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Generalidades del contexto social y político colombiano Las siguientes son algunas situaciones de

orden social y político que se han mantenido con diferentes intensidades y matices a lo largo de la
historia colombiana: - El Estado nunca ha controlado los monopolios clásicos, que, se supone, son
la pretensión estatal en cualquier sociedad: violencia, dominio territorial, justicia y tributación.
Peter Waldman (1997) describe esta situación de la siguiente manera: “Si bien en casi ningún país
latinoamericano el Estado ha logrado imponer el monopolio de la coacción hasta en sus últimas
consecuencias, en Colombia la crisis de autoridad y de legitimidad estatales han ido agravándose
periódicamente hasta causar una verdadera disolución del Estado” (37). - Recurrente persistencia
de la violencia con motivaciones políticas por parte de distintos actores políticos y sociales. La
persistencia histórica de la violencia ha sido considerada como la principal amenaza a la
estabilidad del país (Vargas, 2003). Durante el siglo pasado, en tres oportunidades la violencia
irrumpió con fuerza en la esfera política: primero fue la guerra de los Mil Días (1899-1902); luego,
en la década de los cuarenta, el asesinato del candidato presidencial por el Partido Liberal Jorge
Eliécer Gaitán, que dio inicio a la violencia liberal-conservadora (1948-1958); a la que siguió,
finalmente, la violencia revolucionaria asumida por las organizaciones insurgentes (1964- 2010). -
A pesar de la sistemática utilización de la violencia por parte de actores polí- ticos y civiles, ha
habido respeto a los periodos institucionales de los gober- nantes. Durante el siglo XX ocurrió solo
un golpe militar, en 1953, relativa- mente consentido por las élites políticas (Tirado, 1989). Una
característica fundamental a la hora de intentar describir el Estado colombiano es que este
históricamente ha mantenido una “presencia” diferenciada en el territorio nacional. En este
trabajo, “presencia estatal” se debe entender como el cumplimiento permanente de las
obligaciones primarias del Estado, tales como: impartir justicia, brindar seguridad y garantizar la
prestación y acceso a servicios públicos básicos a todos sus ciudadanos. Si bien esta definición se
presenta como LUIS FERNANDO TREJOS ROSERO COLOMBIA: UNA REVISIÓN TEÓRICA DE SU
CONFLICTO ARMADO Revista Enfoques • Vol. XI • Nº18 • 2013 • pp. 55-75 57 poco elaborada, lo
que se busca destacar es que la presencia del Estado no se limi- ta a la instalación física de sus
instituciones, sino que, además, estas instituciones deben prestar las funciones para las cuales
fueron concebidas (Soto, 2001). Es decir, la continuidad del Estado colombiano ha sido
fragmentada, ya que mientras ha logrado integrar a sus dinámicas políticas, jurídicas, económicas
y sociales a los centros urbanos, vastas zonas periféricas se encuentran excluidas y marginadas de
sus servicios básicos, posibilitando la aparición y consolidación de poderes paralelos que, basados
en la fuerza y el uso de la violencia, establecen órdenes sociales y económicos básicos2 que
permiten la convivencia (Schelenker e Iturralde, 2006). Es decir, en estos espacios el Estado
presenta una continúa deslegitimidad política, que, según Daniel Pécaut (2001), consiste en su
incapacidad para imponer su influencia en la sociedad, lo cual en buena medida se debe a que ni la
simbología del intervencionismo económico ni la del intervencionismo social han tenido las
condiciones de posibilidad necesarias para asentarse en Colombia. ¿Qué tipo de conflicto es el
colombiano? La realización de una tipología o caracterización del conflicto armado colombiano es
una actividad académica inacaba y sometida a continuas presiones y revisiones fundamentadas
especialmente en argumentos político-ideológicos, por lo cual, es necesario dejar en claro que no
existe una única teoría que explique o analice la naturaleza y las características de los distintos
conflictos armados bélicas internos, ya que, debido a la complejidad y longevidad del caso, y a las
cambiantes dinámicas político-militares de sus actores, resulta muy difícil encuadrarlo en una
categoría preestablecida. Es muy importante emplear un alto nivel de rigurosidad en el encuadre
teórico-conceptual del conflicto armado colombiano, ya que, de un ejercicio que ha simple vista se
presenta como una actividad teórica, se derivan importantes consecuencias políticas, jurídicas y
militares, tanto en el plano nacional como en el internacional. De ahí que su caracterización tiende
a ser continuamente distor- sionada e instrumentalizada, especialmente con fines político-
electorales. La descripción del conflicto se encuentra estrechamente relacionada con la naturaleza
de sus actores, ya que no es lo mismo, para la sociedad y el Estado, en términos estratégicos,
enfrentarse a una organización político-militar en el marco de un conflicto armado interno que a
un grupo terrorista en un escenario de paz (Pizarro, 2002). El desconocer (conciente e
inconcientemente) la naturaleza, pretensiones y estrategias de los actores enfrentados, conduce,
según Rangel (1999), 2 Al respecto, Salazar y Castillo (2001) sostienen que: “En los niveles tan
bajos de orden y en las condiciones de anarquía extensa reinantes en muchas regiones de
Colombia […] las organizaciones paramilitares […] guerrilleras se convierten en gérmenes de orden
[…] al quedar todo cubierto con el manto de la ilegalidad, el Estado renuncia a ser garante de las
interacciones de los habitantes. Los derechos de propiedad, los contratos, los intercambios
quedan en el limbo. Sin ellos no puede haber vida social. Es apenas natural que un nuevo tipo de
orden primitivo surja en esas condiciones” (43). LUIS FERNANDO TREJOS ROSERO COLOMBIA: UNA
REVISIÓN TEÓRICA DE SU CONFLICTO ARMADO Revista Enfoques • Vol. XI • Nº18 • 2013 • pp. 55-
75 58 a “equivocar la definición de la naturaleza de la confrontación y, lo que es más grave a no
poder acertar en la definición de las estrategias para resolverla” (153). Para realizar una
caracterización del conflicto armado colombiano se utiliza- rán, a modo de referentes teóricos-
conceptuales, trabajos de diferentes autores e instituciones reunidos en cuatro grupos. El primero
lo conforman investigaciones que abordan las causas que originan los levantamientos armados y
los factores que condicionan las acciones bélicas y las causas de éxito o fracaso de las luchas
revolucionarias. Un segundo grupo lo constituyen los enfoques teóricos utilizados para el análisis
de los conflictos intraestatales, post-Guerra Fría, destacándose en este grupo el enfoque
planteado desde la economía política y la tesis de la guerra global permanente. El tercer grupo lo
conforman los trabajos que tratan el conflicto desde variables como sus alcances espaciales
(nacionales, internacionales y regionales), número de víctimas, intensidad, carácter y fines de sus
actores (revolucionarios, étnicos, religiosos, etc.). El cuarto y último grupo se constituye con la
definición que de conflicto armado no internacional hace el Derecho Internacional Humanitario,
más específicamente el Protocolo II adicional a los IV Convenios de Ginebra, suscrito por el Estado
colombiano e incorporado a su legislación a través de la ley n° 171 de 1994. Causas que originan
las acciones armadas y factores que determinan el éxito o fracaso de las luchas revolucionarias A
finales de los años setentas y durante los ochentas del siglo pasado se desarrolló una línea de
investigación que le otorgó especial relevancia al papel del Estado y al régimen político como
factores determinantes de los alzamientos armados de ca- rácter revolucionario. En este sentido,
se destaca el trabajo States and Social Revolu- tions de Theda Skocpol (1979), para quien el Estado
es una suma de organizaciones administrativas, políticas y militares lideradas y coordinadas por un
poder ejecu- tivo central. Para Skocpol, las revoluciones no se hacen sino que ocurren, desta-
cando que, más que el accionar de los revolucionarios, es el contexto sociopolítico el que
determina su triunfo o fracaso. La autora llega a esta conclusión tras haber realizado un análisis
pormenorizado de tres revoluciones: Francia (1789), Rusia (1914) y China (1949), señalando que
los triunfos revolucionarios se produjeron como consecuencia de una profunda crisis en las
estructuras estatales que condujo a su colapso, teniendo, como telón de fondo, amplias
movilizaciones campesinas. En los tres casos estudiados por Skocpol, el triunfo insurgente se
produce sobre regímenes absolutistas que, al ser amenazados militarmente desde el exterior,
impusieron fuertes cargas fiscales que terminaron generando enfrentamientos entre las elites
políticas y las clases altas. Como puede apreciarse, una precaria situación económica no gatilla por
sí misma, en este enfoque, un movimiento revolucionario, ya que dicha precariedad se presenta,
por lo general, como una variable estable en los contextos campesinos de muchos países, mientras
que las situaciones revolucionarias son excepcionales. LUIS FERNANDO TREJOS ROSERO
COLOMBIA: UNA REVISIÓN TEÓRICA DE SU CONFLICTO ARMADO Revista Enfoques • Vol. XI • Nº18
• 2013 • pp. 55-75 59 La misma Skopcol (1989), citada por Alfredo Rangel, se apoya en el
postulado de León Trotsky, quien afirma que “la mera existencia de privaciones no es suficiente
para causar una insurrección; si así fuera, las masas estarían siempre en rebelión” (Rangel, 2001:
31). Estas ideas fueron desarrolladas posteriormente por Robert Dix, quien es citado por Cynthia
McClintock (1998) para afirmar que la clase de régimen político es la condición necesaria para que
triunfe una revolución. Dix realiza su análisis en America Latina a partir de dos procesos
revolucionarios exi- tosos, Cuba (1959) y Nicaragua (1979), y ocho procesos fallidos, sosteniendo
que en todos los procesos estudiados no hay grandes diferencias en cuanto a factores
socioeconómicos como alfabetización, acceso a servicios básicos como educación y salud, ingreso
per cápita y distribución del ingreso. Por el contrario las diferencias de fondo entre las
revoluciones exitosas y las fallidas radican en factores políticos, ya que en los dos casos antes
citados, la principal causa es la existencia de una dictadura apoyada en un pequeño grupo, lo que
genera una coalición opositora con una gran base social (23). En el mismo sentido, Jeff Goodwin
(1988) manifiesta que la presencia de una dictadura cerrada es la variable necesaria para el éxito
revolucionario, ya que exacerba el malestar popular al imposibilitar cambios pacíficos, llevando a
la oposición a radicalizar sus ideas, gatillando la clandestinización de su organización y a la
aparición de posturas armadas que terminan debilitando las fuerzas oficiales. En la misma línea,
Timothy Wickham-Crowley (1992), al estudiar varios casos en Latinoamérica, encontró que el éxito
insurgente depende en gran medida de la medida de una “mafiocracia” o dictadura personal
despojada del apoyo militar de Estados Unidos, que se enfrenta a militantes revolucionarios que
cuentan con apoyo de un campesinado con tradición de lucha. Para Samuel Huntington (1993), las
revoluciones exitosas han ocurrido en países en los que el sistema político se ha mostrado incapaz
de distribuir el poder y abrir espacios de participación a los nuevos sectores sociales surgidos en el
proceso de modernización. En este sentido, la capacidad revolucionaria de los campesinos radica
en su condición socioeconómica, la que desmejora sostenidamente a medida que se despliega la
modernización. Richar Lachman (1985) centra su trabajo en la posición que asumen las elites
frente a los insurgentes. Después de estudiar distintos procesos políticos, iniciando con la
Revolución Inglesa de 1648 y terminando su investigación con la caída del comunismo en Europa
Oriental (1989), destaca que la eficacia de la movilización popular radica en el hecho de que sus
dirigentes logren realizar alianzas con sectores significativos de la elite enfrentada. Por su parte,
Peter Waldman (1996) establece que muchas veces las elites no realizan los esfuerzos necesarios
para terminar con la confrontación armada, ya que al superar el shock producido por la disputa y
pérdida del control político y militar sobre una parte del territorio, se adaptan rápidamente a esta
nueva situación y comparten la soberanía, especialmente cuando el porcentaje de recursos
económicos y densidad demográfica presentes en el territorio “perdido” no afecta o amenaza su
posición dominante y mantiene hacia el exterior una percepción de aparente legitimidad. Este tipo
de LUIS FERNANDO TREJOS ROSERO COLOMBIA: UNA REVISIÓN TEÓRICA DE SU CONFLICTO
ARMADO Revista Enfoques • Vol. XI • Nº18 • 2013 • pp. 55-75 60 situaciones es definida por
Mauricio Romero (2007) como un “desorden durade- ro”, es decir, “circunstancias en las cuales los
gobierno no son capaces de abordar la raíz de los problemas, pero tampoco dejan colapsar el
sistema” (453). James Davis, citado por Alfredo Rangel (2001), afirma que el éxito de pro- cesos
revolucionarios se alcanza cuando termina un periodo de prosperidad que es seguido por una
dramática disminución en las condiciones de vida de la población en general. Según Anthony Joes
(1992), la clave del éxito revolucionario se encuentra en la estrategia a seguir, ya que una
generalidad de los procesos revolucionarios exitosos lo ha sido porque los movimientos
guerrilleros han logrado desarrollar una guerra popular prolongada. Al iniciar las acciones
armadas, su organización político-militar es inferior, si se compara con los medios militares del
Estado al que se enfrentan. En un primer momento, el solo hecho de gestarse y subsistir es de por
sí un triunfo3 . La prolongación indefinida de la confrontación indica que el Estado no ha podido
derrotar a la guerrilla, lo que señala el escenario de desarrollo y consolidación de un proceso
insurgente. Por último, se destaca el trabajo de Max Manwaring, Robert Herrick y David Brandford
(1993), quienes, retomando el postulado de Clausewitz, afirman que la guerra es la continuación
de la política por otros medios, es decir, el objetivo de la política es la destrucción de la fuerza
militar contraria o de los medios que le permiten hacer la guerra. Estos autores realizan un análisis
de los elementos que conforman la trinidad configuradora de toda guerra: el objetivo político, la
pasión o apoyo popular y los instrumentos operacionales; para concluir que triunfa el bando que
combine exitosamente los tres elementos, ya que la falla de uno afecta directamente el
funcionamiento de los otros dos; y si uno logra un menor desarrollo disminuirá el resultado de los
demás. Del anterior análisis se puede esbozar una hipótesis que sirve para entender la
marginación política de la insurgencia colombiana, ya que, como lo señala un informe del Pnud
(2003) sobre el conflicto colombiano, en Colombia existe una democracia, débil o formal, pero en
última instancia democracia. Desde la fundación de las Farc-EP y el ELN, en 1964, se han producido
doce elecciones presidenciales ininterrumpidas, han sesionado catorce congresos pluripartidistas y
una Constituyente de origen ciudadano, las autoridades locales ahora son elegidas por voto
popular y se respeta y mantiene la separación de los poderes públicos. Aunque es importante
resaltar que el intento más claro de participación electoral por parte de las Farc-EP, a través de la
Unión Patriótica, fue truncado por el exterminio de dicho movimiento político. Es por esto que las
Farc-EP decidieron cerrar la puerta a la actividad política legal y crearon el Movimiento Bolivariano
y el Partido Comunista Clandestino Colombiano (Pccc). 3 Al respecto el ex secretario de Estado de
los Estados Unidos, Henry Kissinger, citado por Alfredo Rangel, manifestaba que: “Mientas las
agrupaciones guerrilleras no pierden, ganan. Los guerrilleros se someten a grandes sacrificios y
privaciones pero no abandonarán sus fines” (Rangel, 2001: 34). LUIS FERNANDO TREJOS ROSERO
COLOMBIA: UNA REVISIÓN TEÓRICA DE SU CONFLICTO ARMADO Revista Enfoques • Vol. XI • Nº18
• 2013 • pp. 55-75 61 Análisis de los conflictos intraestatales post-Guerra Fría El fin de la Guerra
Fría ha marcado una tendencia en cuanto a conflictos arma- dos se refiere, ya que, al año 2000, la
revista Journal Research reseñaba que de los treinta y tres conflictos armados referenciados en el
mundo, todos, salvo dos (Eritrea-Etiopia e India-Pakistán), eran intraestatales. Estos conflictos han
adqui- rido peso en términos analíticos, porque representan el 80% de los conflictos a nivel
mundial y sus víctimas (David, 1997: 16). Algo a resaltar en estos conflictos post-Guerra Fría es
que, según Wallesteen y Sollemberg (2001), en la mayoría de los casos han terminado con exitosos
procesos de negociación que desembocan en la paz, y no por el triunfo militar de una las partes.
Entre 1989 y 2000 hubo vein- tidós conflictos resueltos de manera negociada, mientras que entre
1945 y 1989 se presentaron veintidós victorias de una de las partes enfrentadas, treinta y cuatro
ceses al fuego y treinta y tres conflictos que se mantuvieron más allá de 1989. Otro rasgo a
destacar es que, tras el fin de los socialismos reales, los conflictos con raíces ideológicas fuertes
han venido diluyéndose, dando paso a conflictos edifica- dos sobre bases raciales, étnicas
(identidades primarias), religiosas y económicas. Al analizar los conflictos armados más cruentos
desarrollados entre 1989 y el 2000, Pizarro (2002) los bautiza como “conflictos crónicos”, puesto
que, después de revisar, a finales del año 2000, veinticuatro conflictos armados, descubre que
diecisiete de ellos son previos a 1989. Según Fearon y Laitin (2000), los conflictos crónicos son los
que más dificultades presentan para su resolución, ya que en ellos se hacen presentes altos niveles
de odio y desconfianza, así como por la naturalización y socialización de la violencia, la que
termina instituyéndose como un medio configurador y reconfigurador de relaciones sociales,
políticas y económicas. Dentro de los análisis realizados sobre los conflictos armados ocurridos a
partir de la Guerra Fría, hay una línea de investigación que ha planteado el debate sobre las
variables sociales, políticas y económicas presentes en las acciones armadas. Esta corriente
teórica, conocida como “economía del conflicto”, dirige sus argumentos en contra de las teorías
que consideran que factores como la pobreza, la injusticia y la desigualdad social de las clases
menos favorecidas son determinantes en el nacimiento, desarrollo y legitimación político-militar
de la insurgencia. Para los investigadores de las economías de los conflictos armados, la clave de la
organización y permanencia temporal de los insurgentes radica en su capacidad de acceso a
recursos económicos (Camacho, 2002). Desde esta óptica, la motivación de los conflictos armados
es irrelevante, ya que lo único importante es la capacidad de financiamiento de la organización
rebelde. De este modo, sin desconocer las causas sociales y políticas que originan los conflictos, lo
determinante para el sostenimiento temporal de las acciones armadas radica en la capacidad de
los insurgentes para acceder a recursos econó- micos (Collier, 2002). Paul Collier (2001), al analizar
las tendencias presentes en una serie de gue- rras observadas durante el periodo 1965-99, plantea
dos conclusiones: la primera, que las causas de emergencia de conflictos armados se relacionan
directamente LUIS FERNANDO TREJOS ROSERO COLOMBIA: UNA REVISIÓN TEÓRICA DE SU
CONFLICTO ARMADO Revista Enfoques • Vol. XI • Nº18 • 2013 • pp. 55-75 62 con unas cuantas
condiciones económicas, tales como la alta dependencia de ex- portaciones de materias primas y
rentas nacionales escasas; la segunda, que frac- turas étnicas y territoriales, el descontento social,
la ausencia de democracia y la desigualdad social (causas objetivas), no han producido efectos
sustanciales sobre las causas de emergencia de los conflictos. En su hipótesis central sostiene que
“esto se debe a que las guerras civiles se producen donde hay organizaciones re- beldes
financieramente viables” (30). Dentro de esta línea de investigación, Mary Kaldor (2001), Michael
Hardt y Antonio Negri (2004) establecen un marco analítico para el estudio de lo que ellos
denominan una nueva forma de violencia organizada, que aparece en la década de los ochenta,
especialmente en Europa del Este y África. Estas “nuevas guerras globales permanentes” o
“guerras degenerativas” se desarrollan en contextos de debilidad estatal, entre otras cosas por la
pérdida del monopolio legítimo de la violencia. Esta situación se presenta por la integración militar
global, por la privatización de la violencia relacionada con el crimen transnacional y el
paramilitarismo, y por la creciente disminución de la legitimidad política del Estado en contextos
de corrupción institucional, crisis fiscales y económicas. Para estos autores, las “nuevas guerras”
presentan cuatro características distintivas. La primera se refiere a la renuncia a los tradicionales
marcos nacionales e internacionales como medio obligado para establecer su delimitación
espacial, ya que, al determinar su “localidad”, deben incluirse sus cientos de repercusiones
transnacionales, lo que dificulta la clásica distinción entre conflictos internos y externos. La
segunda, que se desprende de la primera, es la contextualización de las “nuevas guerras” dentro
de la globalización, entendiendo esta como el aumento sostenido de las interconexiones políticas,
económicas, culturales y militares a escala global. La tercera es que, al dificultarse la centralización
de las acciones armadas, los combatientes buscan la captura de territorios y el control político de
la población por medio del terror. La cuarta característica de estas guerras es que son
racionalistas, en el sentido de que los actores armados aplican el pensamiento racional a sus
objetivos políticos, por lo cual no tienen en consideración restricciones de tipo normativo. De ahí
que acciones militares rechazadas ampliamente por la comunidad internacional, tales como la
destrucción de infraestructura y monumentos o ataques contra la población civil, sean las
modalidades operativas usadas por las partes enfrentadas. Es por esto que “los esfuerzos
financieros de las nuevas guerras están asociados con el aumento de la prelación local, por lo que
las batallas son escasas y la guerra es dirigida principalmente contra los civiles. El nuevo tipo de
guerra es, en gran medida, una condición social predatoria” (Kaldor, 2001: 15-16). En Colombia se
destaca el trabajo de Rubio (1999), quien sostiene que en este país no existe diferencia entre
delincuentes comunes y delincuentes políticos, ya que los dos producen los mismos efectos en la
sociedad; además, el accionar militar de las organizaciones guerrilleras produce innumerables
afectaciones sobre la vida y la propiedad, y sus ánimos rentísticos son los que determinan las
practicas que realizan. En el mismo sentido, Salazar y Castillo (2001) utilizan la

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