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EL REGALO DE DIOS: LA VIDA

Su Palabra:

“Entonces dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y
señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra”
(Génesis 1.26)

Qué maravilla y qué privilegio es poder acceder al conocimiento de los planes de Dios.

Desde el mismo comienzo de su palabra quedamos extasiados cuando Él, por medio del
Espíritu, empieza a correr el velo de la revelación celestial sólo a quienes son sus redimidos.
¿Quiénes son éstos? Simplemente hombres pecadores que estaban sin fe, sin Cristo y sin
esperanza. Hombres que habiendo reconocido su pecado, clamaron a Dios para alcanzar
misericordia y hallar gracia para la salvación de sus almas.

Antes de seguir, abriré un paréntesis para decirte que si tú también deseas acceder al
conocimiento de estas grandes revelaciones y recibir el mensaje que Dios tiene para ti, es
necesario que examines tu condición delante de Su Persona. Tú también puedes pedirle que
abra tu corazón, arrepentirte de tus pecados y pedirle que te de la fe necesaria para creer en
Jesucristo como tu único y suficiente salvador; y Él mismo, en su infinito amor, operará el
milagro de la salvación que es por gracia. Sólo así te convertirás en uno de sus redimidos.

Ahora bien, volviendo al tema, quiero decir que es justamente a través del relato de la creación,
que podremos empezar a tomar conciencia desde el principio acerca de la grandiosidad de su
persona y el especial motivo que lo llevó a hacerla. De esta manera, a medida que le vamos
conociendo, empezaremos a tener en claro nuestra real dimensión respecto a su persona y
asumir la posición que nos corresponde respecto a su propósito. ¿De qué forma? Muy simple,
mediante un acto voluntario de humillación. Deberemos despojarnos de nosotros mismos y
aceptar por fe lo que su palabra nos ha de ir mostrando. Por un lado, Su gloriosa y divina
Persona, un Dios infinitamente grande, creador y sustentador de todas las cosas; por el otro al
hombre; que, aunque fue hecho a su semejanza fue de materia dentro de los límites del tiempo
y el espacio.

Pues bien, con todos los atributos que Dios le dio sobre todo lo creado, fue hecho apto para
gobernar el mundo; aunque después, no sólo perdió su autoridad por causa de su pecado, sino
que le sucedió algo mucho peor, quedó reducido a menos que la nada. Desde ese momento,
quedó condenado a trabajar y luchar para subsistir en este mundo.
Si desde el comienzo, reconocemos nuestra mísera condición que hemos heredado como
descendiente de aquel primer hombre que desechó el regalo de Dios, empezaremos a
comprender y valorar como, a pesar de todo, seguimos teniendo el gran privilegio de ser
considerados por el creador, como aquella especial obra de sus manos producto de su eterno
amor.

Dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza...”. Esto quiere
decir que cuando Dios creó al hombre, no lo hizo de la misma manera que al resto de su
creación; sino que, desde el inicio, estableció diferencias. Cada una de las cosas que Él fue
haciendo de la nada, fue conforme a su mandato: “Sea hecho” decía. Pero cuando se dispuso
crear al hombre dijo: “hagamos al hombre” No, “sean hechos los hombres” expresándose en
plural. Esto indica que, además de su voluntad, puso su acción para hacer algo especial y
único. Tomó de los elementos con que está compuesta la tierra, le modeló figura humana tal
como el alfarero a una vasija de barro y le sopló Su aliento de vida; en ese instante “lo hizo
conforme a su semejanza”. Esta condición fue necesaria para que conforme a su propósito
pudiera ejercer los atributos especiales, que como hemos dicho, le fueron otorgados.

Ahora reflexionemos, si de todo corazón aceptamos estas declaraciones, empezaremos a


comprender, conforme a Su Palabra, que todo lo que Dios creó en el principio para su gloria, el
principal beneficiado fue el hombre; y que todo lo que hoy podemos contemplar fue arruinado
por el hombre mismo a causa de su pecado. No obstante, como Dios le ama, ha de cumplir su
propósito. ¡Cuánto amor!

Para concluir, un pensamiento: como tengo un cuerpo con el que habito este mundo, una
mente con la que me permite percibirle y un espíritu donde albergo todos mis sentimientos,
quiero decirle: gracias Señor, por este regalo de la vida, sin ella no te hubiera conocido; así que
permíteme, de ahora en más, glorificar tu nombre en mi cuerpo, en mi alma y en mi espíritu.

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