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Abigail Rios Barrera

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Profesión, trabajo y ¿revolución de habilidades?

El pasado verano tuve la oportunidad de cursar en modalidad de verano i la materia


de Ética, profesión y ciudadanía en San Cristóbal de las Casas, a la par que desarrollaba un
proyecto en San Andrés Larráinzar como complemento del curso. La experiencia en sí misma
me marcó en demasiados ámbitos de mi vida.

En el desarrollo de la materia aprendí cosas que me hicieron ver de manera muy distinta el
estudio de una carrera profesional, mi perspectiva cambió completamente. En el aula surgió la
pregunta: ¿qué hace a un profesionista profesional? Y surgieron las respuestas que se nos
ocurrirían a todos… ¿los estudios? ¿el título? ¿el dinero que recibe a cambio del trabajo que
realiza? ¿lo que sabe? ¿lo que hace? ¿el prestigio? ¿entre más dinero, más profesional es? ¿lo
que estudió dada la distinción entre profesión y oficio? Y tras una larga interacción sobre este
tema surgió la respuesta de los profesores: la confianza. El dinero, el prestigio y el
reconocimiento vienen después, el primer momento es en el que se otorga la confianza. Es
decir, le pagamos a un doctor $50, $200 o $500 la consulta no porque hagamos una evaluación
calculadora del tiempo que invirtió estudiando (o dónde estudió o si tiene el título de la mejor
universidad), analizando nuestro caso y atendiendonos para darnos una receta médica sino
porque confiamos en que lo que él o ella resuelva nos curará. La confianza a los profesionistas
(sin distinción entre profesiones y oficios) es el motor que nos acerca a ellos.

Desde mi experiencia como estudiante de Relaciones Internacionales lo único que me hace


sentido para en algún momento auto proclamarme profesionista es la confianza externa en que
puedo ser un agente de cambio en mi contexto desde lo que he estudiado en mi vida. Por esta
razón encuentro especialmente valiosos los conceptos de Hannah Arendt de trabajo y acción:
la creación de algo distinto para posteriormente salir a la esfera pública para el cambio
sociopolítico.

Ahora bien, la conferencia del pasado miércoles 20 de noviembre giró entorno a comprender
los cambios que estamos viviendo respecto a la tecnología, el talento, las demandas del
mercado, las habilidades, la automatización, etc. y cómo estos cambios nos afectarán cuando
nos enfrentemos a la inserción en el mundo laboral. Y es cierto, hay una realidad allá afuera
sobre la empleabilidad y esta tiene ciertas expectativas sobre mí como “estudiante de ciencias
sociales del Tecnológico de Monterrey”, probablemente que sea una gran líder, que me
comunique efectivamente, que sepa manejar perfectamente todos los recursos tecnológicos y
un listado más de todo lo que se espera de mí. ¿Esto quiere decir que mi universidad, el
Tecnológico de Monterrey, me está preparando a la perfección para ser un sujeto poseedor de
un montón de productos -conocimientos y competencias- listo para encajar admirablemente en
el mercado del sistema económico neoliberal? (Castillo, 2014) ¿Mi profesionalidad será
valorada por el cúmulo de habilidades, competencias y productividades y no por mi valor para
la acción sociopolítica? Esas son las preguntas que surgieron tras la conferencia y por su
contenido para pronto se podría decir que sí.

La conferencista también hizo hincapié en las próximas crisis de desigualdad y recursos,


¡próximas! ¿No están sucediendo ya? ¿No deberíamos preocuparnos ya? ¿No podemos señalar
la profunda exclusión y discriminación de esta revolución de habilidades? Un mundo que por
siglos ha excluido a muchos, esta revolución de habilidades se montó en una plataforma de
posmodernidad, globalización y neoliberalismo que ha favorecido la vida de algunos en
perjurio de la mayoría (Castillo, 2014) La posmodernidad nos está plegando, como estudiantes,
a la irreflexión sobre estas crisis haciéndonos creer que si usamos nuestros privilegios para
ayudar a los “más vulnerables” a través de la responsabilidad social será suficiente. Que si
insertamos en el capitalismo salvaje a un grupo de mujeres indígenas artesanas haciendo su
trabajo “vendible” -diferenciado- entonces somos factores sociales que están agotando todos
sus recursos creativos para favorecer a los “más necesitados”. Que somos los profesionistas
estudiados leídos y habilitados para ir a salvar a los invisibilizados del gobierno. ¿Estas son las
narrativas que debemos comprarnos todos por la inevitable revolución de habilidades?

No quiero decir que para ser un profesionista no se necesitan ciertos conocimientos, habilidades
y una capacidad para aprender y seguir aprendiendo, ¡claro que sí!, y el mundo inevitablemente
está cambiando. Pero todo esto debe estar acompañado de una conciencia real sobre nosotros
mismos y sobre las distintas realidades que atraviesan a quienes están parados en el mismo país
que nosotros. ¿Por qué seguir construyendo relaciones de poder? Debemos aspirar a que la
educación nos forme para mejorar procesos y productos, pero también y más importante que
nos forme para cuestionar activamente la contribución o repercusión de los distintos agentes
empleadores a la sociedad. (Castillo, 2014) Verdaderamente pensar lo que hacemos: porque
ahí se encuentran el análisis de la desigualdad social. Que pienso yo debería ser el enfoque
central de la revolución de habilidades.

De esta manera, el único sentido que debería tener el trabajo es aquel que pueda otorgar un
medio digno de vida y de desarrollo humano -realización personal total- (Gorz, 1991), en la
medida que este también es un derecho de todas las personas. Debemos aspirar y luchar porque
esta sea la realidad de nuestro país: trabajos dignos y derechos laborales. Trascender el
individualismo. Y para mí la ilusión de ser profesionista y trabajar de lo que estudio se reduce
a eso; la confianza para trabajar en favor de un cambio de la realidad actual de todas y todos.

Referencias:

Castillo, L. (2014) Educación para la consolidación del pensamiento ético en la Universidad:


la comunidad educativa y su entorno como fuente de moralización.

Gorz, A. (1991) Metamorfosis del Trabajo. Editorial Sistema: Madrid, España.

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