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INTRODUCCION
En América Latina las repercusiones de estos sucesos fueron múltiples y diversas. Lejos de
la pretendida unión latinoamericana propuesta casi cien años antes por los Libertadores, el
inicio de siglo encontró a los países de América disputando sus propios modelos de Estado
y de Nación, envueltos en los conflictos de una definición de sus políticas y de sus
economías vinculadas al resto del mundo y a las potencias.
Numerosos son los estudios que se pueden encontrar respeto a la literatura producida en la
primera mitad de siglo, es precisamente para no redundar en ello que nos ocuparemos en
este trabajo del campo específico de las artes plásticas, aunque sin prescindir de las
contribuciones que los análisis sobre la literatura de vanguardia nos proporcionan. De la
misma manera, acotaremos el objeto de esta investigación a los aportes y los debates
generados en las artes plásticas en el Perú de comienzos del XX. Este recorte responde al
intento de introducirnos, desde una perspectiva diferente, a los acontecimientos históricos
producidos en este periodo y en este país, y a profundizar la corriente indigenista, no sólo
como pensamiento y/o movimiento político y literario, sino también como representación
plástica.
Desde 1886 y hasta 1895 Cáceres y su partido llevaron adelante acciones que
lograron mantener cierta estabilidad política, pero que siguieron fomentando el
poderío de los sectores dominantes del Perú. Durante esta década “Los grandes
comerciantes y los terratenientes exportadores apoyaron a los militares en tanto el
Gobierno les daba tiempo para reestablecer la estructura productiva y acumular
fuerza suficiente para su propio proyecto político.” (Ansaldi y Giordano, 2012: 513). En
este periodo, de incipiente capitalismo impulsado por la burguesía mercantil y
terrateniente de la Costa, aún se mantendrían relaciones pre-capitalistas de
producción. El gamonalismo[4] sostenido por la clase terrateniente señorial de las
Sierras, dominaba a los campesinos “enfeudados”[5] del sur y también a los
campesinos independientes o agrupados en colonias, sosteniendo de este modo
patrones políticos y económicos de la época colonial.
En el plano económico, la región sufrió un duro golpe con la depreciación del patrón
plata, lo que implicaba un desbalance entre las importaciones y las exportaciones
desfavoreciendo al país, pero favoreciendo a los capitales extranjeros. Estos últimos
también se vieron ampliamente beneficiados por la firma del Contrato Grace, llevada
adelante por Cáceres, que implicaba un trato entre el gobierno peruano y los
tenedores de bonos de la deuda externa[6], donde los recursos naturales fueron
prácticamente cedidos para su explotación a cambio de la reconstrucción de las
líneas férreas.
Imagen 1. El gamonal, de José Sabogal, 1925.
Durante este periodo, los intereses peruanos divididos casi geográficamente,
sumados a la crisis económica y a las cada vez más importantes –aunque
desarticuladas- montoneras populares de campesinos y pequeños comerciantes
descontentos, hicieron imposible la constitución de un Estado y de una Nación
unificados. A la muerte de Morales Bermúdez, la estabilidad política ya estaba
volviéndose precaria, y Nicolás de Piérola aprovechó la situación de malestar
generalizado en las masas populares para acceder al gobierno en 1895, dando fin de
esta manera al gobierno militarista e inaugurando lo que se conoce como la etapa de
la “República Aristocrática”[7] que abarca desde 1895 hasta 1919.
Representante del partido Demócrata, pero con apoyo del Partido Civil -sin líder en
esos momentos-, Piérola organizó una sublevación triunfante que desalojó el
caudillaje militar e “inauguró la precaria estructura política que duró hasta 1919, pero,
sobre todo, señaló el paso a un período de reconfiguración de la estructura de la
sociedad peruana”. (Quijano, 2007: XIII) El apoyo logrado por sectores que antes no
eran representados por su figura se basó en un discurso de defensa de lo nacional -
frente a un Perú aún herido por la guerra-, que muy pronto dejó atrás. Su gobierno se
centró en representar, en cambio, los intereses de la oligarquía terrateniente y de los
exportadores, al igual que los gobiernos democráticos que lo sucedieron hasta
1919[8].
Siguiendo a Ansaldi (2012), entendemos por oligarquía a
“una forma histórica de ejercicio de la dominación política de clase, caracterizada por
la concentración de poder en una minoría y la exclusión de la mayoría de la sociedad
de los mecanismos de decisión política. En las sociedades con dominación
oligárquica, la base social era angosta con predominio de la coerción. En caso de
existencia de consenso, fuera del núcleo dominante, este era pasivo. La exclusión se
justificaba por la supuesta o efectiva radicalidad o peligrosidad de los excluidos.
Puesto que no se trataba de una clase social sino de una forma de la dominación, la
oligarquía pudo ser ejercida por clases, pero más frecuentemente lo fue por
fracciones de clase y grupos sociales diversos, por ejemplo, terratenientes no
capitalistas, terratenientes capitalistas, burgueses”. (Ansaldi y Giordano, 2012: 465-
466)
Así, cada uno de estos sectores persiguió intereses particulares que no permitieron
articular una unidad nacional, ni política, ni social, y muchos menos cultural, sobre
todo si consideramos que las cuatro quintas partes, es decir, la gran mayoría de la
población peruana, era indígena y se encontraba lejos de lograr una representación
política.
Entre 1915 y 1919, el Partido Civil, retomó el poder en manos de José Pardo y
Barreda, continuando con las políticas adoptadas por la oligarquía, pero Augusto B.
Leguía y Salcedo, quien había representado en el gobierno al Partido Civil entre 1908
y 1912, ganó nuevamente las elecciones, sólo que esta vez con una coalición política
que se denominó Partido Democrático Reformista. Leguía inició su oncenio (periodo
de gobierno de once años) tomando el poder anticipadamente, tras la elección en la
que había resultado vencedor, mediante un golpe de Estado, dando por finalizado de
este modo el periodo de la “República Aristocrática”.
“Durante la mayor parte del siglo XIX, la pintura latinoamericana fue casi
exclusivamente descriptiva. […] el nacionalismo expresado por los profesores
franceses e italianos produjo muchas veces una versión insípida de un arte con
pretensiones «universalistas», pero que más bien era profundamente europeo. La
pintura que se hacía en las academias, al representar a personajes y sucesos
históricos, seguía las normas del estilo de David o de Ingres.” (Bethell, 1991: 132)
El neoclasicismo del siglo XIX planteó una separación entre arte culto y arte
popular que atravesará el campo hasta mediados del siglo XX, y cuyos debates se
extienden hasta la actualidad. Lo popular, anclado a las raíces indígenas, por ende
masivo en la región andina, se vio asociado al barroco -no al periodo incaico, que era
visto como arcaico y aún no revalorizado-, y lo barroco, a lo español. Las luchas
independentistas desataron un repudio a todo lo relacionado con la época colonial -
exceptuando, claro está, las políticas económicas que subsistieron en base a la
explotación indígena-, y los artistas volvieron sus ojos hacia Francia e Inglaterra como
modelo a seguir frente a los desafíos que imponía la creación de una Nación. De este
modo, se cambió un modelo extranjero matizado por el mestizaje, por otro modelo,
también extranjero, pero esta vez sin mediaciones locales. El arte culto, caracterizado
por el cosmopolitismo, importó ideas, materiales y artistas. Se apegó al proyecto
liberal y optó por desprenderse de los resabios del pasado para servir a los intereses
de las oligarquías gobernantes. Se pintaron retratos de los héroes nacionales que
fomentaban el sentimiento patriótico, se crearon himnos y marchas para reforzar la
idea de unidad nacional, aunque fuese una ficción, y también se construyeron
edificios públicos que concentraban el poder político.
“Por supuesto que al arte popular no se le reconocía una tradición histórica, ya que no
fue hasta la década de 1840 que algunos europeos influidos por el romanticismo
empezaron a concebir la idea del folklore. Los latinoamericanos tardaron mucho en
asimilar estas ideas y pasaron la mayor parte del siglo XIX intentando reprimir u
ocultar su arte y su música folklórica que consideraban primitivos e implícitamente
vergonzosos. Esto se mantuvo así hasta que finalmente surgieron fuertes
movimientos regionalistas y hasta que el socialismo hizo su primera aparición en el
escenario latinoamericano.” (Bethell, 1991:132)
En el Perú, como país más apegado aún a la colonia y con una fuerte dominación
oligárquica y clasista, fueron primero los artistas y no los críticos o estudiosos
académicos, quienes reconocieron la importancia del arte popular en la cultura
regional.
“En Latinoamérica, la inmensa mayoría de la crítica de arte era provincial y subjetiva;
se ocupaba casi exclusivamente de los aspectos históricos, biográficos y
generalmente «literarios» y no mostraba tener mucha intuición estética. La mayor
parte de la crítica se publicaba en los periódicos y los críticos eran generalmente
poetas o escritores y, por tanto, de hecho no existía la crítica estrictamente plástica.”
(Bethell, 1991: 132)
El indígena se fue haciendo presente de una manera cada vez más conciente en la
sociedad peruana cuando el hombre blanco comenzó a hablar, ahora sí, en su
nombre. Fue precisamente cuando Piérola recurrió a las masas y a su descontento,
para nuclearlas bajo un ideal de nacionalidad peruana, que el discurso a favor del
indígena comenzó su largo recorrido. Si bien las promesas políticas no se cumplieron,
el problema del indio tan profundamente negado se había instalado fuertemente a
principios del nuevo siglo.
Desde el oncenio de Leguía hasta los agitados años ‘30
El oncenio de Leguía tuvo características peculiares. Como dijimos más arriba, Leguía
llegó al poder en 1919 de mano de una coalición política bastante variada, pero cuyo
punto de contacto era estar excluidos de los intereses dominantes.
Entre las acciones llevadas adelante por Leguía, una de las más importantes fue
la modernización política que se inauguró con la reforma constitucional de 1920[9].
También en esta constitución se estableció, en su artículo 58, la protección de los
pueblos originarios: “El Estado protegerá a la raza indígena y dictará leyes especiales
para su desarrollo y cultura en armonía con sus necesidades. La Nación reconoce la
existencia legal de las comunidades de indígenas y la ley declarará los derechos que
les correspondan”. Sumado a ello, el artículo 41 declaró sobre las tierras de propiedad
comunal indígena: “Los bienes de propiedad del Estado, de instituciones públicas y de
comunidades de indígenas son imprescriptibles y sólo podrán transferirse mediante
título público, en los casos y en la forma que establezca la ley”. Para velar sobre estos
propósitos se creó la Dirección de Asuntos Indígenas, en el Ministerio de Fomento y
Obras Públicas.
Estas políticas pro-indígenas no coincidieron con las otras acciones desarrolladas por
el gobierno, lo que generó serias tensiones provocando múltiples revueltas.
También en 1920, Leguía dictó la Ley de Conscripción Vial que obligaba a todos los
hombres de 18 a 60 años de edad a trabajar gratuitamente por espacio de 6 a 12 días
al año, en la construcción y apertura de carreteras. Por supuesto que esta medida
afectó básicamente a la población indígena, pues fueron ellos quienes efectivamente
cumplieron el servicio obligatorio, y sumó otro motivo para que se desatase la revuelta
popular indígena conocida como la Gran Sublevación del Sur (1920-1923).
La Sublevación del Sur caló profundo en los intelectuales del veinte que, influenciados
por los movimientos revolucionarios mexicanos, dieron comienzo al
movimiento indigenista. Para los intelectuales de esta época el panorama no fue
sencillo, las imprentas del diario El Comercio y La Prensa fueron asaltadas, Leguía
cercenó la libertad de expresión, eliminó a la oposición en el parlamento y lo hizo
obediente a su mandato, lo que le garantizó la continuidad de sus políticas
represivas.
Mientras la sierra clamaba, paradójicamente en Lima se celebró el Centenario de la
Declaración de la Independencia Peruana. El gobierno aprovechó el momento
para engalanar la ciudad y presentarla próspera y moderna ante el mundo. Se
construyeron grandes avenidas y caminos, monumentos conmemorativos de estilo
neoclasicista, se edificó la Plaza San Martín; relucieron escudos y blasones
independentistas, y el llamado a la unidad nacional se hizo entre símbolos patrios y
representantes del comercio internacional. Lima se encargó de sublimar sus conflictos
internos, proyectando una imagen cosmopolita hacia el exterior. El paisaje urbano
cambió y se tiñó de los aportes de artistas extranjeros que obsequiaban sus grandes
obras a la patria.
Mientras tanto, la penetración de los movimientos de vanguardia comenzaba a
sentirse en artistas e intelectuales opositores, quienes tomaban distancia de Leguía e
inauguraban nuevas corrientes de pensamiento popular. Hacia el final de su gobierno
esto se hizo más notorio, pues ya se habían creado los primeros partidos políticos de
masas en el Perú. Con una gran influencia marxista, José Carlos Mariátegui lideró
el Partido Socialista Peruano (PSP), y Víctor Raúl Haya de la Torre, la Alianza
Popular Revolucionaria Americana (APRA), que sin llegar al poder, tuvieron enorme
repercusión política, sobre todo éste último.
Otro de los sucesos que marcaron el tránsito de Leguía por el gobierno peruano fue la
crisis económica global de 1929. Esta crisis aceleró la caída de su gobierno, ya que
era profundamente dependiente de los movimientos económicos extranjeros. Los
sectores obreros fueron los primeros en manifestar su descontento porque se vieron
directamente afectados por el alza del costo de vida. La gran corrupción
administrativa que se había propiciado durante la década (con el beneficio directo de
los allegados al presidente), y la vieja oligarquía despojada de sus poderes, más el
descontento del sector militar, obligaron a Leguía a presentar su renuncia en Agosto
de 1930 ante la amenaza directa de Golpe de Estado por parte del comandante Luis
Miguel Sánchez Cerro.
A fines de 1931, Sánchez Cerro asumió la presidencia del Perú tras un proceso de
votación democrático. Su opositor más acérrimo fue Haya de la Torre, quien casi ganó
la elección pero el carácter fraudulento de la misma lo impidió. El Parido Aprista
Peruano (PAP) fue liderado por Haya de la Torre; esta agrupación política local
respondía a los lineamientos del APRA y se presentaba para ese entonces como la
única alternativa de cambio en el Perú.
La propuesta del APRA excedía los límites del país, pues pretendió ser un frente
único indoamericano con representación partidaria en las distintas naciones
americanas. Sus propuestas de centro izquierda eran antiimperialistas, nacionalistas -
nacionalización de tierras e industrias-, solidarias con los pueblos y clases oprimidas
del mundo, propugnaban la unión de América Latina y la internalización del Canal del
Paraná[11]. Repasando la historia de los gobiernos peruanos hasta 1930, podemos
entender porqué no fue posible que los apristas tomaran el poder: ninguno de estos
principios contemplaba los intereses de la clase dominante. También es comprensible
que, ante la gran adhesión popular que tuvo, el PAP haya sido proscripto, sus líderes
perseguidos y exiliados, y sus seguidores reprimidos.
Los años treinta fueron convulsos. Los apristas se manifestaron en varias ocasiones
contra el gobierno de Sánchez Cerro, quien reprimió duramente y ocasionó la muerte
de militantes de izquierda y obreros. En medio de una gran crisis económica, el
presidente adoptó una serie de medidas de carácter popular, entre ellas la derogación
de la ley de conscripción vial, la legalización del divorcio, la obligación de los
funcionarios de declarar sus bienes, se crearon escuelas, se protegió la industria
pesquera, se comenzó un proceso de colonización de la selva, entre otras políticas
que beneficiaron al Perú. También a través de una nueva reforma constitucional,
estableció el mandato presidencial por seis años y prohibió de la reelección inmediata;
así como declaró la libertad de cultos y contempló el habeas corpus, se sancionó
la pena de muerte por delitos de traición a la patria y homicidio calificado, dando
cuenta de este modo de la intransigencia política reinante. (Basadre, 1998: 3093-
3097)
Pese a la presumible apertura política, Sánchez Cerro despertó grandes
controversias, no sólo por su relación con el aprismo y la izquierda en general, sino
porque la economía siguió profundamente ligada al capital extranjero[12]. La
economía de enclave era tan dependiente que el presidente contrató a financistas
estadounidenses para que lo asesoraran respecto a las acciones que era conveniente
llevar a cabo para paliar la crisis peruana.
Durante el gobierno de Sánchez Cerro se produjo un incidente limítrofe con Colombia.
El episodio conocido como la “Guerra de Leticia” tensionó las relaciones entre ambos
países, pero el conflicto fue finalmente resuelto por la vía democrática. (Ansaldi y
Giordano, 2012: 590)
Respecto al estado general del arte, Mariátegui describía que a inicios del Siglo XX
“La revolución artística está en marcha. Son muchas sus exageraciones, sus
destemplanzas, sus desmanes. Pero es que no hay revolución mesurada, equilibrada,
blanda, serena, plácida. Toda revolución tiene sus horrores. Es natural que las
revoluciones artísticas tengan también los suyos[15].” (Mariátegui, 2006: 38)
Reconociendo su época como un periodo de compleja crisis política, plantea que el
arte atraviesa también por una compleja crisis, ya que se enfrenta a los conceptos y
formas clásicas, y aparecen en el arte conceptos y formas totalmente nuevos a los
cuales “el gusto del vulgo los rechaza irritados. Los recibe como una majadería o una
extravagancia. Pero la aparición de estas escuelas es un fenómeno natural de nuestra
época. No envejecen únicamente las formas políticas de una sociedad y una cultura;
envejecen también sus formas artísticas. La decadencia y el desgaste de una época
son integrales, unánimes[16]. (Mariátegui, 2006: 39)
El deseo, la intención y la praxis de cambio artísticos, aún no siendo populares,
aparecen en Mariátegui como necesarios para acompañar y tal vez anticipar, las
nuevas formas y demandas políticas, económicas y sociales. Así lo expresó en 1926
en la presentación de su revista Amauta, en un periodo (entre 1920 y 1930) en que a
la innovación artística se le impuso la necesidad de velar por lo autóctono y lo
nacional. Decimos que se le impuso la necesidad porque los artistas e intelectuales
peruanos no pudieron ignorar las revueltas indígenas que acontecieron por esos
años.
“Esta revista en el campo intelectual, no representa un grupo. Representa, más bien,
un movimiento, un espíritu. En el Perú se siente desde hace algún tiempo una
corriente, cada día más vigorosa y definida, de renovación. A los fautores de esta
renovación se les llama vanguardistas, socialistas, revolucionarios, etc. La historia no
los ha bautizado definitivamente todavía. Existen entre ellos algunas discrepancias
formales, algunas diferencias psicológicas. Pero por encima de lo que los diferencia,
todos estos espíritus ponen lo que los aproxima y mancomuna: su voluntad de crear
un Perú nuevo dentro del mundo nuevo[17]” (Mariátegui, 1926)
Amauta, fue un producto de la vanguardia peruana. Como muchas revistas que
aparecieron en América Latina, reflejó las inquietudes de los movimientos estéticos
más radicales; sin embargo, Amauta fue más que eso; según Jorge Schwartz
(2006:46) “encarna la militancia política bifronte de su director” ya que, por un lado,
Mariátegui era el máximo representante del marxismo peruano, preocupado por las
causas obreras, campesinas e indígenas, con una participación política muy activa, y
por otro, fue un ojo sensible a los movimientos artísticos desarrollados en Europa.
Desde nuestra perspectiva, lejos de aparecer como una contradicción, este
señalamiento de Schwartz evidencia la conjunción lograda por Mariátegui entre
vanguardia política y vanguardia artística. Hay que comprender que para Mariátegui
es imposible pensar un arte y un artista desprovistos de su contexto cultural al estilo
de las propuestas de los cultores del artepurismo como el español Ortega y Gasset -
de gran influencia en los proyectos vanguardistas latinoamericanos- o el mexicano
Antonio Caso[18].
Como dijimos anteriormente, aparece en esta época “el despertar de una conciencia
americanista, de una sensibilidad artística que comienza a enfrentarse al arte y que
revela el estímulo accionado por unas circunstancias surgidas de la tierra misma en
que nace la obra.” (Romera, 2000: 5) Es aquí donde nos encontramos nuevamente
con el indio -por cuarta vez para Ángel Rama- que, habiendo logrado a fuerza de
luchas hacerse presente en el terreno político, empezó a ser abordado en el campo
artístico desde una nueva perspectiva.
Fue muy difícil para los artistas e intelectuales de los años veinte y treinta abstraerse
de estos cuestionamientos, Mariátegui escribió:
El debate acerca del indio planteó para intelectuales, políticos y artistas la disyuntiva
entre modernidad e identidad. Si bien en Perú esta cuestión siempre estuvo presente,
tanto el indio del sur como el mestizo del centro se preguntaron en este momento
¿quiénes somos? La respuesta no fue unánime, sino que se dio en dos direcciones:
somos diferentes a Europa, o somos iguales que ellos. Sin embargo en esta
construcción las soluciones dan como resultado una producción propia.
“Entre el regodeo en el hecho de sentirse diferentes y dueños y señores de lo propio,
definido claramente, distinguible de ‘madres patrias’ o de ‘culturas refinadas’, y el
susto por sentirse europeos de segunda, necesitados de alcanzar a Europa e
igualarla, América latina ha labrado la historia de su cultura. Las artes plásticas han
expresado esta doble actitud con mayor o menor conciencia, y casi podríamos decir
que hay una historia de las artes plásticas latinoamericanas -y no sólo una historia de
las artes en América- en la medida en que el problema del ¿quién soy? se ha ido
reflejando en lo que nuestros hombres han pintado, esculpido, modelado o construido.
Y eso es, puede entenderse, independientemente del hecho de que las respuestas
hayan sido en un sentido o en otro: puesto que ambas respuestas son americanas
(más todavía: puesto que ambas respuestas combinadas constituyen lo americano
nuestro). De modo que no es la existencia de un arte ‘mestizo’ lo que se puede
presentar como lo específico y común a nosotros, sino la pregunta por ese ser
mestizo y las contestaciones que se han dado, en el sentido positivo, ya en sentido
negativo.” (Manrique, 2000: 21)
Los movimientos artísticos de las décadas del ´20 y del ´30 intentaron resolver el
problema de la identidad y de la modernidad creando un producto de síntesis:
sirviéndose como instrumento de las modernas técnicas artísticas europeas que
proponían las vanguardias, miraron hacia el pasado para representarlo. En una
creación tan propia como original, se combinaron el indigenismo y las vanguardias. El
futuro y el pasado se conjugaron en las obras de artistas peruanos como José
Sabogal, Julia Codesido, Enrique Camino Brent, Camilo Blas, Cota Carvallo, Elena
Izcue, Jorge Vinatea Reynoso o Martín Chambi Jiménez. Estos artistas trabajaron con
unas poéticas bien definidas que apuntaban a la construcción de una particular
identidad nacional. Algunos de ellos lo lograron con mayor éxito; otros -como en la
literatura- enunciaron la presencia de un nosotros latinoamericano, hicieron aparecer
al indio en sus obras, pero no alcanzaron a reconocer esa realidad peruana como
algo sustancialmente diferente, propio y expresable sólo por americanos.
Sin duda, el indigenismo artístico del Perú, y el despertar de una conciencia
que revelaba como indispensable pensar el pasado, se vio influido por el muralismo
mexicano que, como expresión de la lucha de los oprimidos, acompañó y reflejó los
procesos revolucionarios en ese país.
Los artistas peruanos vivieron, a principios del siglo XX, atravesados por múltiples
influencias que los colocaron frente al desafío de hacer un arte anclado a su región y
a su realidad socio política. Sumado a los fenómenos históricos ya mencionados, el
pensamiento de Martí, Ugarte, entre otros -contrarios al fuerte influjo positivista con
sus teorías racistas y políticas liberales- los llevaron a adoptar posturas de defensa de
lo local.
José Sabogal (1888-1956) fue uno de los primeros pintores que dio cuenta de esta
necesidad de relatar la realidad peruana. Si bien ha sido incluido entre aquellos que
detentaron un indigenismo meramente declarativo, su obra marcó el camino para
otros artistas que combinaron su quehacer artístico con su quehacer político. No
obstante anteriormente, otro pintor peruano, Francisco Laso (1823-1869), fue quien se
encargó de hacer aparecer en sus obras la figura del indio. Fuertemente criticado por
Sabogal por su tendencia de estereotipar la figura indígena, Laso anticipó la corriente
plástica indigenista. Aunque no sustentó sus ideales, puso al indio en escena. El
criollo vio en los escaparates de las tiendas peruanas un sujeto invisibilizado por el
arte.
Pero el problema que se presentaba en las obras de Laso no estuvo ajeno en
Sabogal ni en muchos de los pintores indigenistas:
“Esta insatisfacción frente a las representaciones de Laso sin duda resultaron del
auge paralelo de estereotipos visuales sobre el indio fomentados por los artistas
indigenistas a partir de la década de 1920. La exaltación del cuerpo del indio surgió
como una obsesión entre los pintores y escritores cuya retórica privilegiaba nociones
de virilidad y carácter. Inspirados en las corrientes organicistas y vitalistas de la
época, los indigenistas forjaron una teoría del telurismo que confundía nociones
biológicas y geográficas. El cuerpo del indio debía expresar el poder del paisaje
andino. El ‘hombre de bronce’ de los Andes sería un ideal que podía insertarse
fácilmente en las vindicaciones políticas de la época. Los indigenistas exageraron así
los aspectos físicos, los rasgos faciales, la musculatura para definir el ‘carácter’ de la
raza.” (Majluf, 1999: 2)
La crítica del arte posterior a los años ´40 pudo dar cuenta de los problemas que
manifestó el indigenismo plástico durante el periodo de su mayor auge[19], sin
embargo, para los intelectuales y artistas de los primeros decenios del siglo XX se
hizo ineludible trabajar sobre una estética situada. Es por ello que se hace necesario
destacar que, pese a lo que con el paso de los años se consideraran errores,
el problema del indio se hizo presente en múltiples sectores de la realidad peruana, y
el arte fue un espacio privilegiado para su manifestación.
- Elena Izcue:
Nació en Lima en 1889 y murió en la misma ciudad en 1970. Tuvo una hermana
melliza con quien compartió su pasión por las artes.
En 1926, publicó dos volúmenes del libro El arte peruano en la escuela, un manual
para la enseñanza del dibujo en las escuelas peruanas. El éxito de esta obra prueba
el deseo de definir una estética nacional para este país en búsqueda de identidad
artística y revela el interés internacional por este arte redescubierto.
Por su labor, Augusto Leguía le otorgó una beca de estudios a París. Allí perfeccionó
su estilo y en sus obras aplicó motivos precolombinos, incluso en sus diseños textiles.
París y Nueva York fueron los escenarios donde evolucionó su obra.
Con tan solo 17 años exhibió por vez primera en un salón de su tierra natal
caricaturas de los mas notables personajes arequipeños que, ya en 1919 instalado en
Lima, volvió a mostrar ante halagadores comentarios de la critica especializada en el
salón Brandes.
Llegó a Lima en 1918, y en 1919 ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes (fue el
primer graduado de esta institución y recibió la medalla de oro). Su maestro fue Daniel
Hernández, quien le proveyó de numerosas, aunque rígidas, técnicas academicistas.
En 1923 asumió allí mismo como profesor de dibujo y pintura.
Codesido recorrió Europa junto a su familia durante muchos años, allí se nutrió de
numerosas tendencias artísticas. En 1918 retornó definitivamente a Lima donde hizo
sus primeras prácticas artísticas formales. Para 1919 se encontraba en la Escuela
Nacional de Bellas Artes del Perú, fue alumna tanto de Daniel Hernández como de
José Sabogal.
La obra de Julia Codesido se destacó en el grupo indigenista porque fue una artista
que trascendió a la tendencia. Su pintura no sólo recibió influencia externa, como la
pintura mural mexicana o europea, sino que la asimiló y reelaboró, obteniendo como
resultado una pintura con características propias, hasta su muerte en Lima en 1979.
Luego de una larga trayectoria en el campo de las artes, murió en Lima en 1980.
En 1922, a los trece años de edad, ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes. Fue
discípulo de Daniel Hernández y luego de José Sabogal, quien lo nombró profesor en
1937.
Expuso por primera vez en Lima, en 1936 y lo hizo después en Estados Unidos,
Argentina, México, Europa y Marruecos.
Sus viajes al interior del país respondieron a una búsqueda del paisaje como tema
nacional. Realizó retratos en sus primeros años, luego hizo estudios sobre la técnica
de cerámica local e, influido por sus experiencias de viajes, pintó varios murales.
A pesar de pertenecer al grupo de los indigenistas, Camino Brent supo dar a su obra
una línea personal, enmarcada por el paisaje arquitectónico, sin necesidad de ser
realista o identificar sus pinturas con la campiña rural. También representó la imagen
del indio delimitada sólo por el uso de colores terrosos. Captó los paisajes y los tipos
humanos a lo largo y ancho de su país con un lirismo y una estética particulares.
Murió en Lima en 1960.
Desde niño mostró su espíritu artístico mediante dibujos y bocetos. Gracias al apoyo
de su tío, el artista cajamarquino Mario Urteaga, dio sus primeros pasos en la pintura.
Cajamarca fue el inicio de Blas y de la obra de Blas. “Pintaba mi tierra y mi pueblo, y
sin saberlo era indigenista antes de que el movimiento hubiera surgido”, dijo alguna
vez.
“Vista de Amancaes.”
El Perú, en ese entonces, era gobernado por segunda vez por José Pardo
y Barreda, quien fuera el impulsor de la instrucción pública y quien además
promulgó la ley de las ocho horas laborales y reglamentó el trabajo para
mujeres y niños además de establecer el calendario laboral. Dentro de este
marco social y político arribó Codesido, siendo su principal interés
informarse del entorno artístico de Lima. Hizo sus primeras prácticas
artísticas formales en el taller de Teófilo Castillo Guas en la Quinta Hereen,
en donde entra en calidad de aprendiz por un periodo de tres meses.
Sus obras marcan una tendencia innovadora que rompe barreras, en donde
el indio, nativo y autóctono se reivindica al ser representado en sus
pinturas. Por su tenaz compromiso político con el indígena y su
reivindicación del hombre peruano es considerada como feminista que
lucho en cuestiones sociales y políticas referidas al problema del indígena
El mexicano Siqueiros, al comentar una exposición de Julia Codesido dice:
“…posee todo cuanto es indispensable para realizar la gran tarea del arte
revolucionario americano”. Los comentarios de elogios siempre estuvieron
presente en la vida de esta artista, resaltada por una fecunda labor pictórica
ha sido admirada en el país y en el extranjero, especialmente en Estados
Unidos, Francia, España, México, Brasil y Argentina, donde realizó
exposiciones. Museos e importantes colecciones del país y del extranjero
poseen obras de esta admirable artista. Falleció en Lima, el 8 de mayo de
1979.
En 1938, Camino Brent se casó en San Isidro con María Rosa Macedo
Cánepa, pintora como él, y escritora. Al año siguiente se trasladaron a
Buenos Aires, donde realizaron una importante exposición en la galería
Witcomb. Diez años más tarde (1949), el artista volvería a exponer en esta
galería. Camino Brent desempeñó la docencia en la Escuela Nacional de
Bellas Artes hasta 1943 tomando una posición partidaria con Sabogal.
Posteriormente, se dedicó a enseñar cerámica en el Politécnico José Pardo
y se desempeñó como Supervisor de Bellas Artes de las escuelas de Lima.
En 1959 y hasta poco antes de su muerte, ocupó la dirección de loas
Escuela de Bellas Artes y Artesanía en la Universidad de Huamanga
(Ayacucho).
Fue casado por la señorita Anita Silis con quien tuvo cuatro hijas. Entre
sus obras mencionaremos: Mochera, Habitantes de la costa, Paisaje
Andino, Calle de Usquil, Paisaje de la Selva, Negrita de Callejón, La
procesión del Señor de los Milagros, Cuesta de Pumacurco, Casona
trujillana, Fiesta serrana, Jarana Criolla, Picarones, Fiesta serrana,
Marinera, Las aventadoras, La procesión del señor de los Milagros
(xilografía) y algunos retratos al óleo y pastel de su esposa e hijas, etc.
Ganó muchos premios en diferentes exposiciones que realizó por
diferentes países. Falleció en Lima, el 26 de julio de 1985 tras un accidente
automovilístico
“Cuesta de Pumacurco”
Oleo que demuestran ya su interés por representar los paisajes y las
costumbres peruanas, tanto el indio, como su ambiente y su quehacer
cotidiano considerado como uno de los representantes más trascendentes
del movimiento indigenista. Dejo valioso conjunto de grabados, dibujos y
acuarelas con gran variedad temática.
“Casona trujillana”
Pintura al Óleo de Camilo Blas, perteneciente a la Escuela:
Indigenismo. Tamaño de la reproducción: Alto 43,5 x 52,5 ancho.
"La naranjera"
V. ANEXOS
VI. BIBLIOGRAFIA
file:///C:/Users/usuario/Downloads/26571-104866-1-PB.pdf
http://pacarinadelsur.com/home/pielago-de-imagenes/1145-vanguardias-e-indigenismo-
el-arte-en-el-peru-de-principios-del-siglo-xx
https://prezi.com/dfe_4xxqoouj/el-indigenismo-en-la-pintura/
AGRADECIMIENTO
Para realizar esta monografía nuestro grupo ha recurrido a muchas personas que
han colaborado con tiempo, ideas, sugerencias que al final se han plasmado en el
trabajo.
Este trabajo va dirigido en especial a nuestros padres que día a día luchan por que
nuestro futuro no se embarre de desgracias ya que la adolescencia propone
muchos retos que debemos superar y ahí están nuestros padres empujándonos
para ser mejores en nuestras vidas.
Por lo consiguiente también dedicamos nuestro trabajo a esos grandes artistas
peruanos que con su gran creatividad han logrado superar muchos retos y van
enriqueciendo nuestra cultura que es apreciada por muchos y despreciada por
ignorantes que no le dan mucha importancia.
Por último le dedicamos con mucho esfuerzo esta monografía al maestro que lleva
el curso de arte en la Institución Educativa Federico Helguero Seminario William
Távara que día a día nos abre los ojos a una rica y diversa manifestación artística
que presenta el Perú.
ÍNDICE
I. INTRODUCCION
II. MARCO TEORICO
Desde la Guerra del Pacífico hasta la República Aristocrática
El arte decimonónico y finisecular
Desde el indigenismo intelectual al indigenismo plástico
Los artistas del indigenismo
- José Sabogal:
- Elena Izcue:
Desde el oncenio de Leguía hasta los agitados años ‘30
La irrupción de las vanguardias artísticas
Jorge Segundo Vinatera Reynoso
Julia Manuela Codesido Estenos:
Carlota Clara Carvallo Wallstein
Gustavo Enrique Camino Brent:
José Alfonso Sánchez Urteaga