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“Yo odiaba esta expresión de justicia de dios, pues se me había enseñado, según el uso
y la práctica de todos los doctores, a entenderla filosóficamente, en referencia a la llamada
justicia formal –o, con otras palabras, activa- por la que Dios es justo y condena
pecadores e injustos. Pero me era imposible amar al Dios justo que castiga al pecador;
más bien lo odiaba..
Yo estaba lleno de despecho contra Dios, y si bien no blasfemaba de Él en mi interior sí
murmuraba ruidosamente contra él y diciendo: ¿Es que no basta con que los míseros
pecadores, condenados par siempre por el pecado original, se vean oprimidos con todo
tipo de desgracias por la ley de los diez mandamientos? ¿Añadirá Dios con su evangelio
más sufrimientos a nuestro sufrir y nos amenazará por medio de él con su justicia y su
enojo?...
Incansablemente, día y noche, medité hasta caer en la cuenta del sentido de las palabras:
La justicia se revela en el Evangelio, según está escrito: El justo vive de la fe. Entonces
comencé a comprender la justicia de Dios como aquella por la que el justo vive, por así
decirlo, por don de Dios, o sea, por la fe, y advertí que este pasaje se había de entender de
la siguiente manera: por medio del Evangelio se manifiesta la justicia de Dios, es decir, la
calificada de pasiva, o sea, la justicia que recibimos y por la que Dios por gracia y
misericordia, nos hace justos por la fe...En este momento me sentí renacer completamente:
Se me habían abierto las puertas y había entrado en el mismo paraíso”.
JUAN CALVINO, Institución de la Religión Cristiana”. (1536). Tomado de MIGUEL ARTOLA, “Textos
Fundamentales para la Historia”, p. 277-278.