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DERECHO Y
ADMINISTRACION
DE AGUAS
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Agradecimientos
DEDICATORIA
P RÓLOGO
H
ace setenta años, el eminente Prof. Miguel Marienhoff, publicó su
notable tesis doctoral sobre el Régimen y Legislación de la Aguas
Públicas y Privadas, precedida de un prólogo enjundioso del Dr.
Rafael Bielsa. Pocos años después el Dr. Alberto Spota dio a conocer su Tra-
tado de Derecho de Aguas, sin parangón en la literatura especializada, por
su profundidad, el método expositivo y la rigurosidad de sus conclusiones.
Una obra monumental, que aún prestigia a la cultura jurídica argentina.
Desde entonces hasta hoy, la bibliografía en materia de aguas ha conocido
brillantes publicaciones elaboradas por Villegas Basavilbaso, Manuel M.
Diez, Cano, Valls, López, Pigretti, Allende. En nuestra provincia es forzoso
citar las contribuciones de Conrado Céspedes, Cubillos, Corti Videla, y Juan
Agustín Moyano. Del extranjero, los estudios de Sebastián Martín Retorti-
llo, Antonio Embid Irujo, Alejandro Vergara Blanco, Cid Tomanik Pompeau,
y quienes hacen las publicaciones de la Universidad del Externado de Co-
lombia sobre Derecho de Aguas, que tienen como animador al Prof. Oscar
Amaya Navas. Es forzoso citar los trabajos de Dante Caponera, Stefano Bur-
chi, Domique Alheritier, Robert Hayton y Albert Utton. Todos ellos han en-
riquecido nuestro conocimiento, y muchas de nuestras reflexiones y conclu-
siones son resultado de sus escritos.
No obstante los antecedentes citados, decidimos escribir esta obra –
un Proyecto inconcluso del Maestro López – a sabiendas del compromiso
que significaba. Sin ambages confesamos que en todo momento hemos sen-
tido esa responsabilidad, y en todo momento también, hemos tenido pre-
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sente las enseñanzas, los estudios y los escritos de quienes nos precedieron
en la enseñanza del Derecho de Aguas.
La obra puede dividirse en cuatro partes. La primera trata del concep-
to, contenido y función de la materia; de las clases de agua y su condición
jurídica. Abordamos el problema del dominio y jurisdicción sobre las aguas
con un sentido Federal, sobretodo, en función de la ley 17771 de reformas al
Código Civil, y de la reforma de la Constitución de 1994, que por aplicación
del Art. 41, ha permitido sancionar leyes de presupuestos, que son violato-
rios del Pacto Federal.
La segunda parte aborda el tema de la Jurisdicción para reglar el uso
de las aguas; el problema de las aguas no marítimas intejurisdiccionales; la
política, planificación y gestión de las aguas, y los usos comunes y especia-
les. Se continúa con el tratamiento de la protección contra los efectos daño-
sos del agua, el problema tan vigente de la contaminación y el de las limita-
ciones al dominio privado vinculadas al uso de las aguas o a su protección
(restricciones y servidumbres).
La tercera parte, analiza el marco jurídico local, la legislación y la ad-
ministración de aguas en Mendoza, con especial referencia a la estructura
Constitucional, al Departamento General de Irrigación y a la participación
de los usuarios en el Gobierno y la administración del recurso, de tanta im-
portancia en la Provincia.
Por ultimo corresponde una mención especial a los eruditos escritos
de los coautores Profesores Dres. Antonio Embid Irujo, Sergio Salinas Alce-
ga y Carmen Tirado Robles que integran y completan la obra. Todos ellos,
eminentes Profesores de la Universidad de Zaragoza, que han colaborado
en mérito a sus sobresalientes calidades intelectuales y académicas. El Pro-
fesor Embid Irujo, creó, preside y conduce el Grupo Consolidado de Inves-
tigación Agua, Derecho y Medio Ambiente (AGUDEMA), de fecunda y so-
bresaliente actuación en España y Europa. Es una reconocida personalidad
internacional en la materia. Ha escrito sobre el contenido y la perspectiva
del Derecho de Aguas en España en la actualidad. El Dr. Sergio Salinas Al-
cega, trata en profundidad y con vastos conocimientos el tema de las Aguas
no marítimas internacionales y la Dra. Carmen Tirado Robles desarrolla con
sobrada solvencia intelectual, el Derecho de Aguas en relación a la Directi-
va Marco de la Unión Europea.
Es un honor compartir con ellos la autoría de este libro, que comple-
menta y valoriza su contenido. Espiritualmente, sentimos a estos colegas,
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CAPÍTULO I:
Agua y Derecho
Por Miguel Mathus Escorihuela y Cesar Magnani
L
os recursos naturales coexisten formando unidades vitales que se man-
tienen en equilibrio físico, químico y biológico. El uso y aprovechamien-
to de cada uno de ellos influye positiva o negativamente en los demás.
El equilibrio dinámico del ecosistema humano muestra que el deterioro
de los recursos naturales es causante de la destrucción de la vida del hombre
sobre la tierra.
La estrecha vinculación existente entre todos los recursos de la naturale-
za indica que no sólo deben utilizarse, sino también conservarse. Cuando se
advierte que aquellos poseen un importante grado de utilidad para la socie-
dad surge una idea fundamental: la preservación de los bienes de la naturale-
za como medios para satisfacer las necesidades humanas más elementales.
A este particular comportamiento existente en el mundo natural hacía
referencia el ingeniero forestal Gifford Pinchot (1898) en su Teoría Conserva-
cionista sobre la Interdependencia Recíproca entre los recursos de la naturale-
za. Para dicha teoría, el uso y goce de los recursos de la naturaleza debe ser in-
tegral, esto es, respetando las relaciones de interdependencia existente entre
ellos y logrando un aprovechamiento múltiple (la mayor cantidad de usos y
ventajas de cada recurso), armónico (que evite alterar el equilibrio reinante en-
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En este contexto, el ciclo del agua, además de vital, resulta ser la condi-
1 Guillermo Cano, “La codificación del régimen legal de los recursos naturales”, Ed. Del autor, Mendoza,
1959, p. 11.
2 Eduardo Pigretti, “Teoría Jurídica de los Recursos Naturales”, Ed. Cooperadora de derecho y Ciencias So-
ciales, Buenos Aires, 1965, p. 14. Edmundo Catalano, “Teoría General de los Recursos Naturales”, Ed. V. Za-
valía, Buenos Aires, 1977, p. 16 y ss.
3 Joaquín López, “Normas Ambientales”, en “Estudios de Derecho Ambiental y de Aguas”, Edición home-
naje al Profesor Emérito Joaquín López, EDIUM, Mendoza, 2005, p. 239. Eduardo Pigretti, “Teoría Jurídica
de los Recursos Naturales”, ob cit, p. 30.
4 Miguel Mathus Escorihuela (dir.) et al, “Derecho Ambiental y de los Recursos Naturales”, Ed. de los au-
tores, Mendoza, 2006, p. 71.
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5 Pedro Fernández, “El Ciclo hidrológico”, en Centro de Economía, Legislación y Administración del
Agua (INCyTH), “Curso de Derecho de Aguas”, Ed. INCyTH, Mendoza, 1974, p. 1
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considerarla como una unidad, ya que -como lo sostiene Marienhoff-, “el cam-
bio del estado físico del agua no altera, por sí, la condición jurídica de ella”6.
Asu vez, además de atender el agua en su unidad, se deberá contemplar
la interdependencia de aquélla con los demás recursos de la naturaleza y lo-
grar un uso eficiente en función de los distintos bienes que componen el am-
biente.
La naturaleza jurídica del agua debe ser analizada desde el punto de vis-
ta legal, a efectos de establecer el régimen aplicable.
El Código Civil en su artículo 2311 define a las cosas como los objetos
materiales susceptibles de tener un valor.
¿Las aguas, son objetos valiosos? En algunos libros de economía el agua
era considerada como ejemplo típico de bien sin valor económico por su teóri-
ca abundancia. Sin embargo, esto puede tener significación en áreas geográfi-
cas poco pobladas, en las cuales existe gran cantidad de agua sin utilizar, lo
que es contrario a la realidad general. Algo parecido ocurrió en las primeras
etapas de los regadíos, pero no es válido en la actualidad; en estos casos, a me-
dida que el agua se emplea con mayor intensidad, disminuye su disponibili-
dad y se convierte paulatinamente, al aumentar su escasez relativa como con-
secuencia de la mayor demanda, en un bien susceptible de una valoración eco-
nómica perfectamente tasable7.
La jurisprudencia8 y doctrina jurídica argentina, contemplan claramente
la valoración económica del agua. En este sentido, Aldo Rodríguez Salas9 ob-
6 Miguel Marienhoff, “Tratado de Derecho Administrativo”, T° VI, Ed. Abelardo Perrot, Buenos Aires,
1996, P. 48
7 Vicente Caballer y Natividad Guadalajara, “Valoración económica del agua de riego”, Ed. Mundio-Pren-
sa, 1988, Madrid, p 14.
8 Suprema Corte de Justicia de Mendoza, expte 77385 carat. “Sindico En J°25 387/27 515 El Aguaray S A
P/conc Prev Hoy Quiebra S/inc Cas”, sentencia del 26/10/2004, publicada en con nota de Mauricio Pinto,
“Reconocimiento jurídico del valor económico del agua”, La Ley Gran Cuyo, T° 2005, p. , sostuvo la circuns-
tancia de que un inmueble subastado contara con derecho de agua fue determinante del precio obtenido en
el remate, o al menos influyó de manera decisiva, como es natural por la importancia del agua para la explo-
tación de la tierra.
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9 Aldo Rodríguez Salas, “La Reforma de la Política Hídrica Provincial y el compromiso ambiental de la
Agenda 21”, en Instituto Nacional de Ciencia y Técnica Hídrica (INCYTH), “Seminario El derecho de aguas
ante el desafío de la Agenda 21”, Ed. INCYTH – CELAA, Mendoza, 1994.
10 Miguel Marienhoff, “Régimen y legislación de las aguas públicas y privadas”, Ed. Valerio Abeledo, Bue-
nos Aires, 1939, p 62 y ss.
11 Guillermo Cano, “Aspectos institucionales y jurídicos”, en Comisión Económica para América Latina y
El Caribe (CEPAL) y Consejo Federal de Inversiones (CFI), “Los Recursos Hidráulicos de Argentina”, , Tº
7, Ed. CFI, Buenos Aires, 1969, p 551; del mismo autor, “Reseña Crítica de la Legislación y Administración de
Aguas de Mendoza”, Ed. del autor, Mendoza, 1967, p 22.
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14 En Miguel Mathus Escorihuela (dir.) et al, “Derecho Ambiental y de los Recursos Naturales”, ob cit, p.
31, hemos sostenido que el Derecho Ambiental no viene a reemplazar al Derecho de los Recursos Natura-
les que conforman –entre otros- los antiguos Derechos de aguas, agrario y minero, sino que los complemen-
ta con el estudio sistémico de todos los elementos ambientales y la capacidad de carga ecosistémica. De ahí
que, si bien el régimen de las aguas también es propio de la nueva perspectiva ambientalista, no se super-
pone con la misma sino que es complementado por ésta en virtud de las necesidades de preservación.
15 Miguel Mathus Escorihuela, “El Derecho de aguas. Concepto, contenido y funciones”, en Oscar Ama-
ya Navas et al, “Derecho de aguas”, T° II, Ed. Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2004, p. 374.
Valls, Mario “Introducción al Derecho de Aguas”, La Ley, Bs. As. 3/9/75.
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16 Guillermo Cano, “Concepto y fuentes del Derecho argentino de aguas”, en Centro de Economía, Legis-
lación y Administración del Agua (INCyTH), “Curso de Derecho de Aguas”, ob cit, p. 104.
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17 Irving K. Fox, “Problemas de política hídrica”, Revista de Recursos Hídricos, vol. I, n°3, Ed. MOP-Secre-
taría de Recursos Hídricos, Buenos Aires, 1970, p. 15.
18 Guillermo Cano, “Derecho, política y administración de aguas”, Tomo III, vol. 1, Ed. INCyTH, Mendoza,
p. 6.
19 Miguel Mathus Escorihuela (dir.) et al, “Derecho Ambiental y de los Recursos Naturales”, ob cit, p. 39.
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cia contemporánea que parece haberse impuesto con suerte variable. En los
países con estructura federal de gobierno, los intereses sectoriales han conspi-
rado a su éxito. En los países de régimen unitario, sin embargo, han logrado
mayor eficiencia en su cometido.
Lo ideal parecería ser un régimen de coordinación funcional adminis-
trativa dentro de la cuenca, adecuada a la realidad geográfica de cada región
o provincia. Ante la proliferación de cuerpos legales sectoriales y la multipli-
cidad de administraciones de los distintos usos del recurso hídrico, cuando
existen diversos organismos con injerencia en la problemática, la administra-
ción se torna fragmentada y sin coordinación.
Las tendencias más recientes se orientan al manejo del agua como re-
curso integrado, razón por la cual la política, la administración y legislación
tienden a apartarse de los usos sectoriales y a manejar íntegramente las
aguas20, sobre la base de la concepción del “uso múltiple, armónico y coordi-
nado del recurso hídrico”.
Dentro de la función que tratamos, ocupa un lugar significativo y com-
plementario de la administración, la denominada “gestión de los recursos hí-
dricos”. Ella alude a la acción concreta de administrar, que se traduce en he-
chos y acciones puntuales. Es el momento en que la administración está en
acción, el instante que se evidencia en los hechos, si la legislación se cumple,
si la política sirve y si el Estado (bajo cualquiera de las formas que asuma en
el campo de los recursos hídricos) cumple o no eficazmente, su compromiso
con el bienestar público y la adecuada administración del agua en el contex-
to ambiental. Lo expuesto, comprende lo que llamamos “función regulado-
ra” de la gestión de los recursos hídricos por parte del derecho de aguas.
El agua, muchas veces, es causa de conflictos de intereses. El derecho
de aguas, cumple en tales supuestos una función de mediación en la solución
de tales diferendos21. Ellos, pueden acontecer en el ámbito nacional o inter-
nacional. En el primer caso, los conflictos de jurisdicción y competencia se-
rán resueltos por la legislación sustantiva constitucional, civil y procesal. Po-
drán radicarse en sede administrativa o judicial. En todos los casos, el dere-
cho de aguas debe contener normas relativas a la solución de los mismos.
Las controversias que se presentan en el ámbito internacional son más
complejas, y pueden tener como escenario las aguas marítimas, los lagos in-
20 Miguel Mathus Escorihuela, “La Administración Hídrica”, UNC, Mendoza, 2002, p. 17.
21 Joaquín López, “El marco legal: su influencia en el manejo, el desarrollo y la conservación de los recur-
sos hídricos. Factores relevantes”, en “Estudios de Derecho Ambiental y de Aguas”, ob cit, p. 32.
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5. Autonomía.
El derecho de aguas es una rama del derecho que posee autonomía le-
gislativa (leyes propias), científica (objeto y metodo propio de investigación)
y didáctica (existen cátedras de derecho de aguas).
Sin embargo, tal como hemos señalado en relación al Derecho Ambien-
tal22, entendemos que ella no es absoluta. La clasificación de las ciencias en
ramas, al igual que la realidad que reflejan, no puede responder a comparti-
mentos estancos.
El Derecho, como sistema normativo, es uno y no presenta ramas ver-
daderamente autónomas. Cada una de ellas no es más que un enfoque me-
todológico para estudiar la realidad jurídica desde una perspectiva determi-
nada. Pero todas ellas se complementan y relacionan mutuamente desde su
especialidad normativa.
En definitiva, el derecho es una unidad, entendido como un sistema ju-
rídico en el cual sus normas se encuentran vinculadas entre sí por relaciones
de subordinación y coordinación. En este sistema, el Derecho de aguas ocu-
pa un lugar particular derivado de la especialidad de su objeto; integra un
sistema abierto, en el cual todas sus normas cobran sentido y comprensión,
22 Miguel Mathus Escorihuela (dir.) et al, “Derecho Ambiental y de los Recursos Naturales”, ob cit, p. 25
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cuando se las estudia, se las aplica y relaciona dentro del mismo y no fuera
de él. Así, en el Derecho de aguas confluyen normas de derecho público y
privado, estudiadas a su vez por otras materias específicas de la ciencia jurí-
dica.
a. Derecho Constitucional
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b. Derecho Civil
c. Derecho Administrativo
23 Sin perjuicio de que estas normas constituyen la base de gran parte de la dogmática desarrollada por el
Derecho de Aguas argentino, no podemos dejar de mencionar cierta doctrina que cuestiona la atribución del
Congreso para regular el dominio público hidráulico y su uso, por exceder tal régimen a la materia civil. Al
respecto, un referente clásico en esta postura en lo que hace a la determinación del dominio público es Gui-
llermo Cano, “La materias impositiva ante el derecho público provincial”, Ed. El Siglo Ilustrado, Mendoza,
1935, p. 87; del mismo autor, “Estudios de Derecho de Aguas”, Ed. Valerio Abeledo, Mendoza, 1943, p. 72 a
87. En lo que hace a la incompetencia nacional para regular el uso de los bienes públicos, un referente clási-
co es Miguel Marienhoff, “Régimen y legislación de las aguas públicas y privadas”, ob cit, p. 113.
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d. Derecho Tributario
e. Derecho Penal
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g. Derecho Agrario
a. Primeros antecedentes
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24 Guillermo Cano, “Bosquejo del derecho mendocino intermedio de aguas”, Instituto de Historia del de-
recho Argentino (UBA), Conferencia y comunicación VII, Ed. De la Universidad, Buenos Aires, 1943, p. 14,
quien además en p. 15 a 18 describe sucintamente las normas sobre aguas que rigieron hasta 1852. Sobre el
régimen colonial de aguas también puede consultarse Silvia Saurina et al, “Historia de la Irrigación. Perío-
dos prehispánico e hispánico (hasta 1810)”, Ed. INA-CELA, Mendoza, 2003, p. 24.
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27 Cabe aclarar que esta tesis, si bien mayoritaria en esta Conferencia, no tuvo repercusión efectiva en la vi-
da institucional argentina. La postura minoritaria en la Conferencia, expuesta por el Dr. Guillermo Cano,
sostenía con basamento en la letra constitucional la competencia de las provincias ribereñas para regular por
acuerdo los ríos interjurisdiccionales, sometiendo sus diferendos a la autoridad dirimente de la Corte Su-
prema. Esta última postura es la que ha prosperado en Argentina, aspectos que analizamos en el Capítulo
VII
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28 Miguel Mathus Escorihuela, “Reseña del aporte argentino a la ciencia del Derecho de Aguas (1853-
1975)”, en “Annales Juris Aquarum”, vol. II, Tomo 3, Ed. Asociación Internacional de Derecho de Aguas, Ca-
racas, 1976, p. 1408.
29 Miguel Marienhoff, “Régimen y legislación de las aguas públicas y privadas”, Ed. Valerio Abeledo, Bue-
nos Aires, 1939, a la que aludiremos reiteradamente en esta obra.
30 Alberto Spota, “Tratado de Derecho de Aguas”, T° II, Ed. Menéndez, Buenos Aires, 1941, el que consti-
tuye otro elemento de invalorable consulta y referencia en esta obra.
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31 Miguel Mathus Escorihuela, “Reseña del aporte argentino a la ciencia del Derecho de Aguas (1853-
1975)”, ob cit.
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del agua interdisciplinaria, es decir, dentro del marco de las políticas econó-
micas, sociales y ambientales del país de que se trate, y compatible con ellas,
con el propósito de coadyuvar al aumento del nivel de vida de la población.
E) Los países deben hacer los esfuerzos necesarios para adoptar medidas que
permitan la participación de los usuarios en el proceso de planificación y
adopción de decisiones.
Para alcanzar estos objetivos, la Conferencia recomienda: 1)Establecer
planes y programas nacionales de abastecimiento público de agua y sanea-
miento; 2) Iniciar estudios técnicos y de viabilidad sobre los proyectos que se
consideren de máxima prioridad; 3) Hacer evaluaciones de personal y, sobre
la base de su resultado, crear programas nacionales de formación; 4) Promo-
ver campañas nacionales para movilizar la opinión pública con respecto al
establecimiento de servicios de saneamiento; 5) Establecer instituciones ade-
cuadas para la planificación y ejecución de programas y la vigilancia de su
evolución; 6) Crear un fondo rotatorio nacional para el abastecimiento de
agua y el saneamiento, etc.
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Principios Rectores
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Programa de Acción
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Medidas de Seguimiento
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a. Introducción
En nuestro país, esta rama del derecho se funda y nutre en las disposi-
ciones contenidas en la Contitución Nacional (Arts. 12, 26, 75 inc. 10, 12, 22 y
c.c. 121, 124 y cc. etc.) El código Civil contiene normas sustanciales vinculadas
al Derecho de Aguas (Art. 2340, 2350, 2637, 2639 y cc.). El Código de Minería
equipara los vapores endógenos a los minerales (Art. 3) y contempla el uso de
agua en minería (Art. 48) y en los arts. 31, 34 y 62 se refiere a casos de colisión
entre las labores mineras, las obras hidráulicas y la extracción de arenas meta-
líferas. El Digesto marítimo y fluvial (Ley 20094) contiene normas relativas al
uso y preservación de aguas navegables. Existe además legislación nacional re-
lativa a la contaminación del agua por hidrocarburos (Leyes 20481, 17319 y
cc.); la ley 24051 de residuos peligrosos y otras que comentaremos más adelan-
te, que vinculan al derecho con el agua.
Existen Tratados Internacionales suscriptos por nuestro país que inte-
gran el derecho interno, vinculados a la regulación de recursos hídricos, el uso
de aguas y la construcción de obras hidráulicas tales como el de Yaciretá, el de
la Cuenca del Plata, el del río Uruguay.
También deben mencionarse las Convenciones internacionales a las que
ha adherido, como la Convención sobre el Derecho del Mar, y las vinculadas a
la caza y pesca marítimas.
Los Tratados Interprovinciales relacionados con cursos de agua interju-
risdiccionales, son materia de estudio y tratamiento en el derecho de aguas
(Tratado del río Colorado, el del río Pasaje, Juramento y Salí Dulce, entre otros).
Diversas Constituciones Provinciales nutren el Derecho de Aguas en
nuestro país. Deben mencionarse las de Mendoza, la de Salta, Río Negro y
Chubut. Aellas, deben sumarse las Leyes y Códigos de Aguas de diversas Pro-
vincias, entre las cuales sobresalen Córdoba, Salta y Río Negro (algunas de
ellas comentamos más adelante).
b. Legislación Nacional:
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c. Legislacion provincial
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Respecto al Poder de Policía sobre las aguas y sus cauces naturales y ar-
tificiales, riberas y zonas de servidumbre, establece que estará a cargo del Su-
perintendente General de Irrigación.
Consagra algunos principios generales, entre los cuales podemos men-
cionar: a) el principio de inherencia del agua a la tierra cuando expresa que el
derecho de aprovechamiento del agua es inseparable del derecho de propie-
dad sobre todo terreno cultivado o que se cultive en la provincia; b) la caduci-
dad del derecho de uso del agua, que se produce por el abandono de su ejer-
cicio durante más de cinco años; c) el régimen de perpetuidad en las concesio-
nes para riego y consumo de poblaciones; d) la cláusula sin perjuicio de terce-
ros, cuando dice que no podrán hacerse nuevas concesiones de agua o recono-
cimiento de derechos en perjuicio de derechos adquiridos o que perjudiquen a
terceros; e) la administración autárquica a través del Departamento General de
Irrigación; f) la administración descentralizada de los canales de riego (inspec-
ciones de cauces), etc.
Hace referencia también al dominio, expresando que los cauces son del
dominio público cuando no son del dominio privado, y el agua corriente es de
dominio público cuando no nace y muere dentro de una propiedad particular.
Contiene disposiciones relativas a las restricciones (servidumbres natu-
rales en la terminología de la ley) y servidumbres (la ley habla de servidum-
bres legales).
Establece además, un orden de prioridad respecto de los distintos usos,
a saber: 1)Abastecimiento de poblaciones; 2) Abastecimiento de ferrocarriles;
3) Riego; 4) Molinos y otras fábricas, y 5) Estanques para viveros y criadero de
peces. Advertimos claramente que este régimen de preferencias ha quedado
desactualizado, pues, coloca por encima del riego, al abastecimiento de ferro-
carriles.
Por último, contiene normas relativas a canales de riego, desagües, tur-
no para el aprovechamiento, cuestiones sobre aguas, administración de las
aguas, atribuciones y deberes del Superintendente de aguas, subdelegados de
aguas, compartidores inspectores y delegados.
Con la sanción de esta ley la Provincia de Mendoza se transforma en una
de las pioneras en legislar sobre la materia. Ello demuestra la conciencia del le-
gislador mendocino sobre la importancia del recurso hídrico.
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Entre las provincias que han legislado sobre la materia, cabe mencionar
a Salta, , mediante ley 775, aprobó en 1946 su Código de Aguas.
Esta norma, importó un avance en la técnica legislativa y fue tomado co-
mo fuente por otras normas provinciales, estaba dividida en once títulos, que
regulan el uso de el agua pública; consorcio de usuarios; registro y catastro de
aguas; servidumbres administrativas; régimen de utilización de las aguas pú-
blicas; la policía de aguas, etc.
Su marcado perfil estatista, propio de la época de sanción, motivó su
sustitución en el proceso de reforma del Estado que caracterizó los finales del
siglo XX33.
33 Luis Ramón Arce, “Un nuevo marco jurídico para el agua”, en Terry Hoops y Eduardo Azur (Dir) et al,
“La crisis del agua en Salta”, Ed. Center for Latin American and Caribbean Studies (U. de Michigan), Salta,
2004, p. 272.
34 Joaquín López, en Exposición de Motivos y nota a los arts131, 146 y 148, del “Código de Aguas de la Pro-
vincia de Córdoba”, Ed. Dirección Provincial de Hidráulica, Córdoba, 1973.
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35 Guillermo Cano, “Concepto y fuentes del Derecho argentino de aguas”, ob cit, p. 110.
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Sin embargo, las leyes votadas por el Congreso, son propias de un siste-
ma unitario, en el que el Poder Central, tiene un manejo y disposición tan am-
plio de las facultades de Gobierno y Administración, que transforma a las Pro-
vincias –entes autónomos y preexistentes a la Nación – en casi meras divisio-
nes administrativas, que a diario deben acudir a solicitar al Gobierno Central,
recursos, obras, y acciones de Gobierno de todo tipo. Desde la sanción de la
Constitución de 1949 se institucionalizó en el país una especie de centralismo
unitario, que comenzó con la transferencia forzada a la Nación de la jurisdic-
ción sobre las caídas de agua y fuentes de energía. En la década de los años 60,
por disposiciones nacionales se crearon e impusieron a las Provincias, los Co-
mités de Cuenca de algunos ríos interprovinciales, que en definitiva, constitu-
yeron nada más que una nueva estructura burocrática sin resultados útiles.
Las leyes de Energía en el sector hidroeléctrico, constituyen un ejemplo más,
al igual que la legislación vinculada al Petróleo, reafirmada con toda conse-
cuencia por fallos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que significó
privar a las Provincias de sus recursos.
Este deslinde de competencias Nación-Provincia en materia de dominio
y jurisdicción sobre las aguas, ha sido ilegalmente alterado luego de la refor-
ma de la Constitución de 1994, a través de la inclusión de la llamada “cláusu-
la ambiental” del art. 41, en virtud de la cual, se autoriza a la Nación a dictar
los presupuestos mínimos de protección al derecho a un ambiente sano y a la
calidad de vida, y a las Provincias los necesarios para complementarlos. Entre
los elementos que configuran ese ambiente apto y sano, está como elemento
vital el agua.
Basándose en el referido artículo, el Congreso Nacional ha dictado algu-
nas leyes sobre diversas materias so pretexto de sancionar los referidos presu-
puestos mínimos. Así las leyes Nº 25612 de Residuos Industriales y Activida-
des de Servicio, la 25618 de Presupuestos Mínimos de Protección Ambiental,
la 25675 de Política Ambiental Nacional y la 25688 llamada de Gestión Am-
biental de Aguas. Estas leyes hacen dudar de la vigencia efectiva del sistema
Federal de Gobierno en nuestro país respecto a la propiedad y uso de las
aguas.
La ley 25688 pretende llevar a la práctica la protección ambiental de las
aguas a modo de norma instrumental del tercer párrafo del artículo 41 de la
Constitución Nacional. Nada más lejos de la realidad. La ley no puede titular-
se de protección, porque ella involucra una actividad, el desenvolvimiento de
acciones, la adopción de medidas de administración y de gobierno, que con-
50
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37 Miguel Mathus Escorihuela, “La legislación y la administración del agua en la actualidad entre la uto-
pía y la realidad”, ponencia expuesta en XX Congreso Nacional del Agua, Mendoza, mayo 2005. Mauricio
Pinto, “Consideraciones sobre la pretendida norma de presupuestos mínimos ambientales en materia hídri-
ca. A propósito de la ley 25688”. La Ley, suplemento de Derecho Ambiental, martes 29 de abril de 2003, p.
1. Eduardo Pigretti, “Derecho Ambiental Profundizado”, Ed La Ley, Bs As, 2003, p. 90. Daniel Petri, Hugo
Rohrmann, y Jorge Pilar, “Posición del COHIFFE sobre la Ley 25688”, en La Ley, suplemento de Derecho
Ambiental, miércoles 11 de mayo de 2005, año II, n° 1, p. 2. María Marcela Flores, “La regulación del recur-
so agua en la Provincia de Buenos Aires”, en La Ley, suplemento de Derecho Ambiental, miércoles 11 de
mayo de 2005, año II, n° 1, p. 5. Luis Ramón Arce, “Un nuevo marco jurídico para el agua”, ob cit, p. 287.
Amilcar Moyano, “La inconsistencia de la ley de cuencas hídricas para Mendoza”, La Ley Gran Cuyo, Ed.
La Ley, T° 2003. Cristina del Campo, “El derecho al trasvase de cuencas. Una cuestión de recursos hídricos
provinciales regulable por las leyes de presupuestos mínimos ambientales”, Revista de Derecho Ambiental,
Ed. Lexis Nexis, enero-marzo 2005, p. 70.
51
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CAPÍTULO II
I. Introducción al tema:
L
as aguas, como objeto del derecho, son bienes de dominio público o pri-
vado, tal como adelantamos en el Capítulo I. Jurídicamente son bienes
públicos aquellos que se hallan afectados –directa o indirectamente- al
uso público, en función de la utilidad o comodidad común1 que los mismos
presten. Los bienes dominicales son inalienables e imprescriptibles, pues como
tales están sustraídos al comercio jurídico privado y no pueden ser objeto de
prescripción adquisitiva por los particulares. Por el contrario, los bienes priva-
dos son aquellos sobre los que se constituye una relación de dominio regida
por el derecho civil.
No existen bienes públicos o privados por derecho natural. El dominio,
público o privado, es un concepto jurídico que depende de la voluntad del le-
gislador. Es el Estado quien declara el carácter público de un bien en virtud del
uso público a que es necesario y oportuno destinarlo. El agua pública es tal por
su afectación o destino y no por su naturaleza2.
Legislar sobre la condición jurídica de las cosas, es decir, establecer qué
bienes pertenecen al dominio público y cuáles al dominio privado, es una ma-
1 Alberto Spota, “Tratado de Derecho de Aguas”, T° II, ob cit, p. 3. Por ello, en el derecho argentino, las aguas
privadas son una categoría residual.
2 Corte Suprema de Justicia de la Nación, in re “Provincia de Buenos Aires c. Crédito Ferrocarrilero e In-
mobiliario SA”, sentencia del 15/06/1936, LL, T° 3, p. 250. Miguel Marienhoff, “Régimen y Legislación de
las Aguas públicas y privadas”, ob cit, p. 103
53
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teria sustantiva o de fondo, y por ello, propia del Código Civil, cuya atribución
para dictarlo, por delegación de las provincias, corresponde a la Nación (art.
75 inc. 12 de la C.N.)3. En consecuencia, la facultad para asignarle carácter “pú-
blico” o “dominical” a un bien pertenece exclusivamente al Congreso de la Na-
ción.
Sin perjuicio de la atribución para establecer la naturaleza jurídica de
los bienes, las Provincias conservan la facultad para legislar sobre el uso y
goce de los bienes suyos declarados públicos por el legislador nacional,
pues ellas se reservaron el ejercicio pleno del llamado “poder de policía”,
una de cuyas manifestaciones consiste en la potestad de reglamentar la for-
ma y modo del uso y goce de los bienes públicos por los administrados o
particulares.
1. Concepto.
3 Miguel Marienhoff, “Régimen y Legislación de las Aguas públicas y privadas”, ob cit, p. 113 integra la
mayoría doctrinaria que sostiene la facultad nacional para incluir un bien dentro del dominio público. No
podemos dejar de referir a otras posturas doctrinarias, con atendibles fundamentos normativos que pueden
compartirse, que sostienen la competencia provincial reservada en la materia; entre ellos, Guillermo Cano,
“El Derecho de Aguas en el Anteproyecto de Código Civil”, La Ley, T° 7, sec. doc., p. 43
54
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2. Enumeración:
55
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4 Miguel Marienhoff, “Régimen y Legislación de las Aguas públicas y privadas”, ob cit, p. 105.
5 Alberto Spota, “Tratado de Derecho de Aguas”, T° II, ob cit, p. 5.
6 Miguel Mathus Escorihuela y Amilcar Moyano, “La aptitud de las aguas para satisfacer usos de interés
general como fundamento de su carácter de bien público”, Revista Idearium 8/9, Mendoza, 1982/1983.
7 Dante Caponera, “El Derecho de Aguas en el Derecho Musulman”, FAO.
56
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cial, a todas las aguas que tuvieran o adquiriesen la aptitud de satisfacer usos
de interés general (artículo 2340 del Código Civil). Alguna doctrina8 interpre-
tó, erróneamente a nuestro criterio, que con este contexto normativo alcan-
zaba para considerar que las aguas privadas que tuvieran o adquirieran ap-
titud para satisfacer usos de interés general se habían publificado.
La reforma legislativa de la Ley 17.711, tiene como fuente de interpre-
tación al derecho positivo italiano, con la expresa salvedad que en el derecho
argentino no se facultó legislativamente al administrador para confeccionar
los “elencos de aguas públicas”. Ello implica que la norma del art. 2340 inc 3
sólo sirve como declaración genérica de utilidad pública. Cumple con el re-
caudo primero del procedimiento expropiatorio y de ninguna forma puede
admitirse que – por sí misma – haya producido la afectación, de las aguas
privadas a la categoría de aguas públicas9. Debe coincidirse con esta conside-
ración, toda vez que – en el caso - está en juego la garantía constitucional de
la propiedad privada establecida en el art. 17 de la Constitución Nacional y
aunque medie el cambio de calificación legal de esos bienes, permanecerán
en el patrimonio privado de sus titulares mientras no medie expropiación.
El legislador nacional ha calificado genéricamente la utilidad pública,
de ciertas aguas, defiriendo al legislador o administrador provincial la deter-
minación específica del agua a expropiar, quedando reservado al Poder Ju-
dicial el establecimiento de la justa indemnización.(art- 17 CN)
Respecto a la expresión “que tengan o adquieran la aptitud”, el legisla-
dor argentino ha previsto el caso de aquellas aguas que en su estado actual no
posean tal aptitud. Dicha situación no puede quedar librada a la discrecionali-
dad administrativa, sino que el administrador o legislador provincial deberá
valorar las circunstancias cuando tenga que especificar un determinado tipo
de aguas para expropiarlas, con la previa y justa indemnización, tal como lo
señala Joaquín López en las notas 154 y 155 del Código de Aguas de la Provin-
cia de Córdoba10.
8 Alfredo Bridge y Oscar Pina, “Dominio de las aguas, cauces y obras hidráulicas, efectos del cambio de le-
gislación y reasignación de usos”, en “Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Agua”, Mar del Plata,
1977, doc. Confagua/C14/7, párrafo 10.
9 Luis Moisset de Espanes y Joaquín López, “Derecho de Aguas. Régimen transitorio y normas de conflic-
to”, Ed. Universidad Nacional de Córdoba, 1980, p. 13. Miguel Mathus Escorihuela y Amilcar Moyano,
“La aptitud de las aguas para satisfacer usos de interés general como fundamento de su carácter de bien pú-
blico”, ob cit, p. 233. Amilcar Moyano, “El valor actual o potencial de las aguas o de las aguas consideradas
en si mismas como recursos”, CELA-INCYTH, Mendoza, 1985, p. 27.
10 Joaquín López, nota a los art. 154 y 155, del “Código de Aguas de la Provincia de Córdoba”, Ed. Direc-
ción Provincial de Hidráulica, Córdoba, 1973, p. 57
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11 Luis Moisset de Espanes y Joaquín López, “Derecho de Aguas. Régimen transitorio y normas de con-
flicto”, ob cit.
12 Alberto Spota, “Tratado de Derecho de Aguas”, T° I, ob cit, p. 551.
58
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blico o privado de los bienes13. La asignación del carácter público a un bien, só-
lo significa establecer que dicho bien tendrá calidad dominial, como integran-
te o dependiente del dominio público. En cambio la afectación implica que un
bien queda incorporado efectivamente al uso público.
El legislador nacional ha establecido el carácter dominial de las aguas
que satisfagan el interés general, asignándoles la característica de públicas. Pe-
ro para que ellas queden sometidas al régimen del dominio público es indis-
pensable que estén efectivamente libradas al uso público. Esto último se logra
mediante la afectación, que es la manifestación del poder público, en virtud de
la cual el agua queda incorporada al uso y goce de la comunidad.
La afectación implica que el legislador o administrador provincial tenga
en cuenta la aptitud de una determinada clase de agua en el acto jurídico que
la libere al uso público. Ello trae consigo la expropiación en caso de que se afec-
ten derechos preexistente, y, por ende, la consecuente indemnización. Huelga
acotar que de conformidad con el art. 3 del Código Civil, el efecto de la afecta-
ción será constitutivo ya que el acto jurídico no podrá ser retroactivo, ni aún en
el caso de una disposición en contrario, toda vez que siempre estará en juego
la garantía constitucional del art. 17 CN.
En este orden de ideas, el codificador determinó a los bienes del domi-
nio público en tres formas distintas. La primera mediante una indicación espe-
cífica, como ocurre con los ríos (Art. 2340, inc. 3º C.C.), en cuyo caso el bien es
del dominio público porque así lo dispone la ley expresamente, y porque sien-
do un bien del dominio público natural, la asignación de dominialidad impli-
ca simultáneamente la afectación. La segunda, mediante indicación genérica,
como ocurre con las obras públicas construidas para utilidad o comodidad co-
mún (Art. 2340 inc. 7º C.C.), en que la ley general necesita de otro acto jurídi-
co que, específicamente declare la afectación del bien, ante el supuesto de crea-
ción de la obra. Y, en fin, la tercera forma es la que, ante la ausencia de una in-
dicación específica o genérica de la ley, recurre a la interpretación jurídica
–merced a la analogía o a los principios generales del derecho autorizados en
el art. 16 de la legislación civil -, como en el caso de los ventisqueros o glacia-
res que se asimilan a los ríos, y que si bien hallaría fundamento en la legisla-
ción vigente, en lo relativo a su afectación habrá que estar a su existencia “mi-
nisterio legis” – en el caso de los bienes del dominio público natural como el
13 Miguel Marienhoff, “Tratado de Dominio Público”, Ed TEA, Buenos Aires, 1960, p. 156.
59
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14 Corte Suprema de la Nación, in re “Dir. Nac. de Vialidad c/ Badaraco y Bottaro”, sentencia de 1939, Fa-
llos, 183:88
15 Miguel Marienhoff, “Tratado de Derecho Público”, ob cit, p 157.
60
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ben afectarlas, facultad que surge del art. 121 de la Constitución Nacional, con-
forme al cual las provincias conservan todo el poder no delegado al gobierno
federal16.
La afectación puede resultar de una ley o de un acto administrativo. Las
aguas que tengan o adquieran la aptitud de satisfacer usos de interés general
forman parte del dominio público natural y requieren de este acto jurídico de
afectación. Cabe la posibilidad de que también la afectación se efectúe por sen-
tencia de un magistrado con efecto constitutivo, pero ella sólo procederá cuan-
do el Estado sea parte en un juicio en el que se discuta la dominialidad y su
efecto “inter partes” será el fundamento de ulteriores actos jurídicos, sin que
por ello la sentencia tenga validez universal. En el caso de la norma que se es-
tudia sólo ha existido afectación legislativa.
Para surtir efectos jurídicos la afectación requiere el cumplimiento de de-
terminados requisitos:
a) ante todo es indispensable la manifestación de la autoridad expresa-
do a través de un acto jurídico – ya sea una ley, un acto administrativo o, por
excepción, una sentencia – que manifieste la voluntad del poder público.
b) Las aguas deben hallarse libradas al uso público en forma efectiva
y actual, y por ende, no podrán afectarse aguas cuyo uso sea potencial o fu-
turo.
c) Las aguas deben hallarse en poder del Estado en virtud de un títu-
lo jurídico que le haya permitido adquirir el dominio de esas aguas, no me-
diando el procedimiento expropiatorio sólo podrá afectarse aguas de los
particulares con su consentimiento expreso o con la decisión judicial que,
ordene la afectación y obligue al Estado a indemnizar.
d) De la afectación derivará –como consecuencia jurídica fundamen-
tal- que las aguas, desde el momento mismo del dictado de la ley, acto ad-
ministrativo o sentencia, queden efectivamente incorporadas al dominio
público y sometidas a los principios que rigen al mismo, con lo cual el acto
jurídico de la afectación tendrá siempre efecto constitutivo17.
16 Miguel Mathus Escorihuela y Amilcar Moyano, “La aptitud de las aguas para satisfacer usos de interés
general como fundamento de su carácter de bien público”, ob cit, p. 260.
17 Miguel Mathus Escorihuela y Amilcar Moyano, “La aptitud de las aguas para satisfacer usos de interés
general como fundamento de su carácter de bien público”, ob cit, p. 262
61
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18 Agustín Gordillo, “Introducción al Derecho Administrativo”, Ed Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1966, p.
188.
19 Miguel Mathus Escorihuela y Amilcar Moyano, “La aptitud de las aguas para satisfacer usos de interés
general como fundamento de su carácter de bien público”, ob cit, p. 263.
20 Alberto Spota, “Tratado de Derecho de Derecho Civil”, Buenos Aires, 1951, p. 578, citado por Miguel
Marienhoff, “Tratado de Derecho Administrativo”, T° IV, Ed Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1973, p. 755
21 Alberto Spota, “Tratado De Derecho de Aguas”, T° II, ob cit, p. 24 y 25
22 Miguel Marienhoff, “La reciente reforma del Código Civil en materia de aguas”, JA, Sec. Doctrina. Se-
rie Contemporánea, 1970, p. 255 y ss.
23 Miguel Marienhoff, “Tratado de Derecho Administrativo”, T° IV, ob cit, ps. 751 y conc.
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24 Guillermo Cano, arts 13 a 17 del “Anteproyecto de ley sobre dominio de las aguas y bienes conexos”, en
“Anteproyectos de Legislación Nacional de Aguas”, Buenos Aires, 1972. del mismo autor, “”Derecho, polí-
tica y administración de aguas”, T° III, vol. 2, Ed INCyTH, Mendoza, 1976, p. 772.
25 Joaquín López, “Conflictos que puede causar el uso del agua”, en “Memoria del Primer Seminario so-
bre Legislación de Aguas”, El Salvador, 1971, Tema VI, p. 6.5; del mismo autor, notas a los arts. 277 a 282,
“Código de Aguas de la Provincia de Córdoba”, ob cit, p. 82 y ss.
63
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1. Concepto
26 Miguel Mathus Escorihuela y Amilcar Moyano, “La aptitud de las aguas para satisfacer usos de interés
general como fundamento de su carácter de bien público”, ob cit, p. 271.
64
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nio de igual naturaleza que el ejercido sobre los demás bienes que integran
su patrimonio 27 (Arts. 2506, 2508 y cc; C.C.).
Establecida la regla fundamental que todas las aguas que corren por
cauces naturales son del dominio público, se deduce que sólo las aguas que
no posean esas características pueden formar parte del patrimonio de los
particulares.
2. Enumeración.
1.- Las vertientes que nacen y mueren dentro de una misma heredad
(art. 2350 CC).
2.- Las aguas pluviales que caen o entren en fundos privados (art. 2635
CC).
3.- Las aguas de fuente que brotan o emergen en terrenos de los parti-
culares y no formen cauce natural (art. 2637 del Código Civil).
3. Fuentes y Vertientes.
27 Miguel Marienhoff, “Régimen y Legislación de las Aguas públicas y privadas”, ob cit, p. 118.
28 Miguel Marienhoff, “Régimen y Legislación de las Aguas públicas y privadas”, ob cit, p. 494; Guillermo
Allende, “Derecho de Aguas con acotaciones hidrológicas”, Ed. EUDEBA, 1971, p. 287
29 Raymundo Salvat, “Tratado de Derecho Civil Argentino – Derecho Reales”, T° I, Buenos Aires, 1927-
1934, n° 1169.
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30 Alberto Spota, “Tratado de Derecho de Aguas”, T° II, ob cit, p. 460. Alfredo Bridge, “Estudios de Dere-
chos de Aguas”, T° I, Ed. CFI, San Juan, 1970, p. 70. Guillermo Cano, “Repercusión económica de la juris-
prudencia en materia de aguas de fuente o manantiales”, en JA, 1944-II, p. 280. Joaquín López, “Código de
Aguas de la Provincia de Córdoba”, Ed. Secretaría de estado de Obras y Servicios Públicos de Córdoba,
1973, arts. 151 y 153 y sus notas, p. 56 y 57. Suprema Corte de Justiciade Mendoza, in re “Ruiz de Correa
Edith Y Otros En J: Ruiz de Correa Edith Y Otros / Sucesión de Antonio Olguín”, sentencia del 03/03/1952,
Ubicación S051-268
66
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67
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3- De ahí que sólo la fuente (fons) constituye la propiedad del titular del
fundo donde está situado el caput fontis, y no el curso de aguas que corra por
un cauce natural y se alimente del agua brotante: esa última corriente, discu-
rriendo por un cauce natural, pertenece al Estado.
En la parte final del art. 2637 del C.C. el codificador de 1869 dispuso que
“si dichas aguas fuesen el principal alimento de un río o fuesen necesarias a al-
gún pueblo, están sujetas a expropiación por utilidad pública”. La reforma de
la ley 17.711 modificó este precepto, y en su lugar estableció que “cuando tales
aguas constituyan curso de agua por cauces naturales pertenecen al dominio
público y no pueden ser alterados”. Marienhoff sostiene que la modificación
introducida es inconcebible, y prácticamente implica cambiar el carácter jurí-
dico de un bien que hasta entonces pertenecía al dominio privado de los par-
ticulares, convirtiéndolo en un bien del dominio público, con lo cual los parti-
culares o administrados, mediante un mero cambio de derecho objetivo, pier-
den el dominio de una cosa que siempre fue suya31.
Por nuestra parte, entendemos que la redacción original del Código ha-
bilitaba a expropiar la fuente privada (caput fontis), pero el curso natural que
en ella se origina siempre fue público en los términos del art. 2340 inc. 3 CC.
La Ley 17.711 no alteró este encuadre, limitándose a coordinar los textos nor-
mativos de los arts. 2637 y 2340 CC.
31 Miguel Marienhoff, “La reciente reforma del Código Civil en materia de aguas”, ob cit.
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32 Guillermo Cano, “Reseña Crítica de Legislación y Administración de Aguas en Mendoza”, ed del autor,
1967, p. 34
33 Joaquín López, “Registro de Aguas, en Estudios de Derecho Civil”, Ed. Universidad, Bs As, 1980, p. 716
y 730
69
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1. Concepto.
Desde el punto de vista legal, son aguas pluviales no sólo las que pro-
ceden inmediatamente de las lluvias, sino también las que proceden media-
tamente de ellas, en tanto conservan su individualidad y puedan ser deter-
minadas35. Así es agua pluvial, no sólo la que cae en un fundo dado, sino
también la que, siguiendo la inclinación natural del terreno, llega a un fundo
inferior después de haber recorrido una o más propiedades intermedias. Las
aguas pluviales serán consideradas tales cuando caen a la tierra, antes serán
nubes, y como tales, se regirán por principios jurídicos distintos. (Art. 2635
CC)
2. Régimen Jurídico.
34 Joaquín López, nota al art. 153, del “Código de Aguas de la Provincia de Córdoba”, ob cit, p. 57.
35 Miguel Marienhoff, “Tratado de Derecho Administrativo”, TVI, Ed Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1996,
p. 247 y ss.
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se adquiere por la apropiación, sea del dueño de la heredad, sea del propie-
tario del fundo inferior en el que penetre (art. 2635 CC). Ello se debe a que
no puede decirse que las aguas pluviales que no corren por cauces deban es-
timarse pars fundi: su vinculación, su adherencia a la tierra, no existe. Por tal
razón, el agua pluvial que no penetra en el suelo, no pierde su condición de
res nullius, a menos que sea aprendida por el dueño del predio donde cae o
por el titular de la heredad donde entra. Y cuando el art. 2635 CC nos dice
que esas aguas pertenecen a los dueños de esos predios, parte de la base de
que estos son los únicos que pueden aprehenderlas porque a ningún otro le
es permitido apropiárselas, introduciéndose en propiedad ajena.
Los partidarios de la teoría de la “accesión”, entre ellos, Marienhoff37,
Borda , Allende39, argumentan diciendo que la “ocupación” supone un acto
38
71
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En principio, el dueño del fundo superior puede usar las aguas pluvia-
les caídas en él, en la forma que lo juzgue oportuno. La ley lo faculta para
disponer libremente de ellas (art. 2635, Código Civil). En ejercicio de ese de-
recho puede consumir todas las aguas, o parte de las mismas, sin que el pro-
pietario inferior pueda alegar válidamente algún derecho adquirido.
El derecho que el dueño del fundo ejerce sobre las aguas pluviales que
se encuentran en él, es tan perfecto y absoluto como el que puede existir so-
bre cualquier otro bien. Naturalmente, como toda propiedad, está sujeto a las
leyes que reglamenten su ejercicio41.
40 Miguel Marienhoff, “Tratado de Derecho Administrativo”, TVI, Ed Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1996,
p 254 y ss.
41 Miguel Marienhoff, “Tratado de Derecho Administrativo”, TVI, Ed Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1996,
p 257
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42 Guillermo Borda, “Tratado de Derecho Civil”, Derechos Reales I, Ed Perrot, Bs As, p. 438
73
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43 Miguel Marienhoff, “Tratado de Derecho Administrativo”, TVI Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1996, p 259
44 Alberto Spota, “Tratado de Derecho de Aguas”, T° II, ob cit, p. 360 y ss
45 Miguel Marienhoff, “Tratado de Derecho Administrativo”, TVI, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1996, p 261
46 Guillermo Allende, “Derecho de Aguas con acotaciones hidrológicas”, Eudeba, Bs As, 1971, p.307
74
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Nuestra ley no dice que las aguas que caen o corren por lugares públi-
cos sean “res nullius”; sólo dice que todos pueden usarlas; tanto más cuando
en el art. 2635 el Código adopta el principio de la accesión. El hecho de que la
ley autorice su uso a todas las personas, no significa que aquí no se trate de
aguas públicas; únicamente significa que el Estado, en lugar de dar autoriza-
ciones especiales para usar dicho bien público, ha dado una autorización ge-
neral. Finalmente, mal podrían adquirirse dichas aguas por “ocupación”, des-
de que este modo de adquirir el dominio no procede en materia de inmuebles,
carácter que revisten las aguas pluviales que cubren una superficie de tierra.
Continúa diciendo Marienhoff47 que, tratándose de aguas públicas, las
provincias están constitucionalmente habilitadas para legislar, como lo juz-
guen oportuno, acerca de los modos y formas en que los particulares adqui-
rirán el uso y goce de las aguas pluviales caídas en lugares públicos. En vir-
tud de ello, la Administración Pública está facultada para otorgar derechos
de uso preferente sobre esas aguas.
En cuanto al uso de esta categoría de aguas, dependerá de la tesis en
que nos enrolemos.
Las nubes son agua en estado de vapor, por lo tanto tienen individua-
lidad jurídica propia, son objetos corporales susceptibles de tener un valor.
Esto sirve de fundamento para que un sector de la doctrina basándose en el
Art. 2311 del CC las considera parte integrante de la atmósfera y el espacio
aéreo, y como bienes del dominio publico en función del principio amplio
del Art. 2340 inc. 3° del CC.
Marienhoff, por el contrario sostuvo el carácter de res nullius, alegando
además su falta de interés práctico la imposibilidad del propietario de la su-
perficie de aprehenderlas y utilizarlas48.
En virtud de los avances tecnológicos, las nubes tienen hoy interés
práctico y legal. Son el campo de la actuación y de experimentación para el
control y modificación del clima, en la etapa atmosférica del ciclo hidrológi-
co.
47 Miguel Marienhoff, “Tratado de Derecho Administrativo”, TVI, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1996, p. 264
48 Miguel Marienhoff, “Tratado de Derecho Administrativo”, T° VI, Ed Abeledo Perrot, 1996, p. 283
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Los Registros, en general, no son otra cosa que una forma de publicidad,
que tiene como finalidad primordial consolidar la seguridad jurídica de los de-
rechos.
49 Peter Sand, “Atmospheric water resources for agriculture law and policy of weather control operation”,
FAO, 1987
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50 Joaquín López, “Registro de Aguas, en Estudios de Derecho Civil”, Ed. Universidad, Bs As, 1980, p. 716
y 730
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tos existentes, de aguas del dominio privado, a fin de verificar en cada caso
la procedencia y legitimidad del registro, conforme a los antecedentes del
mismo o a los títulos y derechos que invoquen los interesados. Aún cuando
se juzgare actualmente que determinados cursos no corresponden a la cate-
goría de aguas del dominio privado, serán respetados los empadronamien-
tos existentes y los usos que se hagan en esa calidad, siempre que el registro
originario hubiere sido practicado en forma regular por constar oficialmente
ordenada esa inscripción y tenga el mismo una antigüedad no menor a trein-
ta años a la fecha de vigencia de esta ley. En este supuesto, el registro subsis-
tirá y el uso será respetado, hasta la superficie realmente cultivada que cada
propietario acredite poseer a la fecha de vigencia de esta ley, en el inmueble
respectivo.
Todo nuevo empadronamiento de aguas de dominio privado y toda
cuestión que se suscite respecto a la procedencia y legitimidad de la inscrip-
ción, será sustanciada con intervención del Fiscal de Estado.
Queda establecido que los empadronamientos existentes o que se prac-
ticaran en el futuro, sólo determinan la procedencia formal del título emana-
do del derecho privado, relativo a las aguas de que se trate, sin que ello im-
porte resolver en forma definitiva sobre la naturaleza pública o privada de
las mismas, lo que será revisible en cualquier oportunidad o podrá ser cues-
tionado por el afectado ante la autoridad judicial competente”.
80
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CAPÍTULO III
H
aciendo caso omiso del ciclo hidrológico y de la consecuente natu-
raleza única del agua, nuestro Derecho crea y regula distintas cate-
gorías de agua, a cada una de las cuales corresponde un régimen
jurídico específico.
A) Aguas marítimas
B) Aguas atmosféricas
C) Aguas terrestres, que pueden clasificarse a su vez en:
a- Superficiales, que se subdividen en corrientes (ríos, arro-
yos torrentes y ventisqueros) y estancadas o dormidas (lagos y la-
gunas).
b- Subterráneas.
83
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i. Elementos constitutivos.
1 Miguel Marienhoff, “Régimen y Legislación de las aguas públicas y privadas”, ob cit, p. 281.
2 Eduardo Cabrelli y Amilcar Moyano, “El requisito de la perennidad del caudal del río”, IX Congreso Na-
cional del Agua, Separata, San Luis, 1979.
84
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El agua
El lecho
90 Alberto Spota, “Tratado de Derecho de Aguas”, T° II, Buenos Aires, 1941, p. 139
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“sobre” la cual corre el agua ,y “las riberas”, que constituyen los costados del
lecho “entre” las cuales corre el agua.
Las riberas no son otra cosa que una parte del lecho de los cursos de
agua. Erróneamente se llama “ribera” a la zona inmediata y contigua que no
forma parte de su lecho, pues dicha zona se llama “margen” y pertenece al
dominio privado de los ribereños. La línea de ribera -como se verá- separa
o divide a la ribera de la margen.
Para explicar gráficamente los principios que anteceden, Marienhoff,
cita el siguiente ejemplo: Supóngase una calle en una ciudad. A sus costa-
dos existen edificios de una misma altura, los cuales en su parte superior
terminan en terrazas o azoteas extensas. La calle sería el piso del lecho del
río; los frentes de las casas serían las riberas y las azoteas constituirían las
márgenes4.
El álveo de las aguas públicas, tratándose de cauces naturales, es
siempre un bien público. Si, en cambio, el agua pública discurriera por cau-
ces artificiales, dentro de predios privados, la condición jurídica de éstos úl-
timos puede variar, por ejemplo por tratarse de hijuelas privadas de riego.
Aún en ese caso, el agua nunca perdería la condición de pública que hubie-
re tenido5.
La inclusión en la demanio de los ríos y sus cauces (art. 2340 inc3º
CC), ha sido criticada, porque no puede haber un río sin un cauce. En este
sentido, se ha dicho que la técnica legislativa ha sido mala.6
4 Miguel Marienhoff , “Régimen y Legislación de las aguas públicas y privadas”, ob cit, p. 291.
5 Alberto Spota, “Tratado de Derecho de Aguas”, ob cit, p. 132
6 Guillermo Allende , “Derecho de aguas con acotaciones hidrológicas”, Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1971, p. 189
86
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7 Joaquín López, “Cursos de Agua”, en Instituto Nacional de Ciencia y tecnología Hídrica, “Curso de De-
recho de Aguas”, Vol. I, Ed. INCYTH, 2° ed, Mendoza, 1975, p. 152 y ss.
8 Guillermo Allende, “Derecho de aguas con acotaciones hidrológicas”, ob cit, p. 177
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9 Guillermo Allende, “Derecho de aguas con acotaciones hidrológicas”, ob cit, ps. 204 y 208.
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Como los arts. 2639 y 2640 del Código Civil tienen como fundamento
satisfacer las necesidades inherentes a la navegación, forzosamente debe ad-
mitirse que dichos textos legales no se aplican a las porciones “no navega-
bles”. Sin embargo, son aplicables a los casos de “flotación”, es decir, la que
se realiza sosteniéndose y deslizándose los objetos en la superficie del agua.,
sin desaparecer debajo de ésta, por ejemplo: lanchones, balsas, etc.
En síntesis, las márgenes de los ríos navegables (zona de 35 metros)
pertenecen al dominio privado del respectivo ribereño. Éste puede hacer en
su propiedad todos aquellos usos que ésta admita, compatibles con la restric-
ción que la limita.
El uso que el propietario puede realizar en dicha zona no debe impor-
tar una alteración de su estado natural que afecte a la restricción señalada,
por ende, el propietario no puede sembrar, roturar ni cultivar dicho terreno,
así como tampoco extraer piedras y arena, en cuanto el mismo art. 2639 del
CC prohíbe al propietario “deteriorar el terreno en manera alguna”.
e) Tratándose de cursos de agua no navegables, en ejercicio del poder
de policía, la Administración podrá imponer restricciones al dominio priva-
do por razones de salubridad, seguridad públicas o en aras al bienestar ge-
neral a fin de preservar las aguas o el ambiente.
b. Islas.
Isla es una “extensión de tierra fija cuya altura supera la de las más al-
tas aguas en su estado normal, totalmente rodeada por agua”.
Vélez otorga a las islas formadas o que se formen en todos los ríos y
en los lagos navegables la calidad jurídica de bienes del dominio público -
art. 2340 inc. 6° del Código Civil-.
En efecto, las islas son consagradas al uso público en el estado que las
presenta la naturaleza: son del dominio público natural, es decir, que su ca-
lificación jurídica implica y es lo mismo que su afectación.
La ley 17.711 modificó el antiguo inciso 6° del art. 2340 del Código Ci-
vil disponiendo que: “Quedan comprendidos entre los bienes públicos: ...
“6° Las islas formadas o que se formen en el mar territorial o en toda clase
de río, o en los lagos navegables, cuando ellas no pertenezcan a particula-
res”.
El agregado final es importante por cuanto los actuales propietarios
90
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aplicación subsidiaria y analógica del art. 2573 del Cód. Civ. que dice: “Per-
tenecen también a los ribereños, los terrenos que el curso de las aguas dejare
a descubierto, retirándose insensiblemente de una de las riberas hacia la
otra”. Constituye lo que se denomina “aluvión por abandono”.
El “cauce abandonado” desde el punto de vista jurídico no es más cau-
ce, por ello no es aplicable el art. 2340 del C.C. que los incluye en el dominio
público.
El lecho abandonado pierde “ipso iure” su carácter público, porque ha
desaparecido la causa que le dio ese carácter; convirtiéndose en un bien del
dominio privado.
El ribereño adquiere a título de “accesión” la propiedad del lecho
abandonado. El fundamento reposa en el principio de equidad: así como el
ribereño debe sufrir los efectos de las avenidas de las aguas, también debe
adquirir las tierras que ellas dejen descubiertas. La solución legal descripta
ha sido receptada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación.12
Podría llegar a sostenerse que el álveo abandonado sigue formando
parte del dominio público. No obstante, esta interpretación desconocería que
el cauce a que refiere el art. 2340 inc. 3º es aquel que forma con el agua un so-
lo todo, y faltando ese elemento, no puede decirse que ha sido considerado
por la norma citada13.
¿ Cuándo un cauce debe reputarse legalmente abandonado?
Dicho régimen es aplicable en tanto el abandono del cauce se produz-
ca por causas naturales. Si el Estado rectifica una corriente de agua o le hace
seguir otro curso, las tierras abandonadas ya no lo son a consecuencia de un
caso fortuito o de trabajos no autorizados sino de obras legalmente llevadas
a cabo: el anterior álveo no puede acrecer por accesión a los antiguos ribere-
ños, no existiría, en tales casos, posibilidad de aplicar analógicamente el art.
2573 CC14. En tal caso, aquél pertenecerá al dominio privado del Estado, sal-
vo que sea nuevamente afectado al dominio público. El fundamento de lo ex-
puesto reside en el art. 2574 CC, según el cual no corresponde a los ribereños
el derecho de aluvión de un río canalizado y cuyas márgenes son formadas
por diques artificiales. Si ese terreno no corresponde a los ribereños, por apli-
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cación del art. 2342 inc. 1º CC, debemos concluir su pertenencia al dominio
privado del Estado15.
Sobre el particular, el Decreto 4478 de 1962 de la Provincia de Mendo-
za, ha establecido que los terrenos que se ganen al lecho de los cauces públi-
cos de la Provincia, con motivo de las obras de defensa de carácter definiti-
vo que construya el Estado, integrarán el dominio público estatal y queda-
rán bajo la dependencia, contralor y cuidado del Departamento General de
Irrigación.
Dichos terrenos serán destinados a la inspección y conservación de las
obras ejecutadas. El resto que pudiere resultar será objeto preferente de obras
culturales con fines de forestación y paseo público.
El destino previsto importa su afectación al dominio público, en el
marco del artículo 2340 inc. 7 CC.
Si el cauce abandonado es producto de la obra de personas no autori-
zadas, surge la obligación legal de volver las cosas al estado anterior. Obede-
ciendo a caso fortuito o fuerza mayor, la norma civil señala que corresponde
al Estado los gastos necesarios para volver las aguas a su estado anterior (art.
2644 CC). Ello sin perjuicio del derecho de los ribereños de remover los obs-
táculos, construir obras defensivas, o reparar las destruidas, con el fin de
que las aguas se restituyan a su estado anterior (art. 2643 CC). Si las altera-
ciones fueren motivadas por culpa de alguno de los ribereños, los gastos que
la vuelta al estado anterior demanden, serán pagados por él, a más de la in-
demnización del daño (art. 2644 CC).
El cauce abandonado por el mar y las aguas dormidas (lagos y lagu-
nas) pertenece al Estado, pues ello surge respectivamente del art. 2572 del
CC (aluvión por acarreo) que establece que “... el aluvión formado en las cos-
tas del mar pertenece al Estado...” ; y del art. 2578 del mismo cuerpo legal
que dispone que “los dueños de los terrenos confinantes con aguas durmien-
tes no adquieren el terreno descubierto por cualquier disminución de las
aguas...”16.
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Concepto
Elementos:
17 Miguel Marienhoff, “Régimen y Legislación de las aguas públicas y privadas”, ob cit, p. 554.
94
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Naturaleza jurídica
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Spota, que comenta dicho fallo, hace una distinción entre “ribera in-
terna” y “ribera externa” o “margen”. Sostiene que la ribera (refiriéndose a
la ribera interna) es “la franja de álveo comprendida entre las aguas bajas y
su más alto nivel sin desbordes”; expresa además que esa ribera forma par-
te del cauce y constituye su delimitación con los fundos ribereños.
Emitidos estos conceptos, resulta entonces fácil determinar la línea de
ribera, es decir, la delimitación entre el dominio público del Estado y el do-
minio privado de los ribereños. El dominio público se extiende hasta donde
llegan las más altas aguas en su estado normal sin producirse su desborda-
miento, es decir, cubriendo la ribera interna y delimitando la externa que
pertenece al dominio de los particulares.
La reforma del Código Civil, materializada a través de la ley 17.711,
sustituyó el inciso 4 del artículo 2340, cuyo texto establece: “Quedan com-
prendidos entre los bienes públicos... 4°- Las playas del mar y las riberas in-
ternas de los ríos, entendiéndose por tales la extensión de tierra que las
aguas bañan o desocupan durante las altas mareas normales o las crecidas
medias ordinarias”.
Sin embargo, el art. 2577 no fue alcanzado por dicha reforma, por lo
cual se presenta esta situación ambivalente:
1) Según el art. 2340 inc. 3 y 4 del C.C., forman parte del dominio pú-
blico los ríos y sus riberas, entendiéndose por tales los terrenos que las aguas
bañan o desocupan durante las “crecidas medias ordinarias” .
2) De conformidad con el art. 2577 del C.C., el límite del lecho del río
está determinado por la línea “a que llegan las más altas aguas en su estado
normal”.
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28 Miguel S. Marienhoff, “La reciente reforma al Código Civil en materia de aguas”, Jurisprudencia Argen-
tina, 1970, Sec. Doctrina, ps. 259 y 260
29 Joaquín López, “Determinación de la línea de ribera”, ob cit, p. 27
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Autoridad competente.
30 Guillermo Cano, “Estudio sobre línea de ribera”, Informe final, T° I, Ed. Consejo Federal de Inversiones,
Buenos Aires, 1988, p. II-48. Joaquín López, “Determinación de la Línea de Ribera”, ob cit, p. 37 a 39
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(esto último, con la limitación que en Mendoza establece el art. 182 de la Ley
de Aguas).
Para establecer hasta donde se extiende el dominio público, es necesario
acudir a una metodología técnica idónea enmarcada en un procedimiento ad-
ministrativo que garantice los derechos de los posibles afectados por la opera-
ción la operación de deslinde.
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g. Fuentes y vertientes:
31 Miguel Marienhoff, “Régimen y Legislación de las aguas públicas y privadas”, ob cit, p. 421.
102
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CAPÍTULO IV
A. Introducción
E
l suelo está compuesto de tres fases: sólido, líquido y gaseoso. Las di-
ferentes proporciones son variables de las texturas que la componen
(tamaño del sólido). Es así que un metro cúbico de arcilla tiene más
porosidad que ese mismo volumen de arena. Las aguas subterráneas ocu-
pan esos espacios llamados poros, que la almacenan y trasmiten, dando lu-
gar a extensos depósitos subterráneos llamados acuíferos. Los acuíferos son,
entonces, formaciones geológicas hídricas subterráneas, de las cuales se
pueden extraer cantidades significativas de aguas1.
El agua subterránea proviene de la circulación global del agua, que
precipita en forma de lluvia, nieve y/o granizo y se infiltra dando lugar a
los acuíferos. En las zonas áridas, como en la región del Oeste argentino, la
precipitación es en forma de nieve, la que, con el incremento de la tempera-
tura en la “alta cuenca” se fusiona (derrite), escurriendo por los ríos y per-
mitiendo su infiltración en profundidad. Almacenada esa agua tiene movi-
miento horizontal hasta llegar a aflorar en depresiones y escurrir superfi-
cialmente hasta alcanzar el mar.
Por lo tanto, se puede decir que los acuíferos tienen un área de carga y
otra de descarga, que ocurre cuando aflora a la superficie.
1 Definición contenida en el Tratado de Bellagio. Robert D. Hayton y Albert E Utton “Aguas subterráneas
transfronterizas: Anteproyecto de Tratado Bellagio, CIRT, 1991, pág. 363
105
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B. Importancia
2 Von der Heyde Garrigós, “Elementos para legislar en materia de agua subterránea”, Bs As 1941 pág. 54
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b) Las aguas de vertiente: son las aguas de lluvia o nieve que se acu-
mulan en las partes altas del terreno y descienden naturalmente, se trata de
aguas superficiales. Si nacen y mueren en una misma heredad son privadas
(art. 2350 CC). A diferencia de las subterráneas y las de fuente, las aguas de
vertientes no provienen del subsuelo, sino de la lluvia, nieve o granizo.
Debemos observar que algunos autores5 unifican los conceptos de
fuente y vertiente, tratándolos como sinónimos, refiriéndolos exclusivamen-
te a las surgentes o manantiales. De este modo, si nacen y mueren en un mis-
mo predio pertenecen al dueño de esa heredad. Las aguas que nosotros he-
mos dado en llamar de vertiente, se rigen, para esta postura, por lo precep-
tuado en el artículo 2340 inciso 3.
El tratamiento específico de las aguas de fuente y vertiente, es objeto
de otro Capítulo, al cual remitimos al lector.
5 Marienhoff. “Tratado de Derecho Administrativo” Tomo VI Abeledo Perrot- Buenos Aires 1996 pág.529
6 Spota, ob cit pág. 140
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7 Marienhoff- “Tratado de Derecho Administrativo” Tomo VI Abeledo Perrot- Buenos Aires 1996 pág. 628
8 Sobre el particular, puede verse “Conflictos entre el desarrollo de las aguas subterráneas y la conserva-
ción de los humedales: aspectos legales, institucionales y económicos” Fundación Marcelino Botín Edicio-
nes Mundi- Prensa 2003
9 Allende Guillermo L, “Derecho de aguas con acotaciones hidrológicas”, Eudeba 1971 p 293
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12 Marienhoff, “Tratado de Derecho Administrativo” Tomo VI Abeledo Perrot- Buenos Aires 1996 pág. 635
13 Spota pág. 519
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14 Antonio Pedro Chede- “Régimen jurídico de las aguas subterráneas en la República Argentina” publi-
cado en El Derecho de Aguas en Iberoamérica y España: Cambio y Modernización en el inicio del Tercer Mi-
lenio Tomo II Civitas año 2002 pág. 61 y sgtes.
15 Guillermo Cano “Los cambios de legislación y sus efectos sobre la propiedad y los usos permitidos de
las aguas” CONFAGUA/C 14/19 Mar del Plata, Argentina, 1977
113
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16 Boris, Rubén- Panorama actual del agua subterránea a veinticinco años de la sanción de las leyes 4035 y
4036- LLGran Cuyo 2001, pág. 424
17 Carlos Silveyra y Guillermo Cano, citados por Marienhoff en el “Tratado de Derecho Administrativo” T
VI Abeledo Perrot, 1996 pág. 91.
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Con la reforma del Código Civil por la ley 17711/68, se modifica el art.
2340 CC, que delimita los bienes integrantes del dominio público, establecién-
dose en su inc 3 : “quedan comprendidos entre los bienes públicos las aguas
subterráneas, sin perjuicio del ejercicio regular del derecho del propietario del
fundo de extraer las aguas subterráneas en la medida de su interés y con suje-
ción a la reglamentación”.
Los antecedentes de la reforma se remontan a la IV Conferencia Nacional
de Abogados, realizada en Tucumán en 1936 y en el Real Decreto de 1933 de
Italia.
En el Derecho italiano todas las aguas, incluyendo las subterráneas, son
públicas si tienen la aptitud de satisfacer usos de interés general y, si no la tie-
nen, pueden llegar a serlo cuando adquieran tal aptitud.
Por su parte, en la IV Conferencia Nacional de Abogados, realizada en
Tucumán en 1936, propugnó: Son públicas todas las aguas subterráneas, reco-
nociéndose el derecho del propietario del fundo para extraerlas en la medida
de sus necesidades con sujeción a la reglamentación18.
18 Von der Heyde Garrigós, “Elementos para legislar en materia de agua subterránea”, Bs As 1941 pág. 59
19 Marienhoff “Tratado de Derecho Administrativo” TV Abeledo Perrot 1988 pág 180
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23 Moyano Amilcar- Mathus Escorihuela “La aptitud de las aguas para satisfacer usos de interés general”,
Revista Idearium 8/9 Mendoza 1982/ 1983 Edium
24 Borda, Guillermo, La reforma de 1968 al Código Civil, Editorial Perrot, Bs As, 1971, p. 365- 368
25 Marienhoff- “Acerca de la reforma al Código Civil en materia de aguas ”, J. A. Serie Contemporánea,
Doctrina 1974, pág. 674.
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26 Bridge, Alfredo Rafael- “Plan de Aguas Subterráneas”, Publicación del Consejo Federal de Inversiones,
San Juan 1970.
27 Miguel Marienhoff “Tratado de Derecho Administrativo” TIV Abelledo Perrot Bs As 1975 pág 31
28 Fallos 312:648.
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29 Miguel Marienhoff “Tratado de Derecho administrativo” TIV Abeledo Perrot Bs As 1975 pág. 47
30 Sentencia 227/1988 Tribunal Constitucional español
31 Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, Sala D, “Vattuone, Carlos A. y otro c/Municipalidad de la
Ciudad de Buenos Aires”, 28-IV-1982.
119
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32 Llambías, Jorge J. y Alterini, Jorge H., “Código Civil anotado”, t. IV-A, com. art. 2340, inc. 3°, Ed. Abele-
do-Perrot, Buenos Aires, 1981.
33 Silvia del Saz- Aguas Subterráneas. Aguas Públicas (El nuevo derecho de aguas)- Monografías Jurí-
dicas. Marcial Pons- Madrid 1990 pág. 66 y sgtes.
34 Sebastián Martín-Retortillo “Derecho de Águas” Editorial Civitas, Madrid 1997, pág. 99.
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38 Miguel Marienhoff “Tratado de Derecho Administrativo” Abelledo Perrot TIV Bs As 1975 pág. 233
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39 Césareo Gil de Pareja “Criterios técnicos y jurisprudenciales en la justipreciación de pozos de aguas sub-
terráneas” Agua y Urbanismo IEAEspaña 2005 pág 101
124
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2) El caso español
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3) Alumbramientos clandestinos
40 Silvia del Saz- Aguas Subterráneas. Aguas Públicas (El nuevo derecho de aguas)- Monografías Jurídicas.
Marcial Pons- Madrid 1990 pág. 66 y sgtes.
41 Tribunal Constitucional en la sentencia 227/1988 de 29 de noviembre
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42 Joaquín López y Luis Moisset de Espanes, “Derecho de Aguas. Régimen Transitorio y Normas de Con-
flicto”, Ed. Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 1980, p. 6.
43 Marienhoff- “Régimen y Legislación de las Aguas Públicas y Privadas” Abeledo Perrot Bs As 1939 pág. 544
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44 Alfredo Rafael Bridge “El agua subterránea en el derecho argentino”- Centro Regional de Agua Subte-
rránea, San Juan- Argentina, Publicación n° 8, 1972 pág. 24 y sgtes.
129
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dad pública y sujetos a expropiación todos los bienes que sean determinados
por la autoridad de aplicación como necesarios para la investigación, explora-
ción, extracción, control, uso, recarga, conservación y aprovechamiento de las
aguas subterráneas; igualmente queda facultada para decretar e imponer res-
tricciones, servidumbres administrativas u ocupaciones temporarias.
En definitiva, siendo las aguas subterráneas recursos naturales, y como
tales integrantes del dominio originario provincial (art. 124 Constitución Na-
cional), no puede ser sino la jurisdicción provincial la que determine los usos
a que puede sujetarse el recurso, así como las formas de acceder a ellos. “ Al
titular del dominio de algún bien, como regla general, le corresponde el ejer-
cicio de la jurisdicción (en sentido amplio, como potestas) sobre el mismo. Es
decir que al titular del dominio originario de una cosa, en nuestro caso recur-
sos naturales, le compete el ejercicio de las jurisdicciones susceptibles de ser
ejercitadas por los mismos”.45 Cualquier norma nacional que dispusiera so-
bre el uso y goce de un recurso natural de titularidad provincial será incons-
titucional, salvo que se tratare de una norma de presupuestos minimos de
protección ambiental. Por esa razón, la cláusula comentada no puede más
que referirse al uso común, con la aclaración que dicha prerrogativa, por su
naturaleza, no está limiada al propietario del fundo, sino que alcanza a toda
persona.
Para concluir con este punto mencionaremos que “la tradición admi-
nistrativa del DGI ha introducido una categoría denominada “usuario” y
que se refiere a aquellos usos que se realizan fuera del predio donde se en-
cuentra físicamente la perforación. Cuando un predio con concesión se frac-
ciona, el rasgo donde se encuentra el pozo es inscripto como concesionario
(se lo llama titular de la perforación), y el rasgo donde no se encuentra la per-
foración (y el cual es inherente a la concesión original) se anota como usua-
rio.46
Los usuarios son concesionarios de agua subterránea, su denomina-
ción sólo tiene por objeto diferenciarlos de aquellos concesionarios o permi-
sionarios titulares del predio donde asienta el pozo. No tiene fundamento le-
gal, sólo existe por una tradición administrativa y se pretende su desuso ya
que genera problemas prácticos, haciendo a los estamentos administrativos
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48 Alfredo Rafael Bridge “Aspectos administrativos y legales del desarrollo y manejo de los recursos hídri-
cos”- Centro Regional de Agua Subterránea, San Juan- Argentina, Publicación n° 4, 1972.
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a). Renuncia
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c). Revocatoria
d). Caducidad
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51 Iñigo Sanz Rubiales “Los vertidos en aguas subterráneas. Su régimen jurídico” Monografías Jurídicas,
Marcial Pons Madrid 1997 pág. 25
52 Iñigo Sanz Rubiales “Los vertidos en aguas subterráneas. Su régimen jurídico” Monografías Jurídicas,
Marcial Pons Madrid 1997 pág 27
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53 Reta José, “La contaminación de la aguas subterráneas: el caso de los acuíferos de Ugarteche- Carrizal”
en Conflictos Socio-Ambientales y Políticas Públicas en la Provincia de Mendoza”- Oikos Red Ambiental
2005 pág. 340
54 Dr. Armando Llop- “Manejo sustentable del agua subterránea o desertificación. El caso de la cuenca nor-
te de Mendoza, Argentina.” CELA- INA
55 Similares facultades otorga el Código de Aguas Chileno a la Dirección General de Aguas, art. 63 Ed ofi-
cial, entre otros
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H. Derecho Comparado
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sarrollo de la actividad objeto del permiso o concesión (art. 162 Ley 5589).
Establece el carácter eventual de las concesiones de uso de aguas sub-
terráneas, salvo cuando sean otorgadas a favor de su anterior titular domi-
nial (tratándose de aguas subterráneas privadas) (art. 163 Ley 5589).
Se regula la exploración del agua subterránea, 56 permitiendo su reali-
zación en forma libre en terreno propio. En terreno ajeno o del dominio pri-
vado o público del Estado, sólo puede explorar el Estado por sí o por contra-
tistas (art.164 y 165 Ley 5589).
También se prevé, la recarga artificial de acuíferos subterráneos, aspec-
to propio del uso conjunto de aguas superficiales y subterráneas (art. 179 Ley
5589).
56 La exploración de aguas subterráneas también está prevista en el Código de Aguas de Chile, art. 58 Edi-
ción Oficial, entre otros.
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CAPÍTULO V
I. Introducción
T
anto el mar como el suelo y el subsuelo marítimo ofrecen temas fasci-
nantes, de permanente preocupación para los Estados, de investiga-
ción para los científicos y de intensas polémicas políticas y fuente de
innumerables obras jurídicas.1
Esta masa de agua salada que cubre tres cuartas partes del globo revis-
te tal importancia que se ha convertido en la alternativa más promisoria pa-
ra el futuro de la humanidad.
Las nuevas tecnologías han permitido al hombre el descubrimiento de
una fuente de recursos aún difícil de mensurar, sobre todo en lo que respec-
ta al subsuelo marino, actual centro de atención debido a la crisis energética
y alimentaria.
A modo de ejemplo, se estima que el Océano Pacífico colectivamente
contiene, en su subsuelo, 57 veces más manganeso que todas las reservas mi-
neras de la tierra, 83 veces más níquel; 9 veces más cobre y 359 veces más co-
balto, lo que permite afirmar que su exploración y explotación se anticipará
a todo pronóstico.2
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Por mar debe entenderse la masa de agua salada que rodea los conti-
nentes, enseña Miguel Marienhoff.3
Con respecto a la terminología empleada, algunos autores diferencian
entre los conceptos de “mar” y “océano”; la Real Academia Española da las
siguientes definiciones: océano es “el grande y dilatado mar que cubre la ma-
yor parte de la superficie terrestre y cada una de las grandes subdivisiones
de ese gran mar se denomina océano. Conforme la interpretación de Miguel
Marienhoff, el océano estaría comprendido en el mar de tal forma que el con-
junto de agua salada que rodea a los continentes se denomina mar y las gran-
des divisiones de ese mar se denominan océanos (Vg. Océano Atlántico,
Océano Pacífico, Indico, etc.).
Entendemos que esta discusión terminológica no es relevante a los fi-
nes del presente capítulo, tomando como concepto uniforme tanto de mar
como de océano a la masa de agua salada que rodea a los continentes y mar
interior a aquella masa de agua salada que se encuentra en el continente sin
comunicación con el mar abierto.
3 Marienhoff Miguel, Tratado de Derecho Administrativo, Tomo VI, pág.161. Abeledo Perrot, Buenos Aires
1996
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Pocas ramas del Derecho son tan antiguas como el Derecho del Mar. En
el derecho romano el alta mar, es decir el que estaba más allá del que baña-
ba directamente las costas, era considerada “res comunis”. Por tanto su uso
correspondía a todos los hombres, como el del aire.6
De acuerdo al antiguo Derecho Español, tanto el mar como sus riberas
eran cosas comunes, su uso le corresponde a todos los hombres, a todas las
criaturas que viven en este mundo.7
6 Institutas, libro 2°, titulo 1°, Parr. 1; Digesto libro 1°, título 8°, parr. 1 y libro 43, título 8°, ley 3
7 Partida 3°, ley 3, título 28, Partida 3° ley 6 título 28.
8 Partida 3°, título 28 ley 4 in fine
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incluirla en el dominio público, se infiere que esa línea que separa la playa
del dominio privado tierra adentro, es la línea de ribera en los mares.
Pues las playas pertenecen al dominio público.9 Marcan el límite interno
del mar, -que se compone del lecho y el agua- y van desde la línea de las más
bajas mareas normales hasta la línea de las más altas mareas, también norma-
les.10
La técnica demarcatoria dispuesta por el Código Civil es natural y pro-
viene de los límites que marca el movimiento de las mareas correspondientes
a los movimientos naturales ordinarios comunes, periódicos y permanentes,
excluyendo los extraordinarios provenientes de fenómenos marinos o tempes-
tades.11
9 La Corte Suprema de Justicia de la Nación ha resuelto que “la provincia es responsable por el accidente
producido en una de sus playas en virtud de ser su propietario (arts. 2339 2340, inc. 4°, Código Civil), lo cual
implica también la de las cosas accesorias o accesorios instalados en ella (arts. 2315, 2328 y 2571, Código Ci-
vil), como por ejemplo las torres trampolín desde donde se arrojara y accidentara la víctima”: causa “Pose,
J. C/ Prov. del Chubut y ot.”, 1.12.92, ED, fallo 45.614, supl. Diario del 19.4.94
10 Mariani de Vidal, Marina, Derechos Reales T. 1 pág. 291. 7° edición, Zavalía. 2004
11 Fiorini, Bartolomé A., Manual de Derecho Administrativo, pag. 964, La Ley 1968.
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bos que forman las bocas de los Golfos San Matias, Nuevo y San Jorge, tal como lo es -
tablece el artículo 1ro de la Ley 17094 y la línea que marca el límite exterior del Río de
la Plata, según los artículos 1ro y 70 del Tratado del Río de la Plata y su frente Marí -
timo, del 19 de noviembre de 1973”.
El artículo culmina haciendo mención que por una ley posterior se de-
terminará la línea de base que determinará el sector antártico donde la Argen-
tina ejerce su soberanía.
El art. 2 establece que las aguas que se encuentren dentro de la línea de
base serán consideradas aguas interiores de la República Argentina. En estos es-
pacios la soberanía del Estado se ejerce con igual intensidad que sobre su terri-
torio, ya que ni siquiera está limitada por el derecho de paso inocente que tie-
nen los buques de todas las banderas a través del mar territorial. Son conside-
radas bienes del dominio público del Estado ribereño, conforme el art. 2340 inc.
2, Cód. Civ. al enumerar los “mares interiores, bahías, puertos y ancladeros”.12
12 Mariani de Vidal, Marina, Derechos Reales, Tomo 1 pág.391. 7° Edición actualizada. Zavalía 2004.
13 Marienhoff, Miguel, ob. cit. pág 173.
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La playa de mar, forma parte del lecho marítimo, por que sigue la con-
dición jurídica asignada al mar, por tanto las playas son de dominio públi-
co del Estado provincial, pues es él quien detenta el dominio del Mar Terri-
torial.
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III. e. Islas
En este título sólo nos referiremos a las islas formadas o que se formen
en el mar argentino. Por tanto las definiremos como una extensión natural de
tierra, rodeada de agua, que se encuentra sobre el nivel de ésta en pleamar.17
El inciso 6° del artículo 2340 del Código Civil, comprende entre los bie-
nes públicos a las islas formadas o que se formen en el mar territorial... cuan-
do ellas no pertenezcan a particulares. Esta última frase fue agregada con la
reforma de la ley 17.711 y ha producido no pocas discusiones doctrinarias.
Pues el principio era que las islas seguían la suerte jurídica del álveo donde
se encontraban. Es claro que se refiere a aquellas que se encuentren dentro
del mar territorial.
Una isla es “tierra firme que emerge del nivel de las más altas aguas en
su estado normal, quedando rodeada por dichas aguas”.18 Y como se mencio-
nó anteriormente, las islas siguen la condición jurídica del lecho al cual acce-
den. El dominio de las islas ubicadas en el Mar Territorial pertenecen al Es-
tado Provincial, y aquellas ubicadas más allá de las 12 millas marinas perte-
necen al Estado Nacional.
17 ONU, Convención Internacional de Derecho de Mar art. 121, ratificada por ley 24.543
18 Spota, Alberto, Tratado de Derecho de Aguas pag. 596, citado por Mariani de Vidal Marina en ob. cit.
Pág. 295
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19 Cappagli Alberto C., La Autonomía del Derecho de la Navegación. Estudios de Derecho Marítimo Ho-
menaje al Dr. José D. Ray, pág 192. Lexis Nexis 2005
20 Marienhoff, Miguel ob. Cit. pag. 240
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21 Arrola, Graciela, Derecho de la Navegación, Algunas Reflexiones sobre la competencia y sus normas
procesales. Estudios de Derecho Marítimo en homenaje al Doctor José Domingo Ray, pág. 51 y ssgtes Lexis
Nexis, 2005
22 Arrola Graciela, ob. cit. Pag. 55
23 C.S.J.N. Fallos, 325- 3:2300, competencia federal, razón, materia improrrogable
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el art. 516 de la ley 20.094 de Navegación al expresar que: “son aplicables las
disposiciones del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, en cuanto
no estuvieren modificadas por la presente ley”.
La ley de la Navegación prohíbe las cláusulas atributivas de jurisdic-
ción o compromisorias en los contratos de transporte de cargas y también en
fletamentos totales o parciales de cosas o mercaderías en determinadas cir-
cunstancias24. El CPCCN, en los arts. 4, 337, 347 inc. 1° y 351, marca las dis-
tintas oportunidades en que un juez federal puede declarar la incompetencia
de la justicia federal ya sea de oficio o a petición de parte. Y algunas resultan
novedosas y alongadas en el tiempo, por cierto, pero encuentran por funda-
mento aquella excepcionalidad de la jurisdicción federal, de raigambre cons-
titucional, sin perjuicio de que al momento de decidir, el magistrado deberá
tener en cuenta tanto el principio de preclusión o progresividad, como el de
convalidación de los actos procesales cumplidos y también lo establecido ex-
presamente por el art. 7 de la Constitución Nacional, sobre validez de los ac-
tos y procedimientos de una provincia en otra; todo ello a la luz de la sana
interpretación del Superior Tribunal de la Nación (Corte Sup. Nac. “Mattei”
fallos 272: 188)25 los cuales el transportador asume la obligación de entregar
efectos en destino, si esas cláusulas determinan una jurisdicción diferente la
de los tribunales argentinos.
V. a. El mar territorial
Al mar libre o alta mar se opone el mar adyacente, que determina el lí-
mite en que principia y hasta donde llega el alta mar. A su vez, “mar territo-
rial” es la parte del mar adyacente más próxima a la costa y que pertenece a
la soberanía del Estado ribereño.26
El Código Civil de Chile en su artículo 593 definía al mar territorial de la
siguiente forma: “el mar adyacente, hasta la distancia de una legua marina,
medida desde la línea de más baja marea, es mar territorial y de dominio na-
cional”. Nuestro Código Civil en su artículo 2340 dispone que: “Quedan com-
prendidos entre los bienes públicos: 1 - Los mares territoriales hasta la distan-
24 Ley 20.094, arts. 614 y 621, comentados por Graciela Arriola en Estudios de Derecho Marítimo en Ho-
menaje al Dr. José Domingo Ray, pág. 56. Ed. Lexis Nexis 2005
25 Arriola Graciela, ob. cit pag. 56.
26 Claro Solar, Luis tomo 6°, n° 162 pag. 183 y tomo 6° n° 163, pag. 183. En Marienhoff Miguel ob cit.
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28 Rey Caro, Ernesto J. Diversidad Conceptual del Mar Territorial. Trabajo presentado al Congreso sobre
Aspectos actuales del Derecho del Mar. Rosario, junio de 1973.
29 Toranzo, Alejo, comentario a fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (CS) ~ 2003/09/08 ~ To-
tal Austral S.A. c. Provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur. La ley 2005, C15
30 Fiorini, Bartolomé A., Manual de Derecho Administrativo, pag. 965, La Ley 1968.
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El Art. 2340 del CC dice: “Quedan comprendidos entre los bienes públicos: 1º
Los mares territoriales hasta la distancia que determine la legislación especial, indepen -
dientemente del poder jurisdiccional sobre la zona contigua; ...inc. 4º Las playas del
mar y las riberas internas de los ríos, entendiéndose por tales, la extensión de tierra que
las aguas bañan o desocupan durante las altas mareas normales o las crecidas medias
ordinarias”. El Código no ha dado una solución acerca de la propiedad Nacio-
nal o Provincial del mar. En la redacción anterior a la ley 17.711, el Código in-
cluyó entre los bienes públicos al mar adyacente al territorio hasta las 3 millas
marinas desde la línea de la más baja marea y el mar jurisdiccional para el ejer-
cicio del poder de policía en materia de seguridad y observancia de las leyes
fiscales a 12 millas, contadas de igual forma.
De modo que el Código, en su actual redacción, nos remite a una legis-
lación especial, que está contenida en las Leyes 17.094; 17.500; 18.502; 20.136;
23.698 y la 24.922, que estatuyen lo siguiente:
La ley 17.094 extendió la soberanía de la Nación sobre el mar adyacente
hasta las 200 millas marinas y sobre la plataforma continental -suelo y subsue-
lo marinos- contadas desde la línea de base o de la cuerda que cierra los Gol-
fos Nuevo, San Matías y San Jorge. La línea de base es la línea a partir de la
34 Convención ONU sobre derecho del mar, artículos 18 , 19 y 20. Convención de Ginebra sobre Derecho
del Mar 1958
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cual se inicia el territorio seco del estado Provincial. A partir de las 200 millas
comienza el mar libre o alta mar.
La ley 17.500 estableció que los recursos vivos del mar territorial eran
propiedad del Estado Nacional.
La ley 18.502 reconoció a las Provincias con litoral marítimo jurisdicción
hasta las 3 millas marinas y declaró la soberanía Nacional hasta las 200 millas.
La ley 20.136, modificó parcialmente la ley 17.500 estableciendo que son
propiedad del Estado Nacional los recursos vivos existentes en las zonas ma-
rítimas bajo soberanía argentina -es decir, hasta las 200 millas-.
La ley 23.968 fijó la línea de base y estableció la extensión del mar terri-
torial hasta las 12 millas contadas desde la línea de base.
La ley 24.543 aprobó la Convención de la UN sobre el Derecho del Mar.
La ley 24.922 implantó un nuevo esquema de las relaciones Nación/Pro-
vincia. Confirió a las Provincias con litoral marítimo el dominio sobre los re-
cursos vivos de las aguas interiores y del mar territorial adyacente a sus costas
hasta las 12 millas marinas, desde la línea de base. Este dominio es a los fines
de exploración, explotación, conservación y administración en el marco legal
que fija la ley. Es por tanto una facultad acotada, porque el art. 4º de la ley de-
fine el dominio y jurisdicción exclusivos de la Nación sobre los recursos vivos
de la Zona Económica Exclusiva (ZEE) a partir de las 12 millas. La innovación
importante que hace la ley es la creación del Régimen Federal Pesquero a car-
go del Consejo Federal integrado por las Provincias con litoral marítimo, en-
cargado de la administración de los recursos pesqueros. Las Provincias reci-
ben, como mínimo, el cincuenta por ciento (50%) de los aranceles de extracción
de pesca en la ZEE.
Los autores han discutido respecto del dominio sobre la plataforma con-
tinental y el mar adyacente hasta las 200 millas, a favor y en contra del domi-
nio y jurisdicción Provincial. Adherimos a la tesis federalista o provincial y
consideramos que el territorio provincial -y por tanto el dominio y jurisdic-
ción- se extiende mas allá de la costa, en aguas, suelo y subsuelo -y sus conte-
nidos- hasta las 200 millas marinas, medidas desde la línea de base.
En resumen, conforme al régimen descripto, hasta las 12 millas el domi-
nio y la jurisdicción son Provinciales, pero existe una jurisdicción concurrente
de la Nación. Más allá de las 12 millas, el dominio y la jurisdicción son exclu-
sivamente Nacionales.
El régimen legal apuntado -en nuestra opinión- vulnera el sistema de
dominio y jurisdicción que hemos interpretado al comentar el Art. 124 in fine
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Se extiende más allá del límite exterior del mar territorial, hasta una
distancia de doscientas millas marinas a partir de la línea de base.
En la ZEEA, la Nación ejerce derechos de soberanía para los fines de la
exploración y explotación, conservación y administración de los recursos na-
turales, tanto vivos como no vivos, de las aguas suprayacentes al lecho del
mar y con respecto a otras actividades con miras a la exploración y explota-
ción económicas de la zona tal como la producción de energía derivada del
agua, de las corrientes y los vientos36.
35 Ver ley 23.968 art. 10 y Código Aduanero Argentino Ley 22.415 arts. 585 a 589.
36 Ley 23.968, artículo 5°.
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37 Aja Espil Jorge A., El Derecho del Mar pag. 69. Ed. Temis, Bogotá 1973.
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38 Cognetti, G.; Sarà, M. y Magazzù. 2001. Biología Marina. Ed. Ariel Ciencia. Barcelona.
39 Daus, Federico A. Fisonomía regional de la Argentina, pag. 121y ssgtes. Ed. Nova.Buenos Aires 1959
169
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cursos naturales. Esos derechos son exclusivos, porque si el país no los explota
nadie podrá emprender actividades sin expreso consentimiento del país ribere-
ño, siendo tales derechos independientes de la ocupación real o efectiva40.
A ese efecto, la ley 24.815 de abril de 1997, creó la Comisión Nacional
del Límite Exterior de la Plataforma Continental, bajo la dependencia del Mi-
nisterio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, cuyo obje-
to es elaborar una propuesta definitiva sobre el límite exterior de la Platafor-
ma Continental Argentina.
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46 Madaria, Edgardo, El Sector Pesquero Argentino. Programa de Investigación Geográfico Político Pata-
gónico, UCA. Mayo 2000
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49 Ver Prefectura Naval Argentina, informe de captura del pesquero español Pescapuerta, marzo 2006
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CAPÍTULO VI
I. Importancia
E
l uso de las aguas, es un tema fundamental del Derecho y de la Admi-
nistración del Agua. Todo el sistema normativo y la estructura inhe-
rente a la Administración y la Gestión de los recursos hídricos, cobran
sentido en la etapa del uso de las aguas. Es en ella donde se advierten las
bondades de la política hídrica, de la legislación, de la administración y de la
gestión.
En virtud y con motivo del uso del agua, deben analizarse los princi-
pios vinculados al uso de las aguas privadas y al uso de las aguas publicas,
al permiso y a la concesión de uso, a las obras hidráulicas y su financiamien-
to, a la contaminación y a la defensa contra los efectos dañosos de las aguas,
a la imposición y ejercicio de las servidumbres vinculadas al uso de ellas, las
normas inherentes al Registro y Catastro, el ejercicio del Poder y Función de
Policía sobre las aguas y lo relativo a la participación de los usuarios en el go-
bierno y administración del agua.
Usar las aguas, es hacerlas servir para una determinada finalidad, es
servirse de ellas, preservando su integridad y la de los ecosistemas donde se
encuentren.1
1 Joaquín López, Curso de Postgrado para el Manejo Integrado de los Recursos Hídricos. Pag. 29/39,
Mendoza, 1985. Centro de Economía Legislación y Administración del Agua.
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2 Joaquín López, en la nota al art. 16 del “Código de Aguas de la Provincia de Córdoba”, Ed. Dirección Pro-
vincial de Hidráulica, Córdoba, 1973, p. 27, siguiendo la doctrina de Aubry y Rau (“Cours de Droit Civil
Francais”, párrafo 194) señala que el ejercicio de la propiedad esta subordinado –entre otras cosas- a la con-
dición de no dañar a terceros. En concordancia, en la nota al art. 85 comenta análogo principio pero en rela-
ción al uso de aguas públicas.
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3 Jorge Sarmiento García, “Los actos de gravamen en el derecho público”, en VVAA, “Estudios de Dere-
cho Administrativo”, Ed Depalma, Buenos Aires, 1995, p. 6.
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4 Joaquín López, “Legislación sobre los conflictos entre usos y usuarios del agua y su resolución”, en CE-
LA- INCyTH, “Curso de Posgrado para el Manejo Integral de los Recursos Hídricos”, Ed. INCyTH, Men-
doza, 1982, p. 5.
5 Esto es expresamente contemplado en los arts. 184, 186 y 187 de la Ley de Aguas de Mendoza.
181
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1. Concepto. Clases
Los usos comunes del agua, son aquellos esenciales para la vida, por-
que afectan y sirven a la vida misma, configuran un derecho en principio ili-
mitado, porque vinculan al agua con la subsistencia. La doctrina y la legisla-
ción los denomina, usos comunes del agua, en el sentido que los puede rea-
lizar cualquier persona para satisfacer las necesidades diarias y domesticas
de la vida (beber, bañarse, abrevar animales, regar plantas, navegar, pescar),
sin usar terrenos de particulares ilegítimamente.7
Es un derecho que entraña ejercer una facultad inherente a la condi-
ción del hombre, y que implica el simple ejercicio de la libertad. Este dere-
cho está limitado por el igual derecho de los demás, y por las reglamenta-
ciones que dicte la autoridad para su ejercicio. De allí que la violación al uso
común de las aguas publicas (cualquiera sea su denominación) hace nacer
las acciones inherentes a la defensa de la libertad.
6 Josep Ma. Quintana Preus, “Derecho de Aguas”, Ed. Bosch, Barcelona, 1992, p. 343
7 Miguel Mathus Escorihuela, “El derecho al agua en el Derecho Argentino”, en Antonio Embid Irujo, “El
Derecho al Agua”, Ed. Thomson-Arazandi, Navarra, 2006, p. 237.
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Por la índole del derecho y las necesidades que satisface, el uso común
es esencialmente gratuito, pero no existen obstáculos o impedimentos lega-
les para que en ciertas situaciones, la autoridad local imponga el pago de ta-
sas por servicios que deban prestarse para la satisfacción del uso (caso de la
imposición de peajes en caminos, o de pagar el acceso a bibliotecas públicas
por ejemplo).
Asimismo, el uso común es genérico, lo tienen todos los habitantes por
su naturaleza y en virtud del principio constitucional de la igualdad, por lo
tanto no puede existir ninguna forma de exclusividad a favor de ninguna
persona que lo menoscabe, porque de otro modo se transformaría en apro-
vechamiento privativo.
Los usos comunes del agua publica tienen una prioridad absoluta so-
bre los demás usos por su naturaleza8 y rango constitucional, de modo que
ni los permisos ni las concesiones de uso que haya otorgado la autoridad
pueden menoscabarlo bajo pena de inconstitucionalidad.
Finalmente, en este orden de ideas, y como se ha manifestado el uso co-
mún es de ejercicio libre, situación que no impide su regulación mediante re-
glamentos expedidos por la autoridad, que en ningún caso podrán desnatu-
ralizar su contenido.
8 En este sentido resalta la sentencia del 15 de abril de 1981 del Tribunal Supremo español, donde se se-
ñaló que el uso común “es un derecho natural que prevalece sobre todos los demás”.
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A diferencia de los usos comunes, los usos especiales del agua publica
no tienen por objeto satisfacer las necesidades diarias, elementales y necesa-
rias para la subsistencia, sino que aumentan o incrementan el patrimonio
económico de una persona física o jurídica.10 Existe en ellos, un uso diferen-
cial, no genérico, que amplía la esfera de poder jurídico-económico del titu-
lar.11
Esta categoría de uso se puede adquirir a través de un Permiso de uso,
ó de una Concesión de uso. Ambos constituyen títulos administrativos, regi-
dos por el Derecho Administrativo.
8 Alberto Spota, “Tratado de Derecho de Aguas”, T° II, Ed. Menéndez, Buenos Aires, 1941, p. 876
9 Miguel Marienhoff, “Régimen y legislación de las aguas públicas y privadas”, Ed. V. Abeledo, 1939, Bue-
nos Aires, p. 707
10 Miguel Marienhoff, “Régimen y legislación de las aguas públicas y privadas”, ob cit, p. 729
11 Gay de Montellá y Massó Escofet. Tratado de la legislación de Aguas Públicas y Privadas. T.1 Tercera
parte. pag. 332 y sgtes. -Bosch Casa Editorial. Barcelona. 1956.
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1. El Permiso de Uso.
2. La Concesión de Uso.
12 Miguel Marienhoff, “Régimen y legislación de las aguas públicas y privadas”, ob cit, p. 733; Alberto
Spota, “Tratado de Derecho de Aguas”, T° II, ob cit, p. 856;.
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3. Caracteres de la concesión.
17 Joaquín López, “La concesión de uso de aguas públicas para riego”, en Revista Ambiente y Recursos
Naturales, vol I, n° 4, La Ley, Buenos Aires, octubre-diciembre 1984, p. 35.
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18 Suprema Corte de Justicia de Mendoza, Expediente: 31259, carat. “HIJOS DE RODOLFO GRAGAG-
NOLO S.R.L. / DEPARTAMENTO GENERAL DE IRRIGACIÓN”, sentencia del 21/03/1974. Ubicación:
S133-147.
19 Mauricio Pinto (coord.), “Ley de Aguas de 1884. Comentada y concordada”, Ed. Irrigación Edita, Men-
doza, 2006, p. 129, describe en este sentido la aplicación en Mendoza de la Resolución 71/68 del Departa-
mento General de Irrigación, derogada en 1987.
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1. Aspectos generales
20 Ver la exposición de motivos de la Ley de Aguas española de 1866, publicada en Sebastián Martín Re-
tortillo, “La Ley de Aguas de 1866. Antecedentes y elaboración”, Ed. Centro de Estudios Hidrográficos, Ma-
drid, 1963, p. 757.
21 Manuel Castello, “Legislación de Aguas”, Ed. Universidad Nacional de Buenos Aires, Buenos Aires,
1921, p. 287.
22 Miguel Marienhoff, “La Cláusula sin Perjuicio de Terceros en la Concesión de Aguas Públicas”, Ed Va-
lerio Abeledo, Buenos Aires, 1942.
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2. Casos de aplicación:
La cláusula es aplicable:
1. Cuando el caudal otorgado a una concesión nueva excede o supera el
caudal de agua necesario para que el curso pueda abastecer normalmen-
te a todas.
2. Cuando debido a obras en construcción por el Estado o por particulares,
los terrenos se inunden o se impida de cualquier modo la recepción del
agua por el concesionario.
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23 Miguel Mathus Escorihuela (dir.) et al, “Derecho Ambiental y de los Recursos Naturales”, Ed. De los
autores, Mendoza, 2006, p. 162
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del agua, o bien, qué tipo de agua se utilizará para satisfacer las concesiones
antes que otra (por ejemplo usar primero las aguas superficiales, y después las
subterráneas). En el primer caso hablamos de prioridades por usos, en el se-
gundo por recursos. En el sistema legal de Mendoza, existen prioridades esta-
blecidas en la Ley de Aguas de Mendoza (Art. 115) para usos servidos con
aguas superficiales, y en la Ley 4035 de Aguas Subterráneas, un sistema doble
de prioridades (por usos y por sujetos titulares de la concesión) conforme lo es-
tipulan sus artículos 6 a 8.
24 Dalmacio Vélez Sarsfield, nota al art. 2341 del Código Civil; Alberto Spota, “Tratado de Derecho de
Aguas”, T° II, ob cit, p. 832, 841, 941 y conc.; Sentencia 227/1988 del Tribunal Constitucional español, fun-
damento jurídico 11. Esta última sentencia ha sido cuestionada por Sebastián Martín Retortillo, “Derecho
de Aguas”, Ed. Civitas, Madrid, 1997, p. 262, quien entiende que no puede decirse que el razonamiento del
Tribunal sea convincente.
25 Joaquín López, nota al art. 75, “Código de Aguas de la Provincia de Córdoba”, ob cit, p. 40. Miguel Ma-
rienhoff, “Régimen y legislación de las aguas públicas y privadas”, ob cit, p. 747.
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doza, existen las llamadas concesiones de verano, en virtud de ellas, con los
sobrantes de agua de la época, se abastecen concesiones (Ley 2631/59 de
Mendoza)
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28 Joaquín López, nota al art. 142, “Código de Aguas de la Provincia de Córdoba”, ob cit, p. 54, observa que
la posibilidad concreta de otorgar concesiones de este tipo es una cuestión discrecional de política hídrica.
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X- Autoridad Concedente
29 Mauricio Pinto (coord.), “Ley de Aguas de 1884. Comentada y Concordada”, Ed. Irrigación Edita, Men-
doza, 2006, p. 125.
30 Alejandro Vergara Blanco, “Derecho de Aguas”, T° II; Ed. Jurídica de Chile, Santiago, 1998, p. 393.
31 Ludwink Teclaff, “Captación y aprovechamiento del agua: estudio comparado de los regímenes jurídi-
cos”, Ed. Naciones Unidas, Nueva York, 1974, p. 155.
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33 Miguel Mathus Escorihuela, “La Administración Hídrica”, Ed. Facultad de Derecho de la UNCuyo,
Mendoza, 2002, p. 36.
34 Joaquín López, “Registro de Aguas”, en “Estudios de Derecho Civil”, Ed. Universidad, Buenos Aires,
1980, p. 705/706.
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Por otra parte tiene derecho a servirse de las obras y de la red de con-
ducción existente para llevar el agua a su fundo o industria, y de utilizar a
ese efecto, de las obras públicas que integren el sistema de distribución. Ad-
vertimos que es el concesionario quien debe “llevar” el agua hasta el lugar
de uso, pues no es una obligación a cargo de la administración. En virtud de
la naturaleza de su titulo, el concesionario tiene derecho a ser respetado en
el uso y goce de la concesión conforme a la cuasi posesión que ostenta, tan-
to por los particulares como por el Estado mismo. En tal sentido puede ejer-
cer las acciones administrativas tendientes a ello, y eventualmente, las accio-
nes posesorias, y penales que hacen a su derecho, para ser respetado en el
ejercicio de sus facultades. De lo expuesto, se desprende que el Concesiona-
rio tiene la potestad de hacer imponer las servidumbres administrativas que
resulten necesarias para el buen uso del agua (servidumbres de acueducto,
de desagüe, de avenamiento o de paso)
El derecho que tiene el concesionario a recibir el agua, empero, no le con-
fiere ninguna potestad sobre la fuente de provisión de la cual se le abastece
(curso de agua, pozo de agua subterránea etc.) por cuanto su derecho, es a usar
del agua pública. En virtud de ello, es una facultad de la Administración, sus-
tituir o modificar, la fuente de abastecimiento de la concesión, como también
el volumen concedido en la medida que exceda las necesidades del uso razo-
nable del concesionario.35
La protección a los derechos del concesionario importa la posibilidad
de interponer denuncias y recursos administrativos, como también la acción
posesoria de despojo.36
Finalmente, digamos que tiene derecho a participar en el gobierno y
administración del agua, a elegir y ser elegido en la integración de los orga-
nismos de usuarios existentes, tema que tratamos en el Capítulo XI, en lo que
al régimen mendocino se refiere.
35 Joaquín López, en la nota al art. 63 del “Código de Aguas de la Provincia de Córdoba”, ob cit, p. 38.
36 Joaquín López, “Legislación sobre los conflictos entre usos y usuarios del agua y su resolución”, ob
cit, p. 37.
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38 Tiene dicho en este sentido la Suprema Corte de Justicia de Mendoza que “La unificación de la vía de
apremios para el cobro de los servicios de riego, actuando un solo recaudador en representación del Depar-
tamento de Irrigación y de los cauces, no destruye la autonomía de estos últimos. Por ello, las facultades del
recaudador son limitadas al objeto del apremio, no pudiendo debatir asuntos de fondo que puedan com-
prometer los intereses de los cauces”, Expediente 16311carat “BANCO HIPOTECARIO NACIONAL/ SU-
PERINTENDENCIAGENERAL DE IRRIGACIÓN”, sentencia del 28/03/1952.
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XIV- Extinción
Como acto administrativo unilateral de efectos bilaterales, la concesión
se extingue por las mismas causas y formas de los actos administrativos: nu-
lidad, caducidad, revocación y renuncia. Existe además, una causa autónoma
de extinción, que es “el agotamiento de la fuente de provisión” en cuyo caso
la concesión se extingue por falta de objeto concesible.
1. Nulidad
Recordemos previamente cuáles son los elementos de los actos adminis-
trativos: legitimidad y merito. Las condiciones de legitimidad son la actuación
de un órgano competente, la declaración formal de voluntad de la administra-
ción, objeto cierto y valido, y forma conforme lo requiera la legislación. El me-
rito, es la conveniencia y utilidad del acto, su adaptación a los fines del acto.
Los actos administrativos pueden ser nulos, anulables o inexistentes,
según estén viciados en su fondo o en su forma contemporáneamente al acto,
teniendo en cuenta la importancia y magnitud de la transgresión al orden ju-
rídico, que implique el requisito o la norma violada.
En los actos nulos el vicio es grave, sus efectos son retroactivos y la ad-
ministración puede revocarlos por ilegitimidad en cualquier momento, o
bien solicitar su declaración de invalidez en sede judicial, según que el acto
haya tenido efectos con relación a terceros. En ningún caso pueden ser con-
validados.
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2. Caducidad
El incumplimiento de las obligaciones a cargo del concesionario en for-
ma grave y reiterada, e imputables a él, aparejan la extinción de la concesión
por caducidad. Es una sanción penal administrativa que requiere el debido
proceso legal. Las causales de caducidad, forman parte e integran el negocio
jurídico concesión. Conforme la legislación de Mendoza, existen caducida-
des expresas y tacitas, en tanto las concesiones se otorgan sujetas a la ley de
aguas (Art. 16 y 125 LA).
Si bien en virtud del paralelismo de las formas, la caducidad debería
declararla la misma autoridad de creación del acto, estimamos que en el ca-
so de la Legislación de Mendoza, el Departamento General de Irrigación es-
tá habilitado para declararla, como autoridad de aplicación de la ley y en vir-
tud que el otorgamiento de la concesión, siempre se hace conforme a las
prescripciones de la Constitución y de la Ley de Aguas, en la cual están con-
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3. Revocación
La revocación es un acto unilateral y discrecional de la administración,
que tiene como causa razones de oportunidad, mérito o conveniencia pública.
No tiene carácter sancionatorio y debe indemnizarse. Sus efectos son para el
futuro. En ciertos casos la revocación tiene como fundamento la ilegitimidad
del acto que se revoca. En estos casos el Estado ejerce el Poder de Policía sobre
sus propios actos, y es el medio que elige la administración para cumplir le ley.
Tiene como fuente un acto irregular, no se indemniza, sus efectos son retroac-
tivos al momento de creación del acto viciado. En cambio en la revocación por
oportunidad, el acto que se revoca es regular y válido, sin embargo, no puede
ser irrazonable, ni arbitraria, ni dictada con desviación de poder. Cuando el ac-
to revocado ha producido efectos jurídicos, debe intervenir el Poder Judicial.
La Doctrina mayoritaria, sostiene que la indemnización debe ser fijada por la
autoridad judicial. Véase el Art.17 de la LA de Mendoza.
4. Renuncia.
El concesionario puede renunciar en cualquier tiempo a la concesión,
dado que fue otorgada en su interés directo e inmediato. Es un acto unilate-
ral, que sin embargo debe ser aceptada por la administración. La renuncia de
la concesión de uso para riego agrícola puede ser total o parcial. El concesio-
nario debe las cargas tributarias hasta el momento de la aceptación. En el ca-
so de renuncia de una concesión de uso de agua que involucre la prestación
de un servicio público (como por ejemplo el abastecimiento de poblaciones)
o de la concesión empresaria, la renuncia puede significar el abandono del
servicio, por lo que corresponde la previa conformidad de la administración
para que tenga efectos extintivos.40
39 Mauricio Pinto (coord.), “Ley de Aguas de 1884. Comentada y Concordada”, ob cit, p. 134.
40 Incluso, puede llegar a establecerse la irrenunciabilidad de estas concesiones, tal como hemos visto que
preceptúa el Código de Aguas de Córdoba en el art. 99.
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Las aguas públicas integran el dominio público y por ello, con excepción
de su uso común, sólo pueden ser objeto de aprovechamiento cuando expre-
samente así lo autoriza el Estado. Así se contempla expresamente, por ejem-
plo, en el art. 110 de la Ley de Aguas de Mendoza.
Sin embargo, puede ocurrir que las aguas sean aprovechadas fáctica-
mente, sin autorización, generándose una situación de hecho que debe ser con-
siderada por el derecho.
Ante esta situación, existen dos grandes tendencias en la legislación, sea
convalidando la utilización de hecho del agua, o sea reprimiéndola por ilegíti-
ma.
En el primer supuesto, algunos regímenes han regulado la adquisición
del derecho a usar el agua mediante la utilización de hecho por cierta cantidad
de tiempo, aún cuando ese uso se haya realizado en forma irregular, sin la au-
torización que en principio corresponde. Esta era la solución del derecho espa-
ñol hasta 1985, donde por Ley 29/1985 se modificó el régimen de aguas, exclu-
yendo la hasta entonces vigente prescripción como un modo de adquirir el de-
recho a usar el agua.41 Es también el caso del derecho chileno, que -mediante el
art. 310 del Código de Aguas y el Decreto Ley 2603/79- habilita la adquisición
del derecho por prescripción y el reconocimiento de los usos consuetudina-
rios.42
El segundo supuesto, implica la regulación de esos usos fácticos con én-
fasis en su carácter ilegítimo, y por ello merecedores de una reacción estatal
sancionatoria. Este es el caso, entre otros, del régimen mendocino.
La ley 1920 de Mendoza establece que el uso de agua pública en los fi-
nes de la agricultura, será permitido exclusivamente para el cultivo de los pre-
dios particulares beneficiados con la concesión de riego, y solamente hasta la
superficie indicada en el respectivo otorgamiento.
En consecuencia de ello, en tal régimen son considerados “clandestinos”
e ilegítimos los cultivos realizados con agua del dominio público en los casos
siguientes:
a) En inmuebles que no tuvieren otorgada con anterioridad concesión le-
gítima de aprovechamiento de agua para regadío, cualquiera fuere la forma de
sustracción o derivación del agua;
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43 Dicho articulo 26 prevé que “El agua en uso perteneciente a una propiedad puede transferirse tempo-
ralmente durante los turnos a otra propiedad cultivada que esté bajo el regadío del mismo canal, cuando las
necesidades del cultivo lo requieran y fuese solicitado por el interesado”.
44 En particular, se recuerda el delito de usurpación de aguas que tipifica el art. 182 del Código Penal.
45 El art. 4 de la Ley 1920 establece que el “suministro del agua pública se hará conforme a la superficie em-
padronada del derecho de agua, según categoría y con las eventualidades naturales de los caudales dispo-
nibles”
46 Corte Suprema de Justicia de la Nación, JATº 1991-II, p. 556
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el espíritu que las nutre es lo que debe rastrearse en procura de una aplicación
racional, que avente el riesgo de un formalismo paralizante”,47 siendo que “las
leyes resultan irrazonables cuando los medios que arbitran no se adecuan a los
fines cuya realización procuran, o cuando consagran una manifiesta iniqui-
dad”,48 y ello en cuanto “es principio esencial en materia de hermenéutica le-
gal, dar pleno efecto a la intención del legislador, teniendo a armonizar la ley
de que se trate con el ordenamiento jurídico restante y con los principios y ga-
rantías de la Constitución Nacional, a fin de evitar su invalidez”.49
La ley 1920 procuró evitar un uso ilegítimo del agua, pero no puede
afirmarse nunca que el legislador haya pretendido desalentar la eficiencia de
uso del recurso, con lo que no puede aplicarse a situaciones donde se consu-
me el agua legalmente autorizada, pero con un mayor rinde agrícola.
En esta visión, en la interpretación y aplicación legal debe tenerse en
cuenta que el poder y la función de policía que ejercen las autoridades del
agua, implican la existencia de un derecho del administrado y la reducción de su
ejercicio con miras a la convivencia social. Dicha “reducción”, está sujeta a lími-
tes-garantías de relevancia normativa, en cuanto al alcance y extensión del po-
der estatal para limitar los derechos individuales. Dichas limitaciones surgen
a partir de principios tales como el de razonabilidad.
Al respecto, la razonabilidad está dada por el principio constitucional
preceptuado en el art. 28 CN, por el que las leyes que reglamentan el ejercicio
de los derechos reconocidos no podrá mudar, modificar o cambiar la naturale-
za de los mismos. Este principio obliga a ponderar con prudencia las conse-
cuencias sociales de las medidas a adoptar a fin de evitar la arbitrariedad por
prohibiciones injustificadas.
Las concesiones de riego reguladas por la Ley de Aguas mendocina, si
bien están formalmente expresadas en superficie, equivalen a un volumen que
alcanza, como máximum, uno y medio litros por segundo para cada hectárea
de terreno (art. 122), y que debe distribuirse proporcionalmente entre los usua-
rios en situaciones de escasez (art. 162).50 Sin embargo, esa forma de expresión
por superficie a fin de determinar la extensión del derecho a los fines de la pro-
porcionalidad en la distribución del agua que eventualmente se disponga en-
tre los regantes del cauce, no debe dar lugar a ese formalismo paralizante al
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51 Ingo Gentes, “Estudio de la legislación oficial chilena y del derecho indígena a los recursos naturales”,
CEPAL, 2004, p. 24.
52 Alejandro Vergara Blanco, ”Derecho de Aguas”, T.II, ob cit, p. 338
53 Un breve comentario a este caso puede observarse en Miguel Mathus Escorihuela, “El derecho al agua
en el derecho argentino”, en Antonio Embid Irujo (Dir), “El derecho al agua”, Ed. Thomson Aranzadi, Na-
varra, 2006, p. 245
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rechos de los pueblos interesados a los recursos naturales existentes en sus tie-
rras, derechos que comprenden la facultad de participar en la utilización, ad-
ministración y conservación de dichos recursos. Argentina aprobó dicho Con-
venio por Ley 24071 de 1992.
La reforma constitucional de 1994, estableció dentro de las competencias
del Congreso “Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indí-
genas argentinos. Garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una edu-
cación bilingüe e intercultural; reconocer la personería jurídica de sus comuni-
dades, y la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicional-
mente ocupan; y regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarro-
llo humano; ninguna de ellas será enajenable, transmisible, ni susceptible de
gravámenes o embargos. Asegurar su participación en la gestión referida a sus
recursos naturales y a los demás intereses que los afectan. Las provincias pue-
den ejercer concurrentemente estas atribuciones” (Art. 75 inc. 17 CN).
Así, “la reforma de la Constitución Nacional de 1994 incorpora el cri-
terio de integración participativa ( no forzada ni coaccionada) de los indíge-
nas a la vida nacional dentro de un marco de respeto de sus identidades ét-
nicas y culturales, cuya preexistencia al Estado nacional se admite explícita-
mente, constituyendo el fundamento socio-histórico-político del reconoci-
miento de ciertos derechos que de otro modo podrían considerarse como pri-
vilegios con relación al resto de la población nacional”.54
Este reconocimiento acarrea una serie de consecuencias dentro de
nuestro sistema jurídico el cual no contiene previsiones abarcativas de dife-
rentes culturas que asegure la vigencia real del principio de igualdad (Art.16
CN)- violado tanto cuando se trata desigualmente a los iguales, como cuan-
do se trata igualmente a los desiguales.55
En lo que hace a los recursos naturales, la norma constitucional es ex-
presa en lo que hace al recurso suelo, manifestando expresamente que las co-
munidades indígenas presentan un derecho a la posesión y propiedad comu-
nitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan, y la posibilidad de regla-
mentar la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano, to-
das ellas con carácter extracomercio.
54 Nestor A. Cafferatta, “Comunidad indigena, actividad minera y medio ambiente”, en Revista de Dere-
cho. Ambiental, Lexis Nexis, oct./ dic. 2005, p. 210
55 Nicolás Becerra, “Derecho Penal y Diversidad Cultural. La Cuestión Indígena” , Ed. Ciudad Argentina,
Bs.As. 1997
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56 Miguel Mathus Escorihuela (dir.) et al, “Derecho Ambiental y de los Recursos Naturales”, ob cit, p. 69.
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a) Abastecimiento de poblaciones.
61 Código de Aguas de Córdoba, Arts.96/103; Ley de Aguas de Salta, arts.61/68. Cgo. Río Negro. Arts.
68/105 Ley 2952.
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b) Uso Industrial.
Este uso tiene por objeto emplear agua como refrigerante, disolvente,
materia prima, lavado o como coadyuvante necesario en cualquier emprendi-
miento industrial para fabricar, o transformar productos. Puede ser o no un
uso consuntivo, y puede otorgarse a plazo, bajo condición o indefinidamen-
te. La autoridad de aguas, evaluará en cada caso la situación, previa interven-
ción e informes de la autoridad industrial competente. En ningún caso estos
usos podrán afectar el medio ambiente, la calidad del agua (física / química),
ni su temperatura o velocidad, ni alterar el curso o alveo del cauce, ni afectar
a terceros.
62 Miguel Mathus Escorihuela, “El derecho al agua en el Derecho Argentino”, en Antonio Embid Irujo,
“El Derecho al Agua”, Ed. Thomson-Arazandi, Navarra, 2006
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c) Uso Agrícola
63 Código de Aguas de Córdoba, Arts.164 yss; Código de Salta, Arts.78 y ss; Ley de Aguas de Mendoza,
Arts.130/137.-
64 Mauricio Pinto, ”El reuso de efluentes en el marco jurídico argentino”, Ley Gran Cuyo, T° 2002, p. 819
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d) Uso Energético
Este uso tiene por objeto utilizar en forma directa la fuerza cinética del
agua (molinos, ruedas, turbinas) o generar hidroelectricidad utilizando la
pendiente topográfica.
En virtud del dominio provincial sobre aguas y pendiente (Const.Na-
c.Art. 124) hemos sostenido siempre que la autoridad competente para el
otorgamiento de permisos y concesiones es la autoridad provincial que ten-
ga a su cargo la gestión del recurso. No obstante, reconocemos la vigencia de
la legislación marco nacional en materia de energía, en cuya virtud, la gene-
ración, transmisión y distribución de ella deberán respetar esas disposiciones
sobre el servicio público que estas actividades importan. En consecuencia
siempre será previo el otorgamiento de la concesión de uso de aguas públi-
cas que permitirá conformar el servicio señalado.
El cualquier supuesto el concesionario deberá respetar la integridad
química, física, biológica y temperatura del agua; asimismo, el caudal que se
tome será restituido en su totalidad (porque se trata de un uso no consunti-
vo), y no podrá alterar sensiblemente el régimen de escurrimiento del curso
para no menoscabar los derechos de terceros aguas abajo.
La concesiones vinculadas a este uso pueden ser reales o personales
(caso de la concesión empresaria) y por regla general son indefinidas, dado
que las inversiones que exigen para su puesta en marcha, requieren plazos
extensos de amortización del capital.
La dotación de estas concesiones se expresa en caballos de fuerza no-
minales. En aquellos supuestos en que el agua se utilice para refrigerar gene-
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e) Uso Minero
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f) Uso Medicinal
g) Uso recreativo
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CAPÍTULO VII
I. Introducción
I.1- Concepto
E
l dominio privado, incluso con anterioridad a la reforma civil efectuada
por Ley 17.711, no ha sido un derecho absoluto1. La nueva redacción del
artículo 2513 CC desvirtuó cualquier posibilidad de un ejercicio del do-
minio como derecho absoluto que hubiera surgido desde el individualismo
reinante a partir de la Revolución Francesa, consolidándose la función social
que deben cumplir los bienes particulares en vista al bien común.
Esta situación, concuerda con el régimen constitucional de los artículos 14
y 28 de la Carta Magna, y según el cual ningún derecho reconocido resulta ab-
soluto, estando todos atenuados en su contenido por las leyes que reglamenten
su ejercicio.
Dentro de este marco conceptual, el dominio privado puede resultar limita-
do en su alcance tanto por interés privado como por interés público, siendo regla-
mentado respectivamente por la norma civil o administrativa.2
1 Bartolomé Fiorini, “Derecho Administrativo”, Tº II, Ed Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1976, p 118, anali-
za la norma civil de modo tal que se puede concluir que el carácter absoluto que se pretendió dar al domi-
nio con anterioridad a la Ley 17711 no fue tal.
2 El artículo 75 inc. 12 CN determina como competencia del Congreso Nacional dictar los Código de Fon-
do, lo que alcanza a las limitaciones que impone el interés concurrente que produce la vecindad entre pro-
pietarios en relaciones interindividuales (ver Libro Tercero, Título VI del Código Civil). Por su parte, las res-
tricciones impuestas al dominio por interés público, tal como confirma el artículo 2611 CC, por referirse a
relaciones entre la Administración y los administrados corresponden al derecho administrativo de compe-
tencia provincial (art. 121 CN).
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1. 2- Clasificación
3 Miguel Marienhoff, “Tratado de Derecho Administrativo”, Tº IV, Ed Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1975,
p. 19.
4 Mauricio Pinto, “Limitaciones al dominio vinculadas al uso de aguas”, La Ley Gran Cuyo, T° 2004, p. 742
5 Manuel María Diez, “Derecho Administrativo”, Tº IV, Ed. Plus Ultra, Buenos Aires, 1969, p. 161.
6 Roberto Dromi, “Derecho Administrativo”, Ed. Ciudad Argentina, Buenos Aires, 1994, p. 456. Miguel
Marienhoff, “Tratado de Derecho Administrativo”, ob cit, p. 30.
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2.1.1- Concepto
2.1.2- Caracteres
7 Roberto Dromi, “Manual de Derecho Administrativo”, Tº 2, Ed ASTREA, Buenos Aires, 1987, p. 63. Mi-
guel Mathus Escorihuela, “Las limitaciones al dominio vinculadas al uso de las aguas públicas”, Documen-
to elaborado para el Curso de Derecho y Administración del Agua del centro Interamericano de Desarrollo
Integral de Aguas y Tierras (CIDINT), Mérida, Venezuela, 1976, p 3.
8 Miguel Mathus Escorihuela, “Las limitaciones al dominio vinculadas al uso de las aguas públicas”, ob
cit, p 3; Miguel Marienhoff, “Tratado de Derecho Administrativo”, ob cit, p. 59 y ss.; Roberto Dromi, “De-
recho Administrativo”, ob cit, p. 457.
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2.2- Clases
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Los artículos 2632, 2633, 2638, 2647, 2648, 2649, 2650, 2651, 2652 y 2653
C.C. regulan el normal uso del dominio en relación a las aguas que descienden
de una propiedad a su vecina ubicada aguas abajo.
Las normas que impiden realizar lagunas o depósitos de agua que pue-
dan causar perjuicios o exigen construir acueductos impermeables y a dis-
tancias mínimas para evitar perjuicios por infiltraciones a lo largo de los mis-
mos (artículos 155, 8 y 9 de la Ley de Aguas de Mendoza).
Aquellas normas administrativas que regulan el uso del dominio en re-
lación a las aguas que descienden de un predio a otro. En este sentido, la Ley
de Aguas de Mendoza, en su Título III, refiere a estas restricciones denomi-
nándolas como “servidumbres naturales”.
La obligación prevista en los arts. 168 y 169 de la Ley de Aguas de
Mendoza, de dar aviso a la Autoridad de Aguas en forma previa a realizar
obras de defensa en predios ribereños, y de recomponer las cosas a su esta-
do original ante la orden de dicha autoridad.
El uso común de aguas en canales y fundos privados (art. 107 a 109 Ley
de Aguas de Mendoza).
10 En este sentido, Miguel Marienhoff, “Tratado de Derecho Administrativo”, ob cit, p. 27 y ss. Observa
que la distinción entre una restricción administrativa y una civil es una cuestión de hecho, por lo que a ve-
ces las normas administrativas incluyen disposiciones aplicables a las relaciones de vecindad, aunque se ba-
san en relaciones que han trascendido de la esfera del interés privado al interés público. Con idéntico razo-
namiento, aunque referido a servidumbres de acueducto y desagüe, Alberto Corti Videla, “Las servidum-
bres administrativas en la legislación de aguas”, en “Revista de la Facultad de Ciencias Económicas, Comer-
ciales y Políticas”, Rosario, 1936, p. 343, 345 y 370, considera que en las regiones en que la agricultura se de-
sarrolla en base al regadío, esas servidumbres son de “interés público” y por ello sujetas al derecho admi-
nistrativo y no al civil que normalmente las regula.
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3. Servidumbres
3.1- Concepto
11 Miguel Marienhoff, “Régimen y Legislación de las Aguas Públicas y Privadas”, ob cit, p. 686, observa la
discusión doctrinal existente en cuanto a qué casos constituyen servidumbres y cuáles restricciones al do-
minio, considerando la crítica doctrinal al Codificador por incluir repetidamente situaciones en ambas ins-
tituciones, o por contemplar verdaderas servidumbres dentro de las restricciones.
12 Miguel Marienhoff, “Tratado de Derecho Administrativo”, ob cit, p. 77.
13 Patricia Raquel Martinez, “Algunas limitaciones a la propiedad”, en AAVV, “Estudios de Derecho Ad-
ministrativo”, Ed. Depalma, Buenos Aires, 1995, p. 321, lo enumera y analiza como una servidumbre im-
puesta de “pleno derecho, sin requerir acto administrativo que lo efectivice”, aunque luego observa que “no
se debe indemnizar en tanto se trata de una mera restricción administrativa; o porque se halla originaria-
mente en el dominio”.
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3.2- Clasificación
14 Miguel Marienhoff, “Tratado de Derecho Administrativo”, ob cit, p. 75. Conf. Manuel María Diez, “De-
recho Administrativo”, ob cit p 193, Roberto Dromi, “Derecho Administrativo”, ob cit, p. 460, dentro de las
diferencias existentes entre las servidumbre civiles y las administrativas, se puede considerar que las prime-
ras pueden ser prediales (en beneficio de un inmueble) o personales (en beneficio de un sujeto), mientras
que las administrativas son siempre personales (en beneficio de la Administración). Miguel Marienhoff,
“Tratado de Derecho Administrativo”, ob cit, p. 90/91 no comparte este criterio, considerando que las servi-
dumbres administrativas pueden ser prediales o personales
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3.3- Indemnización
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Instancia administrativa:
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Instancia judicial:
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Decreto Ley 1447/75 19. En este orden de ideas, la Corte Suprema de Justicia
ha establecido que “cuando una provincia realiza una obra pública sobre un
terreno particular y con conocimiento de éste, lo entrega al uso colectivo, ya no
puede mantenerse la distinción entre el terreno –que seguiría en el dominio
particular regido por el Código Civ.- y la obra perteneciente al público y ajena
por ende al régimen de dicho Código, pues se trata en adelante de un bien del
dominio público respecto del cual no cabe el ejercicio de acciones reales como
la reivindicatoria”20. En este caso, la Corte aceptó la acción subsidiaria promo-
vida en los términos del art. 2.779 CC, para dar lugar a la indemnización que
la enajenación forzosa del terreno implicaba.
Por su parte, en lo que refiere al régimen de las aguas subterráneas, la
Ley 4036 en su artículo 7º establece la facultad de la Superintendencia del De-
partamento General de Irrigación de decretar las restricciones al dominio, ser-
vidumbres y ocupaciones temporarias que resulten necesarias para la investi-
gación, exploración, extracción, control, uso, recarga, conservación y aprove-
chamiento de las aguas subterráneas, en concordancia con la utilidad pública
declarada por el artículo 24 de la Ley 4035.
19 Mauricio Pinto et al, “Ley de Aguas de 1884. Comentada y concordada”, Irrigación Edita, Mendoza,
2006, p. 94 y 180
20 Corte Suprema de Justicia, causa Nº 19.079: ‘Bergadá Mujica, Héctor c/ Provincia de Río Negro”, fallo
del 05/09/02, reseñado en Doctrina Judicial T° 2002-3, Ed. La Ley, p. 1159.
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El principio jurídico general, por el que quien alega debe probar sus di-
chos, presenta una excepción en materia de servidumbres administrativas de
aguas.
De acuerdo al art. 94 de la Ley de Aguas, el dueño de un predio atrave-
sado por un cauce no puede alegar derechos sobre el mismo, salvo que acredi-
te el correspondiente título. Así, la existencia de la servidumbre no debe ser
probada por quien la invoca en caso de que exista el cauce construido.
Completando este esquema, si sólo existieren vestigios de un cauce in-
memorial, la autoridad administrativa determina la extensión del mismo (art.
95 Ley de Aguas).
De esta manera, se produce una inversión probatoria, donde el titular
del predio sirviente deberá probar la inexistencia de título, o que el mismo es
menos extenso que el gravamen que se le procura imponer.
21 Roberto Dromi, “Derecho Administrativo”, ob cit, p. 462, Miguel Marienhoff, “Tratado de Derecho Ad-
ministrativo”, ob cit, p. 106, 113 y ss., Miguel Marienhoff, “Tratado del dominio público”, Ed TEA, Buenos
Aires, 1960, p. 271 y ss.
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A su vez, la Ley de Aguas fija en su Art. 80 que el dueño del predio sir-
viente, su arrendatario o administrador serán obligados a permitir la entrada
a los trabajadores para la limpieza o desembanque del acueducto y demás
atenciones que requiera para su debido curso y seguridad.
El art. 81 LGAdetermina que en el caso precedente, el dueño del predio
sirviente, tiene derecho para exigir que se le dé aviso previo de la entrada y que
los trabajadores o dueños del acueducto no se aparten del radio establecido
para recorrerlo.
3.7- Extinción
4- Ocupación Temporaria
22 El artículo 4035 CC contempla otra causal, la que en realidad no es de extinción sino de inexistencia.
23 Roberto Dromi, “Derecho Administrativo”, ob cit, p. 462; Miguel Marienhoff, “Tratado de Derecho Ad-
ministrativo”, ob cit, p. 116 y ss.
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5- Expropiación
24 Suprema Corte de Justicia de la Nación, “Gobierno Nacional c/Roca Scröder, Agustina y ot”, ED, Tº70,
p. 169.
25 Este procedimiento se encuadra dentro de las exigencias del artículo 17 de la Constitución Nacional.
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26 Como puede ser la expresión del político Juan Domingo Perón, “Mensaje ambiental a los pueblos y go-
biernos del mundo”, efectuado en Madrid en 1972, publicada en Revista Ambiente y Recursos Naturales,
Ed. FARN, Buenos Aires, enero-marzo 1984, vol I, n° 1, p. 107.
27 Por ejemplo, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano realizada en Estocol-
mo en 1972, se reconocía en el principio primero de Declaración de dicha Conferencia el derecho fundamen-
tal del hombre a la libertad, la igualdad y al disfrute de condiciones de vida adecuadas en un medio de ca-
lidad tal que le permita llevar una vida digna y gozar de bienestar.
28 Guillermo Cano, “Introducción al derecho ambiental argentino”, LL, T° 1974–154, p. 914, reclamaba el
derecho de accionar judicial o administrativamente de entidades cívicas o de cualquiera del pueblo en inte-
rés de la protección ambiental. Este desarrollo doctrinal fue paulatino, existiendo quienes en un primer mo-
mento negaban entidad suficiente para su protección al interés ambiental; así, dentro de la tesis negatoria
de los intereses difusos, Germán Bidart Campos, “Intereses difusos y medio ambiente”, ED, Tº123, p. 538,
afirmó que carecían de recepción en el Derecho Argentino.
29 Publicada en ED, T° 105- p. 245; y en LLT° 1983-D- p. 575
30 Como las Constituciones de las Provincias de Córdoba, San Juan, Jujuy, Salta, La Rioja, entre otras san-
cionadas a partir los años ochenta de la década pasada. En igual sentido, Ley 5961 de Mendoza en 1992.
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Pero también puede ocurrir que la génesis del cambio normativo no re-
sulte de una transformación de la conducta social que se refleja en la nueva
norma, sino de los valores que receptados normativamente procuran cambiar
la conducta social. Así, la norma pretende ser el modelo, la regla a tener en
cuenta para transformar el paradigma vigente en el comportamiento colectivo.
Es por ejemplo el caso de una norma que establece una ordenación territorial
mediante la técnica de la zonificación -fijando áreas de preservación hídrica a
las que se les asignan distintos usos congruentes con su condición geomorfo-
lógica y geográfica, y se restringe aquellos usos que en razón del cuidado del
agua resultan incompatibles con esa condición- no está receptando la evolu-
ción de la conducta social mediante nuevos usos y costumbres, sino que -por
el contrario- está tratando de imponer tal conducta en los habitantes de esas
áreas. El deber ser no es impuesto por la cotidianidad de los ciudadanos en sus
relaciones espontáneas, sino por la necesidad racional que imponen ciertos va-
lores y principios generales a esas relaciones; y en todos estos casos, la pruden-
cia del legislador será fundamental para no imponer “modelos” que sean ex-
traños a la idiosincrasia de la población y por ello resulten ineficaces.
31 Joaquín López y Luis Moisset de Espanes, “Derecho de Aguas. Régimen Transitorio y Normas de Con-
flicto”, Ed. Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 1980, p. 6.
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El articulo 3 del Código Civil -texto según Ley 17711- regula dentro
del derecho de fondo una norma de conflicto general, al disponer que “ A
partir de su entrada en vigencia, las leyes se aplicarán aún a las consecuencias de
las relaciones y situaciones jurídicas existentes. No tienen efecto retroactivo, sean o
no de orden público, salvo disposición en contrario. La retroactividad establecida por
la ley en ningún caso podrá afectar derechos amparados por garantías constitucio -
nales. A los contratos en curso de ejecución no son aplicables las nuevas leyes su -
pletorias”.
Este régimen, si bien no es propio del derecho público provincial que
hace a las limitaciones administrativas al dominio vinculadas al uso y pre-
servación de las aguas, resulta de utilidad por su aplicación analógica ante
falta de norma local específica32. Por su parte, es de aplicación específica en
lo que hace a las limitaciones de naturaleza civil que se fundan en el interés
privado.
De acuerdo a esta regla de conflicto, rige el principio de aplicación in-
mediata de la nueva ley a todo hecho modificatorio, constitutivo o extintivo
de situaciones jurídicas, que se produzca con posterioridad a su vigencia, y
también a los efectos o consecuencias posteriores de situaciones jurídicas ya
constituidas. Por el contrario, en concordancia con el principio de irretroac-
tividad legal, los hechos constitutivos o extintivos de situaciones jurídicas
producidos con anterioridad a la nueva ley, y los efectos ya agotados a tal
momento, deben ser juzgado según la ley antigua.
Este sistema, asegura al mismo tiempo la inmediata aplicación del
nuevo régimen para todo hecho futuro que constituya, modifique o extinga
una situación jurídica (por ejemplo, las causas de extinción de una servi-
dumbre que fije una nueva ley rigen no sólo para servidumbres futuras que
se constituyan, sino que a partir de la nueva norma rigen también para las
ya existentes), y también para los efectos futuros de situaciones en curso
(por ejemplo, los alcances del derecho de servidumbre que fije la nueva ley
rige para las servidumbres existentes). Pero a su vez, asegura la seguridad
jurídica mediante el respeto de las situaciones consolidadas en cuanto los
32 En sentido contrario, Acdeel Ernesto Salas, “Código Civil y Leyes Complementarias anotados”, T° I, Ed.
Depalma, Buenos Aires, 1999, p. 9, observa que el principio de irretroactividad de las leyes no se aplica a las
de derecho público, como son las administrativas, y cita al respecto doctrina de la Corte Suprema de Justi-
cia de la Nación del 23/10/1929 y del 04/05/1962 (JA-31-379 y JA1962-III-550 respectivamente). Entende-
mos en cambio que si bien la ley provincial puede alterar el principio de irretroactividad, mientras no regu-
le al respecto la laguna jurídica se debe suplir con el principio general receptado en la norma análoga civil
que hemos señalado.
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33 Joaquín López y Luis Moisset de Espanes, “Derecho de Aguas. Régimen Transitorio y Normas de Con-
flicto”, ob cit, p. 7.
34 Acdeel Ernesto Salas, “Código Civil y Leyes Complementarias anotados”, ob cit, p. 5.
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35 Joaquín López y Luis Moisset de Espanes, “Derecho de Aguas. Régimen Transitorio y Normas de Con-
flicto”, ob cit, p.15 y 16.
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36 Luis Moisset de Espanés, “La irretroactividad de la ley y el nuevo art. 3 del Código Civil (Derecho Tran-
sitorio)”, Ed. Del Autor, Córdoba, 1975, p. 78. En igual sentido, Guillermo Allende, “Derecho de Aguas con
acotaciones hidrológicas”, Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1971, p. 279. Guillermo Cano, “Estudios de Derecho
de Aguas”, Ed Valerio Abeledo, Mendoza, 1943, p. 275. Joaquín López, “El Derecho de Aguas en la legisla-
ción federal argentina”, separata del T° XXVI de los Anales de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias
Sociales de Córdoba, Córdoba, 1987, p. 43. En la posición contraria, Miguel Marienhoff, en “Acerca de la
Reforma al Código Civil en materia de Aguas”, Jurisprudencia Argentina, Doctrina, 1974, p. 674/675, y en
“El derecho de propiedad sobre aguas frente al cambio del derecho objetivo”, comunicación presentada a la
Comisión Nacional para la Conferencia de Naciones Unidads sobre el Agua, Mar del Plata, 14 al
25/03/1977, quien entiende que las aguas subterráneas -alumbradas o no- eran privadas antes de 1968 por
aplicación del art. 2518 CC, distinguiendo para ello entre “derecho adquirido” y “derecho ejercido”.
37 Joaquín López y Luis Moisset de Espanés, “Derecho de Aguas. Régimen Transitorio y Normas de Con-
flicto”, ob cit, p. 13.
38 Joaquín López, exposición de motivos y notas a los arts. 131 y 146, en “Código de Aguas de la Provin-
cia de Córdoba”, Ed. Dirección Provincial de Hidráulica, Córdoba, 1973, ps. 17, 52 y 55.
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39 Joaquín López y Luis Moisset de Espanés, “Derecho de Aguas. Régimen Transitorio y Normas de Con-
flicto”, ob cit, ps. 19 a 30.
40 Joaquín López, Exposición de motivos y notas a los arts. 277 y 278, en “Código de Aguas de la Provin-
cia de Córdoba”, ob cit, p. 19 y 82
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41 Joaquín López, notas a los arts. 279 a 281, en “Código de Aguas de la Provincia de Córdoba”, ob cit,
p. 83
42 Hugo Mattiello, “Régimen legal de aguas subterráneas”, Ed. CELA- INCyTH, Mendoza, 1973, p. 14.
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Introducción
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1 Alberto G. Spota, “Tratado de Derecho de Aguas”, T° II, ob cit; Miguel Marienhoff, “Tratado del domi-
nio público”, Ed. TEA, Buenos Aires, 1960; Benjamín Villegas Basavilbaso, Derecho Administrativo IV, Do-
minio Público, TDA, 1952. Más recientemente y desde una visión crítica puede verse Jorge Luis Salomoni,
“El régimen del dominio público en la República Argentina: Un intento de reconstrucción dogmática”, en
AeDP Nº 14, Ad Hoc, Buenos Aires, 2000; AAVV, en “Organización Administrativa, Función Pública y Do-
minio Público”, Jornadas de la Universidad Austral, Buenos Aires, RAP, 2005.
2 Pedro Frías, “Introducción al Derecho Público Provincial”, Ed. Depalma, Buenos Aires, 1980, p. 169.
3 Debemos aclarar metodológicamente que “jurisdicción” es utilizado en este análisis en su acepción latu
sensu más amplia, es decir, abarcativa de las funciones de gobierno que ejerce el Estado republicano desde sus
órganos. Mientras que en sentido específico, tal como conceptualizan Enrique Aftalión et al, “Introducción
al Derecho”, Tomo II, 5· ed., Ed. El Ateneo, Buenos Aires, 1956, p. 236 y ss., se utiliza tal término para seña-
lar a la potestad de aplicación de la norma general al caso particular mediante la creación de una norma indivi-
dual (lo que alcanza tanto a la función judicial como administrativa), o más strictu sensu únicamente a la
función judicial.
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Pero sólo en principio, ya que nada obsta a que esa jurisdicción sea ce-
dida o delegada en parte a una persona física o jurídica distinta de la que
detenta el dominio, es decir, de aquella que reviste la calidad o el carácter
de dueño de la cosa.
Este es el problema que se plantea en todos los procesos de integra-
ción –nacional o supranacional–. En particular, en el régimen federal de gobier -
no, donde la persecución de objetivos y fines comunes o nacionales requie-
re, la delegación de competencias en un nivel de gobierno de orden supe-
rior.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación ha receptado esta distin-
ción, e intentando definir esta relación, ha dicho que “dominio y jurisdic-
ción no son conceptos equivalentes ni correlativos, pues bien pueden exis-
tir uno sin la otra y viceversa”4. Resultan esclarecedoras las palabras de Joa-
quín López al respecto, cuando afirma que “El dominio, sobre todo el domi-
nio público, no se ejerce ni puede ejercerse cabalmente si no se tiene juris-
dicción. La jurisdicción es lo que realmente da vida al dominio como poder,
sin jurisdicción no hay dominio efectivo”5. Pedro Frías, afirmando estos
conceptos, distingue precisamente el dominio de la jurisdicción, y enseña
que “el dominio se ejerce sobre cosas; la jurisdicción sobre las relaciones. El
dominio lleva necesariamente a la jurisdicción si nada la limita o la excluye;
la jurisdicción no lleva necesariamente al dominio. Pero en última instancia
tiene más cuota de poder la jurisdicción que el dominio y éste puede termi-
nar por ser vaciado” 6.
En síntesis, podemos decir que como regla el dominio implica la juris-
dicción, pero esta puede excepcionalmente ser en parte delegada a una per-
sona distinta de aquella que detenta el dominio. Sin embargo, si la misma
es delegada o sustraída en forma completa termina por vaciar de contenido
y significación al dominio, produciéndose una desnaturalización del mismo
que –aunque subsista formalmente- sustancialmente lo extingue.
Intentaremos delinear algunos principios que nos permitan ver más
claramente el problema del dominio y jurisdicción sobre las aguas en el ré-
gimen federal argentino.
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7 Miguel Marienhoff, “Régimen y Legislación de las Aguas Públicas y Privadas”, ob cit, p 297; Guillermo
Allende, “Derecho de Aguas con anotaciones hidrológicas”, Ed. EUDEBA, Buenos Aires, 1971, p 249; Al-
berto G. Spota, “Tratado de Derecho de Aguas”, T° II, ob cit, p. 31 y ss. Benjamín Villegas Basavilbaso, Un
Debate Parlamentario Histórico, Mitre vs, Velez Sarfield, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1959.
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nunca han sido independientes unas de otras, sino que siempre y en todo
momento permanecieron unidas en Nación y a ella corresponde el dominio
de los ríos navegables.
Por su parte, Mitre, consiguió frustrar el proyecto a través de una
brillante intervención donde esbozó la tesis federal. Al respecto, sostuvo
que si bien ha existido desde el principio de nuestra vida política una unión
entre las provincias basada en el criterio de la nacionalidad, en la convicción
de formar todas juntas una Nación, ellas, son entes preexistentes a la Constitu -
ción de la Nación. Hasta ese momento, cada una tenía su propio gobierno, sus
instituciones, sus leyes y también su territorio y con todo eso se incorporan
al Estado nacional constituido en 1853. Como consecuencia de la guerra ci-
vil de 1820, y del aislamiento en que a raíz de ella vivieron las provincias,
cada una de ellas organizó su propio gobierno, rigiéndose por sus institu-
ciones y detentando el carácter de soberanas, entre cuyos atributos inheren-
tes esta comprendida la propiedad del territorio y el respectivo dominio emi-
nente. Además, —decía Mitre— no puede sostenerse que los ríos navega-
bles sean del dominio nacional, ya que ello implica negar el carácter de ri-
bereños a las provincias por cuyos territorios pasan “pues entre ellas y el
agua se interpondría una nueva soberanía, un nuevo propietario, una nue-
va jurisdicción no deslindada por la Constitución”, lo que conformaba, a su
juicio, la situación “más extravagante y curiosa que pudiera imaginarse en
este mundo”8.
La tesis centralista, defendida por Vélez y a la que adhirieron auto-
res como Castello9, sostenía el dominio nacional de los ríos navegables y sus
cauces, y se debilitó aún más a partir del célebre dictamen de 1889 del Pro-
curador General de la Nación Dr. Costa donde, advirtiendo el anterior error
de la Procuración por la falta de estudio del tema, reconoció que el dominio
de los ríos, sean navegables o no, corresponde a las Provincias por no exis-
tir delegación alguna a la Nación que las mismas constituyeron en 1853.
Mención aparte merecen las dudas interpretativas que ha generado,
a la luz de los antecedentes del caso y del nuevo estatus conferido por la
Constitución reformada de 1994 a la ciudad de Buenos Aires, el artículo 8º
de la Constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires de 1996 en
cuanto dispone que “El puerto de Buenos Aires es del dominio público de
8 Un resumen crítico de ambas posturas en el debate puede verse en Alberto B. Bianchi, “El Puerto (Re-
cuerdos de un debate histórico)”, LL, Sup. Constitucional, noviembre, 2006, p. 90.
9 Manuel Castello, “Legislación de Aguas”, Ed. UBA, Buenos Aires, 1921, p. 107.
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14 Joaquín López, “Problemas generados por el aprovechamiento de los ríos interprovinciales”, La Ley
1975-A, p. 1013 y ss.
15 Cfr. Joaquín López, Idem.
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16 La Constitución de 1949 incluía entre las atribuciones del Congreso Nacional en el art. 68 inc. 14 la de
“…establecer el régimen de las aguas de los ríos interprovinciales y sus afluentes”.
17 Discurso como miembro informante por la minoría de la comisión que dictaminó sobre el tema en la
Cuarta Conferencia Nacional de Abogados de 1936, publicado en JA, T° 61, sec. Doc., p. 250. La postura ma-
yoritaria en esta Conferencia, liderada por Alberto Spota, sostenía la tesis centralista. Es interesante la con-
tinuidad del debate entre Cano y Spota sobre el tema en sucesivas publicaciones que ambos realizaron: Al-
berto Spota, en LLdel 25/07/1936 y 06/08/1936; y Guillermo Cano, “Ríos interestaduales”, en LL, T 3 sec.
Doc., p. 67; “Los ríos interprovinciales”, en LL, T 3, sec. Doc., p. 82. La tesis de Cano, por su parte, puede
analizarse con mayor profundidad en el capítulo 5 de su “Estudios de Derechos de Aguas”, Ed Valerio Abe-
ledo, Mendoza, 1943, p. 119 y ss. También es de utilidad su artículo “Aplicabilidad de los principios del de-
recho internacional a las relaciones interprovinciales en Argentina”, publicado en La Ley del 06/08/1984.
18 Las distintas tesis sobre el particular pueden verse en Pedro Frías, “Aguas interprovinciales, reglas de
competencia”, La Ley, 1975, C- 796; Bengolea Zapata, “Federalismo, ríos provinciales y reforma constitucio-
nal”; La Ley; 1975; B; p. 1274; Joaquín López, “Problemas generados por el aprovechamiento de los ríos in-
terprovinciales”, La Ley 1975-A, p. 1013 y ss; Nicolás González del Solar, “Recursos Hídricos Interjurisdic-
cionales”; Revista Jurídica IDEARIUM; Universidad de Mendoza; nº 7; 1997.
19 El primero de ellos, fue el del río Tala, concluido entre las Provincias de Salta y Tucumán. El segundo, el
Tratado de Santa Rosa de 1956, por el que Mendoza, La Pampa, Neuquén, Río Negro y Buenos Aires encau-
zaron la temática del Río Colorado en lo que luego resultó el COIRCO, pudiendo consultarse sobre la ca-
suística de dichos acuerdos en Guillermo Cano, “Derecho, política y administración de Aguas”, Tº III, vol.
2, Ed. INCYTH, Mendoza, 1976, p. 627. En igual sentido, Joaquín López, “Problemas generados por el apro-
vechamiento de Ríos Interprovinciales”, LL, 1975-A, p. 1020.
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En igual sentido, ante falta de acuerdo por el uso de las aguas, la Su-
prema Corte de Justicia de la Nación, ha receptado también la tesis federal
admitiendo su jurisdicción para entender en la disputa interprovincial en
los pleitos entablados entre las provincias de Mendoza y La Pampa por las
aguas del río Atuel20, y entre Santa Fe y Buenos Aires por los efectos daño-
sos de las aguas de la laguna La Picassa21.
A partir de esta evolución y conforme los conceptos vertidos en la pri-
mera parte de este acápite, ratificamos el principio en función del cual el do -
minio conlleva en principio la jurisdicción, salvo que una disposición constitucio -
nal la limite o excluya. En el caso de los recursos naturales -entre ellos, las
aguas- cuyo dominio corresponde a las provincias, también corresponde a
las mismas la jurisdicción para reglar su uso y aprovechamiento salvo, res-
pecto de aquellas materias que expresamente hayan sido delegadas al go-
bierno federal.
En caso de duda, como se ha señalado, debe también presumirse que
quién reviste la calidad de dueño detenta la jurisdicción, puesto que la ju-
risdicción constituye una materia que no ha sido delegada al Gobierno Fe-
deral (Art.121 CN).
La principal consecuencia que deriva de que el dominio y la jurisdic-
ción fluvial correspondan a las provincias, es que, excluyendo lo referente a
la navegación y el comercio interprovincial e internacional, las mismas, ejer-
cen en forma exclusiva, respecto de los ríos todos los derechos inherente a
su calidad de dueñas, es decir, la disposición y administración de los mis-
mos en el marco de sus propias políticas y a través de sus propias institucio-
nes, y la reglamentación de todo lo relativo al aprovechamiento de los ríos
para los distintos usos. En general, todo lo que refiere al aprovechamiento
de las aguas y de todos los materiales que se encuentren en el lecho de los
ríos (arenas, piedras, plantas, etc.), la reglamentación de usos recreativos,
(pesca, flora y fauna), la utilización de aguas para fines agropecuarios, in-
dustriales (extracción de agua y el vertido de desechos), etc22. Corresponde
20 Corte Suprema de Justicia de la Nación, in re “La Pampa, Provincia de c/Mendoza, Provincia de s/ac-
ción posesoria de aguas y regulación de usos”, Fallos 310:2478, publicado en ED, tº 129, 1988, p 546.
21 Corte Suprema de Justicia de la Nación, in re “Buenos Aires, Provincia de c/Santa Fe provincia de s/su-
marísimo – derivación de aguas”, Fallos 323: 1877, publicado en LLdel 27/10/00.
22 Marienhoff grafica las disfuncionalidades en este punto poniendo de manifiesto como la administración
no siempre aplicó estos principios. En algunos casos, señala, la Nación se arrogó facultades otorgando per-
misos para la extracción de arenas en islas y bancos del rió Paraná, y en otros, la Municipalidad de Paraná
solicito permisos al gobierno nacional para la extracción de arena en la costa, islas y bancos del mismo río.
Miguel Marienhoff, “Régimen y Legislación de las Aguas Públicas y Privadas”, Ed Abeledo Perrot, 1971,
p 399 y ss.
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25 Joaquín López, “Problemas generados por el aprovechamiento de los ríos interprovinciales”, La Ley
1975-A, p. 1013 y ss.
26 Sin embargo, el autor remarca que “el problema del federalismo de EE.UU. en 1816 es sustancialmente
diferente al problema del federalismo de la Argentina en 1974. Los EE.UU. habían salido de una guerra en
la cual algunas de sus provincias componentes habían sostenido la facultad de escindirse y construirse en
otro estado”. Lo dice con motivo de la refutación de los fundamento de la tesis centralista. Ídem.
27 Miguel Marienhoff, “Régimen y Legislación de las Aguas Públicas y Privadas”, Ed. Abeledo Perrot,
1971, p 410 y ss
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32 Miguel Marienhoff, “Régimen y Legislación de las Aguas Públicas y Privadas”, Ed Abeledo Perrot,
1971, p 418.
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33 Ello se evidencia a través de cómo el espíritu federal que en materia de recursos naturales guió al cons-
tituyente fue atemperado y modificado por el despacho de la Comisión de Redacción. Las comisiones de
Competencia Federal y del Régimen Federal, sus Economías y Autonomías Municipales, habían dictamina-
do favorablemente por unanimidad al texto propuesto: “Las provincias tienen el dominio originario de sus
territorios, su suelo, subsuelo, ríos interprovinciales, mar, costas, lechos, plataforma continental, espacio aé-
reo y de todos los recursos naturales, renovables o no, cualquiera sea su origen, que en ellas se encuentren,
ejerciendo la jurisdicción en todas las materias que no han delegado expresamente a la Nación en esta Cons-
titución. La administración y la explotación de los recursos naturales existentes en el mar más allá de las pri-
meras doce millas marinas, serán realizadas por las provincias y la Nación en forma conjunta”; pero la Co-
misión de Redacción redujo tal texto a prescribir que corresponde a las provincias el dominio originario de
los recursos naturales existentes en sus territorios, actual tercer párrafo del art. 124 CN. 28ª Reunión - 3ª Se-
sión Ordinaria (Continuación) - 10/11 de agosto de 1994.
34 Sostiene Bidart Campos que “la cláusula tercera del artículo 41 CN es una norma que corresponde a la
parte orgánica de la Constitución, porque define el reparto de competencias entre el estado federal y las pro-
vincias. Al Estado federal le incumbe dictar las normas de presupuestos mínimos”, y a las provincias las
normas “necesarias para complementarlas”. Germán Bidart Campos, “Manual de la Constitución Reforma-
da”, Tº II, Ed EDIAR, Buenos Aires, 1998, p. 89.
361 Miguel Mathus Escorihuela (Director), Derecho Ambiental y de los Recursos Naturales, Mendoza,
2006, p. 185 y ss.
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35 Leyes de presupuestos mínimos sobre residuos industriales N° 25612 (BO 29/07/02) sobre PCBs N° 25670
(BO 19/11/02), sobre política ambiental N° 25675 (BO 28/11/02), sobre gestión de aguas N° 25688 (BO
03/01/03) y sobre acceso a la información ambiental N° 25671 (BO 07/01/04). Existen diversos proyectos en
trámite sobre presupuestos mínimos: de residuos domiciliarios” (D-5144/02 y S-1632/01), de residuos pato-
lógicos (S-2696/02, S-406/02, D-6587/02 y D-7613/02)., de gestión de pilas y baterías (S-828/02).
36 Para una crítica in extenso ver Mauricio Pinto, “La Ley 25688: una ilegítima y unitaria norma de preser-
vación de las aguas”, en Ana Scoones, y Eduardo Sosa (compiladores), “Conflictos Socio-Ambientales y Po-
líticas Públicas en la Provincia de Mendoza”, Observatorio Regional de Conflictos Ambientales, Ed. OIKOS,
Mendoza, 2005, p. 422; “Consideraciones sobre la pretendida norma de presupuestos mínimos ambientales
en materia hídrica. A propósito de la ley 25688”, La Ley, Suplemento de Derecho Ambiental, Bs As, 2003, p1;
Amílcar Moyano, “La inconsistencia de la ley de cuencas hídricas para Mendoza”, LLGC, 2003; En igual sen-
tido, expte M- 391 Provincia de Mendoza c/Estado Nacional p/ acción de inconstitucionalidad, presentada
ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación el 19/03/03, aún sin resolución.
37 Eduardo Pigretti, se ha referido a la misma sosteniendo que “No podemos menos que considerar que es-
te tipo de legislación que enfrentamos no persigue otra cosa que la transferencia de las facultades no delega-
das por las provincias al Estado nacional. Hay una suerte de desesperación jurídica por lograr convertir al país
federal en un país unitario, sin necesidad alguna de realizar una reforma constitucional”. Eduardo Pigretti,
“Gestión Ambiental de las Aguas”, publicado en Anales de la Legislación Argentina, Bol 1/2003, p. 42 (LXIII-
A-1417); del mismo autor, “Derecho Ambiental Profundizado”, Ed La Ley, Bs As, 2003, p. 90.
38 El art. 7º de la ley 25.675 de Política Ambiental Nacional dispone que “...En los casos que el acto, omisión
o situación generada provoque efectivamente degradación o contaminación en recursos ambientales interju-
risdiccionales, la competencia será federal”. Por su parte, el art. 58 de la 24.051 de Residuos Peligrosos, dispo-
ne la competencia de la justicia federal para el conocimiento de las acciones penales que deriven de la misma.
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Otras facultades que han sido delegadas a la Nación, son las vinculadas a
la política exterior, es decir, al mantenimiento de las Relaciones Internacionales
y la celebración de Tratados Internacionales (Arts. 27 y 25 incs. 22 y 24 CN). Sin
embargo, en este caso deberá prestarse especial cuidado a que el ejercicio de es-
tas competencias (cuado tengan lugar, por ejemplo, en la conclusión de un tra-
tado que tenga por objeto la regulación de un curso de agua internacional) no
suprima o desnaturalice los poderes que las provincias tienen en virtud de re-
vestir el carácter de titulares del dominio público hidráulico y de la jurisdicción
que sobre las aguas en consecuencia detentan.
El artículo 75 inc. 12 atribuye también al Congreso de la Nación el dictado
de la legislación de fondo, entre ellos, los Códigos Civil, Penal, Comercio, Mine-
ría, de Trabajo y Seguridad Social. En este caso, las atribuciones deben también
ser ejercidas sin invadir la órbita del derecho público provincial.
El Código Civil al legislar sobre aguas, incluye algunas normas que inva-
den la competencia provincial, en cuanto reglan, por ejemplo, sobre uso y apro-
vechamiento de las aguas (2642 CC.)40, o sobre responsabilidad del Estado (2644
CC.)41, que por tratarse de típicas materias no delegadas a la Nación, sino reser-
vadas al derecho público provincial, resultan de dudosa constitucionalidad.
39 Mauricio Pinto, “La Ley 25688: una ilegítima y unitaria norma de preservación de las aguas”, ob cit.
40 El 2642 del CC dispone que “Es prohibido a los ribereños sin concesión especial de autoridad competen-
te, mudar el curso natural de las aguas, cavar el lecho de ellas, o sacarlas de cualquier modo y en cualquier
volumen para sus terrenos”.
41 El 2644 del CC prescribe que cuando “las alteraciones fueren motivadas por caso fortuito, o fuerza ma-
yor, corresponden al Estado o Provincia los gastos necesarios para volver las aguas a su estado anterior”
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3.- Conclusiones
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44 En este sentido, basta efectuar un balance parcial de la reforma constitucional a más diez años de su vi-
gencia, para ver cómo, mientras las aparentes concesiones federales incluidas en la reforma se encuentran
aun pendientes de cumplimiento, se abusa de los mecanismos introducidos que desnaturalizan el régimen
federal. Amodo de ejemplo: la ley de coparticipación federal, la creación del Organismo Fiscal Federal, la
implementación de la participación de las provincias en los organismos de control de los servicios públicos
de competencia nacional, etc. constituyen todas materias pendientes. Por el contrario, el abuso de los meca-
nismos de excepción del normal trámite legislativo, como los Decretos de Necesidad y Urgencia o la dele-
gación legislativa y la extralimitación en la sanción de las leyes de presupuestos mínimos, constituyen cla-
ros ejemplos de acrecentamiento del poder central y la consiguiente desnaturalización del régimen federal.
45 En la doctrina sobre la materia esto ya había sido observado desde hace tiempo, conf. Guillermo Cano,
“Estudios de Derecho de Aguas”, Ed. Valerio Abeledo, Mendoza, 1943, p. 111. Sin embargo, en base a la ló-
gica doctrina de Eduardo Cabrelli y Amilcar Moyano, “El requisito de la perennidad del caudal del río”,
IX Congreso Nacional del Agua, Separata, San Luis, 1979, p. 382 y ss., por Nota 178-M de 1979 el Poder Eje-
cutivo de Mendoza sostuvo ante el Ministerio del Interior de la Nación que los ríos mendocinos concluían
en la ribera frontal determinada por el agotamiento del caudal ordinario, siempre dentro del territorio pro-
vincial. En el caso concreto del Río Atuel, la Corte ha entendido que el cauce del mismo continúa ante el te-
rritorio pampeano.
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Antecedentes
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los usos de las corrientes que corran o atraviesen a dos o más provincias. Este
régimen tendrá respaldo constitucional sólo durante la Carta Magna de 1949-
1956.
Ese mismo año, la Dirección Nacional de Agua y Energía dicta la Reso-
lución 50/49, disponiendo tres sueltas de aguas anuales desde el Río Atuel,
fundándose en las disposiciones del Decreto 6767/45 y la Ley 13030 –de las
que, por cierto, no era autoridad de aplicación-. Por Resolución 695/49 del H.
Tribunal Administrativo del Departamento General de Irrigación se rechaza el
cumplimiento de lo dispuesto en la Resolución 50/49 en reafirmación del do-
minio y jurisdicción de Mendoza sobre el Río Atuel, remitiendo el Gobernador
nota de igual carácter al ejecutivo nacional. Todo ello, es aceptado tácitamente
por las autoridades nacionales, quienes no objetaron de modo alguno tal res-
puesta, ni intentaron en ningún momento ejecutar la resolución rechazada.
En 1964 se inaugura el dique conpensador Valle Grande, obra que
acentúa el accionar nacional basado en el convenio de 1941, y que funcional-
mente es incompatible con la disposición de suelta de caudales que estable-
cía la Resolución 50/49.
Durante 1977, el Ministerio del Interior de la Nación solicita el cumpli-
miento de la Resolución 50/49, lo que es rechazado por el Gobierno de Men-
doza, comunicándole a la autoridad nacional solicitante las razones técnicas
y jurídicas por las que era la resolución señalada resultaba inaplicable.
El 09 de octubre de 1979 el Gobierno de la Provincia de La Pampa in-
terpone demanda originaria ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación
contra la Provincia de Mendoza por las aguas del Río Atuel, sosteniendo que
el río es interprovincial, y solicitando la posesión de las aguas, la regulación
de los usos y la aplicación de la Resolución 50/49.
Mendoza, al responder la demanda sostuvo que el río en conflicto co-
rrespondía a su exclusivo territorio, en cuanto los caudales normales del mis-
mo concluían antes del límite interprovincial, y sólo escorrentías extraordina-
rias que desbordaban el río eran susceptibles de llegar a La Pampa. Esta exclu-
sividad en el Río fue reconocida por la Nación mediante el convenio suscripto
en 1942. Reconocimiento que se transmite a la provincia pampeana por la su-
cesión de Estados que se produce al provincializarse el territorio nacional que
administraba el Gobierno Nacional. Se argumenta además, la inconstituciona-
lidad de la resolución 50/49, ya que importa el ejercicio de atribuciones no de-
legadas a la autoridad nacional en cuanto pretende disponer sobre aguas pro-
vinciales y afecta derechos adquiridos por los usuarios empadronados.
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nios tendientes a una participación razonable y equitativa en los usos futuros de las
aguas del río Atuel, sobre la base de los principios generales y las pautas fijadas en
los considerandos de esta sentencia”46.
Apartir de la declaración de interprovincialidad del río que realiza en el
resolutivo primero, la sentencia encuadra definitivamente la relación bajo las
reglas del derecho interestadual. Ello implica que las aguas del Río Atuel de-
ben ser consideradas un recurso natural compartido entre las Provincias de
Mendoza y La Pampa, y los aprovechamientos consuntivos –futuros, como ve-
remos- deben regularse, en la medida de la necesidad y del interés de las par-
tes, a través de la celebración de tratados interprovinciales, o en su defecto, di-
rimirse las controversias ante la Corte.
El segundo resolutivo resulta de vital trascendencia por cuanto resuelve
dos cuestiones esenciales a la gestión de las aguas. Una de ellas, supone el re-
chazo de las pretensiones de que se dé cumplimiento a la resolución 50/1949 de
Agua y Energía Eléctrica (AyEE), órgano administrativo nacional que preten-
día ordenar a Mendoza la suelta de una determinada cantidad de agua del em-
balse El Nihuil. Lo que implica, por una parte, no considerar al Estado pam-
peano como sucesor de la Nación por crearse a partir de un Territorio Nacio-
nal, y por otra –y consecuentemente-, salvaguardar las competencias provin-
ciales no delegadas al excluir la aplicación de disposiciones nacionales al caso.
La otra, consiste en el rechazo de la acción posesoria promovida por la provincia de
La Pampa, y la negación a que se regule la utilización en forma compartida entre am -
bas provincias la cuenca del río Atuel y sus afluentes, siempre que la provincia de Men -
doza mantenga sus usos consuntivos actuales aplicados sobre la superficie de 75761
Has; lo que implica que -aunque interprovincial- conforme el status quo actual
no corresponde a La Pampa aprehensión alguna del recurso hídrico.
De esta forma, el resolutivo segundo de la sentencia prescribe la regula-
ción de la utilización en forma compartida entre ambas provincias de la cuenca del río
Atuel y sus afluentes, siempre que la provincia de Mendoza mantenga sus usos con -
suntivos actuales aplicados sobre la superficie reconocida en el considerando 88 (75761
Has). Es decir, se va a pronunciar por el respeto de los usos consuntivos actua-
les y de los derechos adquiridos de los concesionarios que efectivamente utili-
cen sus concesiones, adoptando “como extensión regada y cultivada –afectada
a los usos consuntivos del Agua del río Atuel- la de 75.761 has.” en la Provin-
cia de Mendoza
46 La sentencia fue publicada en ED, T 129, p. 587, debiendo complementarse con la aclaratoria publicada
en ED, T 129, p. 619
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47 Amilcar Moyano, “Derecho interestadual de aguas. A propósito de las consecuencias de la sentencia so-
bre el Atuel”, La Ley Gran Cuyo, T 2004, p. 737.
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48 Amilcar Moyano, “El traspaso de los recursos naturales compartidos de agua, energía eléctrica, petróleo
y pendiente topográfica en la Argentina: bajo el imperio de la ley”, en ED, T 151, p. 733, niega que el acuer-
do entre Mendoza y La Pampa instrumente un acuerdo de ejecución de sentencia en la medida en que se
aparta de dicha sentencia.
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48 Real Academia Española, “Diccionario de la Lengua Española”, 19° ed, Ed. Espasa-Calpe SA, Madrid,
1970, p. 596.
49 Real Academia Española, ob cit, p. 742.
50 Amílcar Moyano, , “Derecho interestadual de aguas. A propósito de las consecuencias de la sentencia
sobre el Atuel”, LLGC, 2004, ha observado que la sentencia no tiene un mero carácter declarativo, sino que
es constitutiva en cuanto a la “obligación de hacer convenios entre las partes cuando usos consuntivos y fu-
turos de cualquiera de ellas modifique el “statu quo” reconocido por la sentencia”, lo cierto es que la obli-
gación de negociar es una obligación que no nace con la sentencia sino que es impuesta por el derecho in-
ternacional a los Estados, limitándose únicamente la Corte a exhortar o propiciar –no a obligar- que tal ne-
gociación arribe a un acuerdo. Lo que las partes deben hacer en el marco de tales obligaciones es efectuar
negociaciones de buena fe, pero nunca puede entenderse que exista una obligación de conformar acuerdos
si no se consuma una voluntad común.
51 Párrafo segundo del Protocolo de Entendimiento Interprovincial.
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Sobre situaciones futuras que importen usos consuntivos de las aguas, am-
bas partes deben propiciar acuerdos en el marco de las pautas del derecho de
gentes o internacional que corresponde a las relaciones entre Estados.
Antecedentes
52 Pedro Frías, “Introducción al Derecho Público Provincial”, Ed Depalma, Buenos Aires, 1980, p. 197.
53 Amílcar Moyano, “Derecho a la regalía por el uso de la fuente hidroeléctrica”, en Revista de Derecho
Ambiental, Lexis Nexis, Nº 7, julio/setiembre 2006, p. 1, ha observado la inconstitucionalidad las prescrip-
ciones de la ley 15.336 por imponer la jurisdicción nacional sobre recursos de dominio provincial en mate-
rias no delegadas al Gobierno Federal, atendiendo que la regalía que regula –como compensación por el dis-
frute que un tercero hace de un recurso natural ajeno- ha sido una forma de evadir la inconstitucionalidad
mediante la dilución del agravio. El desarrollo de fuentes energéticas por la nación debe basarse –como en
el caso del Nihuil- en un acuerdo con la provincia propietaria del recurso, donde podrá convenirse el pago
de la regalía.
54 Una postura crítica y un relato circunstanciado de la gestación del conflicto y de los antecedentes puede
verse en Amílcar Moyano, “El Derecho como injusticia. Regalías hidroeléctricas por la fuente El Nihuil”,
LLGran Cuyo 2004 (abril), p. 175.
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55 Textualmente el art. 43 dispone que “Las provincias en cuyos territorios se encuentren las fuentes hidroe-
léctricas percibirán mensualmente el doce por ciento (12%) del importe que resulte de aplicar a la energía
vendida a los centros de consumo, la tarifa correspondiente a la venta en bloque determinada según los me-
canismos establecidos en el artículo 39. En el caso de que las fuentes hidroeléctricas se encuentren en ríos li-
mítrofes entre provincias, o que atraviesen a más de una de ellas, este porcentaje del doce por ciento (12%)
se distribuirá equitativamente racionalmente entre ellas” (Modificación introducida por ley N° 23.164 B.O.
6/11/1984).
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relación transitoria hasta la resolución del recurso en trámite, sea por un de-
creto que revoque o modifique al anterior, sea por la sentencia judicial con-
secuente.
Ante la pérdida del expediente administrativo, el mismo es recons-
truido a pedido de Mendoza, quien nuevamente, insta el trámite. El expe-
diente es una vez más remitido a consideración del Consejo Federal de
Energía Eléctrica e efectos que considere, tanto un proyecto de derogación
del Decreto 1560/73, como un proyecto de reglamentación del art. 43 de la
Ley 15336, situación pendiente al momento de redactarse esta obra.
La Pampa ha argumentado en esta instancia que el Consejo no debe-
ría opinar, en cuanto –por presentar como régimen normas convencionales
interjurisdiccionales- la revocación del Decreto 1560/73 debería ser resuelta
convencionalmente o por la Corte, y alienta a que el Consejo rechace la re-
glamentación en base a la teoría de la fuente en cuanto la entiende injusta.
Mendoza, por su parte, ha sostenido en cambio, que las normas convencio-
nales alegadas contemplan expresamente la posibilidad de alterar el status
quo que impone el Decreto 1560/7356, lo que debe producirse en el trámite
legal de impugnación de tal norma y no en una negociación en un comité
interprovincial. Igualmente, se ha realizado un análisis de la procedencia de
la teoría de la fuente en el régimen vigente, la que debe ser la base de todo
reglamento.
56 El art. 5 in fine del acuerdo de 1992 celebrado entre Mendoza, La Pampa y La Nación con motivo de la
transferencia del Complejo Los Nihuiles establece mantener el status quo que impone el Decreto 1560/73
hasta que ello sea alterado por futuras normas o sentencias, como las que han de dictarse en el trámite de
revocación de tal decreto que impulsa Mendoza desde hace más de tres décadas, sin obtener pronuncia-
miento a la fecha.
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Conforme a ella, todos los ribereños del curso de agua interjurisdiccional tienen
derecho a percibir la regalía en forma equitativa y razonable, entendiendo que
la “fuente energética” es el río. Esta interpretación se funda en un análisis gra-
matical del texto del art. 43 de la Ley 15.336, prescindiendo de su correlación con
las demás normas vigentes –inclusive en el mismo texto legal-, el derecho com-
parado, e incluso, en el fundamento que justifica la regalía –es decir, su natura-
leza de renta dominial-.
La otra postura o interpretación, sostenida por Mendoza, es aquella deno-
minada teoría de la fuente o de ubicación de la fuente, en virtud de la cual sólo
tienen derecho al cobro de la regalía él o los Estados ribereños del tramo del río
en donde se encuentra la caída de agua -es decir, la fuente- excluyendo a los de
aguas arriba y aguas abajo respectivamente.
La misma se funda en la diferenciación entre los recursos agua o río y pen-
diente topográfica, caída o salto. Esta tesitura, es la receptada por la Ley de Ener-
gía Eléctrica 15336 que en el artículo 5º define a la energía de las caídas de agua
como cosa jurídica distinta del agua57, en concordancia con el art. 2311 CC –que
define a la energía como algo distinto de las cosas materiales como el agua-.
En apoyo de esta tesitura resulta insoslayable la referencia a lo resuelto
por la CSJN en el caso “Provincia del Chaco c/ Estado Nacional s/ acción de-
clarativa”58 del 16 de septiembre de 2003, en relación al pago de la regalía hi-
droeléctrica derivada de la utilización del río Paraná en el complejo hidroe-
léctrico Yacyretá. En lo que aquí interesa, la CSJN resolvió el rechazó de la
demanda, interpretando que el Decreto 141/1995 para distribuir las regalías
hidroeléctricas binacionales de Yacyretá, mantiene inalterables los fines y el
sentido del legislador de la ley 15336 de Energía Eléctrica y que el criterio
del Decreto impugnado para distribuir la regalía está basado en el de ubica-
ción de la fuente.
Se ha advertido que el fallo –si bien deja claro que fuente no equivale
al total del río sino al salto- no dilucida debidamente el concepto de fuente
hidroeléctrica como hecho físico generador de la obligación de pago. Preci-
57 Textualmente el Art. 5º dispone que “La energía de las caídas de agua y de otras fuentes hidráulicas, com-
prendidos los mares y los lagos, constituye una cosa jurídicamente considerada como distinta del agua y de
las tierras que integran dichas fuentes....”.
58 En este pleito, la Provincia del Chaco sostuvo la inconstitucionalidad del Decreto nacional que, confor-
me el criterio de la ubicación de la fuente, reglamentó el pago de la regalía hidroeléctrica en los supuestos
de aprovechamientos binacionales y que aprobó el Convenio suscripto entre la Nación y las Provincias de
Corrientes y Misiones, para la distribución de las regalías. Este fallo ha sido publicado en Revista de Dere-
cho Ambiental, N°3, Lexis Nexis, julio/septiembre 2005, p. 205, con nota de Amilcar Moyano, “Regalías so-
bre Yacyretá a propósito de las regalías sobre el Nihuil”.
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La cuenca del Río Colorado, ubicada en el centro del país, cuenta con
134.000 km2 distribuidos entre las provincias de Buenos Aires, La Pampa,
Río Negro, Mendoza y Neuquén, con sus nacientes en la cordillera de Los
Andes, se forma por la reunión de varios afluentes montañosos –principal-
59 Miguel Mathus Escorihuela, Los conflictos de competencia sobre las aguas en países federales. La si-
tuación argentina, Zaragoza, XII Jornadas de Derecho de Aguas, 2007.
60 Aldo Guarino Arias, “Ríos Interprovinciales”, en “Río Grande - Notas para una política de Estado”,
IPLEA, Mendoza, 2001, p. 34.
61 Amílcar Moyano, “El Derecho como injusticia. Regalías hidroeléctricas por la fuente El Nihuil”, ob cit,
p. 178.
62 Se han contabilizado 43 centrales hidroeléctricas en Argentina donde las regalías se calculan y pagan si-
guiendo la teoría de la fuente. Ejemplo de estos casos son los Decretos 1398/92 y 141/95, y Resoluciones
8/94 y 158/95 SE.
63 Amílcar Moyano, “Derecho a la regalía por el uso de la fuente hidroeléctrica”, ob cit, p. 1, brinda un pro-
fundo análisis del régimen de la regalía hidroeléctrica, revisando los diversos regímenes que regulan la mis-
ma en el orden local, nacional, internacional y comparado.
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a- Antecedentes
64 La Primera (1º) Conferencia de Gobernadores, denominada “Conferencia del Río Colorado”, se realizó
los días 29 y 30 de agosto de 1956 en Santa Rosa, La Pampa, y contó con la participación de Buenos Aires
(BA), Mendoza (M), La Pampa (LP), Neuquén (N) y Río Negro (RN). En ella, las provincias declararon su
derecho exclusivo a reglar el uso de las aguas interprovinciales del río Colorado mediante pactos interpro-
vinciales. Se designó un Cuerpo Redactor del anteproyecto de bases para el funcionamiento de una Comi-
sión Técnica Interprovincial Permanente (COTIRC), que quedó constituida el 8/2/57, y desarrolló hasta no-
viembre de 1969 diversos trabajos y estudios.
La segunda (2º) Conferencia de Gobernadores se realizó en Santa Rosa el 22 de junio de 1958, convocada
por intervención federal de La Pampa. La misma solicita al PEN la construcción de la presa hidroeléctrica
Huelches (postergada luego en base a los estudios de factibilidad de COTIRC), y compromete el financia-
miento de un relevamiento aerofotográfico del Río Colorado y su área de influencia (el Plan de Trabajos fue
aprobado por COTIRC en julio de 1958, ejecutándose en dos etapas un relevamiento total de más de 20.000
km2 que ha permitido seleccionar lugares para embalses y centrales hidroeléctricas). La Tercera (3º) Confe-
rencia de Gobernadores se celebró el 2 de agosto de 1960, a cuyo efecto se reunieron en La Plata los manda-
tarios de BA, LP, N y RN, quienes con el consentimiento de Mendoza y a propuesta del COTIRC acordaron
contratar a través de la comisión técnica la realización de un informe preliminar técnico, económico y finan-
ciero para el desarrollo integral de la cuenca del Río Colorado. Dicho informe fue finalizado en 1962. La
Cuarta (4º) Conferencia de Gobernadores se realizó en Santa Rosa el 21 de junio de 1963, por invitación del
Gobierno de La Pampa, participando las cinco provincias ribereñas (todas bajo intervención federal). Se im-
pulsa la creación de un organismo autónomo para el desarrollo integral de la cuenca, y se autoriza a CO-
TIRC a contratar estudios para obras de regulación. En la Quinta (5º) Conferencia de Gobernadores realiza-
da el 4 de diciembre de 1969, se puso de manifiesto la necesidad de contar con estudios serios para el apro-
vechamiento integral del Río Colorado, y se adoptó la decisión - inédita en el país - de contar con un pro-
grama único para toda la cuenca. Ello llevó a solicitar la asistencia del PEN y concretar la contratación del
Instituto Tecnológico de Masachusset (MIT).
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b- El Tratado de 1976
65 La ratificación legislativa de este tratado fue efectuada por las leyes 4.116 de Mendoza, 982 de Neuquén,
750 de La Pampa, 1.191 de Río Negro, 8.663 de Buenos Aires y 21.611 de la Nación.
66 Tal volumen, estará compuesto por 24 metros cúbicos por segundo provenientes del aprovechamiento
total de los ríos Cobre y Tordillo y los arroyos Santa Elena, De las Cargas y Los Oscuros, más 10 metros cú-
bicos por segundo del caudal medio anual provenientes del arroyo Valenzuela.
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69 Amilcar Moyano, “Tratado sobre Recursos Hídricos Compartidos en Argentina. A propósito del Río Co-
lorado”, LL1998-A, p. 1062.
70 Anexo 1 “Metodología de cálculo de la distribución de caudales y habilitación de áreas de riego en la
cuenca del río Colorado” del Programa Único.
71 Párrafo octavo del Capítulo VI del Programa Único aprobado por el Tratado de 1976.
72 Punto 8 del Capítulo V del Programa Único aprobado por el tratado de 1976.
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73 Amilcar Moyano, “Aguas interestaduales en Argentina. A propósito del trasvase del Río Colorado”, ob
cit, p.
74 El mismo Programa Único contempla en su Apéndice 1, al fijar la “Metodología de cálculo de la distri-
bución de caudales y habilitación de áreas de riego en la cuenca del río Colorado”, que “en los casos de ma-
gras, deberá respetarse en lo posible la estructura de la distribución de agua entre las distintas provincias,
correspondiente a la alternativa final adoptada”.
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Por otra parte, Río Negro en 1984 denunció -mediante la ley 1906- el
tratado del 26/10/1976, argumentando la nulidad del mismo en base a la
falta de representatividad popular en la ley “de facto” 1191, que ratificó el
Tratado. La denuncia es parcial, en cuanto ratifica el Tratado en los aspectos
que hacen al Río Colorado, exceptuando a las obligaciones asumidas por
esa provincia con relación al río Negro.
Explica Moyano 75 en este aspecto, que el hecho de que el tratado del
26/10/1976 regule por una parte al Colorado, y por la otra prevea la futura
regulación del Negro, advierte la divisibilidad de sus disposiciones. Sin em-
bargo, bajo las reglas del derecho interestadual, la reasunción de la demo-
cracia no es argumento jurídico para descalificar un tratado y justificar su
denuncia. Respecto de las obligaciones que denuncia Río Negro, las provin-
cias de Mendoza y La Pampa son terceros Estados y como tales son ajenas
a la denuncia, que sólo es oponible a las provincias dueñas del río Negro.
75 Amilcar Moyano, “Aguas interestaduales en Argentina. A propósito del trasvase del Río Colorado”, en
LLGC, T°2004, p. 1059
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CAPÍTULO IX
L
a trascendencia de los grandes ríos internacionales tanto desde el
punto de vista estratégico, por su condición de límite fronterizo en
muchos casos, como económico ha hecho que el régimen jurídico de
los mismos se haya configurado desde antiguo como un sector importante
del Derecho Internacional. Sin embargo, las diversas circunstancias han te-
ñido dicho régimen de relativismo hasta el punto que las reglas a las que
se somete cada curso de agua internacional constituyen una especie de tra -
je a medida, confeccionado por los Estados directamente concernidos, y per-
fectamente adaptado a las peculiaridades de cada caso, entre las que ocu-
pa un lugar muy importante el equilibrio de intereses existente entre di-
chos Estados en relación con ese curso de agua, que no necesariamente tie-
ne porqué repetirse en otros aunque se trate de los mismos protagonistas.
Ese escenario constituye un obstáculo a la identificación de grandes
principios de alcance general y diluye la percepción de las reglas que regu-
lan el aprovechamiento de los cursos de agua internacionales. No obstante,
aunque las tentativas de uniformización llevadas a cabo en épocas anterio-
res para evitar esa situación han estado abocadas al fracaso, la necesidad de
arbitrar reglas generales ha ido convirtiéndose en una cuestión cada vez
más importante, conforme la utilización de esos cursos de agua adquiría
mayor peso en términos económicos, fundamentalmente gracias a la diver-
sificación de los usos que pueden hacerse de los mismos.
A ello debe añadirse la mayor relevancia del régimen jurídico de los
cursos de agua internacionales en el actual contexto de crisis de dicho recur-
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I. Aguas implicadas
1 OMS, La evaluación mundial del abastecimiento de agua y el saneamiento en 2000, Ginebra, 2000, p. 1. Aeso se
suma que las perspectivas, si no se produce un cambio en la gestión del agua, no son muy prometedoras,
de forma que, como advierte la UNESCO (Water for People Water for Life. The United Nations World Water De -
velopment Report, 2003, pp. 10 y ss. —http://www.unesco.org/water/wwap/—), la confluencia de factores
como el crecimiento demográfico y el desarrollo industrial pueden conducir en menos de cincuenta años a
que 2.000 millones de personas en 48 países, en el mejor de los casos, y 7.000 millones en 60 países, en el
peor, sufran escasez de agua.
2 En esa línea se sitúa Stephen C. McCaffrey (The Law of International Watercourses. Non-Navigational Uses,
Oxford, 2003, p. 17) al apuntar que la más que posible existencia de cambios en el siglo XXI respecto al agua,
como consecuencia de la confluencia de factores como el cambio climático y el creciente consumo, hace que
sea más importante que nunca la cooperación entre los Estados, más estrecha si cabe, en la protección y uti-
lización de sus recursos de agua dulce compartidos.
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3 Ambos criterios son utilizados por la doctrina, a veces incluso de forma conjunta, como hace Mireya Cas-
tillo («La protección y preservación de los cursos de agua internacionales: el Convenio sobre el Derecho de
los usos de los cursos de agua internacionales para fines distintos de la navegación de 21 de mayo de 1997»,
Anuario de Derecho Internacional, 1999, p. 116) quien se sirve del término aguas dulces transfronterizas, para de-
signar a las: «[…] aguas continentales: ríos, lagos, embalses, glaciares, acuíferos, etc., es decir, el conjunto de
las aguas dulces superficiales y subterráneas situadas en el territorio de los Estados».
4 Precisamente esa circunstancia lleva a Guillermo J. Cano (Recursos hídricos internacionales de la Argentina.
Régimen jurídico-político, Buenos Aires, 1979, p. 95) a concluir que no es aconsejable usar el calificativo de dul-
ces para calificar estas aguas, citando como ejemplo el caso del río Desaguadero, en Argentina, que se con-
vierte en salubre al afluir al Salar de Coipasa en Bolivia.
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aunque también puede ser inferior como en los casos del Mar Caspio o del
Mar Muerto5.
Más útil a los efectos que aquí nos interesan es la aproximación que se
refiere a las aguas no marítimas en un sentido más jurídico que geográfico o
basado en la salinidad de las mismas, considerando como tales a las que no
están sometidas al Derecho del Mar. La inexistencia de un texto de alcance
general en relación con el Derecho de los cursos de agua internacionales
obliga a actuar por eliminación, acudiendo a la Convención de las Naciones
Unidas sobre el Derecho del Mar, de 10 de diciembre de 1982, para determi-
nar como aguas no marítimas aquellas que no encuentran su regulación en
dicho texto. Sin embargo, el recurso a ese texto tampoco proporciona una
respuesta demasiado precisa, debido a las denominadas aguas interiores que,
conforme al artículo 2.1 de la Convención de Montego Bay, están sometidas
a la soberanía del Estado ribereño, pero que no entran en el Derecho de los
cursos de agua internacionales6. Ello no es obstáculo para que puedan ser-
les de aplicación algunos de los principios de ese régimen jurídico, como el
de la prohibición de llevar a cabo en ellas actividades que puedan causar un
perjuicio a otros Estados, pero es debido al hecho de que dichos principios
no limitan su campo de aplicación al Derecho de los cursos de agua interna-
cionales sino que se configuran como principios del Derecho internacional
en su conjunto.
La cuestión se centra en situar el punto en que se produce el encuen-
tro entre el curso de agua y las mencionadas aguas interiores, y para ese fin
resulta de especial interés el artículo 9 de la citada Convención, que estable-
ce la línea de base para la determinación de las segundas en el caso de la de-
sembocadura de los ríos, apuntando que la misma será: «[…] una línea rec-
ta trazada a través de la desembocadura entre los puntos de la línea de ba-
jamar de sus orillas»7. Sin embargo, lo máximo que permite ese artículo es afir-
5 Véanse a este respecto, por ejemplo, L. Caflisch, «Règles générales du droit des cours d’eau internatio-
naux», Recueil des cours de l’Académie de Droit International de La Haye, t. 219, 1989–VII, p. 24; F. Schröter, «La
délimitation des lacs internationaux: essai d’une typologie», Annuaire Français de Droit International, 1994, p.
911; M. Querol, «Rethinking International Rivers as Boundaries» en L. Boisson de Chazournes y S.M.A. Sal-
man, Les resources en eau et le droit international, Leiden, 2005, p. 120.
6 El artículo 8.1 de la Convención sobre el Derecho del Mar define las aguas interiores como: «[…] las aguas
situadas en el interior de la línea de base del mar territorial».
7 En ese mismo sentido el artículo 1.1 del Convenio de Helsinki sobre la protección y utilización de los cur-
sos de agua transfronterizos y de los lagos internacionales, de 17 de marzo de 1992, señala que el límite de
las aguas transfronterizas que desembocan directamente en el mar: «[…] lo constituye una línea recta trazada
a través de sus respectivas desembocaduras entre puntos de la línea de bajamar de sus orillas». La delimita-
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mar que las aguas situadas entre el fin del curso de agua y esa línea de base son
aguas interiores pero no aporta un elemento definitivo para la delimitación en-
tre éstas y el curso de agua, para lo cual tampoco el Derecho de los cursos de
agua internacionales contribuye de forma decisiva teniendo que acudir a las cir-
cunstancias de cada caso concreto. Esa delimitación es más sencilla en aquellos
cursos de agua que desembocan directamente en el mar pero se complica cuan-
do la zona de confluencia entre esas aguas es un tanto difusa, cuando el encuen-
tro entre el curso de agua y las aguas interiores se produce de manera progresi-
va, por ejemplo cuando se forma un delta en la desembocadura. En todo caso la
existencia de esa zona gris no presenta una gran importancia práctica ya que no
afecta a ninguna de las grandes cuestiones relativas al aprovechamiento de los
cursos de agua internacionales, siendo más relevante a los efectos de la navega-
ción que en relación con los otros usos de los mismos8.
Por otra parte, el recurso a la Convención sobre el Derecho del Mar per-
mite pronunciarse favorablemente a la inclusión de los canales internacionales
en el Derecho de los cursos de agua internacionales desde el momento en que
ción así establecida se completa con lo recogido en el artículo 10.5 de la Convención sobre el Derecho del Mar,
en relación con la determinación de las aguas interiores en el caso de una bahía, cuando las líneas trazadas
conforme al artículo anterior excedan de 24 millas marinas, apuntando que en ese supuesto: «[…] se trazará
dentro de la bahía una línea de base recta de 24 millas marinas de manera que encierre la mayor superficie
de agua que sea posible con una línea de esa longitud». Precisamente en relación con ese supuesto se plan-
teó una controversia en el caso del Río de la Plata, puesto que los dos Estados ribereños adoptaban, el 30 de
enero de 1961, una Declaración conjunta en la que se trazaba una línea de 220 kilómetros que unía Punta del
Este, en Uruguay, y Punta Rasa, en Argentina, que posteriormente quedaba plasmada en el Tratado de Mon-
tevideo de 19 de noviembre de 1973. Esa delimitación daba como resultado que quedasen sometidas al régi-
men fluvial aguas que, conforme a la Convención sobre el mar territorial de 29 de abril de 1958, en aquél mo-
mento en vigor, y de acuerdo al citado artículo 10.5, deberían formar parte del mar territorial, lo que provo-
có la queja de países como Estados Unidos, Francia o Gran Bretaña. En relación a esta cuestión véanse J.A.
Barberis, Régimen jurídico del Río de la Plata, Buenos Aires, 1969, pp. 24 y ss.; C.A. Armas Barea, «El tratado del
Río de la Plata y su frente marítimo», Revista de Derecho Internacional y Ciencias Diplomáticas, 1973/1974, pp. 7
y ss.; H. Gros-Espiell, «Le traité rélatif au Río de la Plata et la façade maritime», Annuaire Français de Droit In -
ternational, 1975, pp. 241 y ss.; G.J. Cano, op. cit., pp. 140 y ss.
8 Véase S.C. McCaffrey op. cit., pp. 26 y ss. El tratamiento de esas aguas que se encuentran en el límite entre
el Derecho del Mar y el Derecho de los cursos de agua internacionales es también abordado por la Directiva
2000/60/CE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 23 de octubre de 2000, por la que se establece un mar-
co comunitario de actuación en el ámbito de la política de aguas (Diario Oficial de la Unión Europea nº L 327,
de 22 de diciembre de 2000), que en su artículo 2.7 se refiere a las “aguas de transición”, entendiendo por ta-
les: «masas de agua superficial próximas a la desembocadura de los ríos que son parcialmente salinas como
consecuencia de su proximidad a las aguas costeras, pero que reciben una notable influencia de flujos de agua
dulce». Su calificación como aguas superficiales implica, conforme a los apartados 1 y 3 del mismo artículo,
su condición de aguas continentales y el recurso a: «[…] la línea que sirve de base para medir la anchura de
las aguas territoriales» como criterio de delimitación. Estos conceptos han sido incorporados al Derecho in-
terno de cada uno de los Estados miembros de la Unión Europea, lo que, en el caso de España, se hace me-
diante la Ley 62/2003, de 30 de diciembre, de medidas fiscales, administrativas y del orden social, cuyo artí-
culo 129 modifica el texto refundido de la Ley de Aguas, aprobado por Real Decreto Legislativo 1/2001, de
20 de julio (Boletín Oficial del Estado núm. 313, de 31 de diciembre de 2003).
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En este sentido debe apuntarse que quizá sería más adecuado que en lu-
gar de hablar de aguas internacionales utilizásemos la expresión aguas de inte -
rés internacional, término utilizado en la Convención y el Estatuto de Barcelona
de 20 de abril de 192111. Con ello se evitaría el carácter confuso de la primera
calificación que, por analogía con el régimen al que se someten otros espacios
internacionales —como el alta mar o el espacio ultraterrestre— podría hacer
pensar que se trata de unas aguas que no están sometidas a la soberanía o a la
jurisdicción de ningún Estado12. El objetivo del Derecho internacional en este
9 A diferencia de los estrechos, que sí lo están (artículos 34 a 45). La diferencia entre unos y otros radica en
la condición de los estrechos como pasos naturales mientras que los canales son vías artificiales que pueden
comunicar dos espacios marinos. Debe prestarse atención a ciertos pasos naturales que, aunque denomina-
dos como canales, desde un punto de vista jurídico son estrechos, sometidos por tanto al Derecho del Mar,
como por ejemplo el Canal de la Mancha o el Canal de Beagle.
10 Afavor de esa inclusión se pronuncia Ernesto José Rey Caro («El derecho de los cursos de agua interna-
cionales», Cursos Euromediterráneos Bancaja de Derecho Internacional, 2003, p. 524), si bien sobre la base de una
consideración en sentido amplio de dicho sector del ordenamiento internacional. En ese mismo sentido fa-
vorable a la inclusión véase también, por ejemplo, M. Wolfrom, L’utilisation à des fins autres que la navigation
des eaux des fleuves, lacs et canaux internationaux, París, 1964, pp. 5 y ss. Si bien no falta quien, como Lucius
Caflisch («Règles générales…», op. cit., p. 27), considera que no puede responderse a esta cuestión de forma
general y categórica, puesto que mientras en algunos textos, como el artículo XII.2 de las Reglas de Helsin-
ki, se señala esa inclusión sin límites, en otros se establecen condiciones, como el artículo 1.1.d) del Estatu-
to de Barcelona sobre los cursos de agua de interés internacional, de 20 de abril de 1921, que abre a la nave-
gación únicamente los canales que suplen las imperfecciones de una vía que por sí misma es navegable de
forma natural, y el artículo 331 del Tratado de Versalles, que incluye a los canales que unen dos segmentos
navegables del mismo curso de agua. E incluso en otros textos se guarda silencio al respecto, como en el ar-
tículo 108 del Acta final del Congreso de Viena de 9 de junio de 1815.
11 Aproximaciones cercanas a esa idea serían las que se refieren a los efectos internacionales o a la importan -
cia internacional. Véanse, respectivamente, M. Wolfrom, op. cit., pp. 5 y ss. y R.R. Baxter, Vías acuáticas inter -
nacionales, México, 1967, p. 16.
12 esa confusión alude Guillermo J. Cano (op. cit., p. 16) al señalar que el término internacional suele inter-
pretarse en el sentido de que el río: «[…] está sujeto a un régimen multi o supranacional, o abierto el uso por
gobiernos no ribereños o sus nacionales», advirtiendo que ese término alude en este caso a una realidad dis-
tinta, que no obstante puede sumarse al hecho antes apuntado, de forma que: «[…] un río físicamente inter-
nacional puede no estar “internacionalizado”, en el sentido de estar sujeto a un régimen jurídico que en-
vuelva decisiones colectivas de dos o más gobiernos, o abierto al uso por no ribereños».
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13 El sentido puramente jurídico con el que debe entenderse la noción de río internacional sirve a Hélène
Ruiz-Fabri («Règles coutumières générales et droit international fluvial», Annuaire Français de Droit Interna -
tional, 1990, p. 819) para diferenciar el Derecho de los cursos de agua internacionales del Derecho del Mar,
señalando que, mientras el segundo regula un espacio en el que prima la libertad, protegiéndolo eventual-
mente del apetito de los Estados, el primero trata de regular un espacio acaparado, de manera no se concibe
que la soberanía se detenga en las riberas sino que su objeto sigue formando parte del territorio de los Es-
tados.
14 Si bien, como apunta Zlata Drnas de Clément («Los Recursos Naturales Compartidos entre Estados y el
Derecho Internacional», Anuario Argentino de Derecho Internacional, 2003, pp. 96 y ss.), la idea siguió consti-
tuyendo el eje rector del Proyecto de artículos, e incluso ha sido retomada posteriormente en relación con
los ríos internacionales, pudiendo citarse al respecto la sentencia del Tribunal Internacional de Justicia de 25
de septiembre de 1997, en el asunto del Proyecto Gabcikovo-Nagymaros (CIJ, Recueil 1997, par. 85 y 150).
418 Véase M. Castillo, op. cit., p. 117.
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I.3. El concepto curso de agua. Las nociones de cuenca fluvial, cuenca hidro -
gráfica y sistema de curso de agua internacional
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20 Así la Comisión se apoyaba en el concepto “sistema de curso de agua”, que se definía como: «[…] forma-
do por componentes hidrográficos como ríos, lagos, canales, glaciares y aguas subterráneas que, en virtud
de su relación física, constituya un todo unitario; de ese modo, todo uso que afecte a las aguas de una par-
te del sistema puede afectar a las aguas en otra parte del sistema». Véase Anuario de la CDI,1980, vol. II (se-
gunda parte), p. 105.
21 Afavor de la utilización del concepto de cuenca hidrográfica se pronuncia Mª Teresa Ponte (La contami -
nación fluvial: cuestiones de responsabilidad internacional, Santiago de Compostela, 1989, pp. 32 y 40 y ss), con-
siderando que el mismo constituye la base más adecuada para el estudio de los problemas jurídicos plan-
teados por la utilización y aprovechamiento de los cursos de agua internacionales para fines distintos de la
navegación, y muy especialmente de los aspectos jurídicos de la contaminación fluvial, uno de los más tras-
cendentales en la actualidad por el elevado índice de contaminación resultante del desarrollo industrial y
su influencia en las reservas de agua potable disponibles. Aeste respecto véanse también P. Buirette, «Ge-
nese d’un droit fluvial international général (utilisations à des fins autres que la navigation)», Revue Généra -
le de Droit International Public, 1991/1, p. 21; M. Arcari, «The Codification of the Law of International Water-
courses: the Draft Articles Adopted by the International Law Commission», Anuario de Derecho Internacional,
1997, pp. 7 y ss.
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22 Entre los Estados favorables al concepto de cuenca hidrográfica se encontraban Argentina, Barbados,
Estados Unidos, Filipinas, Finlandia, Hungría, Pakistán, Países Bajos, Suecia o Venezuela, mientras que
entre los opuestos al mismo se situaban Austria, Brasil, Canadá, Colombia, Ecuador, España, Nicaragua,
Polonia o Sudán. Véase al respecto Anuario de la CDI, 1979, vol. II (primera parte), pp. 153 y ss. En rela-
ción con el argumento sobre el que se apoyaban los Estados opuestos a la utilización del concepto de
cuenca hidrográfica debe señalarse que la extensión de alguna de esas cuencas supone consecuencias
importantes en cuanto al ejercicio de la soberanía de los Estados incluidos en las mismas en amplias zo-
nas de su territorio. Tomando como ejemplo la cuenca del Río de la Plata puede apuntarse cómo en sus
3.200.000 km2 de extensión, en los que se integran cuatro grandes cursos de agua internacionales —el
Río de la Plata y los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay— se encuentra incluido todo Paraguay y porcen-
tajes muy elevados del territorio de Uruguay (80%), así como el 27% del territorio de Argentina, el 19%
del de Bolivia y el 17% del de Brasil, concentrando a su vez porcentajes muy elevados de la población
de esos Estados —100% de Paraguay, 97% de Uruguay, 68% de Argentina, 45% de Brasil y 22% de Boli -
via— y de su PIB —100% de Paraguay, 95% de Uruguay, 70% de Argentina, 60% de Brasil y 35% de Bo-
livia—. Véase al respecto G.J. Cano, op. cit., pp. 46 y ss.
23 Informe de la Comisión de Derecho Internacional sobre la labor realizada en su 36º periodo de sesiones (Anua -
rio de la CDI, 1984, vol. II (segunda parte), p. 92). En esa misma línea y más recientemente se pronuncia-
ban Patrick Daillier y Alain Pellet (Droit international public, 7ème édition, París, 2002, p. 1230) al consi-
derar prematura la sustitución del concepto curso de agua internacional por el de cuenca hidrográfica
internacional por no existir todavía en Derecho positivo un principio de unidad jurídica de los Estados
de una misma cuenca hidrográfica.24 Es por eso que Maurizio Arcari (op. cit., p. 10) la califica como un
compromiso viable, si bien expresa ciertas dudas respecto al acierto de la misma sobre la base de las conse-
cuencias que sobre el curso de agua pudieran tener ciertas actividades realizadas por los Estados ribereños
en tierra, como la deforestación o el vertido de residuos. Eso le lleva a considerar que hubiera sido más útil
un concepto más extenso de curso de agua, lo que por otra parte ha llevado a que algunos Estados ribere-
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ños hayan incluido en algunos convenios específicos los conceptos de cuenca fluvial o área de captación
(catchment area) para delimitar el espacio cubierto por las obligaciones asumidas respecto a la protección
adecuada del curso de agua. En esa misma línea Attila Tanzi («La Convenzione di New York sui corsi d’ac-
qua internazionali», Rivista di Diritto Internazionale, 1997, pp. 964 y ss) critica la solución adoptada por el
Convenio, considerando que es menos útil desde el punto de vista medioambiental y del control de los Es-
tados ribereños del curso de agua, para lo que hubiese sido preferible una definición de curso de agua que
comprendiese el concepto de cuenca. Esa postura se refuerza según el autor por el hecho de que en la prác-
tica convencional reciente en diversas regiones del mundo se ha optado por introducir el concepto de cuen-
ca hidrográfica, como en el artículo 1 del Acuerdo de Harare, de 28 de mayo de 1987, sobre el río Zambeze,
en los artículos 1 y 3 de la Convención de Charleville-Mézières, de 26 de abril de 1994, para la protección
del Mosa y del Escalda o en el artículo 3 del Acuerdo de Chian Rai, de 5 de abril de 1995, relativo al Me-
kong.
25 Véase Informe de la Comisión de Derecho Internacional sobre la labor realizada en su 46º periodo de sesiones
(Anuario de la CDI, 1994, vol. II (segunda parte), p. 144).
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26 Véase M. Arcari, op. cit., p. 12. Respecto a las aguas subterráneas véase J.A. Barberis, «La utilización de
las aguas subterráneas y el Derecho internacional», Anuario de Derecho Internacional, 1985, pp. 39y ss. y del
mismo autor «Le régime juridique international des eaux subterraines», Annuaire Français de Droit Interna -
tional, 1987, pp. 128y ss. Por su parte Salman M.A. Salman («Evolution and Context of International Water
Resources Law» en L. Boisson de Chazournes y S.M.A. Salman, op. cit., pp. 65 y ss) señala que no es difícil
comprender porqué la Convención de 1997 se olvida de los acuíferos no conectados, ya que el número de
cuestiones científicas y técnicas relativas a los mismos que siguen sin resolverse es grande.
27 Inclusión propuesta por el Relator Especial Robert Rosenstock en sus dos primeros informes, apuntan-
do en el segundo que la inclusión de las aguas subterráneas confinadas no relacionadas con las aguas de su-
perficie en el Proyecto de artículos es: «[…] lo mínimo que puede hacerse a efectos de considerar integrada-
mente el sistema general de ordenación de todos los recursos hídricos». Véanse Primer informe sobre los dere -
chos de los usos de los cursos de agua internacionales para fines distintos de la navegación (Anuario de la CDI, 1993,
vol. II (primera parte), p. 204) y Segundo informe sobre los derechos de los usos de los cursos de agua internaciona -
les para fines distintos de la navegación (Anuario de la CDI, 1994, vol. II (primera parte), p. 124).
28 Véase S.C. McCaffrey op. cit., pp. 37 y ss.
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29 Así lo recuerda Lucius Caflisch («Règles générales…», op. cit., pp. 36 y ss) al incluir el enriquecimiento
de las actividades a reglamentar como una de las cuatro líneas principales a las que responde la evolución
del Derecho de los cursos de agua internacionales. Las otras tres son la también apuntada extensión gradual
del ámbito a reglamentar, de forma que de los ríos contiguos o sucesivos se pasa a lagos, afluentes y cana-
les; la aparición del principio de la atribución equitativa de los recursos naturales compartidos y la necesi-
dad de coordinarse, e incluso asegurar la gestión en común de las unidades naturales que conforman los
cursos de agua internacionales.
30 Véase J.A. Barberis, F.M. Armas Pfirter y M. Querol, «Aplicación de principios de Derecho Internacional
a la administración de ríos compartidos. Argentina con Paraguay y Uruguay» en A. Embid Irujo (Dir.), El
Derecho de aguas en Iberoamérica y España: cambio y modernización en el inicio del tercer milenio, Tomo II, Madrid,
2002, p. 71.
31 Así, por ejemplo, Claude-Albert Colliard («Évolution et aspects actuels du régime juridique des fleuves
internationaux», Recueil des cours de l’Académie de Droit International de La Haye, t. 125, 1968-III, p. 347) inclu-
ye entre los usos que no consumen agua, o que la restituyen en condiciones que no comportan cambios im-
portantes, no sólo a la navegación sino también a la fuerza hidroeléctrica.
32 Esa conexión entre la navegación y los demás usos llevaba al entonces Relator Especial Stephen Schwe-
bel en su Primer Informe sobre la cuestión (Anuario de la CDI 1979, vol. II (primera parte), p. 161) a señalar
que la exclusión de la navegación del Proyecto de artículos no puede entenderse en sentido amplio puesto
que las relaciones entre ésta y los otros usos son tan numerosas que, en los cursos de agua en los que se prac-
tica o ha de practicarse la navegación, los ingenieros y administradores encargados de su explotación no
pueden separar los requisitos y efectos de la navegación de los de los otros usos.
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33 Véase al respecto B. Vitányi, The International Regime of River Navigation, Alphen aan der Rijn, 1979. So-
bre los primeros desarrollos en relación con el principio de libertad de la navegación por los ríos internacio-
nales véase también B. Winiarski, «Principes généraux du droit fluvial international», Recueil des cours de l’A -
cadémie de Droit International de La Haye, t. 45, 1933-III, pp. 79 y ss.
34 Véase Ch. Rousseau, Traité de droit international public, Tome IV, París, 1980, p. 487. Respecto de ambos
hechos se pronuncia Ernesto José Rey Caro («El derecho de los cursos de agua internacionales», op. cit., p.
536) para apuntar que el Decreto francés va más lejos que el americano al afirmar que, en cuanto que el De-
recho de naturaleza prevalecía sobre todo Derecho positivo, la apertura de la navegación de un río que atra-
vesaba varios Estados constituía una “obligación jurídica” impuesta a los ribereños independientemente de
todo tratado y aún en contra de su voluntad.
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35 Si bien el artículo 5 de dicho Estatuto permitía a cada Estado ribereño reservarse la navegación de cabo-
taje en la porción de ese curso de agua de interés internacional sometida a su soberanía.
36 En la que, como también se apuntó, el Tribunal hacía derivar dicho principio de la idea de la comunidad
de intereses creada entre los Estados ribereños del curso de agua, por lo que la libertad de navegación se cir-
cunscribía al estrecho círculo de los países ribereños (cit., p. 27). El principio de libertad de la navegación se
recogía también en la opinión consultiva del mismo Tribunal de 8 de diciembre de 1927, en el asunto de la
Competencia de la Comisión europea del Danubio entre Galatz y Braïla, en la que se apuntaba la introducción del
mismo en los acuerdos de paz precedentes por resultar conveniente a los efectos de la expansión del comer-
cio y del desarrollo de las relaciones internacionales pacíficas (CPJI, serie B núm. 14, p. 38).
37 Si bien Daillier y Pellet (op. cit., p. 1233) apuntan que, ni siquiera en el período de entreguerras, el citado
principio tuvo un carácter absoluto, puesto que el Estatuto de Barcelona no era aplicable más que entre Es-
tados parte.
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38 CPJI, serie A/B núm. 63. Este asunto se refería a la libertad de navegación existente en los ríos Congo y
Níger por el Anexo a la Convención de Saint-Germain, de 10 de septiembre de 1919, que revisaba el Acta de
Berlín de 26 de febrero de 1885. En este caso las ventajas concedidas por el Estado belga a una sociedad pri-
vada pero controlada por él supusieron que la única competidora, una empresa propiedad de un ciudada-
no británico, Oscar Chinn, tuviera que concluir sus actividades, por lo que reclamaba al Tribunal al consi-
derar que con ello se conculcaba el principio de libertad de navegación en esos ríos. En este caso la senten-
cia consideró que la medida discriminatoria de Bélgica a favor de la empresa controlada por ese Estado no
se basaba en la nacionalidad sino en el control estatal de la misma, de forma que el tratamiento dado al
transportista británico era el mismo que se hubiera concedido a un transportista belga que no estuviera so-
metido a dicho control público.
39 El comentario que acompaña al citado artículo señala que la condición de acceso a ese Estado no ribere-
ño no necesita la aprobación de los demás Estados ribereños, si bien se limita esa posibilidad al apuntar que
con esa concesión no se podrá interferir en los derechos de utilización equitativa de las aguas por parte de
los Estados-cuenca, incluidos los ribereños, por ejemplo mediante un incremento del tránsito que interfiera
con las embarcaciones de otro Estado ribereño de aguas arriba.
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del Estado que ejerce la soberanía sobre esa porción del río o lago interna-
cional40. El reconocimiento por cada Estado ribereño de ese tratamiento en
pie de igualdad con sus propios buques a los de los demás Estados ribere-
ños en la porción de río sometida a su soberanía conlleva la imposibilidad
de cobrar a esos buques de otros Estados tasas o cánones por el sólo hecho
de navegar por esa parte del río, aunque sí pueden cobrarse por la presta-
ción de determinados servicios —como el uso de servicios portuarios, etc.,
pero siempre en condiciones de igualdad41.
A diferencia de textos anteriores en los que se señalaba expresamente
que el principio de libertad de la navegación se reconocía para fines comer-
ciales, las Reglas de Helsinki no recogen ese extremo de forma textual pero
si incluyen una serie de menciones que ponen de manifiesto que la finali-
dad comercial es la razón principal del establecimiento de ese principio. En
esa dirección se mueven la definición de ríos o lagos como navegables si se
usan o pueden usarse corrientemente para la navegación comercial, recogi-
da en el artículo XII.2, la mención a la libertad para transportar mercaderías
o pasajeros del artículo XIV.c), ya apuntada, y la previsión del artículo XIX
en el sentido de que las reglas establecidas en este capítulo 4 no son aplica-
bles a embarcaciones de guerra, que cumplan funciones administrativas o
de policía o que en forma general ejerzan cualquier otro modo de autoridad
pública42.
Con ello se contempla una íntima relación entre el principio de libertad
de navegación y el de libertad del comercio en relación con la cual se había
pronunciado el Tribunal Permanente de Justicia Internacional, en el asunto an-
40 De hecho esas libertades ya se habían recogido de forma expresa en la opinión consultiva del Tribunal
Permanente de Justicia Internacional de 8 de diciembre de 1927, en el asunto de la Competencia de la Comi -
sión europea del Danubio entre Galatz y Braïla (cit., pp. 65 y ss), así como en el artículo 9 del Estatuto de Barce-
lona de 20 de abril de 1921.
41 Así se recoge en el comentario al artículo XVIII cuando se señala que los Estados ribereños pueden im-
poner costas razonables a los co-ribereños que usan sus instalaciones o que navegan por sus aguas con el
objeto de cubrir los gastos de mantenimiento. Si bien se señala que esas costas deben estar relacionadas con
la extensión y la naturaleza del uso que se haga del río o lago. Asimismo el Tribunal Permanente de Justi-
cia Internacional en el asunto ya mencionado de la Competencia de la Comisión europea del Danubio entre Ga -
latz y Braïla (cit., pp. 64 y ss), aludía a esta cuestión al incluir la prohibición de percibir peajes basados en el
solo hecho de la navegación en el ámbito de la garantía de la libertad de ésta, junto a la mejora de las técni-
cas de navegación gracias a la ejecución de trabajos en el río y al mantenimiento del canal navegable y la se-
guridad de la circulación de los navíos garantizada por el ejercicio de la policía fluvial.
42 Lo que ya se preveía en el artículo 17 del Estatuto de Barcelona de 20 de abril de 1921. Incluso en el co-
mentario de este artículo XIX se señala textualmente que la principal finalidad de la libertad de navegación
es facilitar el comercio, por lo que las embarcaciones empleadas en una actividad no comercial, entre las que
se incluyen de forma específica los barcos de policía o las embarcaciones de guerra, no están comprendidas
en el alcance de las reglas establecidas en este capítulo.
310
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tes citado del Oscar Chinn43, afirmando que la libertad de navegación, en tanto
que se trata de operaciones comerciales de empresas de transporte fluvial o
marítimo, implica libertad de comercio. Añadía, no obstante, que de ello no se
podía deducir que la libertad de navegación entrañe y presuponga la libertad
de comercio a cualquier otro efecto. Así concluía que, sin desconocer que la li-
bertad de navegación y la libertad de comercio son, en principio, dos cosas dis-
tintas, en ese caso concreto no había lugar para tratarlas separadamente.
Por otra parte el citado artículo XIII advierte que ese derecho de libre na-
vegación estará sujeto a las limitaciones o restricciones recogidas en los artícu-
los siguientes. Entre esas limitaciones ocupa un lugar preferente la que resulta
del control que un Estado ribereño puede hacer de la parte del río que queda
bajo su jurisdicción, puesto que, como ya se señaló al principio, la calificación
del curso de agua como internacional no implica que deje de estar sometido a
la soberanía de los Estados por cuyo territorio discurre. Esa limitación se reco-
ge en el artículo XV en el que se alude al derecho de policía en relación a cues-
tiones como la protección de la salud y seguridad públicas, si bien se señala
que no se limita a eso, lo que se completa en el comentario a dicho artículo alu-
diendo además a otras cuestiones como aduanas o precaución contra enferme-
dades. La única pauta que se apunta en el citado artículo es que las medidas
adoptadas por el Estado ribereño en el ejercicio de tales derechos no “interfie-
ran irrazonablemente” con el derecho de libre navegación tal como se contem-
pla en los artículos anteriores. De eso resulta que deben observarse dos aspec-
tos, uno el carácter razonable de esas medidas, que podría interpretarse en el
sentido de evitar que tengan como objetivo encubierto el impedir o dificultar
la navegación, y el que, como se apunta en el comentario del citado artículo, se
apliquen sobre una base de absoluta igualdad a todos los Estados co-ribere-
ños.44
En ese capítulo de las posibles restricciones del principio de libertad de
navegación debe señalarse además el derecho de cada Estado ribereño de re-
servarse la navegación de cabotaje, siguiendo la solución ya mencionada que
se establecía en el artículo 5 del Estatuto de Barcelona. El artículo XVI señala la
43 Cit., p. 83.
44 Esa misma previsión se recogía también en el artículo 6 del Estatuto de Barcelona de 20 de abril de 1921,
que se refiere a la adopción de disposiciones en relación con aduanas, salud pública, precauciones contra
enfermedades de animales o plantas, emigración o inmigración, exportación o importación de bienes pro-
hibidos, estableciendo como límite a la capacidad del Estado ribereño que esas disposiciones sean razona-
bles y que se apliquen en pie de absoluta igualdad a todos los Estados contratantes, además de que debe
existir una buena razón para que se impida la libertad de navegación.
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45 El artículo 10 del Estatuto de Barcelona, especialmente en sus apartados 3 y 4, señala sobre este particu-
lar que un Estado ribereño no puede rechazar la propuesta que le dirija otro Estado ribereño para que lleve
a cabo los trabajos necesarios para mejorar la navegabilidad en la parte del curso de agua internacional que
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transcurre por el territorio del primero, siempre que el segundo Estado se declare dispuesto a asumir los
gastos, y que el primero no se oponga invocando intereses vitales. No obstante, el Estado obligado a llevar
a cabo esos trabajos de mejora en las condiciones antes señaladas puede liberarse de su deber autorizando
a uno o más Estados ribereños a realizar esos trabajos en su lugar.
46 Aello se refiere Hélène Ruiz-Fabri (op. cit., p. 832) al señalar que esa búsqueda del universalismo en cuan-
to al principio de libertad de navegación correspondía a una concepción demasiado abstracta que descono-
cía las profundas diferencias entre los distintos ríos y, sobre todo, entre la realidad europea y la de otras re-
giones del mundo.
47 Véase al respecto E.J. Rey Caro, «El derecho de los cursos de agua internacionales», op. cit., pp. 520 y ss.
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los convenios concluidos entre los Estados ribereños o mediante actos uni-
laterales47.
En cuanto a África el principio de libertad de navegación era traslada-
do por los Estados europeos al resultar muy útil para sus propósitos de pe-
netración comercial en este continente, reflejándose en diversos instrumen-
tos convencionales, como los Tratados de 1885, 1890 y 1919 en relación con
los ríos Congo o Níger. No obstante, la diversidad de situaciones geopolíti-
cas existentes en los países de la zona ha hecho que los textos que han susti-
tuido a los anteriores en cuanto a la regulación de los grandes ríos africanos
recojan soluciones distintas, y mientras, por ejemplo, el artículo 3 del Acta de
Niamey, de 26 de octubre de 1963, que regula la navegación por el Níger,
consagra la libertad de navegación para todos, el artículo 6 de la Convención
relativa al estatuto del río Senegal, de 11 de marzo de 1972, concede el dere-
cho de libre navegación a los ciudadanos y mercancías de los Estados contra-
tantes48. En cuanto a Asia el principio de libertad de navegación ha sido tam-
bién introducido por vías diversas, bien sea al plasmarse en convenios inter-
nacionales, sirviendo como ejemplo el caso del Mekong, o bien mediante ac-
tos unilaterales.
A modo de conclusión ha de señalarse a este respecto que no existe
ninguna regla de Derecho internacional general que reconozca el principio
de libertad de navegación en los cursos de agua internacionales49, sino que la
vigencia del mismo depende del consentimiento de los Estados involucrados
en cada caso, normalmente plasmado en los convenios concretos que regu-
lan el régimen jurídico de ese curso de agua internacional.
47 Respecto de esta segunda posibilidad pueden mencionarse algunos ejemplos en los que la navegación
por los grandes ríos de América y sus afluentes era abierta unilateralmente por los Estados interesados. Es
el caso de Venezuela respecto del Orinoco, por una ley de 14 de mayo de 1869 y un decreto de 1 de julio del
mismo año; de Brasil en relación con el Amazonas, por decretos de 7 de diciembre de 1866, de 31 de julio de
1867 y de 25 de enero de 1873, o de Argentina respecto del Río de la Plata, mediante el artículo 26 de la Cons-
titución de 1853. En relación con el Río de la Plata deben mencionarse también los artículos 7 y 11 del Tra-
tado de 19 de noviembre de 1973 entre Argentina y Uruguay. Véase L. Caflisch, «Règles générales…», op.
cit., pp. 117 y ss.
48 Véase al respecto R. Yakemtchouk, «Le régime international des voies d’eau africaines», Revue Belge de
Droit International, 1969/2, p. 513.
49 Lo que parece reconocerse incluso por la jurisprudencia arbitral, así el laudo en el asunto Faber, adopta-
do por la Comisión de reclamaciones germano-venezolana respecto de la libertad de navegación en dos ríos
de este último Estado, reconoce el derecho de los Estados por los que atraviesa un curso de agua internacio-
nal a cerrar de forma discrecional la navegación por el mismo, sin que de ello pueda derivarse reclamación
alguna (Reports of International Arbitral Awards, vol. X, pp. 439 y ss).
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50 Véanse al respecto, además de los citados a lo largo de esta parte, G. Sauser–Hall, «L’utilisation indus-
trielle des fleuves internationaux», Recueil des cours de l’Académie de Droit International de La Haye, t. 83, 1953-
II, pp. 471 y ss.; J. Andrassy, «Utilisation des eaux internationales non maritimes (en dehors de la naviga-
tion)», Annuaire de l’IDI, Session de Neuchâtel, 1959, vol. 48, t. I, pp. 131 y ss.; M. Wolfrom, op. cit.; M. Bélan-
ger, «L’utilisation des eaux des fleuves internationaux à des fins agricoles», Revue Générale de Droit Interna -
tional Public, 1977, pp. 386 y ss.; J. Bruhács, The Law of non-navigational uses of international watercourses, Dor-
drecht, 1993.
51 Annuaire de l’IDI, Session de Madrid, 1911, vol. 24, p. 366.
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52 Cit., p. 381.
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53 Así lo apunta Stephen C. McCaffrey (op. cit., p. 118), añadiendo incluso que el rechazo a esta doctrina ha
llegado hasta el punto de convertirse un arma potente en manos de los Estados de la parte inferior del cur-
so de agua para acusar a los de la parte superior de haber actuado de forma irrazonable.
54 Véanse, por ejemplo, E. Jiménez de Aréchaga, El Derecho internacional contemporáneo, Madrid, 1980, pp.
227 y ss.; S.C. McCaffrey op. cit., pp. 102 y ss.
55 Entre estos puede mencionarse la sentencia arbitral en el asunto de la utilización de las aguas del Lago La -
nós, en la que se apuntaba la necesidad de tener en consideración los distintos intereses en presencia y bus-
car el modo de conciliarlos (cit., p. 116).
56 Reports of International Arbitral Awards, vol. II, p. 839.
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57 Ese derecho de veto sería, en opinión de Lucius Caflisch («Règles générales…», op. cit., p. 51), precisa-
mente la razón del fracaso relativo de la Convención de 9 de diciembre de 1923 sobre la ordenación de las
fuerzas hidráulicas que interesan a varios Estados.
58 Cit.., pp. 161 y ss.
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to de los demás Estados ribereños, al no tener que observar ningún límite pa-
ra garantizar un volumen y una calidad de agua a otros Estados.
En realidad ambas posiciones extremas comparten los motivos por los
que resultan inaceptables, en la medida en que, como se apuntó en relación
con la anterior, ambas olvidan el hecho de que la soberanía no solo conlleva
derechos sino también obligaciones59. Así, en relación con este segundo caso
los Estados situados en la parte inferior del cauce de un curso de agua interna-
cional no están en absoluto libres de obligaciones en la medida en que sus
comportamientos pueden tener consecuencias perjudiciales en relación con
otros Estados, tanto ribereños como no ribereños, por ejemplo, respecto de los
segundos, mediante la realización de actividades que produzcan un daño me-
dioambiental a algún Estado vecino. A eso se añade que tampoco en este caso
se resuelve el problema principal que se plantea en relación con la idea de la
comunidad de intereses creada entre los Estados ribereños, como es el del re-
parto de esos intereses, puesto que de nuevo, como en el caso anterior, se reco-
noce un derecho de veto incompatible con ese objetivo60.
Los excesos en los que incurren las dos doctrinas anteriores, al conceder
una plena libertad a los Estados situados en la parte alta o en la parte baja del
cauce del curso de agua internacional, conducen a considerar que la solución
más adecuada debe basarse en un equilibrio entre los distintos intereses en
presencia, lo que de manera necesaria implica una limitación a la soberanía de
todos los Estados ribereños, de forma que puedan hacer uso del curso de agua
pero de un modo y en una medida que sea compatible con los intereses de los
demás Estados concernidos por ese curso de agua internacional. En esa línea
se sitúan un conjunto de doctrinas intermedias que tienen como horizonte la
limitación del ejercicio de los derechos soberanos de los distintos Estados ribe-
reños de un curso de agua internacional.
59 La insuficiencia de ambas doctrinas absolutas es señalada por Berber (Rivers in International Law, Lon-
dres, 1959, p. 14) al apuntar que no proveen soluciones al estar basadas en una concepción individual y anár-
quica del Derecho internacional, en la que los intereses personales y egoístas se sitúan al nivel de principios
guía y no se ofrece ninguna solución al conflicto de intereses entre los Estados ribereños.
60 Véase L. Martínez-Agulló y Sanchis, «Los tratados y la costumbre en el Derecho internacional fluvial»,
Revista Española de Derecho Internacional, 1962/1-2, p. 75.
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60 Respecto a la propuesta del establecimiento del condominio véase B. Winiarski, op. cit., pp. 128 y ss.
61 Cit., p. 365.
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este respecto debe apuntarse en primer lugar que en la práctica es muy di-
fícil encontrar cursos de agua internacionales exclusivamente contiguos o
sucesivos, siendo lo normal que éstos, especialmente los más importantes,
adquieran de forma cambiante una u otra condición a lo largo de su curso,
incluso en algún caso de forma repetida, pudiendo citar el ejemplo del Da-
nubio que en su discurrir, desde su nacimiento en Donaueschingen, en la
Selva Negra alemana, por la confluencia de los ríos Brigach y Breg, hasta su
desembocadura en el Mar Negro 2.888 km. después, toca hasta una decena
de Estados, bañando las capitales de cuatro de ellos —Viena, Bratislava, Bu-
dapest y Belgrado—, alternando su condición de río sucesivo y contiguo64.
Aunque esta división entre cursos de agua contiguos o sucesivos no
tiene consecuencias en cuanto a la condición jurídica de unos y otros como
cursos de agua internacionales, sometidos por tanto al Derecho que rige los
usos de los mismos, si que presenta consecuencias en la práctica en relación
con la naturaleza de los problemas que la coexistencia de los Estados ribe-
reños puede ocasionar, y que va a requerir que la cooperación se centre en
ciertos aspectos específicos. Así, mientras que en el caso de los cursos de
agua contiguos la mayoría de los problemas serán de reparto de soberanía,
es decir relativos a cuestiones de delimitación fronteriza, en los cursos de
agua sucesivos los derechos de los Estados de la parte inferior del cauce de
usar esos cursos de agua se ven mucho más afectados por los comporta-
mientos de los Estados de la parte superior, por lo que los problemas se re-
ferirán más bien a la gestión y administración del curso de agua internacio-
nal y sus recursos que a cuestiones de delimitación fronteriza. En este apar-
tado vamos a prestar atención a la primera categoría de cuestiones, las rela-
tivas a la condición del curso de agua internacional como elemento en que
se apoya la delimitación fronteriza entre los Estados ribereños.
Los cursos de aguas internacionales, como otros accidentes naturales
(montañas, líneas costeras, etc.), se utilizan con frecuencia como elementos
de apoyo para las demarcaciones fronterizas, sin embargo, por su peculiar
64 La frontera germano-austriaca es la primera que atraviesa el Danubio, que entra en el segundo Estado
por Passau para atravesar ese país y entrar en Eslovaquia. Posteriormente se transforma en río contiguo por
vez primera al servir de frontera entre Eslovaquia y Hungría, antes de entrar en territorio húngaro, salien-
do del mismo por el punto fronterizo de ese país con Croacia y Serbia. Más tarde discurre como línea divi-
soria de esos dos últimos Estados para entrar en el territorio del segundo, y posteriormente volver a con-
vertirse en río contiguo al separar Serbia de Rumania y seguidamente Rumania de Bulgaria, atravesando
más tarde territorio rumano hasta alcanzar la frontera de este Estado con Moldavia y Ucrania y por último
en su trecho final separar a Rumania de Ucrania.
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65 Véanse al respecto, por ejemplo, L.J. Bouchez, «The Fixing of Boundaries in International Rivers», Inter -
national Comparative Law Quarterly, 1963, pp. 791y ss.; H. Dipla, «Les règles de droit international en matiè-
re de délimitation fluviale: remise en question?», Revue Générale de Droit International Public, 1985/3, pp. 589
y ss.; F. Schröter, «Les systèmes de délimitation…», op. cit., pp. 948 y ss.; y del mismo autor «La délimita-
tion…», op. cit., pp. 910 y ss.
66 Si bien, como advierte Lucius Caflisch («Règles générales…», op. cit., p. 66), la simpleza de la fórmula
elegida no evita los problemas, como por ejemplo en aquellos casos en que esos puntos de la frontera terres-
tre están muy separados, o si el curso de agua hace un giro en ese punto o incluso si la línea más corta atra-
viesa una isla fluvial.
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son las siguientes, siempre dejando claro que los Estados son absolutamen-
te libres de establecer la frontera siguiendo otros criterios67:
a) la frontera se sitúa en ambas orillas del curso de agua, pudiendo que-
dar éste excluido de la soberanía de los Estados ribereños o sometido a un con-
dominio. Se trata de una alternativa usada en algún caso en épocas muy ante-
riores pero desechada hoy de forma absoluta68, que presenta como ventaja el
tratamiento de las partes en estricta igualdad y como inconvenientes principa-
les la configuración de la frontera como frontera-zona y, en el caso del condo-
minio, la necesidad de un muy buen entendimiento entre los Estados ribere-
ños, situados en pié de igualdad y por tanto dependientes el uno del otro, a la
hora de adoptar decisiones respecto del curso de agua internacional.
b) la frontera se sitúa en una de las riberas del curso de agua, que queda
por tanto sometido a la soberanía de uno de los Estados ribereños. El eviden-
te desequilibrio al que conduce esta solución explica su claro declive en la ac-
tualidad69, afirmándose que la misma solo es posible en caso de que uno de los
Estados ribereños se desinterese respecto de lo que ocurre con el curso de
agua, por ejemplo porque discurre por una zona muy poco poblada, o cuando
los Estados ribereños se encuentran en una situación de clara desigualdad, que
hace que la negociación entre ambos arroje un resultado tan desequilibrado co-
mo para permitir que uno de ellos se apropie del curso de agua.
A este respecto se identifican varias razones que convierten a esta op-
ción en poco apropiada, pudiendo mencionarse, en primer lugar, la dificul-
tad de aclarar qué se entiende por ribera, existiendo en la práctica diversas
respuestas, como el optar por la línea que marcan las aguas bajas, la que es-
67 Como ejemplo de un supuesto especial puede mencionarse el caso del Río de la Plata, en el que el artí-
culo 2 del Tratado de 19 de noviembre de 1973 entre Argentina y Uruguay atribuye a cada Estado ribereño
un área de jurisdicción de una anchura de siete millas, que se reduce a dos con el estrechamiento del río, ex-
tendiéndose entre ambas áreas de jurisdicción una zona común que se regula de manera detallada en los ar-
tículos 3 y siguientes. Además, se dibujan dos líneas de delimitación, una referida al río y otra al fondo del
mismo, que a veces coincide con la línea mediana y otras se acerca al thalweg y que divide el lecho y el sub-
suelo del río en dos zonas de superficie igual, siendo además la línea que sirve para la atribución de las is-
las, con la excepción de la isla de Martín García, que queda como de soberanía argentina, si bien se impo-
nen ciertas condiciones, como el que se destine a reserva natural, además de ser la sede de la Comisión ad-
ministradora del Río de la Plata —artículos 45 y 63 del Tratado—. Véase a este respecto J.A. Barberis, Régi -
men jurídico del Río de la Plata, op. cit., pp. 26 y ss.
68 En opinión de François Schröter («Les systèmes de délimitation…», op. cit., p. 952) este método se cir-
cunscribe a los tratados entre los Países Bajos y Alemania, como el Tratado de Aix-la-Chapelle de 26 de ju-
nio 1816, confirmado por el Tratado de La Haya de 8 de abril de 1960, y entre Luxemburgo y Alemania, co-
mo el Tratado de Clèves de 7 de octubre de 1816.
69 No obstante, no falta quien, como María Querol (op. cit., p. 102), advierte que, en contra de lo que se se-
ñala por parte de numerosos autores, este criterio de delimitación no es tan extraño como se dice, apuntan-
do diversos ejemplos de su utilización reciente.
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tablecen las aguas altas o el talud formado por el lecho de la ribera; e inclu-
so en ocasiones se acude a casos particulares en los que la demarcación fron-
teriza se fija en base a una línea que transcurre a una distancia determinada
del curso de agua69. Otro obstáculo importante a la utilización de este crite-
rio es su elevado potencial generador de conflictos, que resulta de la tenden-
cia del Estado bajo cuya soberanía queda el curso de agua internacional a
considerar a éste como un curso de agua nacional, ignorando o restringien-
do en la práctica el ejercicio de los derechos, como el de navegación, que en
muchas ocasiones se reconocen al otro Estado ribereño en relación con la uti-
lización de ese curso de agua y que se recogen en disposiciones convencio-
nales. Además, esa sumisión del curso de agua internacional a uno solo de
los Estados ribereños dificulta, e incluso en ocasiones impide, el estableci-
miento de una cooperación con el otro Estado ribereño en relación con aspec-
tos relativos al uso de ese curso de agua que también le interesan, como la
protección del medio ambiente, el control de calidad de las aguas, la lucha
contra la contaminación o incluso la vigilancia policial o aduanera70.
c) la frontera se sitúa en la línea mediana, formada por los puntos si-
tuados a la misma distancia de los puntos más próximos de ambas riberas
del río. Esta opción era la elegida por los clásicos —Grocio, Pufendordf o de
Vattel—, por considerar que presentaba ventajas importantes como su sim-
plicidad, siendo fácil la determinación de la frontera en caso de cambio en el
curso del río, y su carácter equitativo en el reparto del curso de agua entre
los Estados interesados. Sin embargo, el análisis de su aplicación en la prác-
tica arroja algunas dudas sobre las pretendidas ventajas de este criterio. Así,
el carácter equitativo desaparece en los casos en que el canal navegable del
curso de agua no coincida con la línea media, quedando por tanto en la par-
te del mismo que corresponde a uno de los Estados ribereños; es cierto que
este inconveniente se reduce por la extensión del principio de libertad de na-
vegación, pero no por ello desaparece totalmente, razón por la que este cri-
terio se utiliza especialmente en el caso de cursos de agua no navegables.
69 Es el caso del Tratado de 10 de agosto de 1885 entre Gran Bretaña y Francia respecto del río Gambia, cu-
yo artículo 1 señalaba que la frontera se situaba en base a una línea paralela a la ribera derecha a una dis-
tancia de ésta de 10 kilómetros. Otro supuesto especial es el del Tratado de Paz de Andrinópolis, de 14 de
septiembre de 1829, en cuyo artículo 3 se fijaba la frontera entre Rusia y Turquía en la ribera derecha del Da-
nubio, orilla turca, señalándose sin embargo que este río estaba abierto a la navegación de los dos Estados.
Véanse al respecto. L. Caflisch, «Règles générales…», op. cit., pp. 68 y ss.; F. Schröter, «Les systèmes de déli-
mitation…», op. cit., pp. 952 y ss.
70 Véase N. Boeglin-Naumovic, «De l’usage des cours d’eaux internationaux comme frontières» en L. Bois-
son de Chazournes y S.M.A. Salman, op. cit., pp. 153 y ss.
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pre quedarán a uno u otro lado del thalweg, pero presenta como inconvenien-
te que no siempre da lugar a un reparto equitativo del caudal del curso de
agua, sino que eso depende de la configuración del canal navegable, que
puede estar en el centro o por el contrario más cercano a una ribera que a
otra. Además, entre los inconvenientes puede mencionarse que está someti-
do a continuos cambios que exigen que se proceda de forma repetida a son-
deos que determinen el thalweg en cada momento.
A las dificultades que pueden plantearse en cada uno de los criterios
que se acaban de apuntar debe añadirse la posibilidad, altamente frecuente,
de que existan elementos que distorsionan la delimitación de la frontera flu-
vial o lacustre con arreglo a uno de ellos. Entre esos elementos ocupan un
lugar principal las islas fluviales o la división del curso de agua en una plu-
ralidad de brazos. En este segundo caso la solución más habitual es la de to-
mar como referencia el brazo principal, si bien también a este respecto exis-
ten varias posibilidades, puesto que son varios los criterios que pueden
adoptarse para determinar cual es el brazo principal, como los de la longi-
tud, la profundidad, el carácter navegable o incluso el volumen de agua, sin
que pueda sostenerse la existencia de reglas generales sobre esta cuestión73.
En el caso de la existencia de islas fluviales o lacustres las alternativas
posibles en cuanto a la atribución de soberanía sobre ellas son las siguien-
tes74: a) que la misma sea el resultado del establecimiento de la frontera to-
mando como referencia el curso de agua, sin tener en consideración las is-
las, al menos en un principio; b) que esa atribución de soberanía sobre las
islas sea independiente de la frontera establecida con relación al curso de
agua. La primera posibilidad alude al hecho de que las islas estarán some-
tidas a la soberanía del Estado en cuya parte del curso de agua queden si-
tuadas, una vez que se haya establecido la frontera por alguno de los crite-
rios antes señalados. Sin embargo, ese sistema presenta el inconveniente de
que el límite así establecido puede partir esas islas, que quedan de esa for-
ma a caballo de la parte del curso de agua que corresponde a cada uno de
los Estados ribereños. Las respuestas a ese problema son también variadas
73 En relación con esto debe apuntarse que en la sentencia arbitral de la Reina de Gran Bretaña, de 9 de di-
ciembre de 1966, en una controversia fronteriza entre Argentina y Chile (Reports of International Arbitral
Awards,vol. XVI, pp. 177 y ss), se decía que la determinación del brazo principal es una cuestión de natura-
leza geográfica y no jurídica, de forma que se opta por el brazo principal en base a consideraciones de or-
den histórico y científico, en particular de su anchura, la extensión de su cuenca de alimentación y su cau-
dal.
74 Véase al respecto F. Schröter, «Les systèmes de délimitation…», op. cit., pp. 972 y ss.
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75 Ese mismo sistema se sigue, también en relación con esos mismos Estados, en el Tratado de delimitación
del río Uruguay, de 7 de abril de 1961, en el que diversas islas —Filomena Grande, Filomena Chica e Isla
Bassi— quedan bajo soberanía uruguaya a pesar de que están situadas en el lado argentino, tal como resul-
ta de la línea de delimitación del agua y el lecho del río, que en la frontera entre ambos países sigue el eje
del thalweg.
76 Aeste respecto Lucius Caflisch («Règles générales…», op. cit., p. 80) apunta que debe establecerse como
principio que, en caso de que el cambio en las circunstancias del curso de agua internacional haya sido cau-
sado por un Estado ribereño sin el consentimiento de los demás, aquél está obligado a reponer las cosas al
estado en que se encontraban y hacer frente a los posibles perjuicios, si bien, si los co-ribereños no manifies-
tan su oposición, se corre el riesgo de provocar el estoppel o la aquiescencia de forma que no puedan obje-
tar la modificación de la frontera.
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77 La Comisión resolvía la cuestión del límite entre las ciudades de Mendoza y San Luis, sobre la base del
uti possidetis, apuntando que la delimitación establecida en época colonial en el río Desaguadero tenía como
razón de ser la condición del mismo como obstáculo natural, por lo que la nueva frontera debía seguir el
nuevo cauce del río. Por otra parte en la práctica internacional pueden encontrarse soluciones distintas, así
mientras en algunos casos, como el artículo 3 del Tratado de límites entre Argentina y Uruguay, de 7 de abril
de 1961, se señala que la frontera debe permanecer inalterada tras la modificación del cauce del río, en otros,
como el canje de notas de 27 de octubre y 1 de noviembre de 1932 entre Gran Bretaña y Brasil respecto de
los ríos limítrofes de la Guayana británica, o el artículo 11.1 del Tratado de 8 de agosto de 1843 entre Bélgi-
ca y los Países Bajos, se señala que la frontera debe seguir el nuevo cauce del río. E incluso en ocasiones, co-
mo los tratados entre los Estados Unidos y México respecto del Río Grande y del Río Colorado, se opta por
la solución intermedia ya apuntada de distinguir en función de si el cambio del curso de agua es paulatino
o brusco. Véase J.A. Barberis, «Un precedente poco conocido sobre la aplicación del uti possidetis a un río li-
mítrofe que cambia de curso», El Derecho internacional en un mundo en transformación. Liber Amicorum en ho -
menaje al profesor Eduardo Jiménez de Aréchaga, Montevideo, 1994, pp. 583 y ss.
78 Afavor del segundo de estos criterios podría situarse Bohdan Winiarski (op. cit., pp. 80 y ss), al calificar-
lo como un principio universalmente aceptado de Derecho internacional. Pero a ello se oponen diversos au-
tores, como, por ejemplo, Luis Martínez-Agulló (op. cit., pp. 50 y ss), que aportan ejemplos que contradicen
esa afirmación.
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las fronteras fluviales, sin que la frecuencia con la que se produzca ese recur-
so pueda considerarse en ningún caso como un signo de su consideración co-
mo una regla jurídica de carácter obligatorio. Esa inexistencia de normas
consuetudinarias aplicables con carácter general encuentra su explicación en
el carácter sensible de las cuestiones que se regulan, que afectan al núcleo de
los Estados, la delimitación de su territorio, por lo que éstos no están dis-
puestos a perder el control de la regulación de este tipo de cuestiones, prefi-
riendo que el régimen jurídico de las mismas sea concertado por ellos me-
diante negociaciones con los otros Estados concernidos, por lo que el régi-
men de las fronteras fluviales o lacustres suele recogerse en regulaciones
convencionales que además se refieren a cada supuesto concreto, teniendo
en cuenta sus circunstancias peculiares79.
Las reglas que se acaban de apuntar son válidas tanto para los ríos in-
ternacionales como para los lagos internacionales, si bien en relación a estos
últimos deben hacerse algunas precisiones80. Así, por ejemplo, respecto a la
distinción entre lagos contiguos o sucesivos se entiende que los primeros
son aquellos que son atravesados por la delimitación fronteriza en el senti-
do de la longitud, mientras que los segundos lo son en el sentido de la an-
chura81. Por otro lado, si bien a las fronteras lacustres les serían aplicables las
reglas ya señaladas para la fronteras fluviales, la ausencia de canal navega-
ble en la mayoría de los lagos lleva a que el criterio de delimitación utiliza-
do sea el de la línea mediana, en el caso de los lagos contiguos, aunque exis-
ten numerosas excepciones, que optan por procedimientos diversos de de-
limitación como, por ejemplo, el establecimiento de la frontera en las ribe-
ras del lago —Lago Malawi entre Malawi y Tanzania o Lago Tiberiades en-
tre Israel y Siria—.
79 Véanse al respecto J.A., Barberis, Régimen jurídico del Río de la Plata, op. cit., p. 59; F. Schröter, «Les systè-
mes de délimitation…», op. cit., p. 967; H. Ruiz-Fabri, op. cit., pp. 830 y ss.; M. Querol, op. cit., pp. 97 y ss.
80 La distinción entre unos y otros es hecha por Pondaven (op. cit., pp. 10 y ss), que sigue para ello el crite-
rio de la horizontalidad del plano de agua y de la frecuencia de renovación del caudal, de forma que una
masa de agua se considera como lago si es un plano de agua horizontal, en el que la relación del caudal dia-
rio respecto a la masa de agua retenida es inferior a la unidad. Ello no impide que François Schröter («Les
systèmes de délimitation…», op. cit., p. 950) señale la frecuencia con la que es imposible distinguir entre ríos
y lagos internacionales, lo que le lleva prima facie a adoptar una visión global de los sistemas de delimita-
ción fluvial y lacustre, pero reconociendo que la segunda plantea a menudo problemas particulares.
81 Aeste respecto véanse Ph. Pondaven, op. cit., pp. 74 y ss.; F. Schröter, «Les systèmes de délimitation…»,
op. cit., p. 950.
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V. Fuentes del derecho internacional que rigen las aguas no marítimas in-
ternacionales
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86 Para un análisis de los principales asuntos resueltos por tribunales u órganos arbitrales internacionales
y de las decisiones más significativas en países como Alemania, Argentina, Estados Unidos o Suiza véase
S.C. McCaffrey, op. cit., pp. 179 y ss.
87 CPJI, serie Anúm. 7, pp. 19 y ss.
88 Véase F.J. Berber, op. cit., pp. 168 y ss.; S.C. McCaffrey, op. cit., p. 217 ss.
89 Para un análisis de las dificultades de la costumbre internacional en el Derecho de los cursos de agua in-
ternacionales véase H. Ruiz-Fabri, op. cit., pp. 818 y ss.
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90 Así se pronuncia Berber (op. cit., pp. 128 y ss), quien cita diversos ejemplos de materias propias de las re-
laciones entre Estados en las que existe un considerable número de tratados bilaterales pero en las que no
se ha desarrollado un Derecho consuetudinario, como por ejemplo, la extradición de criminales entre los Es-
tados Parte, la libertad de tránsito y aterrizaje de aeronaves de los Estados contratantes e incluso la libertad
de navegación en los ríos internacionales, cuestiones que si bien aparecen recogidas en tratados bilaterales
no han supuesto que se haya consagrado una norma consuetudinaria que imponga la extradición, el libre
tránsito o la libertad de navegación.
91 Así Ernesto José Rey Caro («La Codificación del Derecho de los usos de los cursos de agua internacio-
nales para fines distintos de la navegación», El Derecho internacional en un mundo en transformación…, op. cit.,
pp. 691 y 712), señala, refiriéndose a Jens Evensen, otro de los Relatores Especiales de la Comisión de Dere-
cho Internacional, que el citado principio constituye la codificación de un principio básico reconocido por
el Derecho internacional consuetudinario y demostrado por la práctica generalizada de los Estados. No obs-
tante, en contra de esa condición de este principio como regla consuetudinaria puede señalarse la Declara-
ción francesa al Convenio de Helsinki de 1992 en la que se apunta que la referencia al concepto de uso ra-
zonable y equitativo de los cursos de agua transfronterizos no significa el reconocimiento de un principio
de Derecho consuetudinario. Por su parte Mª Teresa Ponte (op. cit., pp. 21 y 111) defiende que, a pesar del
elevado número de tratados concluidos, el Derecho relativo a la utilización de los cursos de agua interna-
cionales ha seguido siendo, en gran parte, un Derecho consuetudinario, añadiendo además que no cabe du-
da de que la prohibición de causar daño es una norma de Derecho internacional consuetudinario del Dere-
cho internacional del medio ambiente y del Derecho de los cursos de agua internacionales, mientras que la
utilización equitativa y razonable no es sino codificación de principios reconocidos de Derecho internacio-
nal derivados del Derecho internacional consuetudinario. A favor del reconocimiento de la existencia de
normas consuetudinarias en el Derecho de los cursos de agua internacionales véanse además, L. Caflisch,
«La Convention du 21 mai 1997 sur l’utilisation des cours d’eau internationaux à des fins autres que la na-
vigation», Annuaire Français de Droit International, 1997, pp. 755 y ss.; H. Ruiz-Fabri, op. cit., p. 831; J. Bruhács,
op. cit., p. 77; M. Arcari, op. cit., p. 10.
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92 Stephen C. McCaffrey (op. cit., pp. 58 y ss) recuerda como en la lista de convenios relativos a cursos de
agua internacionales adoptada en su momento por la FAO se recogen no menos de 15 acuerdos relativos a
ocho cuencas fluviales diferentes, anteriores incluso a la fundación del sistema interestatal con la Paz de
Westfalia en 1648, incrementándose significativamente el número de tratados a partir de ese momento y
muy especialmente en el siglo XIX, cuando la fragmentación de los grandes imperios y su sustitución por
Estados convierte en ríos internacionales a algunos que antes eran internos. En ese sentido se apunta como
precedente más antiguo el convenio concluido aproximadamente en el año 3.100 a.c. entre las ciudades de
Umma y Lagash en Mesopotamia.
93 En ese sentido véase, por ejemplo, F.J. Berber, op. cit., pp. 270 y ss.
94 CPJI, serie A/B núm. 70, p. 16.
95 Cit., p. 108.
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96 De hecho en esa ocasión el Tribunal señalaba la conveniencia de remontarse a los principios que regu-
lan en general el Derecho fluvial internacional, pudiendo deducirse de ello la existencia de tales principios
generales (cit., p. 26). En este sentido William L. Griffin («The Use of Waters of International Drainage Ba-
sins under Customary International Law», American Journal of International Law, 1959, pp. 50 y 77) apunta-
ba, ya hace casi medio siglo, la existencia de principios que limitan el poder de los Estados para usar las
aguas de las cuencas hidrográficas internacionales sin tener en cuenta los efectos perjudiciales para los co-
ribereños, añadiendo que si se plantease un asunto ante un tribunal sobre esta cuestión, éste podría resol-
ver el mismo conforme a dichos principios. En ese sentido véase, por ejemplo, L. Caflisch, «Règles généra-
les…», op. cit., p. 216.
97 Véase M. Castillo Daudí, op. cit., p. 129. En ese mismo sentido Laurence Boisson de Chazournes («Eaux
internationales et droit international: vers l’idée de gestion commune» en L. Boisson de Chazournes y
S.M.A. Salman, op. cit., pp. 23 y ss) califica la adopción de la Convención de 1997 como una etapa funda-
mental en la evolución de la reglamentación en la materia, ya que se trata del armazón destinado a sostener
la arquitectura global del régimen de gestión de los cursos de agua internacionales. Así, dicho texto es un
instrumento que quiere ser la pieza maestra de un sistema complejo, llamado a consolidarse y extenderse
gradualmente para cubrir las diversas situaciones particulares.
98 En esa misma línea Lucius Caflisch («La Convention du 21 mai 1997…», op. cit., p. 770) considera que
ciertas disposiciones de la Convención de 1997 son a buen seguro el reflejo del Derecho consuetudinario,
por lo que señala que ese Convenio es codificador, añadiendo además que otras disposiciones de dicho tex-
to podrían haber contribuido a cristalizar reglas consuetudinarias en formación.
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99 Véase P. Daillier y A. Pellet, op. cit., p. 1229. También Ernesto José Rey Caro («El derecho…», op. cit., p.
630) parece atribuir a la Convención de Nueva York de 1997 un valor codificador del Derecho internacional
consuetudinario vigente en la materia, si bien luego parece dudar al respecto al añadir la condición de este
texto como plasmación de: «[…] al menos expresiones de ese soft law o “derecho blando” al que la doctri-
na contemporánea ha otorgado una singular relevancia».
100 Sólo veintiuno de los, al menos, treinta y cinco Estados exigidos en el artículo 36.1 de la Convención
han emitido su ratificación, aceptación, aprobación o adhesión. Véase Status of the Watercourse Convention as
of 4 October 2005 en http://www.internationalwaterlaw.org/IntlDocs/Watercourse_status.htm.
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101 Véanse al respecto L. Caflisch, «La Convention du 21 mai 1997…», op. cit., pp. 797 y 798; S.M.A. Sal-
man, op. cit., p. 94.
102 Ese papel de modelo es apuntado por Attila Tanzi (op. cit., pp. 99 y 100), quien, tras señalar que el va-
lor normativo de esta Convención no depende exclusivamente de su entrada en vigor o del número de ra-
tificaciones, sino de la medida en que dicho texto se corresponda con el Derecho preexistente o en fase avan-
zada de formación, afirma que respecto de su impacto innovador sobre el Derecho general habrá que espe-
rar a la práctica futura, especialmente de naturaleza convencional, para ver en qué medida la Convención
de 1997 constituye un modelo. En ese sentido apunta que la práctica reciente, tanto bilateral como regional,
proporciona elementos a favor de la consideración de ese efecto por la Convención, incluso aunque esa prác-
tica se apoye en el Proyecto de artículos de la Comisión de Derecho Internacional.
103 Véanse S. McCaffrey y M. Sinjela, «The 1997 United Nations Convention on International Watercour-
ses», American Journal of International Law, 1998, pp. 105 y ss.; S.C. McCaffrey, op. cit., pp. 314 y ss.
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107 Puede señalarse como uno de los primeros pronunciamientos la sentencia del Tribunal Supremo ame-
ricano de 1907, en el asunto Kansas v. Colorado en relación con el río Arkansas. Asimismo, destaca la senten-
cia de 12 de enero de 1878 del Tribunal Federal Suizo en el asunto Aargau c. Zurich, por ser considerada co-
mo la primera en la que un tribunal se aproxima a la cuestión desde el punto de vista del Derecho interna-
cional.
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110 Véase J.A. Barberis, F.M. Armas Pfirter y M. Querol, op. cit., p. 77. Respecto a la noción de utilización
equitativa véase además X. Fuentes, «The Criteria for the Equitable Utilization of International Rivers», Bri -
tish Yearbook of International Law, 1996, pp. 337 y ss.
111 Ese objetivo de la sostenibilidad, definido en el Informe de la Comisión de las Naciones Unidas para el
medio ambiente y el desarrollo (Comisión Brudtland), se encuentra plasmado en otros textos internaciona-
les como la Declaración de la Cumbre de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo —Principio 3— o el
Convenio de Helsinki de 1992 —artículo 2.c) y 2.5.c)—, que presenta como uno de sus rasgos esenciales su
orientación al proteccionismo. Véanse al respecto J. Brunnée y S.J. Toope, «Environmental Security and
Freshwater Resources: Ecosystem Regime Building», American Journal of International Law, 1997, pp. 26 y ss.;
X. Fuentes, «Sustainable Development and the Equitable Utilization of International Watercourses», British
Yearbook of International Law, 1998, pp. 119 y ss.; M.I. Torres Cazorla, op. cit., pp. 226 y ss.
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ria compatibilidad del disfrute máximo con la protección adecuada del curso
de agua. Esa dimensión de carga resultante de este principio se refuerza en el
apartado 2 del mismo artículo 5, en el que se señala que el mismo se refiere no
solo al derecho de los Estados a participar en el aprovechamiento del curso de
agua sino también la obligación paralela de participar en su protección confor-
me a la misma premisa de equidad y razonabilidad. La introducción del obje-
tivo de la sostenibilidad implica que la satisfacción de las necesidades actuales
de las poblaciones de los Estados ribereños debe tener en cuenta como uno de
sus límites la garantía de que no se compromete la capacidad de las generacio-
nes futuras de satisfacer sus necesidades. Eso supone no sólo evitar el agota-
miento del curso de agua sino también que no se alteran las condiciones del
mismo necesarias para los usos que se requerirán en el futuro, lo que se tradu-
ce en una adecuada protección medioambiental, que posteriormente se desa-
rrolla en el capítulo 4 de la Convención en la obligación de proteger y preser-
var el curso de agua, a la que nos referiremos más tarde.
Por otra parte los conceptos de equidad y razonabilidad presentan un
cierto carácter difuso que impide la generalización, de forma que la concre-
ción del derecho de cada uno de los Estados ribereños ha de hacerse nece-
sariamente caso por caso, en función de las circunstancias concretas de ca-
da curso de agua internacional. Con ese fin el artículo 6 de la Convención
de Nueva York, al igual que anteriormente el artículo V de las Reglas de
Helsinki, señala una serie de factores a tener en cuenta para esa determina-
ción, entre los que se encuentran los más visibles como los geográficos (por
ejemplo la proporción de la superficie del curso de agua que corresponde a
cada uno de los Estados ribereños), los hidrológicos (por ejemplo el caudal
del curso de agua o la proporción del aporte de agua que proviene de cada
Estado), los climáticos, los ecológicos, los económicos y sociales (por ejem-
plo la dependencia de la población de cada Estado respecto del curso de
agua, la posibilidad de encontrar fuentes sustitutivas y el coste de las mis-
mas o la necesidad de reducir el despilfarro de recursos), los demográficos,
los históricos (por ejemplo la utilización que cada Estado ha hecho del cur-
so de agua en el pasado), etc.
Debe tenerse en cuenta que se trata de una lista no exhaustiva, como
se deduce de la referencia que se hace en el artículo a esos factores entre
otros, lo que por otra parte resulta inevitable puesto que la heterogeneidad
entre los distintos cursos de agua, así como la diversidad de usos de los mis-
mos, imposibilitan la adopción de un catálogo que recoja todos los factores
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112 Numerosos tratados establecen esa prioridad, señalando, como regla general, a los usos domésticos y
la navegación como preferentes, si bien existen ejemplos en sentido contrario. Como plasmación de la regla
general puede citarse el artículo 8 del Tratado de 1 de enero de 1909 entre Gran Bretaña y Estados Unidos
relativo a las aguas fronterizas, y entre los que establecen un orden distinto se encuentra, por ejemplo, el Tra-
tado de 3 de febrero de 1944, entre México y los Estados Unidos relativo a la utilización de las aguas de los
ríos Colorado, Tijuana y Río Grande, en que los usos domésticos y municipales ocupan el primer lugar pe-
ro la navegación queda detrás de otros usos como la agricultura, la energía eléctrica y otros usos industria-
les, y únicamente por delante de la caza y la pesca y de otros usos beneficiosos que pudieran ser determi-
nados por la Comisión creada por dicho Tratado. En cuanto al papel de la costumbre Luis Martínez-Agulló
(op. cit., p. 47) advierte que, si bien no existe una regla consuetudinaria que imponga una preferencia en los
usos, eso no impide que la costumbre juegue un papel estableciendo unos criterios generales de preferencia
en caso de conflicto entre los distintos usos, para lo que acude a los esgrimidos por von der Heydte en sus
observaciones en el marco de los trabajos llevados a cabo por el Instituto de Derecho Internacional en su se-
sión de Neuchâtel (cit., p. 301), de forma que los usos ordinarios priman sobre los extraordinarios, los pre-
cedentes sobre los reclamados con posterioridad y los más vitales sobre los de menor importancia, además
de apuntar en primer lugar que la navegación precede a cualquier otro uso.
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116 Véase J. Juste Ruiz, Derecho internacional del medio ambiente, Madrid, 1994, p. 72. En este sentido Mireya
Castillo (op. cit., p. 138) señala que el citado principio, tal como se recoge en el artículo 7 del Convenio de
Nueva York de 1997, es en realidad una manifestación de uno de los principios fundamentales del Derecho
internacional ambiental: el principio de prevención del daño ambiental transfronterizo.
117 Cit., pp. 156 y ss.
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tenido como consecuencia una contaminación de las aguas, o que las aguas
restituidas hubieran tenido una composición química o una temperatura, o
cualquier otra característica, distintas se hubiera podido perjudicar los intere-
ses españoles.
En ese sentido la citada sentencia admite que existe un principio pro-
hibiendo al Estado de la parte superior del cauce cambiar las aguas de un río
de su condición natural para perjudicar seriamente al Estado de la parte ba-
ja del cauce, si bien en este caso dicho principio no puede aplicarse porque
el tribunal establece que el proyecto francés no alteraba las aguas del río Ca-
rol118. No obstante, ha de apuntarse que la proclamación de este principio en
esta sentencia arbitral es menos nítida que, por ejemplo, la que con carácter
general se hace en las sentencias del Tribunal Internacional de Justicia cita-
das anteriormente, en las que se hablaba de no causar un perjuicio a otro Es-
tado mientras que en este caso se señala que el Estado de la parte alta del
cauce tiene, según las reglas de la buena fe, la obligación de tomar en consi-
deración los distintos intereses en presencia, buscar la satisfacción compati-
ble de todos ellos y de sus propios intereses y mostrar, a este respecto, un de-
seo real de conciliar los intereses del otro ribereño con los suyos propios, a lo
que añade que existe un principio que prohíbe al Estado de la parte alta del
cauce alterar las aguas de un río en condiciones tales que perjudique grave -
mente al Estado de la parte baja. De este tenor puede deducirse la posibilidad
de que se cause un perjuicio que no sea grave al Estado de la parte baja del
cauce sin que de ello tenga porque derivarse responsabilidad internacional.
Posteriormente el citado principio es objeto de atención en el capítulo 3
de las Reglas de Helsinki, que, anticipando lo que luego se recogerá en el ca-
pítulo 4 de la Convención de Nueva York, se centra en los daños medioam-
bientales119. Así el artículo X enuncia una doble obligación de los Estados al res-
pecto consistente en evitar cualquier forma nueva de contaminación que pu-
118 Cit., p. 107. Respecto de esta cuestión véanse, por ejemplo, G. Gaja, «River Pollution in International
Law», La protection de l’environnement et le droit international, Leiden, 1975, pp. 353 y ss.; J.G. Lammers, Pollu -
tion of International Watercourses. A Search of Substantive Rules and Principles of Law, La Haya, 1984; J. Sette–Ca-
mara, «Pollution of International Rivers», Recueil des cours de droit international public, t. 186, 1984-III, pp. 125
y ss.; A.Ch. Kiss, «”Tchernobale” ou la pollution accidentelle du Rhin par des produits chimiques», Annuai -
re Français de Droit International, 1987, pp. 719 y ss.; Mª.T. Ponte Iglesias, op. cit.; J. Polakiewicz, «La respon-
sabilité de l’État en matière de pollution des eaux fluviales ou souterraines internationales», Journal du Droit
International, 1991, pp. 283 y ss.;A. Nolkaemper, The Legal Regime for Transboundary Water Pollution: Between
Discretion and Constraint, Dordrecht, 1993.
119 En ese sentido el artículo IX recoge incluso una definición de lo que se entiende por contaminación de
las aguas, señalando como tal: «[…] todo cambio nocivo resultante de un acto humano en la composición,
contenido o calidad naturales de las aguas de una cuenca hidrográfica internacional».
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120 Annuaire de l’IDI, Session d’Athènes, 1979, vol. 58, t. II, p. 196.
121 En ese sentido se pronuncia Mireya Castillo (op. cit., pp. 139 y ss) calificando esa obligación de resultado
como una fórmula muy rigurosa, poco frecuente en la práctica convencional, en la que el principio de respon-
sabilidad y reparación por daños ambientales se formula en un tono esencialmente exhortatorio, lo que impi-
de que la regla recogida en el artículo 7 de la Convención pueda considerarse como una regla consagrada en
Derecho internacional. Esa rigidez es en su opinión un inconveniente que va a dificultar que los Estados situa-
dos río arriba estén dispuestos a vincularse por una obligación formulada en términos tan radicales.
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122 En ese sentido puede apuntarse la respuesta de von Bar a Politis respecto a la propuesta de éste de sus-
tituir el término “gravemente modificado” por el de “sensiblemente modificado” en el proyecto de Resolu-
ción sobre la reglamentación internacional de los usos de los cursos de agua internacionales, adoptada por el Insti-
tuto de Derecho Internacional en 1911 (cit., pp. 175 y ss), señalando que no recomendaba esa sustitución por
cuanto una modificación del curso de agua que no sea grave no altera esencialmente su carácter y, en su opi-
nión, el Estado de la parte inferior del cauce debe tolerar modificaciones incluso sensibles que no sean gra-
ves, puesto que en caso contrario el Estado de la parte superior del cauce estaría imposibilitado para hacer
un uso cualquiera del curso de agua mayor del que hacía con anterioridad, incluso aunque dicho uso no sea
perjudicial en forma alguna para el Estado de la parte inferior del cauce. No falta quien interpreta el perjui-
cio sensible en el sentido no de daño de una magnitud considerable sino de un menoscabo que pueda ser
constatado objetivamente. Véase J.A. Barberis, F.M. Armas Pfirter y M. Querol, op. cit., p. 77.
123 Véase L. Caflisch, «La Convention…», op. cit., p. 756.
124 Véase en este sentido M. Arcari, op. cit., p. 17.
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125 La íntima relación entre ambos principios es apuntada, entre otros, por Lucius Caflisch («Règles géné-
rales…», op. cit., p. 143), para quien la prohibición de causar un perjuicio prefigura la idea de una participa-
ción equitativa, o por Patricia Buirette (op. cit., p. 37), quien señala que el principio de no causar un perjui-
cio constituye la piedra angular de la utilización equitativa.
126 Cit., p. 381.
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127 En el mismo sentido se pronuncia la Asociación de Derecho Internacional en diversos textos como el
Proyecto de artículos relativo a las relaciones entre el agua, otros recursos naturales y el medio ambiente o la Resolu -
ción sobre la regulación del cauce de los cursos de agua internacionales, adoptados ambos en la sesión de Belgra-
do de 1980.
128 L. Caflisch, «La Convention du 21 mai 1997…», op. cit., p. 762.
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129 En esta versión el artículo 7 se limitaba a prohibir a los Estados de un curso de agua internacional la
utilización de éste de manera que se cause daño apreciable a otro Estado del curso de agua. Véase Anuario
de la CDI, 1991, vol. II (segunda parte), p. 73.
130 Esa prioridad de la utilización equitativa se apoya también en el hecho de que el Tribunal Internacio-
nal de Justicia, en su sentencia en el asunto del Proyecto Gabcikovo-Nagymaros (cit., par. 85 y 147), se refiere en
dos ocasiones al mismo sin mencionar la prohibición de causar daño. Véanse en este sentido L. Caflisch, «La
Convention du 21 mai 1997…», op. cit., pp. 796 y ss.; S. McCaffrey y M. Sinjela, op. cit., p. 101; S.C. McCaf-
frey, op. cit., p. 307.
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132 Véase M.M. Farrajota, «Notification and Consultation in the Law Applicable to International Water-
courses» en L. Boisson de Chazournes y S.M.A. Salman, op. cit., p. 309.
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133 Véanse, por ejemplo, W.L. Griffin, op. cit., p. 79; Mª.T. Ponte Iglesias, op. cit., pp. 196 y ss.; A. Garane,
«Notification et consultation en droit des cours d’eaux internationaux» en L. Boisson de Chazournes y
S.M.A. Salman, op. cit., pp. 270 y ss.
134 Cit., pp. 105 y ss. La interpretación de esta sentencia llevaba a Luis Martínez-Agulló (op. cit., pp. 84 y ss)
a la misma conclusión apuntada anteriormente respecto de la inexistencia del derecho de veto con carácter
general, al señalar que se concede al Estado que puede sufrir las consecuencias de un proyecto el derecho a
exigir la notificación por el Estado que lo realiza, puesto que con ello se garantiza al primero que se encuen-
tra en condiciones de negociar sobre una base amistosa y resolver el conflicto; pero no ocurre lo mismo res-
pecto de la necesidad de llegar a un acuerdo antes de realizar las obras que puedan modificar el régimen de
un río. Así el autor apunta que la notificación, por sí misma, no da lugar al veto, que sólo resulta del acuer-
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137 Diferencias que llegan incluso hasta la propia naturaleza jurídica de los organismos de cooperación,
puesto que junto a los de índole gubernamental pueden encontrarse en algunos casos corporaciones priva-
das, creadas o autorizadas por los Estados para la explotación de determinados recursos hídricos o algunos
de sus usos. Véase G.J. Cano, op. cit., pp. 126 y ss.
138 En relación con esta cuestión véase L. Caflisch, «Règles générales…», op. cit., pp. 197 y ss. y C.-A. Co-
lliard, op. cit., pp. 417 y ss.
139 Como ejemplo de organismo con amplias facultades puede señalarse la Comisión Administradora del
Río de la Plata, creada por el Tratado de Montevideo de 19 de noviembre de 1973, a la que se atribuye un
amplísimo abanico de tareas que van desde promover la investigación a la función reguladora o normativa
en relación con la pesca o incluso la de conocer de cualquier controversia que se hubiese podido plantear en
relación con el curso de agua.
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la adecuada conservación de los cursos de agua, lo que por otra parte pone
de manifiesto la trascendencia adquirida por ese objetivo de la protección
medioambiental en los últimos tiempos en el Derecho de los cursos de agua
internacionales. Es por eso que, de alguna forma, esta obligación se encuen-
tra anticipada en el tratamiento que en la Convención se hace de los princi-
pios generales, que contemplan un ámbito más amplio en el que podría sub-
sumirse esa cuestión de la protección medioambiental. Así ocurre en relación
con el principio de la utilización y participación equitativas y razonables, en
el que la inclusión del criterio de la sostenibilidad y la referencia a la protec-
ción del curso de agua, a los que ya nos referimos anteriormente al hablar de
este principio, permiten considerar que la preservación medioambiental de
ese curso de agua es uno de los aspectos incluidos en esos objetivos. Lo mis-
mo puede decirse respecto de la obligación de no causar un daño sensible y
de la obligación de cooperación, entre cuyas posibles aplicaciones pueden
encontrarse el no causar daños sensibles desde el punto de vista medioam-
biental o cooperar en este ámbito.
No obstante, la relación de la obligación de proteger y preservar el cur-
so de agua con la prohibición de causar daños sensibles tiene algún aspecto
que debe mencionarse, puesto que entre ambas existe una cierta autonomía, de
forma que la primera puede formar parte de la segunda, en el caso de que un
solo comportamiento implique la violación de ambas, de manera que la vulne-
ración del deber de protección suponga además que se causen daños sensibles,
pero puede ocurrir que una actuación constituya una violación de la obliga-
ción de proteger y preservar pero no comporte daños sensibles, es decir que
los daños sean de escasa importancia, lo que sin embargo no impide que se
pueda incurrir en responsabilidad por la violación del deber de protección140.
Por otra parte debe señalarse que esta vertiente proteccionista no apare-
ce ex novo con la Convención de 1997 sino que cuenta con un paso previo, co-
mo es el del Convenio de Helsinki de 1992, que tiene incluso una mayor tras-
cendencia en relación con la toma en consideración de las cuestiones me-
dioambientales en el régimen jurídico de los cursos de agua internacionales,
que pasan de ser un elemento más de regulación en convenios que tratan otros
muchos aspectos de ese régimen jurídico a ser reguladas, por vez primera, en
exclusiva141. En este sentido podría afirmarse que la Convención de Nueva
140 Véase a este respecto M. Castillo Daudí, op. cit., p. 149; M. Arcari, op. cit., p. 27.
141 M.I. Torres Cazorla, op. cit., pp. 229 y ss.
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ésta la primera vez en que se define el sentido con el que debe entenderse el
término contaminación, y ya el Instituto de Derecho Internacional, en su sesión
de Madrid de 1911, lo mencionaba, aunque fuese de forma indirecta, al seña-
lar que quedaba prohibida: «[…] toda alteración perjudicial del agua, todo ver-
timiento de materias nocivas procedentes de fábricas, etc.»144. Por su parte el ar-
tículo IX de las Reglas de Helsinki señalaba que el término “polución del
agua” se refería a: «[…] cualquier cambio perjudicial que resulte de la conduc-
ta humana en la composición, contenido o calidad natural de las aguas de una
cuenca hidrográfica internacional». De nuevo el Instituto de Derecho Interna-
cional, en el artículo 1.1 de su Resolución relativa a la contaminación de los ríos
y los lagos y el Derecho internacional, adoptada en su sesión de Atenas de 1979,
hablaba de: «[…] toda alteración física, química o biológica de la composición
o calidad de las aguas que se derive directa o indirectamente de la acción hu-
mana y afecte los usos legítimos de esas aguas, causando de ese modo perjui-
cio»145.
En relación a todas esas definiciones, u otras realizadas anteriormente146,
debe señalarse que la adoptada por la Comisión de Derecho Internacional re-
sulta menos minuciosa, lo que se detecta incluso respecto a las recogidas por
alguno de los Relatores Especiales en las fases previas de la adopción del Pro-
yecto de artículos147. Así, se deduce del hecho de que la definición finalmente
recogida en el artículo 21 prescinda de cualquier mención al tipo de contami-
nación, al agente contaminante o a las clases de efectos nocivos, limitándose a
una definición muy general en la que lo más destacable es la alusión a que el
resultado puede ser la alteración de la composición o calidad de las aguas y a
que el origen de la misma sea un comportamiento humano, lo que por otra
parte es una constante de todas las definiciones anteriores que circunscriben la
posibilidad de que se generen obligaciones para los Estados, desde el punto de
vista jurídico, a la contaminación de origen humano y no a la debida a causas
naturales.
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148 En ese sentido Mª Teresa Ponte (op. cit., p. 188) señala que la obligación de no contaminar las aguas flu-
viales, además de no tener un carácter absoluto, será una simple obligación de diligencia, adaptada a las cir-
cunstancias especiales de cada curso de agua que implica un deber de prevención para no crear un daño se-
rio o sustancial a otro. Además, la autora apunta la íntima conexión de la obligación de no contaminar y de
prevenir la contaminación con el deber de cooperar, puesto que sin cooperación internacional no es posible
prevenir de manera efectiva la contaminación ni proteger el medio ambiente a escala global.
149 M. Castillo Daudí, op. cit., p. 153.
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150 Véase J. Sohnle, «Nouvelles tendances en matière de règlement pacifique des différends relatifs aux res-
sources en eau douce internationaux» en L. Boisson de Chazournes y S.M.A. Salman, op. cit., pp. 389.
151 Véase N. Ochoa-Ruiz, «Dispute Settlement over Non-Navigational Uses of International Watercourses»
en L. Boisson de Chazournes y S.M.A. Salman, op. cit., pp. 347 y ss.
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152 También el Convenio de Helsinki de 1992 se limita, en su artículo 22.1 a una remisión a lo recogido en
el artículo 33 de la Carta de las Naciones Unidas en cuanto a los medios de arreglo pacífico de controver-
sias. Véase M.I. Torres Cazorla, op. cit., pp. 257 y ss.
153 L. Caflisch, «La Convention du 21 mai 1997…», op. cit., p. 796
154 En esa misma línea se situaban, mucho antes de la adopción de la Convención de Nueva York, John G.
Laylin y Rinaldo L. Bianchi («The Rôle of Adjudication in International River Disputes. The Lake Lanoux Ca-
se», American Journal of International Law, 1959, pp. 30 y ss), al contradecir la opinión de quienes consideraban
que las cuestiones relativas al agua son el ejemplo clásico de controversias que no pueden resolverse de una
manera objetiva mediante una decisión jurídica. Ambos autores afirmaban que si bien es deseable acudir en
primer lugar a los medios de arreglo que implican un acuerdo entre las partes, el arreglo arbitral o judicial sí
que tiene utilidad en este sector, mencionando como ventajas del mismo tanto su papel constructivo para ha-
cer desaparecer los obstáculos que hubieran podido surgir durante la negociación como el proporcionar guías
de conducta o precedentes para el posterior arreglo de controversias mediante acuerdo.
155 L. Boisson de Chazournes, op. cit., p. 31.
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camente tras haber fallado las negociaciones para arreglar la controversia du-
rante 6 meses156.
En todo caso al análisis del recurso que los Estados han hecho a los dis-
tintos medios de arreglo existentes en Derecho internacional en relación con
controversias relativas a la utilización de cursos de agua internacionales pone
de manifiesto la preferencia que los Estados demuestran por el arbitraje res-
pecto del arreglo judicial, recogiéndose aquél incluso en numerosos convenios
bilaterales, algunos de los cuales recogen procedimientos detallados al respec-
to, pudiendo citar entre los más recientes el Convenio de 30 de noviembre de
1998 entre España y Portugal —artículo 26— o la Convención sobre la protec-
ción del Rhin de 12 de abril de 1999 —artículo 16 y anexo—. A los que deben
añadirse los anexos recogidos tanto en el Convenio de Helsinki de 1992 como
en la Convención de Nueva York de 1997.
La situación es distinta en lo que se refiere al recurso a los tribunales in-
ternacionales, de forma que son muy pocas las controversias que los Estados
han sometido al Tribunal Internacional de Justicia o a su predecesor el Tribu-
nal Permanente de Justicia Internacional. Las razones que se esgrimen para
justificar ese comportamiento se basan principalmente en la rigidez del proce-
dimiento de estos tribunales y en la preferencia de los Estados por mecanismos
de arreglo más flexibles157. En todo caso el incremento del número de casos an-
te el Tribunal y la reciente decisión en el asunto del Proyecto Gabcikovo-Nagyma -
ros hacen que sea razonable esperar que los Estados sometan en el futuro un
número mayor de controversias relativas a recursos de agua compartidos al
Tribunal Internacional de Justicia158.
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CAPÍTULO X
Efectos dañosos
y contaminación del agua
Por Víctor Guillermo Hernández
y Mauricio Pinto
I– Introducción
E
l agua como recurso natural renovable se encuentra en una profunda
crisis de subsistencia en atención a diversos factores que atentan con-
tra su preservación como elemento vital para la vida en nuestro pla-
neta. El agua dulce está sometida en la actualidad a una presión por parte del
hombre en cuanto a sus usos de tal magnitud, que nos encontramos en el
umbral de una crisis hídrica mundial de magnitudes insospechadas.
En el marco de un crecimiento demográfico explosivo y una creciente
alteración del clima global (cambio climático), la oferta y demanda hídrica
han sufrido alteraciones dramáticas que nos llevan inexorablemente a pen-
sar que si no se toman decisiones políticas de envergadura, la crisis puede
tornarse irreversible.
Según el Informe Mundial sobre el Desarrollo de los Recursos Hidricos
del año 2.003, se preve que en los próximos veinte años el promedio mundial
de abastecimiento de agua por habitante disminuirá en un tercio, a causa del
crecimiento de la población, de la contaminación y del cambio climático1.
1 Citado por Hofer, María Isabel – La Contaminación de las aguas desde la optica del Derecho, Ediciones
del Pais, 2006, pag. 17
369
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2 Allende, Guillermo – Derecho de Aguas, con acotaciones hidrológicas – Eudeba – 1.971, pag. 32
3 Reglas de Helsinski – Instituto de Economía, Legislación y Administración del Agua , INCYTH – INELA,
1.976, pag. 17
370
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1.988, por el Diputado Luis Borsani y elaborado por los Dres. César Luis
Magnani y María Elena Agradano de Llanos, en su art. 196, estableció una
prohibición genérica de contaminación: “Prohibición de Contaminación: Na-
die puede alterar las características físicas, químicas y biológicas de las aguas
de manera tal que resulten peligrosas para la salud, inaptas para el uso de
que ellas se realizare, perniciosas para el ambiente o para la vida que se de-
sarrolle en el agua o los alveos, o que por su color, olor, sabor, o temperatu-
ra causen molestias o daños.
En forma muy similar, por su parte el Código de Aguas de la provin-
cia del Chaco del año 1.986, Ley nº 3.230, establece en su articulo 62º.- “Na-
die podrá variar el régimen, naturaleza o calidad de las aguas, ni alterar los
cauces naturales o artificiales, ni su uso, sin previa autorización; y en ningún
caso si con ello se perjudicare la salud publica, se causare daño a la comuni-
dad, a las cuencas, a otros recursos naturales o al sistema ecológico. Tampo-
co se podrá obstruir los caminos de servicio de las obras hidraulicas, sin au-
torización de la autoridad de aplicación... A su vez en su articulo 67º dispo-
ne que “... A los efectos de este código, serán consideradas aguas contamina-
das aquellas que por cualquier causa resultaren peligrosas para la salud,
inaptas para el uso que de ellas se realizare, perniciosas para el medio am-
biente o la vida que se desarrollare en el agua o álveo, o aquellas que por su
olor, sabor, temperatura o color causaren molestias o daños...”
Hacia finales del Siglo XX, esta concepción fue evolucionando hacia el
Desarrollo Sustentable, en el cual el agua juega un rol principalísimo, pues
de su protección depende el futuro de la humanidad. En la Conferencia In-
ternacional sobre el Agua y el Medio Ambiente, desarrollado entre los días
26-31 de enero de 1.992, en la Ciudad de Dublín, República de Irlanda, en el
Principio nº 1 se dispuso que “El agua dulce es un recurso finito y vulnera-
ble, esencial para sostener la vida, el desarrollo y el medio ambiente”. Aho-
ra bien, en el Informe de la Conferencia, se expresó que este principio “...
consiste en que, habida cuenta de que el agua sostiene todas las formas de
vida, es preciso aplicar un planteamiento integral al desarrollo de las socie-
dades humanas y las economías y a la protección de los ecosistemas natura-
les de los que, en ultima instancia, depende la superviviencia de la humani-
dad. Esto incluye no sólo la necesidad de considerar todo el ciclo hídrico (in-
cluyendo la distribución de la lluvia, la conservación de las fuentes, los sis-
temas de abastecimiento y tratamiento de aguas residuales y la interacción
con medio ambiente natural y el uso de los suelos), sino también las necesi-
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5 Solanes, Miguel, Empleo Armónico de los Recursos Naturales, Medio Ambiente y un instrumento insti-
tucional de actuación pública: El poder de Policía, LELA, INLYTU, 1983.– pag 14.
6 Moyano, Amilcar – Acciones de preservación y desarrollo del patrimonio Ambiental – Editorial Idearium,
1.990, pag. 23.
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7 Solanes, Miguel – Uso del Agua y Ambiente Hídrico. El caso de Mendoza.. Editorial del INCYTH – CE-
LA, año 1978, pag. 105
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nación hídrica puede llegar a constituir un delito del derecho penal en la me-
dida que la misma pueda afectar a las aguas potables, destinadas al uso pú-
blico o al consumo de una colectividad de personas y se encuentra sanciona-
da, en la medida que exista dolo o intencionalidad , con penas de reclusión
o prisión. (art. 200 del C.P.)
Con la modificación de la ley 25.189, el tipo delictivo también acepta la
figura de la culpa, negligencia e impericia en el propio arte o profesión y la
inobservancia de los reglamentos u ordenanzas, las que son sancionadas con
penas menores.
Estos delitos son los denominados delitos de “peligro”, desde un pun-
to de vista objetivo, esto implica la existencia de una situación real que su-
giere la probabilidad de que ocurra un evento dañoso8. Pero además, son de
peligro concreto, es decir que efectivamente el actuar delictivo significa un
peligro, para la seguridad o salud pública.
En estos casos, el delito se comete sobre las aguas potables, las cuales
podemos considerarlas no sólo a aquellas aguas que necesariamente se en-
cuentran dentro del sistema de aprovisionamiento del servicio de agua (por
ejemplo la red de Obras Sanitarias Mendoza S.A.), sino que comprenden
también a todas aquellas aguas que tienen aptitud para el consumo humano
o que de algún modo están destinadas para el consumo de una colectividad
de personas. Esto es muy común en las zonas rurales donde las viviendas o
pequeñas comunidades se abastecen de la misma agua del río o de la red de
riego agrícola, tal como es el caso en comunidades agrícolas del oasis men-
docino. Por ello, esta figura del derecho penal, si bien su objetivo es la pro-
tección de la salubridad pública, puede perfectamente ser utilizada como un
instrumento más de lucha contra la contaminación hídrica.
Distinto es el caso de la protección de las aguas que establece la Ley
24051 de Residuos Peligrosos. La normativa en cuestión pretende proteger el
ambiente y los recursos naturales de los efectos producidos por los residuos
peligrosos (art. 1), determinando que es peligroso todo residuo que pueda
causar daño, directa o indirectamente a seres vivos o contaminar el suelo, el
agua, la atmósfera o el ambiente en general (art. 2).
La protección que establece la Ley 24.051 a las aguas por la contamina-
ción causada por los residuos peligrosos, tiene vertientes administrativas, ci-
viles y penales.
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9 Jacobo, Gabriel – Rouges, Carlos – Regimen Legal de la Residuos Peligrosos (Ley 24051) En. Depalma,
1993 - pag. 80
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13 Cano, Guillermo – Colección de estudios jurídicos-políticos sobre los recursos naturales y el ambiente
humano, Tº III, Volumen I, título 23, edición INCYTH – INELA, año 1.973
14 Moyano, Amílcar – “Aspectos legales e institucionales de la contaminación hídrica” – La Ley – Sección
Doctrina, T 1993
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15 Rovere, Marta Brunilda – “El agua como valor ambiental, social y económico”, en “Ambiente, Derecho
y Sustentabilidad” – Editor Juan Rodrigo Walsh – Edit. La Ley – año 2000, pag. 209
16 Confr. Bidart Campos, Manual de la Constitución reformada – Tº I, Ediar, año 1996, pag. 449/450
17 García Minella, Gabriela – “Ley General del Ambiente”, en “Derecho Ambiental (su actualidad de cara
al tercer milenio)”, coordinado por Eduardo Pablo Giménez – Editorial EDIAR – año 2004, pag. 32
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18 Ramón Martín Mateo, “Tratado de Derecho Ambiental”, ob cit, vol. I, p 93; Mario Valls, “Derecho Am-
biental”, ob cit, p 59
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19 Antonio Embid Irujo, “Uso del Agua e Impacto Ambiental”, en Antonio Embid Irujo (director), “Cali-
dad de las Aguas”, Universidad de Zaragoza, año 1.994, pags. 116/117
20 En la Provincia de Mendoza el Departamento General de Irrigación es la autoridad estatal con compe-
tencia administrativa exclusiva y excluyente sobre aguas, tal como precepta el art. 188 de la Const. de Men-
doza, y ha observado la Suprema Corte de Justicia de Mendoza in re “DGI c/Gobierno de Mendoza p/in-
const”, publicado en La Ley Gran Cuyo, T° 2005, p. 1290, con nota de Mauricio Pinto y Noelia Torchia,
“Áreas Naturales Protegidas, desarrollo y administración hídrica”.
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IX - Conclusión
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nifique avanzar sobre la corriente del agua. Tales obras de defensa será exclusi-
vamente a cargo y costo del ribereño interesado. También la ley permite a los ri-
bereños realizar distintas actividades, a su exclusivo cargo, cuando las aguas de
los cauces se estancasen, corriesen más lentas o impetuosas o cambiaren su cur-
so natural, con el objeto de remover los obstáculos, construir obras de defensas
o reparar los daños causados en las márgenes y riberas (art. 2.643 C.C.).
Distinta es la solución cuando los daños se producen por caso fortuito o
fuerza mayor. En este caso, el art. 2.644 del C.C. dispone que es el Estado, na-
cional o provincial según el caso, el encargado de los gastos necesarios para
volver las aguas a su estado anterior, siendo la solución de estricta justicia y
equidad22, rigiéndose en tal caso por las normas del derecho administrativo lo-
cal (art. 2.645 C.C., según ley 17.711).
Finalmente, cuando los daños son causados por terceros ribereños, sea
por la destrucción de obras de defensa o por la ejecución de obras perjudicia-
les, el Código Civil, establece que los mismos serán responsables por los daños
y perjuicios causados, además de los gastos que deriven de su accionar (art.
2.644, segunda parte, C.C.).
La provincia de Mendoza, en uso de las atribuciones que le otorga la
Constitución Nacional, provincial y el propio Código Civil, dispuso en la Ley
de Aguas distintos artículos vinculados a la protección contra los efectos noci-
vos de las aguas y de las obras de defensa en los artículos 168 a 173, permitien-
do a los colindantes adoptar todas las medidas necesarias para proteger a sus
riberas y márgenes de los efectos dañosos de las aguas, debiendo dar aviso a
la Inspección de cauce o autoridad hídrica pertinente, o en su caso, solicitar di-
rectamente la autorización previa al Superintendente General de Irrigación
por la magnitud de las obras de defensa a realizar23.
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tenido recepción legislativa tanto en la ley civil, como en leyes locales, aunque
de un modo parcial e incompleto.
El Código Civil, en el art. 2.647 dice que los terrenos inferiores están su-
jetos a recibir las aguas que naturalmente desciendan de los terrenos superio-
res, sin que para eso hubiese contribuido el trabajo del hombre, a lo que de-
bemos agregar la prohibición genérica del art. 2.633 que dispone la obligación
de tomar las medidas necesarias para hacer correr las aguas que no sean plu-
viales o de fuentes, por dentro de su propiedad o directamente sobre la vía
pública. Por otra parte, el art. 2.634 impone a los propietarios de inmuebles la
obligación de no hacer cambios en los niveles de su terreno, que impliquen
dirigir al fundo vecino las aguas pluviales que caen dentro de su heredad, sin
perjuicio de la prohibición de cambiar el curso de los ríos o arroyos, cavar o
alterar el lecho de los mismos, sin autorización administrativa (art. 2.642
C.C.).
Los mecanismos de defensa del código civil se limitan sólo a determi-
nar la responsabilidad por el pago de los daños y perjuicios que se pudiesen
ocasionar o de los gastos que devenguen los trabajos de defensa o remedia-
ción (arts. 2.580, 2.643, 2.644 y concs.), tal como se explicó en el punto anterior.
Las provincias, que sufren mayormente los efectos desvastadores de las
inundaciones y aluviones, son las que han desarrollado una legislación más
acabada destinada a evitar y prevenir este tipo de desastres naturales.
En el caso de las inundaciones, la provincia de Buenos Aires, es tal vez
junto a las provincias del litoral argentino, Santa Fe y el sur de Córdoba, las
que han sufrido en forma más recurrente este fenómeno natural. En su Códi-
go de Aguas (Ley 12.858) se han previsto distintas medidas y remedios lega-
les para hacer frente a este fenómeno. Así, por ejemplo, la ley impone la obli-
gación de confeccionar cartas de riesgo hídrico en las que se detallarán las zo-
nas que puedan ser afectadas por inundaciones, conforme a criterios geomor-
fológicos e hidrológicos (art. 6º), y en las cuales no se permitirán determina-
das obras, plantaciones, etc., sin previa autorización de la Autoridad del
Agua, ni se podrá otorgar la factibilidad hidráulica para construir. También la
ley establece procedimientos de evacuación de aguas y controles sobre las
vías de evacuación, fijación y demarcación sobre el terreno y catastro de las
vías de evacuación de inundaciones y de las zonas de riesgo de inundación.
(art. 151), pudiendo el Poder Ejecutivo imponer restricciones al dominio pri-
vado en el interés público sobre los inmuebles situados dentro de la vía de
evacuación de inundaciones y en las zonas de riesgo de inundación (art. 156).
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IV – Filtraciones:
24 Bertranou, Armando; Llop, Armando; Solanes, Miguel – Uso del Agua y Ambiente Hídrico. El caso
Mendoza. INCYTH-CELA, año 1.978, pag. 119
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te los arts. 2.621 y 2.625 del Código Civil, establecen y regulan restricciones
al dominio a los propietarios de fundos contiguos o colindantes, que impi-
den la construcción de piletas o pozos que puedan de algún modo causar in-
filtraciones o humedades, bajo apercibimiento de reclamar el cese de las mo-
lestias e incomodidades o daños, con más los perjuicios ocasionados. En es-
te caso, es de aplicación las disposiciones del art. 2.618 del citado cuerpo le-
gal, de control de inmisiones, como mecanismo para exigir la cesación de ta-
les molestias o eventos, con más los daños y perjuicios ocasionados.
La Ley de Aguas de Mendoza, en su art. 155 establece la prohibición de
hacer lagunas o depósitos de aguas que pudiesen causar perjuicios por filtra-
ciones en los terrenos de cultivos o edificios, determinando que el infractor
en tal caso será responsables por los daños y perjuicios que causare. El Códi-
go de Aguas de la provincia de Córdoba (Ley 5.589) regula las filtraciones en
los arts. 203º y 204º, estableciendo que todo acueducto o depósito artificial
deberá construirse de manera que no produzca filtraciones que causen per-
juicio. Por otra parte impone la obligación de la realización de obras de acon-
dicionamiento para evitar filtraciones, las cuales serán ejecutadas por el titu-
lar de la concesión o permiso en la forma en que establezca la autoridad de
aplicación, o en su caso serán ejecutadas por el Estado cuando los depósitos
o cursos de aguas sean del dominio del mismo.
V– Sedimentación:
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I. Introducción
25 Embid Irujo, Antonio – Calidad de las Aguas – Editorial Universidad de Zaragoza, pag. 36
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26 Rafael Mujeriego, “Otros recursos: desalación y reutilización”, en Jornadas sobre la gestión del agua en
Andalucía ante la experiencia de la sequía”, Ed. Fundación El Monte, 1995, p. 185.
27 José María Sumpsi Viñas et al, “Economía y Política de Gestión del Agua en la Agricultura”, Ed Mun-
di-Prensa – MAPA, 1998, p 45.
28 Vicente Caballer y Natividad Guadalajara, “Valoración económica del agua de riego”, Ed. Mundi-Pren-
sa, Madrid, 1998, p 94.
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29 S. Postel, “Last Oasis, Facing Water Scarcity”, citado por José María Sumpsi Viñas et al, “Economía y Po-
lítica de Gestión del Agua en la Agricultura”, ob cit, p 45.
30 Entre otros autores, José María Sumpsi Viñas et al, “Economía y Política de Gestión del Agua en la Agri-
cultura”, ob cit, observa en ps. 45/46 diversos datos cuantitativos sobre el desarrollo de reuso y el consi-
guiente ahorro hídrico en diversos países.
31 G. Pettygrove, D. Davenport y T. Asano, “Los recursos de agua residual municipal regenerada en Ca-
lifornia”, en Rafael Mujeriego, “Riego con agua residual regenerada”, Ed. Generalitat de Catalunya y Uni-
versitat Politécnica de Catalunya, 1990, citado por Vicente Caballer y Natividad Guadalajara, “Valoración
económica del agua de riego”, ob cit, p 96.
32 Vicente Caballer y Natividad Guadalajara, “Valoración económica del agua de riego”, ob cit, p 97.
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35 Javier Zuleta, “Manejo del Recurso Hídrico en la Provincia de Mendoza”, en FAO/PNUMA, “Planifica-
ción y manejo integrado de cuencas hidrogáficas en zonas áridas y semiáridas de América Latina”, Santia-
go de Chile, 1996, p. 301.
36 Al respecto, resulta de sumo interés los aspectos analizados en F. Eugene McJunkin, “Agua y salud hu-
mana”, Ed. OMS, México DF, 1986, p. 141 y ss.
37 Como medida de fomento al reuso, y de aseguramiento del cumplimiento de las condiciones requeri-
das, el presupuesto vigente para el año 2001 (Res. 30/01 HTA) dispuso una quita del 50% en el tributo hí-
drico por uso agrícola de aguas reutilizadas, ventaja que toma vigencia a partir de la habilitación que reali-
ce la autoridad de contralor.
38 Departamento General de Irrigación, “Informe ambiental 2000”, p 15, observa 11.400 hectáreas bajo re-
gadío con aguas regeneradas sólo en las cuencas de los Río Mendoza y Diamante.
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Irrigación y a las Inspecciones de Cauce como policías del uso del recurso
hídrico42.
Sin perjuicio de la permanencia de la demanialidad que señalamos
mientras no se produzca la desafectación, no puede sostenerse que el agua
mute su naturaleza intrínsica en el desarrollo del servicio de abastecimien-
to poblacional y la afección que éste le produce en su calidad.
Desde una perspectiva finalista, el fin al que es destinado el efluente
cloacal luego de su tratamiento en la respectiva planta y al ser receptado por
otros cuerpos hídricos o por sistemas de riego como los A.C.R.E., es el de la
irrigación de cultivos u otros usos propios del recurso hídrico, lo que es pa-
tente en el sistema legal mendocino en cuanto todo concesionario tiene la
obligación de construir desagües para verter sus sobrantes a la red pública
(art. 150 Ley de Aguas); y por ello, la naturaleza del efluente desde esta
perspectiva queda equiparada a la del restante recurso hídrico. Jurídica-
mente, y tal como se ha explicado previamente, la dominialidad pública de
las aguas concedidas para abastecimiento poblacional no se pierde, siguien-
do por ello bajo contralor de la autoridad hídrica. Además, ese agua de ca-
lidad alterada (H2O + x), en cuanto tiene aptitud para satisfacer usos de in-
terés general -como el uso agrícola-, constituye un bien que pertenece al do-
minio público hidráulico de la Provincia (art. 2340 inc. 3 CC).
Todo ello, concuerda con lo resuelto por la Suprema Corte de Justicia
de Mendoza, en la ya comentada sentencia del 28/05/93, donde consideró
el carácter de aguas públicas de los efluentes cloacales destinados a reuso43.
Por todo ello, si bien un operador puede adoptar el reuso agrícola co-
mo parte del saneamiento, dicha actividad implica la realización de produc-
ciones agrícolas que no son propias del alcance de la concesión de abasteci-
miento poblacional, la que se limita al uso del agua potable de beneficio co-
mún44, y no a ningún reuso asociado en actividad agrícola o de otro tipo,
aunque este sea a fin de brindar el concedido servicio público de sanea-
miento45.
42 En contrario, Alejandro Vergara Blanco, “Derecho de Aguas”, T° II, Ed. Jurídica de Chile, Santiago, p.
444 y ss., en especial p. 459 a 469, pretende justificar en el sistema chileno la despublificación del agua en fa-
vor de las empresas concesionarias del servicio público
43 SC Mendoza, en autos nº 44735 caratulados “Ortega Carlos c/Departamento General de Irrigación”
44 En este sentido, las Resoluciones 751/78 y 734/81 del Honorable Tribunal Administrativo del Departa-
mento General de Irrigación han establecido el alcance de la concesión para abastecimiento poblacional.
45 De la misma forma en que la concesión del servicio de agua potable exige el otorgamiento previo de una
concesión de uso de las aguas para abastecimiento poblacional, todo reuso agrícola que pretenda hacerse
bajo el servicio público de saneamiento requiere además el correspondiente título jurídico habilitante.
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47 Guillermo J. Cano, “Aspectos institucionales y jurídicos”, en Comisión Económica para América Lati-
na y El Caribe (CEPAL) y Consejo Federal de Inversiones (CFI), “Los Recursos Hidráulicos de Argentina”,
Ed. CFI, 1969 , Tº 7, p 606.
48 Sobre el surgimiento, naturaleza jurídica y atribuciones legales de este ente, resulta muy util los comen-
tarios de Armando Martínez, “Transformación del servicio público de agua potable y saneamiento en la
Provincia de Mendoza”, en Revista del Foro de Cuyo, nº 28, 1998, p 81/113. En igual sentido, es de sumo
valor el fallo de la Suprema Corte de Justicia de Mendoza, emitido el 10/05/01 en la causa Obras Sanitarias
Mendoza SAc. Provincia de Mendoza, publicado en Revista Voces Jurídicas - La Ley Gran Cuyo, año 6, nº
4, agosto de 2001, Ed. La Ley, p 654 y ss, con un valioso comentario de Alejandro Perez Hualde, “La inde-
pendencia de los entes reguladores de servicios públicos locales”.
49 La Ley de Procedimiento Administrativo de Mendoza nº 3909 dispone como vicio grosero causante de
nulidad el dictado de un acto administrativo –reglamento- el dictado del mismo en una situación de incom-
petencia que surge de haberse ejercido atribuciones de índole administrativa de otro órgano (art. 57 inc. a).
50 Mauricio Pinto, ”El reuso de efluentes en el marco jurídico argentino”, ob cit
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51 El artículo 188 de la Constitución de Mendoza dispone que “Todos los asuntos que se refieran a la irri-
gación en la Provincia, que no sean de competencia de la justicia ordinaria, estarán exclusivamente a cargo
de un Departamento General de Irrigación, compuesto de un Superintendente nombrado por el Poder Eje-
cutivo con acuerdo del Senado, de un Consejo compuesto de cinco miembros designados en la misma for-
ma, y de las demás autoridades que determine la ley”. No obstante la restrictiva mención que realiza el tex-
to constitucional al uso “irrigación”, una adecuada interpretación de dicho texto a la luz de los debates cons-
tituyentes de 1915 y las competencias otorgadas por las demás normas de Derecho de Aguas, resulta posi-
ble afirmar la competencia plena del organismo sobre todos los usos del recurso. En este sentido, y a efec-
tos de contemplar el verdadero espíritu del texto constitucional, resulta de utilidad lo expresado por el
Constituyente Barraquero durante los debates de la Convención Constituyente de 1915, quien expresó al
analizar y fundar el texto del artículo 188 que “la palabra ¨exclusivamente¨ tiene un alto significado, porque
es la palabra que declara la autonomía de la Irrigación, es decir, que todos los asuntos que interesan a la Irri-
gación y al uso del agua, le corresponden al interesado en la forma que esta Constitución lo determina”. Conf.
H. Convención Constituyente de 1915, “Debates de la Convención Constituyente de 1915”, Mendoza, 1941,
Tº 2, Ed. Oficial, p 448.
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VI. Conclusiones:
52 En este sentido, el Informe Técnico Nº 071/98 E.P.A.S., contemplaba a dicho ente regulador como orga-
nismo responsable de la regulación de áreas regadas con efluentes cloacales.
53 Mauricio Pinto, ”El reuso de efluentes en el marco jurídico argentino”, ob cit, p.819
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ciones de Cauce que aglutinen a los usuarios de las mismas, bajo el contra-
lor del Departamento General de Irrigación.
En lo que refiere al control de la calidad de las aguas regeneradas exis-
te una concurrencia de competencias en los límites de las jurisdicciones del
Ente Provincial del Agua y Saneamiento y el Departamento General de Irri-
gación, debiendo ambos organismos fiscalizar los puntos de vuelco de las
Plantas de Tratamiento. A partir de dicho punto de vuelco, el Departamen-
to General de Irrigación –y las Inspecciones de Cauce- resulta con compe-
tencia exclusiva en el contralor de la calidad del agua. Ello, sin perjuicio de
la competencia del Departamento General de Irrigación para fiscalizar toda
actividad de saneamiento que pueda ocasionar la contaminación de las
aguas.
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CAPÍTULO XI
Legislación y Administración
de Aguas en Mendoza
por Santiago J. Ruiz Freites.
L
a Provincia de Mendoza ha incorporado en su sistema legal – consti-
tucional, principios y directivas expresas sobre la administración y
gestión de las aguas, como bienes integrantes del dominio público.
La actual Constitución Provincial vigente desde 1916 continúa la línea
trazada por las constituciones previas y por la Ley General de Aguas de 1884,
si bien ha habido una larga evolución para llegar al actual sistema legal e ins-
titucional. Así, al llamado “derecho indiano”, siguieron las normas mendoci-
nas dictadas entre 1810, año de la Revolución de Mayo y 1884, con la sanción
de la Ley General, etapa llamada por la doctrina del “período intermedio”.1
La razón de incluir en esta obra general de Derecho y Administración
de Aguas, un capítulo especialmente dedicado al análisis del sistema legal de
la provincia de Mendoza, está dada precisamente por la evolución del mis-
mo y por la importancia e influencia que esta circunstancia ha tenido en el
resto de la República Argentina.
En efecto, se puede decir como ya lo ha hecho algún ilustre autor que
“de las zonas de regadío artificial del país, Mendoza fue siempre y sigue
siendo la más importante, tanto en cuanto a la extensión de la superficie cul-
tivada y a su importancia económica, como a lo completo del sistema legal
que preside el reparto de sus aguas… la legislación mendocina ha marcado
1 Cano Guillermo, “Régimen Jurídico Económico de las Aguas en Mendoza durante el Período Intermedio
(1810-1884), Librería de la Universidad, Mendoza, 1941, pág. 21.
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rumbos, en todas las épocas, a las demás regiones argentinas, como que la
mayor parte de las leyes de riego de ellas han tomado como modelo la men-
docina”.2
Se puede afirmar que la legislación mendocina de aguas se encuentra
fundada en aquellos principios heredados tanto de sus antecesores colonia-
les como indígenas, o mejor dicho como amalgama del sistema español con
el de huarpes e incas ya existente en período prehispánico.
Pero también es consecuencia esencialmente del aporte del genio espa-
ñol, influenciado tal vez por la larga dominación y presencia árabe en la pe-
nínsula, circunstancia histórica no exenta de polémica.3
A la llegada de los españoles a Mendoza, se dice que ya existían ciertas
obras hidráulicas para el aprovechamiento del agua, efectuadas por los in-
dios huarpes bajo dominación incaica. Un ejemplo es el todavía actual Canal
Cacique Guaymallén, otrora denominado Canal Zanjón, que se encuentra y
atraviesa la misma ciudad de Mendoza. El Profesor Guillermo Cano afirma
que este canal ya regaba unas 15.000 hectáreas a la época de la fundación de
la ciudad.4
Los aspectos vinculados al agua en Mendoza, estuvieron en una pri-
mera época regidos por las leyes españolas, y sobre todo aquellas que forma-
ban parte de las denominadas “Leyes de Indias”, aplicables en los territorios
de ultramar. En efecto, señala también Cano que esta legislación colonial es-
pañola se fundaba en la “propiedad por la Corona de todas las aguas, mon-
tes y pastos, cuyo uso a particulares se otorgaba por concesión o merced
real”, y a veces también “por la mera denuncia de estar vacante un determi-
nado bien público (tierra o aguas)”, lo que permitía entonces su uso, y en
consecuencia previo “denuncio”, su concesión.6 Pero el derecho indiano,
también indicaba y salvaguardaba que “la misma orden que los indios tuvie-
ron en la división y repartimiento de aguas, se guarde y practique entre los
españoles”.6
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SANTIAGO J. R U IZ F REITES .
Esta última norma (el Reglamento Aldao) estuvo vigente por cuarenta
años, “y presidió por consiguiente, una de las más relevantes etapas de la his-
toria económica de Mendoza: la de la rápida y considerable expansión de su
economía agraria; la de transformación de pueblo productor sólo para su con-
sumo doméstico en país exportador; la de evolución hacia el cultivo intensivo
de la tierra; la del comienzo del establecimiento de la vitivinicultura como in-
dustria capital de Mendoza”.8
7 Se mencionan aquí las normas principales citadas por Guillermo Cano en la obra “Régimen Jurídico Eco-
nómico de las Aguas en Mendoza durante el Período Intermedio (1810-1884), precitada.
8 Cano Guillermo, Régimen Jurídico Económico de las Aguas en Mendoza durante el Período Intermedio,
Ed. Librería de la Universidad, Mza, 1941, pág. 26.
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1. Principio de Inherencia.
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13 Pinto, Mauricio; Rogero, Gladys; Andino Marcela, “Ley de Aguas de 1884 Comentada y Concordada”,
Irrigacion Edita, Mza, 2006, pág. 43.
14 Pinto, Mauricio; Rogero Gladys; Andino, Marcela, ob. Cit., pág. 43.
15 Cano, Guillermo, Reseña Crítica de la Legislación y Administración de Aguas de Mendoza, Ed. Del Au-
tor, Mendoza, 1967, pág. 19.
16 Mató de Castro, Telma, “El agua para regadío y la inherencia al terreno”, Ed. D.G.I., Mendoza, 1994, pág. 4.
17 Mató de Castro, Telma; ob. cit., Ed. D.G.I., Mendoza, 1994, pág. 2.
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18 Textualmente el artículo 123º expresa en la parte pertinente: “El propietario de un terreno cultivado cu-
ya explotación haya cesado de efectuar, por causa de encenegamiento, sin renunciar a su derecho de rega-
dío, y habiendo satisfecho sin interrupción todos los impuestos que le correspondan en tal carácter y todos
los gastos…, puede solicitar concesión de agua en otro terreno, la que deberá concedérsele mediante el aban-
dono absoluto de su primitivo derecho y el consentimiento de los interesados del canal con cuyas aguas de-
see regar…”.
19 Spota, Alberto, “Tratado de Derecho de Aguas”, Ed. Jesús Menéndez, Bs. As. 1941, Tº II, pág. 945, citado
por Pinto, Rogero y Andino, en ob. cit., pág. 130.
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20 Pinto, Rogero y Andino, “Ley de Aguas de 1884 Comentada y Concordada, Irrigación Edita, Mza, 2006,
pág. 24.
21 Cano, Guillermo J., “Reseña Crítica de la Legislación y Administración de Aguas de Mendoza”, Ed. Del
Autor, Mza., 1967, pág. 40.
22 Carlucci, Nedo y Mathus Escorihuela, Miguel, “La Administración de Aguas en Mendoza”, Annales Ju-
ris Aquarum, 1ª Conferencia Internacional de Derecho de Aguas, AIDA, Argentina, 1968, pág. 360.
23 Pinto, Mauricio; Rogero, Gladis; Andino, Marcela; ob. cit., pág. 24.
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28 Cano Guillermo, Régimen Jurídico Económico de las Aguas en Mendoza durante el Período Intermedio
(1810-1884), Ed. Librería de la Universidad, Mza., 1941, pág. 105.
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cual se financian las obras, pero el costo de las mismas es reembolsado por
los beneficiarios directos en hasta en un 80%. El 20 % restante es “obra de
fomento con cargo a los fondos de este decreto – ley” (art. 15º, inc. a, Decr.
Ley Nº 555/75).
Tanto el aporte antedicho, como el “reembolso” de obras, sean estas ma-
yores o menores, por parte de los beneficiarios, tienen su fundamento jurídico
en la llamada contribución por mejoras, que deben tributar los concesionarios
por el mayor valor incorporado a su propiedad, por la obra efectuada. Para
efectivizar el reembolso, el valor del costo de la obra se “prorratea” entre los
usuarios beneficiados. El plazo para efectuar el monto del reembolso es de has-
ta un máximo de cinco años.
El uso privativo o especial del agua, al ser este un bien integrante del do-
minio público de las provincias, impone la necesidad de una autorización de
su titular. En el ordenamiento legal argentino y provincial es la llamada conce-
sión, la cual se analiza en la parte pertinente de esta obra.
En efecto, el Código Civil Argentino establece en el artículo 2642 que el
uso de las aguas requiere “concesión especial de autoridad competente”. Esta
autoridad no es otra que la Provincia titular de las aguas, quien se ha reserva-
do esta facultad en forma exclusiva, ya que nunca fue delegada a la autoridad
nacional, en el esquema de delegación de competencias de la Constitución Na-
cional.30
Ahora bien, la concesión del uso del agua en la Constitución mendocina
es de origen legal, es decir otorgada por la Legislatura Provincial a través de
una ley formal. Sistema que parece a primera vista como excesivamente rígi-
do, pero que tiene su razón de ser y su fundamento. Efectivamente, la escasez
del agua en Mendoza, y el intento por limitar la discrecionalidad de la autori-
dad administrativa, han sido la base para la consagración de este principio
constitucional, sumado a la consideración del recurso hídrico como “elemento
esencial para el desarrollo económico y social”.31
Se ha dicho en consecuencia que el otorgamiento de estas concesiones
30 Marienhoff, Miguel, “Régimen y Legislación de las Aguas Públicas”, Ed. Valerio Abeledo, Bs. As., 1939,
pág. 771.
31 Pinto, Rogero y Andino, ob. cit., pág. 106.
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“debe ser siempre hecho por una ley especial, esto es, dictada para cada ca-
so singular, de modo que no pueden ser acordadas por la autoridad admi-
nistrativa”.32
Asu vez, la norma constitucional establece mayorías especiales para la
aprobación legislativa -dos tercios de los miembros de las cámaras, diputa-
dos y senadores- , para el otorgamiento de concesiones, en tanto no se hayan
realizado las operaciones de aforo -balance hídrico-, que determinen la exis-
tencia de caudales. En este caso, y siempre que exista informe previo del De-
partamento de Irrigación, podrá otorgarse la concesión pero con carácter
“eventual”, por oposición a las “concesiones definitivas”, que son las otorga-
das inicialmente al sancionarse la Ley General de Aguas (1884) y hasta la
sanción de la Constitución.
Las concesiones que se otorguen una vez realizado el aforo de los ríos,
en tanto existan excedentes, no requerirán ya una mayoría especial para su
otorgamiento, y podrán ser definitivas.
A mayor claridad de lo expresado se transcribe el texto del artículo
194º de la Constitución Provincial:
“Mientras no se haga el aforo de los ríos de la provincia y sus afluen-
tes, no podrá acordarse ninguna nueva concesión de agua sin una ley espe-
cial e informe previo del Departamento de Irrigación, requiriéndose para su
sanción el voto favorable de los dos tercios de los miembros que componen
cada cámara.
Una vez efectuado el aforo, las concesiones de agua sólo necesitarán el
voto de la mitad más uno de los miembros que componen cada cámara.
Las concesiones que se acuerden, mientras no se realice el aforo, ten-
drán forzosamente carácter eventual”.
A pesar de los años pasados desde la sanción de la Constitución en
1916, el aforo de los ríos de la provincia no se ha efectuado en debida forma,
por diversas circunstancias, pero fundamentalmente por la inacción de la ad-
ministración y falta de voluntad política de los gobiernos. “Nunca ha existi-
do un pronunciamiento ni legislativo ni administrativo declarando consu-
mado el aforo”.33 Asimismo el abuso y desorden en los empadronamientos
de concesiones hace que, en el río Mendoza por ejemplo, se deduzca que los
32 Cano, Guillermo, “Reseña Crítica de la Legislación y Administración de Aguas de Mendoza”, Ed. Del
Autor, Mza., 1967, pág. 19.
33 Pinto, Rogero y Andino, ob. cit., pág. 127.
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Establece la ley que “No podrán hacerse concesiones de agua, con de-
recho de aprovechamiento indefinido, en perjuicio de derechos adquiridos”
(art. 19º, L.G.A.).
Esta norma tiende a proteger las concesiones previamente otorgadas,
prohibiendo expresamente el otorgamiento de nuevas concesiones que no
tengan su fundamento en sobrantes de caudal constatados mediante medi-
ciones o aforo, y que serán abastecidas siempre “después de cubiertos com-
pletamente los aprovechamientos existentes” (art. 128º, L.G.A.).
Implica en consecuencia, que las concesiones que se otorguen llevan
ínsita esta “cláusula sin perjuicio de terceros”.36
Incluye también la ley la primacía de las concesiones definitivas fren-
te a las eventuales, estableciendo que estas últimas “no pueden nunca per-
judicar a los que tienen o tengan derecho de aprovechamiento definitivo o
indefinido” (art. 22º, L.G.A.).; “ni que reduzcan la de los que tengan adqui-
ridos derechos de aprovechamiento definitivo a menos cantidad…” (art.
23º, L.G.A.).
Para evitar el perjuicio, la ley exige como requisito indispensable en el
otorgamiento de nuevas concesiones, “la audiencia de las personas a cuyo
derecho pueda afectar la concesión, si fuere conocida” (art. 135º, L.G.A.), de-
biendo publicarse la solicitud de concesión o su otorgamiento “cuando la
concesión afecte o pueda afectar intereses colectivos que no constituyan per-
sonalidad jurídica, o que carezcan de representante legal” (art. 137º, L.G.A.).
Asimismo, consecuencia de la aplicación de este principio es la posi-
bilidad de recurrir ante la Justicia cuando “se lastimen derechos adquiridos
35 Mathus Escorihuela, Miguel; “Aspectos Jurídicos vinculados al uso de las Aguas Públicas”; III Simposio
Nacional de Riego, Viedma, Río Negro, 1976, Tomo II, pág. 232.
36 Pinto, Rogero y Andino, ob. cit., pág. 49.
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3. Servidumbres.
4. Otros. Mención.
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La ley mendocina es obra del Dr. Manuel Bermejo, quien utiliza como
fuente y base fundamental para redactar la misma, a la Ley española de 1866
y su reforma de 1879. Pero también a toda la legislación vigente en el período
intermedio, desde la Revolución de Mayo e Independencia Nacional (1810-
1816); y hasta la sanción de la Ley en 1884.
Esta ley fue considerada en su época y por la contemporaneidad de su
fuente, de avanzada en el ámbito de la regulación de las aguas, y la primera
sobre las aguas en la República Argentina.
Así, y definiendo lo expresado, se ha resumido su contenido diciendo
que “La descentralización y desconcentración administrativa al nivel más
apropiado, equilibrada con una administración centralizada en un organis-
mo estatal único con perfil técnico, la autogestión participativa por los mis-
mos usuarios, la sustentabilidad económica y financiera de los sistemas de
gestión hídrica, el control del deterioro de la calidad, el uso efectivo y bene-
ficioso del agua, el balance hídrico (aforo) como base de la asignación, la
priorización y registración de los usos, la seguridad jurídica al concesionario
(mediante el reconocimiento de un derecho patrimonial cuantificable sobre
la concesión, la inherencia de la misma al predio que constituye la unidad
productiva y la cláusula sin perjuicio de terceros), todos ellos son institutos
de política que hoy en día se recomiendan en los foros especializados y que
están presentes en el centenario texto legal como muestra de la idoneidad ju-
rídica de quienes formularon tal basamento normativo”.37
La Ley de Aguas mendocina y los principios que contiene “constituye-
ron la impronta de una política hídrica que permitió transformar la geografía
árida en los oasis agroindustriales que hoy existen”.38
Actualmente vigente en gran parte de su articulado, ha servido también
de fuente para la sanción de las legislaciones de otras provincias argentinas.
Los principios básicos que más atrás se mencionaron, y que se incorpo-
raron a la Constitución Provincial, son expresados ya por la Ley General de
Aguas, que resume en su contenido la evolución de la legislación patria en el
período intermedio, y la Ley Española que también le sirve de fuente, como se
expresó.
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I. Disposiciones Generales.
Determina el objeto, ámbito de aplicación y contenido de la ley, fun-
damentalmente sintetizado en la redacción del art. 1º:
“La administración del agua, su distribución, canales, desagües, ser-
vidumbres, etc., las concesiones de agua para la irrigación y su empleo pa-
ra otros usos, estarán exclusivamente sujetos a las disposiciones de esta ley
y de las autoridades creadas por ella”.
Se destacan en este Titulo las normas referidas a la facultad de poli-
cía de las aguas, y “la vigilancia para que las aguas no puedan afectar a la
salubridad pública ni a la seguridad de las personas y bienes…” (art. 6º),
estableciendo asimismo la obligación de colaboración y auxilio a tal efec-
to, de las autoridades civiles, municipales o policiales (art. 10º).
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V- La Legislación Complementaria.
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41 Cano, Guillermo, “Reseña Crítica de la Legislación y Administración de Aguas de Mendoza”, Ed. Del
Autor, Mza., 1967.
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44 La razón de este reclamo legítimo, radica en que algunos ríos de la Provincia, como el Mendoza, tienen
casi un 50% de derechos registrados como “eventuales”. El balance permitiría, en su caso, la conversión de
estos en “definitivos”, otorgando en título jurídico consolidado.
680 Mathus Escorihuela, Miguel, “La Administración Hídrica”, Ed. Facultad de Derecho de la Universidad
Nacional de Cuyo, Mza, 2002, pág. 49.
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Esta ley reordena las funciones de las Inspecciones de Cauce y crea las
nuevas “Asociaciones de Inspecciones de Cauce”, en el marco de un profun-
do proceso de descentralización de las autoridades del agua de la Provincia,
y particularmente del Departamento General de Irrigación, volviendo al es-
píritu y la letra del principio constitucional de la Participación de los Usua-
rios.
Define la naturaleza jurídica de los organismos de usuarios, fortalece
la autarquía propia de los mismos, establece sus funciones y define la capa-
cidad legal de los mismos. Y finalmente, crea los órganos internos de las Ins-
pecciones de Cauce y Asociaciones de Inspecciones, estas últimas organiza-
das “como órganos de segundo grado para la defensa de los intereses comu-
nes”680.
Por tratarse de un tema relacionado directamente con la administra-
ción y funciones de las Inspecciones de Cauce, se analiza con profundidad
más adelante, al desarrollar el análisis de estos organismos públicos no esta-
tales.
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• Las relativas al dominio y/o posesión de las aguas, públicas y privadas (art.
184º).
• Las relativas al dominio de las playas, álveos o cauces de los ríos (art. 185º).
• Las relativas al dominio y posesión de las riberas (art. 185º).
• Las cuestiones fundadas en títulos del derecho civil relativas a servidumbre
y paso por las márgenes (art. 186º).
• Las fundadas en títulos de derecho civil suscitadas entre particulares sobre
preferencia de derecho de aprovechamiento de agua fuera de sus cauces na-
turales, o sobre preferencia a aprovechamiento de aguas pluviales (art. 187º).
• Las relativas a daños y perjuicios ocasionados a terceros en sus derechos de
propiedad particular cuya enajenación no sea forzosa, ya sea por la apertu-
ra de pozos de aguas subterráneas y sus obras accesorias, o por toda clase de
aprovechamiento a favor de particulares (art. 188º).
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2. Estructura Institucional.
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49 Cano, Guillermo; “Reseña Crítica de la Legislación y Administración de Aguas de Mendoza”, Ed. Del
Autor, Mza., 1967, pág. 42.
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Este órgano es creado por la Ley Nº 322, siendo el mismo Consejo men-
cionado en la Constitución Provincial, ahora integrado también por el Supe-
rintendente.
Este Tribunal tiene funciones eminentemente “legislativas” o reglamen-
tarias, puede afirmarse en este sentido que es el máximo órgano jerárquico del
Departamento. También tiene funciones de control y financieras-presupuesta-
rias.
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50 Lopez, Joaquín, “Organización de las Comunidades de Usuarios en la República Argentina”, Anales Iu-
ris Aquarum 1, AIDA, Bs. As. – Mza., 1968.
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2. Naturaleza Jurídica.
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55 Mathus Escorihuela, Miguel; “La Administración Hídrica”, Ed. Facultad de Derecho, Universidad Na-
cional de Cuyo, Mza., 2002. pág. 41.
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7. La Asamblea de Usuarios.
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8. La Comisión de Vigilancia.
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1. El Proceso de Descentralización.
59 Thomé, Raúl; Lopez, Jorge; Albrieu, Hugo; Salomón, Mario; Ruiz Freites, Santiago; “Problemática de la
áreas bajo riego y organizaciones de usuarios marginales a la aglomeración del Gran Mendoza”; XX Con-
greso Nacional de Agua, Libro de Resumenes, Mza, 2005, pág. 218.
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60 Salomón, Mario y Ruiz Freites, Santiago; “La Descentralización en la Administración del Agua: La Ley
6405 de Mendoza, XX Congreso Nacional de Agua, Libro de Resumenes, Mza., 2005, pág. 381.
61 Pinto, Rogero y Andino, ob. cit., pág. 219.
62 Departamento General de Irrigación; “Modernización de la administración del agua en la Provincia
de Mendoza”, Mza., 1996. Publicación Oficial.
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63 Chambouleyrón, Jorge; Rodríguez, Liliana; Blanc, Eduardo; “Aveinte años de la Unificación de las
Inspecciones de Cauce en Mendoza”, XX Congreso Nacional del Agua, Libro de Resumenes, Mza., 2005,
pág. 371.
64 Salomón, Mario; Ruiz Freites, Santiago; ob. cit., pág. 381.
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Cauce para la defensa de los derechos o fomento de los intereses de las Inspec-
ciones que la integran”.65
Asimismo, estas asociaciones fomentan y pueden efectuar actividades
afines a la administración del agua, y que permitan uno de sus objetivos, co-
mo es el desarrollo socio-económico y productivo de una región determinada,
actividades expresamente mencionadas por el artículo 17º de la Ley Nº 6405.
El protagonismo y desarrollo llevado adelante por estas Asociaciones de
Inspecciones de Cauce, como la defensa fundamental en determinadas circuns-
tancias de los derechos y de las concesiones existentes, hacen que en la actuali-
dad estas organizaciones reclamen la creación de órganos asociativos superio-
res, como Juntas Generales, Federaciones o Confederaciones de Consorcios, si-
guiendo el ejemplo de algunos países como España, y la inserción real de su
participación en la administración de los organismos estatales de cuenca.66
a) El Directorio.
65 Mathus Escorihuela, Miguel; “La Administración Hídrica”, Ed. Facultad de Derecho, Universidad Na-
cional de Cuyo, Mza., 2002.
66 Bolea Foradada, Juan Antonio; “Las Comunidades de Regantes”, Ed. Comunidad General de Usuarios
del Canal Imperial de Aragón, Zaragoza, 1998. En particular el Capítulo II, “Relaciones de las Comunida-
des de Regantes con otras Entidades Públicas”, pág. 51.
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b) La Sindicatura.
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67 Magnani, César Raúl; “Participación de los Usuarios en la Administración del Agua”, Rev. El Derecho,
24/9/85, Universidad Católica Argentina, Bs. As., 1985, pág. 3.
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69 Fanlo Loras, Antonio; “Las Confederaciones Hidrográficas y otras Administraciones Hidráulicas”; Se-
minario de Derecho del Agua de la Universidad de Zaragoza, Ed. Civitas, Madrid, 1996, pág. 227.
70 Fanlo Loras, Antonio; ob. cit., pág. 259.
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71 Embid Irujo, Antonio; “La planificación hidrológica en la actualidad. Consideraciones desde una pers-
pectiva jurídica”; en “Planificación Hidrológica y Política Hidráulica”; Seminario de Derecho del Agua de
la Universidad de Zaragoza; Ed. Civitas, Madrid, 1999, pág. 105.
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CAPÍTULO XII
I. Propósitos
E
l objeto de este trabajo es doble: por un lado se trata de ofrecer unas
notas generales que sirvan de descripción de las características del
Derecho de Aguas español que permitan contemplar de una forma
unitaria y coherente a las muy distintas reglas jurídicas.
Y, en segundo lugar, se va a realizar una panorámica del desarrollo del
derecho de aguas español poniendo el interés, sobre todo, en el desarrollo
jurídico que parte de la Constitución española de 1978, hasta llegar a la ac-
tualidad. De esa forma se podrá comprobar el surgimiento de distintos pre-
ceptos en distintos momentos también que sirven para la configuración de-
terminada que hoy (comienzos de 2007) tiene el Derecho de aguas español.
Todo lo que se anuncia en este primer apartado se debe llevar a cabo
de una forma sucinta, prescindiendo normalmente del obligado aparato de
cita doctrinal y jurisprudencial que en otras ocasiones y en un trabajo de
distinta índole que ésta, sería necesario. En todo caso, se juzga que las remi-
siones realizadas son suficientes para, a través de las mismas, poder ampliar
las informaciones y opiniones enunciadas a veces de manera demasiado
simple en esta nota introductoria.
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tante, del papel de las normas penales (valor de las normas penales al que
llama directamente la misma Constitución Española, art. 45.3, que prevé la
sanción penal para las infracciones más graves a la protección del medio am-
biente al que se refiere el propio art. 45) o de las normas financieras o tribu-
tarias (pues naturaleza jurídica tributaria tienen las distintas figuras regula-
das dentro del régimen económico-financiero del agua).
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de usuarios) que denotan ese origen y hasta un presente que, en verdad, es-
tá bastante mixtificado por la complejidad de una gestión moderna de las
aguas en la que las nuevas tecnologías tienen cada vez una mayor impor-
tancia.
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“Water Law, as I now see it, can be understood to be the rules that go-
vern human participation in the hydrologic cycle. In particular, water Law is
primarily intended to sort our conflicts between and among human users of
water as it moves through the cycle. If I act to alter the cycle (by, for example,
diverting water out of a river) I affect the opportunity for others to use that wa-
ter. Water Law sets out the rules under which I may or may not to act to alter
the hydrologic cycle for my benefit in relation to others who also want to use
that same water. Such rules are concerned primarily with human actions affec-
ting the physical availability of water”. (Cfr. MAC DONNELL p. 345).
1 Cfr. THOS Y CODINA (1878). En la p. 157 se afirma expresamente que: “Ahora bien, cualesquiera que
sean las transformaciones que sufren los vapores acuosos, el agua en estado líquido es el producto final de
todas ellas; y esa agua, una vez depositada en la superficie terrestre, desaparece por cuatro vías distintas: 1ª
por la atmósfera, exhalándose en vapores; 2ª por las plantas, que la absorben en parte para su nutrición; 3ª
por los cauces superficiales, que recogen la porción que sobresale exteriormente, y por caminos más o me-
nos tortuosos la llevan al mar; y 4ª por el interior de la corteza terrestre, filtrando y escurriéndose por diver-
sos conductos subterráneos”.
2 Los títulos de distintos capítulos del libro de THOS YCODINA, son representativos, por un tratamiento
excesivamente parcelado, de lo que se dice en el texto:”mares y continentes”, “corrientes superficiales”, “la-
gos y pantanos”, nubes y nieblas”, “lluvia”, “neveras y ventisqueros”, “fuentes y manantiales”, “ríos sub-
terráneos”, “manantiales minerales”, “ríos submarinos” etc…
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3 La explicación de porqué se produce tal quiebra regularmente en el ámbito de las obras hidráulicas y no
comúnmente en otras (ferrocarril) nos llevaría muy lejos y conectaría, en un ángulo, con el amplio tiempo
que precisan de maduración y construcción dichas obras hidráulicas hasta que el concesionario –en el tiem-
po que narro- pueda comenzar a recuperar su inversión con las tarifas percibidas por los usuarios de dichas
infraestructuras y, desde otra perspectiva, con las singularidades de la actividad agrícola, su escaso valor
añadido en bastantes ocasiones, las concepciones usualmente extendidas sobre la gratuidad “natural” del
agua etc.
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4 Sobre la cuestión MARTIN-RETORTILLO (1997) p. 63 y ss. Obsérvese que el art. 160 dedicado al orden
de preferencia de las concesiones se refiere en un determinado momento a los “molinos y otras fábricas, bar-
cas de paso y puentes flotantes”, que es donde deben entenderse ubicados los usos industriales. Posterior-
mente la Ley tiene algunos preceptos –marginales- dedicados a la utilización del agua en los establecimien-
tos industriales (cfr. arts. 219-221).
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Con esas bases constitucionales, unos años más tarde aparecerá la Ley
29/1985, de 2 de agosto, de aguas para la que:
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tá bien claro que la planificación hidrológica regulada por esta Ley no está
constituida sólo por una relación de obras a realizar, como en la planificación
hidrológica tradicional, sino que se trata ante todo de una norma, llamada a
adoptar decisiones sobre la gestión de las aguas, lo que implica una cierta te-
rritorialización del derecho de aguas (GALLEGO ANABITARTE y otros p.
662) que se basa en el papel clave de los Planes de cuenca. Por su parte, el Plan
Hidrológico Nacional que se debe aprobar por Ley de Cortes Generales, está
dedicado esencialmente a regular las transferencias entre ámbitos territoriales
de distintos Planes Hidrológicos de cuenca (trasvases).
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A) La planificación hidrológica.
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5 La Ley 11/2005 se promulga usando del procedimiento que permite el art. 86 CE (conversión del Real De-
creto-Ley, una vez producida su ratificación, en un proyecto de Ley sobre el que se pueden, pues, formular en-
miendas por diputados y senadores) y con aparente contradicción con lo que indica su título, modifica tam-
bién distintos artículos del TRLA(Vid. su disposición final primera).
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ración de los costes de los servicios proporcionados por el agua. Como podrá
observarse, todo esto no resulta extraño al derecho español.
La normativa española acogió el derecho comunitario mediante la refor-
ma del Texto Refundido de la Ley de Aguas realizada por el artículo 129 de la
Ley 62/2003.
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484
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CAPÍTULO XIII
I. Introducción
D
e entre la legislación medioambiental comunitaria es en la protec-
ción de los recursos hídricos donde se presenta un conjunto norma-
tivo más numeroso, más elaborado y más complejo. Efectivamente,
la acción comunitaria en materia de aguas comienza a desarrollarse a partir
de los años 70 y desde aquellos momentos hasta ahora el conjunto de normas
adoptadas ha ido creciendo en número pero también en complejidad1. Hay
que tener en cuenta que la protección de las aguas estaba presente en los dis-
tintos Programas de acción comunitarios sobre medio ambiente que, a pesar
de no tener fuerza normativa alguna, sirven a los efectos de la interpretación
de las normas y para el jurista tienen “el valor esencial de un antecedente le-
gislativo, resultando un instrumento imprescindible para el estudio raciona-
lizado de la norma comunitaria de Derecho derivado” al decir de ALONSO
GARCÍA2.
1 Respecto a la política comunitaria de aguas se pueden consultar A. FANLO LORAS, “La evolución del De-
recho comunitario europeo sobre el agua”, en A. EMBID IRUJO (dir.) El nuevo Derecho de agua: las obras hidráu -
licas y su financiación, Madrid, Seminario de Derecho del agua de la Universidad de Zaragoza, Confederación
Hidrográfica del Ebro y Civitas, 1998, pág. 183, así como G. REICHERT, “The European Community’s Water
Framework Directive: ARegional Approach to the Protection and Management of Transboundary Freshwater
Resources?”, en BOISSON DE CHAZOURNES, Laurence et SALMAN, Salman M. A. (dir.), Les resources en eau
et le droit internacional – Water Resources and Internacional Law, Académie de Droit internacional, Martines Nij-
hoff Publishers, 2005, pp. 429 y ss., así como mi reciente contribución en la obra colectiva A. EMBID IRUJO
(dir.), Diccionario de aguas (Vid. la voz “Política comunitaria de aguas”), Iustel, 2007, en prensa.
2 Vid. E. ALONSO GARCÍA, El Derecho Ambiental de la Comunidad Europea, Civitas, Madrid, 1993, vol. II,
p. 17
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3 Concretamente el artículo 100, actual artículo 94 TCE, permite aproximar las disposiciones nacionales que
incidan directamente en el establecimiento del mercado común; por su parte, el artículo 235, actual artículo
308 TCE, es la llamada cláusula de imprevisión o de cierre del sistema de competencias comunitario, pues-
to que sirve para suplir la falta de competencia conferida expresa o implícitamente a las instituciones comu-
nitarias por parte de los Estados miembros en el Tratado, siempre que dichas competencias resulten nece-
sarias para que la Comunidad realice su tarea y logre los objetivos establecidos por el Tratado.
4 Vid. L. PAREJO ALONSO, « Origen y desarrollo del Derecho medioambiental en el ordenamiento comu-
nitario europeo », en L. PAREJO ALONSO y L. KRAMER (dirs.), Derecho ambiental de la Unión Europea, Mc-
Graw-Hill, Madrid, 1996, p. 51.
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Hay que advertir, en primer lugar, que no existe realmente una política
comunitaria de aguas hablando estrictamente, sino que lo que existe es una
política comunitaria del medio ambiente en donde la protección de las aguas
representa uno de los elementos prioritarios a considerar, a pesar de que en al-
gunos documentos comunitarios se haga referencia específicamente a este con-
cepto, como por ejemplo, en la Comunicación de la Comisión al Consejo y al
Parlamento sobre “La política de aguas de la Comunidad Europea”6 o en la Di-
rectiva 2000/60/CE por la que se establece un marco comunitario de actuación
en el ámbito de la política de aguas, de la que después trataremos con algo de
detalle7.
Así, las instituciones comunitarias, utilizando las bases jurídicas dispo-
nibles en cada momento de esta evolución, han ido adoptando normas para la
protección de las aguas comunitarias y en este aspecto hay que destacar que
numerosos autores han propuesto diferentes etapas para clasificar dicha evo-
lución, de tales propuestas tomaremos la que hace REICHERT8 distinguiendo
tres etapas hasta la adopción de la Directiva marco:
5 Sobre la cuestión de la gestión cuantitativa y cualitativa de los recursos hídricos y la base jurídica ade-
cuada a determinadas normas comunitarias en materia de gestión de aguas (como la Directiva marco en la
que se centra este trabajo) mi opinión discrepa de la de otros autores y se pueden ver los argumentos en mi
monografía La política del agua en el marco comunitario y su integración en España, Thomson Aranzadi, Nava-
rra, 2004, concretamente en pp. 62 y ss. y 83 y ss.
6 Vid. COM (96) 59 final, de 21 de febrero de 1996.
7 Adoptada por el Parlamento Europeo y por el Consejo el 23 de octubre de 2000, DOCE L327, de 22 de
diciembre de 2000.
8 Vid. G. REICHERT, “The European Community’s Water Framework Directive…”, op. cit. p. 432 y ss.
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deroga varias de las Directivas adoptadas a lo largo de los treinta años anterio-
res y para ello establece unos períodos transitorios de siete y trece años tras su
entrada en vigor, que tuvo lugar el día de su publicación en el DOCE, el 22 de
diciembre de 2000 (las medidas a derogar en estos plazos se recogen en el ar-
tículo 22 de la Directiva marco).
En este sentido, podemos distinguir entre las disposiciones de la Direc-
tiva varias aproximaciones a la gestión de las aguas comunitarias que, en nues-
tra opinión, aún partiendo de distintos puntos de vista, confluyen en la idea
general de globalidad, de integridad de las aguas, que es el centro de esta nor-
ma. En primer lugar, existe una aproximación “ecosistémica” o ecológica12 ya
que el artículo 1.a) habla de prevenir todo deterioro adicional, proteger y me-
jorar el estado de los ecosistemas acuáticos, terrestres y humedales directa-
mente dependientes de los ecosistemas acuáticos. Así, las preocupaciones no
se centran en un uso concreto del agua, o en un tipo concreto de agua (dulce o
salada) sino que se tiene en cuenta una zona amplia de un determinado terri-
torio y se aplican a esa zona las disposiciones medioambientales sin acepción
concreta, en principio (aunque en algunos casos se hagan especificaciones pa-
ra zonas determinadas13) y por ello, el ámbito de aplicación comprende tanto
las aguas superficiales como de las de transición, las aguas costeras y las sub-
terráneas, por lo que constituye una visión novedosa incluso entre las legisla-
ciones nacionales14 que normalmente tratan de forma separada las aguas dul-
ces y las saladas.
Las definiciones de cada uno de los tipos de agua se encuentran clara-
mente especificadas en el artículo 2 de la Directiva, dedicado íntegramente
a esta labor. Respecto a la definición de aguas superficiales hay que señalar
que el concepto de aguas territoriales desaparece del texto definitivo de la
12 La Convención de Nueva York de 1997 sobre el Derecho relativo a los cursos de agua internacionales pa-
ra fines distintos de la navegación, en su artículo 20 trata de la protección y de la preservación de los ecosis-
temas de la manera siguiente: “Los Estados del curso de agua protegerán y preservarán, individual y, cuan-
do proceda, conjuntamente, los ecosistemas de los cursos de agua internacionales”.
13 Por ejemplo, el artículo 4 establece diferentes objetivos medioambientales para las aguas superficiales,
las aguas subterráneas y las zonas protegidas.
14 La legislación española habla de la Gestión Integral del Agua (GIA) y en este concepto se encuentran
recogidas las aguas superficiales pero también las subterráneas (Ley de Aguas de 1985 reforzada a este
respecto por las sucesivas reformas de 1999, 2001 y 2003). A.M. OLSEN señala que la Ley de Aguas de
1985 organiza la gestión de las aguas en torno al concepto de cuenca pero que otras legislaciones de Es-
tados miembros de la Comunidad no tienen en cuenta tal concepto, por lo que la aplicación de la Direc-
tiva será más difícil (vid. A.M. OLSEN, “The new water framework Directive. Prospects for sustainable
water policy for the coming decades”, International Conference Spanish Hydrologic Plan and Sustainable Wa -
ter Management. Environmental aspects, water reuse and desalination; June, 13th - 14th, 2001, Zaragoza
(Spain); http://circe.cps.unizar.es/.)
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15 La Comisión dejó constancia de sus reservas sobre esta supresión ( vid. Informe de situación del CO-
REPER al Consejo, Bruselas, 17 de marzo de 1998, Expediente interinstitucional nº 97/0067 (SYN), nota
1, p. 5). En nuestra opinión es importante señalar que los redactores de la Directiva, en ocasiones, incu-
rrieron en algunos errores que pueden llevar a confusión, como el hecho de que en algunas ocasiones se
hable de forma separada de aguas territoriales y marinas, como si fueran diferentes. Esto sucede en los
documentos de trabajo pero pasa al texto definitivo en el artículo 1, en su penúltimo guión, cuando in-
dica que la Directiva intentará contribuir, entre otras cosas, a “proteger las aguas territoriales y mari-
nas...”. Concretamente, la Comisión, en los documentos de trabajo, señalaba que prefería no suprimir la
noción de aguas territoriales pero mantener así mismo, la noción de aguas marinas, por lo que la Presi-
dencia del momento sugirió que se adaptase la definición de ”aguas superficiales” si finalmente las
“aguas territoriales” se suprimían de la Directiva, cosa que, como sabemos, no ocurrió (vid. Informe de
situación del COREPER al Consejo, Bruselas, 17 de marzo de 1998, Expediente interinstitucional nº
97/0067 (SYN), nota 5, p. 8) .
16 Los artículos 2 y ss. se ocupan de fijar el régimen jurídico del mar territorial, su anchura, su límite
exterior, etc.
17 Esta necesidad de acudir a conceptos del Derecho internacional por parte del Derecho comunitario apo-
ya la idea de que el Derecho comunitario es Derecho internacional (Vid. en este sentido S. SALINAS ALCE-
GA y C. TIRADO ROBLES, Adaptablidad y fragmentación del Derecho internacional: la crisis de la sectorialización,
Monografías del Real Instituto de Estudios Europeos, nº 2, 1999, especialmente pp. 186 y ss., donde nos de-
tenemos en el análisis iniciado ya antes por autores como I. DAUDET, J. BOULOUIS, B. DE WITTE o B. SIM-
MA, de lo que concluyen que el alcance de la autonomía del ordenamiento jurídico comunitario respecto
del Derecho internacional conduce a concluir que el primero no es un ordenamiento totalmente separado
del segundo sino que más bien su relación es la de un ordenamiento particular, con rasgos específicos, en-
marcado en otro más general).
18 Son concretamente las delegaciones de Dinamarca, Suecia y Finlandia, además de la Comisión, quie-
nes hacen hincapié en esta idea en los debates (vid. Informe de situación del COREPER al Consejo, Br u-
selas, 17 de marzo de 1998, Expediente interinstitucional nº 97/0067 (SYN), nota 1, p. 4). Por contra, pa-
ra España la inclusión de las aguas costeras va a implicar problemas en la transposición de la norma co-
munitaria, ya que nuestro ordenamiento interno regula de forma claramente separada las aguas saladas
(Ley de Costas) y las aguas dulces (Ley de Aguas), como veremos más detalladamente después.
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19 “Todas las aguas que se encuentran bajo la superficie del suelo en la zona de saturación y en contac-
to directo con el suelo y el subsuelo”. Hay que tener en cuenta que ya existía una regulación anterior en
materia de aguas subterráneas, específicamente relativa a su contaminación por determinadas sustan-
cias peligrosas (Directiva 80/68/CEE de 17 de diciembre de 1979) que ha sido ya sustituida por una nue-
va Directiva en el año 2006.
20 A pesar de lo señalado, la solución de la cuenca hidrográfica, según la Comunicación de la Comisión
sobre las aguas en la Comunidad (en el ya citado COM (96) 59 final, de 21 de febrero de 1996), parece la
más lógica para los acuíferos subterráneos.
21 Según el artículo 2, que contiene las definiciones de la Directiva, las masas de agua pueden ser “ma -
sas de agua artificial, masa de agua muy modificada, masa de agua superficial, masa de agua subterrá-
nea”. Es decir, la “masa de agua” como concepto global contiene todos los elementos de un ecosistema
acuático, que se subdividen, para la Directiva, dependiendo de las exigencias medioambientales a apli-
car, como veremos.
22 Vid. en este sentido las directivas comunitarias adoptadas desde 1975, de carácter sectorial, a las que
hemos hecho referencia anteriormente. La masa de agua artificial se define en el artículo 2.8º de la Direc-
tiva como “una masa de agua superficial creada por la actividad humana”.
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carácter sectorial como el Tratado del río Níger de 1964, el Tratado sobre la
cuenca del río Senegal de 1975 o el Tratado sobre la cuenca del Río de la Plata
de 1969. Es un concepto, sin embargo, criticado por la Comisión de Derecho
Internacional y por los Estados miembros de Naciones Unidas en los trabajos
de codificación sobre la Convención de Nueva York de 199723.
La Directiva también incluye la definición de «subcuenca» que, lógica-
mente, será una parte de una cuenca, cuyo final será un punto de un curso de
agua, generalmente un lago o una confluencia de ríos -hay que recordar que la
cuenca hidrográfica se caracterizaba por terminar en el mar “por una única de-
sembocadura, estuario o delta”-, por lo que la distinción entre cuenca y sub-
cuenca es muy clara.
Hemos señalado antes que lo que no queda tan claro en la Directiva es
la pertenencia o no de las aguas subterráneas al concepto de “cuenca hidro-
gráfica”. El problema es que en su definición no parece excluirse a las aguas
subterráneas ya que habla de “superficie de terreno” en general, aunque di-
cha definición se centre en “la escorrentía superficial”, pero cuando la Direc-
tiva define la demarcación hidrográfica, concepto que después trataremos, se
refiere a las “cuencas hidrográficas vecinas y las aguas subterráneas y coste-
ras asociadas”, lo que parece excluir de la cuenca hidrográfica dichas aguas
subterráneas. En nuestra opinión, como la unidad de gestión es, más que la
cuenca hidrográfica, la demarcación hidrográfica, lo que importa es que den-
tro de la demarcación hidrográfica sí que se incluyen las aguas subterráneas
(y las costeras) asociadas y, por tanto, a todas ellas se aplican las disposicio-
nes de la Directiva24. Por su parte, la pertenencia o no de las aguas subterrá-
neas a la cuenca hidrográfica es, más bien, una cuestión teórica, ya que en los
programas de medidas se especifican las distintas obligaciones de los Esta-
dos miembros dependiendo de que las aguas sean subterráneas, superficia-
23 Ya que la existencia de cuencas hidrográficas limita la soberanía de los Estados ribereños, por lo que
no es un concepto querido por ellos, que suelen buscar expresiones menos limitativas de la soberanía co-
mo, por ejemplo, los conceptos de cuenca fluvial o de cuenca integrada, entre otros. El primer informe del
rapporteur SCHWEBEL a la CDI en materia de cursos de agua internacionales evoca la “cuenca hidrográ-
fica internacional” y también hace referencia al “sistema de un curso de agua internacional”, que com-
prende elementos hidrográficos tales como los ríos, los lagos, los canales, los glaciares y las aguas subte-
rráneas, que constituyen una unidad situada al menos en el territorio de dos Estados (Ann. C.D.I. 1980-II,
2ª parte, p. 107). El concepto de cuenca hidrográfica se cita por parte del TIJ en el asunto sobre el río Oder
(1929) y el de cuenca integrada en la sentencia arbitral sobre el lago Lanoux (1957).
24 Aeste respecto señala A. EMBID IRUJO (“Los nuevos Estatutos de autonomía y el reparto de competen-
cias sobre el agua y las obras hidráulicas entre el Estado y las Comunidades Autónomas”, XII Jornadas de
Derecho de Aguas. Agua y territorio, 8 y 9 de marzo de 2007, Zaragoza, p. 27) que las aguas subterráneas sólo
surgen en el contexto de la definición de demarcación hidrográfica y no de la cuenca, lo que se ha traslada-
do al artículo 16 del Texto Refundido de la Ley de Aguas española.
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les o zonas protegidas, por lo que su régimen es distinto por el tipo de aguas
que son, y no por su pertenencia o no a la cuenca hidrográfica25.
El artículo 5 de la Directiva hace referencia al concepto de demarcación
hidrográfica, unidad sobre la que se producirá el estudio de impacto ambien-
tal y el análisis económico del uso del agua, mientras que el artículo 3 seña-
la la obligación de cada uno de los Estados miembros de especificar las cuen-
cas hidrográficas situadas en su territorio nacional e incluirlas en demarca-
ciones hidrográficas, junto con las aguas subterráneas y costeras correspon-
dientes. También en este caso la norma que analizamos toma una zona am-
plia de terreno que no incluye solamente las aguas, ya que para cada demar-
cación se indicaran en su perímetro los diversos elementos que la componen,
señalando la demarcación hidrográfica como unidad de planificación y ges-
tión de las aguas, lo que se producirá sobre una unidad básica que es la cuen-
ca hidrográfica.
Así, la Directiva en su artículo 3 habla de tres tipos de cuencas e impo-
ne distintas obligaciones a los Estados miembros dependiendo de su ubica-
ción:
- Las cuencas que podemos denominar internas, situadas en el territorio
nacional de un Estado miembro, deben ser incluidas en demarcaciones hidro-
gráficas. Cada Estado deberá tomar las disposiciones administrativas apropia-
das para la aplicación de las reglas de la Directiva en el seno de cada demarca-
ción hidrográfica situada en el interior de su territorio, incluso para las aguas
territoriales o internas de un Estado miembro, la norma obliga a los Estados a
tener en cuenta las disposiciones comunitarias, puesto que las aguas concerni-
das en estas disposiciones son aguas comunitarias. Para las aguas subterráneas
y costeras la solución es la de la demarcación más próxima o la más apropia-
da, en el caso de que no correspondan totalmente a ninguna cuenca hidrográ-
fica en particular.
25 Para un estudio detallado del concepto de cuenca, no sólo en la Directiva sino en la tramitación anterior
vid. la ponencia de A. LACALLE MARCOS, “Impacto de la Directiva marco comunitaria y territorio”, XII
Jornadas de Derecho de aguas. Agua y territorio, 8 y 9 de marzo de 2007, Zaragoza, pp. 4 y ss.
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26 Vid. En este sentido G. REICHERT, “The European Community’s Water Framework Directive… “, op.
cit., p. 431, donde el autor señala que es esencial en este aspecto tener en cuenta que las instituciones comu-
nitarias, en contraste con lo que pasa en el Derecho internacional, no se encuentran limitadas por las fron-
teras entre los Estados miembros.
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(artículo 10). Pero además, y según el artículo 16, existen estrategias genera-
les de lucha contra la contaminación del agua y de prevención y control, co-
mo lo indica el artículo 17 sobre la contaminación de las aguas subterráneas.
Por tanto, la Directiva construye un sistema compuesto por dos tipos
de instrumentos para la buena gestión de las aguas en el territorio comuni-
tario, estableciendo para cada uno de ellos funciones muy específicas, que
podrían clasificarse de la forma siguiente:
27 Vid. B. DROBENKO, “Directive eau: un cadre en trompe-oeil?” , Revue Européenne de droit de l’envi -
ronnement, nº 4, 2000, p. 391 y ss.
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vas sectoriales en el ámbito del agua que forman un conjunto amplio consti-
tuido por las zonas designadas para la captación de agua destinada al consu-
mo humano, las zonas designadas para la protección de las especies acuáticas
significativas desde el punto de vista económico, las masas de agua de uso re-
creativo, las zonas sensibles en lo que a nutrientes respecta, según las Directi-
vas 91/676/CEE y 91/271/CEE, y las zonas designadas para la protección de
hábitats y especies, incluidos los puntos Natura 200030.
Respecto a los mecanismos de seguimiento, la Directiva establece un sis-
tema de monitorización o control de las demarcaciones y cuencas hidrográfi-
cas respecto del que se puede decir lo siguiente: entre las disposiciones de la
Directiva que se ocupan de la contaminación del agua, el artículo 10 indica la
necesidad de un planteamiento combinado para las fuentes puntuales y para
las fuentes difusas de contaminación. Esto se define en el artículo 2.36º y en el
punto 40 del preámbulo y se puede explicar diciendo que como es necesario
controlar los vertidos que se produzcan en las aguas superficiales, los Estados
deben establecer controles de emisión o de valores límite de emisión, aplican-
do el principio de corrección de los atentados al medio ambiente preferente-
mente en la fuente.
Tanto para las fuentes difusas como para las puntuales, los controles que
deben establecerse incluirán las mejores prácticas medioambientales, así como
las indicadas ya en legislación anterior, como las Directivas 96/61/CEE,
91/271/CEE, 91/676/CEE, las Directivas enumeradas en el artículo 16 de la
Directiva marco, además de las Directivas citadas en el Anexo IX y toda la le-
gislación comunitaria pertinente. También existe la posibilidad de instaurar
condiciones más estrictas según el párrafo 3º del artículo 10 de la Directiva
marco.
La Directiva señala un planteamiento combinado flexible impuesto por
la Comisión (valores límite de emisión y normas de calidad medioambiental)
y no claramente determinado en la Directiva, porque no se fijan exactamente
estos valores límites, sino que se coordinan para todos los Estados miembros
tomando como referencia varias Directivas existentes pero dejando a los Esta-
dos la aplicación y/o la puesta en marcha de acuerdo al principio de subsidia-
riedad. Este planteamiento combinado debe traducirse en los programas de
30 Esta lista de lo que debe considerarse zona protegida se encuentra en el Anexo IV de la Directiva, al que
hace referencia el artículo 6 y que señala que el resumen que debe hacerse constar en relación con estas zo-
nas en el plan hidrológico de cuenca deberá incluir mapas indicativos de la ubicación de cada una de las zo-
nas protegidas y una descripción de la legislación comunitaria, nacional y local aplicable y conforme a la
cual cada zona se ha convertido en zona protegida.
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medidas: el artículo 11 relativo a los programas de medidas señala que las me-
didas enumeradas en el artículo 10 son medidas de base, es decir, exigencias
mínimas. Este planteamiento combinado es fruto de la superación de la expe-
riencia legislativa anterior ya que, como hemos señalado anteriormente, la di-
cotomía típica de la política de aguas anterior a la Directiva entre la fijación de
valores límite de emisión y la fijación de objetivos de calidad no conducía a
buenos resultados.
La Directiva contiene también estrategias de lucha contra la contamina-
ción en general, a las que hace referencia el artículo 16: este es un ejemplo muy
claro del carácter de “marco” de la Directiva que estudiamos y de la necesidad
subsiguiente de desarrollo legislativo tanto comunitario como nacional. En
efecto, esta disposición indica la obligación del Parlamento y del Consejo de
adoptar medidas específicas contra la contaminación del agua por ciertos con-
taminantes o grupos de contaminantes que presentan un riesgo significativo
para el medio ambiente acuático, especialmente para la extracción de agua po-
table. Este mecanismo se articula mediante propuestas de la Comisión para re-
ducir progresivamente o para detener o suprimir progresivamente los verti-
dos, las emisiones y las pérdidas. Para ello, la Comisión someterá una lista que
fije las sustancias prioritarias31.
Finalmente, en lo relativo a las estrategias de control, el artículo 17 indi-
ca las que previenen y controlan la contaminación de las aguas subterráneas.
El procedimiento es el mismo que el recogido en el artículo 16, la propuesta de
la Comisión de las medidas específicas deberá cumplir el objetivo del buen es-
tado químico de las aguas subterráneas tal y como se define en el artículo
4.1º.b) y en el punto 25 del preámbulo32. Las medidas propuestas por la Comi-
sión deben incluirse en los programas de medidas citados.
Para terminar, hay que señalar que es paradójico que a partir de un es-
tado de cosas admitido como preocupante, las medidas impuestas a los Esta-
dos no produzcan todos los efectos mas que en plazos muy dilatados, como in-
dica la Directiva. En efecto, aunque el plazo de transposición para los Estados
31 El Anexo X de la Directiva se fija para esta función pero en el momento en que se adoptó la Directiva to-
davía estaba vacío de contenido, laguna que se colmó, como ya hemos indicado anteriormente, con la adop-
ción de la Decisión 2455/2001/CE, de 20 de noviembre de 2001, del Parlamento y del Consejo por la que se
aprueba la lista de sustancias prioritarias en el ámbito de la política de aguas, por la que se modifica la Di-
rectiva 2000/60/CE (DOCE L331, de 15 de diciembre de 2001). El artículo 19 de la Directiva marco prevé
un mecanismo de actualización de las propuestas, de las medidas y de las estrategias derivadas del artícu-
lo 16 por el cual la Comisión presenta un plan indicativo al Comité de reglamentación creado por el artícu-
lo 21.
32 Vid. el cuadro 2.3.2 del Anexo V.
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35 Estos acuerdos se mencionan en el artículo 1 de la Directiva y se incluyen aquí los dedicados a prevenir
y erradicar la contaminación en el medio marino comunitario: respecto del Mar Mediterráneo, la Decisión
77/585/CEE permite a la Comunidad adherirse al Convenio para la protección del Mar Mediterráneo con-
tra la contaminación (Convenio de Barcelona) así como al Protocolo sobre la prevención de la contamina-
ción del Mar Mediterráneo causada por los vertidos desde buques y aeronaves. Estos dos instrumentos per-
siguen, junto con los protocolos a las que la Comunidad se ha adherido posteriormente (mediante las Deci-
siones 81/420/CEE, 83/101/CEE y 84/132/CEE), limitar la contaminación en la región mediterránea. Am-
bos instrumentos fueron firmados en 1976 por todos los Estados miembros (Grecia, España, Francia e Italia)
y países terceros ribereños del Mar Mediterráneo (21 países en total). En 1999, el Consejo adoptó una serie
de decisiones sobre las modificaciones del Convenio, de dos de sus protocolos y de un nuevo protocolo re-
lativo a las áreas especialmente protegidas y a la diversidad biológica en el Mediterráneo. Por otra parte, la
Comunidad suscribió en el año 2002 el decimosexto Protocolo al Convenio de Barcelona, al que se adhirió
mediante la Decisión 2004/575/CE del Consejo. Respecto al Mar Báltico, la Decisión 94/156/CE del Con-
sejo de 21 de febrero de 1994 relativa a la adhesión de la Comunidad al Convenio sobre la protección del
medio marino de la zona del mar Báltico (Convenio de Helsinki de 1974) y la Decisión 94/157/CE del Con-
sejo de 21 de febrero de 1994 relativa a la celebración en nombre de la Comunidad del Convenio sobre pro-
tección del medio marino de la zona del mar Báltico (Convenio de Helsinki revisado - 1992), las dos en DO-
CE L73, de 16 de marzo de 1994, permiten a la Comunidad adherirse al Convenio sobre la protección del
medio marino en la zona del mar Báltico (Convenio de Helsinki). El objetivo de este Convenio, firmado en
marzo de 1974 por todos los Estados ribereños del mar Báltico (Dinamarca, Alemania, Suecia, Estonia, Fin-
landia, Letonia, Lituania, Polonia y Rusia) es reducir la contaminación de la zona del mar Báltico causada
por los vertidos procedentes de las evacuaciones de ríos, estuarios, desagües y canalizaciones o debida a
descargas y actividades habituales de los buques, así como a agentes contaminantes arrastrados por el aire.
El Convenio entró en vigor en 1980. Finalmente, respecto del Nordeste Atlántico, la Decisión 98/249/CE del
Consejo, de 7 de octubre de 1997, relativa a la firma en nombre de la Comunidad del Convenio sobre la pro-
tección del medio marítimo del Nordeste Atlántico (Convenio de París) convierte a la Comunidad en Parte
contratante del Convenio sobre protección del medio marítimo del Nordeste Atlántico, firmado en París el
22 de septiembre de 1992. Posteriormente se adoptaron las Decisiones OSPAR 1 a 5 que actualizan, derogan
o matizan las disposiciones de este Convenio. Por último, se adoptó la Decisión 2000/340/CE del Consejo,
de 8 de mayo de 2000, relativa a la aprobación en nombre de la Comunidad del nuevo anexo V del Conve-
nio sobre la protección del medio marino del Nordeste Atlántico, relativo a la protección y conservación de
los ecosistemas y la diversidad biológica de la zona marítima y el apéndice 3 correspondiente (DOCE L118,
de 8 de mayo de 2000).
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36 Efectivamente, esta aproximación atenuada al principio “quien contamina, paga” es la resultante de dos
circunstancias: en primer lugar, que los propios Tratados facultan al Consejo a establecer excepciones a la
aplicación de este principio (artículo 175.5º del TCE) y, en segundo lugar, es fruto de la negociación comuni-
taria ya que, como se puede comprobar, el proyecto de la Comisión presentaba el principio de recuperación
integral de costes (así se deduce por los cambios en la propuesta inicial, recogida en el artículo 12 del Docu-
mento COM (97) 49 final), pero nueve delegaciones (la belga, la danesa, la alemana, la española, la francesa,
la neerlandesa, la portuguesa, la finlandesa y la sueca) presentaron un nuevo texto -cuyo espíritu es final-
mente aceptado-, que tiene en cuenta los efectos sociales y medioambientales, además de los económicos, de
la recuperación de costes, así como las condiciones geográficas y climáticas de la región concernida.
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37 Vid. respecto a esta cuestión, A. EMBID IRUJO, “Consideraciones jurídicas generales sobre la Directiva-
marco de aguas, con atención especial a las aguas subterráneas”, Revista interdisciplinar de gestión ambiental,
enero, 2003, p. 5, y, del mismo autor, “Condicionamientos jurídicos de una política de precios del agua”, en
A. EMBID IRUJO (coord.) Precios y mercados del agua, Civitas, 1996, pp. 23 y ss.
38 Vid. I. CARO-PATÓN CARMONA, “La Directiva marco de aguas y su transposición al Derecho espa-
ñol: análisis jurídico general”, Revista Aranzadi de Derecho Ambiental, nº 9, 2006,, pp. 37 y ss.
39 Vid. COM (2000) 477 final.
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40 Sobre este particular aspecto de la Directiva marco, vid. A. HARRISON et al., WWF’s Preliminary Com -
ments on Public Participation in the Context of the Water Framework Directive and Integrated River Basin Manage -
ment, WWF European Freshwater Programme ed., 2001, así como el documento del Ministerio de Medio
Ambiente y la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, Mesa de Información y Seguimiento de la
DMA, cuya primera parte se dedica íntegramente a la participación del público en la Directiva y a la expe-
riencia española en este aspecto.
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El hecho de que la norma que analizamos sea una Directiva hace que
sea necesaria su transposición a la legislación de los Estados miembros41, es
decir, es necesario que los Estados realicen la implementación de las obliga-
ciones contenidas en la Directiva mediante la adopción de normas naciona-
les que concuerden con el contenido de la norma comunitaria. En realidad,
se puede decir que de ello depende el éxito o el fracaso de una norma como
ésta. Además, lógicamente, es una norma que ha influido de manera tras-
cendente en la legislación de aguas de todos los Estados miembros y lo se-
guirá haciendo en los próximos años y, por otra parte, influirá también en la
legislación de los Estados candidatos y de todos los interesados en serlo en
algún momento42.
41 Sin embargo, a pesar de que el plazo de transposición terminó el 22 de diciembre de 2003, todavía hay
varios Estados que, o no han cumplido con su obligación de transponer, o bien no han comunicado a la Co-
misión sus normas nacionales de transposición de la Directiva lo que, en todo caso, constituye un incumpli-
miento de las obligaciones ligadas al hecho de ser Estados miembros de las Comunidades: concretamente
no hay información por parte de la Comisión de la transposición de la Directiva marco en Irlanda, Italia, Lu-
xemburgo, Portugal y Suecia.
42 Se debe traer aquí a colación el artículo 49 del TUE que exige, para la adhesión, el respeto de los princi-
pios contenidos en el artículo 6 del mismo TUE y una negociación de las condiciones que incluirá, lógica-
mente, el respeto del acquis communautaire, del acervo comunitario, es decir, no sólo el Derecho comunitario
en sentido estricto, sino también el contenido, los principios y objetivos políticos establecidos en los Trata-
dos, la legislación adoptada en aplicación de los Tratados, la jurisprudencia del Tribunal de Justicia, los ac-
tos adoptados en los pilares intergubernamentales, los convenios internacionales celebrados por la Comu-
nidad o por los Estados miembros entre sí, así como las declaraciones y resoluciones adoptadas en el mar-
co de la Unión.
43 Sobre la transposición en el país vecino puede consultarse el crítico trabajo de B. DROBENKO, “De la
pratique du minimalisme: la transposition de la Directive cadre eau”, Revue juridique de l’environement, nº 3,
2004, pp. 241 y ss.
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47 Vid. Real Decreto 125/2007, de 2 de febrero, por el que se fija el ámbito territorial de las demarcaciones hi-
drográficas (BOE de 3 de febrero de 2007).
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48 Tal y como ha señalado el Tribunal Constitucional en su sentencia 80/1993, de 8 de marzo, que interpreta el
artículo 93 de la Constitución teniendo en consideración también el contenido del artículo 149.1º.3 de la misma.
49 Vid. Lo que señalan respecto a los mecanismos internos de garantía del cumplimiento de las obliga-
ciones comunitarias M. BERNAD Y ÁLVAREZ DE EULATE, S. SALINAS ALCEGA y C. TIRADO RO-
BLES, Instituciones y Derecho de la Unión Europea, Zaragoza, 2003, pp. 379 y ss., así como D. ORDÓÑEZ
SOLÍS (La ejecución del Derecho comunitario europeo en España, Madrid, 1994, pp. 453 y ss.) así como L.I.
SÁNCHEZ RODRÍGUEZ (“El artículo 93 CE y el bloque de la constitucionalidad: algunos problemas”,
Estudios sobre la Constitución española. Homenaje al Profesor Eduardo García de Enterría, Madrid, 1991, pp.
239 y ss.)
50 Vid. la valoración que sobre la transposición en España hace I. CARO-PATÓN CARMONA, “La Di-
rectiva marco de aguas y su transposición …”, op. cit., pp. 44 y ss.
51 Vid. en este sentido las declaraciones del Consejero de Medio Ambiente de la Generalitat Catalana apa-
recidas en Heraldo de Aragón de 7 de febrero de 2004, p. 6. Además, otras Comunidades Autónomas ma-
nifestaron su intención de presentar recursos de inconstitucionalidad contra esta Ley.
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52 Ley 10/2001, de 5 de julio de 2001, BOE nº 161, de 6 de julio de 2001, y corrección de errores en BOE nº
184, de 2 de agosto de 2001.
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mer lugar, la entidad denunciante indica que el que no se hubiera llegado toda-
vía al final del plazo de transposición de la Directiva marco no permitía en mo-
do alguno que los Estados actuaran con total libertad actuando contra las nor-
mas de la Directiva, al contrario, los Estados tienen la obligación de respetarlas53.
Así, aunque la Directiva 2000/60/CE finalizó su plazo de transposición
el 22 de diciembre de 2003, ello no quiere decir que los Estados miembros no
deban tener en cuenta su contenido hasta esa fecha; por otra parte, hay que te-
ner en cuenta que la Ley del Plan Hidrológico Nacional prevé la realización de
una serie de proyectos técnicos y obras de carácter tan importante que ha sido
imposible, lógicamente, que se completaran antes de la fecha citada.
Según la denuncia presentada, la Ley 10/2001 incumple, en general, el
espíritu de la Directiva de Aguas: se habla concretamente de la “puesta en
marcha de un proceso de ambigüedad calculada, consistente en la práctica por
parte de la Ley 10/2001 de efectuar recepciones meramente terminológicas de
la Directiva 2000/60/CE (...), pero acompañadas de regulaciones sustantivas,
de fondo, en donde puede apreciarse claramente esa evidente incongruencia
en las cuestiones que son realmente importantes, en las directamente relacio-
nadas con la operatividad de la decisión básica de la propia Ley 10/2001, el
trasvase del Ebro”.
En efecto, hay una serie de preceptos en la Ley del Plan Hidrológico pre-
suntamente respetuosos con la Directiva de aguas, pero son preceptos no ope-
rativos, con carácter de principios de compromiso para un futuro incierto, que
son desmentidos por la regulación de fondo de la Ley, cuyo objetivo final es el
trasvase del Ebro, claramente contradictorio con el Derecho comunitario. Ade-
más, se rompe con el principio inspirador de la política comunitaria de aguas
de gestión del agua por cuencas hidrográficas recogido en el artículo 13 de la
Directiva, pero el incumplimiento se puede centrar, concretamente, en tres ar-
tículos de esta Directiva: en primer lugar el artículo 4.1º.b) relativo a los objeti-
vos medioambientales para las aguas subterráneas y además, en segundo y
tercer lugar, los artículos 5 y 9 en relación con el anexo III de la Directiva, rela-
tivos al análisis económico del agua y a la recuperación de costes derivados de
las políticas del agua.
53 “el que se otorgue un determinado plazo para ello (de transposición) no ha llevado al Tribunal a otor-
gar absoluta liberalidad a los Estados para que, durante ese período de tiempo, puedan realizar las ac-
tuaciones que juzguen convenientes, incluso contrarias a las contenidas en la Directiva. (...). Incluso, el
Tribunal de Justicia también ha afirmado que durante el plazo otorgado por la Directiva para su trans-
posición, los tribunales nacionales tienen la obligación de interpretar el Derecho interno vigente de con-
formidad con el contenido de la Directiva (cfr. sobre ello la sentencia de 8 de octubre de 1987, Kolping-
huis Nijmegen, asunto 80/86, apartado 12).”
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54 Señala Pedro ARROJO (vid. “PHN. Tornar las claves del fracaso en argumentos de futuro”, ARROJO
AGUDO, P. y DEL MORALITUARTE, L. (dir.), La Directiva Marco del agua: realidades y futuros, III Congreso
Ibérico sobre Gestión y Planificación del Agua. Ponencias, Sevilla, 13 a 17 de noviembre de 2002, Fundación
Nueva Cultura del Agua, Institución Fernando el Católico de la DPZ, Universidad de Zaragoza y Junta de
Andalucía, 2003, p. 74) que: “El PHN relanza en Aragón el llamado Pacto del Agua, con más de 250.000 ha;
en Navarra, el Canal de Navarra con 50.000 hectáreas; y en Cataluña el Segarra-Garrigues con otras 70.000
ha. Tan descomunales proyectos, en combinación con los requerimientos de regulación de los grandes
trasvases, exigen, por un lado, la construcción de polémicos embalses, que inundarían valles habitados en
el Pirineo Central, y por otro, una detracción consuntiva de 2.600 hm3 /año cuyos efectos sinérgicos, e com-
binación con los de los trasvases, supondrían la definitiva degradación del Delta del Ebro”.
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55 En este momento, lógicamente, la Comisión no hacía ninguna referencia a la Directiva 2000/60/CE, que
todavía no había sido adoptada.
56 Un examen más detallado de estos contactos se encuentra en mi monografía La política del agua en el
marco comunitario, op. cit., pp. 155 y ss.
57 Publicado en el BOE nº 131, de 2 de junio de 2003.
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V. Valoración final
En nuestra opinión hay que señalar que tras más de treinta años de ac-
tividad legislativa, la política comunitaria de aguas se configura como uno
de los campos más desarrollados de la política de protección del medio am-
biente en el territorio comunitario: en las primeras etapas, la adopción de las
normas no tenía una estrategia clara ni un marco general con directrices úni-
cas, sino que más bien se trataba de solucionar los problemas caso por caso
y, por tanto, las directivas que se adoptaban se centraban en controlar los ni-
veles de contaminación del recurso, estableciendo, por ejemplo, límites má-
ximos de emisión de determinadas sustancias, y, por otra parte, trataban el
agua desde el punto de vista del uso a que estaba destinada; esta situación
queda superada por la adopción de la Directiva marco que se sitúa, a pesar
de que sea susceptible de críticas, como la norma esencial para la construc-
ción de una política de aguas coherente, con objetivos claros, plazos para
cumplirlos y sujetos concernidos claramente establecidos.
Con ello, la Directiva es un ejemplo legislativo de gestión de las aguas
que tiene en cuenta no sólo la dimensión comunitaria de dicha gestión, sino
también, por el hecho de ser una directiva, la dimensión nacional, de afecta-
ción de los poderes públicos y de los particulares de los Estados miembros,
y, por último, la dimensión internacional, puesto que recoge también los ni-
veles de protección establecidos por los Tratados internacionales mediante
un vocabulario, unos principios medioambientales o unos instrumentos de
aplicación reconocidos internacionalmente60. Podemos decir, por tanto que la
política de aguas comunitaria está en fase de construcción pero que cuenta
ya con un bagaje teórico y práctico que la convierten en un régimen legal ori-
ginal, sofisticado y multidimensional que no tiene parangón en el panorama
legislativo actual en materia de aguas.
Apesar del balance general positivo, también es de justicia hacer cons-
tar que la Directiva marco tiene algunos aspectos criticables como los plazos
excesivos que para el logro de sus objetivos se marcan a los Estados miem-
60 Según I. CARO-PATÓN, “La Directiva marco de aguas y su transposición…”, op. cit., p. 54, la Directiva
supone la incorporación de los principios de Derecho internacional de uso equitativo y razonable del agua,
tal y como se recogen en la Carta Europea del Agua del Consejo de Europa de 17 de octubre de 2001, en la
que se señala que este principio exige considerar los factores geográficos, hidrográficos, hidrológicos,
climáticos, ecológicos, las necesidades económicas y sociales de las poblaciones afectadas, los efectos de la
utilización del recurso por los usuarios, la necesidad de conservar y economizar el agua, así como los costes
de las medidas que puedan adoptarse a estos efectos.
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SE TERMINÓ DE IMPRMIR
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ZETAEDITORES
2007
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