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La Consagración Levítica

Habló Jehová a Moisés, diciendo: Toma a Aarón y a sus hijos con él,
y las vestiduras, el aceite de la unción, el becerro de la expiación, los
dos carneros, y el canastillo de los panes sin levadura; y reúne toda la
congregación a la puerta del tabernáculo de reunión. (Levítico 8:1–3)
Notemos que a las personas se les pedía observar todo este proceso como
una instrucción viva. Lo que Dios proclamaba a la congregación de Israel no
era lo que los sacerdotes decían, sino más bien lo que hacían, lo que se hacía
con y para ellos. Estas personas tenían una ventaja que nosotros no tenemos,
pues no tenemos que ver animales siendo cortados, ni la absurda recolección
de sangre en vasijas para rociar todos los objetos, para ponerla sobre las
vestiduras de los sacerdotes, sobre sus orejas, sobre sus pulgares de la mano
y sobre los pulgares del pie. Algo le tiene que suceder al que está observando
esto. Algo tiene que quedar registrado en la parte más profunda de su
conciencia de lo que el pecado significa y de lo que se necesita para expiarlo.
Alguien tenía que pararse entre Dios y el hombre, y debido a que la vida está
en la sangre, la muerte tenía que ser de alguna manera efectuada para poder
así conseguir aquello que daba la vida.
Hizo, pues, Moisés como Jehová le mandó, y se reunió la congregación a la
puerta del tabernáculo de reunión. Y dijo Moisés a la congregación: Esto es lo
que Jehová ha mandado hacer.
Entonces Moisés hizo acercarse a Aarón y a sus hijos, y los lavó con agua. Y
Puso sobre él la túnica, y le ciñó con el cinto; le vistió después el manto, y puso
sobre él el efod, y lo ciñó con el cinto del efod, y lo ajustó con él. Luego le puso
encima el pectoral, y puso dentro del mismo los Urim y Tumim. (Levítico 8:4–8)
¿De cuánto estamos dispuestos a ser despojados y lavados por la Palabra?
¿Qué disposición tenemos para resistir la humillación de la desnudez en frente
de los hombres antes que el primer vestido sacerdotal sea puesto? Moisés lavó
a Aarón y a sus hijos antes que las vestiduras fueran puestas.
Era una humillación pública pues todo Israel tenía que observar los
preliminares de su consagración. La humillación está, por lo tanto, en el
corazón del significado de la palabra sacerdocio. Las vestiduras eran adheridas
a los sacerdotes con cintos hábilmente tejidos. No existía ningún rápido quite–
y–ponga de ropa detrás del escenario.
El sacerdocio no es un papel que se desempeña detrás del púlpito para
después descartarlo cuando se regresa a casa. No es un llamado que una
persona escoge porque piensa que es algo atractivo. Es una rigurosa
preparación en la cual no se puede ingresar ni se puede desempeñar
indiferentemente.
Después puso la mitra sobre su cabeza, y sobre la mitra, en frente,
puso la lámina de oro, la diadema santa, como Jehová había mandado
a Moisés. (Levítico 8:9)

Aarón utilizaba una lámina de oro sobre su frente que hacia notoria su
presencia con cada paso que tomaba. Haríamos bien si sintiéramos esa misma
lámina de oro donde estaban inscritas las palabras “Santidad al Señor.”
“Santidad al Señor… Santidad al Señor… Santidad al Señor” sería registrado
sobre nosotros con cada paso y movimiento de nuestro cuerpo. Usted no podía
rascarse ni hacer gesto
alguno sin que su cabeza sintiera “Santidad al Señor.” Necesitamos que todo el
tiempo se nos recuerde esto, pues nuestra cabeza siempre está buscando, si
se la damos, oportunidad para tener sus propias aventuras, sus propios
deleites, sus propias actividades y sus propios pensamientos. La mente debe
ser continuamente llevada al conocimiento de “Santidad al Señor.” Si ese peso
de oro estuviera descansando incómodamente en medio de nuestros ojos,
habría mucho menos ministerio impaciente y almático, y mucho menos afán de
llegar al lugar de prominencia.
Sintamos de nuevo con cada paso que tomemos, el peso de esa carga, pues
sólo entonces, y sólo después de haber sido vestido y preparado, es que el
sacerdote recibe el aceite de la unción.

El Aceite de La Unción
Y tomó Moisés el aceite de la unción y ungió el tabernáculo y todas
las cosas que estaban en él, y las santificó. (Levítico 8:10)
Si Dios demandaba que los objetos fueran ungidos, ¿entonces cuanto más lo
requeriría para los vasos de carne y sangre que realmente son sus ministros?
¿Valoramos correctamente la unción de Dios? Si es que algo merece ser
Examinado, es el fenómeno de la unción.
Esto es algo por lo cual debemos tener un profundo respeto. Para hacer este
aceite se requerían ingredientes muy costosos que eran cuidadosamente
mezclados y del cual Dios había ordenado que no se derramara sobre carne de
hombre. También había una penalidad extrema para cualquiera que hiciera una
imitación. Usted ni siquiera podía atreverse a elaborar algo que se le
aproximara o que fuera un equivalente al santo aceite de la unción. Los
ingredientes y especias utilizados para ungir un cuerpo para su entierro eran
básicamente los mismos. Tenían una fragancia muy particular y no podían ser
empleados con fines o propósitos humanos, pues eran exclusivamente para los
de Dios.
¿Cuántas veces hemos sido culpables de hacer nuestro propio aceite?
Podemos hablar mucho acerca de la unción ficticia. Acerca de esas cosas que
parece que lo fueran y que no lo son y que realmente son más el producto de la
refulgente personalidad humana. ¿Cuántos pueden distinguir entre su propia
personalidad humana y la santa unción de Dios? Podemos ver hoy en día
tantos ‘presumidos’ que operan con el don del charlatán y con sus habilidades
ejecutivas. Tantos que saben cómo conducir y ejecutar sin ser esto en absoluto
la operación de la unción.
Dios no va a forzar sobre nosotros lo perfecto si estamos demasiado
satisfechos con el sustituto. Cuando repudiamos aquello hecho por los
hombres y descansamos enteramente sobre lo que Dios otorga, entonces nos
convertimos en candidatos para recibirlo. Cada vez que ponemos a funcionar
los amplificadores, o le damos a nuestras voces un pequeño arreglo almático, o
añadimos algo cómico para lograr un resultado, o hacemos una invitación que
conscientemente esté calculada para manipular la respuesta emocional de
nuestros oyentes, entonces esto es unción falsa. Es hacer algo similar y no es
una confianza absoluta en el poder de la unción para conseguir los efectos que
Dios desea a través de Su palabra.

En los años 20, Watchman Nee nos dio una advertencia. Dijo que el más
mortífero engaño de los últimos días sería el sustituto almático de la dimensión
del Espíritu a través de la tecnología. Debemos estar prevenidos y en guardia
con respecto a esto, para después no tener que encontrarnos a nosotros
mismos dependiendo del poder del alma y no del poder del Espíritu. Hemos
hecho todo lo imaginable a través de los años para estimular la unción de Dios.
Por ejemplo, al utilizar tonos de voz piadosos o al amplificar el sonido. Y
aunque no lo queramos siempre se va a notar la diferencia. Sabemos como
producir buenos servicios y como predicar buenos sermones, pero nunca
sabremos producir la gloria del cielo.
Necesitamos ser cuidadosos, no sólo con la tecnología, sino también al utilizar
Nuestra propia voz como un instrumento tecnológico astutamente empleado
para conseguir una respuesta.
Y Moisés tomó la sangre, y puso con su dedo sobre los cuernos del altar
alrededor, y purificó el altar; y echó la demás sangre al pie del altar, y lo
santificó para reconciliar sobre él. Después tomó toda la grosura que estaba
sobre los intestinos, y la grosura del hígado, y los dos riñones, y la grosura de
ellos, y lo hizo arder Moisés sobre el altar.
Mas el becerro, su piel, su carne y su estiércol, lo quemó al fuego fuera del
campamento, como Jehová lo había mandado a Moisés. (Levítico 8:15b–17)
Esto es totalmente opuesto a lo que haría el hombre, mostrándonos así lo
contrario que es el cielo a la consideración y reconocimiento terrenal. Nosotros
hubiéramos salvado aquello que Dios destruye, y aquellas cosas que nosotros
hubiéramos echado a un lado como repugnantes e inútiles son las cosas que
Dios llama el sacrificio. La carne y la piel, que hubieran sido de gran valor, eran
quemadas con el estiércol.
No sólo debían ser ésto quemado, sino quemado fuera del campamento; esta
es la repugnancia que Dios tiene hacia la carne. Lo que los hombres estiman
es una abominación a los ojos de Dios.
Las cosas que para Dios son un dulce aroma son las cosas internas, las cosas
que no se ven – no las cosas de afuera. Dios no está interesado en la piel
externa ni en la carne; Él pone todo eso junto con el estiércol. Lo interno, lo del
hombre interior, lo trabajado por El en los lugares escondidos, nacido de luchas
internas, son las ofrendas de aroma dulce y placentera delante de Dios. Por no
haber aprendido nunca a descansar o a esperar delante de Dios, es que hemos
sido culpables como cristianos contemporáneos de ofrecer nuestras
personalidades, nuestros atractivos y nuestras habilidades carnales a Dios,
simplemente porque no tenemos las partes internas para ofrecer. Hemos
despreciado el sufrimiento, el reproche y la oscuridad que son el único lugar
donde los dulces aromas son formados en lo profundo de nosotros. No hemos
estimado estas cosas como Dios las estima y hemos preferido seguir sin ellas.
Necesitamos de la obediencia y de la visión que nos permitirán sacar nuestra
piel y nuestra carne fuera del campamento, para así excluirla del lugar santo al
igual que del púlpito.

Y el sacerdote que sea un


sacerdote de verdad, y quien es en sí mismo un sacrificio, será uno con ‘grasa,’
con acumulación o residuo, con las profundas obras de Dios en aquel lugar
escondido. Es uno que Dios ha tratado en formas que no pueden ser
explicadas a los hombres, formas que son escandalosas y que los hombres
miran con reproche, formas que lo dejan a uno completamente solo para sufrir
y resistir. Son humillaciones. Son aquellas cosas que Dios ha llevado a cabo
dentro de usted en la quietud y en el silencio y cosas que están calculadas para
traerlo hacia Él. Pocos se han abierto a sí mismos ante Dios para ese
tratamiento en aquel lugar interno; aquel lugar donde se puede crear algo con
una dulce aroma. La mayoría de nosotros somos protectores y no permitimos
entrar en ese lugar a Dios ni a nadie. Nos hemos protegido del sufrimiento y del
dolor que viene con esto, y por lo tanto, toda nuestra vida es vivida en la parte
externa.
Es lo mismo que dice Job, “Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y
ceniza.” En otras palabras estaba diciendo que le era necesario descender a la
muerte, y que el estar como un hombre muerto era la única manera de estar
Delante de un Dios santo.
Somos completamente capaces de sacar conclusiones razonables acerca de
cómo esto o aquello ayudaría en el servicio de Dios, o de cómo llevaría más
allá Sus intereses sin haber jamás escuchado de Dios con relación a Sus
intenciones. ¿Cuántas obras genuinas de Dios han sido llevadas a cabo
prematuramente o han nacido muertas o han muerto debido a que algo en
nosotros aún no había sido tocado por la sangre del sacrificio? Sin el aceite y la
sangre no es posible ingresar en el alto y celestial llamado.

El libro de lo Hechos, capítulo 13, comienza con un grupo de personas


ministrando al Señor. Fue este tipo de conducta que le permitió al Espíritu
Santo decir, “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he
llamado.” Estos hombres fueron apartados. Fueron consagrados con una
separación tan absoluta, que hubieran estado igual de conformes con quedarse
en aquel lugar de adoración en Antioquía que con haber sido enviados hacia
los propósitos de Dios.
Les daba lo mismo si se quedaban o si se iban debido a que habían llegado al
lugar de muerte para sí mismos donde el deseo religioso de servir a Dios, de
ver fruto y de ser utilizados había dejado de existir. Era haberse separado de
los más profundos y más sutiles elementos de la ambición. Elementos que se
encuentran ocultos profundamente y que constituyen una ambición religiosa y
espiritual de hacer cosas por Dios.

La iglesia en general considera el servicio sacerdotal como algo ligeramente


superior a un empleo por el cual se recibe una paga, y es por esto que están
recibiendo lo que están pagando: servicios baratos, superficiales y nada
celestiales.

Los hombres pueden conducir una religión exitosa, pero solamente el ministerio
sacerdotal puede hacer descender el fuego del cielo, la gloria de Dios. La gloria
de Dios y el fuego de Dios son exclusivos y están adheridos a la ministración
sacerdotal. La gloria escasea en la casa de Dios, y es la gloria la que enciende
y provee poder a la palabra. Esta transforma doctrina y simples servicios
religiosos en eventos celestiales y en convicción que transforma vidas.

¿Puede usted imaginarse cómo se veían sus manos? Estaban totalmente


impregnadas, uñas y poros, de sangre y cuchilladas. Debió parecer más un
carnicero que un sacerdote. En el relato de la creación del becerro de oro, Dios
le hizo una pregunta al pueblo para saber quienes de ellos estarían de Su lado.
Fueron los levitas los que se separaron del resto de los israelitas profanos y, al
unirse a Moisés, demostraron que estaban del lado del Señor. Después le fue
Ordenado a cada uno que tomara su espada, entrara al campamento y matara
a su amigo, a su padre y a su vecino. Por este hecho los sacerdotes fueron
consagrados a Dios, pues ‘consagrado’ significa, ‘manos llenas de sangre.’

La Gloria de Dios
… y después de hacer la expiación, el holocausto y el sacrificio de paz,
descendió. Y entraron Moisés y Aarón en el tabernáculo de reunión, y salieron
y bendijeron al pueblo; y la gloria de Jehová se apareció a todo el pueblo. Y
salió fuego de delante de Jehová, y consumió el holocausto con las grosuras
sobre el altar; y viéndolo todo el pueblo, alabaron, y se postraron sobre sus
rostros. (Levítico 9:22b–24)
Después de que todo había sido hecho de acuerdo a lo que había sido
ordenado, Dios mismo encendió el sacrificio de manera sobrenatural. Es
interesante que el séptimo día de espera resulte en el octavo día de liberación.
El número ocho representa el poder y la vida de resurrección. Siete días de
muerte absoluta y el octavo día del poder constituyen la vida de Dios mismo.

La gloria de Dios no es algo etéreo, sino un fenómeno sustancial que puede ser
visto y experimentado. Llevamos tanto tiempo viviendo sin ella que ya estamos
satisfechos con una frase acerca de ella sin una expectativa real por ella. “A El
sea gloria en la iglesia…” es la síntesis de Pablo a la iglesia en Efesios 3:21a.
Si no hay gloria en la iglesia, simplemente la iglesia no es la iglesia, y si es así,
entonces ha fracasado en su propósito. Si la gloria no viene a través de la
iglesia, entonces nunca vendrá, y si no está en la iglesia, ¿entonces cómo
podrá ser comunicada alrededor del mundo?
… y viéndolo todo el pueblo, alabaron, y se postraron sobre sus rostros. (v.
24b)

“¡Mire lo
que logró mi predicación!
¿Cuánto de esto es inconsciente, pero sin embargo sigue
allí? Queremos ver la gloria de Dios, pero no la vemos porque la queremos
para nuestra propia glorificación. Esto es una abominación, y estamos
estafando a las personas de la gloria de Dios porque tales sutilezas del yo aún
siguen pegadas a nuestros ministeriales corazones carnales. Acabamos con
nuestro mensaje al buscar arreglarlo para impresionar a nuestra audiencia. Y
es de esta manera que la palabra deja de ser sacerdotal.

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