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Los obispos han centrado su mirada en el compromiso evangélico que Jesús les dejó: “Id
y haced mis discípulos a todas las naciones” (Mt 28, 19), poniendo sobre el paredón el
dolor que a ellos atañe la grandes crisis que pasan los pueblos más desfavorecidos
económicamente y donde se les ha quitado de raíz el sueño de progreso como personas
dignificadas, capaces de trascender. Y que, aunque existen personas y entes
gubernamentales que se solidarizan con los más desfavorecidos, se acrecienta cada vez más
el hambre y la miseria; las enfermedades masivas; las altas tasas de mortalidad infantil; el
analfabetismo; la marginalidad; desigualdades económicas en las clases sociales; la
excesiva violencia; y, la inoperatividad del pueblo en las opiniones que favorezcan a su
crecimiento humano, social, cultural, económico y político.
Ahora bien, siguiendo la influencia del gran Concilio Vaticano II, los Padres
Latinoamericanos se han centrado –tal como lo señala el Documento Final de Medellín- en
dos aspectos importantísimos en los cambios del Continente: La Promoción Humana y La
Iglesia visible y sus estructuras. El primer aspecto está dividido en nueve puntos, a saber: la
justicia; la paz; la familia y demografía; la educación; la juventud; la pastoral popular;
pastoral de las élites; la catequesis; y, la liturgia. Todos ellos están provistos en una
reestructuración del sistema eclesiástico, promoviendo el desarrollo del Pueblo de Dios con
una visión propia de cada región que ocupa el Continente, variado en su totalidad; así como
la formación de conciencias rectas, capaces de intervenir en el proceso de cambio en estas
naciones en vías de desarrollo, rechazando modelos e ideologías que alienen y roben la
dignidad propia, de igual modo a su relación social e individual, así como económica,
política y religiosa. Por otro lado, el segundo aspecto va dirigido a los laicos y personas
religiosas, llamadas a promover la vida humana y a no permanecer estáticos ante las
agravantes que se vislumbran en el horizonte de nuestros países, sino amoldarse –sin
olvidar su misión Evangélica- y ser pioneros en demostrar la caridad proveniente de Dios a
cada uno de los individuos que ocupen nuestras calles y plazas, campos y empresas,
escuelas y seminarios, Iglesias y parques, para lograr “ser uno con Dios” (Cf. Jn 17,11).