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Ariel \Ariel Antropología


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Françoise H éritier

MASCULINO/FEMENINO
El pensam iento de la diferencia

Ariel
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Diseño d e la cu b ierta: area3

1.a edición : d i c i e m b r e 1996


1.a reim p r e s ió n : ab ril 2002

T í t u l o o rigin a l:
X iasculin/Fóniifiin
La penséc de la dijjéreuce

T r a d u c c i ó n de
V IC E N T E V lL L A C A M P A

© 1996: É d itio n s O d ile Jacob

D e r e c h o s ex clu sivos de e d i c ió n en español


rese rv ad os p a r a E spaña
y p ro p ie d a d de la traducción:
© 1996 y 2002: E d i t o r i a l Ariel, S. A.
Provenga , 260 - 08008 Barcelon a

I S B N : 84-344-2220-4

D e p ó sito legal: B. 16.321 - 2002

Im p r e s o en España

A&M G r á f ic , S. L .
P o líg o n o Industrial « L a F lo rid a »
08130 Santa P e rp etu a de M o g o d a
(B a r c e lo n a )

N i n g u n a p a r t e d e e s t a p u b l i c a c i ó n , i n c l u i d o el d i s e ñ o
d e la c u b i e r t a , p u e d e s e r t « p r o d u c i d a , a l m a c e n a d a o t r a n s n i i l i
e n m a n e r a a l g u n a ni p o r n i n g ú n m e d i o , y a sea e l é c t r i c o ,
q u ím ic o , m e c á n ic o , ó p tico, d e g r a b a c ió n o de fotocopia,
si n p e r m i s o p r e v i o d e l e d i t o r .
C a p ítu lo I

LA VALENCIA D IFE R E N C IA L DE LOS SEXOS


¿SE H A L L A EN LOS C IM IE N TO S
DE LA SOCIEDAD?
El interés que, en determ inado m om en to de mi trayec­
toria científica, he m ostrado por la distinción social de los
sexos se funda a la vez en la experiencia sobre el terreno y
en encuentros ocasionales.
En 1984, en el m om ento en que com en zó el interés por
las nuevas técnicas de procreación, entraron en contacto
conmigo m édicos y juristas para aportar un punto de vista
antropológico a la cuestión de las potenciales incidencias
sociales de esas nuevas técnicas, y para obtener algunas
inform aciones sobre la manera en que se representaban y
trataban en las sociedades llam adas «trad icion ales» los
fenómenos vitales de la procreación: gestación, constitu­
ción del niño, lactancia, etc.1 De este m odo se abordaban
necesariamente las cuestiones de la relación entre lo m as­
culino y lo fem enino.
Anteriorm ente, en 1976, los prom otores de la E n c ic lo ­
pedia Einaudi me pidieron que m e hiciera cargo del con ­
junto de temas relativos al parentesco, y el conjunto de
conceptos que yo debía tratar com portaba la oposición
masculino/femenino.2

1. F r a n ç o i s e H é r i t i e r - A u g é , « D o n et u t i l i s a t i o n de s p e r m e et d ’o v o c v l e s .
M èr es de s u b s t i tu t io n . Un poin t de v u e l o n d é s u r l ’a n t h r o p o l o g i e s o c i a l e » , en
Hubert N v s s e n , é d., ( l é n é t iq u e , P r o c r é a t i o n et D r o i t, Paris, A c te s S u d , 1985,
pp. 237-253.
2. F ra n ço is e Héritier', « M a s c h i l e / F e m m i n i l e » , en E n ci cl op ed ia, V I I I - l.abi-
rinto M e m o r i a , Tur in, Kin a ud i, 1979.
16 m a s c u l i n o /f e m e n i n o

Por últim o, tam bién puedo citar, com o punto de arran­


que, mi participación en el A lto Consejo de la Población y
la Fam ilia, en el que uno de los asuntos fundam entales
planteados por el presidente de la República se refería a las
incidencias sociales sobre la población dentro de treinta
años, resultantes de las procreaciones m édicam ente asisti­
das, así com o de otras técnicas (d iagn óstico antenatal,
m apa genético, terapia génica, etc.). P o r d efin ición, en el
trabajo realizado por este grupo de reflexión se abordaba
tam bién la relación entre los sexos. Estas dem andas y estos
diversos trabajos han form a d o el trasfondo de m is ocasio­
nales incursiones en el tema.
P or lo demás, com o antropóloga y alricanista, está el
trabajo de cam po que he llevado a cabo.
Ese trabajo se centró, al com ienzo, en los sistemas de
parentesco, y en particular en el funcionam iento de los sis­
temas sem icom plejos de alianza que se hallan, sobre todo,
en ciertas sociedades del Á frica negra.3
Al hilo de mis investigaciones, observando que existía
una correlación estrecha entre las reglas prohibitivas de
alianza — o sea las que im pedían casarse con alguien en
con creto— y las concepciones relativas a la sangre, a su
producción y transmisión, m e orienté en una segunda fase
hacia las representaciones y la sim bólica del cuerpo: n ocio­
nes com o la reproducción, la inscripción corporal, los com ­
ponentes de la persona, los humores del cuerpo... De este
m odo, m e he encontrado necesariam ente en mi recorrido
con el tem a de la relación entre los sexos.

L o s p o d e r e s so ciales y la a n tro p o lo g ía

Este es un problem a que se plantea perm anentem ente


en el plano social. Sería presuntuoso al respecto creer que
los trabajos de los investigadores de ciencias humanas
influyen profundam ente en el legislador y en quienes d eci­
den en la materia, e incluso que son com prendidos v aten­

3. Fr an^o is e Jléritier, L ’R x e r c ic e de la páreme, París. L e S eu il- Gallim ar


1981.
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didos en los m edios de com unicación. Sin em bargo, a los


antropólogos ya se les consulta y se hallan presentes en ins­
tancias regionales o nacionales que deben tratar, por e je m ­
plo, de cuestiones de bioética o de aquellas en las que in ter­
vienen las relaciones sociales de sexo, lo que perm ite dar a
conocer un m ensaje las más de las veces considerado p o r
nuestros com pañeros com o inhabitual y en ocasiones
incongruente. Pero al m enos dicho m ensaje se transmite.
De eso a pretender que sea escuchado hay un paso. Pero lo
im portante es sin duda que se observe en la hora actual
una m ayor disponibilidad del Estado y de las instituciones
a considerarnos co m o interlocutores que pueden in flu ir
sobre la decisión que se va a tomar, en el plano legislativo
o en otro, y tam bién que los an tropólogos hacen más
esfuerzos que en el pasado para hacerse oír públicam ente.
Pienso en otro tipo de encuentro con interlocutores que
tienen posibilidades de acción en su práctica cotidiana: la
profesión m édica, por ejem plo. En 1991 yo debía hablar en
un congreso de ética m édica acerca de las actitudes de las
sociedades tradicionales ante las epidem ias.4 Por las reac­
ciones del público, es cierto que al m enos una parte de los
oyentes se dio cuenta de que funcionam os, y de que ellos
mismos funcionaban, con un sistema de representaciones
que difiere poco del que se halla en las sociedades trad i­
cionales, subyacente a su com prensión racional del hecho
epidém ico; y que es preciso tener en cuenta estas rep re­
sentaciones, sobre tod o en las acciones de prevención para
la salud. N o estam os tratando exactam ente de la relación
entre los sexos, pero se trata en lo fundam ental del m ism o
tipo de acción: hacer com prender la existencia y la p ro fu n ­
didad de los anclajes sim bólicos que pasan inadvertidos a
los ojos de los pueblos que los ponen en práctica.
Forzoso es ad vertir que las relaciones hom bres-m ujeres
se replantean sin cesar en los interrogantes de las distintas
instancias que he citado. En lo que es casi un m atiz en
relación con el trabajo de la antropología, nos enfrentam os

4. F r a n ç o ^ e H é r itie r -A u g é , « F e s “socié tés tr a d itio n n e lle s ” lace aux é p i d é ­


m ie s», en O r d r e des m é d e c i n s éd., Tro isiè m e Cong res in te rn a ti on a l (¡ 'E t h i q u e
médicale. Paris, 9-10 ma rs /99/. Les Actes, Paris, 1992, pp. 293-299.
18 m a s c u l in o /f k m h n in o

a una doble dificultad: continúa tratándose de problem as


sociales con cretos y urgentes.
Así, las procreaciones m édicam ente asistidas, el «d o b le
trabajo» fem enino, en el exterior y en el hogar, el puesto de
las mujeres inm igradas, las consecuencias del alargam iento
de la vida, sobre todo fem enina, el régim en de pensio­
nes, etc., son otros tantos ám bitos concretos en los que la
política precisa de consejos y orientaciones, pero esencial­
mente de orden pragm ático y con alcance inm ediato. La
aproxim ación antropológica, que se propone hacer c o m ­
prender la lógica de las situaciones, sólo interese! si puede
desem bocar en tomas de posición concretas, o con ferir cier­
ta autoridad a decisiones de orden ético o técnico. H ay una
form a de sordera selectiva. Así, he necesitado largo tiem po,
en el Alto C onsejo de la Población y la Familia, para hacer
entender cosas elementales. P or ejem plo, que los nuevos
m odos de procreación carecen de influencia sobre el siste­
ma de filiación, que no se pueden inventar «n u evos» m odos
de filiación, salvo por clonación o instaurando la república
platónica, que suprime la relación entre padres e hijos, y
que por tanto era inútil legislar en este sentido.
Nuestros escritos circulan relativam ente en una vasija
cerrada. P o r tanto, necesitam os continuar con este esfu er­
zo de in fo rm ación para atenuar en lo posible esa sordera
selectiva a la que acabo de referirm e, y acceder a un nivel
de com u nicación que nos perm ita ser escuchados plena­
mente por el p od er público.
Dicho de otra manera: es preciso ban qu ear altas m ura­
llas para hacer com prender que no nos reierim os a «o tro s »
totalm ente exóticos, extranjeros a nosotros m ism os, a m en ­
talidades arcaicas, a m odos de vida desaparecidos, ni
siquiera a supervivencias, sino a nosotros m ismos, a nues­
tra propia sociedad, a nuestras propias reacciones, c o m ­
portam ientos y representaciones.
Volviendo al hilo de mi discurso, la antropología llam a­
da de los sexos nunca ha sido para mí un objeto de estudio
en sí misma, co m o es el caso de algunos de nuestros c o le ­
gas. Nunca m e he propuesto, en electo, con vertirlo en
ám bito de mis investigaciones, puesto en que recuso el
fraccion am ien to de la disciplina an tropológica en sectores
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autónomos: an tropología de la salud, de la política, de lo


religioso, etc. El enfoque y el m étodo son los m ismos. Por
supuesto, los investigadores se especializan en etnias,
regiones y problem as, pero la disciplina es una, y trocearla
en categorías autónom as m e parece una operación mutila-
dora y que excluye el resto.

La d ife r e n c ia d e lo s sexos,
tope ú ltim o d e l p e n s a m ie n to

Dicho lo anterior, me parece que la observación de la


diferencia está en el fundam ento de todo pensamiento, tanto
tradicional com o científico. La reflexión de los hombres,
desde la em ergencia del pensamiento, no ha podido dirigir­
se más que a aquello que le era dado observar más de cerca:
el cuerpo y el m edio en el que está inmerso. El cuerpo
humano, lugar de observación de constantes — asiento de
órganos, funciones elementales, humores— , presenta un
rasgo notable y ciertam ente escandaloso: la diferencia de
sexos y el papel distinto de éstos en la reproducción.
M e ha parecido que se trata del tope últim o del pensa­
miento, en el que se fundam enta una oposición conceptual
esencial: la que enfrenta lo idéntico a lo diverso, uno de
esos themata arcaicos que se encuentran en todo pensa­
m iento científico, antiguo y m oderno, y en todos los siste­
mas de representación.
Pilar esencial de los sistemas ideológicos, la relación
idéntico/dilerente está en la base de los sistemas que op o­
nen dos a dos valores abstractos o concretos (caliente/frío,
seco/húmedo, alto/bajo, inferior/superior, claro/oscuro, etcé­
tera), valores contrastados que vuelven a encontrarse en las
tablas clasilicatorias de lo m asculino y lo fem enino. El dis­
curso aristotélico opone lo m asculino y lo fem enino com o,
respectivamente, cálido y frío, animado e inerte, soplo y
materia. Pero si tom am os ejem plos más recientes — los dis­
cursos m édicos de los higienistas de los siglos xv iii y xix,
com o tam bién el discurso m éd ico contem poráneo— , pode­
mos m ostrar la perm anencia, formulada o im plícita, de
estos sistemas de categorías de oposición. En la edición
20 m a s c u l in o /f e m e n in o

aparecida en 1984 de la Encyclopaedia Universalis, en el


artículo «F ecu n d ación », el encuentro entre el óvulo y el
esperm atozoide, cuyo m ecanism o continúa inexplicado, lo
presentan unos b iólogos com o el encuentro de una materia
inerte, vegetativa, que precisa ser animada p or un principio
activo, p or una energía que aporta la vida. Ahí no veo la
supervivencia de un con ocim ien to filo só fico heredado, sino
la m anifestación espontánea de una pauta de interpreta­
ción, válida tanto en el discurso científico com o en el natu­
ral, que engloba los géneros, los sexos e incluso, com o se
ve, los gametos, en este sistema de oposiciones que tiene su
origen en la observación prim ordial de la diferencia irre­
ductible de los sexos.
De hecho me sitúo en un nivel muy general de análisis
de las relaciones de sexo a través de sistemas de represen­
tación, sin im plicarm e en el debate conceptual en torno a
las categorías de sexo o género. La construcción social del
gén ero es, por lo demás, un asunto que me interesa en dos
aspectos. Prim ero, com o artefacto de orden general funda­
do en el reparto sexual de las tareas, el cual, con la proh i­
bición del incesto/obligación exogám ica, y con la instaura­
ción de una form a reconocida de unión, constituye uno de
los tres pilares de la la m ilia y de la sociedad, según Claude
Lévi-Strauss.5 En segundo lugar, com o artefacto de orden
particular resultante de una serie de m anipulaciones sim ­
bólicas y concretas que afectan a los individuos. Esta
segunda construcción se añade a la prim era.
Ciertas sociedades, neoguineanas o inuit, presentan
situaciones ejem plares desde este punto de vista. Entre los
inuit, sobre todo, la identidad v el gén ero no son función
del sexo anatóm ico, sino del género del alm a-nom bre reen­
carnada. N o obstante, llegado el m om ento, el individuo
debe inscribirse en las actividades y aptitudes propias de su
sexo aparente (tareas y reproducción), aunque su identidad
y género sigan siendo función de su alm a-nom bre.6 Un

5. Cla ud e Lévi-Strauss, « L a f a m ille », Anuales de I' lm iv e rs iie d ’Abidjan.


s er ie F, t. III, 1971.
6. B e r n a r d Sala din d ’A n g lu re , «Iq a lliju q ou les re m in is c e n c e s d u n e ám e-
iio m in uit», Études h iu it 1 ( 1 ) , pp. 33-63.
V A L E N C I A D I F E R E N C I A L DE L O S S E X O S 21

muchacho, en virtud de su alm a-nom bre fem enina, puede


ser educado y considerado com o una m uchacha hasta la
pubertad, cum plir con su papel de h om b re reproductor en
la edad adulta, y luego dedicarse a tareas masculinas en el
seno del grupo fa m ilia r o social, aunque conservando toda
su vida su alm a-nom bre, es decir, su identidad fem enina (v.
más adelante, cap. V III).
Evoco, pues, estas cuestiones del sexo y del género bajo
una luz antropológica general, a partir de mis trabajos de
cam po y de investigaciones ajenas. Y m e he apoyado en
varias ocasiones explícitam ente en estos trabajos para tra­
tar de hacer com prender a distintos auditorios (m édicos,
juristas, psiquiatras...) que las categorías de género, las
representaciones de la persona sexuada, el reparto de las
tareas tal com o las conocem os en las sociedades occid en ­
tales, no son fenóm enos de valor universal generados por
una naturaleza b ioló gica común, sino construcciones cul­
turales. Con un m ism o «a lfa b e to » sim b ólico universal,
anclado en esta naturaleza b iológica com ún, cada sociedad
elabora de hecho «fra s e s» culturales singulares y que le son
propias.

E l alfa b e to d e lo s d a to s b io ló g ic o s

En la perspectiva ingenua de la ilusión naturalista,


habría una transcripción universal y única, bajo una form a
canónica que legitim a la relación de los sexos, de hechos
considerados com o de orden natural porque son los m is­
mos para todo el m undo. Pero en realidad los caracteres
observados en el m undo natural están descompuestos, a to­
m izados en unidades conceptuales, y recom puestos en aso­
ciaciones sintagm áticas que varían según las sociedades.
N o hay un paradigm a único. Si pudiéram os elaborar listas
exhaustivas de estas asociaciones diferentes en sus rasgos,
lograríam os describir todo el paisaje de la diversidad cu l­
tural. Pero la cuestión no radica ahí.
Está claro que tanto para la constrticción de los siste­
mas de parentesco (term in ología, filiación, alianza) co m o
para las representaciones del género, la persona y la p ro ­
22 m a s c u l in o /f e m e n in o

creación, todo parte del cuerpo, de unidades conceptuales


inscritas en el cuerpo, en lo b iológico y lo fisiológico,
observables, reconocibles, identifícables en tod o tiem po y
lugar. Estas unidades se ajustan y recom ponen según diver­
sas form as lógicas posibles, pero posibles tam bién porque
son pensables, según las culturas. La inscripción en la bio­
logía es necesaria, pero sin que haya una traducción única
y universal de estos datos elementales.
Así puede demostrarse fácilmente, en el ám bito de la
filiación, que se toman en consideración datos brutos de
carácter m uy simple: la existencia de dos sexos de anatomía
diferenciada y que deben reunirse para engendrar vástagos
de uno y otro sexo, un orden de las generaciones que no
puede m odificarse (tanto si se habla de células com o de
individuos, el progenitor precede al engendrado), una suce­
sión en el orden de los nacim ientos de las fratrías y, por
tanto, la existencia de líneas colaterales. A partir de estos
datos elementales, las com binaciones lógicas posibles entre
posiciones sexuadas parentales y posiciones sexuadas de
hijos sólo son seis: patrilineal, matrilineal, bilineal, cognati­
cia, paralela y cruzada. Las dos últimas prácticam ente no se
han realizado, y no puede haber otras. Pero tam poco puede
haber m enos, pues una única disposición no puede haberse
apoderado de todos los espíritus: todas las posibilidades
lógicas, plausibles y realizables han sido exploradas.
La descom posición en átom os de las relaciones diversas
de herm andad y colateralidad (herm ano o herm ana, pri­
m ogén ito o segundogénito de un hom bre o una mujer, del
padre o de la madre de un hom bre o una mujer, etc.) im pli­
ca tam bién posibilidades lógicas de em parejam ien to de
estos diversos rasgos elem entales que desem bocan en los
sistem as-tipo term inológicos, en número fin ito no obstan­
te las variaciones observables (v. más adelante).
M e considero, pues, m aterialista: parto verdaderam ente
de lo b io ló g ic o para explicar' cóm o han cuajado tanto insti­
tuciones sociales com o sistemas de representaciones y de
pensam iento, pero dejando sentado com o prin cipio que
este dato biológico universal, reducido a sus com ponentes
esenciales, irreductibles, no puede tener una sola y única
traducción, y que todas las com binaciones lógicam ente
V A L E N C I A D I F E R E N C I A L DE LO S S E X O S 23

posibles, en los dos sentidos del térm in o — matemáticas,


pensables— , han sido exploradas y realizadas por los h om ­
bres en sociedad.

L a valen c ia d ife r e n c ia l de los sex o s

Hay un terreno, sin em bargo, en el que es probable que


sólo se haya dado una traducción de ese dato biológico: lo
que yo llam o la «valen cia diferencial de los sexos».
En L ’Exercice de la paren té he escrito que a los tres
«pilares» a los que ya me he referido había que añadir la
«valencia diferencial de los sexos», que tam bién es un arte­
facto y no un hecho de la naturaleza.7 Esta valencia d ife ­
rencial expresa una relación conceptual orientada, si no
siempre jerárquica, entre lo m asculino y lo femenino, tra­
ducible en térm inos de peso, tem poralidad (anterior/poste­
rior) y valor. Dicha relación conceptual es fácilm ente iden-
tificable en el tratam iento term in ológico de la relación cen­
tral de herm andad (los pares hermano/hermana y herm a­
na/hermano) y de las posiciones de parentesco que se des­
prenden, si se tom an com o ám bito de exam en esos siste­
mas en que se expresa de la manera más avanzada la ló g i­
ca de reglas de filia ció n patri o m atrilineal que son los sis­
temas crow y om aha.8
Cuando me interesé particularm ente p or la lógica ins­
crita en el corazón m ism o de las term inologías de paren­
tesco, se me hizo patente que en los sistemas m atrilineales
crow, que deberían representar la íigura inversa, com o en
un espejo, de los sistemas patrilinealcs om aha — en que la
relación hermano/hermana se analiza com o una relación
«p a d re»/ «h ija »— , la lógica de la denom inación inversa
— en que la relación hermana/hermano debería traducirse
com o una relación «m a d re »/ «h ijo »— nunca llega hasta el
linal. En un nivel generacional dado, las relaciones reales
de m ayorazgo intervienen y hacen cam biar la lógica inter­
na de las denom inaciones: el hermano mayor' de una m ujer

7. Pp. 62-67.
8. Del n o m b r e de p u e b lo s indios de Amér ica del Nort e.
24 m a s c u l i n o /f e m e n i n o

no puede ser tratado por ella de « h ijo » o de un equ ivalen ­


te de hijo, si su herm ano m enor puede serlo. Incluso si los
sistemas crow postulan en su esencia una «d o m in a n c ia » de
lo fem enino sobre lo m asculino en el seno de la relación
central de herm andad entre un herm ano y una herm ana,
no se extraen todas las consecuencias, ni siquiera en el solo
registro de la denom inación. N o m e refiero, p or supuesto,
al funcionam iento global de las sociedades. En los sistemas
omaha, esta «d o m in a n cia » enteram ente conceptual de lo
masculino sobre lo fem enino en la relación de herm andad
extrae im placable e im perturbablem ente sus últimas c o n ­
secuencias.
Así, esa relación conceptual se inscribe al parecer en la
estructura profunda de lo social que es el cam po del p aren ­
tesco. Las maneras com o se traduce en las instituciones
sociales y el funcionam iento de los diversos grupos hu m a­
nos son variados, pero es un hecho de observación general
la dom inación social del principio m asculino. Tom em os un
breve ejem plo: entre los iroqueses, cuyo derecho es p or lo
demás patrilineal, las matronas, m ujeres de edad m adu ­
ra, verosím ilm ente menopáusicas, disponían sin duda de
poderes considerables, en especial sobre las m ujeres más
jóvenes que ellas. Pero esto no llegaba hasta el ejercicio
político del poder, ni siquiera hasta la igualdad con los
hombres en los procesos de decisión.9
Buscando de dónde podía p ro ven ir esta «valen cia d ife ­
rencial de los sexos», y cuáles serían los fenóm enos tom a­
dos en consideración en prim er lugar para explicar su pre­
sencia universal, he llegado a la conclusión hipotética de
que no se trata tanto de una carencia p or parte fem enina
(fragilidad, peso v talla inferiores, inconvenientes d eriva­
dos del em barazo y la lactancia) cuanto de la expresión de
una voluntad de control de la reproducción por parte de
quienes no disponen de este poder tan particular. L o cual
nos lleva a hablar de la procreación.
N o cabe prescindir, cuando se trata de las categorías de
sexo, de todas las representaciones relativas a la p rocrea­

9. Judith K. B r o w n , « l-’ c o n o m ic org ani/.alion and the p os itio n ol w o ir ic n


a m o n g the I r o q u o i s » , Fithuo history 17 (3-4), 1970, pp. 131-167.
V A L E N C I A D I F E R E N C I A L D E LO S S E X O S 25

ción, a la form a ción del em brión , a las aportaciones res­


pectivas de los progenitores y, p o r tanto, a las representa­
ciones de los hum ores del cuerpo: sangre, esperma, leche,
saliva, linfa, lágrim as, sudor, etc. Se observan p or lo demás
estrechas articulaciones entre esas representaciones y los
datos más abstractos sobre todo del parentesco y la alianza.
Los hum ores del cuerpo son en todas partes datos de
observación, som etidos a tritu ración intelectual, si es que
no son reductibles en todos los lugares a un m ism o núcleo
elemental indisociable de su carácter fluido, que se puede
derramar y p royectar fuera del cuerpo.
Es sabido que Aristóteles explica la debilidad inherente
a la constitución fem enina p or su humedad y frialdad,
debidas a las pérdidas de sustancia sanguínea que las
mujeres experim entan regularm ente sin poder oponerse a
ello ni frenar el curso de las cosas. Los hombres no pierden
su sangre si no es voluntariam ente, por así decirlo: en oca­
siones que ellos m ism os han buscado, com o la caza, la
guerra o la com petición. La pérdida de sustancia no afec­
ta, pues, a los individuos de la m ism a manera. La pérdida
de sustancia esperm ática tam bién es controlable, y muchos
sistemas sociales e ideológicos precon izan y organizan este
control. En resumen, en esta desigualdad — lo controlable
frente a lo incontrolable, lo deseado frente a lo sufrido—
podría hallarse la m atriz de la valencia diferencial de los
sexos, la cual tam bién estaría, p o r tanto, inscrita en el
cuerpo, en el fu ncionam iento fisiológico, o más exacta­
mente p rocedería de la observación de este fu n cion am ien ­
to fisiológico.
Cabe p ro fu n d izar en esta hipótesis, aunque en aparien­
cia sea tautológica: anatóm ica v fisiológicam en te la d ife ­
renciación de los sexos es un dato natural. De su observa­
ción se desprenden nociones abstractas cuyo p rototip o es
la oposición idéntico/diferente, en la que se m oldean tanto
las otras oposiciones conceptuales de las que nos servim os
en nuestros discursos de todos los órdenes, com o las clasi­
ficaciones jerárquicas que el pensam iento opera y que
poseen valor.
¿Se trata de un invariante, de una categoría universal?
Cierto núm ero de nuestras colegas feministas, o que traba­
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jan en la an trop ología de los sexos, im pugnan la idea y tra­


tan de dem ostrar que habría o que hubo sociedades en las
cuales la valencia diferencial de los sexos no existiría, o que
funcionaría al con trario de lo que conocem os. P ero la
dem ostración sigue siendo bastante ilusoria.
Sin em bargo, decir exactam ente p or qué la valencia
diferencial de los sexos parece haberse im puesto de m an e­
ra universal, lo m ism o que la p roh ib ición del incesto, m e
parece que se desprende de las propias necesidades: se
trata de construir lo social y las reglas que le perm itan lun-
cionar. A los tres pilares que para Claude Lévi-Strauss eran
la p rohibición del incesto, el reparto sexual de las tareas y
una form a recon ocid a de unión sexual, añadiré un cuarto,
tan evidente que no se advertía, pero absolutam ente indis­
pensable para exp licar el funcionam iento de los otros tres,
que tam poco tienen en cuenta más que la relación de lo
m asculino y lo fem enino. Este cuarto pilar o, si se preliere,
la cuerda que liga entre sí los tres pilares del trípode social,
es la valencia diferencial de los sexos. Esto podría resultar
desesperante, p ero en realidad no lo es.
Este discurso se sitúa, ciertam ente, a un nivel m uy abs­
tracto y muy general. Por supuesto quedan por hacer aná­
lisis afinados y precisos de las evoluciones actuales y del
papel de los actores sociales. P ero no debe olvidarse que
desde los tiem pos prim itivos hasta nuestros días, ha habi­
do siem pre actores sociales, incluso si tenemos dificultades
para descifrar su papel y los efectos de estos papeles en las
representaciones fundamentales de las categorías ancladas
en los cuerpos. Y la relación conceptual orientada se tra­
duce en desigualdad vivida.

C a te g o ría s co gn itivas, d e s ig u a ld a d , d o m in a c ió n

Lo que choca, pese a las diversas disposiciones, son las


constantes. Aunque el papel de los actores sociales en la
hora actual sea extremadamente im portante en la m inim i-
zación de las dilerencias vividas, sobre todo en las socieda­
des desarrolladas; aunque se asista a mutaciones profundas,
tanto de origen técnico (las biotecnologías), com o p o r la
V A L E N C I A D I F E R E N C I A L DE LOS S E X O S 27

evolución de las costumbres (los cam bios que se producen


en el seno de la familia, en el ejercicio de la sexualidad,
etc.), no m e parece que haya llegado el tiem po en que la
relación de los sexos se conciba necesaria y universalmente
como una relación de igualdad, tanto en el aspecto intelec­
tual com o en el práctico. Y m e parece difícil llegar a ella,
habida cuenta la estrecha vinculación que a m is ojos existe
entre los cuatro pilares en los que se apoya toda sociedad.
Todo se arregla, y quizá las desigualdades se m in im i­
cen, pero regresión asintótica no quiere decir desaparición.
Incluso si las m ujeres acceden cada vez más a las tareas
masculinas, sigue habiendo más lejos, más adelante, un
«ámbito m asculino reservado», en el muy selecto club de la
política, lo religioso, las responsabilidades empresariales,
etc. Evidentem ente no se trata de la expresión de com p e­
tencias concretas inscritas en la constitución física de uno
y otro sexos. La inscripción en lo b iológico no hay que bus­
carla por ese lado, sino en datos de naturaleza ciertam ente
biológica, pero tan fundam entales que se pierde de vista su
condición de hecho biológico. Esos datos están en el origen
de las categorías cognitivas: operaciones de clasificación,
oposición, calificación, jerarqu ización , estructuras en las
cuales lo m asculino y lo fem en in o se encuentran encerra­
dos. Estas categorías cognitivas, cualquiera que sea su con­
tenido en cada cultura, son extraordinariam ente durade­
ras, puesto que son transm isibles y se inculcan muy pron­
to por la educación y el entorno cultural, y se perpetúan a
través de todos los mensajes y señales explícitos e im plíci­
tos de lo cotidiano.
Una de las funciones actuales de la antropología llam a­
da de los sexos consiste en sacar a la luz los problem as
planteados por la dom inación masculina. Se trata de un
trabajo más que legítim o y necesario, y de esto no hay nin­
guna duda. Pero en cuanto a creer que el con ocim ien to
antropológico de m ecanism os com plejos pueda influir en
las decisiones políticas o de otra naturaleza, m anifiesto mis
dudas, por cuanto las situaciones objetivas no se cambian
por simple tom a de conciencia o por decreto.
Por supuesto que desem peñan un papel esencial los
«actores sociales», hom bres y mujeres: se puede esperar,
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pues, un avance hacia una igualdad de sexos cada vez


mayor, que es la tendencia observable actualmente. L o cual
no es ni m u cho menos desdeñable, y debe hacerse justicia
a la evolu ción positiva de las sociedades occidentales. Pero
dudo de que se llegue jam ás a una igualdad idílica en todos
los ám bitos, pues ninguna sociedad podría construirse sin
este conjunto de armaduras estrecham ente soldadas entre
sí que son la p rohibición del incesto, el reparto sexual de
las tareas, una form a legal o recon ocid a de unión estable y,
añado yo, la valencia d iferencial de los sexos.
Esta construcción no es dem ostrable pero sí m uy p ro­
bable, puesto que este en tram ad o conceptual halla su
fuente en los datos inm utables que los hom bres observan
desde siem pre, a saber, su cu erp o y su entorno. Entonces
la dificu ltad m a yo r en el cam in o de la igualdad consiste en
dar con la palanca que p erm itiría hacer saltar esas asocia­
ciones.

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