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PIERRE BENOIT

TEOLOGÍA PAULINA Y TEOLOGÍA JUANEA


El autor, a partir de la importancia de la irradiación del Espíritu en Jesús para llegar a
su divinidad, estudia la convergente diversidad de dos teologías: juanea y paulina.

Paulinisme et Johannisme, New Testament Stud ies, 9 (1962-1963) 193-207

EL ESPÍRITU EN JESÚS

La fe de los primeros cristianos no tomó conciencia inmediata de la divinidad de


Jesucristo. Fue un proceso lento. Primero, el día de Pascua de Pentecostés
comprendieron que Jesús, elevado al rango divino, se sentaba a la derecha del Padre
(Act 2,34-36). Vino luego una reflexión reposada sobre la vida de Jesús, sus milagros,
su pretensión de ser el Hijo y de conocer Él sólo los secretos del Padre... Fue entonces
cuando se les mostró la revelación de su concepción virginal. En este progreso de la
primitiva fe, algunos ven la creación de un mito, pero preferimos llamarlo el
descubrimiento de un misterio.

Pero una pregunta surge inevitable: antes de este nacimiento ¿qué era Jesús? Él vino a
salvar el mundo precedido por una larga preparación como testimonian las Escrituras.
No pudo, pues, haber salido de la nada el día de su concepción. Él había preexistido
ciertamente en Dios; pero ¿cómo expresar este misterio?

Aquí la irradiación del Espíritu en Jesús desempeña un papel decisivo. En efecto, la


Escritura asociaba, a menudo, el Espíritu a la Palabra como dos manifestaciones
correlativas de la acción de Dios en el mundo. Por otro lado, Jesús había hablado de
parte del Padre (Mt 11,27), enviado por Él (Me 9, 7), repartiendo la Palabra como un
sembrador; pero ¿no sería Él mismo esta Palabra preexistente en Dios, como el Espíritu,
manifestada ocasionalmente en el Antiguo Testamento, pero reservada para la plena
manifestación de los tiempos mesiánicos?

El descubrimiento en Cristo de la Palabra que da el Espíritu, debía revelar


definitivamente, gracias a la persona histórica de Jesús, el carácter personal - más tarde
se dirá hipostático- de sus atributos divinos, que hasta ese momento apenas sí
sobrepasaban la personificació n poética.

Centramos nuestra atención en los escritos paulinos y juaneos, no por ser los primeros
del cristianismo que abordan la preexistencia de Cristo, sino por ser los que la exponen,
con más claridad.

PALABRA Y ESPÍRITU, CREACIÓN Y REVELACIÓN EN EL AT

En el AT, la acción combinada de la Palabra y del Espíritu de Dios se nos aparece bajo
dos aspectos correlativos, pero distintos: el de creación y revelación. Pablo ha
subrayado principalmente el aspecto de creación, mientras que Juan se ha fijado más en
el de revelación. Son dos puntos de vista distintos pero convergentes.
PIERRE BENOIT

Creación

Desde el principio del Génesis, Palabra y Espíritu aparecen en Dios para describir su
acción creadora: "Al principio creó Dios los cielos y la tierra... el Espíritu de Dios se
cernía sobre la superficie de las aguas. Dijo Dios: haya luz, y hubo luz" (Gén 1,1-3). Un
poco más adelante Dios modela al hombre con el barro del suelo y le inspira en su
rostro un aliento de vida. Es una presentación concreta de la misma concepción: por su
Palabra o sus manos, Dios determina la estructura del ser que quiere crear; por su soplo
que es su Espíritu, da a este ser el poder de existir y de actuar. Antropomorfismo sin
duda, pero justificado porque se remonta a Dios. El hombre percibe en su propia palabra
y en su propio soplo las manifestaciones de su pensamiento y de su energía; pero todo
esto no lo tiene sino por su Creador; así, cuando habla de este Dios creador, no hace
sino devolverle lo que de Él ha recibido.

Está composición de Palabra y Espíritu creadores aparecen más de una. vez a lo largo de
la Biblia (cfr. Sal 33,6; 147,18; Is 34,16; Ez 37,4-10).

Revelación

El otro aspecto, en el que Dios actúa por su Palabra y su Espíritu, es el de Revelación.


Conocemos los numerosos casos en los que el Espíritu de Dios escoge a un profeta para
comunicarle la Palabra reveladora que deberá transmitir al pueblo. David declara al
principio de sus últimas palabras: "El Espíritu de Yahvé habla por Mí, y su Palabra está
en mis labios" (2 Sam 23,2). El profeta, figura de Cristo, anuncia con términos muy
parecidos a los de Jesús su misión de salud: "El Espíritu del Señor Yahvé descansa
sobre mí, pues Yahvé me ha ungido, y me ha enviado para predicar la Buena Nueva a
los abatidos..:" (Is 61,1). Dios le promete además: "El Espíritu mío que está sobre ti y
las Palabras que yo pongo en tu boca, no faltarán de ella jamás, ni de la de tus hijos...
desde ahora para siempre" (Is 59, 21).

Evidentemente creación y revelación no se oponen en Dios. Más bien se complementan.


Sin paradoja se puede decir que Él crea a modo de revelación, y que toda revelación por
su parte culmina en una creación. En efecto, para Dios ¿qué es crear sino revelar su
supremo pensamiento con una palabra tan eficaz que las cosas pasan de la nada al ser?
Y cuando Él manifiesta su voluntad, ¿no es acaso con un poder tal que ejecuta
inmediatamente? El es Aquel que da la vida a los muertos y a la nada la llama a la
existencia (cfr. Rom 4, 17); por haber creído en su Palabra Abraham vino a ser "padre
de muchas naciones, según el dicho: así será tu descendencia" (Rom 4, 18).

Ahora bien, aunque creación y revelación son en Dios, ser infinitamente simple, dos
actos idénticos, no se nos prohíbe distinguirlos. Al contrarío, conviene hacerlo ya que
producen en la criatura efectos diferentes que conviene recibir de modo distinto. Una
cosa es recibir la existencia, la vida; otra recibir la luz, el conocimiento. Hay distintas
etapas en el encuentro con Dios. Esto es lo que intentamos mostrar al distinguir la
teología de Juan y la teología de Pablo.
PIERRE BENOIT

CREACIÓN Y REVELACIÓN EN JUAN Y PABLO

Parece que Juan se mueve preferentemente en una atmósfera de revelación. Para él,
Jesús es ante todo la Palabra (Jn 1,1; 1 Jn 1,1), venido de junto a Dios para dar a
conocer al Padre. No habla de sí mismo, sino que dice lo que Él ha visto y oído junto al
Padre. Su palabra se presenta como un testimonio (Jn 3,11.32) y nos invita a creer (Jn
2,11.23). El Espíritu está. estrechamente asociado a la Palabra en esta tarea de
manifestación: "Aquel a quien Dios ha enviado, habla palabras de Dios, pues Dios no le
dio el Espíritu con medida" (Jn 3,34). El papel del Paráclito después de partir Jesús, será
dar testimonio de Él, enseñar recordando todo lo que Él había dicho, e incluso añadir lo
que los discípulos no habían comprendido todavía, a fin de conducirles hacia la verdad
total (Jn 16,13).

La verdad: he aquí un tema que, con los correlativos de luz y de gloría, expresa con
claridad el ambiente de revelación del cuarto evangelio. "Jesús es la Luz verdadera que
ilumina a todo hombre", "luz del mundo", "luz de vida", que "viene a disipar las
tinieblas". Los hombres se dividen -y aquí radica el juicio de Dios- según acojan la luz o
prefieran permanecer en las tinieblas (Jn 3,19-21). Jesús "dice la verdad". Él es la
Verdad; y el Espíritu que promete es el "Espíritu de Verdad" (Jn 15, 26). Por el pecado
los hombres son esclavos del padre de la mentira que es el Diablo; recibiendo la palabra
de Cristo, y haciéndose discípulos suyos conocerán la verdad y serán libres (Jn 8,31-
47). La salvación es, ante todo, un asunto de conocimiento, de iluminación, de fe. El
tema de la gloria, es muy parecido en sus perspectivas al de la luz y verdad; significa el
esplendor de la majestad divina, la irradiación de su fulgurante luz.. Se puede afirmar
que toda la vida de Jesús en el cuarto evangelio es una manifestación de la vida divina:
gloria del Padre, que Jesús busca al manifestar su nombre a los hombres; gloria del
Hijo, que tiene de su Padre desde toda la eternidad, aunque al manifestar esta gloria
progresivamente por medio de sus milagros-signos y, de un modo pleno, por la
exaltación de la cruz, es al Padre a quien glorifica, siendo, al mismo tiempo, glorificado
por Él (Jn 17,1-5).

La idea de una suprema Reve lación traída por Jesús, parece ser el centro del evangelio
de Juan.

En Pablo, en cambio, la idea motriz parece ser la de una re-creación. Cuando Pablo
habla de la obra de Cristo muerto y resucitado, no ignora los aspectos de expiación y de
sacrificio, de justificación, de redención, de reconciliación, pero a sabiendas insiste en el
matiz de nueva creación; y ésta es sin duda su aportación más personal. En sus escritos
se encuentra la transición entre dos mundos. Dios todo lo ha renovado en su Hijo. "De
suerte que el que es de Cristo se ha hecho criatura nueva, y lo viejo pasó, se ha hecho
nuevo" (2 Cor 5,17). Dios había creado el mundo por su Palabra y por su Espíritu; ahora
Él lo ha recreado en la persona de Jesucristo. En Jesucristo ha destruido sobre la Cruz el
mundo viejo hecho esclavo de la Ley por el pecado, el hombre viejo hecho "carne de
pecado"; y después de esta obra de muerte, ha reimprimido en el hombre el sello de. su
imagen y le ha reinfundido su aliento: ésta ha sido la obra de la Resurrección. Jesús es,
en efecto, la "Imagen de Dios", como el Primogénito y prototipo de una multitud de
hermanos que le deben reproducir (Rom 8,29). Dios, que creó en Él todas las cosas,
ahora resucitándole recrea en Él todas las cosas (Col 1,15-20). Él es "el Hombre Nuevo
creado según Dios en la justicia y en la santidad de la verdad" del que todo hombre debe
revestirse por la fe y el bautismo (Gál 3,27); entonces, como en un nuevo paraíso
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terrenal, el hombre se encamina hacía el verdadero conocimiento, renovándose a


imagen de su creador (Col 3,10). Este hombre nuevo, justo y santo, del que hay que
revestirse, es Cristo mismo, tal cual sale del sepulcro por la resurrección, cabeza de una
nueva raza, de un nuevo tipo de humanidad. El Espíritu Santo es el artífice de esta
resurrección, y el que acompaña la acción de la Palabra en la nueva creación, como ya
lo hizo en la primera. Es por el poder de su Espíritu por el que el Padre ha resucitado a
Jesús, y por el Espíritu resucitará con Jesús a los que creen en Él (Rom 1,4; 8,11).

En Juan, la salvación consistirá, preferentemente, en renacer por la luz a la vida del


verdadero conocimiento de Dios; mientras que en Pablo radicaría en el pasar de la
muerte a la vida por una re-creación de todo el ser.

ALGUNOS ASPECTOS PARTICULARES

Concretemos esta distinta visión de matices, en algunos temas importantes tratados por
Juan y Pablo, y que están en la base de la ideología cristiana primitiva.

El pecado

En Pablo la hamartía (pecado) reviste el aspecto de una fuerza del mal, un poder
personificado que esclaviza al hombre, habita en su carne y lo destina a la muerte. Para
liberar al hombre y prepararlo a recibir el Espíritu, hay que destruir "esta carne de
pecado", siguiendo el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, que se renueva
en todos los que se incorporan a Él.

Para Juan, el pecado es un no creer, un rechazar la Verdad, la Luz: "Si no hubiera


venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su
pecado" (Jn 15,22). El pecado es una mentira que nos hace esclavos del diablo, padre de
la mentira (Jn 8,44). Jesús dice la verdad, y esta es la razón por la que no puede ser
argüido de pecado (Jn 8,46).

La ley

En Juan aparece pocas veces y permanece fiel a la concepción veterotestamentaria de


expresión de la voluntad divina, que se dirige al espíritu del hombre y solicita su
obediencia; pero reviste el matiz específico de anunciar: y dar testimonio de Jesús,
porque es de Él de quien escribió Moisés (Jn 5,39-46). Pablo conoce también este papel
anunciador de la Ley, pero lo restringe al anuncio moral del precepto, relacionándolo
con la justicia y denunciando su ejercicio peyorativo: despertando la conciencia, la Ley
excita la codicia (Rom 7, 7-8), transforma en "transgresión" formal, lo que no era más
que falta material (Rom 4,15) y condena finalmente al pecador a soportar la "cólera", la
"maldición", la "muerte" (Rom 7,9-11). La Ley pertenece a la antigua economía y debe
por lo tanto desaparecer con ella. Un mundo viejo es destruido, un mundo nue vo es re-
creado. En Pablo encontramos siempre la misma dialéctica: Cristo, sometido al "yugo
de la Ley" y a su "decreto de muerte", muere por la Ley, pero, a su vez, es la misma Ley
la que deja de existir, como el insecto que pierde su aguijón y muere al querer matar.
Superada la antigua creación, la Ley desaparece en la nueva creación para dar lugar a la
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"Ley de la fe" (Rom 3,27), a la "Ley de Cristo" (Gal 6,2), a la "Ley del Espíritu" (Rom
8,2), cuya "justicia florece en el amor" por "la obediencia al Espíritu" (Gál 5,14; Rom
8,2).

La justificación

Pablo da a la justificación un realismo ontológico al considerarla bajo la perspectiva de


la recreación. Pablo sitúa la justificación en el campo de una nueva creación efectiva y
realizada ya totalmente en Cristo, en forma incoativa en el cristiano. La justicia, que
Cristo nos ha obtenido por la cruz, es en Él y en nosotros tan real como la santificación
y la redención (1 Cor 1, 30). Porque todo esto se obtiene en un plan de mundo nuevo,
llegado con Jesús resucitado, y del cual el creyente participa en realidad por su ser
espiritual. Para Pablo la justificación no es una tarea de puro conocimiento, es una
renovación intrínseca del ser.

Juan presenta la justificación en parte bajo la forma de juicio, encargado por el Padre al
Hijo, y que se ejercita por la misma manifestación de la Luz (Jn 3, 18-21), el que
escucha la palabra del Enviado tiene la vida eterna y no está sometido al juicio, el que
no la escucha tiene su juez que le condena: "La palabra que yo he hablado, ésa le
juzgará en el último día" (Jn 12, 48). Juan vincula al horizonte de la revelación el juicio,
que justifica o condena al hombre: "Yo he venido al mundo para un juicio, para que los
que ven, vean; y los que no ven se vuelvan ciegos" (Jn 9, 39). Otro aspecto de la
justificación en san Juan es el de la lucha entablada entre Jesús y el príncipe de este
mundo: éste quiere suprimir a su antagonista y condenarlo a la cruz (Jn 6, 70); pero en
definitiva "no puede nada contra Él" y será a su vez condenado por la misma cruz,
porque Jesús levantado de la tierra atraerá hacia sí a todos los hombres (Jn 12, 32).

La fe

Tanto Pablo como Juan entienden por fe una adhesión de todo el ser, del corazón y del
espíritu, pues de lo contrario no sería ni auténtica ni cristiana. Pero esta fe aparece más
contemplativa en Juan, más creadora en Pablo. Juan la asocia estrechamente: a la visión:
"vio y creyó" (Jn 20, 8). Incluso tomada bajo la forma "dichosos los que sin ver
creyeron" (20, 29), esta dialéctica de "ver" y "creer" manifiesta claramente el horizonte
de luz donde se sitúa la fe juanea.

La fe en Pablo no puede dejar de ser también "una acogida de la Palabra", la adhesión a


una doctrina (Rom 6, 17 ss); pero rápidamente desciende a la profundidad de "un
arraigamento en Cristo", de "un don de salvación por pura gracia", de una etapa en el
plan de salvación que sucede a la Ley e introduce en la nueva era del hombre nuevo en
Cristo (Gál 3, 23-28).

Los sacramentos

Los sacramentos de la fe se sitúan en Pablo en el mismo horizonte creador. El bautismo


asocia a la muerte y resurrección de Cristo (Rom 7, 3-11 ss.), introduce en la condición
escatológica y celeste de la nueva creación (Col 3, 1-4). La eucaristía anuncia la muerte
y la vuelta del Señor (1 Cor 11, 26).
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En Juan estos mismos sacramentos aparecen más bien como contactos reveladores con
la Vida-Luz. La eucaristía es introducida en el cap. 6 por un largo discurso sobre Cristo
Pan del cielo y maná de Sabiduría, ya que la carne y la sangre que él ofrece como
manjar y bebida darán la "vida eterna", que consiste en conocer al único Dios verdadero
y a su enviado Jesucristo (Jn 17, 3). El bautismo nos hace nacer de lo alto, depositando
en el hombre regenerado un "germen" que no és sino la Palabra (1 Jn 3, 9). En esta
concepción, el germen de vida sembrado en el bautizado no aparece tanto como una
potencia creadora que hace resucitar de entre los muertos a la manera de Pablo, sino
como una potencia iluminadora que va a guiar al renacido por los caminos de la verdad.

La escatología

Insinuemos una última confrontación. En Juan, los dos mundos de pecado y gracia, de
muerte y de vida, se sobreponen; mientras que en Pablo se yuxtaponen. En los dos casos
estos mundos se oponen, pero de modo distinto: vertical y horizontalmente. Juan ve dos
mundos, el de arriba y el de abajo, el de la luz y el de las tinieblas, el de la verdad y el
de la mentira. Jesús desciende del primero al segundo, del cíelo a la tierra, para
manifestarse luz y verdad por su Palabra y su Espíritu; nos muestra el camino por su
retorno al Padre, a través de la exaltación de la cruz; creer en Él es seguirle, es liberarse
del mundo bajo, renunciar a su príncipe y a sus mentiras, y adentrarse en el
conocimiento del único Dios verdadero. Con Pablo, uno se siente, ante todo, sobre una
trayectoria continua, pero de línea rota, donde el acontecimiento de la cruz marca la
ruptura y el nuevo alcance decisivo; uno se encuentra ante un "antes" y un "después",
entre los que es necesario escoger. Antes, es el mundo viejo, nacido de la primera
creación, con su carga de carne y de pecado, de ley, de muerte, de esclavitud y rebelión;
después, es el mundo nuevo, nacido de la nueva creación, donde reinan el Espíritu y la
gracia, la libertad y la vida, el servicio amoroso de hijos. Para Juan y Pablo, Dios ha
hablado en Jesucristo y ha inspirado por su Espíritu; la resultante es un mundo salvado.

Conclusión

Detrás de estas dos visiones teológicas, ambas sumamente cautivadoras, podemos


entrever dos temperamentos y dos experiencias.

Dos temperamentos

Juan es un contemplativo, enamorado del conocimiento, de la luz, de la verdad. Como


un águila que planea, se mantiene en un nivel alto y desde allí vuelve una y otra vez
sobre el pequeño núcleo de pocas, pero grandes ideas que le es tan querido.

Pablo, por el contrario, es el luchador, el fundador de iglesias. Salta de ciudad en


ciudad, de Filipos a Corinto, de Atenas a Roma, para establecer por doquier la Iglesia de
Cristo. En estas condiciones se comprende que sea sensible a lo que hay de nuevo, de
creación en la obra de Cristo. Para él, como para Juan, se trata de abrirse a la luz; pero
también y ante todo de reedificar un mundo nuevo en vez del viejo que se hunde.
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Dos experiencias

La de Pablo es la visión del camino de Damasco. Él ha encontrado a Cristo resucitado.


Ha comprendido que Aquél a quien él despreciaba como a un ajusticiado, vivía con una
vida nueva y con Él sus fieles, a los que Pablo se atrevía a perseguir. Arrebatado por su
nuevo Maestro, ha saltado de su mundo viejo de judaísmo ardoroso, pero impotente, a
un mundo nuevo, donde todo se hace posible por la fuerza de la resurrección. Todo su
pensamiento brotará de aquí.

La experiencia inicial de Juan es la de un joven de 16 o 18 años, que ha encontrado a


Jesús y ha sido cautivado por su luz...

En resumen, dos ángulos de visión que se completan el uno al otro. Escuchando a Pablo
y a Juan, nuestra fe encontrará al Dios Santo que nos re-crea y nos ilumina por la
Palabra de Cristo y por el poder de su Espíritu.

Tradujo y condensó: VICENTE OLTRA

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