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SANTANDER TIENE CON QUÉ

GONZALO ESPAÑA

SANTANDER TIENE CON QUÉ

Bucaramanga - 2001
Colección Ánfora

Consejo Editorial

Gonzalo España Arenas


Hernando Motato Camelo
Alvaro Navas Cadena
Mario Palencia Silva
Orlando Serrano Giraldo

PRIMERA EDICION
Agosto de 2001

DIAGRAMACIÓN - IMPRESIÓN
ENCUADERNACIÓN
(Sic) Editorial Ltda.
Centro Empresarial Chicamocha Of. 303 Sur
Telf: (97) 6343558 - Fax (97) 6455869
E-mail: Siceditorial@hotmail.com
Página web: www.syc.com.co/sic
Bucaramanga - Colombia

ISBN: 958-8150-37-X

Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra,


por cualquier medio, sin autorización escrita del autor

Impreso en Colombia
CONTENIDO

Nota de Presentación ............................................................ 9


Elisa Mújica, con tilde y con jota .......................................... 11
Yolanda Reyes le puso el cascabel al gato ........................... 16
Juan Manuel Silva, mi Conde de Cuchicute ......................... 20
La otra raya del tigre: ¿Cantar de gesta? ............................. 25
Donde las aguilas se atreven ............................................... 31
Pacho Duran, maestro, siempre maestro ............................ 38
Los pintores mueren de pie .................................................. 45
Las epicas memorias de Alvaro Ruiz Arenas ....................... 50
Enrique Otero D’costa: Risueño trotamundos ..................... 55
Literatura y guerra en Santander ......................................... 61
Cartógrafo de libros ............................................................. 70
Invitado de honor ................................................................. 78
El libro que brotó de la selva ................................................ 83
El pincel que enamoró a Medellin ......................................... 88
Esta novela puso una pica en Flandes ................................. 93
El inmortal poeta ............................................................... 103
Memorias de un explorador fecundo .................................. 108
El diccionario fantastico de Triunfo Arciniegas ................... 113
Intimidades de otro drama ................................................ 118
Pedro Claver Tellez: Sentando cátedra negra ..................... 124

7
Mientras fluya la tinta ......................................................... 129
Un rollo de locura y creatividad .......................................... 134
Somos cientificos no jueces de muertos ............................ 139
Un comediante para la horca ............................................ 147
Lleva una espina en su corazón ......................................... 153
El quijote de Badillo ........................................................... 159
La tarde del pre-estreno ..................................................... 165
El ratón en el queso ........................................................... 172
Reflejos de una galeria encantada ..................................... 177
El libro de un maestro ........................................................ 182
Las sorpresas de La Parroquia .......................................... 187
Muchacho de la calle 17 .................................................... 194
La biblia del tabaco ............................................................ 199
Una escena de amor que sigue en cartelera ...................... 204

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NOTA DE PRESENTACION

Las semblanzas que conforman este pequeño


volumen fueron realizadas entre 1994 y 1999 por encargo
de la señora Clarita de Gálvis, quien generosamente las
publicó en las páginas del Magazín Dominical de
Vanguardia Liberal, dirigido por ella. En un comienzo
estuvieron destinadas a reseñar sólo gente de letras, pero
junto con escritores, libreros, editores, periodistas e
historiadores acabaron por colarse teatreros, músicos,
fotógrafos, algún hombre de la radio, un coleccionista
científico, el dueño de un museo y por último la rareza de
un indiciador. Mucha, muchísima gente importante y
significativa ha quedado por fuera, pues no se partió de la
idea de mostrar la totalidad del conjunto, sino más bien de
ensayar la pluma en el arte del boceto, antes desconocido
por el autor. Los personajes reseñados cayeron en sus manos
por casual proximidad. El deseo era que a la larga el cuadro
quedaría completo, pero el tiempo no lo ha permitido. Por
esta razón, es casi seguro que el verdadero y único valor de
esta muestra sea probarnos a cabalidad que Santander
posee talento, vocación y gente extraodinaria en el campo
de la cultura. No se invierte en ella. Con muy contadas y
señaladas excepciones que tienen nombre propio, como
la administración del alcalde Cote Peña, nuestros
gobernantes no emprenden ningún proyecto trascendente
en materia cultural desde hace mucho tiempo. Es más, no
parecen entender ni el significado ni la importancia del

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concepto. La plata de las estampillas y otros proventos que
serían más que suficientes para llevar a cabo importantes
realizaciones culturales se desvía a destinos que nada tienen
que ver con este noble propósito. El ejército santandereano
de la cultura labora solo, en silencio, sin vínculos entre sí,
sin apoyo oficial, casi clandestinamente, al margen de las
esperanzas, las editoriales, los mercados, la prensa y la
crítica nacionales, pues hoy por hoy Santander está situado
por fuera de las grandes rutas. Con todo, nuestra pequeña
muestra de autores y creadores, en la que no aparece sino
una mínima parte de sus exponentes, y en la que no
contamos otra clase de gestores en otros campos,
valiosísimos también, es prueba más que suficiente de que
Santander ha tenido y tiene material humano, talento y
coraje del bueno para ocupar en el conjunto de las regiones
una posición mucho más decorosa que la actual.

Gonzalo España

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ELISA MÚJICA
CON TILDE Y CON JOTA

A sus 82 años es la mujer más bella y más tierna del


mundo. El día estaba lluvioso y no pudo recibirnos en la
Academia Colombiana de la Lengua, institución de la cual
ha sido bibliotecaria durante muchísimos años. Fue la
primera mujer miembro de número de esa institución. Su
secretaria nos indicó el edificio donde vive, apenas pasando
la calle, y nos anunció por teléfono. Al cruzar hacia allí la
vimos asomada en la ventana de su apartamento. Vive en
un piso alto, haciendo frente al Parque de los Periodistas y
a los cerros tutelares de Bogotá. La saludamos con la mano
y nos respondió. Al fin habíamos dado con Elisa Mújica,
una gloria santandereana que se ausentó de estas tierras
cuando tenía siete años de edad.

CON ESDRUJULA Y CON JOTA.-

Nunca habíamos sabido a ciencia cierta si su apellido


se acentuaba en esdrújula o no se acentuaba, y ésto fue lo
primero que le preguntamos. Nos dijo que a ella le gustaba
Mújica, con tílde cual música, y con jota de “joder”. Mújica
es apellido vasco. Esto la enorgullece mucho porque la
cultura vasca es anterior en mil años a la griega. Incluso
hay un pueblo llamado Mújica allí. El apellido llegó a
Santander desde Venezuela.

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Elisa recuerda con absoluta nitidez su infancia en
Bucaramanga. La casa donde nació quedaba en el barrio
Payacuá, hoy García Rovira. Su madre tenía el patio lleno
de rosas blancas. La bautizaron en San Laureano. Aprendió
a leer muy temprano. En el cuarto del zaguán estaba la
biblioteca de su padre. Allí la raptó para siempre el encanto
de Las mil y una noches. Una de sus hermanas se llamó
Genoveva, quizás por la novela Genoveva de Bravante, que
hacía parte del desigual fondo de lectura de su padre. Pero
el libro que la ensimismó hasta el delirio fue el de Las
crónicas del reinado de don Pedro El Cruel. Todas las
páginas mencionaban sus queridas, don Pedro era un rey
muy rijoso. La pequeña Elisa no sabía qué cosa era una
“querida”, pero cuando llegó a Bogotá, a la edad de siete
años, sorprendió a todos sus mayores haciendo alarde de
que se sabía de memoria la lista completa de las queridas
de don Pedro El Cruel.
De pronto se levanta del asiento y nos trae un libro que
ha conservado como una preciosa joya durante toda su vida.
Se trata de una edición bellamente ilustrada de Los cuentos
mágicos coleccionados por Callejas. El ejemplar ostenta
una dedicatoria del puño y letra de Blas Hernández. Debió
ser colocada allí hacia 1920. Uno de sus apartes dice
textualmente: “Yo quiero que éstos, que van a formar un
número más en su colección, hagan siquiera por un rato
sus delicias, y que como azules y mágicos que son, siembren
para siempre en su alma la semilla del ensueño”.
Por esta puerta entró Elisa Mújica al universo mágico de
la literatura.

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UNA PLUMA FOGUEADA Y FESTIVA.-

La mujer que dio así sus primeros pasos en el mundo de


las letras ha completado ya una larga y fructífera carrera. La
Presidencia de la República acaba de otorgarle la Cruz de
Boyacá, y el Ministerio de Cultura su máxima
condecoración en el grado de Gran Orden. Los
considerandos hablan por sí solos: Elisa Mújica es una de
las escritoras más representativas en la historia de
Colombia, ella abanderó en los años cuarenta la irrupción
de la mujer en la narrativa colombiana, ella dio a conocer
en España a Cordovez Moure y a Eugenio Díaz Castro, dos
figuras claves de nuestra literatura del siglo XIX. Ya hemos
dicho que fue la primera mujer miembro de número de la
Academia Colombiana de la Lengua, como lo es, en el grado
de correspondiente extranjero, de la muy española Real
Academia de la Lengua.
Sus obras engloban un amplio catálogo de ensayo,
cuento, novela y artículos periodísticos, escritos en prosa
limpia y amena. Una rápida enumeración abarca los
siguientes títulos: en novelas Los dos tiempos, Catalina,
Las altas torres de Humo, y Bogotá de las nubes; en cuento
los volúmenes Angela y el diablo, Pequeño bestiario, El
árbol de ruedas, Cuentos para los niños de la Candelaria,
La tienda de las imágenes, La expedición Botánica
contada a los niños; en ensayo El indio en América,
Introducción a Santa Teresa, La aventura demorada. Al
listado hay que agregarle varias décadas de artículos
periodísticos publicados en El Tiempo y otros diarios de la
capital.
La pluma de Elisa Mújica afrontó pruebas severas. Uno
de sus cargos más difíciles fue ser secretaria del presidente

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Carlos Lleras. El irritable y enérgico mandatario le dictaba
sus decretos de viva voz, y ella debía escribirlos sin un error,
pero una vez en mil se iba alguno. Cuando el yerro se
descubría, él asumía la responsabilidad. “Elisa no puede
equivocarse -decía-. Ese error es mío”. Y a ella no le quedaba
otro remedio que esforzarse hasta el desmayo para que la
falta no volviera a repetirse.
Puede pensarse que esta clase de rigores le hubieran
impuesto una pluma severa, pero Elisa tuvo un alma feliz.
Es en esencia una autora infantil. En la entrevista nos contó,
con un dejo de tristeza, que a su perro Guardián lo había
matado un carro, después de enviudar a la edad de doce
años. “Era ya un perro muy viejo”, le dijimos. Se quedó
pensándolo un poco, y comentó: “Sí, pero tal vez hubiera
alcanzado a casarse en segundas nupcias”.
Se la pasó largo rato hablando de la belleza de sus
hermanas Cecilia y Genoveva. “Eran muy lindas. Las amigas
le decían a mi madre que las dos eran preciosas, pero que
yo era muy inteligente. Por eso toda la vida tuve complejo
de fea. Las escritoras escribimos porque somos feas”.

BUSQUEDA ETERNA Y RIESGOSA.-

Las casas que hablan, una guía histórica del Barrio de


La Candelaria, es un hermoso libro que Elisa compuso
recogiendo los testimonios y las historias de las últimas
viejitas que habitaban esta parte de Bogotá. Toda la vida se
la pasó en el mismo oficio, curioseando y anotando. De
otra manera no hubiera conseguido tomar apuntes
suficientes para su trabajo.

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Por eso el 9 de abril y los aciagos días siguientes no pudo
evitar el impulso de salir a la calle y observar lo que estaba
ocurriendo. El tiroteo crepitaba todavía de lo lindo, no podía
estar cometiendo una imprudencia mayor, pero tuvo la
suerte de que un francotirador la apreciara antes de disparar,
y alcanzara a gritarle: “¡Quítese de ahí, que donde usted
está parada acaban de matar a un hombre”. Pero igual
puede decirse que esa misma curiosidad que por poco le
cuesta la vida la llevó a tratar de entender a Santa Teresa, y
a escribir sobre ella dos ensayos que todavía fascinan a las
monjas carmelitas. Es la eterna búsqueda afanada y riesgosa
del filósofo y del escritor, que por lo general no termina
nunca.

SE QUE TENGO QUE VOLVER.-

Elisa sueña siempre en volver. “Cuando veo la palabra


Bucaramanga todavía me emociono”, nos dice. “Sé que
tengo que volver, pero como es una especie de
peregrinación sentimental la he demorado”.
Antes de despedirnos pensamos que es más bien
Santander el que ha demorado la invitación. Hace ya mucho
tiempo Elisa Mújica es la figura más egregia de nuestro
Departamento, y no le hemos rendido el homenaje que se
merece. Hemos visto desfilar por las calles de Bucaramanga
muchas reinas de belleza y muchos candidatos. ¡Cómo sería
de aleccionador presentar esta noble y laboriosa mujer a la
juventud! ¡Cuánto emocionaría escucharle hablar de su
infinito amor por Santander, de su vida llena de calladas
realizaciones, de su devoción por el trabajo!

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YOLANDA REYES
LE PUSO EL CASCABEL AL GATO

Una noche, cuando la familia acababa de sentarse a


comer, la pequeña Isabel preguntó a sus papás: “¿Es cierto
que a uno lo meten preso si dice que escribió un libro que
no es de uno?” Todos se quedaron mirándola. Ese día la
pequeña Isabel se había dado ínfulas en el colegio diciendo
que ella había escrito Frida, uno de los libros de su madre.
Luis, el padre, entendió al vuelo el asunto.
—No, hija —protestó—. Es a tu madre a quien tienen
que meter presa, porque ella es la que se roba tus ideas.
Y en efecto, Yolanda Reyes, la madre de Isabel, se la pasa
escuchando hablar a sus hijos y anotando lo que dicen. A
veces los interrumpe, diciendo: “¡Esperen un momento,
repitan!”, mientras acaba de tomar nota. Lo que dicen sus
hijos es una fuente invaluable para sus escritos. Los
pequeños Isabel y Emilio han llegado a ser tan conscientes
de ello, que a veces, cuando hablan y ven que su madre no
apunta, le llaman la atención, preguntando: “¿Mami, ésto
no lo vas a copiar?”.
Pero no es sólo a sus hijos a quienes espía. Yolanda
Reyes se la pasa en la cafetería, o en la fila del cajero alzando
mucho la oreja para oír lo que dicen sus vecinos. La pequeña
libreta que carga en la mano está llena de anotaciones
tomadas al vuelo, pero también lo está su chequera y

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cualquier papel disponible. Así es como capta imágenes,
voces y frases, ese inventario sin el cual el escritor no puede
trabajar.

EL TERROR DEL 6° B.-

Esta escritora santandereana irrumpió en la literatura con


un pequeño libro de cuentos juveniles que le valió el premio
Noveles Talentos de Alfaguara. El terror del 6° B, sin
embargo, no obtuvo un éxito inmediato. Yolanda lo envió
primero a muchos concursos, y cada que perdía le
cambiaba el título y le agregaba otro cuento. La razón de
tanto fracaso resulta obvia tan pronto se lee. Aunque se
trata de episodios colegiales deleitosos y enredadores,
escritos en una prosa impecable y fluida, la autora no cuenta
las cosas buenas del colegio, sino las cosas terribles, que
en definitiva son las mejores y en últimas lo único que se
recuerda con placer de aquella etapa difícil. “Los papás
siempre dicen: «Cuando yo tenía tu edad era el mejor de la
clase». Claro que los papás llevan mucho tiempo fuera del
colegio y son gente de pésima memoria. Por eso no se
acuerdan de las tareas, ni de los exámenes, ni de las malas
notas. Tal vez sólo se acuerdan de las vacaciones”. Esta
advertencia, puesta en la tapa del libro, nos anuncia su
contenido.
Yolanda considera que el oficio de la literatura consiste
en decir lo que está prohibido decir en las visitas, lo que no
permite ventilar la censura. Sus cuentos no tienen moraleja,
su afán es entender y describir el verdadero mundo infantil
y juvenil. Sin idealizarlo, sin llenarlo de mermelada. Por eso
pasa tantas horas escuchando a sus hijos, repasando las
armazones de sus discursos, tratando de entender ese

17
mundo que todavía es un estado intermedio entre la
imaginación y la realidad, y que tanto está cambiando en
los tiempos modernos.
Se podría pensar que si a Yolanda Reyes le causan tanto
placer los apuros y las vicisitudes de la vida juvenil, ella
misma fue el terror del Sexto B. Pero nos dice que no, que
era una niña juiciosa, muy pila, que ganaba premios. Una
«nerda», dirían los muchachos de ahora. Sólo que un día
la sentaron al frente de la más loca del curso, para que
ayudara a corregirla, y ocurrió lo contrario: la loca la pervirtió
a ella. Desde entonces abrió los ojos al mundo fascinante
de las travesuras, de los miedos del lunes por la mañana,
cuando se llega al colegio con los cuadernos vacíos, porque
no se han hecho las tareas por andar de locha el fin de
semana.

SANTANDER PESA TODO.-

La infancia es lo único que nos garantiza no estar


perdidos en la vida, nos dice Yolanda. “Me ha salvado y me
sigue salvando ser de alguna parte. Santander pesa todo
en mí”. Bucaramanga, la ciudad que la vio nacer en 1959,
es el lugar adonde retorna cada que le resulta posible, el
lugar de sus amores incondicionales. Aquí se encuentra
con sus tías, y con su abuela Alcira Sorzano, que le soltaba
la retahila de la tía sombrero y le donó el encanto de la
palabra. Aquí la quieren porque sí, viene aquí a recargarse,
a tomar energías, a ponerse en paz con el mundo y consigo
misma. Aquí fue donde la volvieron lectora las carcajadas
de su padre, quien leía los cuentos de Saki y daba alaridos
de gozo.

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Yolanda llegó muy niña a Bogotá, el frío y la penumbra
de la capital por poco la matan, pero se las arregló para
pasar en Bucaramanga todas sus vacaciones. Santander
representa lo más bello de su vida, y no vacila en decirlo.
La felicidad de su infancia es lo que ha venido a volcarse en
su literatura. El goce interior que la anima contagia sus
páginas.
Su carrera como escritora empieza a ser algo más que
un deseo vehemente. Unos de sus pequeños libros, Frida,
ha sido traducido al portugués y publicado en Brasil. El
año pasado ganó una beca Colcultura para realización de
novela, y Colciencias contrató con ella la redacción de una
biografía en tono juvenil de Manuel Ancizar, el autor de
Peregrinación de Alfa. La sección IBBY de Venezuela ha
concedido una distinción especial a El terror del 6° B, y la
Biblioteca de Munich lo ha incluido en la categoría Mirlos
Blancos, que goza de exposición permanente.
Panamericana Editorial acaba de publicar su primera obra
de teatro infantil, realizada en compañía de Clarisa Ruiz:
Una noche en el tejado.
Yolanda reparte su tiempo entre escribir, atender su
trabajo en el Taller de Espantapájaros, una pequeña
institución cultural para niños y hacer vida de familia. Sobra
decir que sus hijos Isabel y Emilio, y su esposo Luis,
arquitecto, son sus compinches consentidos. A todos les
roba tiempo para pulir, para repasar los textos una y otra
vez, en ese trance encantador de convertirse en escritora
de tiempo completo.
Sus textos seguirán diciendo cosas, porque los
santandereanos somos gente pelietas. A ella no le gusta
dar moralejas, lo que le gusta es ponerle el cascabel al gato.

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JUAN MANUEL SILVA

MI CONDE DE CUCHICUTE

Una de las cosas que Pedro Gómez Valderrama aplaudió


de la novela El Conde de Cuchicute, de Juan Manuel Silva,
fue haber tratado el personaje con ecuanimidad. Era fácil
hacerlo presa de la mofa y de la exageración, porque el
famoso conde se presta para ello, pero Juan Manuel no lo
permitió. Lo trató con respeto, investigó casi cuatro años
sobre él, y al final vino a descubrir que tras su hiperbólica
personalidad lo que se ocultaba era un fenómeno social.
La historia del Conde de Cuchicute es sencilla y
compleja a la vez. Fue hijo de una familia rica en tierras,
vivió una infancia falta de cariño, lo enviaron a estudiar a
Bogotá, cosa que tomó como un extrañamiento y
contribuyó a que desarrollara una inclinación maniaco-
depresiva, poseía un super ego, los libros que leyó se le
fueron a la cabeza como al Quijote, especialmente El Conde
de Montecristo, de Alejandro Dumas padre. Ésta, como se
sabe, es la historia de un joven hidalgo que ha sido
despojado de sus bienes mediante una conjura y retorna
para vengarse. A José María Rueda, nuestro conde, le
ocurrió igual: se sintió desposeído de la hacienda de
Cuchicute, patrimonio de sus mayores, y regresó a librar
un pleito contra su hermano Timoleón para recuperarla.
Su vida transcurrió en medio del litigio, porque la pugna

20
duró una eternidad. Juan Manuel Silva llegó a contabilizar
21 panfletos intercambiados en la refriega. El conde era
panfletario.
Resultaría fácil asimilar este personaje al Quijote, pero
no. Para Juan Manuel el Conde de Cuchicute es más bien
un anti-quijote, porque es terriblemente egoista. Lo conoce
tanto que difiere de cualquier otra versión con enorme
facilidad. Este, en sus exactas palabras, es “mi conde de
Cuchicute”.

EL SINO DE UNA NOVELA.-

Poco a poco, a través del ejercicio de escribirla, que le


llevó casi dos años, se fue develando el gran cuadro de
fondo. Detrás del Conde de Cuchicute apareció un perfil
colectivo. De alguna manera, en algún sentido, este
personaje estrafalario es la caricatura de cierto ideal
santandereano, asimilable a toda la región andina. Él
encarna y recoge tras de sí los oropeles y blasones que
presumimos, especie de feudalismo trasnochado que a
ratos nos pone a delirar. Sin saber en qué momento, la
novela acabó convertida en un alegato contra ese «yo hago
lo que quiero» que representa la negación del otro, y que
es una auténtica expresión de nuestro autoritarismo familiar,
y la expresión de una voluntad feudal irrealizable. Por eso el
Conde de Cuchicute es un conde bizarro.
Juan Manuel Silva cree que alguna gente no gustó de
este enfoque. Su novela resultó amada y odiada, como le
ocurría al conde en vida, que era aceptado por unos porque
lo creían un conde real, y odiado por otros porque lo
envidiaban. Como fuera, esta versión del Conde de

21
Cuchicute es un eslabón esencial en el estudio de nuestra
idiosincracia, y en el inventario de nuestra narrativa.
Se imprimieron tres mil ejemplares, hoy agotados. Sus
primeras ganancias como escritor le llegaron por este
conducto. Era su primera novela.

BAGAJE Y VISION DE FONDO.-

Aunque se desempeña como profesor de narrativa y


filosofía, Juan Manuel Silva posee una bien cimentada
disciplina de investigador. Dos eminentes profesores de
Historia y Economía, Pierre Raymond y León Zamocs
contribuyeron a su formación. Con ellos recorrió el país
escarbando archivos y escudriñando la realidad nacional.
Conoce a su vez mucho de antropología. Por eso sus obras
nos llevan siempre a una exploración de fondo.
Pero su inclinación de escritor la trae a cuestas desde
San Gil, donde nació en 1955. Allí, en la librería de su padre
Juan de Dios, que vendía toda clase de libros y novelas,
despertó esa vocación. Oyendo hablar a sus familiares de
la gente se volvió novelista. Los santandereanos cuentan
las cosas, ponen buenos apodos, este fue su encuentro con
la palabra. El terruño lo marcó para siempre. Cuando la
familia se fue a vivir a Bogotá sufrió mucho, porque en
Santander era libre, mientras que en la capital todo
resultaba problemático, hasta salir a la calle. Se refugió en
la biblioteca de su padre, que había llevado consigo buena
cantidad de libros.
A los veinte años escribió su primer cuento. Un poco
después, cuando escribía la tesis para graduarse de filósofo,
se angustió tanto que empezó a componer poesía. “Hice

22
mi servicio militar en la poesía”, nos cuenta. “La poesía me
permitió entablar combate con las palabras”. De aquí nació
su promer libro de poemas, publicado en 1983, Saludos y
vibraciones del camino. Lo siguieron Los paisajes del
ciudadano, 1987, y Corazones de tierra, 1988.
La novela fue un encuentro tardío, que empezó con El
Conde de Cuchicute, en 1991. “La novela es un río, se
navega en ella”. A partir de aquí se embarcó en aguas
hondas. Hoy es autor de otras dos novelas publicadas por
Planeta: La tramposa de la Patasola y El talón de María.
Colcultura le concedió una beca para realizar otra, que ya
está escrita. Rebuscando en su gaveta encontramos
también obras de teatro y otro libro de poesía. Juan Manuel
Silva es una máquina de trabajo.

EL ESPACIO SAGRADO.-

Juana, su esposa, comparte con él las lecturas y el


espacio sagrado del hogar. Ella lee sus manuscritos.
También se los leen sus alumnos. Le interesa mucho el
criterio de sus lectores, los lectores son vitales. A Juana le
consulta igualmente los títulos. A veces escoger un título
es una de las cosas más peliagudas. Ella es antropóloga,
se conocieron en el lanzamiento de El talón de María.
Ambos se han propuesto venerar el espacio sagrado que
comparten. Juan Manuel trabaja en un cobertizo robado a
un patio con marquesina, entre pilas de libros y una pantalla
de computador. Cuando el cansancio lo vence es hora de
buscar un espacio nuevo. Se va con Juana a un pueblo de
Cundinamarca o de cualquier parte. El talón de María lo
escribió en parte en Pinchote. En los pueblos renacen sus

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ímpetus, quizás porque recuerda a San Gil. Es un escritor
de intensidad. “Dios mediante -nos dice-, tengo obra para
rato”.

24
LA OTRA RAYA DEL TIGRE
¿CANTAR DE GESTA?

La reimpresión del ensayo de Ernesto Volkening sobre


La Otra raya del tigre, publicado por primera vez en 1977
en la Revista Eco y ahora recopilado por Editorial Ariel junto
con otros de sus escritos bajo el título Evocación de una
sombra, nos pone a pensar una vez más en la clase de
novela que escribió Pedro Gómez Valderrama, y en la razón
de su éxito.
Volkening, un alemán que vivió en Colombia desde 1934
y es considerado uno de los más profundos ensayistas que
haya pisado suelo colombiano, se declara perplejo respecto
del género a que pertenece La otra raya del tigre, y
concluye que tal vez ni el mismo autor “sepa decirnos
exactamente qué nomenclatura le corresponde a su obra”.
¿Biografía o novela? se pregunta, y acaba diciéndose que a
lo mejor los datos reunidos por Pedro Gómez Valderrama
no le alcanzaron para intentar una biografía completa, pero
sí le brindaron el suficiente material pintoresco para intentar
una novela. De ser así, este fue su primer acierto.

CARPINTERIA Y DEDOS DE MAGO.-

No es posible ocultar que La otra raya del tigre resulta a


ratos bastante cargada de elementos históricos para quien
la toma como una simple obra de literatura. A Volkening le

25
causa sorpresa que el autor haya incluido en ella los
decretos de Solón Willches con motivo de la muerte del
alemán, sin faltar explicaciones de derecho constitucional
y administrativo, y concluye que estos detalles le dan
carácter de obra documental. El relato de los disturbios
ocurridos en Bucaramanga entre artesanos y comerciantes
tiene un marcado sabor de crónica-repotaje. En buena
cantidad de párrafos el lector no sabe si navega en las aguas
de una crónica o de una novela.
En esencia, podemos decir que La otra raya del tigre
no se ciñe a los buenos lineamientos de una novela
histórica. Cuando en esta clase de género se exageran los
datos históricos (y Pedro Gómez los exagera hasta el límite),
la acción novelezca se inmoviliza y el universo histórico o
biográfico adquiere demasiado peso. Por eso es tan difícil
escribir una novela histórica donde el personaje principal
sea Bolívar o Napoleón, ya que los actos del héroe están
prefijados por la historia escrita. El héroe de la novela
histórica es mediano. Para decirlo mejor, en lugar de Bolívar
tomaríamos por héroe a uno de sus edecanes. De la historia
se toman el paisaje de fondo, el escenário de época, las
mentalidades, las modas, los estilos, pero casi nunca los
grandes protagonistas. Pedro Gómez Valderrama, en
cambio, nos pasea de la mano de todo el elenco histórico
de la época.
A Volkening le sorprende todavía más la odisea del piano
de Lengerke, pues este pasaje corresponde del todo al
género fantástico. “Es una especie de gothic tale (cuento
gótico) que en sí nada tiene de criticable, salvo la
circunstancia de estar fuera de lugar en una novela de índole
preponderantemente realista, si bien inspirada en una
realidad de suyo desconcertante y lo suficientemente

26
fantástica para poder pasarse sin intercalaciones de este
jaez”.
Con todo, su novela es un logro universal. Ha
ensamblado elementos históricos, decretos, apuntes
legales, elementos fantásticos, crónica, realismo y
barroquismo en un solo cuerpo y ha conseguido hacerse
leer. García Márquez dice que el de la literatura es un oficio
de carpintería: serrar acá, pegar allá, martillar aquí hasta
que las cosas adquieran aspecto de mueble bueno. Pedro
Gómez Valderrama combinó sus piezas con fuerza de
carpintero y dedos de mago, y lo logró. Autor de relatos
breves, este trabajo extenso amenazaba salírsele de las
manos. A ratos el andamiaje intenta desarticularse, pero
acaba por cuadrarlo con recursos sorprendentes.

UN VERDADERO CANTAR DE GESTA.-

Lo dicho hasta ahora no nos aclara en definitiva qué clase


de obra es La otra raya del tigre, ni cuáles sus principales
recursos. Diremos entonces que uno de estos, el que nos
cautiva por excelencia, es la figura de Lengerke, ese “hombre
raro, que cuando camina por la calle todo el mundo lo mira,
con sus polainas brillantes y el sombrero alón colgado al
cinto, y la casaca azul hasta las corvas, y el pañuelo de seda
encorbatado en el cuello: un demonio de pelo rojizo, de
bigotes parados, de nuca gruesa y caminar pausado y duro,
que cada que ve una mujer bonita la mira como si estuviera
desnuda, y ellas pierden el paso y van a meterse en el primer
zaguán...”
La figura de Lengerke es el eje alrededor del cual gira la
gran gesta del progreso, el desbroce del país cerrado y

27
selvático, la epopeya del comercio jalonada por el
librecambio, todo con el Estado de Santander como centro.
Pedro Gómez Valderrama tuvo en sus manos elementos tan
grandiosos como el de la guerra librada entre el alemán y
Cortissoz por la posesión de un enorme bosque de quina.
Volkening le critica que no haya sabido elevar a Cortissoz y
lo deje convertido en una figura mezquina y enclenque. El
haberle dado mayor relieve le hubiese permitido hacer del
enfrentamiento un pasaje maravilloso de la obra.
A lo anterior se suma un universo de aventuras, guerras
civiles, combates contra los indios salvajes, el ambiente
cortesano del Club del Comercio y un acentuado erotismo.
El arrume de todos estos elementos da como fruto el tejido
recamado de una novela acentuadamente barroca.
El desbordado erotismo concentrado en la figura de
Lengerke es el elemento dominante. Este alemán es un
auténtico poblador, un desbravador de indias y mujeres
remisas, un héroe triplemente bragado, hormonado y
testiculado, un ejemplar de postín en cualquier galería del
rijo, y junto con ello un bebedor de brandy más hondo que
el Pacífico. Casi puede decirse que a Pedro Gómez
Valderrama estuvo a punto de írsele la mano al respecto. Y
aquí surge una segunda pregunta: ¿Por qué acentuó tan
extremadamente este tono? ¿Por qué izó tan alto las
banderas de las victorias sexuales de Lengerke?
Es claro que La otra raya del tigre es una reivincicación,
una cuenta de cobro a una sociedad pacata que un siglo
atrás lapidó a los progresistas alemanes de Bucaramanga
bajo el argumento de que eran disolutos, lujuriosos e
inigualables bebedores de brandy. La novela apareció en
1977, apenas dos años antes del centenario de los trágicos
sucesos del 7 y el 8 de septiembre de 1879. Su autor

28
respondió con la masculinidad y los éxitos galantes de
Lengerke a los argumentos de los linchadores, que en su
momento se habían defendido diciendo, como puede
leerse en las actas del juicio, que los alemanes practicaban
aquí “el desenfreno de las ciudades malditas de que nos
habla el Antiguo Testamento”, que habían realizado en
nuestra ciudad “lúbricas escenas que ni la imaginación más
atrevida alcanza a sospechar”, que “llenas están las paredes
de sus casas de láminas las más obscenas, para mantener
latente a toda hora la pasión de la lujuria que los domina”,
y que de tanto ingerir brandy “algunos de los más
morigerados han muerto de combustión espontánea y
otros degollados por sus propias manos”. Estas fueron las
afirmaciones de La Defensa, folleto impreso en el Socorro
que circuló en medio del juicio a los amotinados de 1879.
Apelaciones pacatas, decimos nosotros, alardes de falsa
moral cuyo único objeto era ocultar un crimen que le costó
a Bucaramanga décadas de progreso.
Con todo, sigue sin resolver el punto de a qué género de
obra pertenece La otra raya del tigre. Un buen conocedor
de nuestras letras locales, Orlando Serrano Giraldo, intentó
despejar el enigma diciendo que se trata de un cantar de
gesta, y es posible que haya acertado. Los cantares de gesta
estaban destinados a ensalzar las hazañas de los héroes
tradicionales, y eso hace La otra raya del tigre. El juglar
daba prioridad a lo verídico, ya que su información provenía
por lo general de gente que recordaba los hechos. Se
calcula que el famoso Cantar del Mío Cid fue escrito menos
de cuarenta años después de la muerte de su protagonista.
Pedro Gómez Valderrama cierra su historia citando sus
fuentes, entre ellas su padre y su abuelo, cuya voz nos
conduce a lo largo de toda la narración, como si temiera
faltar a la verdad. Realismo y verdad histórica, dos

29
características centrales de los cantares de gesta. El único
trabajo que no se tomó nuestro autor fue escribirlo en verso.
He aquí La otra raya del tigre, nuestro primer gran
cantar de gesta.

30
DONDE LAS AGUILAS SE ATREVEN

Aunque la generalidad de los santandereanos lo


desconocemos, resulta hermoso y aleccionador saber que
en Bucaramanga se edita desde hace 11 años una revista
científica, entre cuyos logros se cuenta haber sido
galardonada en 1996 con el Premio al Mérito Científico
Categoría Divulgación, otorgado por la Asociación
Colombiana para el Avance de la Ciencia, ACAC, y haber
alcanzado un total de 43 entregas consecutivas. Sin
embargo, su mérito esencial y conmovedor es ser una revista
totalmente gestionada, diagramada y dirigida por jóvenes
estudiantes.
Se trata de MEDICAS UIS, la revista de los estudiantes
de medicina de la Universidad Industrial de Santander,
fundada en 1987 por Henry Humberto Balaguera, quien
encarretó a seis alumnos de la facultad con la propuesta
de «aprender a ser atrevidos, aprender a pensar en grande
y aprender a ser visionarios», un slogan que parece sacado
de los directivas del presidente Mao para los chinos. El caso
fue que unos días después de lanzado este desafío, el propio
Balaguera se presentó ante el decano de la facultad, doctor
Roso Alfredo Cala Hederich, para solicitarle ayuda y
opiniones con el propósito de publicar una revista médica
de los estudiantes. Cala no lo tomó muy en serio, le sonó
el asunto desproporcionado y lo único que se le ocurrió
fue decir que lo mejor que les correspondía era ponerse a
estudiar. Por aquellos días la UIS estaba en paro. Sin

31
embargo, como los estudiantes insistieron, les dio una cita
para las seis de la mañana del día siguiente, y a propósito
los dejó plantados, un poco porque desconfiaba de ese
entusiasmo de sarampión, un poco para probarlos. Cuando
lo llamaron de nuevo los volvió a citar otra vez en su oficina
a las seis en punto de la mañana, y cuando los vio llegar a
todos recién bañaditos y tan puntuales como un cajero de
banco, no le quedó duda alguna de que el proyecto de la
revista era un hecho.

LOS RIGUROSOS PARAMETROS DE LA CIENCIA.-

Con sólo repasar el procedimiento que se lleva a cabo


para “capturar” y publicar un artículo, calamos a fondo las
exigencias del trabajo en que están metidos los noveles
editores de MEDICAS UIS. Este frente, el de obtener
artículos, lo atiende el llamado Departamento de
Posibilidades Editoriales. Debe tenerse en cuenta que el
país no cuenta con más de un centenar de investigadores
en el campo médico, y que sólo aproximadamente un 10%
de ellos escribe. El primer trabajo consiste en contactar al
investigador, convencerlo de la importancia de la revista,
ofrecerle sus páginas y pedirle la colaboración. MEDICAS
UIS sale cada tres meses, la necesidad de material es
acuciosa. Este apremio ha llevado en ocasiones a que los
diligentes caza-artículos del Departamento se embarquen
en locas persecuciones, o se precipiten en dirección
equivocada. Una de las grandes frustaciones fue la de no
haber podido cazar al eminente sabio Valentín Fuster, quien
estuvo sólo unas horas en un congreso de cardiología
realizado en Cartagena. Los sabuesos de MEDICAS UIS
intentaron capturarlo en pleno evento pero no les fue

32
posible, razón por la cual lo siguieron al hotel, y luego
corrieron tras él hasta el aeropuerto, pero Fuster se les
escapó, quizás temeroso de que pudiera tratarse de un
secuestro. En el frenesí de la persecución alguien abordó
al eminente profesor Pedro Rafael Téllez, quien se vio
obligado a escuchar de su incómodo captor toda la extensa
carreta acerca del carácter y las necesidades de la revista,
antes de poder responder que él no era el famoso profesor
Fuster. A otro de los buscadores le ocurrió algo peor, y fue
preguntar a un eminente investigador si conocía la revista.
“Por supuesto, acabo de publicar un artículo en ella”,
respondió fríamente el indagado.
Con todo, la cacería casi siempre termina bien. Ello
quiere decir que se debe esperar pacientemente el artículo
prometido, y una vez recibido someterlo a una primera
evaluación. En un comienzo, los fundadores de la revista
pensaron en escribir ellos mismos los artículos, pero es
obvio que su nivel de formación no les permitía hacerlo, ni
tampoco calificar las colaboraciones. Se procede entonces
a enviar el material a dos peritos evaluadores, para efectuar
lo que se llama “crítica por pares”. Existe un standar de
calidad establecido en cuanto a publicaciones médicas. El
gran objetivo de una revista de este tipo es ser admitida en
el Index Médico, que abre las puertas a los centros
internacionales de referencia. Buscando este rigor, los
editores de MEDICAS UIS realizaron el año pasado un primer
curso taller de Actualización en la Evaluación Crítica de la
Publicación Médica, presidido por Javier Nieto, asistente
del director en jefe del Americam Journal of Epidemiology,
una de las principales revistas científicas del mundo.
Se necesita una gran dosis de tacto en el manejo del
asunto. No puede colarse un artículo que carezca del

33
soporte científico necesario, pero tampoco se puede
ofender a un colaborador al rechazarlo. Por lo común, se
trata sólo de pedirle que corrija ciertos aspectos, pero ésto
hay que saber decirlo. La revista ha sido por eso una
excelente escuela de relaciones públicas para sus editores.

EL MILAGRO DE LA CONTINUIDAD.-

El logro de mantener en circulación una revista de esta


clase durante 11 años cobra mayor trascendencia cuando
descubrimos que el equipo fundador de MEDICAS UIS no
es el mismo que la edita ahora, pues la plantilla se renueva
año tras año. Una de las labores del grupo editor consiste
en recibir cada semestre a los nuevos alumnos de la facultad
para informarlos ampliamente de la importancia de la
revista. Los alumnos más destacados son invitados a
participar, los veteranos los charlan y los motivan. MEDICAS
UIS es una especie de club de gente muy pila en continua
renovación. Se trata de una escuela de pensamiento, dicen
sus integrantes. Aquí se adquiere responsabilidad y cultura
de investigación, disciplina y liderazgo. La idea es que sólo
se podrá exigir excelencia mostrando realizaciones
excelentes. Tal vez por esta razón los egresados que hicieron
parte de la revista han empezado a llegar lejos. Deyanira
Corzo, una de las seis fundadoras del grupo, fue incluida el
año pasado en la lista de los mejores 25 residentes de
siquiatría en los Estados Unidos. Este país le otorgó una
visa especial por interés científico.
Por supuesto que mantener cohesionado el equipo no
es cosa fácil. Todos los días se debate y se pelea, las
decisiones enfrentan y dividen a la gente. El más viejo de
los muchacos no pasa de 25 años. El actual consejo

34
editorial, que preside Pilar Cristancho, una menuda veterana
de 9° semestre, está compuesto sólo por mujeres. Pero
predomina el interés colectivo, y se ha logrado implementar
mecanismos de distensión que unen y fraternizan, como
celebrar cumplidamente los cumpleaños, los días de la
madre y el padre, las novenas y todas las demás efemérides
posibles. De igual manera se lleva a cabo una constante
autoevaluación, y se mantiene vivo un alto nivel de humor.
Más que un equipo de trabajo son un grupo de amigos. “Es
más que venir a trabajar”, dicen.
Es lógico que el nivel de exigencia con que se maneja el
trabajo no permite la participación de todo el mundo. Por
esta razón, algunos compañeros los miran como gente que
se las da de mucho, pero eso no les preocupa. Las dos
grandes exigencias de la revista son aparecer con
periodicidad e impecablemente. Ambas se han cumplido,
y mientras esto se logre, todo está bien.
El profesor Balaguera dice con sobrada razón que
MEDIC AS UIS ha derrotado el mito de que los
santandereanos no somos capaces de asociarnos para ser
mejores. Sus paradigmas iniciales fueron: «Es posible
formar líderes, es posible y realizable pensar en grande y es
fundamental trabajar en grupo». Observando la forma como
han cumplido este cometido, nos queda la certidumbre de
que se ha puesto la semilla de algo grande.
Como corresponde a su carácter, MEDICAS UIS es una
revista sobria pero impecablemente acabada. Los textos
están presentados con buena luz, las tablas, fotografías,
notas e índices que secundan los artículos aparecen bien
distribuidos. Se imprime en la Editorial La Bastilla en papel
esmaltado, a razón de mil o mil doscientos ejemplares por
vez, y tiene un cierto porte de lujo. Todo el trabajo de

35
diagramación y diseño corresponde al joven equipo editor.
De vez en cuando el diablillo de las galeras, que ahora
también vive en el computador, hace de las suyas. En alguna
ocasión se perdió la tabla de referencia que respaldaba un
artículo. Uno de los vendedores de publicidad vivió una
terrible experiencia cuando se acercó muy orondo a uno
de los patrocinadores con la revista en la mano, y al tiempo
de decirle “mire, doctor, este es el ejemplar donde salió su
pauta”, descubrió que la hoja faltaba.
Como ocurre siempre, el frente de mayor dificultad es el
financiero. En sus comienzos, los estudiantes recurrieron
al bolsillo de sus papás para sacar avante el proyecto, pero
ésto no podía continuar. Una bandada de emprendedores
pero inexpertos vendedores de publicidad partió en diversas
direcciones buscando recursos. No ha quedado laboratorio
farmacéutico, clínica, centro médico o empresa de salud
en el país que no haya sido visitado. Quien llegó más lejos
en este trabajo fue Carlos Alberto León, de 6° semestre, un
entusiasta voluntario que en su desaforado recorrido por
las calles de Bogotá descubrió al final de una agotadora
jornada un letrero emergente que sobresalía por encima
de los techos lejanos y rezaba «Clínica». No se podía ver el
resto, pero convenció a sus compañeros de la importancia
de llegar hasta allí y tocar aquella última puerta, y los arrastró
a lo largo de muchas calles hasta doblar una esquina y
detenerse frente al letrero completo. «Clínica del Pantalón»,
leyeron con ansias de matarlo.
De algunas partes los echan, en algunas oficinas les
pontifican que las revistas de los estudiantes no le llegan al
gremio médico, el camino está empedrado de dificultades,
pero MEDICAS UIS sigue invicta y no le cede su puesto a
nadie. Al contrario, cada día gana más prestigio en las

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universidades con carrera médica, y cada día alcanza un
mayor intercambio internacional. Fue la primera revista
médica estudiantil, y ha perseverado en este rol por obra
de un simple grupo de estudiantes alegres y corajudos.
En esencia, los gestores y continuadores de MEDICAS
UIS nos están enseñando que la juventud es capaz de hacer
empresa con una nueva mentalidad. Larga vida a este
empeño.

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PACHO DURAN
MAESTRO, SIEMPRE MAESTRO

El 9 de abril de 1948 el joven Francisco Durán, que


entonces era un simple estudiante de bachillerato del
colegio Balvino García, se encontraba viendo cine en el
único teatro de Piedecuesta. La película, Los últimos días
de Pompeya, prometía muchas emociones: el Vesubio
estaba a punto de estallar. De pronto, empezó el tiroteo.
Todos creyeron que se trataba de efectos de sonido
extraordinariamente bien logrados, aunque un poco
extemporáneos. ¿Tiros en la Roma imperial? Tiros sí, pero
no en el remoto pasado sino en el azaroso presente, pues
en la calle se estaban dando plomo de lo lindo. Los
encargados del teatro sacaron al público por los zarzos,
Francisco pasó la noche en una plancha de amasar dulces
de arroz, en una dulcería vecina.
Las cosas se agravaron tanto que los estudios se
suspendieron, y debió regresar a su nativo San Gil, de donde
había salido para completar la secundaria, interrumpida por
un cierre temporal del San José de Guanentá. Por suerte,
este plantel estaba otra vez abierto, y allí terminó su
bachillerato en 1950, para enfrentarse de inmediato al
peliagudo asunto de definir qué iba a ser en la vida.

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HIJO DEL TIPLE Y LA RETRETA.-

Aunque todavía no era capaz de imponérselo a sí mismo,


Francisco ya sabía cuál era su destino. Cualquier otra cosa
que hiciera sería una equivocación. Lo había descubierto
desde muy pequeño, cuando ejerció como atrilero en las
retretas de la banda de San Gil. La música lo arrebolaba, lo
transportaba a dimensiones sublimes, sólo que en aquel
entonces podía más el juego. Él y sus pequeños compinches
habían observado que los músicos marcaban el tiempo con
los pies, no existía aventura más osada que arrastrarse como
una lombriz, meterles una piedra bajo el zapato y escuchar
con deleite la forma como perdían el compás. En esta
travesura educó el oído. Más tarde sorprendió a su hermano
Narciso aprendiendo tiple y no volvió a despegársele. A su
padre, Rafael Antonio Durán, latonero de profesión y padre
de 16 hijos, no le agradó la cosa. “¡Bien vaciados que
andamos y ahora músicos, para completar!”, fue su único
comentario. Pero Francisco persistió y ya en sus tiempos
de colegial era el insustituible acompañante musical de
todos los eventos culturales en el San José de Guanentá.
Esta era su vocación, pero había que elegir una carrera.
Así que le picó por la marina y se fue de grumete. El mar lo
mareó, la goleta lo zangoloteó, la geometría y las
matemáticas no quisieron admitirlo como pupilo. Año y
medio después, y ya con 25 a cuestas, estaba otra vez
recorriendo el parque de San Gil, con la misma angustiosa
pregunta en la cabeza. ¿Qué voy a ser en la vida, Dios mío,
qué voy a ser? Al fin le metió una patada a una piedra con
rabia, y se respondió con sinceridad: “Yo lo que quiero es
ser músico”. Ya el padre había muerto, fue a decírselo a
Ana Dolores Naranjo, su progenitora. Ella, más práctica que
la madre de García Márquez, no intentó disuadirlo de su

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vocación, sino que le dijo simplemente: “Lo que sea, pero
coja destino”.
Hizo maletas y se marchó para Bogotá, donde buscó
amparo en la casa de una vieja amiga de la familia. Pero
cuando fue a matricularse en el Conservatorio, su director
Olaf Roots lo miró con ojos desaprobatorios. “¿Cuántos
años tener?”, le preguntó. Tan pronto Pacho le soltó la cifra,
arrugó la cara y se puso a decir: “Oh, viejo, muy viejo para
estas cosas”. Luego le pidió cantar. Pacho lo arrulló con
Pueblito Viejo. Lo admitieron, pero el primer día de clases,
apenas tomó asiento entre pupilos de 6 y 7 años, un profesor
entró y lo encaró diciendo: “¿Es usted el padre de alguno
de ellos?

SE APRENDE CUANDO SE APRENDE.-

El mito dice que sólo se aprende música empezando a


muy corta edad, ojalá antes de los siete años, pero Pacho
Durán desafió esta tradición y toda la vida ha seguido
desafiándola. ¿Cómo lo logró? Estudiando como loco,
quemándose las pestañas y practicando sin descanso.
Cuando inició su licenciatura musical en la Universidad
Nacional se encontró con que debía cursar piano básico
por obligación. En este caso la edad es más determinante
todavía, pues se dice que es imprescindible empezar antes
de los cinco. ¡Pacho ya cargaba al hombro 39 años! Peor
todavía, no tenía piano. Pero en el Conservatorio
permanecían desocupados cerca de 40 pianos los sábados
y domingos. En una de sus visitas le comentó al portero su
tragedia, y le regaló una paca de Pielroja, pues había
descubierto que el hombre era un fumador empedernido.
A la tercera paca el tipo le preguntó: “¿Cómo va la vaina del

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piano?”, y sin aguardar la respuesta, complementó: “Pues
véngase los sábados, que yo lo dejo entrar”.
Hizo sus cinco años de piano a punta de cigarrillo. No
aspiró a Mozart ni a Beethoven, pero su profesora, Inés de
Tanaka, le dio la mejor nota oyéndolo interpretar pasillos.
Con el computador ocurrió igual que con el piano, vino
a encontrárselo ya de viejo, pero no le tuvo miedo. Un día
leyó un aviso: «El computador aplicado a la docencia
musical». Una revolución sin antecedentes, y en apariencia
inalcanzable, se estaba efectuando. La electrónica había
reemplazado la escritura tradicional de la música y brindaba
al compositor la posibilidad insospechada de tener una
orquesta en la casa. Se aplicó con esmero a su aprendizaje.
La tecnología lo mordió un rato, pero terminó por aceptarlo.
Hay que verlo ahora sentado frente a su computador, donde
pasa todas las tardes componiendo.

VOY A MORIR EN ESTO.-

Hoy, con una creación de cerca de 35 piezas musicales,


entre las que se cuenta el hermoso bambuco Se puso a
tomar José, el maestro Pacho Durán tiene ganado un
merecido espacio en el firmamento artístico del país. Sus
canciones han sido interpretadas por Oriol Rangel, Jorge
Villamil, Garzón y Collazos, el grupo Hatuey, el dueto Mateus
y Rodríguez y muchos otros virtuosos del pentagrama. En
esencia son bambucos y pasillos, pero hay también danzas,
valses, porros, cumbias y hasta pasodobles y boleros. Ya
no da clases de música y folclor, como lo hizo gran parte de
su vida, sólo está dedicado a componer. “Voy a morir en
ésto”, nos dice con decisión.

41
La carrera pedagógica del maestro Pacho, ejercida
durante casi cuarenta años, se inició en circunstancias
pintorescas. Era un estudiante requetepobretón que se
pagaba la comida y la pieza dando serenatas a punta de
tiple por San Victorino y Los Mártires, y soplando el clarinete
en una orquesta improvisada, cuando un caballero muy
aseñorado se acercó a preguntarle si aceptaba enseñarle
guitarra a sus hijas. No sabía tocar guitarra pero dijo que sí,
y unos días después, al ser presentado a las pequeñas
pupilas, las convenció de que primero se necesitaba
aprender tiple. Mientras ellas aprendían tiple, él aprendió
guitarra. Así se inició como maestro de música, oficio en el
que habría de jubilarse.
El siguiente empleo se lo ofreció una monja vicentina
que necesitaba montar de urgencia un coro a tres voces en
su colegio, para darle la benvenida a una superiora que
llegaba de Francia. Pacho tampoco sabía dirigir coros, pero
dijo que sí. Le soltaron tres cursos completos. Por fortuna,
estaban en pleno furor canciones como Espumas, Lloran
los guaduales y Me llevarás en tí, que se sabía todo el
mundo. Les pidió a las 120 coristas que cantaran a plena
voz. Cuando la monjita vino a reclamarle por la algarabía,
le dijo: “Tranquila, madre, este es nuestro folclor”. El
espectáculo agradó y cautivó a la francesa.
En el intermedio de estos avatares fueron brotando las
canciones. Apenas aprendiendo música nació Por un querer,
que fue interpretada por Oriol Rangel. Cuando asomó la
primera novia compuso Soñé un amor. A otra novia, que lo
dejó por irse con un militar, le escribió Por qué te vas.
Pacho fue profesor de música durante muchísimos años:
17 en el colegio Antonia Santos de Bogotá, 12 en la

42
Universidad Distrital, otros tantos repartidos en otras
instituciones. Para secundar su trabajo redactó su Curso
de folclor, apreciación y educación musical, que es uno
de los mejores que se conocen.

SANTANDER EN EL CORAZON.-

Siempre llevó a su pueblo chico y a su tierra en el corazón,


pero en el curso de aquella prolongada ausencia los suyos
fueron desapareciendo poco a poco. Los padres murieron,
los hermanos volaron y murieron también, los amigos
emigraron. Cada que volvía a San Gil le daba mucha tristeza
llegar y no encontrar a nadie. Dolor de pueblo, lo llama. En
una ocasión salió del hotel donde se encontraba y se puso
a buscar un dueto para cantar y distraerse. Esa noche bebió
y se desmadró, y con el tiple a cuestas buscó la casa paterna
y se puso a llorar en sus gradas. Una canción fue llegando
con el recuerdo de su gente. Volvió de madrugada al hotel
y pidió papel y lápiz, para anotarla antes de quedarse
dormido. A las cinco de la mañana nació Retorno, un
sentido canto a San Gil.
En 1995 se retiró con 64 años de edad a cuestas, y de
inmediato se vino para Bucaramanga. Siempre había
soñado con vivir aquí, compró una casa, trasteó el piano,
el carro y el computador, y aquí lo tenemos de tiempo
completo. Su afán sigue siendo el mismo que lo azuzaba
cuando era joven: aprender y estudiar más. Uno de los
primeros trabajos de sus tiempos de jubilado fue recoger
sus canciones dispersas y reunirlas en un CD que acaba de
salir al mercado. El grupo Hatuey viene a ensayar con él
todas las semanas, los domingos se le encuentra en el

43
restaurante Los Barandales. El resto del tiempo la pasa
doblado sobre el teclado de su computador, moviendo
corcheas y compasillos.
Dichosa Bucaramanga, que posee el encanto de ser
la preferida de un hijo como él.

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LOS PINTORES MUEREN DE PIE

Aunque nacido en Bucaramanga en 1966, no es posible


entender su arte ni su visión del mundo sin saber que pasó
los primeros 18 años de su vida en Barrancabermeja. Si
somos una mezcla de nuestros sueños y del medio en que
crecimos, eso es Efraín Saldaña. La historia de su infancia
libre y feliz, signada por el deseo compulsivo de pintar,
heredado no se sabe de quién, podía servir de inspiración
para un buen relato literario.
Su padre, William Saldaña, viandante y promotor de
ventas, terminó radicado en Barranca después de andar
medio mundo. Efraín hizo la primaria en la Escuela
Integrada del puerto, y luego el bachillerato en el Instituto
Técnico Superior Industrial. Sus primeras letras fueron de
colores. Su madre le prestaba la caja de los Prismacolor si
hacía las tareas. Dividía el tiempo entre emborronar y jugar.
Muy temprano, llegó el impacto de la selva.
Barrancabermeja estaba metida en la selva. A sólo tres
cuadras de su casa, Efraín encontraba caimanes. Los
rumbones cercanos vivían llenos de animales, en los solares
de las casas se cazaban iguanas. Una de las grandes
diversiones de los chicos consistía en provocar a los
caimanes y disputarse entre sí aquellos territorios a piedra.
La mamá permitió a Efraín y a sus cinco hermanos montar
un pequeño zoológico de animales exóticos: micos,
cacatúas, iguanas, lagartijas.

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EL ARTE IMITA LA VIDA.-

No es de extrañar entonces que unas décadas después,


la influencia del entorno surja con fuerza en su pintura. Su
primer tema lo llamó Orgánico. Eran extrañas flores
pantanosas, selváticas, donde primaba una sensación de
hojarasca descompuesta, de mundo primigenio en
elaboración. Tampoco extraña que se le haya despertado
una pasión incontenible por los libros de etología, ciencia
que estudia la disciplina y el comportamiento de los
animales. ¿Por qué cambian de piel? ¿Por qué chillan a
ciertas horas? Lo capítulos de la mutación siempre lo han
dejado mudo. Que una lagartija pueda tirar el rabo y
reponerlo le parece el mayor de los prodigios. Esto ha
venido a brindarle un argumento de fondo. Su siguiente
trabajo se llamó Caza Mayor: se trataba de animales
híbridos, cruzados en singulares mutaciones. La misma
influencia se percibe en Herencia, su última exposición,
donde los trajes de los personajes están hechos de cortezas
y dejan escapar de sus pliegues y bolsillos rabos de lagartijas
y culebras.
Pero la naturaleza no sería la única influencia
determinante en la formación de Efraín Saldaña, pues hubo,
como mínimo, otras dos más: el tren y el billar. En el patio
de atrás del colegio industrial donde cursó el bachillerato
se hallaba la estación del ferrocarril. Cuando los muchachos
andaban aburridos, saltaban la cerca y se colaban en
cualquier tren que partiera en cualquier ruta. Dos o tres
estaciones más allá les pedían el tiquete y en el primer
pueblo los bajaban. Este era el súmmun de la felicidad,
porque todo pueblo tiene río y billar, y árboles de mango y
guayaba. Al atardecer, cogían un tren de vuelta. Ya en las
cercanías de Barranca no les pedían boleto.

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La deliciosa evasiva se vio pronto alimentada por las
noticias que traía la televisión: ¡El hombre conquistaba la
luna! La aventura del tren le incubó en la cabeza el deseo
vehemente de ser astronauta. La familia no se opuso, pero
le advirtió que necesitaba prepararse muy bien y estudiar
mucho. Efraín sobresalió en matemáticas, física y dibujo
técnico. Finalmente confirmó que aquello de embarcarse
en una nave espacial era un sueño imposible, pero unos
seres de clara dimensión cósmica, rodeados de aureolas
de luz y de evidente configuración superior, ocupan ahora
sus lienzos. Son el fruto de los sueños de astronauta.

EL ESPACIO INTEMPORAL DEL BILLAR.-

Uno de los negocios de su padre en Barranca tenía billar.


Efraín se dejó atrapar en la magia de este juego, e hizo
durante mucho tiempo el aseo al establecimiento con tal
de poder disfrutarlo. Lo encontró un asunto denso, muy
parecido al oficio de pintar. En parte, porque el billar nos
atrapaba en un espacio sin tiempo, semejante al lienzo; en
parte porque exige técnica y virtuosismo. Le enseñó a ser
efectista. Por lo demás, estaba rodeado de música.
Jugando billar y pintando por afición escapó hacia
Bucaramanga, donde inició una carrera de ingeniería civil
en la UIS. Los ratos libres que le dejaba el estudio los
invertía en hacer trazos a lápiz y jugar billar. Le maravilló
encontrar en los cafés a elegantes señores de saco y corbata
haciendo turno a la espera de una mesa, y a hombres de
tercera edad jugando felices. De esta confluencia amable
de estudiante-vagabundo salieron los cuadros que colgó
en la Primera Muestra de Artes Plásticas de la UIS, en 1986.
El resultado fue definitivo. Los profesores que lo apreciaban

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de verdad se le acercaron y le dijeron: “Váyase, su futuro
está en otra parte”.
Para cumplirle a la tía que le servía de tutora, acabó una
carrera de topografía en las Unidades Tecnológicas de
Santander. Sin embargo, su búsqueda sólo empezó a
encaminarse de manera definitiva la tarde que descubrió
un curso de dibujo en la Casa de la Cultura Custodio García
Rovira. Vino a matricularse, pero no le gustó que le hicieran
examen de admisión y que el profesor fuera una mujer. Sin
poder quitarse de encima la mala crianza de los cafés y las
salas de billar, pintó un rostro grotesco que sacaba la lengua
en actitud ofensiva. La maestra alcanzó a percibir en él los
trazos de un buen dibujante. Lo admitió. Se trataba de una
excelente formadora: Clemencia Hernández Guillén.

A LA SOMBRA DEL VIEJO MAESTRO.-

Tras dos años de estudiar perspectiva, volúmenes,


espacio y el resto de técnicas que se enseñan a los
dibujantes, Clemencia le pidió que tomara el cartapacio
donde estaban las tareas realizadas durante todo ese
tiempo, y se lo llevó para presentarlo ante un viejo maestro.
El viejo maestro observó detenidamente los dibujos, y
exclamó: “Está listo para el color. Bienvenido al mundo del
arte”. Luego le dictó la lista de los materiales.
Se trataba de Mario Hernández Prada. Con él aprendió
la teoría del color y otras técnicas básicas, pero ante todo
aprendió a identificarse. Para Mario la pintura es la
confluencia de muchos impulsos vitales. Lo empapó de
filosofía, le enseñó a buscar una identidad, a encontrar un
camino. Después lo mandó por el mundo. Fue como
enseñarle a volar.

48
A partir de entonces, Efraín Saldaña dibuja diez horas
diarias. No cree que los artistas sean creadores, sino meros
artífices. “Somos hilos conductores de las posibles y
diversas versiones”, dice. “La pintura va saliendo del lienzo,
el cuadro toma la vocería y el pintor se convierte en su
esclavo. Al final, la obra asume vida propia y se independiza
del autor”. El trance de una modalidad a otra no se piensa,
aparece. Los bestiarios, las configuraciones orgánicas que
tienen mucho de Gaudí, la mutación de la figura humana,
el hombre-animal. Todo ésto ha venido sucediendo en sus
lienzos. El científico Stephen W. Hawking dijo que la
revolución genética es una realidad inatajable. Los óleos
de Efraín Saldaña la anticipan por completo.
Trabaja diez horas diarias, de pie. Los pintores no se
sientan, los pintores necesitan retirarse y acercarse
consecutivamente para apreciar lo que hacen. “Los pintores
mueren de pie”, nos dice, y su voz está plena de felicidad
cuando pronuncia esta frase.

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