83 y 86. Véase sobre este tema Callegaro,
Francesco, La science politique des modernes. Durkheim, la sociologie et le projet d’autonomie. Eco-
nomica, Paris, 2015.
239
Caída y salvación Martín Böhmer
José Luis Galimidi
en el Martín Fierro
1. “Facundo y Recuerdos de provincia son nuestra Ilíada y nuestra Odisea. Martín Fierro nuestro
Romancero” (Lugones, Leopoldo, Historia de Sarmiento. Buenos Aires, Eudeba, 1960, p. 151).
2. Martínez Estrada, Ezequiel, Muerte y transfiguración del Martín Fierro, Ensayo de interpretación
de la vida argentina. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1993.
3. Rojas, Ricardo, Historia de la literatura argentina, Los gauchescos, Tomos 1 y 2. Buenos Aires,
Editorial Guillermo Kraft, 1957.
4. “Hernández escribió para denunciar injusticias locales y temporales, pero en su obra entraron el
mal, el destino y la desventura, que son eternos”, en Borges, Jorge Luis, y Guerrero, Margarita, El
Martin Fierro. Madrid, Alianza Editorial, 1998, p. 40. En la misma línea de la lectura de Borges,
Rubén Benítez propone para el poema una intención universal de ilustrar, a propósito del gaucho y
en clave cristiana, la condición del hombre en el cosmos, frente a Dios y a su destino (Benítez, Rubén,
“La condición humana en Martín Fierro”, Revista Iberoamericana, 40, 1974, p. 88).
5. Cf. Marechal, Leopoldo, “Simbolismos del Martín Fierro”, texto de una conferencia transmitida
por LRA Radio del Estado en febrero de 1955, reproducida por Elbia Robaco Marechal en Mi vida
con Leopoldo Marechal. Buenos Aires, Paidós, 1973, pp. 113-128.
6. Losada Guido, Alejandro, Martín Fierro: Héroe-Mito-Gaucho. Buenos Aires, Plus Ultra, 1967.
7. Astrada, Carlos, El mito gaucho. Edición crítica de Guillermo David. Buenos Aires, Fondo Na-
cional de las Artes, 2006.
8. Scannone, Juan Carlos, “Poesía popular y teología. El aporte del ‘Martín Fierro’ a una teología de
la liberación”, Concilium, 115, 1976, pp. 264-275.
9. Martínez Estrada, op. cit., nota 2.
242
caída y salvación en el martín fierro
Digamos, para empezar, que la apología de sí mismo que hace el personaje Mar-
tín Fierro –quien se presenta como un hombre bueno, habilidoso, valiente e
impulsivo, que sólo actúa mal porque a ello lo fuerza un entorno injusto y
opresivo–13 nos resulta, como a muchos otros lectores, poco convincente. Si Fie-
10. Jitrik, Noe, “José Hernández. El Martín Fierro”, en Capítulo, la Historia de la literatura argen-
tina, 16. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires, 2001; y también Lois, Élida, “Cómo se
escribió y se desescribió El gaucho Martín Fierro”, Orbis Tertius, 2002-2003, VIII (9).
11. Viñas, David, Indios, ejército y frontera. México, Siglo XXI Editores, 1982.
12. Cf. Vossler, Karl, La vida espiritual en Sudamérica. Buenos Aires, Instituto de Filología, Facultad
de Filosofía y Letras, UBA, 1935, p. 37.
13. Por ejemplo:
Y sepan cuantos escuchan
De mis penas el relato
243
martín böhmer y josé luis galimidi
244
caída y salvación en el martín fierro
245
martín böhmer y josé luis galimidi
y payador, en algún lugar de la campiña bonaerense, que puede ser una pulpería,
la sombra de un ombú, un fogón; en suma, el “Aquí” del verso 1. Pero llegado el
relato al momento en que Fierro le propone a Cruz salirse “de estas pelegrina-
ciones” (GMF, XIII, 2268) y marcharse hacia el oeste incivilizado, aparece, sor-
presivamente, una voz nueva. Un Narrador, que no se presenta como tal, y que
también habla en verso, nos cuenta que el Cantor se negó a seguir cantando y
que, movido por una oscura pero firme determinación, actualizó su decisión
estrellando el instrumento contra el suelo. De todas maneras, el público no queda
en ayunas, ya que el Narrador completa el relato que había dejado vacante el
Cantor. Da a entender que Cruz aceptó el convite y cuenta que los dos amigos,
después de robarse una tropilla, cruzaron la frontera en dirección a las tolderías.
La primera parte del poema termina con la celebérrima apelación a que el público
se haga cargo de “Males que conocen todos / Pero que naides cantó”.
Repasemos el texto a partir de la última estrofa con la que Fierro redondea su
convite a Cruz:
15. Estas líneas punteadas que sugieren una sextina muda son parte del texto que escribe Hernández.
246
caída y salvación en el martín fierro
247
martín böhmer y josé luis galimidi
¿en qué momento de su vida se puso Martín Fierro a cantar el canto que, con
presunta fidelidad, transcribe en algún momento necesariamente posterior el
Narrador? O, lo que, como veremos, es casi lo mismo: ¿cuándo, dónde y por qué
Fierro obedeció al impulso de romper su guitarra?
Empecemos por desarticular, para descartarla, la cronología ingenua, que sería,
abundemos: pelea con la partida-rotura de la guitarra-cruce de la frontera. La
propuesta de Fierro/protagonista a Cruz de irse a los indios, que corona una
sucesión de eventos nefastos, pertenece al orden de lo sucedido en un tiempo
pasado que, en algún presente posterior, Fierro/Cantor le está cantando a su pú-
blico. A este presente pertenecen, como acontecimientos, y no como relato de
acontecimientos, la acción de echar un “trago como un cielo”, el anuncio verbal
de la rotura del instrumento, su consumación efectiva, física, y, en general, el
hecho mismo de ponerse a cantar, que había empezado en ese “Aquí” (el aquí de
la pulpería, o del ombú) unas dos horas atrás, que es lo que se tarda, aproxima-
damente, en recitar con cadencia musical El gaucho Martín Fierro. Si el robo de
la tropilla, el cruce de la frontera y el lagrimeo al mirar las últimas poblaciones
son, tal como dice el Narrador, hechos inmediatamente posteriores a la propuesta
de exilio que le hizo a su amigo reciente Cruz, Fierro, en obvia consecuencia, no
pudo haberlos realizado después de quebrar la guitarra con la que había cantado
todos los sucesos previos a dicha propuesta. Creer eso equivale a fundir el mo-
mento del cantar (presente para el público oyente de Fierro y pasado para noso-
tros, el público lector del Narrador) con el momento de lo cantado (pasado para
el cantor Fierro y su público, y plusquampasado para nosotros, el público del
Narrador). Confusión entendible, si se piensa que puede venir inducida por la
afinidad de los sentimientos de furia e impotencia que llevaron a Fierro/protago-
nista a cruzar la frontera, por un lado, y a Fierro/Cantor a romper la guitarra
cuando, tiempo después, rememora aquella situación, por el otro. Tenemos, en-
tonces, una ruptura con el orden de la sociedad que estaba habitando Fierro, que
es representada (es decir, vuelta a ser hecha presente durante el ritual escénico del
cantar), pero no preanunciada (es decir, profetizada), por la rotura de la vigüela.
Reparemos, por otra parte, en los tiempos de los verbos conjugados del verso
2275, “Ruempo, dijo, la guitarra”: el presente indicativo de romper, pronunciado
por Fierro, es, con toda evidencia, contemporáneo gramático y complementario
semántico del presente del verbo poner en voz media en “Aquí me pongo a can-
tar”; está dirigido al mismo público y pertenece a la misma tenida, a la que da,
violentamente, por terminada. Fierro está rompiendo una escena en la que un
rato antes se había puesto. Pero el momento del “ruempo” es pasado respecto del
momento en que, algún tiempo después, el Narrador dice (escribe) lo que el Can-
tor “dijo”. Por lo mismo, el momento en el que Fierro dice “Ruempo” es poste-
248
caída y salvación en el martín fierro
16. Para abundar, reparemos en la simetría formal que existe entre el mencionado “Ruempo, dijo, la
guitarra” y el anterior “Yo me voy, le dije, amigo”, del Canto IX (1669), ocurrido con ocasión de la
invitación de Fierro de irse a tierra de indios. Mutatis mutandis, nuestro análisis se mantiene: el
anuncio, en tiempo presente y dirigido a Cruz, “Yo me voy”, se pronunció en un momento que
corresponde a un tiempo pasado, el de las cosas que habrían de ser cantadas, mientras que la paren-
tética “le dije” está dirigida a su público oyente, y se conjuga en consonancia con ese mismo pasado
pero se pronuncia en el momento presente en el que Fierro está cantando. Ese presente es contem-
poráneo, obviamente, del ahora en el que se pone a cantar y en el que rompe el instrumento. En
cuanto al propósito de vincular el impulso de separarse existencialmente del orden de la sociedad
rural blanca y mestiza con el hecho simbólico de quebrar la guitarra, podemos decir que queda re-
forzado con una tercera ruptura, que es de carácter formal: tanto en “Yo me voy, le dije, amigo”
cuanto en “Ruempo, dijo, la guitarra” se da el caso de que el discurso evocado sería anómalo en
términos de métrica: sin “le dije” y sin “me voy”, los respectivos versos tendrían seis sílabas, y no las
ocho habituales. En el mismo sentido, la intención de condensar las tres voces de emisión en una sola
se reafirma con las colaboraciones extemporáneas de Fierro/Cantor en el verso de Fierro/protago-
nista, en un caso, y del Narrador en el de Fierro/Cantor (y agente, porque romper la guitarra también
es una acción involucrada en la serie de eventos del relato). Martínez Estrada, por mencionar un caso
eminente de lectura divergente a la que presentamos, habla, sin mayor trámite, de incongruencias
insalvables en el orden lógico de los acontecimientos, y dice que la intención original, y más genuina,
de Fierro de no volver de las tolderías está expresada y anticipada por la rotura de la guitarra, como
si ese momento fuera la imagen de un “final definitivo” (op. cit., p. 183). Para similares lecturas del
episodio de la guitarra como expresión de la intención de Fierro de exiliarse donde los pampas para
nunca regresar, cf. Lugones, op. cit., p. XX, Jitrik, p. XX, Chavez, op. cit., p. XX, Lois, op. cit., p. XX.
249
martín böhmer y josé luis galimidi
17. Aquí se nos podría objetar que Cruz sí tuvo tiempo y ánimo para contar a Fierro sus desventuras,
y que incluso parece haber escuchado el Canto I del poema, porque, en obvia referencia a “Las coplas
me van brotando / Como agua del manantial” (GMF, I, 53-4) opone su “A otros les brotan las coplas
/ Como agua del manantial” (GMF, XI, 1885-6). Pero la dificultad es fácilmente salvable; es evidente
que Fierro le está repitiendo a su auditorio lo que en las postrimerías de aquella jornada terrible Cruz
le había confesado, y para hacerlo se toma todas las licencias poéticas que cree convenientes, como
podría ser la de hacer de cuenta que es el mismo Cruz el que está cantando después de haber escu-
chado a su amigo. Fierro, ante su público, imposta (entrecomilla) la voz rememorada de Cruz del
mismo modo en que después el Narrador impostará ante nosotros la voz rememorada de Fierro (y
aun la de Fierro impostando a Cruz).
18. Volvamos a anticipar que cantarse a sí mismo, en este caso, es mucho más un confesarse que un
autoexaltarse.
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caída y salvación en el martín fierro
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martín böhmer y josé luis galimidi
2. Unidad y desdoblamiento
En el mismo tono y tiempo verbal, continúa diciendo que, poco después, se ha-
bría de enterar de que sus hijitos se habían conchabado de peones y que su mujer,
desvalida, no tuvo más opciones que irse con un gavilán. Pero, y aquí viene
nuestro problema, cuando imagina la infortunada suerte de los suyos, Fierro
vira, imperceptiblemente, al uso del tiempo presente, y desde ese aparente pre-
sente de pesadilla canta su desesperación como si todavía estuviera en medio de
las ruinas de su rancho. El texto lo enfatiza con signos de admiración:
252
caída y salvación en el martín fierro
Dios te dé su protección
Ya que no me la dio a mí–
Y a mis hijos desde aquí
Les echo mi bendición.
Al momento de quedar desamparados, los hijos de Fierro tendrían una edad que,
a la vez que justificara pintarlos como niños necesitados y de almas tiernas, ya les
permitiera desempeñar algún tipo de trabajo rentado. Digamos, el hijo menor no
debería tener menos de 8 años y el mayor no más de 14. Siete u ocho años des-
pués, que es el momento en el que en este artículo suponemos que Fierro canta
por primera vez, esas edades tendrían topes estimativos, respectivamente, de 15
y 21 años. ¿Cómo justificar, entonces, que Fierro haya esperado siete años para
pedir a Dios que proteja a su ex mujer, y que se lamente, en tiempo presente, por
el desamparo de jóvenes que, a esa altura, ya debían estar más que curtidos por
la vida, y que serían percibidos casi como jóvenes adultos?
Nuestra respuesta es afín a la que ya ensayamos para el episodio de la guitarra.
Al cantar lo que le había sucedido siete años atrás, luego de desertar del fortín,
Fierro se compromete afectivamente con lo relatado y revive ante su auditorio el
253
martín böhmer y josé luis galimidi
dolor de la herida de su alma, que sigue abierta. Hace de cuenta que la escena
terrible de sus hijos pequeños y sin madre que son echados del fogón como si
fueran perros está sucediendo en el momento mismo de su canto; está re-presen-
tando la desunión familiar. El momento de la bendición, frente a los restos des-
habitados de su rancho, es el mismo que el del juramento de volverse lobo del
hombre. Este último, como veremos en lo que sigue, ya fue redimido, por eso se
lo canta en pasado. Pero el estado de desprotección de sus hijos, como el delito
de desaparición de personas, sigue sucediendo para él –y para el público de buena
voluntad–, hasta tanto no se produzca una reparación, libidinal o jurídica.19
Y como obstáculo para la viabilidad de nuestra lectura también está, desde
luego, el problema de la unicidad del texto mismo. En vida de José Hernández
(que murió en 1886) aparecieron doce ediciones autorizadas de El gaucho Martín
Fierro y una edición, con cinco reimpresiones, de La vuelta de Martín Fierro. El
autor nunca suscribió ni dio venia formal para un proyecto editorial que inclu-
yera ambas obras como parte de un solo libro. Esta circunstancia, considerada
junto con la diferente situación personal y política por la que atravesaba Hernán-
dez en los respectivos momentos de escribir una y otra, es la base fáctica que
alienta a muchos intérpretes para leer una diferencia inconciliable de propósito y
de talante entre ambas partes. En esta perspectiva, el Fierro que se va a los indios
es enérgico y rebelde, mientras que el que vuelve del desierto regresa cansado y
sumiso. Además del célebre ensayo de Martínez Estrada, ya mencionado, es bien
conocida la tesis de Josefina Ludmer, quien propone que la Ida anima la voz de
un outsider rebelde y violento, mientras que la Vuelta lo reconcilia con el orden
liberal estatal. Para ello Ludmer pivotea, entre otros señalamientos, sobre el he-
cho de que en El gaucho Martín Fierro, el protagonista abriga esperanzas de una
vida holgada y sin trabajar en las tolderías, mientras que en La vuelta de Martín
Fierro, en cambio, recomienda el trabajo decente a sus hijos, y casi que lo exige,
como reclamo legítimo para con el orden socioeconómico.20 En la misma direc-
19. Este arranque angustiado termina con el fin del Canto VI, y está marcado en el texto con cierto
énfasis. En efecto, el Canto VII vuelve al cantar en tiempo pasado (“De carta de más me vía / sin
saber a donde dirme”) y cambia de estrofas de seis versos a estrofas de cuatro. Parece así que la an-
gustia que lo llevó a volver a aquel pasado y a sentirlo como presente pasó y que, no sin esfuerzo, el
Cantor vuelve ahora al presente del cantar y retoma la conjugación en tiempo pasado en su canto (cf.,
Hughes, op. cit., p. 120).
20. Cf. Ludmer, Josefina, “Héroes hispanoamericanos de la violencia popular: construcción y trayec-
toria”, Actas del XII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas. University of Bir-
mingham, 1995. Para diferentes maneras de argumentar –y de deplorar– los quiebres que padece
Fierro en su espíritu rebelde y combativo a causa del viraje ideológico de Hernández, puede verse
Shumway, N., La invención de la Argentina. Buenos Aires, Emecé, 1993, pp. 309 y ss.; Feinman, J.
P., Filosofía y Nación. Buenos Aires, Legasa, 1982; Heffes, G., “Martín Fierro ante la ley”, Revista de
Crítica Literaria Latinoamericana, año 37, No. 74 (2011), 9- 23. Para una lectura que defiende la
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caída y salvación en el martín fierro
unicidad de la obra y que ve los cambios en la actitud de Fierro como una consecuencia de la diná-
mica interna en el alma del protagonista, cf. Hughes, J., Arte y sentido de Martín Fierro. Madrid,
Castalia, 1970, p. 119; en el mismo sentido, pero asentando la continuidad en las necesidades narra-
tivas que son, a la vez, complejidades y carencias sociales, cf. Gramuglio, M. y Sarlo, B., “Martín
Fierro”, en Historia de la literatura argentina 2. Del Romanticismo al Naturalismo. Buenos Aires,
Centro Editor de América Latina, 1968, pp. 50-51.
21. Operación inversa a la que intenta Fernando Solanas en su película “Los hijos de Fierro” (1975),
en la cual utiliza el poema para proponer una versión de la resistencia peronista en la cual Perón es
Fierro y sus tres hijos son militantes sindicales, barriales y de organizaciones armadas.
22. Lois, Élida, “Cómo se escribió y se desescribió El gaucho Martín Fierro”, Orbis Tertius, VIII (9).
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martín böhmer y josé luis galimidi
Nosotros vemos las cosas de otra manera. En favor de la unicidad del texto
obran, en primer lugar, algunas circunstancias formales muy contundentes. Ya el
propio Hernández, en un pasaje muy citado de sus “Cuatro palabras de conver-
sación con los lectores”, que prologan La vuelta de Martín Fierro, dice que la
entrega como “la segunda parte de un libro que ha tenido una acogida tan
generosa”.23 Pero también nos habla de una sola obra el hecho de que, después de
las primeras reimpresiones de la Vuelta, la enorme mayoría de las ediciones que la
siguieron, en idioma original y en traducciones a otras lenguas, titulan la presen-
tación de ambas partes como, simplemente, Martín Fierro, si bien algunas tienen
el cuidado de indicar, en forma de subtítulos, los nombres originales de cada una
de ellas. Y así también, en este aspecto relativamente externo, la consideran una
sola obra la gran mayoría de los estudios académicos y culturales, por lo menos,
en lo que hace al modo en que titulan los trabajos dedicados al poema.24 En cuanto
a los contenidos, huelga mencionar lo que saben todos los lectores: es el protago-
nista mismo el primero en dar por supuesta una continuidad en su propia persona,
en la de sus coprotagonistas, en las circunstancias de época y geografía que le
sirven de escenario y en el público al que se dirige. Y lo mismo hace el Narrador.25
Para un argumento en favor de la unicidad sustantiva del libro Martín Fierro
viene muy al caso reconstruir la lectura que hace Jorge Luis Borges. Lo indoma-
ble también es una nota central en el carácter de Fierro para la visión de este
autor y pensador. Pero hay varios puntos de discrepancia con el tipo de análisis
que unas décadas después habría de hacer Lois.26 Borges, por empezar, deslinda
el valor del poema de la intención de denuncia y de reparación de las injusticias
que podría estar animando a su autor. Discrepa, además, con lo que Lois valo-
riza: no considera que la rebeldía violenta frente a las fuerzas de la autoridad
constituida sea, en principio, una virtud encomiable. Y disiente también en
23. En la edición que venimos citando, “Cuatro palabras de conversación con los lectores”, p. 261.
24. Cf. Becco, J. y Romanos de Tirdel, S., “Bibliografía e índices”, en la edición crítica de, precisa-
mente, Martín Fierro, que venimos citando.
25. La voz del Narrador, definitivamente, es la más cercana a la del Autor. Por un lado, porque ex-
plicita las intenciones de su propio “cantar” y porque se refiere a éste en su formato de libro (“no se
ha de llover el rancho / en donde este libro esté”). Podría agregarse que también por el hecho de
fungir como Narrador omnisciente, testigo de escenas de suprema intimidad: sabe, por ejemplo, que
Fierro lagrimeó al cruzar la frontera, y transcribe los consejos que aquél ofreció a sus hijos y al de
Cruz. Sin embargo, esta identidad Narrador/Autor no es total, ya que el primero, por lealtad al
protagonista, calla, o dice ignorar, lo que es lo mismo, datos que Fierro, en algún momento, quiso
mantener no dichos, a saber: el hecho de haber cruzado la frontera, el secreto que se comprometió a
guardar con sus hijos, los nuevos nombres que adoptaron y el rumbo de sus respectivos destinos. El
Narrador se involucra con voluntad propia en la trama del libro, y, en tal sentido, entendemos, co-
rresponde atribuirle, parcialmente al menos, carácter de personaje de ficción.
26. Recordemos, en línea con Martínez Estrada, Ludmer, Lugones.
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caída y salvación en el martín fierro
27. Borges, Jorge Luis, “Sobre los clásicos”, en Otras inquisiciones. Incluido en Obras completas.
Volumen II (1952-1972). Emecé editores, Barcelona, 1989, p. 151.
28. Cf. Supra, nota 4.
29. Borges, Jorge Luis, “Nuestro pobre individualismo”, en Otras inquisiciones. Incluido en Obras
completas. Volumen II (1952-1972). Emecé editores, Barcelona, 1989, p. 36.
30. Así como creemos que la opinión ensayística de Borges se inserta casi sin fricción en algunas de
sus ficciones, también habría que ser prudentes y aceptar que el talante esteticista de este autor puede
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martín böhmer y josé luis galimidi
estar permeando en algo de su escritura doxológica. En todo caso, nos interesa más marcar las con-
tinuidades y consistencias entre ambos registros que discutir si Borges opina mediante la escritura de
ficciones o más bien mitologiza simulando que adoctrina. Todo esto, con el fin de denotar una opción
de lectura de Martín Fierro que nos parece muy clara, y a partir de la cual podemos delinear con
mayor contraste la nuestra.
31. “… esa desesperada noche en la que un sargento de la policía rural gritó que no iba a consentir el
delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra sus soldados, junto al desertor Martín
Fierro”. Id. nota 27, p. 36.
32. Borges, Jorge Luis, “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, en El Aleph. Incluido en Obras completas.
Volumen I (1923-1949). Emecé editores, Barcelona, 1989, p. 561.
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caída y salvación en el martín fierro
a prenderlo, sirve en el ejército como forma de purgar una condena, lucha contra
los indios. Pero el momento que revela la verdad espiritual de su existencia, y que
también habría de revelar la verdad del propio Fierro, es la decisión de pasarse
de bando y de pelear en defensa de un criminal y desertor, enfrentando a los
soldados que venía comandando:
Básteme recordar que el desertor malhirió o mató a varios de los hombres de Cruz. Éste, mientras
combatía en la oscuridad (mientras su cuerpo combatía en la oscuridad) empezó a comprender. Com-
prendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro.
Comprendió que el uniforme y las jinetas ya lo estorbaban. Comprendió su íntimo destino de lobo,
no de perro gregario; comprendió que el otro era él.33
259
martín böhmer y josé luis galimidi
dan los encuentros y las discusiones públicas. Y el mal resultado del contrapunto
entre Fierro y el Moreno dejó en evidencia que su autoridad era muy endeble, ya
que, en la imaginación de Borges, ninguno de los dos tenía verdaderas intencio-
nes de dejar atrás los rencores o, al menos, de tramitarlos de un modo discursivo
y simbólico. El Recabarren de “El fin”, creemos, es la ilustración borgeana de
una autoridad que tiene paralizada la capacidad de preservar el derecho, y que
tampoco puede preservar el valor de la palabra. Igual que el Estado del que suele
mofarse la vulgata liberal, es apenas un “gran cuerpo inútil”.37
No creemos, sin embargo, que Borges opine que el nulo predicamento del
patrón de la pulpería –y de todo lo que éste simboliza– deje expuestos a los pa-
rroquianos a la violencia descontrolada de sus pasiones. Fierro y el Moreno
atraviesan, más bien, un conflicto de eticidades contrapuestas. De un lado, son
capaces de discurrir payando en público acerca de temas abstractos y, según dice
el mismo Borges, metafísicos. En la tenida, inclusive, se está reconociendo, de
manera indirecta, la autoridad de la Iglesia, ya que el Moreno dice, orgulloso, que
todo lo que sabe lo ha aprendido “de un flaire”. Ambos contrincantes se tratan
con respeto, no sólo durante la payada, sino también en el encuentro previo al
duelo. Aunque Fierro tutea al negro, que lo trata de “Señor”, es evidente que, al
aceptarlo como adversario, lo considera su igual. Se excusa, incluso, por la tar-
danza en acudir a la cita. El Moreno, por su parte, al aceptar las disculpas parece
convalidar su intención de cumplir con todas las formalidades del encuentro con
sus hijos, lo cual incluye, con eminencia, tratar de no aparecer como alguien que
no consigue dejar de andar a las cuchilladas. Y aquí el texto del cuento genera una
duda, que parece sugerir cierta probidad moral de los personajes. Fierro evitó
pelear en público con el Moreno, y éste convalidó tácitamente su actitud. Luego
dio consejos de convivencia ciudadana a sus hijos, y también en eso el Moreno le
dio su aprobación, diciendo que de esa forma “no se parecerán a nosotros”. La
pregunta, entonces, es: ¿creen los protagonistas sinceramente que los meros con-
sejos, desmentidos además por la acción deliberada, pueden salvar por sí solos a
las próximas generaciones de la cadena de muertes y venganzas? ¿Por qué el
Fierro de Borges predica consejos de prudencia y reconciliación que ya sabe que
no está dispuesto a cumplir? Descartando la atribución de pura hipocresía, en-
tendemos que Borges está imaginando una lucha interior en los protagonistas, en
la cual la ética ilustrada –representada por el canto en contrapunto como manera
de tramitar las diferencias– terminó cediendo ante la lealtad a los códigos de
honor, infinitamente más poderosa, por arcaica. Por eso, precisamente, es que
Fierro se energiza cuando “oye” el odio de su adversario. Es el retorno a la mo-
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caída y salvación en el martín fierro
Cumplida su tarea de justiciero, ahora [el Moreno] era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino
sobre la tierra y había matado a un hombre.38
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martín böhmer y josé luis galimidi
lo que tiene para ofrecer, a sí mismo y a su gente, alguien que proclama su condi-
ción de cantor comprometido como si se sintiera investido con una misión quasi
profética? Hay una desproporción evidente entre la fe en sí mismo y en su audi-
torio con la que Fierro dice que canta, de un lado, y la actitud desolada y, diga-
mos, nihilista, con la que culmina la primera parte de su alegato rebelde.
El Martín Fierro, entendemos, es un solo libro porque la denuncia de la pri-
mera parte dejó implícita la posibilidad –ética, además de solamente literaria– de
una segunda pars, ahora construens. La reorganización de la línea de tiempo en la
biografía del protagonista, queremos sugerir, nos puede facilitar el acceso a la
comprensión del significado de las diferentes figuras por las que ha de transcurrir
su periplo espiritual de caída y, tal como no lo ve Borges, de renacimiento. Si hay
algo que hace de Fierro un héroe fundador es, creemos, su renovada fe en el re-
ordenamiento del mundo y en la integridad que le puede ofrecer la restitución de
la función paterna, a la que él y su amigo Cruz habían deshonrado.
3. Canto y fundamento
El mundo social que habitaban Fierro y los gauchos no era el paraíso que re-
cuerda el Cantor, aunque aquél diga que en la estancia “era una delicia el ver /
cómo pasaban los días” (GMF, II, 137). El poema denuncia, desde luego, la ini-
quidad corrupta de todas las figuras oficiales de autoridad: del Juez, que obligaba
a votar según sus propios intereses; del Comandante del fortín, que obligaba a
trabajar a los forzados reclutas en sus propias estancias y coordinaba una cadena
de robos sistemáticos al aprovisionamiento; del lejano Gobierno central, que
toleraba y propiciaba estos abusos. Pero también deplora, de manera menos
frontal aunque igualmente airada, la cruel indiferencia con la que los amigos, los
vecinos y el patrón abandonaron a su suerte a los hijitos y a la mujer de nuestro
protagonista cuando a éste le tocó padecer males “que conocen todos”, y que,
seguramente, ya habían padecido muchos de sus conocidos. Este estado general
de desunión entre los gauchos se corrobora con creces con los relatos de las des-
dichas y malos tratos sufridos por Cruz, en la Primera Parte, y por Picardía y los
hijos de Fierro, en la Segunda.40
40. Martínez Estrada es muy claro respecto del “estado de descomposición del sentido de justicia”
denunciado por el poema. Y esto tanto en lo referente a los miembros del grupo dominante cuanto a
los propios dominados. Dado que unos y otros exhiben por igual un acostumbramiento rutinario a
la crueldad y a la ignorancia, Estrada rechaza la tesis de Lugones, que pone al protagonista Fierro en
el lugar de paladín liberador, que personifica la “vida heroica de la raza” (Martínez Estrada, op. cit.,
p. 374). Seguimos en esto la lectura de Estrada, pero sólo en parte, porque, a diferencia de su pers-
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caída y salvación en el martín fierro
pectiva, nosotros no creemos que el texto hernandiano clausure la posibilidad de remediar tamaña
generalización de males orgánicos.
41. Este propósito de pasarse activamente al grupo existencialmente enemigo ya había sido anunciado
por Fierro en GMF, XIII, 2265-6: “A más de eso en los malones / Podemos aviarnos de algo”.
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martín böhmer y josé luis galimidi
exiliados para sobrevivir entre los pampas es la comisión de una infamia capital,
porque revelaron información militar vital para el éxito de las incursiones enemi-
gas de saqueo y asesinato:
Puede decirse que, a partir de este comienzo innoble, la calidad moral de la exis-
tencia de los dos amigos durante los cinco años que pasaron entre los indios es
ambivalente. De un lado, han cultivado un sentimiento recíproco muy profundo
de amistad, intensificado por la adversidad que los circundaba y por los casi dos
años de separación a que fueron sometidos por los jefes pampas. Y hay que agre-
gar, como elemento elogiable, que incluso se dedicaron a cuidar al indio que
había intercedido por ellos y que permitió que volvieran a juntarse, durante el
tiempo que duró la enfermedad que finalmente lo llevó a la muerte. Pero, del
otro lado, no podemos menos que reparar en el hecho de que la infamia inicial se
consolidó bajo la forma de una indiferencia embrutecida, pues Fierro y Cruz se
declararon de facto incompetentes ante los recurrentes episodios de bárbara
crueldad que ambos paladines se vieron obligados a presenciar (v. g. el maltrato
a las cautivas y a las propias compañeras de los varones pampas, la muerte del
gringuito al que la hechicera mandó que augaran en un charco, etc.). La Cautiva
a la que Fierro salva poco tiempo después de la muerte de Cruz es la primera con
cuya suerte se involucra activamente, pero no es la primera mujer a la que vio
sufrir tortura moral y física. Algo excepcional tuvo que haber sucedido para que
Fierro, en su vivencia de la iusnaturalista condición extrapolítica, pasara de ser
más hobbesiano que Hobbes, a volverse más lockeano que Locke. Una hipótesis,
que nos apresuramos a rechazar, que podría dar cuenta de esta súbita actitud de
caballero andante, diría que Fierro sostenía su endeble equilibrio anímico me-
diante su alianza con Cruz, y que, una vez fallecido éste, dispuso de un caudal de
energía amorosa que sólo pudo orientar hacia alguien de su misma etnia, de ahí
el (repetimos, novedoso) gesto altruista y desesperado en favor de la Cautiva. En
el mismo sentido, el regreso a tierras cristianas después de matar al Indio no se
debería a un supuesto hastío moral ante tanta desolación y salvajismo, sino que,
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caída y salvación en el martín fierro
simplemente, sería una nueva huida, en la que, como otras veces, se ha optado
por el menor entre dos males (“Infierno por infierno / Prefiero el de la frontera”,
le dice Fierro a su compañera al despedirse después de atravesar el desierto).
Preferimos ensayar otro tipo de lectura, que rescate el carácter genuinamente
desinteresado del enfrentamiento con el Indio y considere a Fierro en la condi-
ción de héroe, con la que ha sido asiduamente celebrado.
Con vistas a nuestro análisis, conviene aquí que mencionemos los elementos
principales de dos nociones que son afines: lo liminar y lo hierofántico. Lo limi-
nar, según Victor Turner,42 es una cierta manera de manifestarse lo extraordinario.
Cualifica un período y una zona del espacio en los que se suspenden, o directa-
mente, se invalidan las jerarquías vigentes. Se da ahí una situación de soledad y
desnudez totales, emblemáticas de un tiempo único de muerte y renacimiento.
“Empobrecimiento estructural y enriquecimiento simbólico”, en palabras de
Turner. Ocurre, entonces, un retorno a los primeros principios, porque se sus-
pende –o, ya dijimos, se aniquila– la posición particular, social o jerárquica, del
protagonista; cesa, correlativamente, la determinación de contenidos que venían
ejerciendo las perspectivas estrechas que son propias de un sector o de una bio-
grafía, y se gana, en cambio, la posibilidad de una visión totalizadora. La eficacia
ontológica de lo liminar, según Turner, consiste en propiciar la identificación
entre los protagonistas de la situación mítica y los que, posteriormente, habrán
de escucharla. Pero esta identificación no significa anulación sino más bien re-
configuración de las jerarquías, una manera más auténtica de vitalizar lo coti-
diano por referencia a lo excepcional. Por tal razón, si bien la participación
comprometida habilita a los fieles con nuevas capacidades anímicas, también
advierte severamente acerca del peligro de ignorar el carácter metafórico y no
literal de los contenidos evocados por el ritual. Lo liminar sucede en un marco
de libertad supralegal, en el que, por un momento, se han hecho presentes los
poderes misteriosos del universo. Para que tal aparición no resulte un paradójico
catalizador de disolución de los vínculos de la convivencia, es imprescindible que
el orden que surge de ella preserve las imágenes que ofrece de los efectos vulga-
rizantes de miradas y manipulaciones profanas. El correlato eficaz de la soledad
despojada del protagonista de lo liminar es la ritualización de la reverencia de la
población para con su memoria.
En términos de Mircea Eliade, lo anterior puede decirse en referencia a la hie-
rofanía.43 Se trata, en este caso, de la presentificación de lo sagrado, con el doble
42. Turner, Victor, “Myth and Symbol”, en International Encyclopedia of the Social Sciences. New
York & London, Vol. 9, pp. 577-9.
43. Cf. Eliade, Mircea, Lo sagrado y lo profano. Barcelona, Paidós, 1998, p. 22.
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ción, con Dios y con su hijo, y además, básicamente, que cree en Fierro mismo,
en su capacidad para volver a su tierra y para estar a la altura de la misión que le
encomendó. Este acto postrero de contrición, amor paternal y amistad es lo que
rescata a Fierro de su embotamiento resentido, y resignifica su sentido de la dig-
nidad. Los símbolos que, a nuestro entender, preanuncian el milagro del renaci-
miento que sigue a la muerte redentora de Cruz son la mención del rayo, como
principio vertical que conecta al cielo con la tierra en sentido descendente; la
invocación al Hijo, en sentido ascendente, el desvanecimiento y la oscuridad que
precede a la nueva luz:45
De rodillas a su lado
Yo lo encomendé a Jesús
Faltó a mis ojos la luz
Tuve un terrible desmayo;
Caí como herido del rayo
Cuando lo ví muerto a Cruz.
(VMF, VI, 925-30)
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Fierro, repetimos, aunque todavía no lo sepa con claridad, está ahora en con-
diciones de superar la prueba de pasaje del héroe.47 La oportunidad se la dará una
escena cargada con elementos sobrecogedores: la Cautiva que está sola en el
desierto, castigada por el Indio y sosteniendo los restos de su hijito asesinado
entre los brazos. Por efecto de la misión recibida, Fierro, que parecía entregado
sin reservas a su aflicción, puede escuchar seriamente, por primera vez, el la-
mento, tantas veces antes desoído, de una mujer indefensa, y puede decidirse a
arriesgar su vida por la de otra persona de la que sólo conoce su condición de
cristiana.48 La muerte de Cruz en brazos de Fierro, queremos conjeturar, es el
acontecimiento que limpia sus pecados, porque le encomienda la tarea de volver
a ese otro desierto encubierto que es la tierra de los cristianos, para comenzar a
regenerar allí un entramado de amor familiar y de amistad cívica que, con toda
evidencia, estaba deshilachado. La voluntad agónica de Cruz de reconciliarse
con Dios y con su hijo,49 la milagrosa intervención de la Cautiva en el combate
con el Indio50 y, básicamente, la escena de piedad, que el héroe, después de su
triunfo, compone con la mujer hincada ante los restos el niño (ibid., 1355-64),
son, para nosotros, el centro emisor de sentido de todo el poema,51 el verdadero
47. También Losada Guido, entre tantos, enfatiza el carácter heroico de Fierro. Pero lo hace resca-
tando una decisión que para nosotros, precisamente, inicia una etapa de decadencia, y no de ascenso
espiritual, porque pone la mira en el momento en el que el protagonista le advierte a Cruz que abrirá
su camino hacia tierra de indios a golpes de cuchillo. Esos versos, para el ensayista, expresan el espí-
ritu heroico del hombre que, frente a un destino sin horizonte, se ha reconquistado a sí mismo,
asumiendo la condición sapiencial del justo sufriente (cf. Losada Guido, Alejandro, Martín Fierro,
Héroe-Mito-Gaucho. Buenos Aires, Plus Ultra, 1967, p. 88).
48. Las peleas anteriores de Fierro, recordemos, habían sido o bien interesadas por la propia defensa,
o bien motivadas por emociones oscuras, como el rencor o la vanidad.
49. Lo apretaba contra el pecho
Dominao por el dolor
Era su pena mayor
El morir allá entre infieles–
Sufriendo dolores crueles
Entregó su alma al Creador.
50. ¡Bendito Dios poderoso,
Quién te puede comprender!
Cuando a una débil mujer
Le diste en esa ocasión
La juerza que en un varón
Tal vez no pudiera haber–
(VMF, IX, 1249-54)
51. Como símbolo de este punto fijo absoluto que reclama Eliade para constituir lo hierofántico, está
la cruz que Fierro puso en la tumba de su amigo. El piadoso cuidado observado en esta sepultura
contrasta con el descuido, lindante con el sacrilegio, que Fierro había mostrado ante los cuerpos de
otros muertos: el del Indio con el que había combatido cuando estaba en el fortín, al que dejó “como
mojón”, el del Moreno, al que abandonó “como un saco de huesos”, o los cuerpos de los milicos de
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caída y salvación en el martín fierro
fundamento carismático por virtud del cual Fierro afirma, con convicción hu-
milde que
No se ha de llover el rancho
En donde este libro esté.
(VMF, XXXIII, 4857-8)52
Fierro vuelve de las tolderías porque, interpretamos, ha sido ungido para cantar
su peripecia. Al cantarse a sí mismo, con todas sus sombras y sus luces, sirve a un
propósito que se despliega en dos dimensiones, y que es muy superior a la mera
descarga afectiva o al autoencomio presuntuoso.53 En lo privado, se trata de en-
contrar a sus hijos y al de Cruz, y de restaurar así la función paterna que había
descuidado. Y en lo comunitario, de expandir el beneficio de su nuevo estado
espiritual a todos sus paisanos. Su primitiva autenticidad, que a menudo se expre-
saba como rebeldía violenta y desatinada, ha dado un salto cualitativo para deve-
nir humilde y digna madurez. Nos sentimos inclinados, inclusive, a creer que,
mientras disfrutaba la aparente armonía de su vida en la estancia, ya había algo en
Fierro que quería ser sobrecargado con pesares injustos, como si estuviera empe-
cinado en demostrar en su propia persona la perversidad del orden social que
estaba habitando. Ofreciéndose como chivo para ninguna expiación. Si no es así,
no se entiende cómo su probada astucia no lo previno de privarse de recursos
elementales de autopreservación que tenía a su disposición (definición hobbe-
siana de ley natural). Es decir, vemos que una parte del alma de Fierro, atraída
la partida, a los que rezó un bendito y dejó “amontonados”. Para abundar sobre el particular, se
puede comparar el amor piadoso de Fierro hacia los restos y la memoria de su amigo con el horror
de la sepultura descuidada que mereció Vizcacha, fallido padre sustituto de uno de los hijos de Fierro,
a quien, incluso, le dejaron “una mano dejuera”.
52. Cf. Mateo 7: 24- 25.
53. Martínez Estrada entiende que el que vuelve no es Fierro sino su espectro; y que no actúa, sino
que deambula. Vencido, renuncia a todo desafío, convertido en “un ser pasivo” (op. cit., p. 81). Desde
nuestra perspectiva, en cambio, creemos que Fierro regresa animando una condición de peregrino
legítimo, diametralmente opuesta a la que él mismo había mencionado con un sarcasmo agrio al de-
cirle a su amigo: “En fin amigo, yo salgo / De estas pelegrinaciones” (GMF, III, 2267-8).
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martín böhmer y josé luis galimidi
54. Aquí el verbo “pisar” tiene todas las connotaciones del ejercicio literal y simbólico de las atribu-
ciones de masculinidad.
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caída y salvación en el martín fierro
Pero entendemos, del otro lado, que su canto también es tributario de aquellos
actos iniciadores que toman y espiritualizan el territorio, como la fijación de
aquella cruz que sacraliza el lugar de sepultura de su amigo.55 El canto es una
acción ritual atávica, que revitaliza el sentido de sí de la comunidad. Por eso debe
referirse a cosas de fundamento, y no debe tomarse apenas como diversión auto-
complaciente.56 En su origen, es un don divino, que debe ser voluntariamente
puesto en acto:
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martín böhmer y josé luis galimidi
mente a seguir cantando. Tal vez porque teme que si se enterasen de cómo salvó
la vida, sus paisanos y, básicamente, sus hijos ya no querrán saber más nada de él.
Tal vez porque, recién ahora, a su regreso del desierto, toma plena conciencia de
la gravedad de su falta –gravedad que es proporcional a la riqueza que supone
tener una comunidad de iguales ante los cuales es lícito cantar “cosas de funda-
mento”–, y entonces, en su fuero interno, todavía no se siente alcanzado por la
amnistía legal ni por la amnesia social que cubrió a sus otros delitos.58 En todo
caso, Fierro, otra vez, se reconoce incapaz de continuar solo, y por eso rompe la
guitarra. Pero la Providencia vuelve a acudir en su ayuda, haciendo que encuentre
a sus hijos un domingo de carreras. Llorar con ellos en privado (VMF, XI, 1675-6)
puede significar, sin forzar el texto, contarles –de hombre a hombre, en la intimi-
dad– la integridad de su peripecia, con sus méritos y sus miserias. Una vez puesta
en claro su condición de traidor arrepentido, Fierro, rehabilitado como padre por
el perdón y la comprensión de sus hijos, puede seguir adelante con su relato en
público, para encontrar al hijo de Cruz y completar así el ciclo simbólico de
muerte, redención, renovación espiritual y consolidación de la memoria mítica.
Vizcacha, como contrafigura arquetípica –no demasiado improbable en vista de lo
relatado por los hijos de Fierro y por el de Cruz–, no puede volver a ser una op-
ción para la función de autoridad paternal, moral y pedagógica.
Ahora bien, en este punto podría objetarse: ¿qué es, precisamente, eso que el
relato del canto de Fierro viene a fundar, dado que en el año 1872 (primera edi-
ción de El gaucho Martín Fierro), y más todavía, en 1879 (primera edición de La
vuelta), el país ya está internamente unificado y pacificado –al menos en lo que
hace a su población criolla y mestiza–, y que están empezando a funcionar las
instituciones jurídicas y políticas prescriptas por el texto constitucional? A
riesgo de redundar, digamos que la obra muestra un horizonte que, con Gu-
glielmo Ferrero,59 podríamos caracterizar como prelegítimo. En la Argentina de
los años setenta ha finalizado lo más virulento de las luchas civiles, pero por
debajo de la apariencia de paz y unidad, se verifican fuertes oposiciones y ener-
gías disolutivas: ejercicio delictivo, en diversos estamentos, de la autoridad legal
constitucional; población rural enajenada respecto de los centros de poder urba-
nos; cultura letrada que desprecia el lenguaje afectivo popular; islotes de barbarie
indígena y pagana en el interior de un territorio estatalizado y cristianizado, etc.
En su estudio sobre los símbolos y los mitos políticos, García Pelayo entiende,60
precisamente, que el movimiento de integración de las asociaciones políticas
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caída y salvación en el martín fierro
61. Cf. García Pelayo, op. cit., p. 200. Véase, también, Schöpflin, G., “The functions of myth and a
taxonomy of myths”, en Hosking, G., y Schöpflin, G. (eds.), Myths and Nationhood. New York,
Routledge, 1997, p. 21.
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caída y salvación en el martín fierro
64. Volvemos a acercarnos en este aspecto, si bien desde nuestra perspectiva específica, a la lectura de
Molina (cf. Molina, Hebe, op. cit., pp. 178 y 179).
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Pueblo sin representación Rodrigo Páez Canosa
Das erste Kind der göttlichen Schönheit ist die Kunst. So war es bei
den Athenern. Der Schönheit zweite Tochter ist Religion. Religion
ist Liebe der Schönheit. Der Weise liebt sie selbst, die Unendliche,
die Allumfassende; das Volk liebt ihre Kinder, die Götter, die in
mannigfaltigen Gestalten ihm erscheinen. Auch so war‘s bei den
Athenern. Und ohne solche Liebe der Schönheit, ohne solche Re-
ligion ist jeder Staat ein dürr Gerippe ohne Leben und Geist, und
alles Denken und Thun ein Baum ohne Gipfel, eine Säule, wovon
die Krone herabgeschlagen ist.
Friedrich Hölderlin, Hyperion oder Der Eremit in Griechenland
Introducción
segunda mitad del siglo XX, un pensador lúcido como Carl Schmitt reconocía el
fin de la era de la estatalidad2 como resultado de aquel proceso, y en un breve
diálogo de 1953 ofrecía de él una formulación breve pero precisa: «La sentencia
Dios ha muerto y la otra sentencia El poder es malo en sí mismo proceden de la
misma época y de la misma situación. En el fondo ambas afirman lo mismo».3
Desde esta perspectiva el horizonte trazado por estas dos célebres sentencias
hace que toda mediación institucional quede en una situación compleja. La
puesta en cuestión de la legitimidad implicada en la primera y la impugnación del
ejercicio de la dominación en cualquiera de sus formas inherente a la segunda
dejan poco espacio para el reconocimiento del Estado, paradigma de la articula-
ción de legitimidad y dominación, como forma política de una comunidad. A este
proceso corresponde asimismo la creciente autonomización del pueblo respecto del
Estado. El punto inicial del problema lo había planteado Hobbes al referir la
existencia del pueblo a su articulación estatal: populus, hoc est, civitate.4 Sin me-
diación estatal no hay pueblo sino multitud. La gran polisemia del concepto y su
carácter extremadamente polémico se ordena en la Modernidad a partir de esta
propuesta del pensador político de Malmesbury. Efectivamente, el pueblo ha
sido pensado por fuera del Estado o incluso contra el Estado innumerables veces
y con diversos propósitos, pero era justamente su vínculo con el Estado y la
soberanía establecidos por Hobbes lo que constituía el trasfondo contra el cual
se afirmaban aquellos modos de comprenderlo. La Revolución francesa y su si-
multánea y posterior codificación fueron a su vez la bisagra que explica la refe-
rencia ineludible al pueblo en las constituciones modernas, que se desarrolla en
2. Schmitt, Carl, Der Begriff des Politischen. Text von 1932 mit einem Vorwort und drei Corollarien,
Berlin, Duncker & Humblot, 1979 (reimpresión de la edición de 1963), p. 10.
3. Schmitt, Carl, Dialogo sobre el poder y el acceso al poderoso, traducción al español de Silvia Ville-
gas. Buenos Aires, FCE, 2010, p. 44. Schmitt remite las sentencias a Friedrich Nietzsche y Jakob
Burckhardt respectivamente. Ambas datan de finales del siglo XIX: la muerte de Dios es formulada
por Nietzsche en 1882 en La ciencia jovial, §§ 108 y 125 (véase Nietzsche, Friedrich, Die fröhliche
Wissenschaft, Sämtliche Werke. Kritische Studienausgabe [KSA], herausgegeben von Giorgio Colli
und Mazzino Montinari, Berlín/NY, de Gruyter, 1999, B. 3, pp. 467, 480-482). Burckhardt por su
parte repite varias veces que el poder es malo en sus Reflexiones sobre la historia universal, texto que
reproduce un curso dictado tres veces entre 1868 y 1872 en Basilea, al que Nietzsche asistió. Cf.
Burckhardt, Jacob, Weltgeschichtliche Betrachtungen. Mit einer Nachwort von Alfred von Martin,
Krefeld, Im Scherpe, 1948, pp. 42, 148. En verdad, Burckhardt aclara allí que la sentencia proviene de
«[Friedrich Christoph] Schlosser», historiador alemán (1776-1861).
4. Hobbes, Thomas, De Cive, XII, 8, p. 250. Se sigue la siguiente edición: Hobbes, Thomas, Elemen-
tos Filosóficos. Del Ciudadano, traducción y prólogo de Andrés Rosler, Buenos Aires, Hydra, 2010
(1642). Véase también Leviathan, cap. 16, p. 220: «Porque es la unidad del representante y no la
unidad de lo representado lo que hace a la persona una». Se sigue la siguiente edición: Hobbes,
Thomas, Leviathan, edited with an introduction by C. B. MacPherson, Middlesex, Pinguin Books,
1968 (1651).
278
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
5. En su ¿Qué es el tercer estado? Sieyès establece la distinción entre poder constituido y poder
constituyente. Esta distinción se encuentra en el núcleo de la comprensión revolucionaria y postre-
volucionaria de la Constitución que la liga a la existencia misma de la nación. Véase Sieyès, Emma-
nuel, Qu’est-ce que le Tiers état? Paris, Editions du Boucher, 2002 (reproduce la tercera edición de
1789), pp. 50-63.
6. Para las vicisitudes del concepto de pueblo tras la Revolución francesa, ver desde una perspectiva
alemana la entrada «Volk, Nation, Nationalismus, Masse», en Otto Brunner, Werner Conze, Rein-
hart Koselleck (Hrgs.), Geschichtliche Grundbegriffe. Historisches Lexikon zur politisch-sozialen
Sprache in Deutzschland. Stuttgart, Klett-Cotta, 2004, Band 7, pp. 321-431. Para una perspectiva
francesa ver Rosanvallon, Pierre, Le peuple introuvable. Histoire de la représentation démocratique
en France. Paris, Gallimard, 1998.
7. Carl Schmitt identifica claramente este problema cuando en su Teoría de la Constitución señala el
fin de la legitimidad monárquica y a la Revolución francesa como «el comienzo de un nuevo princi-
pio político», incluso frente a la Independencia de los Estados Unidos. Este nuevo principio es la
legitimidad democrática como única fuente de legitimidad disponible. Véase Schmitt, Carl, Verfas-
sungslehre. Berlin, Duncker & Humblot, 2010 (1928), pp. 49-50.
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rodrigo páez canosa
8. Acerca de los distintos posicionamientos de los juristas en el período de Weimar, véase Groh,
Kathrin, Demokratische Staatsrechtslehrer in der Weimarer Republik: von der konstitutionellen Staats-
lehre zur Theorie des modernen demokratischen Verfassungsstaats. Tübingen, Mohr Siebeck, 2010. Y
también Hebeisen, Michael W., Souveränität in Frage gestellt: die Souveränitätslehren von Hans Kel-
sen, Carl Schmitt und Hermann Heller im Vergleich. Baden-Baden, Nomos Verlagsgesselschaft, 1995.
9. «Ellos [los Estados] pueden ser vencidos, pero la nación perdura», en Herder, Johann Gottfried,
Ideen zur Philosophie der Geschichte der Menschheit. Berlin, Deutsche Bibliothek in Berlin, 1914, p
165. Para la contraposición entre pueblo o nación (aparecen aquí como sinónimos) y Estado véase
ibid., pp. 103-120.
10. Un ejemplo paradigmático se encuentra en Stapel, Wilhelm, Volk, Untersuchungen über Volkheit
und Volkstum, 4. Auflage der «Volksbürgerlichen Erziehung» (1932), Hamburg, Hanseatische Ver-
lagsanstalt, 1942.
11. Sin que la figura de Hitler fuese aún una alternativa para estos pensadores, Schmitt realizó durante
toda la década del 20 una fuerte apuesta teórico-política para fundamentar la necesidad de interven-
ción del presidente del Reich como representante del pueblo alemán como un todo. No sólo en
Schmitt, Carl, Die Diktatur. Von den Anfängen des modernen Souveränitätsgedankens bis zum
proletarischen Klassenkampf. Berlin, Duncker & Humblot, 2006 (1921), sino fundamentalmente en
Schmitt, Carl, Die Hüter der Verfassung. Berlin, Duncker & Humblot, 1996 (1931).
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rodrigo páez canosa
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pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
12. Para una interpretación liberal del ser ahí en Ser y tiempo, véase Salem-Wiseman, Jonathan,
«Heidegger’s Dasein and the Liberal Conception of the Self», Political Theory, Vol. 31, N° 4, Aug.,
2003, pp. 533-557.
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rodrigo páez canosa
respecto del texto del 27 que si bien es preciso clarificar, no alcanzan a modificar
la perspectiva esteticista del planteo de Heidegger. En el tercer apartado se
atiende a los textos en los que el filósofo desarrolla el concepto de Estado y lo
político. Aunque ausentes en Ser y tiempo, estos conceptos son dilucidados a
partir de su filosofía de la existencia. Al igual que en el caso del pueblo, la pers-
pectiva singular con la que Heidegger se acerca a los conceptos políticos clásicos
les imprime una torsión que le permite integrarlos a su planteo filosófico y defi-
nir un posicionamiento frente a su presente, pero que se aleja tanto de una com-
prensión específicamente política de su época como de una posible articulación
práctica que, sin embargo, parece anhelar. Esta posición frente a su presente,
coherente con su planteo filosófico, es la que define su esteticismo, que será de-
sarrollado en el último apartado. Allí se intentará conceptualizar dicho posicio-
namiento y sus implicancias relativas a la comprensión de lo político.
1. Impropiedad, propiedad
La lectura de Ser y tiempo que se propone en este apartado sostiene que el modo
de ser propio, que según Heidegger es la única modalidad de existencia posible
de un pueblo, no se despliega ni puede hacerlo mediante acciones o determina-
ciones concretas. No puede ser caracterizado por un conjunto de notas o carac-
terísticas positivas que sirvan como criterio de su realización, ni es una «condi-
ción» que se alcanza mediante un tránsito o conversión alguna.13 Se constituye
más bien como una operación sobre la existencia ordinaria tomada tal como ella
se da efectivamente y no tal como podría ser postulada mediante teorías que la
buscasen en su «pureza», siempre idéntica a sí misma. En Ser y tiempo Heidegger
llama impropia a esta existencia efectiva del hombre; es decir, al modo en que éste
existe concreta y normalmente en su vida cotidiana. El modo de ser propio se
refiere así a la apertura a un nuevo sentido de esa existencia normal; esta opera-
ción no implica sin embargo una transformación visible de aquélla. La existencia
del hombre, propia o impropiamente, se da siempre en un mismo mundo, en el
cual se encuentra situada. Las normas, instituciones y sentidos en medio de los
que se constituye no se ven necesariamente alterados porque un hombre o un
pueblo exista propiamente. El modo de ser propio es una operación sobre el
13. En una de las interpretaciones clásicas de Ser y tiempo, de Waelhens concibe la existencia propia
como impulsada por una conversión, pero aclara que tal concepto no es propio de Heidegger. De
Waelhens, Alphonse, La filosofía de Martin Heidegger. Puebla, Universidad Autónoma de Puebla,
1986 (primera edición belga de 1942), p. 135.
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pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
modo de salir al mundo –i.e. de existir– y no una acción sobre el mundo –i.e. una
praxis– que pudiera ser tanto emancipatoria, resistente, transformadora, como
conservadora o represiva. En una formulación paradójica podría decirse que no
se trata de una modificación en las prácticas mismas sino en el sentido de las
prácticas. La paradoja reside empero en que las prácticas son inseparables de su
sentido. No se trata de acciones o conductas positivas y objetivas sobre las cuales
es posible indagar luego teóricamente su sentido, causas y efectos. En su com-
prensión del ser en el mundo Heidegger subsume la comprensión teórica en la
producción de sentidos frente al involucramiento directo con ellos bajo la forma
del estar a la mano [Zuhandenheit] (SZ, §§ 15-16).14 El mundo no contiene cosas
que luego pueden tener tal o cual sentido; lo comprende más bien como un plexo
de sentidos que constituye una estructura fundamental de la existencia del hom-
bre. Al actuar, pensar, comunicarse el hombre lidia con sentidos; de allí que una
modificación en el sentido de las practicas es una modificación de las prácticas
mismas. Pero es justamente en la formulación paradójica así planteada que se
expresa la dificultad para pensar la cuestión de la propiedad y su dimensión prác-
tica. ¿Cómo dar cuenta de una modificación de la existencia en su aspecto más
originario? Si la existencia propia no se refiere tanto a qué se hace sino a cómo se
lo hace, a la relación no con tal o cual acción sino con la praxis misma, ¿cuál es
el criterio para reconocerla? ¿Quién puede hacerlo? ¿O la distinción propio-
impropio sólo es comprensible como fruto de una investigación ontológica, pero
indistinguible e irrelevante prácticamente?
En principio, la propiedad aparece como un modo de ser posible que no puede
darse inmediatamente, sino que opera sobre la existencia impropia. Esta última
no constituye sin embargo la estructura ontológica original del hombre, su punto
de partida, sino que implica también otro aspecto fundamental de dicha estruc-
tura con relación al cual se afirma. Que el hombre pueda existir tanto propia
como impropiamente supone la posibilidad misma como un rasgo originario
suyo en cierto modo anterior a una modalización existencial. «En cierto modo»,
porque la perspectiva fenomenológica impide una comprensión de dicha posibi-
lidad separada de la manera en la que se manifiesta.15 El hombre existe ya siempre
14. La paginación y otras referencias a Ser y tiempo (en adelante SZ) corresponden a Heidegger,
Martin, Sein und Zeit. Tübingen, Max Niemeyer Verlag, 1967 (1927). La traducción de ésta y todas
las obras en idioma extranjero citadas corresponden a RPC (salvo indicación). En el caso de Ser y
tiempo se han tenido en cuenta las traducciones españolas de Gaos y Rivera.
15. Véase el § 7 de Ser y tiempo, en el que Heidegger caracteriza a la investigación fenomenológica en
la que se inscribe como un método que «frente a todas las construcciones en el aire» «deja ver a
partir de sí mismo aquello que se muestra, tal como se muestra a partir de sí mismo» (SZ, 28, 34). De
allí la imposibilidad de comprender la existencia del hombre independientemente del modo en que
aparece fácticamente ya siempre en medio de un mundo.
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rodrigo páez canosa
La facticidad no es la efectividad de hecho del factum brutum de lo presente ahí, sino un carácter de
ser del ser ahí sumido en la existencia, aunque inmediatamente reprimido. El «que es» de la facticidad
no puede ser hallado nunca en una intuición (SZ, 135).
El ahí del ser ahí lleva consigo la modalización efectiva del ser del ser ahí. La
actualización que ya siempre ha decidido de algún modo sobre las posibilidades
no implica su negación. El «ser en cada caso mío» indica que la existencia del
hombre comprendida fenomenológicamente es fáctica, lo cual supone una deci-
sión sobre el modo del darse. La decisión supone a su vez la posibilidad como
aquello sobre lo cual opera. Esta última remite entonces a una estructura onto-
lógica a priori (SZ, 44):
El ser ahí se determina como ente en cada caso a partir de una posibilidad que él es y comprende de
algún modo en su ser. Éste es el sentido formal de la constitución existenciaria [Existenzverfassung]
del ser ahí (SZ, 43).
286
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
16. En el curso de 1928, Metaphysische Anfangsgründe der Logik im Ausgang von Leibniz (GA, 26,
Frankfurt/M, Vittorio Klostermann, 1978) Heidegger es particularmente claro respecto del carácter
pre-fáctico de la indagación de la estructura ontológica del ser ahí al que aquí llama «neutral». Sobre
él dice: «la interpretación de este ente se ha de llevar a cabo antes de toda concreción fáctica […]. Este
ser ahí neutral no es nunca el existente; el ser ahí existe cada vez sólo en su concreción fáctica. Pero
el ser ahí neutral es plenamente la fuente originaria de la posibilidad interna que mana en cada existir
y posibilita internamente la existencia» (172). Desde esta perspectiva, el aspecto a priori, incluso
trascendental, del pensamiento de Heidegger en Ser y tiempo se encuentra circunscripto a esta com-
prensión del ser posibilidad del ser ahí como instancia pre-fáctica o neutral. Si bien se encuentra fuera
de los alcances de esta nota y este trabajo, es posible señalar de manera general que en el marco de las
discusiones acerca de lo a priori y lo trascendental en Heidegger, otros puntos de vista que no se re-
fieren a la posibilidad misma como pre-fáctica en el sentido aludido identifican, aunque de diversos
modos, lo ontológico como tal con lo a priori. Y, a partir de esa identificación, señalan inconsistencias
o problemas en Heidegger al intentar articular lo trascendental y la facticidad. Se diluye así cierta
especificidad de su pensamiento que elude encasillamientos apresurados bajo rótulos como «idea-
lismo», «realismo» o «pragmatismo». Para esta discusión véase Crowell, Steven y Malpas, Jeff (eds.),
Trascendental Heidegger. Stanford, Stanford University Press, 2007. En particular, la introducción
de los editores y los artículos de Blattner, William, «Ontology, the A Priori, and the Primacy of
Practice» (pp. 10-27) y de Lafont, Cristina, «Heidegger and the Synthetic A Priori» (pp. 104-118).
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pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
La posibilidad como existenciario no significa el poder ser que flota libremente, en el sentido de la
«indiferencia del arbitrio» (libertas indifferentiae). En tanto se encuentra esencialmente de algún
modo, el ser ahí ya siempre se ve envuelto en determinadas posibilidades, en cuanto él es poder ser,
ha dejado pasar otras; se vuelve constantemente a las posibilidades de su ser, las ase y las pifia. Esto
quiere decir: el ser ahí es ser posible responsable de sí mismo, posibilidad arrojada de cabo a rabo. El
ser ahí es la posibilidad del ser libre para el más propio poder ser. El ser posible es transparente para
sí mismo en distintos modos y grados posibles (SZ, 144).
18. Curiosamente, tanto Gaos como Rivera traducen Bestimmheit por «determinación» (que traduce
mayormente la palabra alemana Bestimmung) y pierden así la especificidad que Heidegger introduce
con ese concepto, que no remite tanto a una determinación positiva como a la efectiva capacidad de
ser determinado.
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El comprender es el ser de un poder ser tal que no queda pendiente como algo aún no presente ahí,
sino que, como algo esencialmente nunca presente ahí, es con el ser del ser ahí en el sentido de la
existencia. El ser ahí es en el modo de haber comprendido o no en cada caso el ser de tal o cual ma-
nera. En cuanto un comprender tal, «sabe» lo que pasa consigo mismo, es decir, con su poder ser. Este
«saber» no ha surgido de una percepción inmanente, sino que pertenece al ser del ahí, que es esen-
cialmente un comprender. Y sólo porque el ser ahí que comprende es su ahí, puede perderse y mal-
entenderse. En tanto el comprender se encuentra [siempre de algún modo] y, en cuanto tal, existen-
cialmente entregado a su condición de arrojado, el ser ahí ya siempre se ha perdido y malentendido.
En su poder ser se hace responsable de la posibilidad de reencontrarse en sus posibilidades (SZ, 144).
Mientras que el encontrarse remite al ahí [Da] del ser ahí [Dasein], el compren-
der se refiere al ser [sein]. No se dan uno sin el otro, ambos son igualmente ori-
ginarios, pero revelan distintos aspectos de la existencia del hombre. Mientras
que el comprender remite al sí mismo caracterizado por la apertura y la posibi-
lidad en cuanto tales, el encontrarse lo hace al cierre (pérdida de sí) y la actuali-
zación que ya siempre determina la existencia del hombre. Esta duplicidad es
inherente a toda caracterización posible de aquélla, ya reconocible en el concepto
mismo de «ser ahí»: es ser (potencia, posibilidad, apertura) ahí (actualización,
facticidad, determinación); es un comprender que se encuentra ya siempre de una
determinada manera. Un ser que no puede otra cosa más que ya siempre haber
salido de sí hacia un ahí concreto.
Heidegger desarrolla esta cuestión más acabadamente mediante el fenómeno de
la caída, entendida como la operación constitutiva de la impropiedad, ineludible
para el ser ahí. El sí mismo no puede nunca permanecer en sí mismo, sino que,
por la propia estructura existencial de hombre, cae de sí mismo al mundo que le
es inherente (SZ, 176). Esta alienación [Entfremdung] no supone sin embargo el
sometimiento a una determinación exterior proveniente de otro hombre, cosa o
proceso. Es el ser ahí mismo el que no puede más que dejarse determinar por su
mundo: la caída, el abandono de sí, la alienación son determinaciones existencia-
les suyas que lo sitúan en un modo de ser específico, el impropio, que es el modo
de ser del sí mismo como «no en sí mismo». El fenómeno de la caída muestra,
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pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
19. Para la distinción formal-concreto como dos puntos de vista no antagónicos, cercana a la expuesta
aquí, véase González Roso, Mauricio, Fuera de casa o de la existencia impropia. Hacia otra lectura de
Ser y tiempo de Heidegger. Bogotá, Universidad de los Andes, 2005, pp. 160 y ss.
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20. En este punto se apoyan aquellos que afirman el rol metodológico de la propiedad: sólo una
existencia propia es capaz de escribir acerca de la ontología fundamental. Véase Gignon, Charles B.,
«Heidegger’s “Authenticity” Revisited», en Hubert Dreyfus y Mark Wrathall (eds.), Heidegger Re-
examined, Volumen 1. New York and London, Routledge, 2002, pp. 191-209; Philipse, Herman,
Heidegger’s Philisophy of Being. A Critical Interpretation. Princeton, Princeton University Press,
1998, pp. 3-66; Carman, Taylor, Heidegger’s Analytic. Interpretation, Discourse, and Authenticity in
Being and Time. Cambridge, Cambridge University Press, pp. 264-313.
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existencia. Pero si bien esto no supone una sustracción del mundo, sino un modo
diverso de habitarlo que consiste en no dejarse dominar por él, tampoco se ex-
presa en trasformaciones o fenómenos ónticos determinados.
En tanto modo de ser singular del hombre, la propiedad es asimismo un singular
modo de darse del estar abierto que Heidegger llama estar resuelto [Entschlossen-
heit]. Tal como lo señala en el § 60 de Ser y tiempo: «Estar resuelto es un modo
señalado del estar abierto del ser ahí» (SZ, 297). Esta condición de estar abierto
que constituye la existencia del hombre lo entrega inmediatamente a un modo de
ser mediocre. El estar resuelto es un modo de ser que rompe con esa mediocridad,
pero no lo hace mediante un imposible abandono o renuncia al ser como apertura,
sino mediante una modificación en el modo de abrirse. No saca al hombre del
mundo en el que se encuentra subsumido, sino que supone el establecimiento de
una forma diversa de relacionarse con él: «El estar resuelto, como modo propio del
ser-sí-mismo, no corta el vínculo del ser ahí con su mundo, ni aísla el ser ahí con-
virtiéndolo en un “yo” que flota en el vacío» (SZ, 298).21 ¿Qué modifica pues el
estar resuelto? ¿En qué consiste su operación sobre el modo de ser impropio? En
la medida en que no se trata de cuáles son los sentidos que constituyen el mundo,
sino del modo de relacionarse con ellos, la modificación no se da respecto del
contenido. Lo que se modifica es más bien el carácter establecido y cerrado de
dichos sentidos y se los «descubre» como posibilidades fácticas y, en ese sentido,
abiertos. Es decir, se rompe con la sumisión del hombre a los sentidos establecidos
impersonalmente. Cuando está resuelto, el hombre hace frente a los sentidos que
constituyen su mundo sin «entregarse» a ellos. Se vuelve así responsable del modo
en que se vincula con aquello que está presente ahí y le hace frente:
Ahora bien, el estar abierto propio modifica entonces cooriginariamente el estar-al-descubierto del
«mundo» en ella fundado y el estar abierto de la coexistencia de los otros. Esto no significa que el
«mundo» a la mano se vuelva otro «en su contenido», que el círculo de los otros sea sustituido por
uno diferente, y sin embargo, el comprensor estar vuelto en ocupación hacia lo a la mano y el estar
con solícito con los otros quedan determinados ahora desde su más propio poder-ser-sí-mismo (SZ,
297-298, subrayado final de RPC).
21. Ver también SZ, 299: «El estar resuelto no se substrae a la realidad…».
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relación con las cosas y con los otros no es una determinación que produzca
correlativamente efectos concretos: al estar resuelto como determinación ontoló-
gica corresponde una indeterminación óntica.
Pero ¿a qué se resuelve el ser ahí al estar resuelto? ¿A qué podrá resolverse? La respuesta sólo puede
ser dada por el acto resolutorio mismo. Sería comprender el fenómeno del estar resuelto de un modo
completamente equivocado si se lo entendiera como un mero echar mano de posibilidades propues-
tas y recomendadas. El acto resolutorio es precisamente el primer proyectarse y determinar aperiente
de la correspondiente posibilidad fáctica. Al estar resuelto le pertenece necesariamente la indetermi-
nación que caracteriza a todo fáctico y arrojado poder-ser del ser ahí. El estar resuelto no está seguro
de sí mismo sino como acto resolutorio. Pero la indeterminación existentiva [existenzielle] del estar
resuelto, que sólo se determina en cada caso en el acto de resolverse, tiene, como contrapartida, una
determinación existencial (SZ, 298, subrayado final de RPC).22
Si todo modo de vincularse con los entes está mediado por una comprensión del
ser de los entes,23 el estar resuelto mienta el abrirse del hombre a las cosas y a
otros en cuanto tal; es el gesto simple de la apertura que se consuma y consume
en sí mismo. Por ello no hay y no podría haber una determinación en el plano
óntico, ya que supondría negar dicha apertura y las posibilidades que habilita. El
estar resuelto se constituye así como una liberación de los sentidos preestableci-
dos: la existencia propia «violenta» la interpretación cotidiana e impropia de ésta,
puesto que se afirma «contra» ella, como algo que tiene que serle «arrancado»
(SZ, 311). El estar resuelto parece constituirse así en torno a una operación exis-
tencial de resistencia a dejarse ser interpretado por el sentido ordinario que apa-
rece en las instituciones, la opinión pública, etc. Resistencia que, sin embargo, no
tiene una traducción inmediata en una praxis determinada. No se trata de un
pensamiento subversivo o anárquico orientado a la emancipación del hombre.24
22. Ver también SZ, 383: «A qué se resuelve en cada caso fácticamente el ser ahí no puede por prin-
cipio dilucidarlo el análisis existenciario».
23. La cuestión de la «diferencia ontológica» se encuentra implícita en Ser y tiempo, aunque no tema-
tizada. En esos años (fines del 20) sus desarrollos más importantes se encuentran en Heidegger,
Martin, Die Grundprobleme der Phänomenologie, GA 24. Frankfurt a/M, Vittorio Klostermann,
1975 (curso de 1927), § 22 y «Vom Wesen des Grundes» (1929) en Heidegger, Martin, Wegmarken,
GA 9. Frankfurt a/M, Vittorio Klostermann, 1976, pp. 132 y ss.
24. Diversos autores indagan el vínculo entre la diferencia ontológica y la práctica. Bajo el motto «el
retorno del ente desde la verdad del Ser [Seyn]», que da nombre a su libro, Ausberg sostiene un modo
de la implicación entre ser y ente en el que la filosofía qua pensamiento de la diferencia entre ellos se
erige como una forma de pensamiento que supera la alternativa entre una primacía de la teoría bajo
la forma de metafísica y una primacía de las ciencias particulares de los entes que ofrecen una imagen
matemática del mundo. Dicha superación estaría dada justamente en la esfera práctica. En el arte, la
filosofía política, la antropología, la ética y la teología tienen lugar las distintas figuras de preserva-
ción [Bergunsfiguren] del ser en el ente (obra de arte, acción creadora de Estado, etc.) que libera a
estos últimos de todo intento de objetivación e instrumentalización. La diferencia ontológica es leída
así como habilitante de la salvación/liberación [Rettung] de los entes, es decir, su comprensión bajo
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la forma de la posibilidad que abre a la esperanza mesiánica que el autor lee como la posición heide-
ggeriana con relación a la práctica. Augsberg, Ino, «Wiederbringung des Seienden». Zur ontologis-
chen Differenz im seinsgeschichtlichen Denken Martin Heideggers. München, Wilhelm Fink Verlag,
2003. En una lectura atenta a las relaciones con Hegel y Schmitt, Franco de Sá interpreta a la diferen-
cia ontológica como la vía para evitar la ontificación del ser y superar así tanto el liberalismo como
el nacional socialismo. Así Heidegger entendería que el núcleo de lo político no se encuentra ni en el
pueblo ni en el Estado, sino en la relación entre ellos bajo la impronta de la diferencia ontológica (De
Sá, Alexandre Franco, «Politics and Ontological Difference in Heidegger», On Hegel’s Philosophy
of Right. The 1934-35 Seminar and Interpretative Essays, translated by Andrew J. Mitchell. NY/
London, Bloomsbury, 2014, pp. 49-65). Schürmann, por su parte, desarrolla su conocida interpreta-
ción anárquica de Heidegger a partir de su comprensión de la diferencia ontológica. Antes que Le
principe d’anarchie, desarrolla dicha interpretación en dos artículos que en parte anticipan el argu-
mento de aquél: Schürmann, Reiner, «Political Thinking in Heidegger», Social Research, Vol. 45, N°
1, Spring, 1978, pp. 191-221, y Schürmann, Reiner, «The Ontological Difference And Political Phi-
losophy», Philosophy and Phenomenological Research, Vol. 40, N° 1, September, 1979, pp. 99-122.
Con relación a la comprensión heideggeriana de la diferencia ontológica como «diferencia simbólica»
(en los artículos) o bajo la idea de un «a priori práctico» (en el libro), el autor destaca la relevancia
política de la primacía de la acción sobre el pensamiento que se da en Heidegger, en particular por la
carencia de un fundamento que regule la acción. Así, para el autor, la acción sin arché se resuelve en
una práctica subversiva que delinea una «filosofía política alternativa» que se expresa en 5 puntos: 1.
la abolición de la primacía de la teleología en la acción; 2. la abolición de la primacía de la responsa-
bilidad en la legitimación de la acción; 3. la acción como una protesta contra el mundo administrado;
4. un cierto desinterés en el futuro de la humanidad debido a un viraje en la comprensión del destino;
5. la «anarquía» como la ausencia tanto del origen como de la práctica originaria (véase «Political
Thinking in Heidegger», op. cit., pp. 200-215 y Schürmann, Reiner, Heidegger on Being and Acting:
From Principles to Acting, translated from the french by Christine-Marie Gros and the autor. Bloo-
mington, Indiana University Press, pp. 251-281.
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25. «Pues con el término “cotidianeidad” en el fondo no se quiere decir otra cosa más que “tempo-
ralidad”» (SZ, 371-372).
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26. Si bien estos conceptos son introducidos en los primeros parágrafos de Ser y Tiempo, recién en el
§ 71 se da una definición explícita: «En los análisis precedentes hemos usado a menudo la expresión
“inmediata y regularmente”. “Inmediatamente” significa la forma como el ser ahí se manifiesta en el
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trega a lo dado y se deja tomar por los sentidos establecidos, se deja interpretar
por ellos. La impropiedad es una experiencia ineludible, pero no agota todo lo
que el hombre puede ser. A partir de ella, en ella y contra ella, como una opera-
ción sobre ella, se afirma el modo de ser propio que constituye el ser de un pue-
blo. Porque resolverse por una causa común supone sustraerse a los sentidos
dados, ya determinados, y responsabilizarse por el modo de relacionarse con las
cosas y los otros. De este modo, con el concepto de pueblo, Heidegger no parece
referirse tanto a un concepto político ligado a un sentido polémico o a un posi-
cionamiento respecto de los acontecimientos de su época, como a una categoría
de su análisis de la existencia del hombre que, en todo caso, estaría a la base de
toda referencia política posterior.
En el § 26 de Ser y tiempo el estar con [Mit-Sein] mienta una estructura onto-
lógica y no algo que se añade a una imposible existencia aislada del ser ahí. En su
mundo el hombre no sólo se encuentra con útiles disponibles sino con otros
hombres, pero así como la posibilidad de manipular los útiles supone una estruc-
tura ontológica que le permita hacerlo, del mismo modo el estar con es la estruc-
tura que le posibilita relacionarse con otros: tanto atenderlos como agredirlos,
asistirlos como perjudicarlos, amarlos como ignorarlos. Incluso el estar solo su-
pone que uno es con otros: es un modo deficiente del estar con (SZ, 120). Como
se dijo, la figura del pueblo se liga al modo de ser propio; en lo que respecta a la
existencia compartida remite al cuidado de los otros, la solicitud [Fürsorge], cuya
modalidad propia Heidegger llama anticipativo-liberadora (SZ, 122). Él intro-
duce esta figura en contraposición a la sustitutivo-dominadora, con la que ex-
presa un modo de cuidado de los otros en el que se les establece una relación con
las cosas y los hombres bajo una interpretación dada. Es decir, se los descarga de
su responsabilidad en la relación con su mundo y se les ofrece un plexo de sen-
tidos establecidos. Éste es el modo cotidiano de la solicitud que se expresa en el
lugar predominante de las instituciones en la mediación de las relaciones entre los
hombres.27 El modo liberador, por el contrario, es aquel que deja en libertad al
otro en su relación con las cosas y los otros, a la vez que lo comprende como
posibilidad. Es decir, se destraba toda interpretación cerrada del sentido del otro
y, de ese modo, tampoco se lo determina en su relación con su mundo. La figura
convivir de la publicidad, aun cuando “en el fondo” haya “superado” existentivamente la cotidiani-
dad. “Regularmente” significa la forma como el ser ahí se muestra “por regla general”, aunque no
siempre, a cualquiera» (SZ, 370).
27. Sobre este punto llama la atención Bourdieu, cómo el lenguaje eufemístico de Heidegger opera
sobre el lenguaje ordinario para señalar el sentido degradado de esa mediación institucional, ligada
fundamentalmente a las instituciones de asistencia social. Bourdieu, Pierre, La ontología política de
Martin Heidegger, traducción española de César de la Mezsa. Barcelona, Paidós, 1991, pp. 75 y ss.
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Sólo el estar resuelto para sí mismo pone al ser ahí en la posibilidad de dejar «ser» a los otros en su
poder ser más propio, incluyendo este poder ser en la apertura de la solicitud anticipante y liberadora.
El ser ahí resuelto puede convertirse en «conciencia» de los otros. Del modo propio de ser sí mismo
en la resolución nace por vez primera el modo propio de la convivencia, y no de ambiguos y mez-
quinos acuerdos ni de locuaces fraternizaciones en el uno y en lo que él pueda emprender (SZ, 298).
Este «modo propio de la convivencia» es el que tiene lugar con el acontecer del
pueblo, que no está constituido por una sumatoria de particulares resueltos, sino
que se constituye como un estar en común resueltos para una misma causa. De
allí que no se sustente ni en acuerdos entre partes ni en consentimiento o autori-
zación alguna. La cotidianeidad donde impera el impersonal no es tierra fértil
para la comunidad resuelta, que supone una transformación radical en el modo
de asumir la propia existencia. Heidegger define de esta manera dos modalida-
des contrapuestas de la convivencia, una en la que impera la mediocridad y no
hay comunión verdadera, sino sumatoria de particularidades, y otra en la que
tiene lugar una unidad verdadera, sin que sea posible sin embargo delinearla
positivamente.28
A partir de esta caracterización es preciso atender a dos cuestiones que requie-
ren mayor precisión para comprender la figura heideggeriana del pueblo. En
primer lugar se presenta la cuestión de la singularización radical característica de
28. Para una interpretación de las modalidades impropia y propia del ser con como una estilización
de la dicotomía sociedad-comunidad de Tönnies, a la que Heidegger se referiría sin nombrarla, véase
Rossi, Luis A., «Ser y tiempo y la fenomenología de la comunidad y la sociedad», en Alfredo Rocha
de la Torre (comp.), Heidegger hoy: estudios y perspectivas. Buenos Aires, Grama Ediciones - Edito-
rial Universidad de San Buenaventura, 2011, pp. 327-346. Del mismo autor, «El problema de la co-
munidad en Ser y tiempo», en Esteban Lythgoe y Luis A. Rossi, Ser y tiempo, singularización y co-
munidad. Buenos Aires, Biblios, 2016, pp. 103-200. De Beistegui también remite a Tönnies para
pensar el sentido del «nosotros» heideggeriano. En su caso, sin embargo lo hace para mostrar la
«sobredeterminación óntica» del análisis de aquel «nosotros». La vaguedad ontológica de dicho
análisis lleva implícita una orientación política que opera como «trasfondo ideológico impensado» y
que situaría a Heidegger como partidario de Deutschtum, en contra de las conceptualizaciones en
términos de «sociedad y Estado», que estarían más ligadas a una perspectiva liberal. Véase De Beis-
tegui, Miguel, Heidegger & the Political. Dystopias. London and New York, Routledge, 1998, pp.
18-23. Dostal por su parte conecta la distinción de Tönnies con la contraposición de Heidegger entre
lo público y el pueblo para, a su vez, establecer un contrapunto con la recepción que Dewey hace de
Tönnies mediante los conceptos «Great Society» y «Great Community» (Dostal, Robert J., «The
Public and the People: Heidegger’s Illiberal Politics», Review of Methaphysics, 47, March, 1994, pp.
517-555. En otra dirección González Roso interpreta la comunidad en Heidegger a la luz de la filo-
sofía contemporánea francesa e italiana, fundamentalmente Agamben. Sostiene que «Si hay en Hei-
degger un pensamiento de la comunidad, se trata en todo caso de comunidad en potencia. Comunidad
es siempre comunidad posible» (González Roso, Mauricio, Fuera de casa…, op. cit., p. 177).
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la existencia propia, que podría ser pensada como contraria o incompatible con
la posibilidad de una comunidad que es anterior y algo más que una mera suma-
toria de particulares. Puesto que si ella es entendida como aislamiento o indife-
rencia del hombre respecto del mundo y los otros hombres, difícilmente pueda
ser pensada en relación con el pueblo. Sin embargo, antes que a una experiencia
ermitaña, la singularización remite a la comprensión de sí mismo como finito que
encuentra en el estar vuelto hacia la muerte la estructura ontológica que hace
posible dicha comprensión en toda su radicalidad. Pero este modo propio de re-
lacionarse con la muerte como la posibilidad más peculiar del hombre conlleva la
reivindicación de éste en su singularidad. Es decir que exhibe al hombre en tanto
singular conjunto de posibilidades que él es: «Esta singularización es un modo
del abrirse del “ahí” para la existencia» (SZ, 263). La facticidad de la existencia del
hombre, su «ahí», se abre y saca al hombre de la falsa eternidad y generalidad que
lo caracteriza en su existencia cotidiana bajo el dominio del impersonal. Pero esta
singularización no implica un aislamiento, ni de las cosas, ni de los demás hom-
bres, sino un viraje en la comprensión de la relación con ellos, ya que los vínculos
establecidos no son asumidos como eternos e inmutables –como es propio del
impersonal–, sino como posibilidades, en la medida en que la propia existencia en
toda su concreción, en su singular «ahí», es comprendida como posibilidad.29
Pero este modo de entender la singularización no como aislamiento, sino como
apertura a la comprensión de la propia finitud lleva a la segunda cuestión que
precisa ser planteada: la indeterminación. Porque el hecho de estar vuelto hacia
la muerte no produce ni revela un contenido particular que hubiese permanecido
oculto. Antes bien, en la medida en que se constituye plenamente en la angustia,30
el estar vuelto hacia la muerte deja a la existencia frente a sí misma, es decir, asu-
mida como posibilidad. Toda referencia a una determinación concreta, por más
general que fuese, supone alguna forma de actualización que rompe con la com-
prensión de sí como «poder ser». La existencia del hombre no puede ser objeto
de definición: «bípedo implume», «animal racional o risible», «cosa pensante»,
«espíritu», «voluntad» expresan decisiones ya tomadas que sustraen al hombre
del instante mismo de la decisión en el que, justamente, la existencia aparece
plenamente expuesta como pura potencia. En cuanto tal, la apertura que se da en
la angustia es simple y pura apertura indeterminada.
29. Sobre la singularización pensada en relación con lo político, véase Rossi, Luis A., «El problema
de la comunidad en Ser y tiempo», op. cit., especialmente pp. 115-118; De Beistegui, Miguel, Heide-
gger & the Political. Dystopias, op. cit., pp. 8-31; Dostal, Robert, «Friendship and Politics: Heidegger’s
Failling», Political Theory, Vol. 20, N° 3, Aug., 1992, pp. 399-423, especialmente, pp. 404-410.
30. «El estar vuelto hacia la muerte es esencialmente angustia» (SZ, 266).
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cambian, sino el modo de relacionarnos con ellas, ¿cómo dar cuenta de la reso-
lución y el nacimiento de un pueblo resuelto? Heidegger no plantea claramente
estas cuestiones ya que no son un problema en el contexto de su argumentación
filosófica en Ser y tiempo. Estos interrogantes empero no pueden ser pasados por
alto al momento de pensar las figuras del pueblo y la comunidad desde una pers-
pectiva política en la que la cuestión de la visibilidad y la mediación institucional
adquieren un lugar central.
Como se había dicho anteriormente, frente a la masificación entendida como
mediocridad y achatamiento, un pueblo se afirma a sí mismo como una experien-
cia compartida de apertura. Pero no se trata aquí de la simple apertura constitu-
tiva de la existencia del hombre como tal, sino de un modo «señalado» de ella, el
estar resuelto, que, ligado al estar con otros, es comprendido por Heidegger
como un «común comprometerse con la misma causa [que] es determinado a
partir del ser ahí expresamente asumido» (SZ, 123). Se trata entonces de una
común afirmación en lo mismo que, sin embargo, no orienta o limita la libertad
de los otros en algún sentido, sino que los deja en plena libertad. La «misma
causa» no podría referirse entonces a un programa o conjunto de normas u ob-
jetivos determinados que antes que liberar, acotaría las posibilidades de los otros.
Se trata más bien del compromiso en el lazo mismo entre los hombres carente de
toda determinación positiva, la simple vinculariedad. Se percibe de este modo la
particular articulación de la convivencia propia, que se constituye como una ins-
tancia de decisión a nivel ontológico que tiene como correlato problemático una
indeterminación a nivel óntico: el estar resuelto en cuanto tal no puede tener un
contenido positivo,31 ya que esto sería una fijación, un cierre de la apertura que
la resolución es. Esto es justamente lo que caracteriza el abordaje esteticista de
Heidegger: la elusión de la actualización concreta de las transformaciones que
tiene lugar en el plano ontológico. Se da aquí una particular articulación entre
decisión ontológica e indeterminación óntica que se expresa más claramente en
los fenómenos que en el § 74 Heidegger liga al acontecer del pueblo como des-
tino común: la comunicación [Mitteilung] y la lucha [Kampf] (SZ, 384).32
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pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
Queremos verificar si aún estamos en el ámbito de poder de la poesía, pero no mediante discusiones
generales sobre el arte y la cultura, sino en tanto hemos abandonado una poesía y su poder, y no una
al lenguaje, sí emplean «comunicación». Lo que llama la atención es que existen múltiples pasajes en
los que Heidegger liga la comunicación a la existencia propia y, con ella, al pueblo y la comunidad.
También Marcia Sá Cavalcante Schuback vierte «participação» en su traducción portuguesa. Contra-
riamente, las traducciones al inglés, al francés y al italiano emplean diversas variantes de «comunica-
ción» (se han revisado las traducciones inglesas de John Macquarrie/Edward Robinson, Joan Stam-
baugh y la de Thomas Sheehan/Corinne Painter en su artículo «Choosing One’s Fate: A Re-Reading
of Sein und Zeit § 74», Research in Phenomenology, XXVIII (1999), pp. 63-83; en francés la de
Emmanuel Martineau y la de François Vezin; en italiano la de Pietro Chiodi y la de Alfredo Marini).
33. Véanse los §§ 35-37 de SZ.
34. Heidegger, Martin, Hölderlins Hymnen «Germanien» und «Der Rhein», GA 39. Frankfurt a/M,
Vittorio Klostermann, 1999. En adelante HHGR. Para la relación entre poesía y política a partir de
una abordaje de este texto, véase De Beistegui, Miguel, Heidegger & the Political. Dystopias, op. cit.,
pp. 87-113.
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rodrigo páez canosa
poesía cualquiera, sino sólo y directamente la poesía de Hölderlin. Puede ser entonces que algún día
tengamos que sustraernos de nuestra cotidianeidad e ingresar en el poder de la poesía, de modo tal
que ya no podamos volver a la cotidianeidad del mismo modo en que la dejamos (HHGR, 22, subra-
yado de RPC).
Ya oímos que la existencia histórica del pueblo, ascenso, cima y descenso surge de la poesía y de ésta
surge el saber propio, en el sentido de la filosofía, y de ambos surge la obtención de la existencia de
un pueblo como pueblo a través del Estado y la política. Este tiempo originario e histórico de los
pueblos es por lo tanto el tiempo de los poetas, pensadores y fundadores de Estado, es decir, de
aquellos que propiamente fundan y fundamentan la existencia histórica de un pueblo. Ellos son
propiamente los creadores (HHGR, 51).
35. Véase también HHGR, 144: «la verdad del ser ahí de un pueblo es fundada originariamente por
los poetas», luego esa verdad es conceptualizada por los pensadores y, por último, son los que a par-
tir de ella crean el Estado conforme a la esencia del pueblo así determinado. En un discurso de no-
viembre del mismo año Heidegger identifica a estas tres figuras como «poderes fundamentales»
[Grundmächten] (RZL, 318) de un mismo «acontecimiento fundacional», la prioridad en ese sentido
no es temporal, ni histórica, sino relativa al modo de aparición de la verdad: ésta nunca se desvela
originariamente en la política para luego ser pensada y poetizada. Ver Heidegger, Martin, «Die gegen-
wärtige Lage und die künftige Aufgabe der deutschen Philosophie», en Reden und andere Zeugnisse
eines Lebenweges, GA 16. Frankfurt a/M, Vittorio Klostermann, 2000, p. 318 (en adelante RZL).
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pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
Sólo en el auténtico discurrir es posible un verdadero callar. Para poder callar, el ser ahí debe tener
algo que decir, esto es, debe estar él mismo verdadera y fructíferamente abierto. Entonces el silencio
manifiesta algo y acalla la «habladuría». El silencio, en cuanto modo del discurso, articula en forma
tan originaria la comprensibilidad del ser ahí, que es precisamente de él de donde proviene la autén-
tica capacidad de escuchar y el convivir transparente (SZ, 165, subrayado final de RPC).
El ser ahí da a entender en la llamada su poder-ser más propio. Por eso, este llamar es un callar. El
discurso de la conciencia jamás habla en voz alta. La conciencia sólo llama callando, es decir, la lla-
mada viene de la silenciosidad de la desazón, y llama al ser ahí a retomar, también callando, al silencio
de su ser. El querer-tener-conciencia comprende, pues, en forma adecuada este discurso silente úni-
camente cuando calla. El silencio hace callar la habladuría del uno (SZ, 296).
36. Sobre el silencio véase el § 5 del seminario «De la esencia de la verdad» del semestre de invierno
33/34 (en Heidegger, Martin, Sein und Wahrheit, GA 36/37. Frankfurt a/M, Vittorio Klostermann,
2001, en adelante SW). Allí Heidegger afirma que «el poder callar como discreción es el origen y fun-
damento del lenguaje» (SW, 112). También en HHGR, 70 y 218, donde puede leerse: «Cualquier si-
lencio premundano es más poderoso que todos los poderes humanos». En las antípodas de esta in-
terpretación Radloff busca conectar la comunicación con la retórica como medio para la aparición de
una esfera pública bajo la modalidad propia de la existencia. El pueblo y la comunidad se constitui-
rían en el «espacio dialógico de lo político». No es de extrañar que el autor omita por completo el
tratamiento heideggeriano del silencio. Véase Radloff, Bernhard, Heidegger and the Question of
305
rodrigo páez canosa
El otro fenómeno donde se revela el acontecer del pueblo como destino común
es el de la lucha. En Ser y tiempo nada se dice explícitamente sobre ella salvo su
mención en el § 74. Las menciones posteriores, en los primeros años del 30, pre-
sentan registros variados. Siempre ligados de un modo u otro a la coyuntura,
tienen lugar tanto en seminarios académicos, en los que lo liga a los griegos,
como discursos e intervenciones públicas. Aun en el marco de esa diversidad
Heidegger busca establecer un sentido específico del concepto. Independiente-
mente de la fuente primaria para comprenderlo (si se trata de un concepto to-
mado en su origen griego para luego «aplicarlo» al presente o es un concepto
nacido de la situación política alemana que luego es transpuesto anacrónicamente
al estudio de la Antigüedad clásica), es clara la búsqueda de Heidegger por brin-
dar una dilucidación filosófica de la lucha para situarla en el núcleo de su com-
prensión del pueblo.
Por su relevancia, el discurso de asunción del rectorado en 1933 es una referen-
cia ineludible para comprender la economía del concepto de lucha. Allí aparece
referida a la «comunidad de lucha de profesores y alumnos» (RZL, 116) y se
percibe con claridad la particular torsión que Heidegger le imprime al concepto,
marcado por una doble estetización. Por un lado, la que llega de la literaturiza-
ción de la guerra en las «novelas del frente», en particular la obra de Ernst Jünger.
El lugar de fundamento que ocupa la lucha en textos como La lucha como expe-
riencia interior y Tempestades de acero se orienta a delinear una figura antagónica
a la cultura burguesa que, en clave nietzscheana, sitúa el peligro por sobre la se-
guridad como determinación principal de la existencia.37 En ese sentido no se
trata de un intento de comprensión de las transformaciones de la guerra a partir
de 1914 y sus consecuencias políticas y sociales, sino de un llamado a una trans-
formación vital: «[La guerra] nos ha educado para la lucha y seremos luchadores
mientras existamos».38 La caracterización exaltada de la guerra y los efectos que
produce son así recursos dispuestos para tal fin. Heidegger se nutre de esta ca-
racterización estetizada de la lucha y de su potencia transformadora. Para Jünger
sin embargo la experiencia de la lucha remite en última instancia siempre a la
guerra, el combate efectivo, la trinchera y la lucha hombre a hombre,39 y es desde
allí que debe extenderse al resto de la experiencia. Heidegger en cambio opera
National Socialism. Disclosure and Gestalt. Toronto, University of Toronto Press, 2007. Especial-
mente pp. 62-83.
37. Véase Rossi, Luis Alejandro, «La lucha. Variaciones de un motivo», en Jorge Dotti y Julio Pinto
(comps.), Carl Schmit. Su época y su pensamiento. Buenos Aires, Eudeba, 2002, pp. 57-87.
38. Jünger, Ernst, Der Kampf als inneres Erlebnis. Berlin, E. S. Mittler & Sohn, 1926, p. 4.
39. Así aparece en los textos referidos, pero también en Jünger, Ernst, Der Arbeiter. Herrschaft und
Gestalt. Stuttgart, Klett-Cotta, 1981 (1932), p. 28.
306
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
una nueva estetización y sitúa la lucha como una experiencia que reconduce a la
esencia de las cosas, pero no necesariamente ligada al combate armado o cuerpo
a cuerpo. La lucha parece extenderse a todas las instancias fundamentales de la
constitución de un pueblo resuelto.40
En el marco del discurso rectoral Heidegger define estas instancias como «ser-
vicios» a los que el estudiantado alemán se encuentra ligado y que constituyen su
«libertad» (RZL, 113).41 El «servicio del saber» [Wissensdienst] se orienta al com-
promiso de la universidad con la formación de «el funcionario y el profesor, el
médico y el juez, el sacerdote y el arquitecto». Sin necesidad del combate efec-
tivo, aquí también, en la trinchera de la ciencia y el conocimiento, la lucha se
constituye como la experiencia que reconduce a profesores y alumnos a la esen-
cia del saber y los acomuna de ese modo con el pueblo: «Todas las capacidades
de la voluntad y el pensamiento, todas las fuerzas del corazón y las habilidades
del cuerpo deben quedar desarrolladas mediante la lucha, espiritualizadas en la
lucha y acreditadas como lucha» (RZL, 116).
En tanto constitutiva y constituyente del pueblo, la lucha aparece como una
experiencia capaz de mantener la unidad por sobre las tensiones entre las partes
que la conforman. Así, en su ambigua afirmación de la autonomía universitaria,42
40. Heidegger afirma explícitamente que no se trata de una posición militarista. En su elogio del es-
píritu del frente sostiene la necesidad de una «conquista espiritual y una transformación creativa de
la guerra» (RZL, 300). Al abordar el fragmento 53 de Heráclito Heidegger cambia la traducción
clásica de pólemos por «guerra» y vierte «lucha» para evitar una interpretación militarista que no
capta el sentido fundamental, filosófico, del fragmento, que, según él, sí se aprehende con la segunda
opción (SW, 90-91).
41. Sobre estos «servicios», véase Rossi, Luis Alejandro, «La autoafirmación de la nación alemana…»,
op. cit., pp. 151-155, y Kisiel, Theodore, «The Seminar of Winter Semester 1933-34 within Heidegger’s
Three Concepts of the Political», en Martin Heidegger, Nature, History, State. 1933-1934, translated
and edited by Gregory Fried and Richard Polt. London/NY, Bloomsbury, 2013, pp. 127-149.
42. Según Grosser es en el campo de las ciencias y de la universidad donde se encuentra el pensa-
miento político de Heidegger, en el sentido más corriente del término, ya que es allí donde piensa
concretamente las instituciones y propone reformas concretas. Véase Grosser, Florian, Revolution
denken. Heidegger und das Politische 1919 bis 1969. München, Verlag C.H. Beck, 2011, p. 28. Para
un tratamiento cronológico (de 1911 a 1933) del pensamiento de Heidegger acerca de la política
universitaria, véase Thompson, Iain, «Heidegger and the Politics of the University», Journal of the
History of Philosophy, vol. 41, 2003, pp. 515-542. El autor señala la unidad del período 27-33, es
decir, entre Ser y tiempo y el discurso rectoral, en lo que se refiere a la universidad. Destaca la influen-
cia del diagnóstico negativo de Spengler y el intento de Heidegger de situar a la filosofía en un lugar
privilegiado en la universidad y a ésta en el movimiento político nazi como modo de revertir esa
decadencia. Para un tratamiento de las ideas heideggerianas acerca de una reforma universitaria en
contrapunto con Jaspers, véase Denker, Alfred, «Martin Heidegger, Karl Jaspers un die Universitäts-
reform (1919-1933)», en Alfred Denker und Holger Zaborowski (Hrgs.), Heidegger und der Natio-
nalsozialismus II (Heidegger-Jahrbuch 5). München, Verlag Karl Albert Freiburg, 2009, pp. 32-45.
Desde otra perspectiva, para una lectura despolitizada del discurso rectoral, que lo entiende como un
intento de superar la metafísica de la voluntad de poder a través de la pregunta por la propia identidad
307
rodrigo páez canosa
Sólo quien es capaz de oír y obedecer verdaderamente puede también conducir. Conductor no es
aquel que está ante-puesto [vor-gesetz]43 a los otros, sino aquel que puede oír incondicionalmente a
los otros y obedecer resueltamente la ley. Conductor es aquel que hace más que los otros, porque
soporta más, arriesga más y sacrifica más (RZL, 300).
308
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
El poder de la lucha reina en todo el ser de las cosas y los hombres doblemente: como el poder crea-
dor y como poder de preservación. La lucha no sólo crea para retirarse de las cosas una vez que se
han establecido y han encontrado su realidad, sino que la lucha preserva y gestiona también sola las
cosas en su existencia esencial (RZL, 283).
Nos buscamos en la medida en que nos preguntamos quiénes somos. ¿Quién es este pueblo de esta
historia y de este destino común en base a su ser?
Tal preguntar no es en modo alguno un cavilar superfluo por curiosidad, este preguntar es por
el contrario el más alto cometido espiritual, es la actuación más esencial. En tal preguntar sostene-
309
rodrigo páez canosa
mos nuestro destino; nos sostenemos a nosotros mismos hacia fuera en la oscuridad de la necesi-
dad. Este preguntar en el que nuestro pueblo sostiene su existencia histórica, sostenida enteramente
mediante el peligro, sostenida hacia fuera en la magnitud de su misión, esta pregunta es su filosofar,
su filosofía (SW, 4).
ἔδειξε — ha expuesto [stellt heraus], έποίησε — ha dejado que lleguen a ser [läßt hervor-kommen].45
Con ello debe quedar claro: el llegar-al-ser de un ente en y por la lucha es un llegar a ser expuesto.
¿Adónde — fuera y afuera? En la visibilidad y perceptibilidad de las cosas en general, es decir, en la
manifestabilidad, el desocultamiento, la verdad. De la misma manera el ποιεῖν no es sólo un hacer,
sino el dejar surgir fuera, en el que fuera quiere decir, fuera a partir de la previa ausencia y oculta-
miento en el pre-ponerse, de modo que el ente está en la manifestabilidad, es decir, «es».
La lucha trae el ente al ser, y eso quiere decir igualmente: lo expone en el desocultamiento, en la
verdad (SW, 117-118).
Es en ella y por ella que la verdad y el ser se manifiestan. Pero no se trata aquí de
un manifestarse empírico. La verdad heideggeriana no es positivista, se trata en
todo caso de la condición previa a la verdad en el sentido de lo sensible, de la
condición de manifestable y perceptible que tiene que preceder la manifestación
45. Véase el abordaje del mismo fragmento (con alguna variación en la traducción) en HHGR, 125.
Allí sigue una interpretación similar y busca conectar la lucha con la armonía (presente en el frag-
mento 53 de Heráclito) como dos conceptos solidarios: «Pues cuando todo lo ente se encuentra en
armonía, entonces directamente la disputa y la lucha tienen que determinar todo a partir del funda-
mento». Véase más adelante el tratamiento de la armonía con relación al acontecer del pueblo.
310
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
En la medida que existe el hombre está en la verdad. Pero se ve que el hombre existe como pueblo
histórico en la comunidad.
El hombre existe al mismo tiempo en la verdad y la falsedad, en el ocultamiento y el desoculta-
miento. No son dos esferas separadas, sino que estar en la verdad es cada vez un enfrentamiento, una
lucha. Perseverar en la falsedad es desistir en la lucha. Cuanto más tajante es el hombre en su histo-
ricidad, cuanto más tajantemente es conmovido y amenazado un pueblo, tanto más necesaria es la
lucha por la verdad, es decir, el enfrentamiento con la falsedad.
Esto presupone que el hombre luchador ante todo se decida por la realidad de tal manera que las
fuerzas propias determinantes del ser ahí brillen y resistan en la historia, en la realidad de un pueblo.
La realidad no puede proporcionar al pueblo puesto alguno, sino que el espíritu y el mundo espiritual
de un pueblo surge en la historia. Esto no se lleva a cabo en un espacio de tiempo hasta 1934 o 35,
sino quizás hasta 1960 (SW, 184-185).
46. La tensión entre el entusiasmo por la irrupción del nacionalsocialismo como corte con el libera-
lismo y la percepción de que éste no ha sido realmente vencido se percibe también en el seminario de
1934 sobre lógica: «Nuestra manera cotidiana de pensar todavía se afirma por completo en la base no
vulnerada del liberalismo». Heidegger, Martin, Logik als die Frage nach dem Wesen der Sprache, GA
38. Frankfurt a/M, Vittorio Klostermann, 1998 (1934), p. 148 (en adelante LFWS).
311
rodrigo páez canosa
47. En HHGR, 22-23 la estetización de la lucha asume más marcadamente esta referencia a una opo-
sición a lo mediocre cuando toma la forma de «lucha contra nosotros» que, sumidos en la cotidianei-
dad, nos mantenemos fuera del ámbito de poder de la poesía.
48. «Lo inesencial del lenguaje puede ser comprendido entonces como peligro y resistencia, como
violencia contra la siempre renovada preservación de lo esencial frente a lo inesencial» (HHGR, 64).
312
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
En el seminario del año 1934, Lógica como pregunta por la esencia del len
guaje,49 puede encontrase un ejemplo que expresa claramente el sentido de la
concepción heideggeriana de la lucha y una posible articulación con el silencio
como modo propio de la comunicación:
El jefe de una compañía en el frente la convoca y dice que en la noche será llevada a cabo una peli-
grosa misión. La reclutación es voluntaria. Se reclutan 20. Los enumera 1, 2, 3, 4, etc.; son meros
números los que especifica. Estos 20 se han presentado para cumplir órdenes. Este nosotros es ahora,
cuando se han vuelto a reclutar, un nosotros completamente diferente, un nosotros sobre el cual nada
es dicho. Son tan indeterminados como algo puede llegar a serlo; para no ser reconocidos deben
despojarse de todas las insignias. Están resueltos en tal medida que es posible que no sobrevivan al
día siguiente. En el momento de la enumeración se ha constituido este nosotros a través del jefe
[Führer] (LFWS, 47).50
49. Heidegger, Martin, Logik als die Frage nach dem Wesen der Sprache, GA 38, op. cit. Para un
abordaje de este texto, véase Rossi, Luis, «Fenomenología del pueblo: el análisis de la identidad co-
lectiva en el curso de Martin Heidegger La lógica como pregunta por la esencia del lenguaje (1934)»,
en Res publica, 15, 2005, pp. 141-161, y, en conjunto con el seminario sobre Hölderlin, Rossi, Luis
A., «Heidegger en 1934: la crítica al liberalismo y los fundamentos de la comunidad», en Deus Mor-
talis, N° 6, 2007, pp. 247-271; Radloff, Bernhard, Heidegger and the Question…, op. cit., pp. 173-209;
Kisiel, Theodore, «Political Interventions in the Lecture Courses of 1933-1936», en Alfred Denker
und Holger Zaborowski (Hrgs.), Heidegger und der Nationalsozialismus II, op. cit., pp. 110-129.
50. Estas referencias se ligan a la llamada literatura del frente, de la que Jünger era una de las princi-
pales figuras. También en el curso del invierno 34-35 se recurre al ejemplo de los soldados. Véase
HHGR, 72-73.
313
rodrigo páez canosa
Pero esta armonía no es fruto de la acción de los hombres, sino algo que cae fuera
de toda previsión, construcción o comprensión: «A pesar de la separación de los
individuos conforme a decisión se cumplimenta aquí una armonía oculta, cuyo
ocultamiento es esencial. Esta armonía es en su fundamento siempre un miste-
rio» (LFWS, 59).
Un pueblo en tanto comunidad auténtica es aquel que en virtud de una miste-
riosa armonía oculta permite articular colectivamente un conjunto de singulari-
dades irreductibles e insubsumibles entre sí o a un tercero superior. Lo común
a estas singularidades no puede ser nunca algún rasgo o propiedad compartida.
Sólo en la apertura del estado extático de la decisión es posible aquella armonía
de singularidades. El pueblo existe en el instante de la decisión y sólo allí, como
afirmación de un nosotros «decidible», [entscheidungshaft] (LFWS 59) y «con-
forme a decisión» [entscheidungsmäßig] (LFWS, 60). Pero no se trata aquí de
una determinación ligada a la voluntad, núcleo de la comprensión moderna del
pueblo como sujeto político, sino al estar resuelto como apertura del ser ahí.
Frente a la comprensión del pueblo como producto de la voluntad, la inscrip-
ción en el pueblo es indeducible: «¡Existimos! ¡Listos! ¡Acontece!» [Wir sind
da! Wir sind Bereit! Es geschehe!] (LFWS, 57). Así expresa Heidegger el instante
314
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
Abrimos el ser del hombre de tal modo que, en comparación a la determinación corriente del hombre
como sujeto, debemos decir: exponibilidad [Ausgesetzheit], éxtasis [Entrückung], tradición y misión
–de ese modo se disuelve el ser-sujeto, lo cósico en la caja de la conciencia es correlativamente di-
suelto, el ente se abre y de ese modo es sólo sí mismo. […] Este modo del ser-hombre nos permite
captar en primer lugar cómo y quién debe ser el ente que satisfaga por sí solo a tal ser. Este ente no
es nunca sujeto, ni tampoco un rejunte de muchos sujetos que fundan una comunidad en base a
convenios, sino que sólo puede ser el ente originariamente unificado, portador de exponibilidad,
éxtasis, tradición y misión que llamamos «pueblo». […] El ser del pueblo ni es mera presencia de una
población ni un ser animal, sino la determinación como temporalidad e historicidad (LFWS, 157).
En todos estos fenómenos constitutivos del acontecer del pueblo como destino
común aparece con claridad la particular articulación entre determinación onto-
lógica e indeterminación óntica. Tanto la poesía como el silencio expresan una
comunidad de escucha que se destruye en la nominación. La decisión fundamen-
tal y fundante de un pueblo no puede ser explicitada. Frente al pronunciamiento
o la declaración que se erigen como fundamento de las comunidades políticas
modernas, de sus normas, códigos y Constituciones, lo que allí liga es una común
escucha a un decir poético o al silencio, una comunión en el callar. La necesidad
de explicitación no puede significar más que la pérdida del lazo comunitario
fundamental porque oculta lo expuesto, trae a sí, lo fuera de sí. Con la poesía
sucede como con las bromas, si hay que explicarlas, dejan de ser lo que son, el
vínculo entre los involucrados deja de ser poético o lúdico y pasa a ser teórico,
lo que para Heidegger equivale a falso en cuanto a la existencia se refiere. La lu-
cha en el sentido desarrollado en los textos citados tiene una misma estructura:
doblemente estetizada es entendida como ruptura con lo cotidiano y mediocre,
ruptura que sin embargo no puede concretizarse positivamente. La causa común
que se erige en la inminencia de la muerte no puede ser nominada. Lo que liga no
son ni uniformes ni jerarquías, sino una afinidad implícita. Toda marca institu-
cional también aparece como señal del debilitamiento o pérdida de la comunidad
de lucha. Si los soldados precisan de insignias visibles es porque el lazo íntimo se
ha debilitado y necesitan un suplemento. Esta apelación a una comunidad espon-
tánea se percibe en las reflexiones de Heidegger acerca de las instituciones de
asistencia que se mencionan en el § 26 de Ser y tiempo. Ellas son necesarias en la
medida en que lo que opera cotidianamente es un modo deficiente de estar con
otros. Nadie se hace responsable ni del otro ni de sí mismo, y por eso es preciso
una institución suplementaria que atienda las relaciones entre los hombres. La
comunidad propia, el pueblo no precisa instituciones, si las hay es porque «in-
mediata y regularmente» nos encontramos en un modo de existencia impropio.
315
rodrigo páez canosa
Estamos resueltos a algo: eso quiere decir que aquello a lo que estamos resueltos se encuentra fijo
ante nosotros determinando todo nuestro ser. No se vincula con nosotros ocasionalmente, sino que
el estar resuelto le ofrece a nuestro ser un carácter y una constancia completamente determinada. Con
ello no se refiere a composición alguna que uno lleve siempre consigo, de modo que pueda decirse
«él es un hombre capaz de estar resuelto». En el estar resuelto el hombre es introducido más bien en
el acontecer venidero. El estar resuelto es él mismo un suceso que asiendo previamente el aconteci-
miento, lo determina constantemente (LFWS, 77).
Esta determinación total del estar resuelto es la que permite el modo propio de
existencia del ser ahí que, como se señaló anteriormente, no es un mero abrirse
al mundo, sino una apertura que se proyecta: «Con el estar resuelto nos encon-
tramos en el ámbito de la historia» (LFWS, 78). No se trata para Heidegger de
dejar de ser determinado por las instituciones y sentidos vigentes para entregarse
sin restricciones a un acontecimiento puro, sino de afirmarse históricamente en
esa apertura.
316
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
52. Aunque no ofrece ejemplos históricos, Grosser brinda una suerte de tipificación de la evolución
del sentido de comunidad en Heidegger. Así mientras que en Ser y tiempo se delinearía un tipo mo-
nástico de comunidad, pre o subpolítico, en los años 33 y 34 se trataría de «un modelo total, i.e., una
comunidad unificada y rectificada (gleichgeschaltet-gleichgerichtet Gemeinschaft)». Véase Grosser,
Florian, «Zwischen Gleichschaltung und robustem Pluralismus. Volten des “Mitseins”», en Paul
Sörensen y Nikolai Münch (Hg.), Politische Theorie und das Denken Heideggers. Bielefeld, Trans-
cript Verlag, 2013, pp. 21-42.
317
rodrigo páez canosa
de obras, pero ni como un mero yacer ahí ni como un acto de inspiración del yo,
sino siempre a partir del futuro y lo sido como determinaciones históricas. Es
decir, nuestra posición y comportamiento tomados en su totalidad, el modo en
que nuestra existencia se referencia con el mundo y los otros hombres, lleva
siempre consigo inscriptas una tarea y un lazo con aquello que nos sobreviene
desde lo sido:
El trabajo aparece así como una radicalización de los motivos del cuidado, ya que
el ser entre las cosas y con los otros común a ambos no expone ahora el modo de
ser del hombre en el mundo sin más, sino determinado por una tarea histórica,
es decir, en el modo de ser propio: «El trabajo no como ocupación cualquiera,
sino como la realización, el carácter y la disposición de aquello que en nuestra
existencia histórica está en obra como tarea» (LFWS, 134). Sólo trabaja un pue-
blo que está resuelto, que existe propiamente. La tarea, la decisión por la tradi-
ción no mientan un obrar determinado, sino la apertura al acontecimiento. Si hay
una transformación del ser, no se vehiculiza mediante la praxis, sino gracias a
aquella apertura. De allí que, aun en el marco de un léxico de la acción, el trabajo
se articule bajo la lógica del acontecimiento que dificulta su comprensión como
alguna forma de praxis política.
Además de esta articulación de los tres éxtasis temporales Heidegger señala un
tercer aspecto de la determinación del pueblo, el estado de ánimo [Stimmung].
Ya presente en Ser y tiempo y otros seminarios de este período, este concepto
indica una determinación de aquellos tres en cuanto totalidad. La historicidad no
sólo se constituye como una apertura en la que se encuentran implicados lo sido,
el presente y el futuro, sino que además esa apertura en cuanto tal se encuentra a
su vez modalizada. El estado de ánimo es lo que determina la apertura o la cerra-
zón a lo histórico qua acontecimiento y su grado. En Ser y tiempo, por ejemplo,
se destacaba la angustia como la Stimmung propia de la apertura (SZ, 184 y ss.).
En el curso del 34 por su parte Heidegger señala los grandes estados de ánimo
como aquellos que determinan silenciosamente las gestas de los grandes hombres,
y los pequeños como aquellos que se perciben públicamente y hacen gala de sí
mismos bajo la forma de lo penoso [Jämmerlichkeit] o de un desenfado insípido
[fader Ausgelassenheit] (LFWS, 130). Es decir, mientras que las Stimmungen
pequeñas determinan el modo de ser de la cotidianeidad, impropio y cerrado al
318
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
319
rodrigo páez canosa
53. Para un abordaje diverso véase Rossi, Luis A., «El acontecer de la comunidad en Ser y tiempo: la
revolución y la lucha», en Síntese – Revista de Filosofia, vol. 41, N° 131, 2014, pp. 373-391. Aun con
algunos puntos en común con lo desarrollado aquí, el autor subraya la importancia de los debates
acerca de la díada comunidad-sociedad planteada por Tönnies ya a fines del s. XIX, pero muy pre-
sente en la década del 20. De allí la afirmación del carácter político del pensamiento de Heidegger ya
desde Ser y tiempo e incluso antes.
320
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
malidad vigente puede ser indicativa de dicha existencia, pero acerca de ello
persiste la cuestión de quién y cómo se juzga si es o no el caso.
54. Heidegger, Martin, «Über Wesen und Begriff von Natur, Geschichte und Staat», en Alfred
Denker und Holger Zaborowski (Hrgs.), Heidegger und der Nationalsozialismus I, Heidegger-
Jahrbuch 4. Freiburg/München, Verlag Karl Alber, 2009, pp. 53-88. En adelante WBNGS. De este
seminario sólo existen los apuntes de alumnos recopilados. De allí que no se puedan tomar como
determinantes, ya que aun cuando la tarea de registrar las clases de Heidegger haya sido realizada de
modo acabado, no puede asegurarse la precisión en los conceptos empleados por Heidegger, que, por
tratarse de un pensador con un léxico muy específico, es algo fundamental. Por otra parte, del con-
junto de los textos acerca de lo político abordados en este apartado, éste es el que presenta mayores
disrupciones y diferencias tanto con los planteos de Ser y tiempo como con los otros dos seminarios
referidos, que guardan una mayor correspondencia entre sí. En función de todo esto, se hará referen-
cia a este seminario en notas al pie marcando cuando sea oportuno similitudes y diferencias con los
otros textos abordados. Sobre este seminario véanse los trabajos que acompañan la traducción in-
glesa: Heidegger, Martin, Nature, History, State. 1933-1934, traducido al inglés y editado por Gre-
gory Fried y Richard Polt. London/NY, Bloomsbury, 2013, pp. 65-194.
55. Heidegger, Martin, Seminare Hegel-Schelling, GA 86. Frankfurt a/M, Vittorio Klostermann,
2011. De este seminario están disponibles las anotaciones del propio Heidegger (pp. 59-187), en
adelante HR, y también dos registros de las clases. Unos apuntes de Wilhelm Hallwachs (pp. 549-
612), en adelante HRm, y un protocolo (pp. 613-636), en adelante HRp.
56. Según Grosser «Heidegger sitúa a la ambigüedad como rasgo estructural esencial de todo pensa-
miento significativo y, con ello, del suyo propio». Busca indicar de ese modo el carácter abierto e
interrogativo de todo pensar relevante. Véase Grosser, Revolution denken…, op. cit., pp. 33-43 y
224-234. El abordaje heideggeriano de lo político se contrapone así al jurídico, que se afirma en la
determinación de sentidos unívocos.
321
rodrigo páez canosa
miento. Estas dificultades se perciben con claridad en los dos ejes que articulan su
comprensión del Dios mortal: el Estado leído con base en la diferencia ontológica
como ser del ente pueblo y su concepto de lo político como cuidado [Sorge].
En el seminario sobre lógica del 34, con un esquema conceptual similar al de Ser
y tiempo, la unidad del pueblo está ligada a una decisión que, según se vio, no se
articula en cuanto tal a partir de la producción de forma o institucionalidad al-
guna, sino del acontecimiento como instante de apertura. En este marco Heide-
gger concibe al Estado como el dispositivo histórico que asegura el obrar del
pueblo, en tanto forma o voluntad de dominio de éste sobre sí mismo (LFWS,
57), y establece una distinción entre la nacionalidad en tanto pertenencia formal a
un Estado [Staatsangehörigkeit] y la pertenencia al pueblo [Volkszugehörigkeit]:
mientras que la primera puede ser objeto de una elección personal, la segunda no,
porque cae bajo la órbita de la decisión y el sí mismo, i.e., no ligado a la voluntad,
la conciencia o el yo particular (LFWS, 60). Así, sólo puede existir Estado en
sentido propio si acontece un pueblo resuelto. La unidad de éste no se liga prime-
ramente a aquél como en el esquema moderno clásico, sino que el Estado sería
algo así como el envés histórico del modo de ser de un pueblo en cuanto comu-
nidad resuelta. Ahora bien, ¿qué quiere decir esto in concreto? ¿Cómo piensa
Heidegger la relación entre ambas figuras?
La respuesta se expresa en su comprensión del Estado como «ser histórico del
pueblo» (LFWS, 165). Una mirada desatenta podría interpretar que en esta afir-
mación Heidegger intenta articular de un modo más concreto y ligado a institu-
ciones determinadas su comprensión del concepto de pueblo. Sin embargo, si se
atiende al sentido específico que para Heidegger tiene tanto el concepto de «lo
histórico» como el de «ser», se percibe claramente que no es éste el caso. El ca-
rácter «esencialmente necesario» del Estado se liga en este esquema a «asegurarse
la duración histórica del pueblo, es decir, la custodia [Bawahrung] de su envío y
la lucha por su misión» (ibid.). Si, como se señaló anteriormente, la duración no
se liga en este caso a una concepción cuantitativa del tiempo, sino a una fidelidad
con un modo resuelto de existencia, esencialmente incapaz de plasmarse en
forma institucional alguna, entonces el Estado se constituye como fenómeno li-
gado a la economía del acontecimiento:
… tampoco es el Estado sólo la forma organizativa actual, en cierto modo inactiva, de una sociedad.
El Estado solamente es en tanto y en cuanto acontece la imposición de una voluntad de dominio que
emana del envío y la misión y se vuelve por otro lado trabajo y obra (LFWS, 165).
322
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
existencia en cuanto Estado sólo puede ser afirmada a partir de la misma decisión
originaria constitutiva del pueblo, que, según lo visto anteriormente, se liga fun-
damentalmente al modo de apertura que se afirma en lo indeterminado y rehúye
toda marcación institucional. En ese sentido la correlación Estado/ser - pueblo/
ente lleva consigo una importante dificultad, ¿cuál sería el sentido de un Estado
desligado de lo institucional? ¿Por qué recurrir a una de las figuras paradigmáti-
cas de lo institucional para pensar una experiencia o dimensión ajena o incluso
contraria a las instituciones? Porque, como se ha visto, el desprecio de Heidegger
a lo corriente y cotidiano no se refiere a esta o aquella normalidad en particular,
sino per se. Por otro lado, si sólo la pregunta permite abordar fielmente el ser sin
objetivarlo al modo de las filosofías precedentes, ¿qué sucede con el Estado en
tanto ser? ¿Qué tipo de reflexión política se delinea mediante «la pregunta por el
Estado» en el sentido específico que le da Heidegger?
En las conferencias dictadas alrededor del rectorado, esta comprensión del
Estado sobre la base de la diferencia ontológica y la pregunta por el ser se com-
bina con determinaciones empíricas e introduce así una serie de imprecisiones y
ambigüedades que dificultan la comprensión clara de su pensamiento acerca del
Dios mortal. En un texto de noviembre de 1934 acerca del estado de la filosofía
en el presente y su tarea venidera se encuentra un pasaje característico:
La liberación de un pueblo para sí mismo acontece mediante el Estado; pero no el Estado como
máquina, ni como obra de arte ni como limitación de la libertad, sino como confinamiento a la liber-
tad interna de todos los poderes esenciales del pueblo conforme a la ley de su orden jerárquico in-
terno. Un Estado sólo es en la medida que llega a ser, llega a ser el ser histórico del ente llamado
pueblo. La verdadera libertad histórica de los pueblos de Europa constituye la condición previa para
que occidente retorne de nuevo espiritual e históricamente a sí mismo y asegure frente a lo asiático
su destino en la gran decisión de la tierra (RZL, 333).57
57. Este pasaje se encuentra en el tercer apartado de «La situación actual y la tarea venidera de la
filosofía alemana» (RZL, 316-334), que, curiosamente, se llama «La preparación de la decisión»
(RZL, 331): de acuerdo con el desarrollo que se ha hecho aquí de la decisión, una «preparación» de
ésta resulta conceptualmente imposible. Véase Sá Cavalcante Schuback, Marcia y Marder, Michael,
«Philosophy without Right? Some Notes on Heidegger’s Notes for the 1934/35 “Hegel Seminar”»,
en On Hegel’s Philosophy of Right…, op. cit., p. 87. Allí los autores caracterizan esta preparación
como «La utopía de Heidegger». Esta apelación a la preparación de un gran acontecimiento se en-
cuentra también en las anotaciones privadas de Heidegger reunidas en los Cuadernos negros. El
tratamiento de estas anotaciones requiere de un desarrollo particular y no serán abordadas en el
presente trabajo. De todos modos, es posible indicar que en aquellas correspondientes a la primera
mitad de los 30 se expresa un claro optimismo respecto de una transformación integral del hombre
y, con él, Heidegger delinea como tarea para la filosofía dicha «preparación». Véase Heidegger,
Martin, Überlegungen II-VI (Schwarze Hefte 1931-1938), GA 94. Frankfurt a/M, Vittorio Kloster-
mann, 2014, en particular los §§ 141, 153, 159, 211 y 218 del primer apartado (Winke X Überlegun-
gen (II) und Anweisungen).
323
rodrigo páez canosa
58. Véase Heidegger, Martin, Die Grundprobleme der Phänomenologie, GA 24. Frankfurt a/M,
Vittorio Klostermann, 1975 (curso de 1927), pp. 455-461.
59. En Sobre la esencia y el concepto de naturaleza, historia y Estado también se produce un desplaza-
miento semejante; allí afirma que «el pueblo es el ente, cuyo ser es el Estado» (WBNGS, 79), y antes
había especificado: «el ente del Estado, su substancia, su fundamento portante: el pueblo» (WBNGS,
72). Nuevamente, frente a la búsqueda de un replanteo de la tradición filosófica implicada en su abor-
daje de la diferencia ontológica, aquí recurre Heidegger a conceptos como el de substancia, que pare-
cen reinscribirlo en una objetivación del ser, propia de las ciencias positivas, pero ajena a la filosofía.
60. En HRm 606 parece estar refiriéndose al concepto schmittiano de Estado total, ya que inmedia-
tamente antes de introducirlo, remite al jurista al señalar que, contrariamente a lo que afirma éste
(véase Schmitt, Carl, Staat, Bewegung, Volk. Die Dreigliederung der politischen Einheit. Hamburg,
Hanseatische Verlagsanstalt, 1933, pp. 31-32), en 1933 Hegel no ha muerto, sino que comienza a vivir
por primera vez. En el texto citado, Schmitt se refiere al Estado total en las páginas 32-34. Véase
también HR, 74.
324
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
61. Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, Grundlinien der Philosophie des Rechts oder Naturrecht und
Staatswissenschaft im Grundrisse. Frankfurt a/M, Suhrkamp, 1986, p. 24.
325
rodrigo páez canosa
rios de 1934 y 1935: «La realidad es la realización de la esencia de las cosas. […]
Quiere decir precisamente que no por el hecho de estar presente cualquier cosa
se encuentra justificada» (ibid.). Heidegger parece reconducir así la reflexión
hegeliana a la perspectiva de la justificación (o no) de lo existente; lo inesencial
puede existir, pero no es ni racional ni real ni está justificado; es sólo el aparecer
de lo mediocre y, por lo tanto, falso.62 Este punto de vista se aparta del punto de
vista crepuscular en el que Hegel situaba a la filosofía y le imprime un cariz ju-
dicativo que tampoco se encuadra fácilmente en la perspectiva de Ser y tiempo y
los textos afines. El Estado sólo es tal si se lo juzga realización de lo esencial
contra la inesencial, sólo entonces se afirma como ser del pueblo; pero la consta-
tación queda librada al juicio del filósofo capaz de reconocer o no su llegada. El
Estado parece encontrarse en el mismo atolladero al que Heidegger había con-
ducido al pueblo: o bien es cosa jurídico-política, entonces se afirma en lo imper-
sonal-cotidiano y por ello es ajeno al modo de ser propio; o bien es tomado como
una categoría ontológica, pero entonces es incompatible con las múltiples deter-
minaciones político-históricas que al mismo tiempo le asigna Heidegger. Al Es-
tado como ser del ente pueblo no puede referírsele una forma, orden o Consti-
tución, ya que al ser le es ajena toda determinación actual y positiva.63
Respecto de la conceptualización de lo político como cuidado se dan asimismo
una serie de desplazamientos que, al igual que el caso de la identificación del
Estado como ser del ente pueblo, introduce una serie de ambigüedades que mar-
can las dificultades de Heidegger para enlazar sus reflexiones acerca del ser con
la política y sus instituciones. En el seminario sobre Hegel lo político se delinea
como una pregunta por el origen de la distinción schmittiana amigo-enemigo.
Para Heidegger ella es una consecuencia de lo político, pero no su fundamento
(HR, 173).64 Éste debe encontrarse en el cuidado en tanto ser del hombre, en un
sentido cercano al desarrollado en Ser y tiempo pero con una flexión ciertamente
politizante. Como en el texto del 27, el cuidado aparece aquí como ser-en-el-
62. Véase LFWS, 117. El ejemplo histórico que ofrece Heidegger es el Tratado de Versalles (HR, 154;
HRm, 557). Con relación a la distinción esencial-inesencial, el propio Hegel la identifica como el
momento más pobre y extrínseco de la Doctrina de la esencia. «En la medida en que sean distinguidos
uno de otro, algo esencial de algo inesencial en un ser presente [Dasein], esta distinción es un poner
exterior, un separar una parte de otra parte de ese ser presente que no le atañe a él mismo, una sepa-
ración que cae en un tercero. De ese modo queda indeterminado qué pertenece a lo esencial y qué a
lo inesencial» (Hegel, Georg Friedrich Wilhelm, Wissenschaft der Logik II. Erster Teil: Die objektive
Logik. Zweites Buch. Die Lehre vom Wesen. Frankfurt a/M, Suhrkamp, 2003, pp. 18-19).
63. El seminario Sobre la esencia y el concepto de naturaleza, historia y Estado es donde Heidegger
procura más claramente articular los conceptos de su filosofía de la existencia con los conceptos ju-
rídicos clásicos como Forma y Constitución. Al respecto véase la nota 59.
64. Heidegger indica incluso que dicha distinción es extrínseca y liberal. Véase HR, §§ 220, 225, 232,
233, 235, 243.
326
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
mundo (SZ, 193; HR, 168), pero Heidegger busca ahora extender aquel abordaje
en dirección a lo político y el Estado. Si allí se abordaba el cuidado como el modo
de ser del hombre en el mundo de un modo integral en su vínculo con las cosas
y los otros hombres, aquí parece privilegiarse este último aspecto. De allí la lla-
mativa ausencia del concepto de solicitud en los seminarios del 34 y 35. Éste,
cómo se vio anteriormente, era uno de los puntos más relevantes para pensar la
dimensión política de Ser y tiempo. Su omisión es comprensible en el marco de
la politización del concepto de cuidado, ya que éste es inmediatamente pensado
aquí en su dimensión interpersonal, la Sorge es aquí eminentemente Fürsorge. Si
en el seminario del 34 sobre lógica el cuidado se radicaliza en la figura del trabajo,
aquí parece hacerlo en su reducción al fenómeno de la solicitud. Este desplaza-
miento es paradigmático del giro politizante de muchos de los conceptos heide-
ggerianos en estos años, giro que se revela también en la insistencia –y en gran
medida, la desprolijidad– respecto de la cuestión del modo de ser propio. Podría
decirse que en Ser y tiempo se privilegia una perspectiva crítica y contemplativa,
en cierta medida pesimista, que pone el fenómeno de la cotidianeidad y lo imper-
sonal en el centro de la escena, mientras que los textos del 34 y 35 parecen querer
impulsar, no sin ambigüedades, marchas y contramarchas, una transformación.
Cierto optimismo y entusiasmo son componentes necesarios de tal posiciona-
miento, y el punto de apoyo conceptual es justamente la comprensión del ser del
ser ahí, el cuidado, como fundamento de la politicidad existencial del hombre y,
coherentemente, la preeminencia de la cuestión del modo de ser propio y todos
sus conceptos asociados. El fragmento 209 del seminario sobre Hegel se refiere
a lo político como cuidado y desglosa el tránsito desde los conceptos de la onto-
logía hacia el Estado:
209. Lo político
En tanto cuidado — histórico — por ello instantaneidad — estar resuelto — disposición y decisión.
En tanto cuidado — entonces fisura y fundamento del peligro.
En tanto cuidado — el ser como ser ahí sin más— por ello el todo y lo determinante — y por ello
lo político — portante — que conduce — ¡y el Estado históricamente necesario en esencia! (HR, 162).
Heidegger afirma de este modo una flexión existencial del naturalismo político
que conduce a la inevitabilidad del Estado.65 Lo político como cuidado se sitúa así
65. Esta «politicidad existencial» es uno de los puntos destacados del seminario Sobre la esencia y el
concepto de naturaleza, historia y Estado. Allí afirma Heidegger que «el ser de los hombres es polí-
tico» (WBNGS, 71) y distingue esta politicidad existencial que funge como posibilitante del Estado
tanto del concepto schmittiano como del bismarckiano de lo político (WBNGS, 74). Ni distinción
amigo-enemigo ni personalismo de los grandes hombres de Estado, la politicidad esencial al hombre
se manifiesta en la adscripción al pueblo de una «compulsión, un ἐρῶς por el Estado» (WBNGS, 76).
327
rodrigo páez canosa
en primer lugar en el terreno del modo de ser propio en el que, como se vio an-
teriormente, se gesta el pueblo. El giro que toma en estos textos consiste en ligar
lo político como cuidado a una fisura [Aufriss] o grieta [Zerklüftung] (HR, 115,
139, 146) y el peligro, en el sentido del conflicto como elemento que lo consti-
tuye, y de allí a la inevitabilidad del Estado. Heidegger liga esta idea de un inters-
ticio al conflicto, al πόλεμος y a la lucha entendidos como presupuestos de lo
político en cuanto distinción amigo-enemigo (HR, 115, 120, 135, 139, 146, 162,
168, 173-174, 177).66 Es decir, el cuidado, el modo de ser en el mundo del hombre
en su relación con las cosas y los otros, es el que abre la posibilidad tanto de la
unidad como de la separación entre los hombres. Esto ya se encontraba implícito
en Ser y tiempo, pero aquí esta referencia al conflicto se acota a la solicitud y, aún
más estrechamente, al modo propio de ella, conforme al estar resuelto:
Heidegger lo explica del siguiente modo: «El amor, el deseo, la voluntad de Estado del pueblo se
expresa como toma de posición, rechazo, entusiasmo, en definitiva como preocupación por la esencia
y la forma del Estado. De modo que también incluso la forma, la Constitución del Estado es esen-
cialmente la expresión de aquello que el pueblo establece como sentido para su ser. La Constitución
no es un contrato racional, un orden jurídico, una lógica política y tampoco algo discrecional, abso-
luto. La Constitución y el derecho son realizaciones de nuestra decisión por el Estado, son los testi-
gos fácticos [faktischen Zeugen] de aquello que asumimos como nuestra tarea histórica y popular, de
aquello que buscamos para vivir» (WBNGS, 76).
Parece ponerse así en suspenso la conceptualización del ser con y la cotidianeidad en la que el
pueblo y la comunidad aparecían como posibilidad y no como un modo de ser ineludible y efectivo.
A diferencia del seminario sobre lógica del 34, aquí parece tener lugar una particular inversión del
planteo heideggeriano en Ser y tiempo: si puede decirse que allí el derecho era «testigo fáctico» de la
irresponsabilidad del modo impropio de ser en común, aquí es exactamente lo contrario: la Consti-
tución y el derecho atestiguan una decisión por un modo propio de ser en común, i.e., de acuerdo
con el «verdadero orden» del pueblo que surge «sólo donde el conductor y los conducidos se ligan
juntos en un destino y luchan por la realización de una idea» (WBNGS, 77). Es decir que el aconte-
cimiento de la decisión (y, según lo visto anteriormente, la consonancia espontánea de las singulari-
dades que presupone) precede a la institución de la forma política. Se establece así una clara ambigüe-
dad entre la conceptualización heideggeriana del ser y el ser propio, refractarios de todo lo efectivo
y actual, y su intento de pensar el Estado, el derecho y la Constitución; entre un lenguaje metafísico
y otro de la praxis; entre el acontecimiento y la acción.
66. Marder entiende que ésta es la principal crítica de Heidegger a Schmitt: la distinción amigo-ene-
migo es un derivado de lo político como cuidado. Al desconocer a este último como fundamento de
la distinción, Schmitt habría adoptado un punto de vista extrínseco. Véase Marder, Michael, «The
Question of Political Existence: Hegel, Heidegger, Schmitt», en Martin Heidegger, On Hegel’s Phi-
losophy of Right…, op. cit., p. 41. Para una interpretación que extiende el pólemos como concepto
central del pensamiento de Heidegger anterior y posterior a los 30, véase Fried, Gregory, Heidegger’s
Polemos. From Being to Politics. New Heaven & London, Yale University Press, 2000. El texto está
escrito con anterioridad a otros fundamentales al respecto, como Ser y verdad, aparecido en 2001, y
presta poca atención a textos fundamentales en relación con el tema, por ejemplo Lógica como la
pregunta por la esencia del lenguaje.
328
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
Libertad no es la falta de ataduras del hacer o dejar hacer, sino la imposición de la inevitabilidad
[Unumgänglichkeit] del ser, el hacerse cargo del ser histórico en la voluntad sapiente, la acuñación de
la inevitabilidad del ser en el dominio de un orden coincidente de un pueblo. El cuidado de la libertad
67. Es particularmente significativo que Heidegger utilice aquí para señalar lo que no es un Estado en
sentido propio tres conceptos que son fácilmente asociables a la concepción clásica del Estado ba-
rroco moderno, ligado a la teatralidad y la representación.
68. Véase Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, Phänomenologie des Geistes. Frankfurt a/M, Suhrkamp,
1989, p. 47. Esta referencia también podría pensarse con relación a la concepción moderna, más pre-
cisamente hobbesiana, del Estado bajo el modelo matemático con sus axiomas y definiciones.
69. Heidegger establece una relación directa entre la impropiedad como no estar resuelto y lo inesen-
cial: «En cuanto negación de la esencia del ser ahí humano-histórico, el estar irresuelto es siempre la
afirmación de lo inesencial en él» (LFWS, 161).
329
rodrigo páez canosa
del ser histórico es en sí mismo habilitación [Ermächtigung] del poder del Estado como entramado
esencial de un envío histórico (LFWS, 164).70
70. Por un lado, el concepto de habilitación tenía en Alemania una intensidad política específica, en
la medida en que se refería a las «leyes de habilitación» o «leyes habilitantes» [Ermächtigungsgesetze].
Éstas fueron leyes que, en distintas ocasiones y por motivos excepcionales desde la Gran Guerra en
1914, daban facultades legislativas al gobierno. Puntualmente la Ermächtigungsgesetz del 24 de
marzo de 1933 fue la ley que otorgó amplios poderes legislativos al gobierno de Hitler y abrió el
camino para la posterior disolución de la Constitución de Weimar. Independientemente de la discu-
sión acerca de la legitimidad de las acciones de gobierno realizadas a partir de las facultades otorga-
das, la promulgación de la ley se trató de un acto jurídico previsto por las normas vigentes, también
para el propio NSPD, como lo expresa una anotación de Goebbels en su diario del mismo 24 de
marzo: «Ahora somos también amos del Estado conforme a la Constitución» (citado en la compila-
ción de Morsey, Rudolf (hrg.), Das »Ermächtingungsgesetz« vom 24. März 1933. Göttingen, Vand-
enhoeck & Ruprecht, 1968, p. 57). En ese sentido, podría interpretarse la introducción heideggeriana
de este concepto con relación al Estado como una suerte de legitimación o interpretación ontológica
de la ley sancionada en marzo de 1933: el gobierno de Hitler puede tomar el control absoluto del
Estado porque en el cuidado de la libertad del pueblo alemán, lo conduce a su misión histórica. Por
otro lado, el concepto aparece en algunos seminarios de este mismo período: en el año 32 para carac-
terizar a tò ápeiron de Anaximandro como «poder habilitante del aparecer [die ermächtigende Macht
des Erscheinens]» (Heidegger, Martin, Der Anfang der abendländischen Philosophie. Auslegung
desAnaximnder un Parmenides, GA 35. Frankfurt a/M, Vittorio Klostermann, 2012, pp. 28-32). En
Sein und Wahrheit introduce el concepto para señalar cómo el silencio habilita la palabra y el lenguaje
y nos habilita (SW, 112), y posteriormente identifica la habilitación con la idea platónica del bien y la
verdad, entendidas ambas como «desocultamiento» (SW, 204). Por último, es preciso señalar que este
concepto es empleado asiduamente en los Cuadernos negros correspondientes a este período. Allí lo
liga a diversos conceptos (poesía, filosofía, trabajo) para afirmarlo como «habilitación del ser», en el
sentido de una apertura de sentidos. Se liga de este modo a cierto optimismo (véase nota 57) y a una
imprecisa apelación a efectivizar de algún modo el ser, más allá de la pregunta. Véanse los §§ 34, 57,
110, 113, 116-118, 121, 159, 165, 218 y 230 del primer apartado (Winke X Überlegungen (II) und
Anweisungen); 77 y 126 del segundo apartado (Überlegungen und Winke III), en Heidegger, Martin,
Überlegungen II-VI (Schwarze Hefte 1931-1938), op. cit.
330
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
En su relación recíproca, tanto la idea del Estado como ser del ente pueblo,
como lo político en cuanto cuidado sustraen toda densidad existencial a lo jurí-
dico: el derecho y el Estado, pensado como una institución jurídica, no tienen
lugar alguno en la conceptualización heideggeriana de lo político. Debido a ello,
falta en la reflexión de Heidegger un criterio claro que permita definir si el Es-
tado se ha constituido como ser histórico de un pueblo, es decir, si existe verda-
deramente como Estado o no. Como en el caso del pueblo, no hay instancia
mediadora sobre la que recaiga el monopolio de la decisión acerca de la existencia
misma de la comunidad política. Una instancia tal parece caer fuera de las insti-
tuciones y personas políticas. De ese modo Heidegger pone de cabeza la com-
prensión estatal clásica (hobbesiano-schmittiana) de la relación entre pueblo y
Estado. Para esta última el primero no existe sin el segundo ya que su existencia
es eminentemente político-jurídica y no se da sin una instancia concreta de re-
presentación: sin Leviatán no hay pueblo sino multitud. Heidegger por el con-
trario invierte la ecuación: sólo la existencia resuelta de un pueblo posibilita la
existencia del Estado. Se inscribe así dentro de la tradición herderiana que sos-
tiene la autosuficiencia del pueblo como unidad idiomático-cultural frente al
Estado, pero también desde una particular torsión; el pueblo se mantiene tal
mientras se halle abierto a sus posibilidades sin constituirse nunca como unidad
visible y durable.
En cierto modo la vaguedad con la que Heidegger trata al Estado es condición
para poder introducir dicho concepto en el marco de su pensamiento, ya que
todas las notas que lo caracterizan (fundamentalmente ligadas a lo jurídico-insti-
tucional) son incompatibles con su conceptualización del pueblo: ni puede ser
status de un pueblo, ya que todo status es cierre de posibilidades, ni puede ser
orden legal subordinado a un pueblo, porque para Heidegger un pueblo pasible
de ser ordenado no es pueblo. Si la existencia resuelta es apertura, el Estado es
cierre; si aquélla se afirma en la potencia, éste lo hace en acto; si aquélla busca
desmarcarse de las normas, éste busca marcar; si aquélla vive de/en la excepción
y la lucha, éste lo hace en la normalización y la pacificación;71 si aquélla acontece
en el tiempo, éste se asienta en el espacio.72 A partir del giro politizante que da a
71. Así expresa Heidegger su oposición a la comprensión clásica del derecho como dispositivo paci-
ficador en el marco de su interpretación del fragmento 80 de Heráclito en el seminario sobre Hölder-
lin del 34-35: «El derecho es disputa. El entendimiento común dice: el derecho, en sí está establecido
en algún lado, y con su ayuda y en su aplicación la disputa es decidida y eliminada. ¡No! El derecho
se erige primeramente como tal originariamente y según su esencia, se constituye y se preserva, llega
a ser verdadero en la disputa» (HHGR, 126).
72. Una perspectiva similar a la que se desarrolla aquí es la de Phillips, quien afirma que Heidegger
comete un «error» al introducir el concepto de Estado. El autor entiende el concepto heideggeriano de
pueblo como «cesura», «ausencia», «no presente a la mano», lo que define su incapacidad para mani-
331
rodrigo páez canosa
festarse de un modo visible u organizarse institucionalmente. Busca ligarlo así con el pensamiento
contemporáneo de Agamben, Derrida y Deleuze, y oponerlo a las concepciones específicamente polí-
ticas que lo ligan a la legitimidad, la homogeneidad o la soberanía. Véase Phillips, James, Heidegger’s
Volk. Between National Socialism and Poetry. Stanford, Stanford University Press, 2005, pp. 1-53.
332
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
333
rodrigo páez canosa
historia. Véase Trawny, Peter, «Heidegger, Hegel, and the Political», en Martin Heidegger, On
Hegel’s Philosophy of Right…, op. cit., pp. 3-18.
75. La decisión en Von Krockow, Christian Graf, Die Entscheidung. Eine Untersuchung über Ernst
Jünger, Carl Schmitt, Martin Heidegger. Frankfurt/NY, Campus Verlag, 1990 (1967); la lucha en
Rossi, Luis A., «La lucha…», op. cit.; Víctor Farías también asume esta perspectiva cuando interpreta
el sentido político del pensamiento de Heidegger con base en la referencia a ciertos conceptos (pue-
blo, héroe, lucha). Así entiende que la referencia al pueblo «nos reenvía a una estructura totalizante»
(Farías, Víctor, Heidegger et le nazisme, traduit de l’espagnol et de l’allemand par Myriam Benarroch
et Jean-Baptiste Grasset. Lagrasse, Verdier, 1987, p. 74), cuando el concepto de pueblo, según se ha
desarrollado en este trabajo, es lo contrario de una estructura totalizante.
76. Además de los abordajes más conocidos que afirman el carácter político del pensamiento heide-
ggeriano (Löwith, Pöggeler, Habermas, Bourdieu, Farías, Faye, Wolin, entre otros) es destacable el
punto de vista que aporta Reinhard Mehring. Para él Heidegger no es un pensador político. Ni ha
desarrollado una reflexión política significativa ni ha actuado políticamente. Incluso su paso por el
rectorado y sus reflexiones sobre la política universitaria (que empiezan tempranamente antes de la
década del 20) no pueden ser considerados políticamente relevantes. La intervención política más
significativa la ubica este autor en el modo en que piensa y prepara la transmisión de su obra. No es
en la intervención en las condiciones de su presente, sino en el modo de interpelar a los hombres en
el futuro a través de la preparación de su Gesamtausgabe que ha de buscarse la acción política más
importante de Heidegger. Véase Mehring, Reinhard, «Von der Universitätspolitik zur Editionspoli-
tik. Heideggers politischer Weg», en Alfred Denker und Holger Zaborowski (Hrgs.), Heidegger und
der Nationalsozialismus II (Heidegger-Jahrbuch 5), op. cit., pp. 298-315.
77. Faye se destaca en su intento de identificar a Heidegger y Schmitt, y a ambos con el nacionalso-
cialismo. Su interpretación en ambos casos es que no sólo han mantenido una adhesión sin fisuras al
nazismo sino que su pensamiento ya era nazi antes del 33 y lo fue después del 45. La radicalidad de
su posición se refiere, como el mismo autor lo señala en el prólogo, más a una disputa intelectual en
el presente que a un intento de comprensión del pensamiento de estos autores, su relación entre sí y
con los fenómenos políticos de su época. Véase Faye, Emmanuel, Heidegger. L’introduction du na-
zisme dans la philosophie. Autour des séminaires inédits de 1933-1935. Paris, Albin Michel, 2005 p. 7.
Sobre la relación entre ambos autores, véase también Rossi, Luis A., «Ir más allá de “lo político”: la
reflexión de Carl Schmitt y la respuesta de Heidegger», en Francisco de Lara (ed.), Studia Heidegge-
riana, Vol. II, Logos - Lógica - Lenguaje. Buenos Aires, Teseo - Sociedad Iberoamericana de Estudios
Heideggerianos, 2012, pp. 213-142.
334
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
blecer afinidades teóricas a partir del dato biográfico en cuestión. Sin embargo,
los motivos del inicial y breve acercamiento al nazismo parecen tener pocos
puntos en común. Con un marcado antiliberalismo como punto de partida com-
partido Schmitt percibió, no sin ambigüedades, al nuevo gobierno como un
modo de contener una excepcionalidad en ciernes; Heidegger por su parte se vio
atraído sin ambigüedades por el potencial revolucionario del movimiento nacio-
nalsocialista.78 El desencanto en el primer caso vino a cuenta del escaso potencial
katechóntico demostrado, en el segundo, de la falta de radicalidad.
Sin embargo, antes que particularidades biográficas, el contrapunto con Sch-
mitt permite dar cuenta de la singular flexión que Heidegger da a los conceptos
políticos. Pues las diferencias señaladas respecto de la percepción de cada uno
frente al nazismo se corresponden con una marcada distancia en el plano teó-
rico. Efectivamente en el período abordado, términos como «pueblo» y «deci-
sión» ocupan un lugar central en las reflexiones de ambos autores sobre lo po-
lítico, pero la economía conceptual en uno y otro es diversa al punto de
oponerse. Y ello porque la divergencia no se refiere a cuestiones accesorias sino
a un punto decisivo a partir del cual se articulan las restantes distinciones y
desarrollos, a saber, la cuestión de la mediación. Aun cuando el propio Schmitt
afirma el fin del esquema estatal clásico, se sirve de él para pensar la nueva si-
tuación y los riesgos que conlleva. Desde la tradición teológico política en la
que se inscribe el jurista, aquellos conceptos, pueblo y decisión, aparecen en el
centro de la cuestión del Estado y la soberanía como conceptos límites que dan
cuenta del carácter político de toda forma jurídica. Sin embargo, ligados intrín-
secamente al concepto de representación de raigambre católica y hobbesiana, ni
uno ni otro pueden ser concebidos con prescindencia de su articulación institu-
cional específica. Pueblo es para el jurista un concepto del derecho público79 y
no puede existir políticamente con independencia del Estado, que constituye la
«unidad política» de aquél.80 La decisión por su parte remite a un actor con-
78. En su biografía intelectual de Heidegger, Safranski sintetiza bien esta diferencia entra ambos au-
tores. Así resume las razones de la adhesión de uno y otro al nazismo: «Heidegger quería la revolu-
ción, Schmitt buscaba el orden» (Safranski, Rüdiger, Un maestro de Alemania. Martin Heidegger y
su tiempo, traducción de Raúl Gabás. Barcelona, Tusquets, 2003, p 285). En la misma dirección Rossi
liga conceptualmente la idea de revolución y lucha con el pensamiento de Heidegger acerca de la
comunidad, véase Rossi, Luis A., «El acontecer de la comunidad en Ser y tiempo: la revolución y la
lucha», op. cit.
79. Schmitt, Carl, Die geistesgeschichtliche Lage des heutigen Parlamentarismus. Berlin, Duncker &
Humblot, 1985 (6ta. reimpresión de la segunda edición de 1926), p. 22.
80. En la apertura misma de su Verfassungslehre (§ 1, p. 3) Schmitt define al Estado como la unidad
política del pueblo, concepto que desarrolla desde diversos aspectos a lo largo de toda la obra. Véase
Schmitt, Carl, Verfassungslehre. Berlin, Duncker & Humblot, 2010 (10ma. ed.; 1ra. ed.: 1928).
335
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pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
otro, característico del vínculo representativo, son los rasgos centrales del modo
impropio de la solicitud en el que nos encontramos «inmediata y regularmente»:
Respecto de sus modos positivos la solicitud tiene dos posibilidades extremas. Puede, por decirlo así,
quitar al otro su «cuidado» y, al ocuparse, tomar su lugar y reemplazarlo. Esta solicitud se hace cargo
por el otro de aquello que hay que ocuparse […]. En tal solicitud el otro puede volverse dependiente
y dominado, aun cuando este dominio sea tácito y permanezca oculto para el dominado (SZ, 122).
El estar resuelto constituye la fidelidad de la existencia al propio sí mismo. Al igual que el estar re-
suelto presto a la angustia, la fidelidad también es respeto posible ante la única autoridad que una
existencia libre puede tener, a las posibilidades repetibles de la existencia (SZ, 391, subrayado RPC).
Ahora bien, ¿qué quiere decir esta última afirmación? Por lo pronto no es una
instancia personal; el concepto de autoridad se escinde aquí de toda articulación
concreta capaz de emitir un mandato. El respeto se configura aquí como fideli-
dad que, como se mostró anteriormente, se constituye en la apertura de la deci-
337
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84. Ausente en el seminario de lógica y el de Hölderlin, aparece en dos encabezados de las notas
sobre la Filosofía del derecho de Hegel. La mención más significativa se encuentra entrecomillada y
lo liga a una «Superioridad conforme al origen» que se refiere a su vez al «ser ahí histórico» (HR, 74).
En el seminario Sobre la esencia y el concepto de naturaleza, historia y Estado, el más problemático
conceptualmente debido a que introduce en mayor medida conceptos y temáticas políticas clásicas,
este concepto es mencionado una sola vez junto con «dominio», «subordinación» y «servicio» para
señalar su común fundamento en una «tarea común» (WBNGS, 77). Como se ha visto, tanto el ser
ahí histórico como la tarea se rigen por una economía del acontecimiento. Sobre esta cuestión Schür-
mann es quien ha afirmado con mayor énfasis que el pensamiento heideggeriano, incluso antes de la
Kehre, se opone al reconocimiento de una autoridad política. Así, la filosofía de Heidegger, «al privar
a la acción política de fundamentos exteriores para su legitimación, pone radicalmente en cuestión la
autoridad institucionalizada» (Schürmann, Reiner, «Political Thinking in Heidegger», op. cit., p. 221).
En su libro sobre el pensamiento político de Heidegger, Richard Wolin remite a este aspecto de la
interpretación de Schürmann para oponérsele. Según su propio abordaje, el planteo de Heidegger en
Ser y tiempo se inscribe en el decisionismo de corte schmittiano y, en ese sentido, no sólo no niega la
autoridad, sino que termina planteando un modo elitista y autoritario de comprensión de lo político
que concluye en la identificación del modo propio de existencia con los líderes, y el modo impropio
con los seguidores: «si el ser ahí propio debe mandar, el ser ahí impropio tiene que seguirlo» (Wolin,
Richard, The Politics of Being: The Political Thought of Martin Heidegger. New York/Oxford, Co-
lumbia University Press, 1990, p. 66).
338
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
339
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por ejemplo al Programa sistemático más antiguo del idealismo alemán o al «oca-
sionalismo subjetivado» con el que Carl Schmitt define el romanticismo, ambos
toman el acto creativo como acto de un sujeto que no reconoce otra autoridad
más que sí mismo y que encuentra una de sus formas más acabadas en la idea de
una arte sin consumación tal como Hegel encuentra en Schlegel.86 Su rechazo o
indiferencia frente a lo político nace de la negativa del sujeto a reconocer una
instancia capaz de limitar su productividad infinita: el Estado es o bien un dispo-
sitivo maquínico refractario de lo bello y, con ello, de la auténtica actividad del
espíritu, o bien ocasión para el inicio de una nueva aventura romántica, al igual
que cualquier otro fenómeno. Más cercano se encuentra el esteticismo del joven
Nietzsche, con el cual sin embargo no se identifica. Los escritos juveniles del
filólogo desplazan al yo romántico del centro de la escena y sitúan en su lugar los
impulsos de lo apolíneo y lo dionisíaco. La grandeza o debilidad de una cultura
en sus manifestaciones fundamentales (el arte, la religión y el Estado) se encuen-
tra determinada por la relación e intensidad de estos impulsos. El artista es siem-
pre un medio de expresión de lo apolíneo y/o lo dionisíaco, verdaderas fuentes
del acto creativo. Nietzsche configura así un esteticismo sin sujeto a partir del
cual indaga en su presente las potencias artísticas capaces de cumplir con la pro-
mesa del renacimiento de la tragedia que se anuncia, pero no termina nunca de
realizarse. Es en la esfera del arte que dicho renacimiento puede tener lugar, y las
restantes (la política y la religión) o bien quedan subordinadas a ella o, si predo-
minan, sólo pueden fungir de obstáculos para aquel renacimiento.87
86. Véase «Das älteste Systemprogramm des deutschem Idealismus», en Georg Wilhelm Friedrich
Hegel, Frühe Schriften. Frankfurt a/M, Suhrkamp, 1971, pp. 234-236; Schmitt, Carl, Politische Ro-
mantik. München & Leipzig, Duncker & Humblot, 1925. Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, Vorles-
ungen über die Ästhetik I. Frankfurt a/M, Suhrkamp, 1986, pp. 94-95.
87. Nietzsche, Friedrich, Die Geburt der Tragödie, en Sämtliche Werke. Kritische Studienausgabe
[KSA], herausgegeben von Giorgio Colli und Mazzino Montinari. Berlín/NY, de Gruyter, 1980, B.
1, pp. 9-156; en el mismo volumen Unzeitgemässe Batrachtungen I-IV, pp. 157-510. En el volumen
7 de KSA también el importante Fragment einer erweiterten Form der Geburt der Tragödie, pp. 333-
349 (véase la traducción al español y la introducción de Sebastián Abad: «Introducción a la traduc-
ción de “Fragment einer erweiterten Form der Geburt der Tragödie”», Deus Mortalis, Nº 4, 2005,
pp. 449-485). Véase también Páez Canosa, Rodrigo, El pueblo como obra de arte. Lo político en el
pensamiento del joven Nietzsche, tesis de licenciatura. Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad de Buenos Aires, 2006, reproducida parcialmente en Páez Canosa, Rodrigo, «El pro-
blema político del renacimiento de la tragedia. La cultura y el Estado bajo la lógica estética del dis-
pendio», en ¿Nietzsche ha muerto? Memorias del Congreso Internacional, Martínez Cisterna Que-
zadas Martín (comps.). México DF, Hombre y Mundo, 2009, pp. 505-533, y Páez Canosa, Rodrigo,
«La constitución estética de la comunidad política en el joven Nietzsche. De la masa al pueblo a
través del genio», en Instantes y azares –escrituras nietzscheanas (Buenos Aires), año VII, N° 4-5,
primavera de 2007, pp. 83-101.
340
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
341
rodrigo páez canosa
traerse del poder de éstas. Aun cuando comparten la referencia a una instancia
excepcional fundante, Heidegger y la teología política hobbesiano-schmittiana la
articulan de modos antagónicos. La representación permite a esta última enlazar
dicho momento con las instituciones que ordenan la vida común en situación de
normalidad. La forma representativa produce moderación y apaciguamiento de
los conflictos. Es el fundamento político de los modales y maneras que configu-
ran una convivencia en forma. Heidegger, por el contrario, los contrapone: todo
lo que hace a la forma pertenece al dominio de lo impersonal, mediocre, inesen-
cial y falso. Así, mientras que el pensamiento político moderno busca acallar la
excepción, neutralizarla y retrasar su llegada inevitable, Heidegger parece querer
despertarla como modo de arrancar a la existencia del hombre de su letargo y
medianía. De un lado se procura suspender la lucha de la vida común; aun en el
plano internacional donde aparece como un elemento irreductible, el planteo
hobbesiano-schmittiano presenta lo político como el intento de limitarla y orde-
narla; del otro lado se la exalta como un elemento constitutivo de la convivencia
propia y, al sustraerla del espacio institucional-estatal, la libera de la distinción
entre lo externo y lo interno que la caracterizaba en el planteo moderno. Ajena
a las distinciones clásicas, tampoco la somete Heidegger a un nuevo criterio y
posibilita de ese modo que permanezca indeterminado el acontecer o no de la
lucha y, con ella, del pueblo. ¿Es la comunidad universitaria alemana en 1934 una
comunidad de lucha? ¿Lo es el pueblo alemán? ¿Qué clase de comunidad es la
conformada por los soldados en las trincheras? No se trata por cierto de la con-
formación de unidades políticas territoriales en las que rija un orden legal; en
efecto la distinción entre comunidad propia y cotidianeidad impropia no se vin-
cula con criterio jurídico alguno.
La ausencia tanto de un criterio firme como de una autoridad en la que recaiga
en última instancia el quis iudicavit? abre a una amplia multiplicidad hermenéu-
tica respecto de los acontecimientos políticos. Sólo una vaga oposición más o
menos exaltada a la normalidad cotidiana puede oficiar de índice. Es en ese sen-
tido que, aun cuando se considere aquí un error establecer un vínculo estrecho
entre el pensamiento de Heidegger con el nazismo, sí puede comprenderse la
adhesión del propio Heidegger a ese movimiento, así como también su posterior
decepción y alejamiento. Rotas las ataduras con instancias visibles de articulación
política, queda librada a la interpretación del filósofo el acontecer o no de la
decisión del pueblo alemán y la fidelidad o no a ella. El desconocimiento del
principio de autoridad en pos de una apelación a la gesta heroica de un pueblo
abre el camino tanto para afirmaciones exaltadas en contra de las instituciones
vigentes como para la adhesión a cualquier forma de expresión política que se
presente como ruptura con el orden y la renovación total de la existencia, pero
342
pueblo sin representación. el esteticismo político de martin heidegger
343
Arendt sobre Platón: Elisa Goyenechea
la profesionalización de la política
1. Cf. Arendt, Hannah, The Origins of Totalitarianism (New Edition with added Prefaces), A
Harvest Book. Harcourt, Inc., Orlando. Austin. New York. San Diego. London, Copyright 1951,
1994 (ebook. Harvest Book, Hb244); positions 3322-3497.
2. Cf. Arendt, Hannah, The Human Condition (Second Edition. Introduction by Margaret
Canovan). The University of Chicago Press, Chicago & London, 1998, p. 79.
3. Cf. Arendt, Hannah, On Revolution (Introduction by Jonathan Schell). Penguin Books, New
York, 2006, pp. 160-164.
4. Arendt, Hannah, «Civil Disobedience», en Crises of the Republic, A Harvest Book. Harcourt
Brace & Company, San Diego. New York. London, Copyright 1972, 1971, 1970, 1969 (ebook), pp.
50-101; cf. pp. 86-87.
5. Para la posición de Arendt respecto de esta triple articulación del interés, véase Arendt, Hannah,
«Public Rights and Private Interests: In Response to Charles Frankel», en Michael Mooney and
Florian Stubel (ed.), Small Comforts for Hard Times: Humanists in Public Policy. New York,
Columbia University Press, 1977; cf. pp. 104-106. También puede consultarse: Arendt, Hannah, «On
Violence», en Crises of the Republic, A Harvest Book. Harcourt Brace & Company, San Diego, New
York, London, Copyright 1969, 1972, pp. 104-183; cf. pp. 174-175. Para un examen de la posición de
Arendt, puede consultarse: Parekh, Serena, «Two Realms of Existence», en Hannah Arendt and the
Challenge of Modernity. A Phenomenology of Human Rights. Routledge, New York, London, 2008,
pp. 93-120.
6. Véase Arendt, Hannah, On Revolution. Schocken Books, New York, 2006, pp. 110, 114-118.
7. Tocqueville, La democracia en América. Alianza, Madrid, 2006; cf. p. 159.
346
arendt sobre platón: la profesionalización de la política
***
347
elisa goyenechea
La solución platónica del filósofo-rey, cuya «sabiduría» resuelve las perplejidades de la acción como
si fueran solubles problemas de cognición, es sólo una variedad –y de ningún modo la menos tirá-
nica– del gobierno de uno. […] En este contexto, el surgimiento de un sistema político utópico que
pudiese ser construido de acuerdo a un modelo por alguien que dominara con maestría las técnicas
de los asuntos humanos, se volvió una verdad consabida. Platón, que fue el primero en diseñar un
prototipo para la hechura de los cuerpos políticos, ha perdurado como inspiración de todas las uto-
pías posteriores.12
Ahora bien, el que forma parte de ese reducido número de filósofos y ha gustado la dulzura y la fe-
licidad que la sabiduría procura, a la vez ha descubierto la locura de la mayoría y la insensatez de
cuantos se ocupan de los asuntos políticos […]. Un gobierno adecuado beneficia y permite crecer al
filósofo, y éste, junto con sus propios asuntos, salva los de la ciudad.14
Allegory», Social Research: An International Quarterly, Volume 74, Number 4, Winter 2007; cf. pp.
955-982. También, Villa, Dana, Politics, Philosophy, Terror. Essays on the Thought of Hannah Arendt.
Princeton University Press, Princeton, New Jersey & Chichester, West Sussex, 1999; cf. pp. 191-198.
12. Arendt, Hannah, The Human Condition, op. cit.; cf. pp. 221, 222.
13. Cf. Arendt, Hannah, The Human Condition, op. cit.; pp. 220-230.
14. Platón, República. Buenos Aires, Eudeba, 1998; cf. 496c-497a.
348
arendt sobre platón: la profesionalización de la política
Siempre ha sido una gran tentación para los hombres de acción no menos que para los hombres de
pensamiento, encontrar un sustituto para la acción con la esperanza de que el ámbito de los asuntos
humanos pueda librarse de su carácter azaroso y de la irresponsabilidad moral inherente a una plu-
ralidad de agentes. Hablando en líneas generales, siempre han buscado protegerse de las calamidades
de la acción por medio de una actividad, en la que un solo hombre aislado de los demás, permanece
como dueño de sus acciones desde el principio hasta el final. […] Todas las calamidades de la acción
surgen de la condición humana de la pluralidad, que es la condición sine qua non de ese espacio de
apariciones que es el espacio público.18
15. Platón, Las leyes. Madrid, Alianza, 2002; cf. libros V y IX.
16. Cf. Arendt, Hannah, The Human Condition, op. cit., pp. 175, 176, 177, 178.
17. Para un estudio sobre el concepto de comunidad política en H. Arendt, puede consultarse: Fuss,
Peter, «Hannah Arendt’s Conception of Political Community», en Melvyn A. Hill (ed.), Hannah
Arendt: The Recovery of the Public World, St. Martin’s Press. New York, cf. pp. 157-176.
18. Arendt, Hannah, The Human Condition, op. cit.; cf. p. 220.
19. Para un estudio de las tensiones entre filosofía y política en Arendt, véase: Canovan, Margaret,
Hannah Arendt. A Reinterpretation of her Political Thought. Cambridge University Press,
Cambridge, New York, Melbourne, 1995; cf. 253-274. Puede consultarse también: Parekh, Bhikhu,
Hannah Arendt and the Search for a New Political Philosophy. The Macmillan Press, London, 1981;
cf. pp. 1-19.
20. Es el nombre de un curso que Arendt impartió en New School for Social Research, New York.
No está incluido en sus obras publicadas. Hemos accedido a sus párrafos más salientes a través del
artículo de Canovan, Margaret, «Socrates or Heidegger? Hannah Arendt’s Reflections on Philosophy
and Politics», Social Research, Volume 57, Number 1, Spring 1990; cf. pp. 135-165.
349
elisa goyenechea
Platón, el padre de la filosofía política en Occidente, ha intentado muchas veces oponerse a la polis y
a su concepción de la libertad. Se ha esforzado en ello gracias a una teoría política en la cual los cri-
terios de lo político no son determinados a partir de lo político mismo sino a partir de la filosofía.
Platón, que empleó la imagen del médico que cura al enfermo,21 del pastor que
guía al rebaño22 y del timonel diestro en el arte de la navegación,23 para referirse
al mejor gobernante, buscó poner término a la anomia y al desmanejo de su pa-
tria natal, pergeñando un mejor régimen que restableciera el orden. Por ello, in-
terpreta Arendt, Platón pone al servicio de su proyecto político, su propia elabo-
ración de la filosofía: la teoría de las ideas. La carta del 8 de mayo de 1954 dirigida
a Martin Heidegger ilustra la sospecha de la pensadora respecto de la expresión
–en apariencia inocua– filosofía política:
Dos años más tarde, en una carta a Karl Jaspers y en el contexto de la valoración
de la interpretación heideggeriana del mito de la caverna, escribe:
Me parece que en República Platón ha querido «aplicar» a la política su propia doctrina, aunque ésta
hubiera tenido orígenes diferentes. Heidegger […] tiene razón cuando dice, en su presentación del
21. Platón, República (traducción directa del griego por Antonio Camarero. Estudio preliminar y
notas de Luis Farré. Revisión técnica, Lucas Soares). Eudeba, Buenos Aires, 2000. En el Libro III,
Platón describe la educación, los cuidados y el estilo de vida recomendados para los guardianes
(401c-404c). A continuación, repentinamente, Platón deja de hablar del régimen de vida de los
guardianes y traslada su argumentación al resto del Estado. Presenta una analogía entre los desórdenes
y enfermedades, que pueden aquejar a los guardianes mal educados, y los males que se multiplican en
una ciudad mal gobernada (405a-406b). A partir de 408a, describe las cualidades y el tipo de educación
de los mejores médicos, y en 409a, las virtudes del buen médico se presentan en analogía con las del
buen juez. Así, enfermedad e injusticia reclaman médicos y jueces buenos y probos. Tanto en el caso
del médico como en el del juez, lo que en realidad nos dice Platón es que en la polis, se deben prevenir
las enfermedades que aquejan al cuerpo, pero también los vicios, que enferman al alma. Para un
estudio detallado de la medicina política de Platón, puede consultarse: Villegas Contreras, Armando,
«Sobre el antropomorfismo político en la República de Platón», en Andamios. Revista de
Investigación Social, volumen 10, número 21, enero-abril 2013, Universidad Autónoma de la Ciudad
de México. México; cf. pp. 257-277.
22. Platón, El político (introducción, texto crítico, traducción y notas de Antonio Gonzales Lazo.
Segunda edición). Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1981 (edición bilingüe); cf. 261e y 266e.
23. Platón, República, op. cit.; cf. 488a-489d.
24. Hannah Arendt and Martin Heidegger, Letters. 1925-1975 (translated from the German by
Andrew Shields. Edited by Ursula Ludz). Harcourt Brace & Company, San Diego, New York,
London, 2004; véanse pp. 120-121.
350
arendt sobre platón: la profesionalización de la política
mito de la caverna, que la verdad se transforma subrepticiamente en justeza [correctness] y que las
ideas, en consecuencia, llegan a ser normativas [and, consequently, ideas into standards].25
25. Lotte Kohler and Hans Saner (ed.), Hannah Arendt and Karl Jaspers. Correspondence, 1926-1969
(translated from the German by Robert and Rita Kimber). A Harvest Book, Harcourt Brace &
Company. San Diego, New York, London, 1992; cf. pp. 288- 289. Platons Lehre von der Wahrheit,
«La doctrina de Platón acerca de la verdad», es el título de una conferencia pública pronunciada por
Martin Heidegger por primera vez entre los años 1930 y 1931. Su texto definitivo no fue compuesto
sino diez años más tarde. En la carta, Arendt hace referencia a esta conferencia, donde Heidegger
interpreta una transformación en el concepto griego de verdad en los textos platónicos. Verdad como
«des-ocultamiento (aléetheia)» pasa a ser entendida como corrección, adecuación, congruencia,
conformidad o justeza «de la percepción y del enunciar (orthórtees)». La nueva noción, afirma
Arendt con Heidegger, permite concebir las ideas como varas o unidades de medición, en
conformidad con las cuales calibrar la bondad, la belleza, la justicia, la valentía, etc., de los agentes,
las acciones o las instituciones. Para la conferencia de Heidegger, véase: Heidegger, Martin, «La
doctrina de Platón acerca de la verdad», en Eikasía. Revista de Filosofía, 12, extraordinario I, 2007;
cf. pp. 277-300.
26. Arendt, Hannah, «The tradition of Political Thought», en The Promise of Politics. New York,
Schocken Books, 2005; cf. pp. 52-53. Allí leemos: «La transformación de la acción en gobernar y ser
gobernado –esto es, en aquellos que ordenan y aquellos que ejecutan órdenes– mencionada
anteriormente, es el resultado inevitable cuando el modelo para comprender la acción es tomado del
ámbito privado de la vida en el hogar y transportado al dominio público político, en donde la acción,
hablando con propiedad, como actividad que se desarrolla entre personas, tiene lugar». Véase
también, Arendt, Hannah, Between Past and Future, op. cit., pp. 110, 112.
27. Cf. Arendt, Hannah, The Human Condition, op. cit., pp. 270-271.
351
elisa goyenechea
Así, nuestra tradición de filosofía política, por desgracia y fatalmente, ha privado a los asuntos polí-
ticos, esto es, a aquellas actividades que conciernen el ámbito público común que viene a la existencia
donde sea que los hombres vivan juntos, de toda la dignidad que por sí misma le corresponde. En
términos aristotélicos, la política es un medio para un fin; no es un fin en y por sí mismo. Más aún, el
verdadero fin de la política es, de algún modo, su opuesto, a saber, no participación en los asuntos
públicos, σχολῄ, la condición para la filosofía, o mejor dicho, la condición de una vida a ella dedicada.28
Si la República debe ser hecha por alguien que es el equivalente político del artesano o el artista, con
arreglo a una τέχνη establecida y las reglas y medidas válidas para este particular «arte», el tirano es,
verdaderamente, el que se encuentra en la mejor posición para lograr este propósito.31
Las experiencias del político, en el contexto de la filosofía platónica, son las del
rey-filósofo: el que gobierna y es diestro en el arte de la medida, el que practica
28. Arendt, Hannah, «The End of Tradition», en The Promise of politics, op. cit., pp. 82-83.
29. Cf. Platón, Diálogos III. Fedón, Banquete, Fedro. Gredos, Madrid, 1997; cf. 249d-251a. Así
describe Platón al filósofo: «Apartado, así, de humanos menesteres y volcado a lo divino, es tachado
por la gente como de perturbado, sin darse cuenta de que lo que está es “entusiasmado”. Y aquí es
donde, precisamente, viene a parar todo ese discurso sobre la cuarta forma de locura, aquella que se
da cuando alguien contempla la belleza de este mundo, y recordando la verdadera, le salen alas y, así
alado, le entran deseos de alzar vuelo, y no lográndolo, mira hacia arriba, como si fuera un pájaro,
olvidado de las de aquí abajo, y dando ocasión a que se le tenga por loco. Así que, de todas las formas
de “entusiasmo”, es ésta la mejor de las mejores […]; y al partícipe de esta manía, al amante de los
bellos, se le llama enamorado».
30. Idem, cf. 210d-212c. Allí, por ejemplo, leemos: «¿Qué debemos imaginar, pues –dijo–, si fuera
posible a alguno ver la belleza en sí, pura, limpia y sin mezcla y no infectada de carnes humanas, ni
de colores, en suma, la divina belleza en sí, específicamente única? ¿Acaso crees –dijo– que es vana la
vida de un hombre que mira en esa dirección, que contempla esa belleza con lo que es necesario
contemplarla y vive en su compañía? ¿O no crees –dijo– que sólo entonces, cuando vea la belleza con
lo que es visible le será posible engendrar, no ya imágenes de virtud, al no estar en contacto con una
imagen, sino virtudes verdaderas, ya que está en contacto con la verdad? Y al que ha engendrado y
criado una virtud verdadera, ¿no crees que le es posible hacerse amigo de los dioses y llegar a ser, si
algún otro hombre puede serlo, inmortal él también?».
31. Arendt, Hannah, «What is Authority?», en Between Past and Future, op. cit., pp. 91-141; cf. p. 112.
352
arendt sobre platón: la profesionalización de la política
con pericia la técnica de calibrar todas las costumbres prácticas y privadas, por-
que es capaz de ver con el ojo del alma, los patrones eternos de medición. Han-
nah Arendt halla, a partir de la escuela socrática, el instante en que «los hombres
de acción y los hombres de pensamiento separaron sus caminos»,32 circunstancia
que activó el conflicto entre el filósofo y la polis, o entre dos modos de existencia
insolubles. Porque Sócrates fue enjuiciado, condenado y ejecutado en ejercicio
de la ley, el espacio público se le revela al filósofo en extremo amenazante, y en
tal circunstancia, sentencia la discípula de Heidegger, se enciende el cortocircuito
entre el filósofo y la polis. Para decirlo en palabras de la autora:
En el comienzo, por ende, no de nuestra historia política o filosófica, sino de nuestra tradición de
filosofía política se yergue el deprecio de Platón por la política, su convicción de que «los asuntos y
las acciones de los hombres […] no merecen ser considerados con seriedad» y que la única razón por
la que el filósofo necesita comprometerse con ellos es el hecho desafortunado de que la filosofía […]
la bios theôrêtikos […] es materialmente imposible sin un […] ordenamiento razonable de todos los
asuntos humanos que concierne a los hombres en la medida en que viven juntos.33
32. Cf. Arendt, Hannah, The Human Condition, op. cit.; p. 17.
33. Arendt, Hannah, The Promise of Politics, op. cit.; cf. p. 81.
34. Hannah Arendt, «Sócrates», en The Promise of Politics, op. cit., pp. 5-39; cf. pp. 28, 36.
35. Cf. Arendt, Hannah, «Truth and Politics», en Between Past and Future, op. cit., pp. 223-259; cf.
pp. 241-242.
353
elisa goyenechea
Esta imagen hace del filósofo la figura más apolítica o antipolítica concebible.
Platón lo registra con maestría cuando describe la resistencia, las burlas y la in-
comprensión de la mayoría respecto de quien habita fuera del mundo, pero
pretende poner orden en él.36 Bajo estas condiciones, la filosofía política parece
ser una empresa infructuosa y una contradicción de términos, porque ¿cuán
apartado del mundo necesita estar el filósofo para la práctica de la filosofía, y –
aun así– involucrado con el domino público para apreciar, comprender y com-
partir la acción pública?
Es importante señalar que cuando Arendt eleva a Sócrates (o al Platón de los
diálogos socráticos) como tipo ideal de pensador (no de filósofo), busca un de-
nominador común que aproxime el pensar a lo político (aunque nunca lo llama
filosofía, pues ésta –sostiene Arendt– comenzó con Platón).37 En este contexto, el
pensar, en general, y el pensar político (como algo distinto de la filosofía política),
en particular, consistirían en un proceso interminable (o tan extenso como la vida
misma), aporético y circular, que siempre arriba a conclusiones tentativas y a
verdades provisorias. Éstas nos permiten transitar por la vida con una seguridad
relativa, pues nunca ofrecen garantías incontestables, y organizar los asuntos
humanos conforme a principios, ejemplos y precedentes, que –como comuni-
dad– tenemos por vinculantes. Dicho con las palabras de las Lectures on Kant’s
Political Philosophy, ese pensar mundanamente relevante, o públicamente opera-
tivo, es la facultad del juicio. Esencialmente discriminante y potencialmente libre
de conceptos y prejuicios, el juicio o el «sentido comunitario»38 es la capacidad
mental humana más connatural a las ciencias sociales, en general, y a la política,
en particular.
En repetidas ocasiones, Arendt nombró el ámbito público y político como
espacio de apariciones.39 La apariencia es la más elemental de las exposiciones al
mundo; el sólo hecho de estar junto a otros para quienes –políticamente ha-
blando– no soy irrelevante significa que aparezco; en términos de la autora, que
ingreso al mundo de palabra y de obra. El sentido más básico de lo público está
aquí concernido. En The Human Condition asevera que «para nosotros, la apa-
riencia –algo que es visto y oído por otros y por nosotros mismos– constituye la
36. Por ejemplo, en República, hallamos esta imagen tanto en el mito del piloto y la nave, en el libro
VI, como en la alegoría de la caverna, en el VII. Cf. Platón, República, op. cit., 488a-489d; 516e-517a.
37. Arendt, Hannah, «Thinking and Moral Considerations. A Lecture», en Responsibility and
Judgment. Schocken Books, New York, 2003, pp. 159-189; cf. pp. 168-186.
38. Cf. Arendt, Hannah, Lectures on Kant’s Political Philosophy (edited and with an Interpretative
Essay by Ronald Beiner). The University of Chicago Press, Chicago, 1989, pp. 67-71.
39. Cf. Arendt, Hannah, The Human Condition, op. cit., pp. 199, 200, 207.
354
arendt sobre platón: la profesionalización de la política
realidad».40 Arendt entiende esta aparición ante otros como vida humana, estar
vivo significa estar entre humanos –inter homines esse–, mientras que lo contra-
rio –morir– significa dejar de estar en compañía. Morir significa abandonar el
mundo –el espacio de apariciones– y ser removido de la compañía de los demás.
En este marco, la pensadora interpreta las secciones de Fedón (a partir del pará-
grafo 64), en donde se describe el alejamiento del filósofo de la compañía de sus
iguales como una exaltación de la muerte, y a la filosofía como una preparación
para la muerte. En los siguientes fragmentos, Platón enaltece la muerte como un
estado ideal para el filósofo. Para el ateniense, la clave está en la separación del
cuerpo, fuente de desvaríos y errores. Para Arendt, en cambio, lo decisivo de la
experiencia de quienes se consideran amantes de la sabiduría es el alejamiento de
la vida en común con otros y el desprecio por la vida dedicada a la política, que
busca honores y reconocimiento; abandonar la compañía de los semejantes es
sinónimo de morir. Leemos en Fedón:
Ahora quiero ya daros a vosotros, mis jueces, la razón de por qué me resulta lógico que un hombre
que de verdad ha dedicado su vida a la filosofía en trance de morir tenga valor y esté esperanzado de
que allá va a obtener los mejores bienes, una vez que muera. […] Porque corren el riesgo cuantos
rectamente se dedican a la filosofía de que les pase inadvertido a los demás que ellos no se cuidan de
ninguna otra cosa, sino de morir y de estar muertos. […] Conque, en realidad, tenemos demostrado
que, si alguna vez vamos a saber algo limpiamente, hay que separarse de él [del cuerpo] y hay que
observar los objetos reales en sí con el alma por sí misma. Y entonces, según parece, obtendremos lo
que deseamos y de lo que decimos que somos amantes, la sabiduría, una vez que hayamos muerto,
según indica nuestro razonamiento, pero no mientras vivamos. Pues si no es posible por medio del
cuerpo conocer nada limpiamente, una de dos: o no es posible adquirir nunca el saber, o sólo muer-
tos. […] En realidad, por tanto –dijo–, los que de verdad filosofan […] se ejercitan en morir, y el
estar muertos es para estos individuos mínimamente temible. […] ¿No sería una gran incoherencia
que no marcharan gozosos hacia allí adonde tienen esperanza de alcanzar lo que durante su vida
desearon amantemente –pues amaban el saber– y de verse apartados de aquello con lo que convivían
y estaban enemistados? […] Por lo tanto, eso será un testimonio suficiente para ti –dijo–, de que un
hombre a quien veas irritarse por ir a morir, ése no es un filósofo, sino algún amigo del cuerpo. Y ese
mismo será seguramente amigo también de las riquezas y de los honores.41
355
elisa goyenechea
[Los filósofos reyes] deberán ser conducidos hasta el fin y obligados a elevar los ojos del alma y
mirar de frente al ser que ilumina todas las cosas, y después de contemplar el bien en sí lo tomarán
como modelo para encargarse uno tras otro, durante el resto de su vida, de organizar la ciudad y
gobernar a los particulares y a sí mismos. […]. Tendrán que cargar con el peso de la autoridad política
y gobernar sucesivamente por el bien de la ciudad, con la convicción de que su tarea es, más que un
honor, un deber ineludible.43
42. Véase Arendt, Hannah, The Human Condition, op. cit., pp. 50-58. En la página 50, leemos: «En
primer lugar significa que todo lo que aparece en público puede ser visto y oído por otros. Para
nosotros, la apariencia […] constituye la realidad. […] La presencia de otros que ven lo que vemos y
escuchan lo que escuchamos nos asegura la realidad del mundo […]». Y en la página 52: «En segundo
lugar, el término “público” significa el mundo mismo. Este mundo, sin embargo, no es idéntico a la
naturaleza o a la tierra […]. Se relaciona, más bien, al artefacto humano [human artifact], la
fabricación de las manos humanas, como también los asuntos que transcurren entre aquellos que
habitan juntos el mundo hecho por el hombre. Vivir juntos en el mundo significa esencialmente que
un mundo de cosas yace entre aquellos que lo tienen en común, así como una mesa se ubica entre los
que se sientan a su alrededor; el mundo, como todo inter-medio [in-between], relaciona y separa a
los hombres al mismo tiempo».
43. Platón, República, op. cit.; cf. 540b.
356
arendt sobre platón: la profesionalización de la política
En lo que a la filosofía respecta, si es cierto que se enciende con el thaumadzein y culmina sin pala-
bras [speechlessness], entonces culmina exactamente donde comenzó. Comienzo y final son aquí lo
mismo, y esto es lo más fundamental de los, así llamados, círculos viciosos que uno encuentra en
tantos argumentos estrictamente filosóficos. Es este shock filosófico del que habla Platón, que atra-
viesa toda gran filosofía y que separa al filósofo, quien lo sobrelleva [a este πάθος], de aquellos con
quienes vive. Y la diferencia entre los filósofos, que son pocos, y la multitud, no es de ningún modo
[…] que la mayoría no entiende nada de este páthos del asombro, sino más bien, que se rehúsan a
soportarlo. Este rechazo está expresado en el doxadzein, en formar opiniones acerca de cuestiones,
de las cuales uno no puede sostener opiniones porque los estándares comunes y comúnmente acep-
tados del sentido común aquí no sirven. Doxa, en otras palabras, llegó a ser lo opuesto de verdad
porque doxadzein es verdaderamente lo opuesto de thaumadzein. El tener opiniones se malogra
cuando está concernido con aquellas cuestiones a las que accedemos sólo en mudo asombro.44
No se puede entender a Platón sin tener en mente tanto su repetida y enfática insistencia en la irre-
levancia filosófica de este domino [el ámbito de los asuntos humanos], acerca del cual él siempre
advirtió que no se lo debía tomar con seriedad, y el hecho de que él mismo, a diferencia de casi todos
los filósofos que lo siguieron, aún consideraba los asuntos humanos con la suficiente seriedad, como
para cambiar el mismo centro de su pensamiento para hacerlo aplicable a la política. […] En el con-
texto de esta búsqueda [la de la mejor forma de gobierno], Platón cuenta su parábola [la alegoría de
la caverna], que resulta ser la historia del filósofo en este mundo, como si hubiera querido escribir la
44. Arendt, Hannah, «Socrates», en The Promise of Politics, op. cit., pp. 5-39; cf. pp. 34-35.
45. Arendt, Hannah, «Socrates», The Promise of Politics, op. cit.; cf. p. 31.
357
elisa goyenechea
Aquí, el concepto de experto ingresó por primera vez al ámbito de la acción política y se consideró
al hombre de estado como el más competente para gerenciar los asuntos humanos, de la misma ma-
nera en que un carpintero es competente para hacer muebles o un médico para curar al enfermo.47
46. Arendt, Hannah, Between Past and Future, op. cit.; cf. pp. 113-114.
47. Cf. Arendt, Hannah, «What is Authority?», en Between Past and Future, op. cit., p. 111.
48. Cf. Arendt, Hannah, The Human Condition, op. cit., pp. 222-223. Leemos: «En términos
teóricos, la versión más fundamental de huir de la acción hacia el concepto de gobierno [rule] está en
el Político, donde Platón abre una brecha entre los dos modos de acción, archein y prattein
(“comenzar” y “llevar a cabo”), que de acuerdo a la comprensión griega, estaban interconectados. El
problema, tal como Platón lo vio, era asegurarse de que el iniciador permanecería como el completo
señor de lo que él había comenzado, no necesitando la ayuda de los otros para llevarlo a buen
término. En el dominio de la acción, este señorío aislado sólo se logra cuando ya no se necesita que
los demás se unan al emprendimiento voluntariamente, con sus propios motivos y cometidos, sino
que son usados para ejecutar órdenes, y si, por otra parte, quien tomó la iniciativa no se involucra él
mismo en la acción. Comenzar (archein) y completar (prattein) pueden, así, volverse dos actividades
completamente diferentes, y el iniciador transformarse en gobernante (un archón en el sentido doble
del término), quien “no tiene que actuar (prattein), sino que gobernar (archein) sobre aquellos que
358
arendt sobre platón: la profesionalización de la política
Aquí, la antigua relación entre άρχειν y πράττειν, entre comenzar algo y, junto a otros que lo necesitan
y se alistan voluntariamente, llevarlo a cabo, es reemplazada por una relación que es característica de
la función de supervisión de un amo que les indica a sus sirvientes como ejecutar y completar una
tarea. En otras palabras, la acción se vuelve ejecución, que está determinada por alguien que sabe y
que, por lo tanto no actúa él mismo.49
son capaces de obedecer”. […] La acción como tal es enteramente eliminada y reemplazada por la
mera ejecución de órdenes».
49. Arendt, Hannah, «The End of Tradition», en The Promise of Politics, op. cit., pp. 81-92; cf. p. 91.
50. Platón, El político (Introducción, texto crítico, traducción y notas de Antonio Gonzales Lazo.
Segunda edición). Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1981 (edición bilingüe).
51. Cf. idem, 305 c-d.
52. Cf. idem, 259 b-c.
53. Cf. idem, 260 c-d.
54. Cf. idem, 292 e.
55. Cf. idem, 292 d.
56. Cf. idem, 293 b-c y 295 d-e.
57. Cf. idem, 297 a.
58. Cf. idem, 295 b-c.
59. Cf. idem, 275 a.
60. Cf. idem, 261 d-e, 263c, 267 e, 300 c-d.
61. Cf. idem, 275 d.
359
elisa goyenechea
ferencia en cuanto a gobierno; casa y polis son esencialmente lo mismo y hay una
sola ciencia gubernativa, que puede ser calificada –indistintamente– como «real
(βασιλικὴν), política (πολιτικὴν) o económica (οἰκονομικήν)».62
Platón presenta en paralelo el arte de la política con «el arte de tejer»63 (un ofi-
cio) y al gobernante en analogía con el cardador que «entrelaza y disgrega»64 en
«justa medida».65 Su pericia se exhibe en la capacidad de medir y en el arte de ver
la justeza, «lo conveniente (τὸ πρέπον)».66 Esta capacidad es virtud de los pocos
que dirigen a los que se avienen a actuar, mas sólo en la forma de obedecer. Cierto
es que Platón distingue al «varón político real» del tirano, pues este último go-
bierna con violencia, «sin atender a leyes ni a costumbres (μήτε κατά νόμους μήτε
κατά ἒϑη πράττῃ)»,67 mientras que el primero gobierna sobre quienes se prestan a
gusto, voluntariamente a ser gobernados.68 Sin embargo, señala también que el
buen gobernante recurre a la violencia cuando lo cree conveniente y esto no
constituye una falta al arte de la política. Empleando la analogía del gobernante
y el piloto de la nave, dice:
En cuanto a los que, a pesar de las leyes escritas y de las costumbres de los antepasados, se ven obli-
gados por fuerza a hacer cosas más justas, mejores y más bellas, dime, ¿no sería el colmo del ridículo
criticar esta violencia, de la que podrá decirse cuanto se quiera, pero nunca que se les ha obligado a
ejecutar cosas vergonzosas, injustas y malas? […] Y hagan lo que quieran estos jefes prudentes, no se
les puede hacer cargo alguno, en tanto que cuiden de la única cosa que importa, que es hacer reinar
con inteligencia y con arte la justicia en las relaciones de los ciudadanos, y en tanto que sean capaces
de salvarlos, y de hacerlos en lo posible, mejores de lo que antes eran.69
360
arendt sobre platón: la profesionalización de la política
El más completo y verdadero gobierno será aquel, en el que se encuentren jefes instruidos en la
ciencia política […], sea que reinen con leyes o sin leyes, con la voluntad general o a pesar de esta
voluntad, y ya sean ricos o pobres; de estas últimas consideraciones no hay que tener absolutamente
ninguna en cuenta al fijar cualquier norma de rectitud.71
A las seis πολιτείας tradicionales, Platón añade otra –la «séptima»– a la que valora
como a un «dios entre los hombres y entre las otras constituciones (οἶον θεὸν ἐξ
ἀνθρώπων, εκ τῶν ἂλλων πολιτειῶν)».72 O sea, si bien alude a la consabida tipolo-
gía que rotula los regímenes según criterios de número, de legalidad e ilegalidad,
de aquiescencia o fuerza, de riqueza o de pobreza,73 en definitiva ninguno de ellos
alude al mejor y más completo gobierno. No son verdaderos «políticos
(πολιτικούς)», sino «sediciosos (στασιαστικούς)».74 Finalmente, el gobierno real es
una ciencia de mando, y
la verdadera ciencia política no debe obrar por sí misma, sino mandar (άρχεῖν) a las que tienen el
poder de obrar (πράττειν); a ella corresponde discernir las ocasiones favorables o desfavorables, para
comenzar y proseguir en el Estado las empresas vastas; y corresponde a las otras ejecutar (πράττειν)
lo que ella ha decidido.75
Que la libertad de acción signifique lo mismo que sentar un comienzo y empezar algo, nada lo
ilustra mejor en el ámbito político griego que el hecho de que la palabra «archein» se refiera tanto
a comenzar como a dominar. Este doble significado pone de manifiesto que se denominaba diri-
gente [Führer] a quien comenzaba algo y buscaba los compañeros para poder llevarlo a cabo [dur-
chführen zu Können]; y este realizar y llevar a fin lo empezado era el sentido originario de la palabra
actuar, «prattein».77
361
elisa goyenechea
Esta circunstancia, que escinde los dos momentos inherentes a la praxis, que los
separa en actividades diferentes y que remite a actores con prerrogativas dispares,
ha permanecido a lo largo del tiempo y ha determinado nuestra manera de en-
tender la acción política. Dicho de otra manera, se trata de uno de los hábitos de
pensamiento y de los criterios estandarizados conforme a los cuales comprende-
mos la política. Si bien para Platón se trataba de un juicio fundado y espoleado
por las circunstancias que atravesaba su patria, ha sido arrastrado sin reparo a lo
largo de los siglos de modo tal que para nosotros –posiblemente– es una verdad
de Perogrullo afirmar que la acción política acontece cuando algunos mandan y
otros obedecen. Dicho con Arendt:
Considerar la acción como ejecución de órdenes y, por lo tanto, distinguir en el ámbito político entre
aquellos que saben y aquellos que hacen se ha mantenido intacto en el concepto de gobierno preci-
samente porque este concepto encontró su lugar en la teoría política por medio de las especiales ex-
periencias del filósofo, mucho antes de que pudiera justificarse en la experiencia política general.78
[el filósofo] teme, como Platón manifestó en tantas ocasiones, que a causa del mal gerenciamiento de
los asuntos políticos, no le será posible dedicarse a la filosofía. Scholê, como el término latino otium,
no significa ocio, como tal, sino ocio respecto de las cargas públicas, no participación en política.80
78. Arendt, Hannah, «The Tradition of Political Thought», en The promise of Politics, op. cit., pp.
40-62; cf. p. 52.
79. Arendt, Hannah, Between Past and Future, op. cit.; cf. pp. 241-242.
80. Arendt, Hannah, The Promise of Politics, op. cit.; cf. pp. 81-82.
362
arendt sobre platón: la profesionalización de la política
serán obligados a descender por turnos a la morada de vuestros conciudadanos y acostumbrar vues-
tros ojos a las tinieblas que allí reinan; una vez que os hayáis familiarizado con la oscuridad, veréis
en ella mil veces mejor que sus moradores y reconoceréis la naturaleza de cada imagen […] porque
habréis contemplado lo bello, lo justo, lo bueno en sí.83
81. En la carta del 6 de agosto de 1955, Arendt escribe a Karl Jaspers que su deseo es titular su gran
obra dedicada a la vida activa Amor Mundi. El texto, que apareció en 1958, es The Human Condition.
Véase Lotte Kohler and Hans Saner (ed.), Hannah Arendt and Karl Jaspers. Correspondence, 1926-
1969, op. cit.; cf. pp. 263-264.
82. Adams, John, The Works of John Adams, Second President of the United States: with a Life of the
Author, Notes and Illustrations, by his Grandson Charles Francis Adams. Boston, Little, Brown and
Co., 1856 (10 volúmenes). Vol. 6. Recuperado el 4 de septiembre de 2015 de <http://oll.libertyfund.
org/titles/2104>. Arendt alude a la fórmula de Adams en On Revolution, op. cit.; pp. 127, 229.
83. Platón, República, op. cit.; cf. 420c-d.
84. Cf. Arendt, Hannah, The Human Condition, op. cit.; cf. pp. 175-176.
85. Arendt, Hannah, «What is Freedom?», en Between past and Future, op. cit.; cf. pp. 154-155.
86. Arendt, Hannah, Was ist Politik?, op. cit.; pp. 17, 28-29.
363
elisa goyenechea
87. Como apunta Thomas Paine en su Common Sense, de 1776: «La sociedad es el resultado de
nuestras necesidades y el gobierno de nuestras iniquidades: la primera promueve nuestra felicidad
positivamente, uniendo nuestras afecciones, y el segundo negativamente, restringiendo nuestros
vicios: la una activa el trato de los hombres, el otro cría las distinciones: aquélla es un protector, y éste
un azote de la humanidad». Véase <http://oll.libertyfund.org/titles/343#Paine_0548-01_163>.
88. Cf. Arendt, Hannah, On Revolution, op. cit.; p. 62.
89. Vallespín, Fernando, «Hannah Arendt y el republicanismo», en Manuel Cruz (comp.), El siglo de
Hannah Arendt. Barcelona, Buenos Aires, México, 2006; cf. pp. 107-138.
90. Cf. Arendt, Hannah, On Revolution, op. cit.; pp. 133, 165.
91. Cf. idem, p. 305.
92. Cf. idem, pp. 150-154.
364
arendt sobre platón: la profesionalización de la política
escena pública, y relativiza el valor de las libertades civiles, del bienestar indivi-
dual del mayor número y la opinión pública como fuerza rectora de las socieda-
des democráticas. En relación con la «profesionalización de la política», la cir-
cunstancia iniciada por la filosofía política platónica, leemos a Vallespín:
Ser libre para el mundo –condición sine qua non de las actividades políticas– in-
dica el estado de emancipación respecto de premuras vitales, pero también su-
pone la independencia y superioridad del Weltbetracher, el espectador cosmopo-
lita, que Arendt evoca de los textos políticos de Kant, y hace suyo en las Lectures
on Kant’s Political Philosophy.94 Esta figura acerca a Arendt al espíritu universa-
lista e igualitario que las revoluciones burguesas del XVIII trajeron al mundo y,
en consecuencia, la encolumna tras los ideales de la Modernidad, a los que parece
abdicar en, por ejemplo, The Human Condition, donde predomina su antimo-
dernismo y la añoranza por el valor ejemplar del paradigma griego antiguo. El
observador cosmopolita encarna la virtud del desprendimiento, el desdén por los
intereses subjetivos y las conveniencias de grupo, todas estas notas ameritan su
enaltecimiento al rango de virtud política por excelencia. Si nos hemos acostum-
brado a asociar política y libertad, en el sentido de que la verdadera libertad es
liberación de las tareas y preocupaciones políticas, en otras palabras, si la libertad
consiste en la emancipación de las cargas públicas, entonces el esfuerzo teórico
de Arendt busca desenmascarar los viejos prejuicios, desenterrar del pasado y
llevar a la luz las experiencias políticas originales, que condensan el sentido de lo
político que, aún hoy, late bajo capas sedimentadas de significación. En conse-
cuencia, la hermenéutica del fenómeno político es la tarea que emprende la pen-
sadora, que defiende la capacidad de juzgar de nuevo, sin medidas y sin varas. O
también, justipreciando acontecimientos pretéritos de un modo distinto al pre-
valeciente por siglos. Con estas palabras lo expresa J. Kohn, profesor asistente de
Arendt e introductor de The Promise of Politics:
93. Vallespín, Fernando, «Hannah Arendt y el republicanismo», en Manuel Cruz (comp.), El siglo de
Hannah Arendt, op. cit., pp. 107-138; cf. p. 137.
94. Cf. Arendt, Hannah, Lectures on Kant’s Political Philosophy, op. cit.; pp. 42, 52, 53, 54, 55, 58, 61
y 63.
365
elisa goyenechea
ceptos de lo que nos debemos liberar. Sin embargo, después de tantos siglos, tal libertad quizás pueda
ser alcanzada, juzgando de nuevo cada nueva posibilidad de acción que presenta el mundo. Pero,
¿con qué estándares? Esta gravosa cuestión aproxima al lector cerca del corazón del pensamiento
político de Arendt.95
95. Kohn, Jerome, «Introduction», en Arendt, Hannah, The Promise of Politics, op. cit.; cf. Ix-x.
96. Aristóteles, Ética a Nicómaco. Alianza, Madrid, 2001; 1112b, 1139b-1141a.
97. Villa, Dana, Arendt and Heidegger. The Fate of the Political. Princeton University Press, Prince-
ton, New Jersey, 1996; cf. pp. 52-59.
366
arendt sobre platón: la profesionalización de la política
sentativos como para los hombres de acción (las personas o los funcionarios
públicos) se precisa –también– la existencia de un ámbito en el que se pueda
mostrar a otros su práctica; se necesita de un espacio público en el que desplegar
su virtuosismo. Si bien podemos decir que el actor, el bailarín o el músico eviden-
cian ante otros su destreza en la técnica (porque sigue tratándose de un arte),
creemos que sus habilidades se muestran en la excelencia de la interpretación (de
una pieza musical o de un drama, por ejemplo). Media, podríamos decir, un jui-
cio hermenéutico, que en el artista potencia sus talentos naturales; allí –juzga-
mos– reside su virtud.
Este juicio interpretativo aparece de manera sobresaliente, también, en los
hombres de acción, cuando saben calibrar con juicio (con buen gusto, con buen
sentido, con sensatez) cómo actuar o qué decir en una situación determinada, en
la que los principios universales de racionalidad práctica tienen un valor relativo
o meramente orientador. Además, como se trata de personas públicas, su manera
de actuar y de juzgar se expone a la vista de todos; esta publicitación de su gusto
–juicio– manifiesta su calidad personal, al tiempo que pone en existencia un prin-
cipio aristocrático de reunión. Es decir, por el modo en que los hombres actúan
y por lo que expresan discursivamente, nos atraen o nos repelen. Lo que los
asocia (y –por ende– lo que atrae) no son tanto los fines que persiguen, sean
privados o colectivos, sino sus gustos, su razonabilidad, su buen criterio. Si lo que
está en juego fuesen sólo los propósitos, una vez alcanzados, los así reunidos se
desvincularían. En cambio, el buen sentido y el juicio sensato suscitan admira-
ción y fundan asociaciones perdurables. En «What is Freedom?», la autora ex-
pone la analogía:
El punto aquí no es si el artista creativo es libre en el proceso de creación, sino que el proceso creativo
no es desplegado en público y no está destinado a aparecer en el mundo. De allí que el elemento de
libertad, ciertamente presente en las artes creativas, permanece oculto; no es el proceso creativo libre
el que finalmente aparece y cuenta para el mundo, sino la obra de arte en sí misma, el producto final
del proceso. Las artes performativas, por el contrario, tienen por cierto una fuerte afinidad con la
política. Los artistas representativos –bailarines, actores, músicos [...] tienen una audiencia para mos-
trar su virtuosismo, así como los hombres de acción necesitan la presencia de otros ante quienes
puedan aparecer; ambos necesitan de un espacio públicamente organizado para su «trabajo», y ambos
dependen de otros para la performance misma. […] La polis griega fue precisamente esa «forma de
gobierno» que proveía a los hombres un espacio de apariencias [a space of appearances] donde ellos
podían actuar, una especie de teatro donde la libertad podía aparecer.98
La elección del vocablo performance es acertada por dos razones: en primer lugar,
al no haber un producto terminado, que clausura el proceso de producción, puede
98. Arendt, Hannah, Between Past and Future, op. cit.; cf. pp. 153-154.
367
elisa goyenechea
Es precisamente a causa de esta red preexistente de relaciones humanas, con sus innumerables volun-
tades conflictivas e intenciones, que la acción casi nunca logra su propósito; pero es también debido
a este medium, en el que sólo la acción es real, que ella «produce» historias con o sin intención tan
naturalmente como la fabricación produce cosas tangibles. Aunque estas historias pueden ser graba-
das en documentos y monumentos, pueden ser visibles en objetos de uso u obras de arte, pueden ser
contadas y vueltas a contar, y pueden ser trabajadas en toda clase de materiales. Ellas mismas, en su
realidad viviente, son de una naturaleza completamente diferente a estas reificaciones. Nos dicen más
acerca de su sujeto, el «héroe» en el centro de cada historia, que lo que cualquier producto de manos
humanas podría jamás decirnos acerca del maestro que lo produjo, y aun así, no son productos, ha-
blando con propiedad. […], nadie es el autor o productor de su propia historia. En otras palabras, las
historias, el resultado de la acción y el discurso, revelan un agente, pero este agente no es un autor o
productor. Alguien comenzó la historia y es su sujeto en el doble sentido de la palabra, a saber, su
actor y su paciente, pero nadie es su autor.99
99. Arendt, Hannah, The Human Condition, op. cit.; cf. p. 184.
368
arendt sobre platón: la profesionalización de la política
Contra los golpes del destino [...] el hombre no podía defenderse, pero sí enfrentarlos y replicarles
hablando, y aunque esta réplica no vence al infortunio ni atrae la fortuna, es un suceso como tal
[gehören solche Wörte doch zu dem Geschehen als solchem]; si las palabras son de igual condición que
100. Sófocles, Edipo, rey. Antígona. Ciordia, Buenos Aires, 1971; cf. pp. 79-80: «¡Oh tumba, oh
tálamo nupcial, oh subterránea mansión que me has de tener encerrada para siempre! Ahí voy hacia
los míos […]. Pero en bajando, abrigo la firme esperanza de que he de llegar muy agradable a mi
padre, y muy querida de ti, ¡oh madre!, y también de ti, hermano mío. Porque al morir vosotros yo
con mis propias manos os lavé y adorné, y sobre vuestra tumba ofrecí libaciones. Y ahora, ¡oh
Polinices!, por haber sepultado tu cadáver, tal premio alcanzo. […] Y ahora me llevan entre manos,
así presa, virgen, sin himeneo, sin llegar a alcanzar las dulzuras del matrimonio, ni de la maternidad;
sino que, abandonada de los amigos y desdichada, me llevan viva a las cóncavas mansiones de los
muertos. ¿Qué transgresión he cometido contra ninguna ley divina? ¿Qué necesidad tengo, en mi
desdicha, de elevar mi mirada hacia los dioses? ¿Para qué llamarlos en mi ayuda, si por haber obrado
piadosamente me acusan de impiedad?».
369
elisa goyenechea
los sucesos, si (como dice al final de Antígona) «grandes palabras responden y reparan los grandes
golpes de los elevados hombros», entonces lo que acontece [was sich ereignet] es grande y digno de
recuerdo glorioso.101
***
En los mismos orígenes del pensamiento político occidental –como hemos mos-
trado– la pensadora observa una tergiversación, un desplazamiento del origen,
que posiciona lo político en el reino de los medios y ubica los fines y los come-
tidos afuera: el orden, la paz, la seguridad o la tranquilidad que posibilitan el ocio
o, en clave moderna, la productividad, la expansión y el consumo. Hannah
Arendt, que en la mayoría de sus escritos se muestra como una defensora de la
libertad positiva, de la virtud republicana y de la participación activa de los ciu-
dadanos en el manejo de la cosa pública, confronta el –así llamado– credo liberal.
Su esfuerzo teórico busca rastrear el sentido originario o el fenómeno primario
de lo político, que late silencioso siempre que mencionamos la palabra política.
Como lo expresa Paul Ricoeur en Pouvoir et violence, Arendt indaga el «inme-
morial perdido»,102 que aún hoy sostiene lo que entendemos por política. Esta
tarea le exige buscar en el pasado «las perlas y corales»,103 que sobreviven, aunque
no intactos, sino transidos por el tiempo y a la espera de ser redescubiertos. Así,
la historia de las revoluciones, enseña Arendt, entraña un «tesoro perdido», un
legado del pasado que no tiene la sanción de la tradición, que decide sobre su
transmisibilidad. Las revoluciones modernas corporizan en forma intermitente e
independiente de su éxito, el modo de organización entre hombres libres e igua-
les, que conciertan su acción. Esta circunstancia genera un ámbito de palabra y
de acción liberado del acicate de la necesidad, que Arendt ubica originariamente
en la experiencia de la polis. Si esto es así, lo que significó polis, para los griegos
presocráticos, para Homero o Herodoto, por ejemplo, e incluso para Pericles,
después de más de dos mil años de manoseada repetición –proclama Arendt– se
ha disuelto en su especificidad. El fenómeno originario y el «inmemorial per-
dido» aluden a un sentido de lo político que pretende eludir comprensiones
prevalecientes y definiciones taxativas. Con esta convicción, Hannah Arendt
examina la filosofía política platónica como algo distinto de su filosofía, e inter-
preta el nacimiento de tal filosofía política como resultado de la posición plató-
nica frente al mal manejo de su patria, no menos que ante el proceso y condena
101. Arendt, Hannah, Was ist Politik?, op. cit.; cf. p. 48.
102. Ricoeur, Paul, «Pouvoir et violence», en Lectures I. Autour du politique. Paris, Seuil, 1991; cf. p. 30.
103. Cf. Arendt, Hannah, «Introduction», en Benjamin, Walter, Illuminations. Schocken Books,
New York, 2006, pp. 45, 51.
370
arendt sobre platón: la profesionalización de la política
de su maestro, Sócrates. Así, la filosofía política, tal como nos hemos acostum-
brado a concebirla, alude a la pericia en el gobierno de una técnica –la τέχνη
πολιτικῄ–, que Platón claramente endosa a individuos con cualidades especiales,
que deberán cargar con las responsabilidades políticas, menos por gusto que por
la aprensión a ser gobernados por ineptos o corruptos. Que determinada contin-
gencia histórica haya conducido a Platón a descreer de las instituciones políticas
libres de Atenas no significa –enseña Arendt– que debamos arrastrar sin escrú-
pulo sus conclusiones y que elevemos sus juicios como necesariamente alusivos
al fenómeno político. Creemos que Arendt ha intentado probar que nuestras
concepciones habituales acerca de lo político incluyen numerosos prejuicios,
ciertamente fundados en juicios pretéritos, mas mantenidos acríticamente en el
tiempo. Arendt espolea al lector a repensar lo político, refiriendo experiencias
originales poéticas e históricas, pero no políticas, en el sentido prevaleciente y
habitual del término.
Arendt sospecha de las conceptualizaciones tradicionalmente aceptadas y eleva
lo político como un fenómeno ligado a un espacio, poblado por muchos y dis-
tintos, que se tienen a sí mismos por iguales. En tanto que fin en sí mismo, lo
político elude su inclusión en el reino de los medios y es definido como el ámbito
para el ejercicio de la libertad activamente considerada. La libertad mundana-
mente considerada, es decir, como ejecutada públicamente en acciones, guarda
similitud con las artes performativas en perjuicio de las creativas. Mientras que
las primeras exhiben la calidad de los actores en la misma ejecución sin aludir a
manufacturas, las productivas o creativas involucran la fabricación de un objeto,
que requiere un patrón o modelo que debe ser hecho. Estas cualidades inherentes
a lo político observa Arendt en circunstancias políticas usualmente olvidadas; las
fórmulas «felicidad pública» y «libertad pública» ofrecen la clave para compren-
derlo.104 Es decir, una felicidad y una libertad que descargan el peso gravoso de
las responsabilidades públicas, y que, contrario a lo que acríticamente creemos,
no son privadas, no se ubican en el ámbito privado o en el social, sino precisa-
mente, en el público.
UCA
104. Cf. Arendt, Hannah, Between Past and Future, op. cit., pp. 5, 6.
371
Biblioteca
Robert von Mohl
Representación y mundo estatal
Dilemas Damián Rosanovich
de la representación
política en el liberalismo alemán: Robert von Mohl
1. Paul A. Pfizer, Briefe zweier Deutschen, Berlin, B. Behr’s Verlag, 1911, carta 14, p. 151.
2. La cifra en cuestión suele abarcar a un conjunto de pensadores reformistas, los cuales, por lo ge-
neral, comparten la característica de haber sido docentes universitarios y funcionarios públicos de
rango medio y ocasionalmente alto. Entre los más destacados, vale citar a Karl von Rotteck (1775-
1840), Paul Achatius Pfizer (1801-1867), Friedrich Dahlmann (1785-1860), Karl Welcker (1790-1869)
y Robert von Mohl (1799-1875). Para una consideración introductoria sobre el fenómeno, véase
Lothar Gall, «Liberalismus und “bürgerliche Gesellschaft”. Zu Charakter und Entwicklung der li-
beralen Bewegung in Deutschland», en Historische Zeitschrift, t. 220, 1975, pp. 324-356; idem, Der
deutsche Liberalismus als regierende Partei: das Großherzogtum Baden zwischen Restauration und
Reichsgründung, Wiesbaden, Steiner, 1968, pp. 23-57.
3. Robert von Mohl, «Das Repräsentativsystem, seine Mängel und die Heilmittel», en Staatsrecht, Völke-
rrecht und Politik, Tübingen, Verlag der Laupp’schen Buchhandlung, t. I, 1860 [1852], pp. 377-378.
376
dilemas de la representación política en el liberalismo alemán: robert von mohl
4. Ernst R. Huber, Deutsche Verfassungsgeschichte, Stuttgart, Kohlhammer, 1995, t. II, pp. 390-391.
5. Joaquín Abellán, «Estudio preliminar» a Liberalismo alemán en el siglo XIX (1815-1848), Madrid,
Centro de Estudios Constitucionales, 1987, p. VIII.
6. Hartwig Brandt, Landständische Repräsentation im deutschen Vormärz. Politisches Denken im
Einflußfeld des monarchischen Prinzips, Berlin, Neuwied, 1968, p. 164.
7. Volker Hartmann, Repräsentation in der politischen Theorie und Staatslehre in Deutschland, Ber-
lin, Duncker & Humblot, 1979, pp. 23-27.
8. Hans Boldt, Deutsche Staatslehre im Vormärz, Düsseldorf, Droste, 1975, pp. 282-293.
9. Cf. Joaquín Abellán, «Liberalismo alemán del siglo XIX: Robert von Mohl», en Revista de Estu-
dios Políticos, Nº 33, 1983, pp. 127-133.
10. El tópico del sufragio universal recibe un tratamiento creciente a lo largo de este período. Es
posible observar un paralelismo entre la conflictividad política en los años cuarenta y la importancia
que en paralelo gana esta noción. Con todo, es ostensible la incomodidad con la cual es tematizada.
A mediados de los años 30, Rotteck participa activamente de la elaboración del Staatslexikon junto a
Karl Welcker. Al analizar esta idea en 1836, Rotteck sostiene por la vía negativa que la mayor parte
de la población no debe ser excluida de la participación política, puesto que lo contrario implicaría
cristalizar privilegios políticos (devenidos sociales y económicos) para una elite gobernante. Con
todo, desde el punto de vista propositivo, a los efectos de determinar los criterios para conceder el
derecho a sufragar culmina afirmando la idea de que debe excluirse a aquellos que no puedan ganar
su sustento por sí mismos. Este criterio es claramente ambiguo, puesto que, si se considera sólo al
Mittelstand, es evidente que la mayor parte de la población ha de quedar sin tal derecho. Por el con-
trario, si se avanza sobre los trabajadores, no es claro determinar cuáles sean los sectores que puedan
gozar de este beneficio. Mohl, por su parte, argumentará en contra del sufragio universal en más de
una oportunidad. Sólo al final de su vida, hacia 1871, reconocerá una suerte de empuje democrático
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damián rosanovich
acordar con esta interpretación, es necesario precisar una asimetría teórica: mien-
tras que tales extremos se encuentran ya teorizados en este período, la noción de
Estado de derecho es algo que se encuentra in fieri, a pesar de que, en su esencia,
aspire a limitar las arbitrariedades del poder del Estado contra la esfera de liber-
tad del individuo. El problema que deben asumir dichas posiciones teóricas son
los cambios que se dan al interior de la sociedad civil y en su relación con el
Estado, particularmente, luego de la Revolución de Julio de 1830. El mismo
Mohl escribe un texto en 1835 advirtiendo acerca de la importancia de que el
Estado intervenga en la economía, a causa de los desequilibrios producidos entre
la estructura económica y la estructura política de la sociedad.11 Como veremos,
es Mohl uno de los que se ocuparán de caracterizar la naturaleza del Estado de
derecho, entendido como una forma estatal opuesta a la teocracia, el despotismo,
el Estado patrimonial y el Estado patriarcal.12
Uno de los intentos más singulares por ofrecer una reflexión que pueda articu-
lar el Estado de derecho se encuentra en el pensamiento de Rotteck, quien in-
tentó cristalizar una forma estatal en la cual convergieran monarquía y democra-
cia. Este tipo de Estado realizaría la voluntad general a través de un sistema
constitucional, el cual garantiza los derechos reconocidos a las personas: «liber-
tad personal, seguridad de la propiedad y del trabajo, igualdad ante la ley y el
juez».13 Para este autor no es incompatible que esta forma estatal sea monárquica
y simultáneamente democrática.14 Sólo puede haber Estado de derecho cuando se
que habría de introducir en el futuro próximo el sufragio universal «en todos los Estados». Cf. Karl
von Rotteck, «Census, insbesondere Wahlcensus», en Staats-lexikon oder Encyklopädie der sämmt-
lichen Staatswissenchaften, editado por Karl von Rotteck y Karl Welcker, Altona, Johann Friedrich
Hammerich, 1836, primera edición, t. III, pp. 366-388; Robert von Mohl, «Die geschichtliche Phasen
des Repräsentativsystemes in Deutschland», en Zeitschrift für die gesamte Staatswissenschaft, t. 27,
1871, pp. 68-69.
11. Robert von Mohl, «Über die Nachteile, welche sowohl dem Arbeiter selbst, als dem Wohlstande
und der Sicherheit der gesamten bürgerlichen Gesellschaft von dem fabrikmässigen Betrieb der In-
dustrie zugehen, und über die Notwendigkeit gründlicher Vorbeugungsmittel», en Archiv der poli-
tischen Ökonomie und Polizeiwissenschaft, 1835, p. 158, citado por Joaquín Abellán, «Estudio preli-
minar», op. cit., p. XXXVI.
12. Robert von Mohl, Die Polizei-Wissenschaft nach den Grundsätzen des Rechtstaates, Tübingen,
Verlag der Laupp’schen Buchhandlung, t. I, 1866 [1832-1833], pp. 3-9.
13. Karl von Rotteck, «Constitution; Constitutionen; constitutionelles Princip und System; consti-
tutionell, anticonstitutionell», en Staats-Lexikon..., op. cit., t. III, pp. 761-797, p. 781. A excepción de
que se indique lo contrario, todas las traducciones son nuestras.
14. Sobre el principio democrático, sostiene Rotteck: «… de ninguna manera es lo opuesto a la mo-
narquía, sino que entendemos por democracia la idea de un derecho común de los miembros del
pueblo, plenamente capaces según el derecho natural, unidos para formar una sociedad política
[Staatsgesellschaft]…», Karl von Rotteck, «Demokratisches Prinzip; demokratisches Element und
Interesse; demokratische Gesinnung», en Staats-Lexikon…, op. cit., t. IV, pp. 254-255.
378
dilemas de la representación política en el liberalismo alemán: robert von mohl
realiza el principio democrático, puesto que éste pertenece a la esencia del orden
estatal. Así Rotteck señala: «Aristocracia y monarquía son personificaciones ar-
tificiales del poder de la sociedad; únicamente la democracia es natural y por
tanto originaria».15 Empero, esto no implica que la democracia tenga que soste-
nerse sobre la práctica del sufragio universal (activo y pasivo), algo que es consi-
derado por este autor como una formalidad. Por el contrario, la esencia del
principio democrático puede ser realizada a través de una monarquía que le
conceda el lugar correspondiente al momento puramente democrático presente
en la asamblea. En este sentido, advierte Rotteck, la verdadera enemiga de la
democracia no es la monarquía sino la aristocracia, la cual, apelando a la idea de
la conducción de la sociedad en vistas del bien común, impone sus atávicos pri-
vilegios, obstaculizando la posibilidad de progreso al conjunto de la sociedad.
Así, juzga como un error histórico el hecho de que las monarquías, frente a
acontecimientos revolucionarios, se hayan apoyado tradicionalmente en sectores
aristocráticos, en lugar de hacerlo sobre las democracias.
Sin embargo, es preciso tener en cuenta que la reformulación de la noción de
Estado no es independiente de la redefinición del concepto de sociedad civil.
Como ha indicado Lothar Gall,16 el liberalismo alemán abandona la cifra prerre-
volucionaria societas civile sive res publica sin adoptar la caracterización hege-
liana de la Filosofía del Derecho, ni postular una idea de sociedad como un mero
agregado de individuos. Por el contrario, la concepción de la sociedad civil del
liberalismo alemán puede ser caracterizada por dos rasgos: (a) la presencia de
mediaciones y (b) su carácter activo frente al Estado. En primer lugar, como se-
ñala Dahlmann, en la sociedad los individuos son interpretados como ciudada-
nos que forman parte de diferentes estamentos articulados en torno a las ramas
del trabajo,17 motivo por el cual las acciones que puedan llevarse a cabo por la
sociedad en relación con el Estado habrán de ser el resultado de los actos de estos
sujetos colectivos. A la inversa, la penetración que el Estado tenga en los distin-
tos círculos sociales –tema sobre el cual insistirá Mohl– es algo que deberá estar
articulado en torno a la especificidad de cada estamento. En segundo lugar, como
indica Welcker, la participación de los ciudadanos en la vida pública es concebida
como una virtud para el orden político:
379
damián rosanovich
bien común, y al mismo tiempo, pone a los ciudadanos entre sí y con el gobierno en una interacción
recíproca que custodia la libertad.18
Constitución
18. Karl Welcker, «Association, Verein, Gesellschaft, Volksversammlung (Reden ans Volk und collec-
tive Positionen), Associationsrecht», en Staats-Lexikon.., op. cit., t. III, p. 37.
19. Damiano Canale, La costituzione delle differenze. Giusnaturalismo e codificazione del diritto ci-
vile nella Prussia del ‘700, Torino, Giapichelli, 2000, p. 118. Cf. asimismo Dieter Grimm, «Konstitu-
tion, Grundgesetz(e) von der Aufklärung bis zur Gegenwart», en Heinz Mohnhaupt y Dieter
Grimm, Verfassung. Zur Geschichte des Begriffs von der Antike bis zur Gegenwart, Berlin, Duncker
& Humblot, 1995, pp. 101-106.
20. Damiano Canale, Le costituzione delle differenze…, op. cit., pp. 12-27.
380
dilemas de la representación política en el liberalismo alemán: robert von mohl
Como han señalado Dieter Grimm21 y Michael Stolleis,22 las revoluciones nor-
teamericana y francesa, junto con sus constituciones, serán la causa de alteracio-
nes significativas en la perspectiva de análisis de lo constitucional en Alemania.
Desde el punto de vista genético, el origen de estas constituciones es inequívoca-
mente diferente al de la antigua tradición germana. Se trata de un poder consti-
tuyente revolucionario que se da una ley fundamental que se erige por oposición
al antiguo orden, respecto del cual prima facie no se reconoce deuda alguna. El
nuevo orden se determina a través de un ideario en muchos tópicos incompatible
con el precedente (v. g. los privilegios), y a fin de clausurar la posibilidad del
retorno de los viejos institutos jurídicos del pasado, este nuevo orden constitu-
cional ofrece una estructuración novedosa, la cual no puede consistir meramente
en contenidos (v. g. distribución de las prerrogativas estamentales en el conjunto
de la sociedad). La formulación más acabada de este giro conceptual puede en-
contrarse en el artículo 16 de la Declaración de los Derechos del Hombre: «Toda
sociedad en la cual la garantía de derechos no esté asegurada, ni tampoco esté
determinada la separación de poderes, no tendrá una constitución».23 Estos dos
requisitos tendrán una importancia capital para pensar el Estado en el siglo XIX,
y en particular, el Estado de derecho, tanto desde la perspectiva del süddeutscher
Konstitutionalismus, muy cercano al liberalismo alemán, como desde el constitu-
cionalismo del noreste, de cuño más conservador. Esto presenta al menos dos
problemas atendibles: en primer lugar, los textos precedentes así llamados cons-
titucionales (como el Allgemeines Landrecht de 1794) ya exhibían una separación
de derechos y garantías. En efecto, la estructura de los privilegios no sólo se
encontraba presentada y desarrollada sino también justificada.24 La fundamenta-
ción más usual que buscaba sostener esta división de la sociedad era el bien co-
mún del conjunto de la sociedad, y no meramente de la parte prima facie benefi-
ciada por tales prerrogativas. Asimismo, aunque no hay algo así como garantías
constitucionales en el Allgemeines Landrecht, es posible encontrar allí la presen-
21. Dieter Grimm, «Konstitution, Grundgesetz(e) von der Aufklärung bis zur Gegenwart», op. cit.,
pp. 107-108.
22. Michael Stolleis, Geschichte des öffentlichen Rechts in Deutschland [t. II: Staatsrechtslehre und
Verwaltungswissenschaft 1800-1914], München, C. H. Beck, 1992, pp. 99-102.
23. «Déclaration des droits de l’homme et du citoyen», en Les déclarations des droits de l’homme (Du
Débat 1789-1793 au Préambule de 1946), editado por Lucien Jaume, Paris, Flammarion, 1989, p. 16.
24. Como sostiene Heinz Monhaupt, la estructura de privilegios estamentales en el siglo XVIII se
encontraba sostenida desde el punto de vista argumentativo en la promoción del bien común del
orden político. Cf. Heinz Mohnhaupt, «Privilegien und “gemeines Wohl” im ALR sowie deren Be-
handlung durch die Theorie und Praxis im 19. Jahrhundert», en Barbara Dölemeyer y Heinz Moh-
nahupt (comps.), 200 Jahre Allgemeines Landrecht für die Preußischen Staaten: Wirkungsgeschichte
und internationaller Kontext, Frankfurt am Main, Klostermann, 1995, pp. 125 y ss.
381
damián rosanovich
25. Como ha señalado Martin Hecker, los actores responsables del desplazamiento semántico se en-
contrarán en la publicística revolucionaria y el constitucionalismo napoleónico. En sus palabras: «No
antes de las revoluciones del siglo XVIII que termina se consuma el tránsito de una comprensión
conceptual ontológica a una normativa. Constitución [Verfassung] significará ahora la reglamenta-
ción general uniforme y formal de las relaciones entre sociedad y Estado, las cuales, partiendo de la
función política de la seguridad de las libertades individuales, y bajo la recepción de la representación
del pouvoir constituant del pueblo, ante todo, constituyen, legitiman y limitan la autoridad del Estado
con su división de poderes, bajo la determinación de las modalidades de su desarrollo», Martin Hec-
ker, Napoleonischer Konstitutionalismus in Deutschland, Berlin, Duncker & Humblot, 2005, p. 39.
Esta deriva habrá de ser una alternativa en el sudoeste alemán frente al dilema entre el atraso y la
revolución, en cierto modo apoyada, entre otros, por Hegel, quien en una carta del 11 de febrero de
1808, afirmaba: «Hace medio año bromeaba con el Sr. von Welden, quien más que nada como pro-
pietario, teme la introducción del Código Napoleónico. Le decía que a los príncipes alemanes les
sería imposible no poder tener la amabilidad de hacerle el cumplido al emperador francés de adoptar
y aceptar la obra en la cual él mismo había trabajado y que consideraba como su obra personal […]
No obstante, los alemanes siguen todavía ciegos [blind] como hace veinte años […] Pero la impor-
tancia del Código no puede ser comparada a la importancia de la esperanza de que, junto con él, se
introduzcan en Alemania otras partes de la constitución [Konstitution] francesa o westfaliana»,
Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Briefe von und an Hegel, editadas por Johannes Hoffmeister, Ham-
burg, Felix Meiner, 1952, t. I, pp. 217-219.
382
dilemas de la representación política en el liberalismo alemán: robert von mohl
Como la Confederación Germánica está formada, a excepción de las ciudades libres, por príncipes
soberanos, en virtud de este concepto fundamental el poder total del Estado ha de permanecer unido
[vereinigt] en el jefe del Estado. Los estamentos tendrán coparticipación [Mitwirkung] sólo en el
ejercicio de determinados derechos y en razón de una constitución representativa estamental con
carácter vinculante para el soberano.27
26. Cf. Ernst R. Huber (comp.), Dokumente zur deutschen Verfassungsgeschichte [Deutsche Verfas-
sungsdokumente 1803-1850], Stuttgart, Kohlhammer, t. I, 1992, p. 88.
27. Idem, p. 99.
383
damián rosanovich
28. Karl von Rotteck, «Demokratisches Prinzip; demokratisches Element und Interesse; demokratis-
che Gesinnung», en Staats-Lexikon…, op. cit.
29. Ernst R. Huber, «Das Bismarcksche Reichsverfassung im Zusammenhang der deutschen Verfas-
sungsgeschichte», en Ernst W. Böckenförde, y Reiner Wahl (comps.), Moderne deutsche Verfassungs-
geschichte, Regensburg, Anton Hain, 1981, pp. 171-207.
30. Ernst W. Böckenförde, «Der deutsche Typ der konstitutionellen Monarchie im 19. Jahrhundert»,
en Recht, Staat, Freiheit, Frankfurt am Main, Suhrkamp, 2006, pp. 273-305.
31. Carl Schmitt, Verfassungslehre, Berlin, Duncker & Humblot, 1993, § 3.
384
dilemas de la representación política en el liberalismo alemán: robert von mohl
sugerente pero insatisfactoria a los efectos de dar cuenta del momento genético-
fundacional del orden político, que, por su parte, es puesto en discusión siste-
máticamente por la crítica social que habrá de radicalizarse en términos revolu-
cionarios hacia 1848.32 Contrariamente a la tesis de Schmitt, Boldt ha interpretado
este proceso en otra clave de lectura. A su entender, el principio monárquico
del Vormärz define claramente una soberanía del monarca que se opone a la
soberanía popular, determinación que, en términos constitucionales, aparecería
con las vestimentas de la monarquía constitucional. Los ropajes constituciona-
les con los cuales habría sido ataviada la forma política premarcista no debería
quitar la atención del carácter inequívoco que la soberanía del monarca habría
presentado en el período, como un intento de detener las diferentes formas de
soberanía popular.33
De aquí que pueda pensarse la discusión entre Huber y Böckenförde a partir
de un concepto fundamental del Estado. Esto no implica necesariamente que,
como tal, históricamente la monarquía constitucional no haya sido más o menos
satisfactoria para los actores que formaron parte de ella. Por el contrario, se trata
de evaluar filosóficamente su coherencia interna, la cual fue discutida por el li-
beralismo alemán durante treinta años. Más concretamente, esta controversia
pasaba por analizar si este dualismo contribuía positivamente u obstaculizaba el
reiterado problema de la unidad alemana, al mismo tiempo que determinaba o
no al titular de la soberanía y exponía de manera satisfactoria una representación
política para los actores en cuestión. Gran cantidad de los textos publicados en
vísperas de la Revolución de 1848 supondrán una combinación nefasta para mu-
chos de los liberales alemanes: la falta de resolución del dilema constitucional –
cifra que, recordemos, habría sido la encargada de superar el viejo dualismo en-
tre atraso y revolución– habría activado nuevamente este dilema, poniendo en
discusión otra vez la pertinencia y eventual necesidad de una revolución en
Alemania para poder alcanzar los resultados no ofrecidos por la reforma. He
aquí que Mohl escribe en el contexto revolucionario una serie de cartas34 desti-
nadas a identificar la revolución con la guerra civil, y su consecuente destrucción
de todo el orden político; y a impugnar el presunto éxito de los Estados Unidos
basado en el origen revolucionario de su gobierno. De manera no menor, la re-
volución habrá de aparecer en estos autores como la antítesis de toda solución
posible al problema de la unidad de los Estados alemanes, cuestión que se solapa
32. Cf. Peter Wende, Radikalismus im Vormärz: Untersuchungen zur politischen Theorie der frühen
deutschen Demokratie, Wiesbaden, Steiner, 1975, cap. III.
33. Hans Boldt, Deutsche Staatslehre im Vormärz, op. cit., cap. 1.
34. Véase nota 3.
385
damián rosanovich
35. Sobre la derrota política del liberalismo frente al nacionalismo de Bismarck, véase Heinrich Au-
gust Winkler, Liberalismus und Antiliberalismus. Studien zur politischen Sozialgeschichte des 19. und
20. Jahrhunderts, Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 1979, pp. 36-51.
36. Hans Boldt, Deutsche Staatslehre im Vormärz, op. cit., cap. 2.
37. Mohl dedica un libro exclusivamente a tematizar la cuestión: «Die Verantwortlichkeit der Minis-
ter in Einherrschaften mit Volksvertretung», Tübingen, Verlag der Laupp’schen Buchhandlung, 1837.
En especial véase pp. 3-13.
38. Un tema no menor relacionado con éste es el de la burocracia. Para Mohl, en la medida en que el
funcionariado desarrolle un interés propio dependiente de la suerte del monarca, se corre el riesgo de
que se convierta en una suerte de poder paralelo al del Estado. Mohl tematiza la importancia de es-
tablecer controles para la burocracia del Estado a los efectos de evitar la conformación de dicho po-
der. Cf. Robert von Mohl, «Über Büreaukratie» [1846], en Staatsrecht, Völkerrecht und Politik, op.
cit., t. II, pp. 109-112.
386
dilemas de la representación política en el liberalismo alemán: robert von mohl
39. Carl Schmitt, Verfassungslehre, op. cit., § 24. La lectura de Schmitt es acertada, si se tiene en
cuenta, por ejemplo, la muy escasa presencia de un debate sobre la soberanía. Sin embargo, si se
suscribe la idea de que lo que se trata de evitar es la revolución (para Mohl, consecuentemente, la
guerra civil), no sería ciertamente una fórmula satisfactoria la de la soberanía de la ley. En este sen-
tido, al menos en los textos dedicados a la cuestión de la representación, Mohl no utiliza ni sugiere
esa cifra para referirse al orden jurídico político teorizado.
40. Klaus von Beyme, «Einleitung» a Robert von Mohl, Politische Schriften, Köln/Opladen, Wes-
tdeutscher Verlag, 1966, pp. XXVIII-XXXIII.
41. Señala Mohl: «... esta corrupción no contiene, de ninguna manera, intenciones necesariamente
inmorales o perjudiciales para el Estado, ni implica medios de aplicación viles». En el sistema de co-
rrupción se compra la unidad de los poderes estatales al precio de la aversión y la insatisfacción de la
mayoría del pueblo, cf. Robert von Mohl, «Das Repräsentativsystem, seine Mängel und die Heilmit-
tel», op. cit., p. 395.
387
damián rosanovich
Foja de servicio
42. Nacido en Stuttgart en 1799, falleció en Berlín en 1875. Estudió derecho en Tübingen y Heidel-
berg, y se doctoró en 1821 con una tesis sobre la diferencia entre la constitución estamental y la
constitución representativa. Fue profesor universitario y fundó en 1844 la revista Zeitschrift für die
gesamte Staatswissenschaft. Asimismo, tuvo una actividad política intensa, ya que en 1848 fue parla-
mentario en la Asamblea Nacional de Frankfurt, en 1857 fue representante en el parlamento de Ba-
den, en 1861 en el Bundestag de Frankfurt y en 1874 fue elegido diputado para el Reichstag en Berlín.
Entre sus numerosos textos, es preciso mencionar los siguientes: Staatsrecht des Königreichs Württ-
emberg (1829-1831), Die Polizeiwissenschaft nach den Grundsätzen des Rechtstaats (1832-1834), y
tres grandes obras en donde se compilan una gran cantidad de artículos: Die Geschichte und Literatur
der Staatswissenschaften (tres tomos, 1855-1858), Enzyklopädie der Staatswissenschaften (1859) y
Staatsrecht, Völkerrecht und Politik (tres tomos, 1860-1869). Sobre aspectos biográficos de Mohl,
puede consultarse Erich Angermann, Robert von Mohl, 1799-1875. Leben und Werk eines altlibera-
len Staatsgelehrten, Neuwied, Luchterhand, 1962; E. Meier, «Robert von Mohl», en Zeitschrift für
die gesamte Staatswissenschaft, t. 34, cuaderno 3, 1878, pp. 431-528; Joaquín Abellán, «Liberalismo
alemán del siglo XIX: Robert von Mohl», op. cit., pp. 123-146.
43. La única obra traducida de Mohl al español es una selección de textos realizada por Joaquín
Abellán, aparecida en Liberalismo alemán en el siglo XIX (1815-1848), op. cit., pp. 149-196.
44. Entre ellos, pueden destacarse: «Die Verantwortlichkeit der Minister in Einherrschaften mit Vo-
lksvertretung», 1837; «Das Repräsentativsystem, seine Mängel und die Heilmittel», 1852; «Über die
verschiedene Auffassung des repräsentativen Systemes in England, Frankreich und Deutschland»,
1846; «Die geschichtlichen Phasen des Repräsentativsystemes in Deutschland», 1871; y nuestro tra-
bajo, aparecido en 1860.
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dilemas de la representación política en el liberalismo alemán: robert von mohl
45. Robert von Mohl, «Polizei», en Staats-Lexikon..., op. cit., t. 12, 1841, p. 644.
46. Idem, p. 645.
47. Idem, p. 644.
48. Mohl define el concepto de policía como «... el conjunto de todas las diferentes instituciones que,
mediante la utilización del poder del Estado, tienden a remover los obstáculos que impiden el desa-
rrollo completo de las fuerzas del hombre, que no pueden ser superados o pueden serlo sólo de
manera imperfecta por la fuerza del individuo, pero que sí pueden ser eliminados utilizando la fuerza
común de los ciudadanos», idem, p. 646.
49. Idem, p. 648.
389
damián rosanovich
de manera ad hoc sino –a juicio de Mohl– articulada con una concepción ato-
mista y egoísta del individuo.50
Es preciso señalar que esta asistencia no sólo tiene un sentido inicialmente
material, sino que incumbe el «fomento de la formación intelectual» y «la forma-
ción de la sensibilidad estética», puesto que la experiencia muestra que sin la
presencia del Estado las asociaciones privadas y las fundaciones no pueden alcan-
zar a dotar a los individuos de las condiciones mínimas para el desarrollo de sus
fuerzas espirituales y materiales. Sin embargo, Mohl advierte la importancia de
tener en cuenta la posible colisión entre los deseos e intereses de los individuos,
y la decisión del Estado acerca de la satisfacción de éstos. En lo relativo a la ad-
ministración de justicia este conflicto no se presenta, ya que prima facie los ciu-
dadanos y sus respectivos derechos, al menos idealmente, han de ser protegidos
por igual.
Ahora bien, en cuanto al momento asistencial, es evidente que la autoridad es-
tatal debe evaluar y decidir acerca de las diferentes demandas de la sociedad, ya
sea por (a) la escasez de medios para poder satisfacer las necesidades de asistencia,
ya sea por (b) la decisión política de promover, censurar o sencillamente no fo-
mentar determinadas actividades al interior del Estado. Es evidente que una
consecuente concepción de la vida del individuo como un ser egoísta tiene como
correlato el posible conflicto entre (a) la convergencia no armonizable de deman-
das insatisfechas por parte de individuos guiados sólo por su autointerés y (b) el
intento deliberado de que el Estado busque asistir y fomentar cualquier capricho
de lo particular. En este sentido, es claro que existe una dimensión conflictiva en
la conducción de lo múltiple hacia lo uno presente en la decisión del Estado que
necesita de una mediación. ¿Cómo es posible articular de otra manera la relación
entre lo multiforme de la menesterosidad presente en la experiencia y la decisión
del Estado acerca de la asistencia a la sociedad? Se podría subrayar el matiz de
eficacia presente en este problema, distinguiendo entre una utilización racional y
una irracional de los recursos (materiales o espirituales) en cuestión. No obstante,
con anterioridad al problema de la eficacia es preciso afrontar el problema de la
decisión ético-política que el Estado, bajo la concretización del sujeto titular de
la soberanía, toma acerca de una dirección del conjunto de la sociedad. En este
sentido, es posible afirmar que el correlato del problema de la mediación entre lo
50. Por esta razón Mohl es crítico del nacionalismo, ya que esta doctrina pone al individuo como un
medio para la realización de la nación en lugar de ponderarlo como un fin en sí mismo, obstaculi-
zando su libertad y desarrollo espiritual: «Todos aquellos planes de la así llamada educación nacional,
con los que se oprime la autodeterminación espiritual y la actividad libre de los ciudadanos, y con los
que todo se forma según un único plan, no son compatibles con las ideas básicas del Estado de dere-
cho», idem, p. 662.
390
dilemas de la representación política en el liberalismo alemán: robert von mohl
… el Estado no radica sólo en la satisfacción de los deseos e intereses de los particulares, sino que
está formado por la promoción de los fines de la vida resultantes de la cultura concreta de la totalidad
de un pueblo, siempre y cuando ésta necesite de un apoyo por medio de un orden y de un poder
unificado.51
51. Robert von Mohl, Encyclopädie der Staatswissenschaften, Tübingen, Verlag der Laupp’schen
Buchhandlung, 1859, p. 507.
391
damián rosanovich
52. Mohl sostiene: «En los círculos sociales se reúnen aquellos que no pueden alcanzar individual-
mente un interés común y por ello se reúnen en un vínculo voluntario […] el aislamiento constituye
la regla, pero el círculo social es un complemento necesario. Y del mismo modo se relaciona en un
nivel más alto con el Estado. Sólo la insuficiencia de los vínculos sociales y la necesidad de un orden
y de la conservación del derecho bajo estos mismos conduce a un Estado global y homogéneo. El
principio yace también en el hecho de que la autonomía del individuo y en segundo lugar la del cír-
culo social, ambas se complementan y se ordenan por medio de una idea uniforme y el poder sobe-
rano del Estado», idem, p. 324. Como señala Sandro Chignola, «[estos círculos] denotan para von
Mohl la existencia de dinámicas de socialización aestatales –por no decir explícitamente extra-estata-
les– de los sujetos, destinadas a agregar y a diferenciar entre los grupos de individuos sobre la base
de la materialidad y la diversificación concreta de intereses», Sandro Chignola, Fragilo cristallo. Per
la storia del concetto di società, Napoli, Editoriale Scientifica, 2004, p. 301.
53. Mohl afirma: «Los círculos sociales, sus intereses y sus logros son de importancia muy variada
para la vida del pueblo en el Estado y para su vitalidad (geistige Regsamkeit); pero más allá de esto
hay que destacar que el Estado procede de tales círculos necesaria y convenientemente, en muy dife-
rentes grados», Robert von Mohl, «Das Repräsentativsystem, seine Mängel und Heilsmittel», op. cit.,
p. 437. Si bien es cierto que, como señala P. Wende, por momentos la exposición de los círculos so-
ciales evoca las mediaciones hegelianas estamentales entre individuo y sociedad, hay una diferencia
importante que subrayar. Como para Lorenz von Stein, para Mohl la sociedad exhibe una autonomía
respecto del Estado que exige una perspectiva de análisis desde un punto de vista social. Como es-
cribe Maurizio Fioravanti: «[para Mohl] La realidad social no es una creación de la voluntad de los
individuos o del Estado, sino que posee una autonomía y una objetividad de la cual es necesario to-
mar las expresiones para una correcta consideración científica. Precisamente, la doctrina de la socie-
dad tiene la tarea de investigar las leyes que preceden a la formación de esta realidad social, que no
pueden considerarse como idénticas con aquellas de la voluntad individual o estatal», Maurizio
Fioravanti, Giuristi e constituzione politica nell’ottocento tedesco, Milano, Giuffrè, 1979, p. 170.
392
dilemas de la representación política en el liberalismo alemán: robert von mohl
…se requiere que el príncipe considere como una necesidad política dirigir la administración con-
forme a la mayoría correspondiente de la cámara parlamentaria y, según esto, que no sólo elija sus
consejeros oficiales sinceramente y sin reservas, sino que gobierne y deje gobernar según sus opinio-
nes […] No se le impone ningún servidor determinado o concreto; pero él no podrá elegir, sin des-
ordenar y paralizar la administración entera, a ninguno que estuviera en contradicción con la orien-
tación política necesaria en ese momento.56
393
damián rosanovich
394
dilemas de la representación política en el liberalismo alemán: robert von mohl
conicet
Universidad de Buenos Aires
395
El concepto Robert von Mohl
de representación
en relación con la totalidad del mundo estatal1
I. Determinación conceptual
1. Trabajo publicado en von Mohl, Robert, Staatsrecht, Völkerrecht und Politik, t. I, Tübingen, Ver-
lag der Laupp’schen Buchhandlung, 1860, pp. 3-32.
2. [Como es usual en la lengua alemana, Mohl utiliza los términos Vertretung, Stellvertretung y Re-
präsentation para referirse a lo que en español llamamos representación. Si bien hoy en día las prime-
ras dos voces suelen utilizarse para dar cuenta de la representación en el ámbito privado, y la última
se reserva para el ámbito público, es posible afirmar que dicha distinción no se encontraba consoli-
Desde el instante en que el servicio público deja de ser el principal interés de los ciudadanos y que
prefieren servir con su bolsa antes que su persona, el Estado se encuentra ya cerca de su ruina. ¿Hay
que ir a la guerra? Pagan tropas y se quedan en casa. ¿Hay que ir al Consejo? Nombran diputados y
se quedan en casa. A fuerza de pereza y de dinero, acaban por tener soldados para sojuzgar la patria
y representantes para venderla […] La soberanía no puede ser representada, por la misma razón por
la cual no puede ser enajenada; consiste esencialmente en la voluntad general, y la voluntad no se
representa; es la misma o es otra; no hay término medio. Los diputados del pueblo no son, pues, ni
pueden ser sus representantes, no son más que sus mandatarios; no pueden concluir nada definitiva-
mente. Toda ley no ratificada por el pueblo en persona es nula; no es una ley.3
dada en la primera mitad del siglo XIX. En este texto, mientras que los dos primeros términos son
utilizados para referirse al ámbito privado o al público, la voz Repräsentation es reservada para el
ámbito público. Con todo, consciente de la cuestión, en reiterados pasajes del texto Mohl hace refe-
rencia a la importancia de distinguir entre ambos ámbitos. Dado que es el tema preciso del artículo,
ponemos los citados términos entre corchetes cuando sea oportuno].
3. Jean-Jacques Rousseau [«Du contrat social», en Oeuvres complètes, editadas por Bernard Gagne-
bin y Marcel Raymond, Paris, Gallimard, 1964, t. III, L. III, cap. XV, pp. 428-430. La traducción es
nuestra].
4. François Guizot, Histoire des origenes de gouvernement répresentativ en Europe, Bruxelles, So-
cietè typographique belge, 1851, t. II, «Lección 10», pp. 95 y ss.
398
el concepto de representación en relación con la totalidad del mundo estatal
por el mismo Rousseau y haría imposible todo tipo de orden de la sociedad civil
y del Estado. O bien, sólo a través de un conjunto de inconsecuencias podría ser
defendido el nombramiento de un representante [Stellvertreter] para el ejercicio
de la voluntad de otros, donde uno sólo podría tener nuevamente la elección
entre dos fundamentos igualmente malos, a saber, entre una dependencia incon-
dicional y casi esclava del representante, quien solamente tendría que llevar a
cabo los mandatos conferidos a él por sus representados particulares; o respecto
de un dominio absoluto del diputado, derogatorio de toda autonomía y libertad
del pueblo. La propia doctrina de Guizot expresa que no es la voluntad humana
sino que son las altas leyes de la razón, de la justicia y de la eticidad las que están
autorizadas a constituir el derecho, y que los elementos de la razón, diseminados
entre los hombres y desigualmente distribuidos, deben ser reunidos y realizados
en el poder público. Pero aquí, entonces, el mejor medio para esto sería una
elección de los representantes por parte de la multitud del pueblo reunida.
Por respeto a estos pensadores podemos permitirnos oponer algunas conside-
raciones para ambas doctrinas. La condena de Rousseau de la representación del
pueblo se refiere, teóricamente, a una reconocida comprensión (extendida y
errada) de la soberanía y de su relación con el pueblo; prácticamente, remite a
una presuposición espacial y económicamente muy restringida a relaciones que
no tienen lugar en la mayoría de los Estados modernos. Pero el testimonio de
Guizot acerca de la necesidad de una representación no es superficial sino que
compromete otras objeciones decisivas. Según los conceptos filosófico-jurídicos
de la infinita mayoría de los pensadores, es una afirmación errónea decir que la
voluntad humana (bien expresada exteriormente) no puede ejercer ningún dere-
cho. Por tanto, existe una idea flamante pero poco clara según la cual, hasta
donde sabemos, los fragmentos dispersos en una masa desigual deben ser unidos
por la razón para la generación de las leyes inviolables. Por último, existe un gran
salto de dicha necesidad de unión al hecho de la auténtica reunión por medio de
una elección de hombres particulares del pueblo. ¿Dónde hay algún tipo de se-
guridad de que precisamente estos elegidos han de ser los portadores de los
fragmentos de racionalidad?
Afortunadamente, es posible emprender un camino distinto para la fundamen-
tación del sistema representativo. No sólo es posible sino incluso muy conve-
niente responder a la pregunta de qué es la representación y cómo se relaciona en
absoluto este concepto con las instituciones humanas, algo mucho más fácil de
comprender, inmediatamente a partir de la vida.
Sin preocuparse por las contradicciones, dos hechos pueden ser aceptados no
sólo como correctos, sino también como pertenecientes a relaciones y modifica-
ciones diferentes. En primer lugar, muy frecuentemente ocurre que un hombre
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el concepto de representación en relación con la totalidad del mundo estatal
5. [El término remite a la capacidad que, a través de la representación, los particulares le conceden al
representante, sin referirse necesariamente a la teoría del pacto social del contractualismo].
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otro sólo puede ser deshonesta en dos casos: cuando esto acontece a partir de un
móvil en y por sí despreciable o cuando, previsiblemente, por medio de esto un
fin útil es obstaculizado o puesto en peligro. Ninguno de estos casos se da aquí.
Los fundamentos de la transferencia del derecho público al representante de
ninguna manera constituyen, necesariamente, un acto de cobardía y comodidad,
tal como Rousseau supone, y su éxito no debe ser entendido como traición a la
patria. Por el contrario, la demanda de representantes en la mayoría de los casos
es una necesidad, de otro modo el derecho mismo sería ineficaz, y la experiencia
nos enseña que los representantes prestan grandes servicios. Cuando también, en
cierto modo, en casos particulares la administración del derecho público fuera
posible a través de la totalidad de los hombres competentes, siempre podríamos
preguntarnos si acaso esa tarea no sería incompatible con la obtención de fines
esenciales de la vida (v. g. que exigen demasiado tiempo). Si esta cuestión fuera
respondida afirmativamente, el cuidado propio del derecho debería ser conside-
rado como irracional y consecuentemente deshonesto. Por último, aquello que
concierne a la finalidad de la representación depende demasiado de los órganos
en particular como para que esto pueda resolverse de manera absoluta en un
juicio normativo. En todo caso, sólo cuando exista una elección entre una impo-
sibilidad plena de un ejercicio del derecho propio e inmediato y de transferencia
de éstos a un representante particular, no podrá haber duda alguna acerca de la
finalidad de la última medida. Como ya ha sido señalado, dicha imposibilidad no
es algo que sea infrecuente. La cuestión no puede consistir en discutir las even-
tuales desventajas de la transferencia de derechos en oposición a su ejercicio de
in abstracto; sino que más bien se trata sólo de tipificar tales medios en particular,
asegurar cuáles ventajas son apropiadas y qué inconvenientes han de evitarse.
Sería oportuno notar que el tipo de derecho y de interés no marcan ninguna di-
ferencia en la conveniencia de una representación. En efecto, de una u otra ma-
nera, en sí misma será siempre posible una representación [Stellvertretung] si las
competencias y los derechos en cuestión pueden influir inmediata o sólo media-
tamente sobre la decisión de un asunto estatal; si éstas pueden consistir en la
participación en una acción, en su control o en una acción independiente; si se
trata de una decisión [Beschluss] o sólo de un consejo o de un pedido; o si final-
mente, el pueblo en su totalidad o sólo esta o aquella parte de él tenga un derecho
semejante. Con esto también es defendible la aplicación de la idea de representa-
ción [Vertretung] al derecho público en general, discusión que ahora es posible
tratar con más proximidad.
Sin embargo, ante todo, a tal efecto es necesario determinar con precisión el
concepto de representación [Repräsentation]. Los diferentes usos concretos de la
noción de representación [Vertretung] no infrecuentemente han dado como re-
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culante tampoco puede evadirse de una manera indirecta, por ejemplo, por medio
de una señal de desconfianza, un exhorto a dimitir en el cargo, entre otras; o del
lado de los representantes, a través de promesas vinculantes antes de la elección
o con ocasión de éstas. Por otra parte, cuando tengan lugar las representaciones
generales emanadas de las elecciones, deberán realizarse nuevas elecciones en es-
pacios de tiempo no demasiado grandes. Así, una patente contradicción entre la
opinión y el modo de actuar de representantes y representados encuentra una
solución a corto plazo, y antes de la entrada de un incurable malhumor contra la
completitud del orden estatal, por medio de la relación de un nuevo miembro
previsible que se comporte de manera más afín al elector.
Hasta aquí se encuentra detalladamente la discusión y justificación del con-
cepto existente de representación. Pero es preciso hacer otras dos consideracio-
nes ulteriores a fin de clarificar inequívocamente este asunto. En primer lugar, es
preciso llamar la atención sobre el hecho de que el concepto de representación
no puede meramente padecer una aplicación en los asuntos generales, esto es,
relacionados con la totalidad del Estado. En rigor, no hay nada más fácil que
usarlo como el mismo ordenamiento también respecto de los meros asuntos lo-
cales o por lo demás particulares. Esto puede ser indudable cuando una provincia
particular o incluso un distrito tuviera derechos e intereses especiales, cuya re-
presentación fuera gestionada por la autoridad pública local competente por
medio de una representación de la región participante. De igual modo, sería
plenamente posible una representación en la administración de los municipios
particulares si, o bien el número de habitantes fuera demasiado grande como para
ser convocados a una asamblea, o bien se quisiera ahorrar el esfuerzo y la pérdida
de tiempo de reuniones generales. Finalmente, puede pensarse en una represen-
tación de los involucrados frente al gobierno en géneros particulares de asuntos
públicos. Por ejemplo, podría darse el caso del representante del acreedor del
Estado frente al de la deuda pública del Estado. Con ocasión de una modifica-
ción en las relaciones fundamentales impositivas o en la supresión de las condi-
ciones de servidumbre podrían ser convocados provechosamente representantes
de los beneficiarios o de los obligados, quizás ambos. Bajo ciertas circunstancias
podrían estar presentes representantes de asociaciones eclesiásticas no mera-
mente al interior mismo de la asociación, sino también frente al gobierno, etc. En
todos estos casos, de manera ordenada y efectiva, se alcanzaría el fin de hacer
posible una influencia legal en los asuntos del Estado por parte de los represen-
tados, de lo cual no se sigue que aquí no esté presente un desarrollo significativo
de las relaciones estatales en esta dirección.
En segundo lugar, es necesario hacer una advertencia frente a una confusión de
la representación con algunos fenómenos más o menos similares, los cuales, con
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el concepto de representación en relación con la totalidad del mundo estatal
tación y el cargo asociado a ella. No obstante, sea por un resabio histórico, sea por
una nueva determinación a causa de razones políticas, cuando existen prerrogati-
vas de este tipo junto a las constituciones representativas de algunos Estados, e
incluso son introducidas en ellas y se vinculan a la totalidad del orden, no se ex-
pone en particular la esencia característica de esta autoprerrogativa y se desvanece
en una interpretación confusa. Pero ha de permanecer siempre en su singularidad
respecto de una incisiva interpretación política y jurídica. Finalmente, el concepto
de representación ha de estar ausente sólo allí donde tenga lugar un departamento
de asuntos públicos entre una comisión y la totalidad de los pactantes. Como
ejemplo de ello puede pensarse en el Senado veneciano, que ejercía el derecho que
no correspondía a la gran asamblea de nobles, lo cual no ocurría por su encargo,
sino como consecuencia de una posición alcanzada por ley. E incluso esto es así
donde una comisión más estrecha y una más amplia exista en municipios particu-
lares, donde cada uno ejerza su propio derecho. Ésta no convoca al representante
de manera autónoma sino por medio de la ley. En un órgano así, cada grupo tiene
su propio derecho, a través del cual, por tanto, actúa el órgano mismo. La prerro-
gativa más grande que corresponde al grupo menos numeroso no constituye la
transferencia de la multitud, sino una tarea asignada directamente a través de la
ley. Cuando, como ocurre naturalmente, las acciones de las pequeñas delegacio-
nes [Behörde] realizadas dentro de su competencia también obligan a las más
grandes, esto no es así por el hecho de que estas últimas hayan dado una orden,
sino porque ellas se hallan subordinadas en esta relación.
II. Historia
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Apenas merece ser señalado que en las teocracias y los despotismos asiáticos y
africanos no era, ni aún hoy es, posible hablar de un derecho de los súbditos a
tomar parte de los asuntos del Estado. Por el contrario, la otra condición faltaba
en los Estados de la Antigüedad clásica. En efecto, aquí existía una decisiva –por
no decir exclusiva– participación, ya de las clases aristocráticas, ya de la totalidad
de los ciudadanos. Pero ni los griegos ni los romanos concibieron un derecho
estatal ejercido solamente a través de un representante. Cada ciudadano estaba
tan inmediatamente vinculado al Estado, tomaba parte tan plenamente en la vida
pública, su concepto de libertad coincidía tanto con el de una participación en los
asuntos públicos, que no había lugar alguno para un intermediario. Al sugerirles
el hecho de dejar ejercer derechos políticos a través de unos pocos particulares
procedentes del propio medio, estos pueblos habrían divisado en esta propuesta
un derecho tan pequeño, que semejante ordenamiento habría sido más bien con-
cebido como una pérdida absoluta, la cual habría sido entendida como una burla
ignominiosa. Además existían en esos tiempos y en esos países sólo constitucio-
nes donde tampoco era impensable el ejercicio propio de los derechos correspon-
dientes (más allá de su alcance) de la multitud congregada.
Tampoco en el Medioevo alemán fue descubierta la representación y nada
puede ser más erróneo que atribuir esto a la condición de los alemanes todavía
en su patria o a las formas de los reinos originados en las provincias romanas
conquistadas. La conocida tesis de Montesquieu, según la cual el gobierno repre-
sentativo habría sido encontrado en los bosques alemanes, es incorrecta, así
como muchas de sus afirmaciones destellantes. En los bosques alemanes sólo
había asambleas generales de hombres libres reunidos, pero ningún tipo de reu-
nión de legisladores. Y de igual modo, en el Campo de Marte y en el Campo de
Mayo de Franconia existieron quizás asambleas de aristócratas profanos y espi-
rituales, así como existieron asambleas de los convocados a la exhibición general
de armas y al ejército aprobado por la declaración del rey y de sus vasallos, pero
nunca representantes. Las instituciones auténticamente germanas de los anglosa-
jones no conocieron en la Witenagemot6 ningún tipo de representante electo,
sino sólo particulares, y en sentido estricto, comparecientes [Erscheinende]. Aun
el orden feudal señala en su esencia nada más que la participación personal de
grandes barones, arzobispos y abades. Algo similar puede decirse de la dieta
imperial de los emperadores alemanes hasta la caída de los Hohenstaufen, de los
Parlamentos de los barones normandos luego de la conquista o los de los reyes
6. [La Witenagemot (traducido como concilium o synodum) era una institución del derecho anglosa-
jón de la Alta Edad Media. Constituía un consejo de sabios u hombres notables que tenían la función
de asesorar al rey].
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dos siglos liquidaron totalmente los estamentos generales del reino y sólo en al-
gunas provincias particulares todavía fueron dejadas huellas del derecho local y
entonces también de la representación. Pero la mundialmente estremecedora re-
volución de 1789 alzó de un momento a otro la representación a una altura nunca
conocida antes, en la cual entonces se ha sostenido, pero con fines alternantes y
opacados, en particular en los momentos presentes. Desde Francia se ha infil-
trado la representación popular en todas las monarquías, con la única excepción
de Rusia, ya como un fenómeno permanente, ya como transitorio. Particular-
mente en Alemania, donde las ciudades han conseguido sólo una miserable posi-
ción en el Reichstag, donde también en los territorios particulares (con la excep-
ción de Sachsen, Mecklenburg y Württemberg) la representación no logró
alcanzar ninguna gran importancia, e incluso en la mayoría de los lugares ha in-
volucionado, también en Alemania la representación popular ha echado nuevas
raíces a consecuencia de los fenómenos franceses, conquistando ahora –en torno
a la mitad del siglo XIX– una posición muy influyente en la vida del Estado. Ésta
tampoco ha podido arraigarse en el organismo general de la federación. Ante
todo, ha sido prometida pero no introducida en Austria, e incluso no a menudo
todavía tiene que luchar en los pequeños Estados por el reconocimiento de sus
derechos y de su importancia. Así, con toda probabilidad, no se trata de un re-
troceso repetido, sino, por el contrario, de una consolidación y expansión del
concepto. De igual modo (se puede presumir que) ella está presente con funda-
mentos sólidos en Bélgica y Holanda, en los tres reinos escandinavos, en Pie-
monte, e incluso en España y Portugal, tanto como en la Grecia todavía semio-
riental. También fuera de Europa la representación popular ha obtenido una
amplia difusión, al menos hasta ahora, en tanto que las colonias inglesas obedez-
can a la madre patria y Brasil sea regido monárquicamente.
Un tipo de representación esencialmente diferente es aquel que, en ciertos Es-
tados de la modernidad, es mediado a través de un gobierno del pueblo. En la
gran (en parte, incluso desmesurada) extensión de los Estados modernos no se
puede pensar en absoluto en una dirección de los asuntos del Estado por medio
de una asamblea general de ciudadanos, con excepción de algunas pequeñas Hir-
tenländchen suizas.7 Así ha sido utilizada también la representación en estos ti-
pos de Estado. Es inequívoco el hecho de que aquí exista una gran atenuación de
los derechos de los ciudadanos individuales. También aparecen gradualmente
7. [El término se refiere a la organización agraria de la Antigua Suiza en cuatro tipos de zonas: Kor-
nland, Feldgrasszone, Inneralpine Zone y Hirtenland, o «tierras de pastoreo». La particularidad de
la forma citada por Mohl habría adquirido más independencia que las demás, puesto que, concen-
trada en la cría de ganado y la producción de quesos, es la última que surge históricamente, a fines de
la Edad Media, y no paga cánones feudales].
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De lo hasta aquí expuesto se sigue que la representación puede utilizarse con dos
fines esencialmente diferentes. Por una parte, de manera directa para el gobierno.
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Por otra, sólo para la protección de los gobernados frente al gobierno. Según
cada uno de estos fines habrá de ser diferente el alcance de su derecho a ser prio-
rizado, y requerirá también diversas instituciones.
En el primer caso, la representación aparece como una institución esencial-
mente democrática, con la tarea de conceder al conjunto de ciudadanos habilita-
dos [stimmfähig] al menos una influencia indirecta sobre la conducción de los
asuntos del Estado. Aquí, entonces, el alcance de los derechos a ser priorizados
en la representación se determina por medio del fin mismo del Estado. En tanto
funcionen y existan instituciones para su realización, el acto de la representación
también podrá tener lugar, y no meramente en la medida en que un asunto pú-
blico se refleje sobre el derecho y el bienestar del individuo, sino también como
orden libre y autónomo de lo necesario. Sin embargo, aquí es posible que la re-
presentación misma no lleve a cabo todos los asuntos de gobierno. De igual
modo, es imaginable junto a ella un poder público conformado de otra manera,
pero emanado del conjunto del pueblo. En este caso sería necesaria una organi-
zación de los asuntos públicos correspondiente a la doble posesión del poder del
Estado, la cual ha de ser establecida de dos modos. O bien puede tener lugar una
sección de los asuntos entre ambas instituciones del gobierno, de modo tal que,
de alguna manera, la representación contenga la legislación, las finanzas, y quizás
la ocupación de los funcionarios; mientras que el otro poder contendría el poder
de policía, el ejército, los asuntos extranjeros, etc. O bien podría estructurarse
una articulación entre ambos poderes, en la cual debieran tomarse decisiones más
cercanas tanto sobre las iniciativas como sobre la realización de los acuerdos.
En el otro caso se trataría sólo de una institución para la limitación de la om-
nipotencia monárquica, a los efectos de conceder una protección a los derechos
e intereses de los súbditos en general o al menos de sectores particulares, y esto
puede ser caracterizado estrechamente como la esencia de la representación.
Aquí el alcance de los derechos a exigir a la representación es vastamente infe-
rior. Allí donde no haya amenaza alguna, tampoco habrá fundamento para la
protección; y puesto que la fuerza del gobierno dispuesta para la obtención de
los fines del Estado no puede ser debilitada inútilmente, sería insensato y funesto
dedicarles tiempo a polémicas inútiles entre la soberanía y la representación. Así,
es necesario hacer una correcta caracterización de aquellas acciones de gobierno
que pueden ser controladas en general. Por tanto, de momento hay que decidir
si sólo derechos o también intereses de los ciudadanos deben ser objeto de la
acción representativa. Luego debe determinarse si, posiblemente, todos los de-
rechos vulnerables deben ser defendidos por el gobierno o sólo algunos en par-
ticular. Pero es cierto que así pueden y deben ser tomadas precauciones sobre los
casos en los cuales el acto representativo aparece ya como algo preventivo, de
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ha señalado que, luego del abandono de los fundamentos correctos de los senti-
mientos patrióticos comprensibles, es complejo sostener la visión del hombre de
Estado contra las maquinaciones demagógicas y las urgencias de la multitud ca-
rentes de comprensión siempre según una voluntad ilimitada. Pero ella señala
también que en este caso un gobierno representativo de ningún modo constituye
un ideal de profunda convicción, una sabiduría estatal ni tampoco una simple
honradez e incorruptibilidad. En cuanto al discurso de los fundamentos, en la
monarquía representativa tienen que encontrarse más fácilmente las determina-
ciones sobre un derecho electoral activo y pasivo que sea conveniente; siguiendo
la interpretación de que no se trata de la realización de un derecho correspon-
diente a todos por igual, sino de ganar miembros apropiados para la representa-
ción. Y si aquí en realidad esto faltara en absoluto, la culpa la tendría la ausencia
de una correcta diferenciación entre una representación ejecutiva y una sólo
controladora, así como por medio de una imitación sin ideas de los procesos
establecidos (al menos a medias, con derecho) en las democracias representativas.
La dificultad de un ordenamiento correspondiente a las exigencias de la política
está presente de modo totalmente diferente en la monarquía representativa. Pues
hay que procurar que no se produzca ningún dualismo irresoluble entre go-
bierno y representación del pueblo. Es evidente que con el mero impedimento
de una medida propuesta por el gobierno no se agotan todos aquellos casos en
los que es necesaria una acción del poder del Estado. A la larga, esto sólo puede
conducir a un profundo desorden total de la vida del Estado, si el gobierno y la
representación defienden interpretaciones esencialmente diferentes de la direc-
ción que ha de darse al Estado. La posibilidad de una ayuda es una cosa diferente,
según se trate de Estados existentes absolutamente independientes o de aquellos
subordinados a un poder federal. Mientras que no sea imposible que un órgano
correspondiente arbitre en las últimas necesidades y justas demandas, ha de per-
manecer sólo la elección entre un sistema para alcanzar la mayoría del gobierno
en la asamblea, obtenido en la acción continua, y el así llamado sistema parla-
mentario, es decir, una conducción de los asuntos del Estado según las opiniones
de la mayoría correspondiente en la representación, de modo que exista también
una diferenciación de las personas y de las medidas en una transformación de esta
mayoría. Lamentablemente, ambas opciones tienen sus diferentes e inevitables
aspectos negativos, y el rechazo personal rotundo de la mayoría de los jefes de
Estado se opone a la adopción del mejor sistema, a saber, del parlamentario. Del
hecho de que aquí radique el aspecto débil del ordenamiento representativo, y de
que, por tanto, las frecuentes objeciones hechas a éste no sean infundadas, no se
sigue que un juicio imparcial no pueda impugnarlo. Y por eso no es una suposi-
ción demasiado osada que, con el tiempo, la necesidad de otra idea de Estado se
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relacione con esta carencia. Debería entonces encontrarse una superación total-
mente satisfactoria.
Ahora bien, ante todo hay que recordar que la representación no se limita so-
lamente a su ejercicio práctico, sino que también remite a aquella forma de la
comunidad estatal que llega más cerca al ideal que cualquiera de sus precedentes.
Es por eso que, finalmente, hay que prestar atención a la pregunta: ¿en qué tipos
de Estado se presenta en general la misma práctica? Aquí es evidente que, por un
lado, algunos tipos de Estado, y por otro, al menos formas particulares de un tipo
de ellos, no concuerdan con esto. Para nuestra concepción de la vida, está fuera
de discusión la posibilidad de retornar al Estado según su antigua conformación.
De igual modo, dentro de poco la teocracia será dejada de lado, en virtud de que
un gobierno guiado por los mandamientos divinos inmediatos como primera
característica de su posibilidad, esto es, por una creencia, carece de una dirección
de fines humanos. Así, algunos pueblos permanecen definitivamente excluidos
del uso de la representación bajo las formas de Estado compatibles con las opi-
niones y los actuales grados de civilización. Ante todo, esto se da en aquellos
Estados en los cuales la autoridad del príncipe es puesta en un lugar tan alto
(incluso legalmente hablando) que todo tipo de oposición aparece como inadmi-
sible y criminal. Aquí existe una contradicción inconciliable y exterior, y una
imposibilidad interna; y si se lo aprecia bien, esto es así no meramente sobre una
aplicación de la representación al Estado, sino también a sus círculos subordina-
dos. Tampoco es absolutamente ilógica en su conjunto una representación pro-
vincial o municipal sólo en una monarquía ilimitada, pero por razones del ma-
nejo del Estado no es aconsejable, a causa de su mal ejemplo. Luego, la aplicación
de la representación popular no es compatible con la aristocracia. Con todo, esto
no es así a causa de una contradicción fundamental, sino más bien por el carácter
crítico de las consecuencias. Surgiría el peligro más evidente: que la influencia
democrática dada y reconocida por medio de la representación pudiera transfor-
marse pronto en un inquieto competidor, y con el tiempo, en un enemigo mortal.
La aparición externa de una asamblea gobernante y controladora es demasiado
afín al poder del pueblo como para que no surjan comparaciones no infundadas
con su habilidad, su preocupación por el bien común del pueblo y relación con
él. Siempre en ventaja de quienes sustentan por derecho propio al gobierno, estas
confrontaciones han de faltar cada vez menos que una dominación por medio de
un número determinado de hombres sobre todas las restantes condiciones de
vida, las cuales, soportadas difícilmente por quienes más las padezcan, provoca-
rían una envidia altamente susceptible. Por último, todavía no hay necesidad de
adoptar una representación en aquellos (por supuesto, pocos) pequeños Estados,
cuyas escasas necesidades y pocos numerosos asuntos públicos pueden ser solu-
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el concepto de representación en relación con la totalidad del mundo estatal
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8. Sobre la bibliografía del derecho constitucional, véase mi Die Geschichte und Literatur der
Staatswissenschaften, Erlangen, Ferdinand Enge, t. I, p. 267.
9. [Se hace referencia a los trabajos que están a continuación en la compilación publicada en 1860,
véase nuestro estudio preliminar].
426
Resúmenes / Summaries
El problema de la doble soberanía: desde la teoría política clásica
hasta Carl Schmitt
Francisco Bertelloni
A propósito de un texto de Carl Schmitt, este artículo sigue las líneas de la his-
toria de la antinomia política monismo (soberanía una y única)/dualismo (doble
soberanía). Se parte del origen más remoto en el mundo clásico precristiano:
primero, helenístico, y, más tarde, romano. Luego, este esquema monismo/dua-
lismo cambia en el siglo V d. C., cuando la Iglesia cristiana comienza a ser parte
del Imperio en el horizonte bizantino. De allí en más, ocurren desarrollos teóri-
cos relevantes, con repercusiones en la teoría política moderna. A riesgo de
anacronismo, se podría decir que lo que plantea Schmitt es «el problema de la
doble soberanía», o de «la simultaneidad de soberanías». El artículo presenta este
problema como un leitmotiv unificante y de fuerte arraigo en la historia de la
teoría política.
Palabras clave: doble soberanía – mundo cristiano bizantino-romano – Hobbes
– Schmitt
By starting from a text of Carl Schmitt, the paper traces de history of the political
antinomy monism (a one and only sovereignty)/dualism (a double sovereignty).
Its departs from its most remote origin in the classical pre-Christian world: first,
the Hellenistic, and later, the Roman. Afterwards, that very same dualistic
scheme monism/dualism changes in the V century a. C., when the Christian
Church begins to be a part of the Empire in the Christian-Byzantine Roman
world. From then on, relevant theoretical developments are performed with re-
percussions in the modern political theory. Even if it is anachronistic, we could call
the problem pointed by Schmitt «the problem of the double sovereignty» or «the
simultaneity of two sovereignties». The article presents that problem as a unifying
and strongly compromising leitmotiv of the history of political theory.
Key words: double sovereignty – Christian-Byzantine Roman world – Hobbes
– Schmitt
429
resúmenes / summaries
modernidad. Para ello se analizan los diversos sentidos en que el jurista utiliza el
concepto «neutralidad», así como el significado de los «ámbitos centrales» y su
función política, haciendo hincapié en el carácter paradójico de la técnica como
Zentralgebiet. La técnica, en cuanto Zentralgebiet, no sólo se suma dificultosa-
mente a la secuencia de los ámbitos centrales previos, sino que además hiperpo-
litiza los conflictos y distorsiona la distinción amigo/enemigo. En este sentido,
constituye un problema de magnitud para el orden estatal.
Palabras clave: Neutralización – Despolitización – Tecnología – Carl Schmitt
This paper deals with the schmittian idea of a «State-ethics» (Staatsethik), built
upon the notion of «value». The form of the argument is the following: in the first
place, the author depicts Schmitt’s view of anglo-saxon pluralism; then, he pre-
sents the way in which The value of State and the meaning of the Individual
connects the legitimacy of modern State with the notion of «value»; thirdly, it
shows the extent to which Schmitt’s text is indebted to Rickert’s philosophy of
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resúmenes / summaries
value. Finally, in the last part of the text the question is posed whether the notion
of «value» makes sense in order to conceive a State-ethics.
Key words: State – State ethics – value – pluralism
In the light of Carlo Galli’s expression, there are two sides to the conceptual dis-
tinction between criminal violence and political violence. On the one side, accor-
ding to what we might call the «sovereign» thesis, political violence is morally
worse than its criminal counterpart. On the other side, according to what we
might call the «liberal thesis» (after all, French liberals have invented the very
notion of a political offence), it is the other way around: political violence is mo-
rally superior to its criminal counterpart. In what follows I would like to explore
these two ways to go about political violence that can be taken by the autonomy
thesis of the political only to suggest briefly at the end a way out of this paradox.
Keywords: Carl Schmitt – political violence – sovereignty – liberalism
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In the last forty years Latin American scholars have devoted a great deal of atten-
tion to Carl Schmitt’s political theory. However, little attention has been paid to the
importance of Latin American issues in Carl Schmitt’s thought. In this paper, I
would like to analyze the way Schmitt read two of the most prominent Argentinian
intellectuals of the 20th century: Carlos Cossio and Jorge Luis Borges. Although it
is just an erudite analysis of Schmitt’s readings, it shows an interesting path to study
the Latin American themes that inspire Carl Schmitt’s political thought.
Key words: Schmitt – Borges – Cossio – reading
The paper tries to study the way in which the Piedmontese clergyman Giovanni
Botero develops the concept of «Reason of State» through a series of works publis-
hed in the late sixteenth and early seventeenth centuries. The hypothesis attempts
to demonstrate how this intellectual reproduces an art of government based on
the practical application of medieval principles, in his path to deal with the urging
political and social problems of his time. Particularly, the article explains how his
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theory lays on a political theology which, on the one hand recreates an almost
omnipotent power, close to the modern idea of sovereignty, but on the other en-
rolls this same power within a medieval frame where politics is centered in the
idea of contingency and subordinates itself to juridical and religious precepts.
Key words: Giovanni Botero – Reason of State – Sovereignty – Political Theology
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primeros trabajos hasta El espíritu de las leyes. Luego, tratamos de integrar las
revisiones críticas de Hegel, Comte y Durkheim. Finalmente, tratamos de mos-
trar que esta discusión es un elemento central en la relación que mantienen la
filosofía política y las ciencias sociales.
Palabras clave: filosofía política – ciencias sociales – nación – ideal – Modernidad
En este trabajo proponemos una lectura del Martín Fierro que discute con la
lectura canónica. La división del poema en dos, una Ida de un gaucho rebelde a
las tolderías y una Vuelta de un gaucho domesticado al territorio del Estado
nacional triunfante, se enfrenta con insalvables perplejidades en la cronología del
texto y en sus aspiraciones performativas. Una vez salvadas esas perplejidades
advertimos que el tiempo y el espacio del “Aquí me pongo a cantar…” da cuenta
de un Fierro diferente al que nos tiene acostumbrados aquella lectura. En efecto,
el poema cuenta, como el mítico viaje del héroe, la saga de un gaucho dispuesto
a sacrificar todo por mostrar las inconsistencias de un aparente paraíso original
en la Ida, que se convierte en padre maduro en la Vuelta decidido a asumir sus
responsabilidades pasadas y esperanzado en crear comunidad hacia el futuro.
Palabras clave: Martín Fierro – mito – fundación – comunidad
The canon divides the Poem in two, with a first part portraying a rebellious gau-
cho who eventually defects to Indian territory and a second part telling the story
of his return, the coming home of a tamed gaucho in peace with the triumphant
nation state. We believe that this reading faces insurmountable perplexities in
both the way it explains the chronology of the text and its performative aspira-
tions. Once these perplexities are solved, we find that the newly understood mo-
ment when Fierro starts his song recreates a different gaucho from the one por-
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trayed in the canonic reading. In effect, the Poem tells, as in the mythical voyage
of the hero, the saga of a gaucho willing to sacrifice everything to show the incon-
sistencies of a pretended original paradise who turns a mature father decided to
assume his past responsibilities and hopefully wishing he can create a community
for the future.
Key words: Martín Fierro – myth – foundation – community
This article studies Heidegger’s thought on the political developed between 1927
and 1935. Focusing Being and Time, this work proposes the concept of people as
guide to inquire into Heidegger’s ideas on the main political concepts, such as
State, community and authority. It aims to show that those ideas can be defined
as aestheticist, not only because they evade every institutional mediation, but
also because they take such a mediation as contrary to the consolidation of the
people (Volk) properly understood. This way, Heidegger adopts a perspective
contrary to the modern political philosophy. This article tries to establish that
this antagonism takes place because Heidegger evades in his political thought
one of the most important concepts of the modern political philosophy, the con-
cept of representation.
Key words: Heidegger – people – representation – State
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resúmenes / summaries
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Deus Mortalis
Número 1, 2002 Número 2, 2003
Biblioteca
Temas
Antonio D. Tursi: «El hombre, un animal social Martín Traine: Regalar. Un capítulo incompleto
y político» en las consideraciones medievales: de teoría política.
Tomás de Aquino y Juan Quidort de París.
Marcelo Leiras: Eric Voegelin:
Julio Castello Dubra: Figura y función la iluminación de la experiencia
del gobernante en el Defensor Pacis de Marsilio para una Nueva ciencia política.
de Padua.
Temas
Denis Lerrer Rosenfield: ¿Cuál libertad? José Luis Galimidi: La verdad y su recepción
Hegel y los reformadores prusianos. en Utopía de Tomás Moro.
Juliana Udi: La educación liberal. Rodolfo Biscia: La educación del oído republi-
cano. Política y estética musical
Facundo García Valverde: Los jueces en Rousseau.
no viven en cuevas.
Luis A. Rossi: Heidegger en 1934:
Claudio Amor: Liberalismo lockeano, intole- la crítica al liberalismo y los fundamentos
rancia (¿tolerante?) y tolerancia (¿intolerante?). de la comunidad.
Biblioteca
Dossier Biblioteca
Temas
Dossier Dossier
José Luis Galimidi: «What Jerusalem stands Mercedes Ruvituso: Del estatuto de la obra
for»: judaísmo y filosofía política en Leo Strauss de arte al misterio de la economía
Carlo Galli: Schmitt, Strauss y Spinoza Alice Lagaay: Entre la poesía y la muerte.
La filosofía de la voz de Giorgio Agamben
Claudia Hilb: El filósofo y el soñador solitario.
Algunas reflexiones acerca del Rousseau Andrea Cavalletti: El filósofo inoperoso
de Strauss
Edgardo Castro: Vías paralelas: Foucault
Jean-François Kervégan: ¿Qué significa ser y Agamben. Dos arqueologías del biopoder
un teólogo de la jurisprudencia?
Bruno Karsenti: ¿Hay un misterio
Heinrich Meier: La querella por la teología del gobierno? Genealogía de lo político
política. Una mirada retrospectiva versus teología política
José Fernández Vega: Observaciones sobre un Luis A. Rossi: Del monismo al pluralismo:
papado. Legitimidad estatal y confrontaciones el «modelo hobbesiano» y el Estado
filosóficas en torno a lo moderno en la filosofía política de Norberto Bobbio
Sandro Chignola: Michel Foucault y la política
Vera Waksman: El Sócrates de Rousseau los gobernados. Gubernamentalidad, formas
y la filosofía en la ciudad de vida, subjetivación
Dossier Temas
Silvia Schwarzböck: La pregunta por el cine Francisco Bertelloni: Facere de necessitate
como pregunta por la política virtutem. El principio conservatio sui en la
teoría política medieval
Silvia Schwarzböck: La izquierda
cinematográfica. El cine en el lugar de la política Martín Rodríguez Baigorria: Hölderlin y
la modernidad política. Retórica entusiasta
Emilio Bernini: Los últimos hombres. Cine, y aceleración histórica
historia política y mito en Rainer W. Fassbinder
y Pier P. Pasolini Damián Rosanovich: Hegel y la cuestión
de los privilegios estamentales
Román Setton: «La sangre es más espesa que
el agua». El cine a la búsqueda de la identidad José Luis Galimidi: «Tamen usque recurret».
nacional: Hans Jürgen Syberberg y Alexandr Leo Strauss y las derivaciones de la concepción
Sokurov hobbesiana de soberanía
Américo Cristófalo y Silvia Schwarzböck: Luis Alejandro Rossi: El nazismo como
El cine es el Estado. Ironía, revuelta y crítica Stimmung. Los textos políticos del joven
radical de las imágenes en Guy Debord y Peter Emmanuel Levinas
Watkins
Mariano Pérez Carrasco: En el giro moderno
Temas hacia la inmanencia (A propósito del «Siger de
Brabante» de Eric Voegelin)
Luc Foisneau: Hobbes, Bayle y la mediocridad
del mal Julián Ferreyra: Deleuze y el Estado pluralista
Alberto Damiani: La soberanía popular en el Dossier
joven Fichte
Andrés Rosler: La guerra, entre la moral
Teodoro Klitsche de la Grange: Risorgimento y la política
y guerra civil
Andrés Rosler: Aristóteles sobre la guerra
Ricardo Crespo: Ética y política en John
Maynard Keynes Patricio Martín Goldstein: Hugo Grotius,
teórico moderno de la guerra
Julián Ferreyra: Deleuze y el Estado
Uwe Steinhoff: McMahan, defensa simétrica
Biblioteca y la igualdad moral de los combatientes
Jorge E. Dotti: Observación preliminar Biblioteca
Carl Schmitt: Ética del Estado y Estado Jean-Jacques Rousseau: Principios del derecho
pluralista de la guerra
Jorge E. Dotti: Notas complementarias Vera Waksman: Rousseau: guerra, paz y libertad
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Comillas: se entrecomillarán los títulos de capítulos o de partes de un libro, los artículos de revista.
Cuando no se trata de estos casos, el entrecomillado se usa exclusivamente para citas. Matices que el
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Las comillas a usar son comillas francesas: « ». Para dos niveles de citas se usarán comillas francesas
para abrir y cerrar la cita, y comillas dobles (“ ”) para la/s palabra/s que en la citá esté/n comillada/s.
Ejemplo: Dice Hegel: «cuando hablamos de “filosofía” bien entendida, hablamos de “idealismo”».
Citas: en el medio de la cita, siempre que se omita parte del texto citado, se escribirán tres puntos entre
corchetes. Ejemplo: Dice Hegel: «cuando hablamos de “filosofía” […], hablamos de “idealismo”».
También irá/n entre corchetes cualquier palabra/s aclaratoria/s, expresiones o indicaciones que el
autor quiera intercalar en el texto citado, pero que no aparezca en éste. Ejemplo: Dice Hegel: «cuan-
do hablamos de “filosofía” bien entendida [es decir: lo que este filósofo entiende por ella], hablamos
de “idealismo”».
Las citas textuales se escriben con la misma tipografía que el resto del texto, y si trascribe en cur-
sivas alguna expresión que en el original citado no está así, debe aclararlo con esta fórmula: (las cur-
sivas son nuestras).
Téngase en cuenta la situación siguiente. Se puede indicar un término extranjero: A) como la expre-
sión original de la cual se está dando una traducción sin que sea una cita. Ejemplo: En Hegel es clave
la idea de espíritu (Geist). B) Pero también se lo puede hacer como cita. Ejemplo: En Hegel es clave la
idea de «espíritu [Geist]».
En el caso de Bibliografías al final del texto, el orden será el inverso (apellido y nombre/s) y la lista
de autores estará ordenada alfabéticamente.
Notas: la llamada dentro del texto figurará después del signo de puntuación, cualquiera fuere, y serán
siempre en número, excepto en el caso de aclaraciones del traductor cuando se trata de una traducción,
y ellas se consignarán con asterisco/s (*/**), los cuales remiten a notas del traductor a pie de página.
La/s nota/s inmediatamente posterior/es a la que hace la referencia bibliográfica, que mantenga/n
el mismo texto que ésta, se consignará/n así: Idem, seguido del número de página (Idem, p. …); y si
además del mismo texto, se cita la misma página, se indicará así: Ibid., sin otra referencia (Ibid.).
También se utilizará idem, para no repetir el nombre del autor del libro, cuando coincide con el
autor del artículo, parte, capítulo, parágrafo con título o similares, incluido en ese libro.
Cuando se cite una obra a la cual ya se ha hecho referencia, pero no en la nota inmediatamente
anterior a la que nos interesa ahora, y no haya posibilidad de confusiones con otras obras del mismo
autor, también ya citadas, se consignará el nombre completo del autor seguido de op. cit. y el núme-
ro de página.
Cuando de un mismo autor se cita más de una obra, luego de la referencia completa en la primera
oportunidad de cada una de sus obras, en las notas sucesivas se escribirá el nombre y apellido del
autor, seguidos por las primeras palabras de la obra ya citada, una coma, tres puntos suspensivos, op.
cit., y el número de página. Igualmente se procederá con las restantes obras del autor.
El volumen se consignará con: vol., y el número en arábigo. Si es plural: vols.
El tomo se consignará con: t., y el número en romanos. Si es plural: ts.
Confróntese se abreviará: cf.
Para indicar una referencia interna en el texto o una referencia externa en el caso de otro autor, se
usará: véase (no: ver).