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CAPÍTULO IV
Recomposición de la arquitectura forestal
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Figura 13. De arriba hacia abajo: clímax – templado húmedo intervención
recomposición o manejo agroecológico.
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Figura 14. De arriba hacia abajo: clímax – trópico/subtrópico húmedo intervención
recomposición o manejo agroecológico.
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La Figura 13, pág. 47, muestra una secuencia de intervenciones en la vegetación
original de clima templado y una recomposición basada en la arquitectura original de
esa vegetación. El mismo proceso es presentado en la Figura 14, pág. 48, para las
condiciones del trópico y del subtrópico húmedo.
En el capítulo anterior, llegamos a un monte frutal que presenta un manejo
ecológico, pero dentro de una arquitectura que permite mayor circulación y menos
humedad relativa: plantas en hileras y caminos con cubierta verde permanente y mane-
jada. Ese es el estadio actual de los montes ecológicos de frutas de clima templados
en Rio Grande do Sul.
El lector, a esta altura, puede estar construyendo algunos interrogantes tales
como: ¿por qué no se habló de la instalación de una cortina rompe viento? ¿y por
qué no se incluyeron algunas plantas atractivas de pájaros e insectos? ¿ y a respecto
de plantas repelentes? ¿y por qué no algunas plantas con función fertilizadora, que
se puedan podar periódicamente? Si esas preguntas fueron hechas, entonces estamos
en el camino correcto. Pero, si tratamos cada uno de los items sugeridos de manera
aislada, estaremos construyendo una metodología errada: este es el abordaje que ve a
un monte frutal como una colección de frutales, obedientemente dispuestas en filas
rectilíneas, formado por especies escogidas y dispuestas según nuestro criterio personal.
Está claro que se puede, a partir de un monte frutal de manejo orgánico y
a través de modificaciones graduales, avanzar para una estructura más diversificada y
autorregulada: un monte frutal-selva. Vamos a intentar colocar, paso a paso, las provi-
dencias para formar ese monte frutal-selva, en un ejercicio de design, dentro de las
características de la vertiente superior del Nordeste. El primer paso es conocer la vegeta-
ción clímax del ecosistema nativo, respondiéndose algunas preguntas básicas:
• ¿La vegetación clímax es una selva de hojas perennes, caducas o semicaducas?
Respuesta: el conjunto denominado selva de araucaria y sus formas de transición
se clasifican como selva semicaducifolia. Pierde parte de las hojas en los meses de
mayo a agosto*.
• ¿Es una selva húmeda? Cuál es el tipo de estructura foliar predominante?
Respuesta: se trata de una selva de tipo húmedo, no sujeta a estación seca sazonal,
y predominan árboles de hojas estrechas. Algunas especies de hojas largas de ciclo
largo aparecen luego debajo de las araucarias, en las selvas de los márgenes de los
cursos de agua. Las hojas estrechas indican estructuras foliares que evolucionaron
de manera de resistir los vientos, sin pérdida de agua excesiva y sin daños físicos.
• ¿Observando la sucesión vegetal en la selva, cuales son las pioneras (ciclo de 10
años), las intermediarias (ciclo de 40 años) y las primarias (ciclo de 100 años o más)
más comunes y con que suelos se asocian?
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Respuesta: aquí, podemos elaborar una lista con las especies más representativas
dentro de un área o región.
• ¿Por último, cuales son las especies frutales que usted conoce o tiene interés, y cuyas
regiones de origen tienen similitudes con el ecosistema que usted describió?
Respuesta: aquí debemos elaborar una lista de frutales que respondan a las mismas
cuestiones fundamentales.
Vamos a tomar como ejemplo a la manzana:
• ¿Hojas perennes, caducas o semicaducas?
Se trata de una especie caducifolia.
• ¿A que ciclo pertenece (10, 40 o 100 años)?
Los manzanos, en estado natural, pueden llegar hasta más de 100 años.
• ¿Necesita de suelos profundos o someros?
Prefiere suelos profundos, no obstante existen porta-injertos y especies silvestres que
se adaptan a suelos pedregosos.
• ¿Cuál es el grado de dificultad de reproducción (vegetativa, semillas, solamente de
injerto, etc.)?
En nuestras condiciones, difícilmente se reproduzca por semillas, a menos que las
semillas sufran vernalización y estratificación (30 días con humedad constante de 80%
y a 4ºC). Porta injertos son producidos vegetativamente a partir de plantas madres.
• ¿Cuáles son las especies que componen con ella formaciones vegetales en su centro
de origen? ¿Cuál es la arquitectura forestal típica que ella compone en su centro
de origen?
Los cultivos del trópico húmedo ya tienen esas especies bien determinadas, algu-
nas nativas, otras introducidas, tales como Inga sp., Erytrina sp., Jacaranda sp., Cordia
sp., Calliandra sp. y Gliricidia sp. Cada latitud y región tiene sus especies nativas que
deben ser valorizadas y utilizadas. Sin embargo, un exceso de plantas leguminosas pue-
den inducir a desequilibrios de nitrógeno: la proporción correcta debe ser evaluada en
relación al ecosistema nativo (Bill Mollisson, comunicación personal).
En relación a las plantas que componen originalmente el sotobosque, tenemos
que mantener los mismos cuidados. Podemos citar dos ejemplos: el duraznero es de
sotobosque, pero apenas en formaciones abiertas y de alta radiación, y se beneficia
de la presencia de una cierta proporción de especies leguminosas dominantes intercala-
das.(14) La nuez pecán (Caryia illinoensis) puede ser intercalada con cítricos, siempre que
el nitrógeno sea provisto por un estrato herbáceo compuesto por leguminosas con alto
poder de fijación simbiótica.
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Figura 15. Design montado para las condiciones del ecosistema de floresta de araucaria: 1:
Manzanos; 2: cubierta verde manejada; 3: especies forrajeras para pájaros; 4: álamo argentino; 5:
Pinus elliottis; 6: cipres; 7: selva nativa.
• Teoría y práctica
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es aquella donde la intervención humana es en el sentido de la introducción de especies
que se adaptan dentro del proceso natural de sucesión ecológica. Muy frecuentemente,
las situaciones se entrelazan. Por ejemplo: pretendemos instalar un monte frutal de
manzanos y el área está cubierta de selva secundaria de diez años de edad. En este
caso, la vegetación a ser introducida es exótica y el suelo ya perdió su cobertura original.
Por lo tanto, no podemos depender de la sucesión vegetal para formar la
materia orgánica o la biomasa necesaria para obtener un desarrollo satisfactorio de las
plantas y mantenerlas en producción. Las características de la manzana impiden que
se haga una recomposición completa de la arquitectura forestal original. La distancia
entre la formación clímax final que deseamos – el monte frutal o pomar – y la forma-
ción vegetal clímax original – la selva – define caminos para responder las preguntas
formuladas anteriormente.
Es importante resaltar que la manzana, el durazno, la pera y otros frutales son
partes vivas de un organismo que evolucionó optimizado para las condiciones de clima
templado. El trasplante de esos individuos para un organismo que evolucionó para las
condiciones de clima subtropical húmedo tiene un costo energético. Este puede ser
cuantificado en términos de:
• disminuir la humedad relativa del aire, de modo de compatibilizarlo con las exigen-
cias del manzano;
• controlar la sucesión vegetal natural a fin de evitar que las especies nativas domi-
nen, sombreando al manzano;
• reponer la materia orgánica que dejará de ser provista por esa sucesión y que
condiciona al suelo y lo hace evolucionar;
• intervenir con pulverizaciones foliares de productos orgánicos y minerales, de modo
de compensar la mayor lixiviación foliar que una planta de clima templado sufrirá
en las condiciones del subtrópico;
• manejar la sucesión vegetal de modo de optimizar el reciclaje de los nutrientes
aportados;
• crear barreras vegetales y otros artificios para confundir y amenizar el rechazo del
ecosistema y sus agentes de evolución (insectos, hongos, bacterias, virus, etc.) al
individuo o a la formación vegetal transplantada.
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Sin embargo, donde el organismo suelo-vegetación-fauna fue degradado, todo
un gasto energético debe ser considerado, aún con especies consideradas como de alta
adaptación a las condiciones regionales de radiación, nutrientes y humedad.
La intensidad de los inputs varía conforme al grado de agresión al organismo
clímax. Hagamos una analogía: un trabajador sufre un accidente de trabajo que le dam-
nifica dientes, parte del estómago y le causa excoriaciones. Inconsciente y con pérdida
de sangre, permanece vivo, pero necesita, en un primer momento, salir del estado de
choque y recibir sangre. En un segundo momento de la recuperación, pasa a recibir
suero y, más adelante, alimento líquido. Recuperado el estómago, recibe una prótesis
y vuelve a alimentarse con sólidos de fácil digestibilidad hasta poder volver a comer
normalmente, recuperarse físicamente y recuperar su capacidad de trabajo normal.
El conjunto suelo-vegetación es un organismo que procesa incesantemente car-
bono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno en materia viva, extrayendo elementos esenciales
de la roca madre. Tiene estrategias de evolución y adaptación a los cambios puntuales
o geoclimáticos: cualquier intervención en la vegetación original o en el suelo (contami-
nación, anaerobiosis, etc.) acarrea alteraciones en el proceso biótico y la búsqueda de
una recuperación.
La pérdida de capacidad productiva de ese organismo se verifica principalmente
en la capacidad de la vida del suelo en tornar los nutrientes disponibles para las raíces.
Un suelo degradado es un trabajador accidentado: su capacidad de producir vida es
mantenida artificialmente a través de nutrientes que entran directamente en la solución
del suelo. Lógicamente, la vida que produce, en la forma de cultivos agrícolas o vege-
tación, también sólo sobrevive a través de medidas artificiales, como pulverizaciones
constantes, fumigaciones de suelo, etc.
Ese tipo de abordaje permite que se entienda y se cuantifique la cantidad de
nutrientes de alta solubilidad que un suelo va a necesitar hasta que el organismo retome
su capacidad total de producción de vida a partir de las energías naturalmente disponi-
bles bajo la forma de radiación, nutrientes y humedad. El llamado período de transición
de un área bajo manejo agroquímico está básicamente determinado por el nivel de daño
existente y por la capacidad regeneradora del ecosistema agredido.
Visto bajo ese ángulo, el manejo de la materia orgánica resulta fácil de ser enten-
dido: buena parte de las respuestas están en la comprensión de los ciclos y de los
patrones del ecosistema local y en las especies vegetales y animales que componen las
diferentes etapas de la sucesión ecológica rumbo al equilibrio dinámico o clímax de cada
ecosistema. Ese es un modelo de entendimiento básico que provee un referencial para
intervenciones más precisas.
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Imaginemos que dentro de ese modelo se pueda analizar e identificar origen,
cantidad, calidad y periodicidad de los materiales orgánicos que llegan al suelo. Eso
permite una comprensión de cómo se comporta el flujo de la materia orgánica y,
consecuentemente, de nutrientes en cada ecosistema.
Ese flujo es factor determinante para las poblaciones de recicladores de la micro-
y meso-fauna y flora. A su vez, la actividad de esos recicladores regula la disponibilidad
de nutrientes en la solución del suelo y, juntamente con la vegetación, es responsable
por la movilización de minerales de la roca madre.
Por lo tanto, el entendimiento de la lógica que mueve cada modelo permite un
abordaje sistémico, donde los problemas como formación de quelatos, inmovilización,
toxicidad, suelos inductores a hongos patógenos, etc. son analizados en el conjunto y
no como factores aislados y complejos. Lo que trae complejidad es desconectar cada
uno de esos aspectos del conjunto suelo/vegetación.
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• Intervención y costo energético
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Debemos observar algunos puntos fundamentales en esa enumeración de prácticas:
• Si partimos de una floresta rica en recursos, el mejor manejo es el 11.
• Si partimos de un ecosistema forestal, que precisamos enriquecer, el medio más
obvio de obtener materia orgánica y recursos es el 10.
• Si partimos de una vegetación clímax del tipo sabana o cerrado, la mejor opción es
el rozado de la vegetación nativa con la permanencia de algunos árboles de interés
y posterior introducción de un abono verde, que puede ser también un cultivo
alimentario, manejándose el rebrote y la recuperación de la vegetación clímax (8,9
y 10).
• Si partimos de una pradera o de un sistema marcadamente sazonal, el mejor manejo
se sitúa entre los números 4 y 8, o se hace una combinación de manejos. El objetivo
es siempre crear medios para obtener materia orgánica: labrar y descomponer la
vegetación nativa; labrar e introducir un abono verde para después volver a labrar;
introducir el abono verde y plantar directo, imitándose la sucesión vegetal de invier-
no-verano, típica de las praderas en climas sazonales. El retorno de la vegetación
nativa y la rotación con animales devuelve la materia orgánica oxidada en el proceso.
La rotación con peces y cultivos entraría en esos sistemas, donde la presencia o la
ausencia de algún fenómeno (crecidas de ríos, deshielo, calentamiento, etc.) regula
la estacionalidad.
• Si partimos de situaciones extremas como las de semidesierto o de suelos estacional-
mente congelados, degradados por fenómenos naturales (vulcanismo, erosión por
ríos) o antropogénicos (pisoteo excesivo y quemadas en pasturas naturales), la solu-
ción es transportar materia orgánica de sitios más ricos y crear puntos de fertilidad
(1,2,3 y 4).
La característica de cada ecosistema va a indicar cual es el manejo posible, de 1 a 11, o
cuales las combinaciones que son posibles e interesantes.
En este punto, esperamos que el lector se haya dado cuenta del tipo de agricul-
tura que se tornó el patrón tecnológico obligatorio para cualquier ecosistema, en un
colonialismo tecnológico no sustentable en los días actuales.
Lo que describimos anteriormente no son propuestas nuevas. Se trata simplemen-
te del relato de prácticas milenarias de pueblos que crearon civilizaciones sustentadas
por los diferentes ecosistemas citados. Es regla que, cuanto más brutal la intervención
humana rompiendo el flujo de materia orgánica al suelo, más necesitamos del tipo de
tecnología desarrollada para lidiar con condiciones extremas.
Un agravante es que las poblaciones originarias en ambientes extremos nunca
fueron naturalmente altas. Cuando eso sucede, la energía debe ser drenada desde otros
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puntos para mantener la densidad poblacional. Un ejemplo clásico de ello es el desequili-
brio energético de la agricultura europea y norteamericana: virtuales “agujeros negros”,
succionando energía bajo la forma de barriles de petróleo, y toneladas de soja colap-
sando ecosistemas enteros y comprometiendo el futuro. Lo mismo se podría decir de
derribar selvas tropicales para la cría de ganado de engorde: pérdida irreparable de la
biodiversidad, derroche de energía bajo la forma de radiación, lluvia y nutrientes para
un beneficio bastante cuestionable tanto en el aspecto técnico como en el social. No
obstante, no siempre el transporte de nutrientes y materia orgánica constituye un
desequilibrio: puede ser el inicio de un proceso de reequilibrio o también de integración
entre unidades productivas próximas. En ese sentido, aportes externos de nutrientes en
forma mineral y orgánica, pueden ser el paso inicial en situaciones de suelo degradado
y lixiviado, donde cultivos de ciclo corto exigen nutrientes que no están disponibles.
Eventualmente, abonos órgano-minerales y minerales de baja solubilidad pueden ser
utilizados.
La introducción de materia orgánica es condición sine qua non, mas no podemos
seguir recetas. Debemos reportarnos al ecosistema en que estamos actuando y pregun-
tarnos hasta donde podemos llegar, y lo que precisamos para llegar. Debemos saber
conciliar, dentro del esquema que se maneja, el equilibrio entre inputs externos y pro-
ducción local de biomasa, teniendo siempre en vista la producción. A medida que el
sistema evoluciona, el flujo de materia orgánica se reestabiliza, reactivando con él el flujo
de nutrientes que se encontraba indisponible. Así, el trío NPK vuelve a presentarse en
la biomasa y en la solución del suelo, junto con todos los oligoelementos y los factores
de crecimiento ligados a la actividad de la vida vegetal y animal, y se puede hablar de
producción sustentable. Evidentemente, el grado de degradación a que cada suelo fue
sometido es lo que va a dictar por cuanto tiempo serán necesarios inputs externos hasta
retomar un flujo de nutrientes que sea capaz de producir un excedente agrícola.
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Con el pasar del tiempo, se procura recomponer la arquitectura original de
la vegetación clímax, lo que puede ser traducido inicialmente por la introducción de
coberturas verdes –exóticas o no- y de aportes más intensos de materia orgánica, a
fin de estimular el banco genético del suelo. Durante el proceso, recomendamos el
fraccionamiento de la fertilización orgánica, parte en otoño y parte en la primavera, en
cantidades que serán dosificadas según las condiciones del suelo y basadas en lo que
fue analizado hasta ahora.
En nuestras condiciones climáticas, aplicamos la materia orgánica en el final del
otoño, siguiendo el ciclo verificado en la floresta semicaducifolia. La fertilización a efec-
tuar en la primavera no debe ser hecha con materia orgánica fresca, a no ser en dosis
bajas (3 tn de cama de pollos/ha) y, necesariamente, sobre el abono verde. Cantidades
mayores encuentran una actividad metabólica aún baja en función de la temperatura,
hecho que dificulta que el organismo monte frutal metabolice adecuadamente un apor-
te elevado de materia orgánica fresca.
En regiones marcadamente subtropicales o aún tropicales húmedas, donde los
ciclos naturales son prácticamente ininterrumpidos, la situación cambia bastante. Los
aportes pueden ser más frecuentes y hechos con material más fresco, de modo de esti-
mular el banco genético del suelo y la sucesión vegetal, cuyo potencial de movilización
y abastecimiento de nutrientes es bastante grande. Los aportes podrán ir siendo reduci-
dos en cantidades dimensionadas, de acuerdo con la etapa de evolución del organismo
monte frutal. Cuanto más maduro y diversificado el organismo, mayor su capacidad
de reciclaje.
• Suelos degradados
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co perdido. No obstante, los cítricos, a pesar de estar bastante aclimatados, no encajan
plenamente en la arquitectura forestal de la selva de aquellos ecosistemas, y el monte
frutal siempre necesitará de dosis de materia orgánica externa, aunque en un orden
menor a 5 tn/ha/año, para mantener la productividad, considerándose un manejo de
cobertura verde perenne con leguminosas para compensar la falta de eficiencia energé-
tica del sistema.
El flujo de la materia orgánica pasa, sin duda, por el organismo de los recicla-
dores. La biomasa vegetal tornase biomasa animal, y viceversa, como los clásicos nos
enseñan. Entre tanto, hay un punto al cual debemos atenernos sobremanera, cual es, el
tipo de recicladores que cada conexión suelo-flora-fauna produjo.
Un ejemplo clásico de esa conexión parte de la observación de los colonizadores
ingleses que llegaron a América del Norte. Temerosos de que los diques hechos por
los castores se rompiesen, ellos los deshacían. Con el tiempo, la mata ciliar que circun-
daba los lagos formados por los diques fue degenerando hasta limitarse a la vera de
los riachos. El castor concentra los recursos escasos en la región primeramente en
su organismo. Utilizando la energía que acumuló, forma los diques. El dique eleva y
regulariza el nivel freático, lo que posibilita la expansión de las formaciones forestales
y de las gramíneas lacustres que, junto con los peces, forman la dieta de los castores.
Los desechos de los castores y de las aves fertilizan el lago y traen nuevas especies, que
se concentran alrededor del recurso limitante que es el agua, la cual también maximiza
otro recurso limitante que es la radiación, por la reflexión de la luz y por la capacidad
de retener calor: la orilla norte del lago es más iluminada y más caliente que la sur (recor-
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dando que estamos refiriéndonos al hemisferio norte). Este es uno de los ejemplos más
próximos del tipo de intervención que eleva el potencial de un agroecosistema y que
muestra la conexión entre un ecosistema y el elemento animal.
Vamos a analizar algunos extremos: en las situaciones donde hay limitantes
estacionales para el crecimiento vegetativo, como es el caso de las estepas frías o de
los semiáridos tropicales, ¿dónde permanece la materia orgánica y el inóculo biológico
para su transformación? Inicialmente, podemos observar que ambas regiones tienen
en común una expresiva población de herbívoros de gran porte, como es el caso de
los renos del círculo polar ártico y de los antílopes, elefantes y otros herbívoros en las
sabanas africanas. Tal hecho nos induce a concluir que parte de la biomasa vegetal pro-
ducida en el ciclo de crecimiento posible está resguardada de las condiciones climáticas
adversas en la biomasa animal constituida por esos herbívoros.
Otro hecho relevante en este caso habla respecto a la relación superficie-volu-
men. El aumento del volumen del animal corresponde a un pequeño aumento en su
superficie. Esto significa ventajas en relación a la manutención de la homeostasis: menos
agua que el animal perderá en un clima semiárido, o menos calor que perderá en un
clima donde el factor limitante fuera la radiación. Se trata de un pequeño aumento
del consumo energético para incrementar la cantidad de materia viva resguardada de
las condiciones adversas.(15) Esto explica, al menos parcialmente, la predominancia de
animales de mayor porte en regiones donde ocurren limitaciones estacionales a la vida.
Junto con la disponibilidad de nutrientes, ese puede haber sido un vigoroso agente de
selección natural.
15. GOULD, Stephen Jay. Darwin e os grandes enigmas da vida. São Paulo: Martins Fontes, 1992.
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y el consecuente acumulo en la biomasa animal permiten que los nutrientes no se
pierdan. Las condiciones secas hacen que el estiércol sea prácticamente un inóculo de
rápida utilización cuando lluvias escasas y de pequeña duración posibilitan el crecimiento
vegetativo. Los árboles caducifolios tienen mecanismos semejantes en climas diversos.
El manzano, por ejemplo, almacena substancias como la arginina y la asparagina en las
ramas y en las raíces durante el período de crecimiento, permitiendo que la floración
y la brotación inicial puedan ocurrir a partir de las reservas acumuladas en la estación
anterior.
La comprensión de ese mecanismo desarrollado por la manzana para un clima
sazonal con una estación de crecimiento bastante corta es fundamental: como la activi-
dad biológica del suelo tiene una curva que responde al incremento de la temperatura,
consecuentemente los nutrientes tornados disponibles por la actividad biológica tienen
una curva semejante. Así, la manzana se desarrolla con recursos propios en las fases
iniciales y gana un tiempo precioso que le permite completar el ciclo vital antes de la
vuelta del período de inactividad impuesto por la estación fría.
Finalmente, eso nos lleva a pensar que hay una estrategia común de los procesos
vivos en los rebrotes masivos de Mimosa scabrella* en los planaltos del sur de Brasil, en
los cardúmenes inmensos de pocas especies en aguas frías, comparadas con la diversi-
dad de especies en lo que se refiere a peces de aguas tropicales, y en árboles y arbustos
en los rebrotes pioneros de las selvas ecuatoriales. Diversidad y ciclos prácticamente
ininterrumpidos para climas calientes y húmedos, poca diversidad y ciclos definidos
donde humedad o radiación son factores limitantes.
Este análisis pretende arrojar un poco de luz en la función del elemento animal
en el manejo de la materia orgánica en un organismo monte frutal y asimismo en
un agroecosistema. Así como el manejo adecuado de la biomasa vegetal surge de la
observación de la sucesión y del clímax característico, el manejo de los animales debe
seguir el mismo principio.
En la práctica, eso implica reconsiderar la presencia de herbívoros de mayor porte
en pastoreo en situaciones de selva húmeda tropical y subtropical. La presencia de
animales pesados debe ser evitada sobremanera, principalmente en suelos arcillosos,
y la introducción de animales menores debe ser cíclica y adecuada a la evolución del
propio organismo monte frutal: cada etapa debe recibir una determinada carga animal
con determinada periodicidad.
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Nada impide, sin embargo, que se críen animales en otras condiciones que no
sean bajo pastoreo directo, utilizándose el excedente de biomasa vegetal para alimentar-
los y retornando el estiércol al sistema. Se trata de integrar diferentes estrategias para
que obtengamos los puntos de fertilidad y los excedentes que nos interesan. Costa
Rica y África tienen experiencias significativas en ese aspecto, con el elemento árbol asu-
miendo el papel de forraje en la crianza animal. Tenemos, en esos casos, una adaptación
típica que minimiza el desperdicio energético y maximiza el potencial de producción
de biomasa del ecosistema forestal.(16) Del mismo modo, la ecuación evolucionista que
colocó elefantes en las sabanas, rumiantes de gran porte en los pastajes y tundras y
monos y perezosos en la floresta húmeda puede ser flexibilizada, pero hasta cierto
punto.
Ahí reside uno de los puntos clave para el entendimiento de los flujos de materia
orgánica que podemos poner bajo la forma de preguntas: en un clima de trópico
húmedo, los recicladores de ciclo corto como hongos, bacterias, insectos, etc. ocupan
papel destacado, conforme acabamos de ver. Por lo tanto, ¿cuál es la mejor manera de
llevar materia orgánica al suelo en esas condiciones? ¿Será proveyendo biomasa vegetal
a recicladores intermediarios, como los bovinos, a fin de utilizar el estiércol?
Al generalizar prácticas como el pastoreo, estamos rompiendo las cadenas de
recicladores de ciclo corto al retirar el material vegetal que constituye la base de su
existencia. La forma preponderante para abastecer de materia orgánica debe adecuarse
a los tipos de recicladores más eficientes para cada situación climática.
Es mucho más importante para la agricultura de los climas calientes y húmedos esti-
mular la acción de los micro- y meso- recicladores que la de transformar la paja en
estiércol y después retornarla al suelo. Podemos imaginar una sucesión no lineal de
la importancia del elemento animal: cuanto más nos aproximamos a climas que crean
situaciones limitantes al crecimiento vegetativo, más crece la importancia del elemento
animal como reciclador dentro del agroecosistema.
Cada error o acierto en el manejo de esos factores desencadena reacciones en
serie, en un efecto orgánico, no lineal e imprevisible por medios puramente teóricos,
más perfectamente apreciable por la observación de los indicadores biológicos de evolu-
ción o degradación del ecosistema. Como regla general, vale un dicho popular que habla
al respecto de que es más fácil conservar lo que se tiene que reponer lo perdido:
una sombra adecuada a un cafetal puede equipararse al aprovisionamiento de dosis
masivas de materia orgánica a un cultivo a pleno sol, cuyo suelo es mantenido limpio.
Eso porque dejamos de perder, y cualquier aporte, por mínimo que sea, aumenta el
potencial productivo.
16. SOARES, Eduardo Safons et al. Relatório de viagem à Costa Rica. Vitória: APTA, 1993.
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Filósfera, rizósfera y nutrientes
• Filósfera
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En la manzana, fueron encontradas pérdidas de 20 a 30 kg de potasio, 5 a 10 kg
de calcio y 9 kg de sodio por ha/año, siendo que 50% de ese calcio y 80% de ese
potasio pueden ser lixiviados en 24 horas. De 2 a 3 kg de potasio, calcio y sodio son
transportados para el suelo por la lluvia en abetos (Picea abies) y pinos (Pinus silvestris)
durante 30 días de otoño. De todos los elementos, los más fácilmente lixiviados son
hierro, cinc, fósforo y cloro. Sin embargo, la mayor cantidad de lixiviados son por cuenta
de las substancias orgánicas, principalmente carbohidratos. En la manzana, los números
alcanzan 800 kg/ha/año. Aminoácidos, ácidos orgánicos y fitohormonas también son
lixiviados, pero los estudios aún son pocos.(17) La lixiviación no ocurre solamente en la
filósfera. Plantas rastreras como la frutilla (Fragaria sp.) y arbustivas como la mora negra
(Rubus sp) son especialmente susceptibles en el período que antecede a la cosecha, y la
lixiviación ocurre también a nivel radicular, como en el caso de la frutilla.
Tejidos jóvenes en crecimiento activo difícilmente son lixiviados, y la senescencia
coincide con el pico de la lixiviación. Las plantas del trópico húmedo desarrollan mecanis-
mos especiales, aunque el cacao y la banana son bastantes susceptibles a la lixiviación
comparados a otras especies de clima más fríos. Tal hecho está íntimamente relacionado
al tipo de formación vegetal al que pertenecen, que permite un reciclaje intenso de los
nutrientes. La eliminación de árboles de sombra y de las umbrófilas a nivel del suelo
rompe el equilibrio dinámico y abre el ciclo, perdiéndose los nutrientes del sistema.
Dentro de la misma lógica, se comprende que temperaturas más elevadas, espe-
cialmente si están asociadas a lluvias intermitentes, acentúan la lixiviación. Su incremento
es tanto mayor cuanto más duren los factores, pudiendo alcanzar tres a ocho veces el
contenido inicial del elemento en los tejidos foliares. Ese número da una medida de la
importancia de los mecanismos de reciclaje de nutrientes, sea alrededor de la planta, sea
en el ecosistema como un todo.
La composición de los varios estratos cumple otras funciones fundamentales:
cada planta interactúa con la lluvia cambiando composición, energía y distribución del
agua. El efecto general de la vegetación es moderar y conservar las entradas energéticas
en el sistema, o sea, lluvia, sol, viento, nutrientes, etc.(18) La afirmación de que “no sólo
la planta es un producto del suelo como que el propio suelo es producto de la planta”
queda bastante clara. Entender esa afirmación es entender la función específica y com-
plementaria que cada formación vegetal diferente cumple en la sucesión ecológica que
forma o recompone un suelo.
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• Rizósfera
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rizósfera tiene una relación directa con la disponibilidad de esos oligoelementos: cuando
se interrumpe el flujo de materia orgánica y lixiviados al suelo, toda su biota disminuye
la acción, y muchos oligoelementos se tornan no disponibles por la compejización con
otros elementos, como el hierro y el aluminio.
La actividad de la rizósfera es condicionada por los mismos mecanismos de la
filósfera: radiación, nutrientes y humedad. La radiación inhibe determinadas formas de
vida y estimula otras, además de imprimir velocidad a los ciclos vitales a través del
aumento de la temperatura. La alteración de los patrones de radiación, sea por la lon-
gitud de onda o por la modificación de la curva de calentamiento del suelo durante
el día o durante estaciones, cambia la composición de la rizósfera y la dinámica de los
nutrientes en el suelo.
La presencia de micorrizas, por ejemplo, puede aumentar el crecimiento de las
plantas y la absorción de nutrientes, bien como la resistencia al stress hídrico, habiendo
datos ya cuantificados para cultivos de granos, forestales, hortícolas y frutales. Ejemplos
son el café (Coffea arabica), con incrementos de hasta 300% en la absorción de cinc,
cobre y manganeso, y la soja (Glicine max), con incrementos de 700% de cinc, 300% de
cobre y 200% de manganeso. La aplicación de fungicidas sistémicos puede tener acción
letal sobre las micorrizas, factor fundamental a tener en cuenta en el análisis de las
relaciones entre nutrición y fitosanidad.
Las modificaciones provocadas alteran la composición fúngica y bacteriana, y la
no disponibilidad o el cambio del flujo de los nutrientes puede sumarse a la desaparición
o a la disminución de la población de predadores y productores de antibióticos, favore-
ciendo las explosiones poblacionales de hongos patógenos e insectos fitófagos.
Varias prácticas agrícolas pueden causar más daños que beneficios. Un encalado
excesivo tornará no disponibles el cinc y el hierro, alterando la flora fúngica de manera
bastante aguda. Del mismo modo, la acidificación por el uso de nitrógeno sintético
amoniacal irá a liberar aluminio en el suelo y tornará no disponible el fósforo, con
efectos en cadena sobre la rizósfera.
Esas alteraciones pueden ser estimulantes a la vida en situaciones específicas y
en dosis apropiadas, lo que no es la regla en la agricultura de hoy. Algunos de esos efec-
tos fueron bastante estudiados y tenemos casos de campo bastante interesantes. Es
sabido que los productos fungicidas y herbicidas a base de benzamidazol tienen acción
vermífuga, lo mismo se verifica para los cúpricos. Ambos producen una reducción brutal
de anélidos en el suelo y, consecuentemente, en su aireación. En un suelo compactado,
la emisión de raíces finas disminuye, así como la absorción de elementos que dependen
mucho de ese tipo de raíces como el boro y el calcio. El resultado son disturbios meta-
bólicos relacionados con esos elementos. En el caso de la manzana, el ataque de hongos
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causantes de pudriciones como Glomerella cingulatta, o problemas fisiológicos como
la mancha de corcho están generalmente relacionados al uso abusivo de fungicidas
acompañado de carpidas, sin reposición de materia orgánica.
La propia materia orgánica no es un beneficio sin límites: como vimos anterior-
mente, cantidad, calidad y periodicidad de aplicación deben ser verificados conforme al
modelo del ecosistema. Un aspecto práctico referido al tipo de materia orgánica son las
poblaciones fúngicas y bacterianas que ella induce en una situación de suelos agrícolas
desgastados donde la biodiversidad se encuentra reducida. Estudios en los Estados Uni-
dos (19) y en el Japón indican un mayor desarrollo de hongos como Trichoderma viride
y Streptomyces sp. que son antagonistas de Fusarium, Rizoctonia y Phytophtora cuando
la materia orgánica provista al suelo fuera rica en celulosa.
Además de eso, varios géneros de hongos actúan directamente sobre la disponi-
bilidad de nutrientes, especialmente fósforo, potasio, calcio, magnesio, cinc, manganeso
y hierro. El fósforo por sí sólo, depende fundamentalmente de la actividad microbiana
para tornarse disponible, y las fosfobacterias (Bacillus megaterium var. phosphaticum)
han sido usadas como inoculantes de suelo con ese fin. Sin embargo, es más simple y
razonable manejar la evolución de la vegetación/suelo y reconstituir los flujos de materia
orgánica. La introducción de microorganismos es, en sí, más un atenuante de desequili-
brios que una tentativa seria de corregir manejos estructuralmente equivocados.
También en términos de fósforo, podemos ejemplificar con los suelos australia-
nos la paradoja de los cánones de la agroquímica: suelos fertilizados desde los años 50
con superfosfatos presentan, hoy, hasta 50 ppm de fósforo en los primeros 4 cm, que-
dando el restante complejado en los 20 cm superficiales, no disponible a las plantas.(20)
Siendo el fósforo un elemento de baja movilidad y extremadamente rela-
cionado al manejo de la materia orgánica, no es de extrañarse que valores absurdos
estén siendo recomendados en suelos de floricultura y horticultura. El uso de un
nutriente en un medio vivo del mismo modo que se usaría en un substrato inerte es
absurdo. La actividad biológica de la rizósfera tiene un trabajo incesante de ataque a la
roca matriz, solubilizando nutrientes, entre ellos el fósforo. Las tasas de consumo y lixi-
viación no son suficientes para justificar las altas dosis de fósforo soluble recomendados
en la agricultura actualmente.(21)
76
• Rizósfera, nutrientes y formaciones vegetales
77
vez que nuestro manejo recupera los procesos vitales de un ecosistema. El elemento
nitrógeno es el gran trauma de la agricultura: la síntesis de compuestos amoniacales
a partir del nitrógeno atmosférico pareció ser la salvación de la agricultura cuando fue
descubierto. En verdad, la naturaleza dispone de una inmensa gama de mecanismos
para reponer nitrógeno al suelo y a las formas de vida que de él dependen. El problema,
nuevamente, es la interrupción de ciclos, lo que disminuye o elimina la eficiencia de
esos mecanismos de auto-regulación. En el Japón, estudios estimaron en 7 tn/ha/año
la biomasa microbiana muerta en el suelo, lo que resulta en una cantidad de 100 kg
de nitrógeno orgánico/ha/año. En condiciones de manejo ecológico, gran parte de ese
elemento es absorbido, al contrario de lo que ocurre con un suelo con manejo químico,
donde las pérdidas serían mucho mayores. En regiones de trópicos y subtrópicos húme-
dos, el efecto de los rayos contribuye con hasta 50 kg de N/ha/año. Sumándose a eso la
fijación de nitrógeno por fijadores de vida libre y simbióticos, que pueden llegar a 400 kg
de N/ha/año, tenemos una idea de porqué no se observan deficiencias de nitrógeno en
sistemas naturales o en los años agrícolas que le siguen al derrumbe de las selvas.
Infelizmente, la colonización europea trajo consigo un uso del suelo que indujo a la
necesidad artificial de reponer el nitrógeno perdido por el manejo inadecuado de los
agroecosistemas del subtrópico y del trópico húmedos. Esa necesidad se va reduciendo
a medida que se desarrollan y se adoptan prácticas adaptadas a la velocidad de reciclaje
de elementos que caracteriza esos ecosistemas.
78
CAPÍTULO V
79
80
CAPÍTULO V
La acción humana: reducir intervenciones
Cuando Masanobu Fukuoka lanzó su primer libro, One Straw Revolution, relatan-
do como conseguía producir 9,6 t/ha de arroz y 9,6 t/ha de centeno en cultivo secuen-
cial sin apelar al uso intensivo de estiércol, compost o fertilización química, él realmente
daba impulso a una revolución en la concepción de lo que era una agricultura natural.
Toda la obra de este investigador japonés se basó en la observación de los fenó-
menos naturales bajo una “óptica desprovista de óptica”: según él, debemos observar el
arroz desde el punto de vista del arroz, y no bajo el punto de vista humano. No se pue-
de conocer el funcionamiento de un ecosistema si estamos buscando ese conocimiento
dentro de una orientación antropocéntrica. Una colmena es un organismo en sí mismo,
y los conceptos tomados de la sociedad humana, como reinas, obreras y guerreras
dificultan, mucho más de lo que auxilian, la comprensión de los fenómenos que rigen la
vida de esos preciosos insectos. Desde la óptica de la naturaleza, tan preciosos como la
renombrada Varroa (Varroa jacobsoni oudemans), ácaro que ataca a las colmenas. Todo
se encuentra en constante evolución; una evolución que modifica el ambiente, y con
cada elemento de la biodiversidad que la acción humana extingue, se pierde un precioso
auxiliar en el proceso de perfeccionamiento del potencial productivo de un agroecosis-
tema.
Por lo tanto, la esencia de la filosofía de Fukuoka - el no actuar - es, en verdad,
intervenir solamente en la dirección del flujo natural de la evolución de los ecosistemas
vivos. Acciones puntuales en momentos cruciales, de modo de obtener el máximo resul-
tado con el mínimo de trabajo y de daño ambiental. Más que ser una filosofía, esos prin-
cipios han traído resultados productivos y ganancias económicas sólidos a agricultores
en todas partes del mundo. A continuación, intentaremos exponer los procedimientos
adoptados en fruticultura y algunos de los resultados obtenidos.
La especie humana tiene una historia muy reciente en el planeta. Para situarnos
en una escala más comprensible, si el surgimiento de la vida hubiese ocurrido 1 km.
atrás, el primer homínido habría surgido en el último metro y la sociedad industrial que
conocemos, en el último milímetro. Si nos imagináramos como el primer ser humano
que adquirió la capacidad de juzgar qué comer, qué árbol derribar, dónde habitar, etc. en 81
el inicio de aquel método fatídico que marca la presencia del hombre en la Tierra, cuales
serían los instrumentos disponibles para ese juzgamiento?
En ese campo de suposiciones, tenemos algunas hipótesis científicamente com-
probadas donde apoyarnos. Una de ellas es la memoria genética: aves de rapiña incu-
badas y criadas en laboratorios saben distinguir entre una víbora coral venenosa y
una víbora coral falsa, no venenosa, sin haber tenido nunca un aprendizaje previo.
Esa memoria genética probablemente también es responsable por nuestras reacciones
instintivas como el miedo a la oscuridad, el caso del niño con deficiencias minerales
que come tierra, etc.
Por lo tanto, no partimos de cero: como todas las formas de vida, evoluciona-
mos conjuntamente con el planeta y pasamos por varios mecanismos de selección.
Entre estos, están los que llamamos nuestros predadores como serpientes, animales
carnívoros de gran porte, además de otros como vegetales venenosos, virus, hongos y
bacterias. Si hoy formamos parte de la biodiversidad del planeta es porque estamos aún
aptos, como especie, a ser parte de la vida.
Conforme ya fue mencionado, el manejo de la nutrición y de la materia orgánica
se refleja en el metabolismo de cada organismo individual que compone el agroeco-
sistema, así como en éste como un todo. A cada error de manejo de la fertilización
corresponde una disfunción del metabolismo individual o colectivo, o aún, una cadena
de problemas. Los factores interaccionan y no deben ser analizados aisladamente. Un
error de manejo bastante común y fácilmente observable se refiere al aporte de nitróge-
no al sistema. Cuando hablamos de fácilmente observable, nos referimos a indicadores
biológicos seguros que han sido evaluados a lo largo de nuestra experiencia de campo
y respaldados en informaciones diversas que van desde el saber popular, pasando por
observaciones de técnicos de áreas distintas (geólogos, por ejemplo), hasta la bibliografía
relacionada al control de las erróneamente denominadas “invasoras o malezas”.
83
El comportamiento de los organismos de un monte frutal puede llegar a formar
complejos sistemas de autorregulación. Recientemente, se verificó que algunas plantas
respondían al daño foliar causado por lagartas liberando terpenoides volátiles. Tales
substancias atraen predadores específicos, lo que no ocurre cuando el daño es causado
por el corte deliberado o daño físico por fricción, entre otros.(23) En un ambiente pobre
en predadores, el llamado no encuentra respuesta, y es evidente que el daño será tanto
mayor cuanto mayor fuera el desequilibrio del sistema como un todo. Ciertamente, no
sólo ese hongo entomófago ejerció un papel fundamental en el control de la lagarta,
sino también pájaros, arañas, avispas y un sin número de predadores que se desarrollan
en el estrato inferior de ese ecosistema monte frutal, o sea, en la cubierta verde del
suelo. En ese caso, el organismo individual y el organismo monte frutal fueron coadyu-
vantes en la autorregulación.
• Mudas
La palabra muda tiene su raíz etimológica ligada al latín mutare, de mudar. Por
lo tanto, cuando pensamos en mudas de árboles, estamos pensando en sacarlas de
un lugar y plantarlas en otro. El trasplante de mudas es una práctica ancestral, aún
en poblaciones autóctonas. Los indígenas concentran recursos en términos de plantas
medicinales, ornamentales o alimenticias en lugares de fácil acceso o estratégicos, como
los bordes de los senderos, lugares protegidos de eventuales enemigos o de enferme-
dades, etc. Pero, no siempre es posible o deseable “mudar”. La morfología, el locus en
la sucesión, el grado de agresividad y la adaptación son referenciales importantes para
que definamos lo que es más apropiado para el agroecosistema que queremos formar.
Existen especies de fácil trasplante a raíz desnuda, con alto porcentaje de prendimiento.
Generalmente, están asociadas a especies más agresivas, cuyo sistema radicular no es
pivotante y que evolucionaron para reproducirse por otras formas y no apenas por
semillas.
El manzano y la mayor parte de las caducifolias tienen esa habilidad. La reproduc-
ción vegetativa por pedazos de raíz o de ramas es otra característica de plantas pioneras
o de las que tienen comportamiento pionero en las fases iniciales de su vida. Pero,
cuando se trata de raíces pivotantes, principalmente en especies clímax, el manejo es
más delicado. El árbol del caucho, el cacao, la araucaria, son ejemplos de especies clímax
que no toleran la rotura de su raíz axial, lo que se traduce en crecimiento retardado y
productividad baja si consiguieran sobrevivir a la presión natural de selección, una vez
que hay desventajas en relación al resto de la vegetación.
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Un caso bastante clarificador es el del eucalipto: extremadamente agresivo, sufre
mucho con el transplante a raíz desnuda, que es completamente desaconsejado para
la especie. Siendo bastante ávido de humedad, su característica fundamental es emitir
raíces muy largas en búsqueda de agua. Una rotura de esas raíces atrasa su desarrollo
y puede matarlo, pues comprometería, en la lógica de la supervivencia, su capacidad en
superar períodos secos, su gran característica.
La reproducción por semillas directamente a campo es bastante compleja cuando
se trata de formar montes de manzanos en el sur del Brasil. La presión de selección
sobre la especie y sobre la formación vegetal monte frutal de manzanos es muy grande,
y las posibilidades de éxito, muy reducidas. Sin embargo, las formas intermedias son
bastantes deseables, tales como la plantación del porta injerto a campo con posterior
enjertación, la formación de mudas de semillas en cuevas con posterior enjertación o
selección, que son posibilidades bastante aplicadas por los agricultores. En cualquiera
de los casos, cuando más se respetan las formaciones vegetales características de cada
ecosistema, menos presión es ejercida sobre las mudas y sobre su formación.
En la propiedad de Ernst Götsch, en Piraí do Norte, Bahia, es posible apreciar la
diferencia entre el manejo de la implantación por semillas y el de mudas en maceta en
el cultivo del cacao. No obstante, las diferencias de desarrollo entre su sistema de hoyos
y plantación de tres semillas pregerminadas y el sistema convencional no termina en el
tipo de muda y sí se extiende a toda la concepción del agroecosistema.
Vale la pena citar el caso del bananero, que tiene un inicio de vida heliófilo,
pasando a umbrófilo en el período adulto. El tipo de muda que produce mejor resultado
es el tipo cuernito o cuerno. Se trata del rizoma ya formando el pseudotallo, pero antes
de abrir las primeras hojas. El bananero es una planta de ciclo largo, ciclo que, en vida
libre, se renueva cuando se produce la caída de un árbol dominante. Tanto la forma
de la muda como el tipo de propagación, fundamentalmente vegetativa, muestran su
lugar en la sucesión. Después de la caída de un árbol y la posterior descomposición
de la biomasa, el cuerno sobrepasa el mulch y crece, juntamente con otras especies,
inicialmente como heliófila, y después, durante su vida productiva, como sotobosque de
la selva alta con dosel entreabierto.
Véase ahora un monte frutal formado con mudas que pasan por las siguientes etapas:
• semilla cosechada y estratificada;
• siembra en canteros;
• repique a canteros mayores;
• injerto;
• arranque para plantación;
• poda de raíces;
• plantación.
85
La cantidad de agresiones que sufre la raíz es significativa, y solamente especies
caducifolias las toleran. Pero, es claro y corriente que frutales caducifolios originados por
mudas de semilla tengan ciclos más largos y potencial productivo elevado, con mucha
mayor capacidad de autorregulación. En resumen, es perfectamente posible que se
formen montes frutales a partir de la siembra directa a campo, siempre que sea con
especies adaptadas. El grado de adaptabilidad es lo que influencia el gasto energético
para obtener las mudas y establecerlas.
• Injertos y porta-injertos
Lo que fue dicho para la formación de mudas vale para los procesos de injerto. La
enjertación no es nada más que una forma de eludir la falta de adaptación al ambiente,
acelerar ciclos o uniformizar cultivos. Pero, cada vez se reúnen más evidencias de que el
punto de injerto puede llegar a tornarse un filtro de nutrientes, lo que puede traducirse
en deficiencias nutricionales bastante difíciles de diagnosticar, una vez que el elemento
en déficit estará siempre disponible en el suelo, sin, entretanto, aparecer en niveles
adecuados en los análisis foliares. Por lo tanto, la enjertación es un proceso que debe ser
criterioso en relación a la compatibilidad entre las partes a ser unidas, pero mucho más
en relación a que tipo de agroecosistema queremos montar. En Costa Rica, tenemos
un ejemplo claro: los naranjales para consumo interno, inclusive en América Central,
son formados a partir de semillas, generando árboles de ciclo más largo y altura en
torno de los cinco metros que se adaptan muy bien a los cultivos multiestratificados y
a las consociaciones. Pero los naranjales para exportación, que requieren especies que
agraden al paladar norteamericano, son injertados y, obviamente, son menores y se
introducen en sistemas más reduccionistas de lo que demanda la arquitectura forestal
típica de la selva centroamericana.
Hemos probado siempre la mínima agresión posible al sistema radicular y a la
planta como un todo, optando por el injerto cuando éste no se constituya en un futuro
foco de necesidades de intervenciones.
• Podas
88
CAPÍTULO VI
89
90
CAPÍTULO VI
Pulverizaciones foliares, fertilizaciones
y metabolismo de la planta
Como vimos, el aporte por vía foliar que ocurre dentro de los ecosistemas es
rico, frecuente y está íntimamente ligado al tipo de arquitectura vegetal y a la constitu-
ción de fauna y flora que forman cada ecosistema. La arquitectura de la rizósfera actúa
complementando el mecanismo de reciclaje y potenciación de la biota, al máximo de
la eficiencia al que llegó aquel ecosistema. Por tanto, sabemos que la eliminación de
cualquiera de los elementos, en cualquiera de las etapas de la sucesión ecológica implica
pérdida: para el asunto que nos interesa ahora, pérdida de un elemento responsable de
la nutrición o de defensa contra la pérdida de nutrientes del sistema.
Aún como elemento teórico para conducir la práctica, nos vamos a reportar a
una ecuación energética simple, en que el viento, la precipitación y la radiación son
vectores energéticos y el conjunto fauna/flora/suelo es la resultante, con sus caracte-
rísticas principales, tales como formas, patrones, ciclos. ¿Al modificar bruscamente las
condiciones de viento, radiación y precipitación, qué puede ocurrir con la resultante? En
un proceso evolutivo común al planeta, algunas especies son substituidas por otras y
otro conjunto se adapta a las transformaciones ocurridas hasta alcanzar el máximo de
eficiencia energética. En otras palabras, utiliza y recicla los nutrientes de la mejor manera
posible en función de los otros vectores que afectan la vida y sus formas.
¿Pero qué sucede cuando transplantamos un sistema inadecuado para moderar
la energía y liberar y reciclar los nutrientes? En el Asia Menor, la presión expansionista y
militarista sobre los recursos forestales transformaron bosques manejados para alimento
humano y cría de cerdos en pendientes pobladas por cabras y ovejas. La pérdida de
suelo fue tan intensa que, en un período que viene del siglo V a.C., la ciudad costera de
Efeso se tornó interior, distando actualmente cerca de 4 km del mar Egeo.(25)
¿Porqué estamos exponiendo hechos tan generales para orientar una simple
pulverización foliar? Vamos a enumerar algunas de las razones:
• En relación a la radiación, un error de manejo como colocar a pleno sol una especie
umbrófila, implica:
• aceleración de la actividad fotosintética;
25. PERLIN, John. História das florestas: a importância da madeira no desenvolvimento da civilização. Rio de Janeiro:
Imago, 1992.
91
• aceleración de la producción de hormonas de senescencia;
• degradación de proteínas a nivel foliar (proteólisis);
• reducción de la tasa de asimilación de carbono.
Esos cuatro puntos tienen como consecuencia una floración profusa, característi-
ca del acortamiento del ciclo, sensibilización a insectos, hongos y bacterias, quemado de
las hojas, declinación y muerte.
• En relación a la precipitación, la eliminación de un estrato superior implica:
• mayor impacto mecánico de las gotas de lluvia;
• mayor lixiviación;
• disminución en la provisión de lixiviados;
• evaporación más intensa de la humedad
La consecuencia directa es una disminución de la síntesis de proteínas causada
por la falta de los elementos nutricionales anteriormente aportados por los lixiviados,
sensibilización a insectos, hongos y enfermedades.
• En relación al viento:
• en zonas costeras, traen sales que son benéficas cuando son moderadas por el
conjunto de la vegetación y dañinas cuando actúan directamente sobre una planta
aislada. En ese caso, el sodio ocupa el lugar del calcio y causa lisis proteica, conocida
como quemado del borde de las hojas. La absorción excesiva de sales por plantas no
adaptadas también presenta esos síntomas;
• los daños físicos aumentan la transpiración de la planta e impiden el funcionamiento
adecuado de la fotosíntesis, interrumpiendo el crecimiento.
Al analizar el vector viento, nos tornamos repetitivos y lo obvio aparece: los tres
vectores actúan conjuntamente y analizarlos separadamente no proporciona la visión
que necesitamos. Tenemos que tener en mente que una pulverización foliar no es un
elemento regenerador. Se trata de un atenuante que minimiza los efectos de rechazo
con que el ecosistema intenta librarse de una especie o formación vegetal/animal no
adaptada.
92
relativas bajas para altas. De estaciones frías y definidas para una estación dependiente
de la entrada de frentes fríos, con caídas bruscas y posteriores elevaciones de tempe-
ratura.
Definitivamente, la imagen que se vendió del sur del país como excelente para
manzanas es muy relativa. Pero, la tecnología de producción promovida fue coherente
con la imagen vendida: espaciamiento, manejo de suelos, poda y fertilización prestados
de los montes frutales norteamericanos y europeos. Infelizmente para los agricultores
y felizmente para la industria de agroquímicos, el número de tratamientos con agrotóxi-
cos tuvo que ser incrementado en relación al modelo importado.
Después de más de seis años de observaciones, intentos, éxitos y fracasos, algu-
nos datos sobre el uso de pulverizaciones foliares con función nutricional y, por lo tanto,
de equilibrio fisiológico, fueron relevados:
• Manzanares rotativos, con desmalezado químico o mecánico están en la escala más
baja de aprovechamiento de las fertilizaciones foliares y del reciclaje de lixiviados.
• Los nutrientes provistos por vía foliar son más eficientes cuanto más se aproximan
a la forma orgánica. Por lo tanto, no basta componer formulaciones de macro y
micronutrientes* solubles en agua. Los lixiviados naturales no tienen solamente fun-
ción nutricional, sino también fitohormonal y estimuladora de la filósfera, e incluyen
aminoácidos, proteínas, enzimas, ácidos orgánicos, etc.
• La frecuencia de las pulverizaciones está ligada al metabolismo de la planta y sus
ciclos. Estos, en un último análisis, también están relacionados o son influenciados
por el metabolismo y por los ciclos del ecosistema como un todo. Para el caso parti-
cular de la manzana, esto implica acompañar el ciclo fenológico para componer los
preparados foliares, bien como el ciclo de lluvias para reponer nutrientes lixiviados.
Del mismo modo, significa acompañar los ciclos de la cubierta verde introducida
y nativa para maximizar el reciclaje de esos aportes en el organismo monte frutal
o pomar.
• El tenor y el contenido de los lixiviados cambia naturalmente a lo largo de los ciclos
y de acuerdo con la composición de los diferentes estratos (filósfera y rizósfera).
Por lo tanto, no existe una formulación única. En función de esto, son necesarias
formulaciones diferenciadas para especies y para momentos dentro de un ciclo de
una misma especie.
• La práctica ha mostrado que esas intervenciones por vía foliar son optimizadas
cuando buscamos la integración con otras prácticas. En ese caso, el actuar objetiva
el no actuar. El aumento de la biodiversidad y de la calidad y cantidad de los frutos
es el transcurrir natural de la evolución del sistema.
93
• El caso de los frutales tropicales
94
miento y la sanidad. Sin embargo, a nivel de campo, la reconstitución de la arquitectura
original es la que dará el “tono” para que alcancemos el trinomio auto-regulación, canti-
dad y calidad.
• Fertilización y metabolismo
96
• Trofobiosis y control biológico
97
La historia, sin embargo, ha demostrado que el agotamiento de los recursos
naturales tiene la última palabra. Relatos de la civilización micénica, en el 1.200 a.C.
muestran que el agotamiento de las reservas forestales y la pauperización del suelo
contribuyeron para modificaciones significativas: “(...) en el sudoeste del Peloponeso, el
número de poblados cayó de 150 a 14. (...) En Laconia, el número de ciudades cayó de
30 a 7. (...) El número total de habitantes de Grecia cayó 75% entre los siglos XII y XI a.
C.” Y continúa: “(...) con la dispersión de los griegos por el Asia Menor (...) en el siglo
VIII a. C., la tierra griega se había recuperado, de modo que la vida en el continente
podía florecer otra vez”.(26)
La historia de la ocupación humana en el origen de la civilización occidental es un
manual de lo que no hay que hacer. Y podemos decir que la agricultura llamada “moder-
na” ha seguido el mismo camino ciego y antropocéntrico de nuestros antepasados de
la Mesopotamia.
Felizmente, todo concepto dogmático tropieza en los mecanismos de control y
evolución de la naturaleza. En la medida en que juntamos los conceptos y les damos
organicidad, ellos se potencian para generar el conocimiento necesario para que enten-
damos la autorregulación, que es intrínseca a los ecosistemas y es el objetivo funda-
mental en el manejo de un agroecosistema
98
• Los micronutrientes necesarios son agregados en su forma mineral, separadamente,
y a intervalos que van de cuatro a siete días. Esos intervalos buscan propiciar la
incorporación de esos micronutrientes a la masa microbiana y evitar detenciones
de la fermentación, a fin de posibilitar una buena complejización con la materia
orgánica.
• Con cada micronutriente agregado, se adjuntan productos aceleradores de la fer-
mentación y fuentes de calcio para contrabalancear la acidez generada por los iones
sulfato presentes en la mayor parte de los micronutrientes disponibles comercial-
mente. Los aceleradores de la fermentación más eficientes son la melaza, el suero
y la leche descremada. Azúcar, sangre, harina de huesos y de pescado también
pueden ser usados.
• El volumen total del tonel debe ser completado, pero la fermentación no puede
parar. Por lo tanto, se agrega agua de a poco, evitando una salinización excesiva
del compuesto. De 15 a 20 días después que el último micronutriente haya sido
agregado, el producto deberá presentarse como un líquido viscoso, oliendo a fer-
mentación y a levadura, con color ocre. Las preparaciones en tambores metálicos
pueden resultar más oscuras en función de la liberación de hierro.
• El producto estabilizado es entonces colado y diluido de 1 a 5%, usado puro o en
mezcla con caldo bordelés o caldo sulfocálcico, cuyas concentraciones varían de 0,1
a 1%, de acuerdo con el cultivo y con su estadio fenológico.
99
La investigación convencional sobre carencias de oligoelementos es una fuente
importante para la elaboración de una tabla tipo “menú”. Sin embargo, el espíritu crítico
debe ser aguzado para que no caigamos en lógicas reduccionistas. Interacciones, siner-
gismos y antagonismos son bastante visibles en suelos sin poder tampón y expuestos
a fertilizaciones fuertes de NPK. Cuando se trabaja con manejo de la vegetación y
quelatización en medio orgánico, muchos de esos aspectos pueden ser relativizados,
pero no totalmente despreciados.
La respuesta ecológica es más compleja, pero más promisoria. El campo de
las investigaciones en el área de plantas indicadoras o que concentran determinados
nutrientes es muy grande. Es sabido que una de las funciones de una formación vegetal
que compone determinada etapa de la sucesión es recuperar y tornar disponibles micro-
y macroelementos bajo forma orgánica, además de otras substancias, a las camadas
superficiales del suelo, activando otros procesos vivos y estimulando la evolución del
sistema como un todo.
¿Por qué no colectamos determinadas plantas o muestras de la formación vege-
tal entera y “digerirlas” en un proceso como el descrito para los micronutrientes minera-
les? Tenemos relatos interesantes de estos tipos de experiencias en zonas de semiárido,
con resultados excelentes en Vigna sp. De cualquier modo, esa es una técnica que tiene
sus orígenes perdidos en la historia de los pueblos y que fue recuperada para la ciencia
por los trabajos de Rudolf Steiner. Los propios indios incineran determinadas plantas y
las usan como abonos, deliberadamente, para corregir carencias específicas.
100
CONCLUSIÓN
Una vez más, nos queremos referir al concepto de que “no sólo la planta es un
producto del suelo, como el propio suelo es un producto de la planta”(27). Esa es la
clave para entender el papel de las especies que componen la sucesión ecológica, los
organismos animales y vegetales encargados de aprovechar y conservar la energía que
entra en los ecosistemas.
102
La primera edición de este libro fue publicada en
portugués en Mayo de 1993 por las organizaciones
brasileñas Assessoria e Serviços a Projetos em Agri-
cultura Alternativa (AS-PTA) y el Centro de Agricultu-
ra Ecológica Ipê (CAE).