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GORDON F.

EKHOLM
Serie
LOS ONCE RÍOS

Coordinador
JAIME LABASTIDA

traducción
victoria schussheim
gordon F. Ekholm

excavaciones en guasave,
sinaloa, méxico

presentación
sergio ortega noriega

introducción y epílogo
john philip carpenter slavens
siglo xxi editores, s.a. de c.v.
CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310, MÉXICO, D.F.

siglo xxi editores, s.a.


TUCUMÁN 1621, 7 O N, C1050AAG, BUENOS AIRES, ARGENTINA

siglo xxi de españa editores, s.a.


MENÉNDEZ PIDAL 3 BIS, 28036, MADRID, ESPAÑA

F1219.1G8
E5418
2008 Ekholm, Gordon F.
Excavaciobnes en Guasave, Sinaloa, México / Gordon F.
Ekholm ; presentación Sergio Ortega Noriega ; introducción y
epílogo John Philip Carpenter Slavens ; traducción Victoria
Schussheim. — México : Siglo XXI : El Colegio de Sinaloa, inah, 2007.
xvi, 182 p. : il. — (Los once ríos)

Traducción de: Excavations at Guasave, Sinaloa, Mexico

ISBN-13: 978-968-23-2736-0 (rústica)


ISBN-13: 978-968-23-2737-7 (pasta dura)

1. Sinaloa — Antigüedades. 2. Guasave (México) —


Antigüedades. I. Ortega Noriega, Sergio, prol. II. Slavens, John
Philip Carpenter, prol. III. Schussheim, Victoria, tr. IV. t. V. Ser.

primera edición en español, 2008


© siglo xxi editores, s.a. de c.v.
en coedición con el colegio de sinaloa
y el instituto nacional de antropología e historia

isbn 13: 978-968-23-2736-0 (rústica)


isbn 13: 978-968-23-2737-7 (pasta dura)

primera edición en inglés, 1942


© anthropological papers, vol. xxxviii, part ii
of the american museum of natural history, nueva york
título original: excavations at guasave, sinaloa, méxico

derechos reservados conforme a la ley


impreso y hecho en méxico
PRESENTACIÓN

Los estudios arqueológicos en el territorio sinaloense se iniciaron hace relativamen-


te poco tiempo, entre sesenta o setenta años, por el interés de académicos norte-
americanos en conocer los nexos entre las culturas prehispánicas del suroeste de
Estados Unidos y las mesoamericanas. Uno de los trabajos pioneros es Excavaciones
en Guasave, Sinaloa, México, obra de Gordon Frederick Ekholm que El Colegio de
Sinaloa presenta en esta edición. Editada en inglés el año 1942 continúa como una
obra imprescindible para los arqueólogos interesados en Sinaloa. Ahora se publica
en español por vez primera, con un excelente estudio introductorio escrito por el
doctor John Philip Carpenter Slavens, académico del Instituto Nacional de Antro-
pología e Historia, institución que ha continuado los estudios arqueológicos en el
noroeste de México.
El Colegio de Sinaloa considera que la publicación en español de estos primeros
estudios enriquece el acervo cultural de nuestro estado, no sólo de los profesiona-
les de la arqueología sino de toda aquella persona interesada en el conocimiento
de nuestro pasado, pues los trabajos arqueológicos muestran las huellas más anti-
guas que nuestros ancestros imprimieron en este territorio. A partir de aquellos
lejanos tiempos se ha ido formando nuestra cultura contemporánea y los vestigios
que los arqueólogos descubren en las piedras labradas, en los restos de utensilios
domésticos y en las sepulturas, mucho nos dicen acerca de la vida cotidiana, de las
actividades económicas y aun de las creencias y sentimientos de aquellos remotos
antepasados.
Con la publicación de este valioso libro, El Colegio de Sinaloa cumple sus obli-
gaciones estatutarias de promover la investigación y difundir los valores de la cul-
tura sinaloense en nuestro estado y entre todas aquellas personas interesadas en
Sinaloa.
Es nuestro deseo, amable lector, que este libro le proporcione un conocimiento
más profundo de la historia sinaloense.

sergio ortega noriega


Miembro de el Colegio de Sinaloa

Culiacán Rosales
Noviembre de 2007

vii
introducción

GORDON FREDERICK EKHOLM (1909-1987)

Gordon Frederick Ekholm nació el año de 1909 en la ciudad de St. Paul, Minnesota,
en Estados Unidos. Estudió en la Universidad de Minnesota, donde recibió su título
de licenciatura; posteriormente, obtuvo los grados de maestría y doctorado (1941)
en la Universidad de Harvard. En 1937, poco tiempo después de concluir los estu-
dios de maestría, a los 28 años de edad, se incorporó como investigador al American
Museum of Natural History (amnh). Ese mismo año fue designado responsable
para dirigir un ambicioso proyecto arqueológico en el noroeste de México.

el proyecto sonora-sinaloa (1937-1940)

A finales de los años treinta, George C. Vaillant, curador de las colecciones de Méxi-
co y Centroamérica del amnh, concibió la realización de un proyecto de investiga-
ción con el propósito de conectar culturalmente la terra incognita del suroeste de
Estados Unidos con la frontera de las culturas del norte de México: el territorio
comprendido entre los estados de Sonora y Sinaloa, el cual, permanecía aún sin
estudiar (el término Mesoamérica fue adoptado en 1943). Dicha región había sido
recientemente documentada por los autonombrados “arqueogeógrafos” Carl Sauer
y Donald Brand (1932). El proyecto Sonora-Sinaloa fue dirigido por George C. Vai-
llant; los trabajos de campo del amnh estuvieron a cargo de Gordon Ekholm, quien
todavía era estudiante de posgrado en Harvard.
En el mes de noviembre de 1937, recién casado y acompañado por su esposa
Marguerite Wander, Gordon Ekholm salió de la ciudad de Nogales en un automóvil
Ford modelo “T”. Durante los siguientes seis meses, ambos recorrerían el territorio
comprendido entre el Mar de Cortés y la Sierra Madre Occidental; desde el estado
de Sonora, incluyendo el norte del estado de Sinaloa, hasta llegar a la altura de la
ciudad de Culiacán, una distancia de alrededor de 850 kilómetros por diversos ca-
minos y carreteras. Durante 1937 y 1939, Ekholm realizó tres temporadas de campo
en esta región, alrededor de seis meses cada una; logrando registrar en total 175
sitios arqueológicos.* También llevaría a cabo reconocimientos en los alrededores
de Mazatlán, Sinaloa, así como en Ixtlán, Nayarit y Guadalajara, Jalisco.
Durante los trabajos de campo del proyecto Sonora-Sinaloa (1937-1940), Gor-
don Ekholm recolectó materiales arqueológicos de 106 sitios, además, adquirió las
colecciones existentes de otros siete. Muchos de los sitios registrados por Ekholm

*
Los sitios fueron enumerados secuencialmente, conforme iban siendo registrados.

ix
presentaban componentes prehispánicos afiliados culturalmente en la región. De
74 sitios arqueológicos registrados, 20 pertenecían a la tradición arqueológica Trin-
cheras, mientras que 40 se encontraban afiliados a la tradición arqueológica del Río
Sonora; alrededor de 14 son sitios costeros de los seris ancestrales. Otros sitios más,
fueron identificados como coloniales o sitios históricos de los yaquis y mayos.

La tradición arqueológica de Huatabampo

A lo largo de la planicie costera, Ekholm encontró numerosos sitios que atribuyó a


un componente cultural que no había sido descrito anteriormente, al cual, deno-
minó como “complejo Huatabampo”, en referencia al nombre de la comunidad
moderna más cercana (s.f.a, s.f.b, 1939, 1940a, 1942). Los restos arqueológicos de
este complejo se encontraban distribuidos a lo largo de canales abandonados del
antiguo cauce del río Mayo, donde encontró varios sitios definidos por grandes con-
centraciones de artefactos, pero carentes de elementos arquitectónicos y de otros
materiales arqueológicos. Eligió el sitio número 87, el de mayores dimensiones,
para llevar a cabo exploraciones arqueológicas. Sin embargo, tuvo que suspender
su investigación, pero regresó al año siguiente, en marzo de 1938, para continuar
con los trabajos. En esa ocasión llevó a cabo excavaciones a través de calas, un poco
más extensivas que las realizadas en su temporada anterior.
El sitio 87 se localizaba en una planicie aluvial constituida por un profundo alu-
vión limoso cubierto de cactáceas y arbustos desérticos; se encontraba formado por
una concentración abundante, pero discontinua, de materiales cerámicos (s.f.a: 50).
La cerámica se caracterizaba por la calidad y el color de sus acabados; por una loza
roja de buena manufactura, realizada a través de una técnica de enrollado y raspado,
cuyas formas correspondían a pequeñas cantimploras de doble cuerpo, así como
a jarras y cuencos. En esta colección también se encontró un tipo de cerámica lisa
conformada por varias orejeras y por lo menos un malacate (1942: 25).
En la exploración de este sitio también fueron registrados los restos de materia-
les de concha. De acuerdo con Ekholm, una gran parte de esos materiales eran de
desecho, constituida por almejas y ostiones, mientras que otra parte de los materia-
les fueron de ornamento, como los numerosos brazaletes de concha (al igual las
tapas que formaban parte de los desechos de su producción) de la familia Glycymeris
(s.f.a: 51).
En el sitio también fueron encontradas cantidades abundantes de rocas frag-
mentadas por el fuego, las cuales, parecían corresponder a los restos desarticulados
de antiguos fogones y hornos. Los materiales líticos no fueron comunes en el sitio,
particularmente los instrumentos de molienda y los desechos de lítica lasqueada.
Sin embargo, en la pequeña colección de materiales de piedra pulida fue registrada
una mano de metate con características singulares: el cuerpo era delgado, se en-
contraba desgastado y presentaba protuberancias en los extremos, lo cual, sugería
que había sido utilizado en metates angostos. En el sitio también registró navajillas
prismáticas de obsidiana asociadas con los artefactos Huatabampo (1942:125).
Durante la excavación del sitio 87 fueron descubiertos siete entierros, de los cua-

x
les, cuatro eran inhumaciones extendidas; acostados sobre su espalda con los brazos
a sus costados y la cabeza orientada hacia el norte (s.f.b: 55-56). Uno de los entierros
correspondía a un niño de aproximadamente seis años de edad con deformación
frontal en el cráneo. En el costado derecho de este individuo, fue encontrado otro
entierro extendido y orientado hacia el norte; otro de los entierros fue encontrado
en posición supina (tendido sobre el dorso), con la cabeza orientada al norte y las
piernas demasiado flexionadas, fue el único que se encontró con estas característi-
cas (s.f.b: 53). También fue encontrado un entierro secundario con elementos par-
cialmente articulados y con la cabeza orientada al sur. Cabe señalar, que ninguno
de los entierros fue encontrado con ofrenda.
En el curso de las excavaciones, Ekholm detectó varios elementos que no pudo
identificar culturalmente; los denominados “cuencos de tepalcates”, con cavidades
en forma de cuenco, con un diámetro promedio de sesenta centímetros, formados
por anillos concéntricos de tepalcates enterrados de canto. Durante su estudio, tam-
bién observó fragmentos de adobe quemado a lo largo del sitio, pero sin indicar que
se trataba de restos de casas o de elementos arquitectónicos (Elkhom s.f.b: 56-57).
Basándose en una posible antigüedad de los sitios; inferida por su asociación
con los cauces antiguos del río Mayo, junto con la evidencia de fragmentos de fi-
gurillas, recipientes de piedra, hachas pulidas encontradas en la superficie y por la
ausencia de cerámica pintada, Ekholm sugirió la posible asociación de estos sitios
con las culturas Hohokam o Mogollón (1940a: 325-326, 1942: 136), aunque señaló
que no debían considerarse como un complejo del suroeste de Estados Unidos
(1942: 77).
En los alrededores de Álamos, en la región serrana del sur de Sonora, Ekholm
encontró varias concentraciones líticas que parecían mostrar afinidades con las des-
cripciones del componente Cochise arcaico propuesto por Edwin Sayles (trabajo
que aún no había sido publicado) (Ekholm 1940a: 327). Varios de los sitios con ce-
rámica lisa café texturizada y que en apariencia eran similares a la reciente tradición
descrita, permanecieron sin afiliación.
En el recorrido que llevó a cabo a lo largo de la costa, desde Guaymas hasta Si-
naloa, Ekholm registró varios sitios de concheros asociados a una vajilla café burda,
estos sitios frecuentemente contenían un alto porcentaje de puntas de proyectil
(s.f.a.: 60). En la región del río Fuerte, Ekholm encontró fragmentos de cerámica
pintada en las concentraciones cerámicas localizadas en la superficie de los sitios, lo
cual, era una constante que se repetía con los materiales Huatabampo. Los sitio se
encontraban, al igual que en la región del río Mayo, a lo largo de los cauces de los
afluentes principales.
En las notas de campo de los recorridos que realizó en la región del río Fuerte
en 1937, las cuales se encuentran inéditas (s.f.a), Ekholm describió otros sitios pre-
hispánicos en los municipios de Guasave, Ahome y El Fuerte. Gordon Ekholm fue
muy cuidadoso con sus notas, además de tener una notoria calidad en su redacción;
son muy precisas en las descripciones y en los detalles que observó en los sitios.*

*
Los sitios que registró Gordon Ekholm en el valle del río Fuerte, fueron localizados nuevamente

xi
El sitio 117 de Guasave, “El Ombligo”

En el lado oeste de un recodo abandonado, en un antiguo cauce de las partes bajas


del río Sinaloa (en una zona que en la actualidad se encuentra conurbana a la ciu-
dad de Guasave), Gordon Ekholm encontró la primera evidencia de un montículo
artificial; una superficie elevada de aproximadamente un metro de alto y cuarenta
metros de diámetro, conocido por los lugareños como El Ombligo, debido a que
era el único abultamiento que se observaba en un paisaje completamente plano
(Ekholm 1942: 35). De acuerdo con uno de los informantes de Ekholm, original-
mente existieron dos montículos, el más pequeño había sido nivelado para ampliar
la superficie del terreno agrícola. El solitario montículo de “El Ombligo” tendría
más tarde el mismo destino. Este sitio, registrado con el número 117, ha sido gene-
ralmente conocido como el sitio de Guasave.
Antes de comenzar los trabajos de exploración, Ekholm pensó que el montículo
de “El Ombligo” correspondía a un gran basurero formado por la acumulación de
grandes cantidades de desechos. Sin embargo, conforme avanzaron las excavacio-
nes, se percató de que en realidad se trataba de un cementerio. Durante dos tem-
poradas de campo con excavaciones intermitentes, Gordon Ekholm llevó a cabo
el descubrimiento de 196 entierros humanos, los cuales, evidenciaban un sistema
mortuorio con características diversas asociados a un conjunto de materiales cultu-
rales técnicamente bien elaborados (1939, 1940a, 1942).
Las ofrendas funerarias demostraban que se trataba de una cultura material
compleja; conformada por varios tipos cerámicos, incluyendo rojos lisos, rojos so-
bre bayo, grabados y policromos con diseños elaborados, además de jícaras pintadas
a través de la técnica del cloisonné;* cascabeles de cobre, láminas y otros objetos
de cobre, ornamentos de concha, minerales como pirita, molibdenita y turquesa,
vasijas de alabastro, textiles de algodón, canastas, petates, máscaras de cerámica,
malacates moldeados, un sello cilíndrico, navajillas prismáticas de obsidiana, restos
de comida, dagas de hueso y cráneos que Ekholm consideró como cabezas trofeo
(1942: 120).
Ekholm propuso que este conjunto representaba la mezcla de tres tradiciones
culturales distintas; 1] la de Huatabampo, considerada como la cultura indígena; 2]
un componente Aztatlán (siguiendo la definición de Sauer y Brand 1932), con un
supuesto origen en el sur de Sinaloa y 3] un componente mixteco-poblano (Vaillant
1938, 1940), representado por los ejemplos más finos de la cerámica policroma,
cuyos diseños se asemejan a las representaciones en códices de dioses mesoamerica-
nos. Ekholm, designó a todo este conjunto de atributos como “la cultura Guasave”,
una tradición relativamente contemporánea, cuyo desarrollo no fue el suficiente
para completar la evolución de una cultura completamente nueva debido a que

durante la primera temporada del “Proyecto arqueológico norte de Sinaloa” del inah (2004), debido a
la precisión de sus notas de campo (Carpenter y Sánchez 2005).
* Ekholm encontró en El Ombligo restos de guajes pintados por el sistema de laca que identificó
como cloisonné, al que denominó “cloisonné pintado” para diferenciarlo de otros tipos de cloisonné
encontrados en México (cf. pp. 83-92).

xii
TABLA CRONOLÓGICA DE LAS CULTURAS DE SINALOA

chametla chametla culiacán culiacán guasave guasave guasave amapa amapa peñitas marismas
(I. Kelly 1938) (J. Kelley y H. (I. Kelly 1945) (J. Kelley y H. (Ekholm (J. Kelley y H. (Carpenter (Meighan (Grosscup (Bordaz nacionales
Winters 1960) Winters 1960) 1942) Winters 1960) 1997) 1976) 1976) 1946)
d.C. 1530
Culiacán
La Quinta
tardío Santiago Santiago
1400 Guasave
Culiacán Yebalito
medio Conchera
1250 Guasave
Chametla tar-
dío I (El Taste- El Taste Culiacán La Divisa Ixcuintla Ixcuintla
temprano I Mitlán
1100 Mazatlán)
1050 Guasave
Culiacán Huata-
Acaponeta Acaponeta (Comple- Cerritos ?
Chametla tar- temprano II bampo
(Complejo jo
900 dío II (Com-
Aztatlán) Aztatlán)
plejo Aztatlán)
Lolandis Tuxpan
750
Cerritos
700
Chametla Chala
Baluarte Amapa
medio
500 Sin
Chametla Ocupación
Tierra del
temprano Estero
300 Padre
Amapa Gavilán ?

200 Tamarin-
do
d.C,/a.C. ?
Gavilán
200
fuente: Scott y Foster 2000.

xiii
tuvo una corta duración (1942: 123). Tomando como referencia la cronología de la
mixteca-puebla, Ekholm propuso que la ocupación de Guasave se desarrolló alre-
dedor del año 1350 d. C.
Las meticulosas investigaciones que realizó en el montículo funerario de Gua-
save fueron el núcleo de la disertación doctoral de Ekholm, por la cual, recibió el
grado por la universidad de Harvard en el año 1941. Su tesis doctoral fue publicada
originalmente como parte de las contribuciones del amnh en 1942. Hoy en día es
un documento de gran importancia para las explicaciones de los grupos prehispá-
nicos de Sinaloa, con relevancia a nivel nacional. Finalmente, después de más de 65
años de haber sido escrita, esta valiosa obra, pionera de la arqueología del norocci-
dente de México, ha sido traducida por vez primera al español, brindando la opor-
tunidad a los sinaloenses, especialistas y personas interesadas en la arqueología, de
conocer y profundizar tan importante estudio.
A la muerte de George C. Vaillant, en el año 1942, Ekholm asumió el puesto de
curador asistente de las colecciones de México y Centroamérica del amnh de la ciu-
dad de Nueva York. En 1947 fue nombrado curador asociado y una década después,
en 1957, recibió el nombramiento de curador. Después de concluir sus investigacio-
nes en “El Ombligo”, llevó a cabo investigaciones arqueológicas en las regiones del
Pánuco y Tuxpan, en el estado de Veracruz; fue uno de los primeros arqueólogos en
realizar excavaciones controladas y sistemáticas en la zona de la Huasteca.
Durante su larga estancia en el American Museum of Natural History de Nueva
York, Ekholm supervisó las salas permanentes de México y Centroamérica (primero
en 1943 y después en 1972), además de los guiones museográficos. Dirigió y cola-
boró en varios proyectos arqueológicos en México, Guatemala, Honduras y Belice,
además de contribuir con artículos en revistas especializadas. Entre 1943 y 1971,
fue profesor adjunto en el departamento de antropología de la Universidad de Co-
lumbia, impartiendo clases sobre la arqueología de México. Fue también consultor
del entonces Museo de Artes Primitivas y miembro del comité del Consejo de Arte
Precolombino de la destacada institución Dumbarton Oaks, en Washington, D.C.
De 1953 a 1954, fue presidente de la Sociedad de Arqueología Americana y de 1968
a 1971, del Institute of Andean Research.
En 1974 se jubiló como curador emérito del American Museum of Natural His-
tory, sin embargo, continuó participando como consultor de varios proyectos del
Museo. Después de una cirugía relativamente menor, murió inesperadamente el 19
de diciembre de 1987 a la edad de 78 años. Su esposa, Margueritte, falleció en el
año 2002. En la actualidad, su hija Susanna —también arqueóloga, especialista en
las áreas olmeca y maya de Chiapas— tiene su residencia en Mexico.

john philip carpenter slavens


Instituto Nacional de Antropología e Historia

xiv
lista parcial de las publicaciones de gordon f. ekholm

Ekholm, Gordon F.
(s.f.a.), 1937 Fieldnotes. Ms. on file at the American Museum of Natural History, Nueva York.
(s.f.b.), 1938 Fieldnotes. Ms. on file at the American Museum of Natural History, Nueva
York.
(s.f.c.), 1939 Fieldnotes. Ms. on file at the American Museum of Natural History, Nueva York.
(s.f.d.), Chinobampo. Ms. on file at the American Museum of Natural History, Nueva York.
1939 Results of an Archaeological Survey of Sonora and Northern Sinaloa. Revista Mexicana
de Antropología 3(1):7-11.
(1940a), The archaeology of Northern and Western Mexico. In The Maya and Their Neighbors,
pp. 307-320. D. Appleton-Century Company, Inc., Nueva York.
(1940b), Prehistoric “Laquer” from Sinaloa. Revista Mexicana de Estudios Antropológicos 4:10-
16.
(1941), Tula and the Northwestern Mexico. Revista Mexicana de Estudios Antropológicos 5(2-
3):193-198.
(1942), Excavations at Guasave, Sinaloa, Mexico. Anthropological Papers of the American Museum
of Natural History, vol. XXXVIII, Part II, Nueva York.
(1944), The Glory Before Cortez. Natural History, vol. 53
(1946), Excavations At Tampico And Panuco In The Huasteca, Mexico. Anthropological Papers
of the American Museum of Natural History, vol. 38, 1941-1944, Nueva York.
(1947), Recent Archaeological Work in Sonora and northern Sinaloa. En las memorias del
27th International Congress of Americanists, pp. 69-73. México.
(1953), Notas arqueológicas sobre el Valle de Tuxpan y áreas circunvecinas. En Huastecos,
Totonacos y sus vecinos, México: Sociedad Mexicana de Antropología.
(1957), The Figures of Mezcala. Natural History, vol. 66.

referencias citadas

Carpenter, John, y Guadalupe Sánchez


(2005), Proyecto Arqueológico Noreste de Sinaloa (Municipios de Choix y El Fuerte). Infor-
me Técnico de la Primera Temporada. Reporte preliminar entregado al inah, México,
D.F.
Carl Sauer y Donald Brand,
(1932), Aztatlán, Prehistoric Mexican Frontier on the Pacific Coast. Ibero-Americana:1
Ekholm, Gordon F.
(s.f.a.), 1937 Fieldnotes. Ms. on file at the American Museum of Natural History, Nueva York.
(s.f.b.), 1938 Fieldnotes. Ms. on file at the American Museum of Natural History, Nueva
York.
(s.f.c.), 1939 Fieldnotes. Ms. on file at the American Museum of Natural History, Nueva York.
(s.f.d.), Chinobampo. Ms. on file at the American Museum of Natural History, Nueva York.
(1939), Results of an Archaeological Survey of Sonora and Northern Sinaloa. Revista Mexica-
na de Antropología 3(1):7-11.
(1940a), The archaeology of Northern and Western Mexico. In The Maya and Their Neighbors,
pp. 307-320. D. Appleton-Century Company, Inc., New York.
(1942), Excavations at Guasave, Sinaloa, Mexico. Anthropological Papers of the American Museum
of Natural History, vol. xxxviii, Part II, New York.
Greco, Adriana Jiménez, y Christina M. Elson
http://anthro.amnh.org/anthropology/research/ekholm.htm

xv
EXCAVACIONES EN GUASAVE, SINALOA, MÉXICO
Gordon F. Ekholm
© American Museum of Natural History.
AGRADECIMIENTOS

El proyecto de investigación arqueológica en el noroeste de México del American


Museum of Natural History fue financiado por entero gracias a los generosos apoyos
del difunto señor Edward S. Harkness y, durante el último año, por su sucesión.
Tengo una gran deuda con el instigador y director del proyecto, el doctor Geor-
ge C. Vaillant, por su consejo y estímulo a lo largo de todo el trabajo, y tanto con él
como con la señora Suzannah B. Vaillant por ocuparse personalmente de hacernos
conocer México.
Mi esposa ha participado en todas las etapas del trabajo de campo, así como en
la preparación del material y del original. Nuestro trabajo en México recibió toda
clase de apoyo de los arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia
de México. Quiero mencionar en especial al doctor Alfonso Caso, el arquitecto Ig-
nacio Marquina y el señor Eduardo Noguera, a quienes agradecemos su constante
cooperación y los muchos favores que hicieron de nuestro trabajo en México una
labor sumamente placentera.
No ha aparecido todavía el informe de la doctora Isabel Kelly sobre Culiacán;
gracias a su generosidad he podido referirme numerosas veces en este artículo al
material de ese lugar. No he visto su original, de manera que todas las referencias
que he hecho a esas excavaciones se deben a conversaciones y correspondencia con
la doctora Kelly. Si he cometido algún error de información, la culpa es exclusiva-
mente mía.
La mayoría de los dibujos fueron realizados por el señor Mateo A. Saldaña, del
Museo Nacional de México, y varios por el señor Paul T. Richard, del American Mu-
seum of Natural History. La señorita Bella Weitzner preparó el original y lo cuidó
durante el proceso de publicación.

gordon f. ekholm
10 de junio de 1941

3
INTRODUCCIÓN

Este informe se refiere a ciertas excavaciones realizadas en un sitio que se ubica cer-
ca de la ciudad de Guasave, en la parte norte del estado de Sinaloa, en México. En
estas excavaciones se encontró una gran cantidad de material cultural bastante ela-
borado que, debido a que es único y a que proviene de un área arqueológicamente
poco conocida, se describe aquí con considerable detalle. Asimismo, como este
material arroja luz sobre algunos aspectos antes desconcertantes de la prehistoria
del noroeste de México, se ha procurado elaborar ciertas generalizaciones relativas
a los complejos culturales y al movimiento de los pueblos.
Las excavaciones en el sitio de Guasave eran parte de un proyecto mayor, que
consistía en hacer una prospección arqueológica de toda la región costera del no-
roeste de México, desde la frontera con Estados Unidos, hacia el sur, hasta el río
Culiacán. En un trabajo posterior se presentará un análisis detallado del material
de superficie que se reunió durante esta prospección, así como el de algunas ex-
cavaciones pequeñas. Esta división del estudio resulta práctica porque el sitio de
Guasave representó un patrón cultural común al estado de Sinaloa y distinto del de
aquellas culturas que predominaban hacia el norte, en Sonora.
En este trabajo se ha considerado conveniente utilizar el término “costa oeste”
para designar el área geográfica que se encuentra entre la base de la Sierra Madre y
el océano Pacífico, y que se extiende aproximadamente desde el límite meridional
del estado de Nayarit, hacia el norte, hasta la frontera internacional. Esta franja
larga y estrecha de tierras costeras, en su extremo sur y a lo largo de todo su lado
oriental, está bordeada por elevadas masas montañosas que han impedido, en gran
medida, los movimientos de pueblos o culturas entre la costa y la meseta central. Se
la define mejor geográficamente como esa área al oeste de la masa principal de la
Sierra Madre en la que las condiciones son tales que comunidades considerables de
personas pueden practicar eficientemente la agricultura. Sobre esta base, la mitad
occidental del estado de Sonora debe incluirse en nuestra área, pese a su acciden-
tado terreno, ya que está a una altitud relativamente baja y a que en muchos de los
valles fluviales hay excelentes tierras agrícolas.
El área de la costa oeste es, entonces, una franja larga y estrecha de terreno que
forma un corredor libre de toda barrera geográfica importante y que está totalmen-
te abierto para recorrerlos de norte a sur. A intervalos lo cruzan muchos grandes
ríos, a lo largo de la mayoría de los cuales hay tierras aluviales fértiles, que constitu-
yen localizaciones excelentes para las comunidades agrícolas.1

1
Una valiosa descripción de la geografía de Sinaloa puede encontrarse en Sauer y Brand, 1932;
sobre la parte norte de Sonora consúltese Sauer y Brand, 1931.

5
Como si el área hubiese sido diseñada como corredor, el paso más fácil a las
tierras altas está en el extremo meridional, que es la ruta del único ferrocarril y
del único camino actual que puede recorrerse en auto que cruza la Sierra Madre,
y como fue la vía por la que los primeros europeos entraron a la costa oeste parece
haber sido también una ruta en tiempos prehispánicos. En realidad hay un paso
abierto y fácil desde Guadalajara hasta Tepic y la costa. El ferrocarril, con un gra-
diente constante, trepa las empinadas laderas de los valles, y cuando se viaja en él
se tiene la impresión de atravesar un paso de montaña terriblemente difícil. Pero
al recorrerlo en coche, en cambio, cosa que hicimos varias veces al ir y venir de la
costa oeste, resulta evidente que las famosas barrancas no representarían obstáculos
para quienes viajasen a pie. Desde Tequila se desciende gradualmente por valles
abiertos, y sólo en las cercanías de Plan de Barrancas y desde Tepic hacia la costa
hay que cruzar series de cerros bajos.
Y como corredor se hizo famosa la costa oeste en la historia del Nuevo Mundo.
Veinte años después de la conquista de México por Cortés los exploradores espa-
ñoles habían descendido ya a la costa al oeste de Guadalajara y habían recorrido
toda la longitud de nuestra área para explorar la región que es ahora el suroeste
de Estados Unidos. Para 1531 Nuño de Guzmán había llegado a Culiacán, y el trato
que los indios de Sinaloa recibieron de este conquistador y de quienes lo siguieron
tiene la reputación de haber sido uno de los episodios más brutales de la historia
de la conquista, y dio por resultado la destrucción casi inmediata de la cultura na-
tiva. Sólo podemos volver a hacernos cierta idea de la situación cultural durante la
época de la conquista gracias a los magros relatos de los primeros exploradores.
Por diversas razones, a los indios de Sonora les fue un poco mejor, y ciertos grupos,
como los mayo y los yaqui, mantienen aún gran parte de su forma de vida anterior.
Los detalles etnográficos de que se dispone tienen poca aplicación en este estudio
y aquellos que se mencionan se han obtenido de varios análisis recientes de las pri-
meras fuentes históricas.2
Antes del trabajo iniciado por Sauer y Brand en 1930,3 no se sabía prácticamente
nada de la arqueología de la costa oeste de México. Ellos descubrieron la presencia
de culturas bien desarrolladas insospechadas hasta entonces, notables especialmen-
te por su cerámica con elaboradas pinturas. Encontraron una cantidad de sitios
importantes que se extienden desde Culiacán hacia el sur, hasta el río Acaponeta,
en Nayarit. En 1931 la doctora Kelly hizo amplias excavaciones cerca de Culiacán y
algunas calas estratigráficas en Chametla, Sinaloa,4 cerca de la boca del río Baluarte,
unos 55 km al sur de Mazatlán. En esos dos sitios se obtuvieron materiales estratifi-
cados, y sobre esa base la doctora Kelly estableció cuatro fases sucesivas en cada sitio
(véase la p. 124). Más recientemente realizó pequeñas excavaciones en sitios adicio-
nales cerca de Culiacán y una exhaustiva prospección del extremo meridional del
área de la costa oeste, que servirá para definir y delimitar las culturas del área.

2
Beals, 1932; Sauer y Brand, 1932; Sauer, 1934, 1935.
3
Sauer y Brand, 1932.
4
Kelly, 1938.

6
Si bien las excavaciones de Guasave no arrojaron nuevos datos estratigráficos,
han añadido un aspecto totalmente nuevo al estudio de las culturas con cerámicas
pintadas de Sinaloa. Se observan fuertes evidencias de contacto con las avanzadas
culturas de la meseta central, lo que nos brinda una buena estimación de la ubica-
ción cronológica de por lo menos una fase de las culturas de Sinaloa. Los estudios
previos han tratado a estas últimas como una unidad aislada, ya que el material no
permitía postular vínculos directos con las culturas conocidas del centro de Méxi-
co. Esto se debía al hecho de que en Culiacán la fase Aztatlán estaba pobremente
representada y a que se habían obtenido pocas vasijas completas de cerámica. Es
en los diseños completos pintados sobre las piezas, que no pueden observarse en
los fragmentos, donde pueden verse las notables analogías con las culturas del al-
tiplano.
Desde luego, un aspecto importante de la arqueología de la costa oeste ha sido
la probabilidad de que arrojasen luz sobre los problemas de los contactos entre las
áreas de Mesoamérica y del suroeste de Estados Unidos, puesto que desde el pun-
to de vista de la geografía parece ser la ruta más probable por la cual los pueblos
o las prácticas agrícolas puedan haber pasado entre ambas. Este problema de la
relación ha resultado intrigante desde que comenzó el estudio de la arqueología
del suroeste; en este momento es más destacado que nunca, en parte debido a las
excavaciones de Snaketown, Arizona, y a su interpretación por parte de Gladwin.
Estos interrogantes básicos de la relación entre el norte y el sur no recibieron res-
puesta de las excavaciones de Guasave, pero se ha dado un paso en esa dirección. Se
ha determinado cierta fase del problema, y eso constituye la base para posteriores
trabajos y discusión.

7
EL SITIO

La ciudad de Guasave se ubica en la margen occidental del río Sinaloa (Petatlán),


en el centro de un área agrícola sumamente fértil. Desde la villa de Sinaloa hacia
el sur, hasta la desembocadura del río, hay amplias llanuras aluviales cubiertas por
sedimentos blandos depositados por la corriente, casi todas cultivadas y que, con
riego, producen dos cosechas anuales. Además de los cultivos habituales de maíz
y frijoles, gran parte de la tierra se dedica a la producción de garbanzos y ajonjolí,
que se destinan íntegros a la exportación. La tierra que no se ha desmontado está
cubierta por una vegetación espinosa baja y densa, por la cual es imposible abrirse
paso sin antes cortarla.
Evidentemente el curso del río Sinaloa, en su paso a través de esta llanura sedi-
mentaria que asemeja un delta, no es estable, ya que después de cada inundación
pueden advertirse ciertos cambios. Al sur de Guasave y al oeste del río hay una
cantidad de antiguos cauces del mismo, algunos de los cuales se indican aproxima-
damente en el mapa (fig. 1). En algunos lugares son anchas depresiones apenas
perceptibles, pero donde el río ha cavado profundamente al formar una curva ce-
rrada, son estrechas y profundas. Como en este distrito se ha practicado de manera
extensiva la irrigación, los más profundos de estos cauces contienen agua durante
la mayor parte del año.

El montículo funerario

El montículo funerario, cuya excavación es el tema de este trabajo, se localizó a


unos cien metros de un tramo profundo de uno de estos antiguos cauces del río
(fig. 1). Está en una propiedad que pertenece al señor Ramón Valdez, y dentro de
los límites del rancho El Dorado. Se ubica aproximadamente cinco kilómetros al
sur de Guasave, en el camino a Tamazula. Tanto en nuestras notas como los catálo-
gos del museo, este montículo y los sitios habitacionales que lo rodean se conocen
como sitio 117. En este trabajo se los denomina habitualmente el sitio de Guasave.
En este lugar hay una elevación muy poco mayor que en cualquier otro lado en un
radio de tres a cinco kilómetros, hecho que no resulta perceptible para el observa-
dor casual pero que fue confirmado por las prospecciones para los canales de riego.
Durante una inundación que se produjo en algún momento en el decenio de 1890
fue el único lugar que quedó por encima del nivel del agua, y el montículo se consi-
deraba un último refugio. Se lo conoce localmente como El Ombligo.
En su punto más alto el montículo no alcanzaba más que 1.5 m. sobre el nivel de
los campos de cultivo que lo rodeaban. Era de forma aproximadamente oval, con el
eje más largo más o menos de norte a sur, apenas noreste-suroeste. Su borde norte
estaba bastante bien definido y al parecer no había sido alterado, con excepción de

9
figura 1. Mapas que muestran la localización del sitio de Guasave. A, inmediaciones del sitio 117; el
punteado indica sitios residenciales; B, norte de Sinaloa; C, ubicación en México.

10
que el cultivo se había extendido sobre él y que, probablemente, había delineado
con más claridad la parte inferior. En el extremo sur se había producido mucha al-
teración, ya que el dueño del rancho había procurado en varias ocasiones arrasarlo
y llenar varios grandes huecos que se encontraban unos 50 m al sureste. El montí-
culo no tenía un límite meridional distinguible. Se extendía hacia una gran área
de menor elevación que se muestra parcialmente en la sección transversal C-D (fig.
22). Otro promontorio al este del montículo excavado fue totalmente nivelado.
En su estado original estos montículos podrían haber mostrado rasgos interesan-
tes, pero han sido tan alterados por las perturbaciones recientes, y las descripciones
de los hombres del lugar respecto a su forma original fueron tan inciertas, que no
resultaba práctico tratar de esbozar sus contornos. No se describía que hubiesen te-
nido una forma definida, digamos redonda o cuadrada. La sección que permanecía
intacta, en la cual se hizo la mayor parte de la excavación, había sido originalmente
el punto más elevado, según nos informó el propietario de la tierra. No se la había
despejado por entero, y en la cima quedaban varios tocones de madera dura.

La excavación del montículo

El alcance de nuestras excavaciones en el montículo funerario puede observarse en


el plano (fig. 22). La primera vez que vimos el sitio, en mayo de 1938, no sospecha-
mos que fuese un montículo funerario. Era el primer montículo definitivamente
artificial que habíamos visto al trabajar de norte a sur, y como había un buen nú-
mero de tepalcates dispersos sobre él y a su alrededor, se pensó que probablemente
fuese un basurero. Se inició una trinchera de un metro de ancho que atravesaba el
montículo en dirección este-oeste. Inmediatamente se encontraron entierros y fue
necesario ensanchar la trinchera. En la tierra de relleno no abundaban los fragmen-
tos sueltos de cerámica. Aunque en varios lugares se los guardó estratigráficamente,
no se han observado diferencias significativas según el nivel. Los entierros eran
muy numerosos y se encontraban alterados para permitir o ameritar un cuidadoso
trabajo estratigráfico.
Durante la primera temporada se completó una trinchera de 4 m de ancho a
través del montículo. En las dos temporadas siguientes las excavaciones se realiza-
ron hasta llegar al punto que se muestra en el plano. Inicialmente el montículo se
marcó a intervalos de 5 m. Se tomó como nivel básico un punto al este del mismo,
aproximadamente al mismo nivel de los campos que lo rodeaban. Los niveles de
todos los entierros y de otros rasgos se determinaron mediante un nivel. No recons-
truimos el montículo, pero colaboramos con el dueño de la propiedad acarreando
parcialmente la tierra excavada a una porción más baja de sus campos, ubicada al
este. La primera vez que vimos el sitio el dueño nos informó que tenía la intención
de destruir completamente el montículo a fin de agrandar su campo. Esto, en parte,
nos estimuló a realizar tanto trabajo.
En toda el área que aparece en el plano la excavación llegó a una profundidad
de aproximadamente 1.75 m por debajo del nivel base y, hasta alcanzar esa profun-
didad, el suelo consistía por entero en un sedimento fluvial de textura uniforme,

11
imposible de distinguir del que formaba la superficie de los campos circundantes.
No obstante, a esa profundidad el sedimento cedía su lugar a una arcilla pesada y
pegajosa, que se caló en varios puntos pero nunca produjo materiales culturales.
Por lo tanto tuvimos que asumir que era estéril.
Hasta que se llegó a la arcilla subyacente el suelo consistía en ese sedimento de
granos uniformes. Prácticamente no había cambios de textura o de color que pu-
dieran interpretarse como de algún significado estructural. En la esquina suroeste
de las excavaciones, extendiéndose hacia el corredor de conexión entre las dos
áreas principales de excavación, en el nivel que se observaba en la sección transver-
sal, había una capa horizontal de ceniza blanca. Esta medía de 10 a 20 cm, estaba
compuesta por una mezcla de tierra con ceniza, y daba la impresión de haber es-
tado en el nivel de la superficie. En esa capa de ceniza se encontraron más frag-
mentos de lo que era habitual en el relleno del montículo, así como las dos vasijas
miniatura que se ven en las figuras 5, c, y 7, f, y en la base anular de la figura 17, gg.
Presumiblemente representa un nivel de superficie usado en alguna época entre
dos periodos de construcción. En la esquina noroeste del montículo se observaron
varios cambios de color del suelo, pero no se extendían dentro del montículo, y no
se conoce su significado. En conjunto, la tierra que compone el montículo y la de
los campos circundantes es, lamentablemente, tan homogénea, que no es posible
ver los detalles estructurales, y no podemos hacer una reconstrucción definitiva de
la historia del montículo.
Creo que no cabe duda alguna de que el montículo fue construido artificialmen-
te. Desde el enterramiento más profundo hasta el más superficial hay una distancia
vertical de unos tres metros, y se presenta una considerable superposición de los en-
tierros. En un área tipo delta como ésta no existen lomas naturales de este tamaño.
Como ya se mencionó, se trata del punto más elevado de las cercanías y, por ello,
un lugar en el que no cabría esperar una acumulación de tierra excesiva por parte
de las corrientes del río. Además, en un entierro hay evidencias de que se lo llevó a
cabo en el nivel del piso con una construcción techada encima, y que esta estructu-
ra había sido totalmente enterrada antes de que se desintegrase.
Los entierros más profundos están aproximadamente 1.75 m por debajo del
nivel de base o actual nivel de la superficie. No está claro si se los colocó en tumbas
excavadas a esa profundidad. Es posible que sí, ya que la tierra es blanda y fácil de
cavar. Por otro lado, tal vez en su origen las tumbas eran bastante superficiales y pos-
teriormente toda la superficie se elevó por la deposición de sedimentos llevados por
aguas de inundación. Esto podría haber ocurrido durante el tiempo en que el sitio
estuvo en uso o mucho después. En el último caso, el montículo hubiese sido en un
principio mucho más grande que ahora, y más tarde resultó parcialmente cubierto.
Durante la excavación pareció que lo más probable era que esta última hipótesis
fuese la correcta, pero las trincheras de prueba en las cercanías del montículo no
lo confirmaron.

12
Sitios residenciales

En las orillas de los antiguos cauces del río, en las cercanías del montículo y, en me-
nor medida, en las márgenes del curso actual, se encontraron fragmentos suficientes
como para indicar que eran el sitio de residencia del pueblo que construyó el montí-
culo funerario. En ningún lado hay una concentración densa de tepalcates y daría la
impresión de que no había viviendas cercanamente agrupadas, formando una aldea.
Las casas pueden haber estado dispersas a lo largo de las orillas del río, en gran medi-
da como lo están hoy; parece probable que los sitios de las casas modernas coincidan
bastante con los mismos que ocuparan las personas de la cultura Guasave.
La presencia de las áreas con fragmentos a lo largo de las orillas de los antiguos
cauces del río parece indicar que constituían, en esa época, el curso fluvial. Desde
luego, no hay certeza de ello, ya que esos sitios pueden haber sido lugares de re-
sidencia deseables incluso después de que el río dejase abandonados esos cauces.
También cabe observar que muchos sitios pueden haber resultado destruidos por
el ensanchamiento y el cambio constante de los cauces del río.
Con la esperanza de encontrar depósitos estratificados de basura, o de aumen-
tar de alguna otra forma nuestro conocimiento del escenario cultural, se hicieron
once trincheras de prueba en las más promisorias de las áreas con tepalcates. Varias
estaban al este, en el punto en el que el antiguo canal del río que pasa junto al mon-
tículo se vuelve indistinguible al aproximarse al río actual; algunas estaban en las
vecindades inmediatas del montículo, a ambos lados del canal, y otras al sur, donde
el camino se acerca más al antiguo canal.
En general no se encontró una acumulación considerable de basura. Los tepal-
cates eran bastante abundantes en los primeros 20 cm a partir de la superficie pero
luego disminuían en número hasta los 50 cm de profundidad, debajo de lo cual no
había ninguno. En ciertas partes de algunas de estas trincheras las excavaciones se
prosiguieron por debajo de la aparición de fragmento alguno, a profundidades de
hasta 1.90 m por debajo de la superficie, en un esfuerzo por encontrar capas más
profundas de desechos que pudiesen haber quedado enterrados por la acumula-
ción de depósitos de sedimentos. Estas trincheras, entonces, no sustancian la teoría
de que el montículo funerario había quedado parcialmente cubierto por depósitos
sedimentarios.

13
LOS ENTIERROS

En la excavación de este montículo recuperamos 166 unidades funerarias comple-


tas, más 21 fragmentos de diversos esqueletos. En algunos casos la presencia de
esqueletos parciales podría explicarse como consecuencia de la alteración por en-
tierros posteriores o por excavaciones recientes, pero en otros se hallaron cráneos
completos o fragmentos esqueléticos no relacionados con esas alteraciones, y pro-
bablemente se los enterró de esa manera o se los incluyó de forma accidental en la
construcción del montículo. Los huesos, en general, estaban muy mal conservados.
Algunos esqueletos se habían desintegrado de tal manera que a duras penas fue po-
sible determinar su presencia y hacer observaciones respecto a su posición y orien-
tación. Usualmente pudieron rescatarse las porciones distales de los huesos largos,
pero no sus extremos. Fue posible recuperar unos pocos cráneos intactos, pero en
general su condición era tal que sólo podían preservarse, si acaso, fragmentados.
Había tres tipos generales de entierros: extendidos, entierros secundarios tipo
bulto y entierros secundarios en grandes ollas funerarias. No los describiré indivi-
dualmente sino por clases y señalaré ciertas variaciones de estas formas, su posición
y distribución, que pueden observarse en el plano de la excavación (fig. 22).

Entierros extendidos

La mayoría de los esqueletos yacían de espaldas, con las piernas extendidas y los
brazos a los lados (fig. 2, d, e). Raras veces se encontraron variaciones con respecto a
esta posición. En varios esqueletos los miembros estaban parcialmente flexionados
(núms. 69, 166, 17), con las rodillas y los codos ligeramente separados del cuerpo.
Dos esqueletos (núms. 86, 113) estaban sobre el costado derecho y en posición se-
miflexionada. Había varios casos de ligera flexión de las piernas, y en dos entierros
éstas estaban cruzadas en su parte inferior. La posición del esqueleto 143 era única,
puesto que yacía sobre el lado izquierdo con el brazo derecho estirado hacia ade-
lante y las piernas parcialmente flexionadas.
La mayoría de los esqueletos que estaban en posición supina aparecieron com-
pletos y no mostraban huellas de mutilación. No obstante, en cuatro casos (núms.
64, 68, 81, 92), los cráneos estaban totalmente ausentes. Podría considerarse que
eso se debió a una alteración, de no ser porque en otros cinco casos (núms. 89, 115,
150, 164, 181) la mandíbula inferior está en su posición correcta en relación con el
resto del cuerpo, mientras que el cráneo mismo había sido movido o estaba ausen-
te. En dos de ellos (núms. 164, 181) el cráneo, más o menos en buenas condiciones,
estaba sobre el muslo y sobre el pecho, respectivamente. En el entierro 89 la mandí-
bula estaba en la posición correcta pero el resto del cráneo estaba rotado en ángulo
recto con el eje del cuerpo; en el 115 faltaba el cráneo y el del 150 había sido movi-

14
do hacia la izquierda. Estas posiciones parecen indicar que en ocasiones los cuerpos
habían sido decapitados por entero, pero con igual frecuencia la mutilación era tal
que la mandíbula inferior quedaba en posición sobre la parte del cuello.
El esqueleto 73 presentaba otra forma sumamente curiosa de entierro. El cuer-
po había sido mutilado rompiendo los húmeros, los fémures, las tibias y los peronés
a la mitad de su longitud. Yacía sobre el rostro, con las piernas dobladas alrededor
y hacia fuera para descansar debajo del torso. Las porciones centrales rotas de los
húmeros se extendían hacia fuera desde los lados del cuerpo; los codos estaban
pegados a los costados y los antebrazos volvían a dirigirse hacia fuera. Los huesos
estaban en muy mal estado, pero en varios lugares podían verse claramente las
fracturas astilladas.
Un esqueleto (núm. 86) estaba en posición sentada, muy flexionado, con la ca-
beza entre las rodillas y las piernas cruzadas a la altura de los tobillos.

Entierros tipo bulto

Se encontraron 11 entierros secundarios tipo bulto (fig. 2, f). Consistían en bultos


pulcros y compactos de todos los huesos largos, cubiertos por las costillas, los omó-
platos y los huesos pélvicos, en general con el cráneo sobre su base en un extremo
del bulto, en la misma posición que en los entierros primarios.

Entierros en ollas (urnas funerarias)

Se hallaron 28 grandes ollas, todas las cuales contenían algunos restos esqueléticos
(fig. 2, b, c). Las ollas y los grandes cuencos invertidos que se usaban como tapas
se considerarán en la sección sobre cerámica. Con una sola excepción las ollas es-
taban completamente llenas de sedimentos que se habían infiltrado con el agua
a través de las paredes resquebrajadas. Al parecer debido a que los huesos habían
estado durante cierto tiempo libres de contacto con la tierra y después quedaron
cubiertos por ella, estaban por lo general en peores condiciones que los huesos de
los entierros primarios o los tipo bulto, y consistían sólo en un pequeño montón
de huesos rotos en el fondo de la olla. Debido a ello, así como a la dificultad para
retirar los huesos del interior de la vasija, muchas veces resultó imposible determi-
nar la forma del entierro. En ocasiones algunos huesos, como las vértebras, estaban
en posición articulada, y parecía haber algunas evidencias de un entierro primario.
No obstante, se encontraron pruebas suficientes de una relación incorrecta entre
los huesos para que resulte probable que todos los esqueletos se colocaron en las
ollas como huesos separados, y que los casos de relación correcta se debían a una
desarticulación sólo parcial antes del entierro. En la olla 199 sólo había un cráneo.
El rostro estaba coloreado con ocre rojo, al parecer de manera intencional, ya que
el color llegaba sólo hasta aproximadamente 1 cm por encima del borde superior
de las órbitas.
La olla del entierro 141 estaba totalmente libre de tierra, y los huesos yacían en
un montón mixto en el fondo. Este entierro era único porque tenía como tapa un

15
figura 2. Vista del montículo durante la excavación y entierros típicos in situ. a, Montículo funerario
parcialmente excavado, vista hacia el noroeste en la mitad sur del área principal de excavación. b, c,
Urnas funerarias in situ. d, e, Entierros extendidos. f, Entierro tipo bulto.

16
cuenco con decoración policroma (fig. 2, c), y porque la unión de la olla y el cuerpo
que la tapaba había sido pulcramente sellada con una banda de arcilla gris dura.
Los huesos estaban muy blandos pero no rotos, y fue posible rescatar la mayor parte
de ellos.
La mayoría de las grandes urnas se encontraron en el sedimento totalmente
indiferenciado. No había evidencia alguna que indicase si se las había colocado en
hoyos excavados o si se las había puesto sobre la superficie y cubierto después con
tierra. Las ollas núms. 38, 39 y 46, enterradas a mayor profundidad que las anterio-
res, fueron las únicas que con certeza se colocaron en excavaciones. Esto era visible
porque las excavaciones habían alcanzado el subsuelo de arcilla, y parte de ésta,
que podía distinguirse del sedimento, se encontró alrededor de los costados de las
ollas. La olla 46 se diferenciaba porque tenía vasijas decoradas tanto adentro como
abajo, y porque se la había colocado en un hoyo sobre una base preparada que
consistía en tres grandes terrones de arcilla quemada. Éstos eran aproximadamente
hemisféricos; estaban bien cocidos en las superficies superiores, hasta una profun-
didad de varios centímetros, pero no en el fondo, lo que sugiere que se los quemó
en ese mismo lugar. Sin embargo, no había señales de ceniza ni de carbón vegetal,
y, si existió un fuego, se habían eliminado todas sus huellas. Alrededor de la base
de los soportes de arcilla quemada se había esparcido una capa de arena limpia,
de color claro. Además, el hoyo en el cual se había colocado la vasija no se había
llenado inmediatamente en el momento del entierro, ya que el relleno consistía
en material depositado en capas, filtrado por el agua, como el que se encontró en
general dentro de las urnas.
Una distancia vertical de aproximadamente 3.5 metros separaba los entierros
más profundos de los más superficiales, y en una cantidad de ellos había una super-
posición directa o casi directa. Resultó obvia una diferencia en el tipo de entierro y
en su orientación de acuerdo con el nivel. Aunque esta estratigrafía no era absolu-
tamente clara, podemos tener la certeza de que durante el uso del sitio se produjo
un cambio más o menos rápido de costumbres funerarias. Las ollas con entierros se
encontraron casi siempre cerca de la superficie. En todos los casos su profundidad
se midió hasta el borde; sólo en los tres mencionados antes, este punto estuvo por
debajo del nivel de la base. Al parecer el entierro en olla era un método alterno
para quienes solían enterrar a sus muertos en posición extendida con la cabeza
hacia el norte.
Por lo general los entierros extendidos estaban orientados con la cabeza apun-
tando más o menos hacia el norte o el sur, como puede verse en el plano de la
excavación. Hay una clara diferencia estratigráfica entre estas dos direcciones de
orientación, y los entierros con la cabeza hacia el norte suelen estar en los niveles
más altos del montículo. Si calculamos la profundidad de los 52 entierros extendi-
dos con la cabeza hacia el sur, encontramos que estaban a una profundidad pro-
medio de 1.0 m por debajo de la línea de base. Los 70 entierros extendidos con la
cabeza hacia el norte estaban a una profundidad promedio de 0.13 m por debajo
de la línea de base. Estas cifras no parecen demostrar una diferencia tan marcada
como la que existía en realidad, ya que los que tenían la cabeza hacia el sur estaban

17
uniformemente profundos, los que tenía la cabeza hacia el norte estaban represen-
tados también en los niveles de mayor profundidad, y en la parte sur de la excava-
ción todos los entierros eran más profundos, como si allí el nivel de la superficie
hubiese sido más bajo.
Seis entierros extendidos estaban orientados con la cabeza hacia el oeste. Uno
de ellos (núm. 27) estaba en la parte alta del montículo, relativamente bien con-
servado, y con él se encontró un botón moderno que demostraba que se trataba de
un entierro reciente. Aunque no se halló una prueba definitiva, es posible que los
núms. 137 y 139 también fuesen recientes, pero los otros que tenían la cabeza hacia
el oeste no lo eran, ya que estaban demasiado debajo de la superficie y en la misma
condición que otros entierros encontrados a esa profundidad.
Al parecer hubo dos fases en el uso de este sitio de Guasave como terreno fune-
rario: la primera, en la que los cuerpos se enterraban extendidos y con la cabeza
hacia el sur; una segunda, en la cual las cabezas se dirigían hacia el norte, acompa-
ñada por la práctica del entierro secundario en grandes ollas. El entierro tipo bulto
se practicó durante ambas fases. Es un rasgo que no puede adscribirse a ninguno
de los dos periodos.
Lamentablemente, esta distinción estratigráfica clara en el tipo de entierro no
puede correlacionarse con posibles cambios en otros elementos culturales, ya que
los enterramientos más profundos prácticamente no estaban acompañados por ce-
rámica. Sólo se encontraron dos vasijas con aquellos entierros que tenían la cabeza
hacia el sur. El cajete rojo sobre bayo (fig. 3, cc) se encontró con el entierro 80, en
la parte profunda de la excavación. Aunque difiere en tamaño y es algo distinto en
diseño de cualquier otro ejemplar de esta cerámica, no cabe considerarlo un tipo
diferente. El cajete Aguaruto inciso elaboradamente decorado (fig. 8, g) estaba con
el esqueleto 122, ochenta cm por debajo del nivel de la base y, aunque es único por
su forma y su diseño, pertenece sin ninguna duda al horizonte general Guasave. El
entierro estaba dentro de la franja vertical correspondiente tanto a los enterramien-
tos con la cabeza hacia el sur como con la cabeza hacia el norte.
Con los entierros con la cabeza hacia el sur se encontraron ocho malacates, pero
no presentan ninguna diferencia tipológica con los hallados en entierros más altos.
La elaborada orejera de cobre (fig. 19, b) se encontró con el entierro 23, poco más
de 1 m por debajo del nivel de la base. El único sello cilíndrico (fig. 17, dd) se lo-
calizó con el entierro 42 a la misma profundidad. De los 51 entierros con la cabeza
hacia el sur, 14 tenían consigo restos de las vasijas decoradas con cloisonné pintado:
tantos como los que se encontraron con los enterramientos que estaban más arriba.
El uso de guajes decorados como piezas funerarias se presenta a lo largo de todo el
periodo de los entierros, pero la práctica de poner muchas piezas de alfarería con
los muertos predominó sólo en la segunda fase. La gran cantidad de recipientes de
cerámica se encontró con esos entierros primarios de los niveles altos del montículo
que estaban orientados con la cabeza hacia el norte.
Por lo general se ha considerado que la costumbre funeraria es un rasgo bas-
tante fundamental y estable, y resulta significativo que haya una diferencia estrati-
gráfica tan clara en el tipo y la orientación de los entierros dentro del montículo

18
de Guasave. Me parece que es uno de los elementos importantes de evidencia que,
entre muchos otros que pueden observarse en la cerámica y los artefactos, indica
que la cultura Guasave era una mezcla de varios patrones o tradiciones de cultura
que aún no se habían amalgamado para formar un complejo unificado.
Los entierros tipo bulto nunca estaban acompañados por ofrendas, y las ollas
sólo lo estaban ocasionalmente. La olla 46, enterrada a mayor profundidad que cual-
quiera de las demás, estaba acompañada por cuatro vasijas, tres abajo y una adentro.
Junto a la olla 90 había fragmentos de un recipiente, y a un lado de los núms. 20 y 32
se hallaron cajetes. Aparte de varios cascabeles de cobre y unos cuantos ornamentos
pequeños de concha, eran los únicos artefactos encontrados con las ollas.
La ubicación de los artefactos con los entierros extendidos seguía un patrón
bastante uniforme, y bastarán algunas observaciones generales, en lugar de una
descripción detallada de cada entierro. Salvo indicación en contrario, las vasijas de
cerámica solían encontrarse alrededor del entierro y en el mismo nivel. Cuando no
se incluían más que dos de ellas, estaban colocadas, en general, de manera simétri-
ca a ambos lados de la cabeza y ligeramente detrás de la misma. Con frecuencia se
colocaban más vasijas de forma regular alrededor del cuerpo, a lo largo de los lados
y debajo de los pies (fig. 2, e). Sólo ocasionalmente estaban sobre el cuerpo. Las
vasijas casi siempre estaban colocadas sobre su base, y cabe suponer que contenían
ofrendas de alimentos, ya que en varios casos encontramos escamas y espinas de
pescado, así como huesos y otros restos de alimentos.
Unos pocos de los entierros extendidos estaban ricamente dotados de bienes
ceremoniales. El entierro 29 estaba rodeado por dieciocho vasijas de cerámica, el
núm. 184 por diez, el 166 por doce, el 21 por once y el núm. 28 por diez vasijas y
dos pipas.

Entierro 29

El entierro 29 era único desde varios puntos de vista, y merece una mención es-
pecial. Se trata de un entierro extendido o rodeado por 18 vasijas de cerámica,
número mayor que en cualquier otro entierro localizado en estas excavaciones.
Estos recipientes estaban en un nivel de aproximadamente 30 cm por debajo del
esqueleto, por lo que asumimos que la cerámica se había colocado en una zanja
cavada alrededor del cuerpo o que éste se había depositado sobre una plataforma
de tierra. Cualquiera que fuera el caso, el cuerpo no se colocó en una excavación,
ya que sobre el entierro encontramos los restos de una estructura de madera o techo,
que debe de haber quedado cubierto cuando se construyó el montículo.
En sentido longitudinal sobre el esqueleto yacían, horizontalmente, varios frag-
mentos de postes de madera. Encima de la cabeza y justo debajo de los pies había
varios postes verticales que sin duda habían sostenido un techo. La cabeza del es-
queleto estaba contra la pared de nuestra excavación en ese punto y pudimos re-
cuperar esos postes, que medían unos 10 cm de diámetro, estaban a 38 cm uno de
otro y se extendían hasta una altura de aproximadamente 50 cm por encima de la
base de la plataforma. Cerca de la parte superior y al costado de cada uno de ellos

19
estaban los extremos de vigas horizontales que al parecer habían estado atadas a
los postes y que se extendían a todo lo largo del entierro. En el centro del mismo,
en la zona del pecho, estaba la impresión dejada por otro poste, según parece bien
escuadrado, que medía 5 por 8 cm. En ninguno de los restos de esta estructura del
techo se conservó la madera suficiente como para permitir alguna posibilidad de
estudiar los anillos. La presencia de los elementos de madera era más observable
por las impresiones que habían dejado en la tierra que por los pocos fragmentos
podridos que quedaron.
También el esqueleto mismo mostraba evidencias de haber estado protegido
por un techo. No estaba intacto; el cráneo había rodado y caído de la plataforma;
el sacro estaba en ángulo recto con el eje del esqueleto, y los huesos largos habían
rodado. Según parece el esqueleto había estado cierto tiempo fuera de la tierra.
Sin duda se trataba del entierro de una persona relativamente importante en
la comunidad. Era obvio que el esqueleto correspondía a un varón de gran tama-
ño. Aparte de los 18 recipientes de cerámica que lo rodeaban había dos grandes
navajillas de obsidiana, dos grandes placas de concha, dos mil cuentas grandes de
concha que rodeaban la parte superior del cuerpo, 87 cascabeles de cobre en el
tobillo derecho, otras cuentas de concha en el izquierdo, dos trozos de ocre rojo,
19 brazaletes de concha en el húmero izquierdo, una daga de hueso en la mano
derecha y dos cráneos trofeo debajo del esqueleto. Al parecer el cuerpo había sido
envuelto en una tela lisa de algodón pintada con ocre rojo. También se lo habían
envuelto en un petate, una pequeña sección del cual aparecía como impresión.
Unas ramitas quemadas que se hallaron encima del esqueleto pueden haber sido
parte del techo.
Los dos cráneos que se encontraron debajo del esqueleto eran evidentemente
cráneos trofeo. Les faltaban las mandíbulas y estaban cubiertos por una buena capa
de ocre rojo. Estaban mejor conservados que el cráneo del esqueleto, suponemos
que porque habían sido despojados de carne antes del entierro. Otro cráneo trofeo,
coloreado de manera similar, se encontró con el esqueleto 166.

Tipos, distribución y significación de los entierros

El entierro en olla parece ser una forma común en todas Sinaloa. En Culiacán la
doctora Kelly los halló en el complejo Aztatlán, pero no sé si aparecieron en las
fases más tardías. En Chametla encontró 27 entierros en olla en los cinco niveles
superiores de sus dos cortes estratigráficos en Tierra del Padre.1 Al parecer éstos
estaban en la basura del complejo Chametla medio, y probablemente se realizaron
en lo que ella llama complejos o fases Chametla medio y de cerámica Aztatlán de
borde rojo, de manera que pueden ser más antiguos en Chametla que en Culiacán
y Guasave.
Los entierros secundarios en urnas no se encuentran en el suroeste de Estados
Unidos y tampoco advertimos su presencia en Sonora. No es una característica di-

1
Kelly, 1938, 62.

20
fundida en Mesoamérica pero aparece esporádicamente, entre otros tipos de entie-
rro, en Michoacán.2 Probablemente sea un rasgo continuo desde Michoacán hasta
el norte de Sinaloa.
Hasta donde sabemos, la cremación no se practicaba en ningún lugar del área
de la costa oeste excepto en el norte de Sonora, entre aquellas culturas relacionadas
con los hohokam de Arizona. Era una práctica común en Michoacán, y en Tzintzun-
tzan se encuentran huesos quemados y cenizas en grandes cantidades,3 así como, en
otros sitios, se hallan en ollas y cajetes.4
No se han encontrado antes entierros tipo bulto comparables a los de Guasave
en Sinaloa ni en otros lugares de México. Los entierros secundarios y la mutilación
de diversas formas también son comunes en Michoacán. En cuanto a la orientación
de los entierros extendidos, nada puede decirse.
La serie de entierros extendidos tardíos de Cholula que describe Romero5 tie-
nen la cabeza, sin excepción, orientada hacia el sur. Esta semejanza con los entie-
rros más profundos de Guasave puede resultar significativa. Se ha informado de tan
pocos entierros del centro de México que no sabemos qué características se asocian
con las diversas culturas o fases culturales de esa área.

2
Caso, 1930, p. 450; Lumholtz, 1902, vol. 2, p. 427.
3
Rubín de la Borbolla, 1939, p. 102.
4
Plancarte, 1893, p. 83.
5
Romero, 1937.

21
LA CERÁMICA

Introducción

Nuestro estudio de los restos materiales hallados en las excavaciones de Guasave


debe ocuparse de manera muy destacada de la cerámica. Este énfasis se debe ex-
clusivamente al hecho de que en Guasave se encontraron más recipientes de cerá-
mica que objetos de cualquier otra clase y a que nos proporcionan, con mucho, el
panorama más detallado del estado cultural y las afinidades del grupo del que nos
ocupamos.
Las excavaciones de Guasave produjeron 155 vasijas completas o casi comple-
tas, lo que le dio a nuestro estudio una ventaja muy clara sobre los que se basan
por entero en material fragmentario. Es posible que de no haber tenido más que
tepalcates hubiéramos logrado elaborar la misma clasificación de cerámicas y tipos,
pero sabíamos muy poco de motivos decorativos y formas de las piezas. Hubiésemos
podido extraer pocas conclusiones acerca de las afinidades de la cultura Guasave
con el exterior, que constituyen los resultados más significativos de las excavacio-
nes. El conjunto relativamente pequeño de fragmentos hallados en el relleno del
montículo y en superficie, en las inmediaciones, se ha utilizado para completar las
clasificaciones.
En general la cerámica de Guasave puede clasificarse con gran facilidad en los
grupos cerámicos mayores, como Guasave rojo sobre bayo, cerámica roja, etc., pero
en las series de vasijas policromas e incisas no podemos hacer una clasificación muy
rígida de tipos. Los estilos y elementos de diseño se traslapan hasta tal punto que,
en algunas clases, al contar con uno o dos ejemplares ha resultado imposible esta-
blecer una clasificación que tuviese la posibilidad de aplicarse a una muestra mayor.
Es de lamentar que no encontrásemos una masa de material fragmentario que nos
hubiese permitido segregar más claramente los tipos. Los poquísimos tepalcates
policromos e incisos hallados en las excavaciones y en la superficie vecina sólo con-
tribuyen a las complicaciones, ya que hay varios tipos distintos que están represen-
tados por sólo uno o dos fragmentos. Éstos, así como algunos de los que sólo están
representados por una única vasija, no han recibido un nombre definido.
Tras describir cada tipo cerámicos he querido analizar sus afiliaciones y proba-
bles orígenes. Por lo tanto es necesario esperar algunas de las conclusiones genera-
les a las cuales ha llevado un estudio cuidadoso de todo el material de Guasave. En
esta cultura parecen estar presentes tres complejos básicos. Éstos se han amalgama-
do hasta cierto punto pero aún son reconocibles: un complejo de cerámica pintada,
del centro y el sur de Sinaloa, puede verse en los periodos Chametla temprano y
medio, en Chametla; una corriente de cerámica roja lisa es aparentemente indíge-
na de la región del norte de Sinaloa y el sur de Sonora; por último, hay estrechas

22
afiliaciones con las culturas de las tierras altas del centro. Estas últimas semejanzas
se dan sobre todo en los diseños de cerámica y los dibujos de códices provenientes
de los estados de Puebla, el norte de Oaxaca y las zonas contiguas de Veracruz, y
resulta obvio que hubo una influencia muy fuerte de las culturas de esa área. Esta
influencia emana de las culturas con cerámica policroma tardía de esa región, de
manera que no puede haber sido anterior a aproximadamente 1300 d. C.
Es probable que la mezcla de tres tendencias culturales explique la gran varie-
dad de diseños y formas presentes en la cerámica de Guasave. No se trata del resul-
tado final de la evolución local de los estilos cerámicos. Su complejidad se deriva
de una mezcla de diversos elementos que aún no se han fusionado para formar una
entidad única. A pesar de las notables semejanzas con la cerámica de culturas extra-
ñas, no hay absolutamente ninguna evidencia de que los objetos mismos hayan sido
importados. Un estudio técnico a profundidad podría establecer tal vez la presencia
de piezas extranjeras, pero ello parece poco probable.
Se han minimizado las descripciones de diseños y formas, ya que pueden agregar
poco a la serie casi completa de dibujos y fotos que se reproduce. Las descripciones
de las características de la pasta no están completas para todos los tipos de cerá-
mica, ya que en general hay una notable uniformidad en este sentido. El material
desgrasante es, en apariencia, arena fina de distintos colores y materiales, entre los
que predomina la blanca. Suele ser abundante, y su cantidad varía un poco según
el tipo de cerámica.
La pintura de los tipos policromos más elaborados es sumamente fugitiva. Sin
duda se la aplicó antes de la cocción y su escasa permanencia puede deberse, ya sea
a la naturaleza de los materiales de los que fue hecha o, con mayor probabilidad, a
la insuficiente cocción de muchas de las piezas.

Guasave rojo sobre bayo

Esta serie consiste en 31 vasijas completas o casi completas y varios miles de frag-
mentos del interior del montículo o de sus inmediaciones (fig. 3).
Tratamiento. Siempre abunda el desgrasante, de tamaño medio, que consiste en
partículas angulosas de diversos colores y materiales, presumiblemente arena. Pre-
dominan los elementos blancos.
El color de la pasta varía. En general un núcleo gris se va convirtiendo en café
o café rojizo cerca de las superficies. En muchos casos la pasta es uniformemente
café o café rojizo. La dureza varía, al parecer en función de la cocción, de bastante
blanda a quebradiza.
Todas las superficies, con excepción del interior de los jarros, están bien alisadas
pero no pulidas, y tienen apariencia mate. Las superficies están engobadas, salvo en
el interior de los jarros y el exterior de los cajetes menos profundos. El engobe es un
bayo tirando a café, que varía hasta un crema oscuro, y por lo general un poco más
claro que la superficie. Es desigual y tiene una apariencia marcadamente borroneada
o escurrida, es blando y algo fugitivo. Lo habitual es que el engobe y la decoración
pintada estén ligeramente pulidos. Aparecen nubes negras debidas al quemado.

23
La forma de las vasijas. Sólo se encontraron dos jarros completos, casi idénticos
(fig. 3, w). De acuerdo con los fragmentos, se trata de una forma común, pero sobre
todo en recipientes grandes. Los jarros, los cajetes con la orilla curvada hacia den-
tro y los cajetes de paredes rectas, con decoración exterior, son aproximadamente
tan numerosos como los cajetes abiertos con decoración interior. Los cajetes van de
planos a hemisféricos. Los planos suelen tener un ángulo u hombro en el exterior,
debajo del cual hay una ligera serie de estrías (fig. 3, m, p, r). Las estrías muy juntas y
profundas (fig. 3, i) son raras. Ni el ángulo ni las estrías son visibles por el interior.
La base tanto de cajetes como de jarros puede tener muescas. Sólo una vasija
(fig. 3, s) tiene un soporte trípode, rasgo ajeno a esta cerámica. Hay una pieza frag-
mentaria en forma de cucharón (fig. 3, o), y dos fragmentos de mangos de cucharo-
nes más largos (fig. 3, n). Un tepalcate (fig. 3, j) es de un cajete doble con un tubo
de conexión. Hay dos platitos de forma ovalada (fig. 3, v, y).
El grosor promedio de las paredes de las vasijas es de alrededor de cinco milí-
metros.
Decoración. La pintura es roja con un matiz ligeramente café. Por lo general es
bastante gruesa, pareja, y está ligeramente craquelada. No es muy duradera, al pa-
recer debido sobre todo al engobe fugitivo. Las áreas pintadas está ligeramente
pulidas, muchas veces borroneando el diseño.
La orilla de todos los recipientes está pintada, y la pintura se extiende por ambas
superficies hasta aproximadamente 1 cm por debajo del borde. Seis de los cajetes
completos no tienen otra decoración que esta banda roja lisa en el borde. Varios
de estos cajetes son de mala calidad, pero los demás están tan bien hechos como
los decorados y tienen las mismas formas. De acuerdo con el material fragmenta-
rio, el estilo liso con borde rojo se restringe exclusivamente a los cajetes abiertos,
y es tan común como la variedad decorada. Las vasijas con cuello estrecho, los ja-
rros, los cajetes globulares y los que tienen paredes rectas siempre presentan una
banda de decoración debajo de la orilla en el exterior, y hay muchas líneas que se
van estrechando hacia el extremo y que se extienden hasta cerca del centro de la
parte inferior (fig. 3, t, u, w-cc). Es característica la estrecha banda en damero que
aparece debajo de la franja principal de diseño. Los interiores son lisos. Los cajetes
abiertos decorados suelen tener bandas lisas en el borde, por lo general una ancha
y dos angostas, y una unidad de diseño en el centro (fig. 3, m). Los diseños de las
bandas, igual que los de los exteriores de los jarros, se encuentran muy raras veces
en el interior de los cajetes. La banda pintada de la orilla es lobulada u ondulada
en alrededor del 50% de las vasijas decoradas, tanto con decoración interior como
exterior. Las orlas de triángulos (fig. 3, h) son raras.
El pincelado es pulcro pero nunca fino. Todas las líneas son anchas y usualmen-
te una parte considerable de la superficie está cubierta de pintura.
En la figura 3 se muestran casi todas las variaciones de diseño. En los cajetes el
motivo unitario radial (fig. 3, m, p, r) es, con mucho, el más común, y tiene diversas
modificaciones. El estilo del diseño del cucharón fragmentario (fig. 3, o), con líneas
verticales que descienden hacia la parte hueca y una pintura relativamente burda,
es más común de lo que indican las piezas completas. Los diseños de tres vasijas (fig.

24
3, l, q, s) parecen ser atípicos en esta cerámica. La greca escalonada en espiral es
similar a la que aparece en el cajete Guasave policromo (fig. 9, d).
Algunos de los elementos de diseño, como las pequeñas figuras en las bandas,
o el motivo radial unitario en los cajetes poco profundos, son sumamente curiosos
y desde luego no pueden describirse como una simple decoración geométrica. Si
tomamos en consideración el simbolismo aparente en algunos otros tipos de Gua-
save, podemos asumir que también está presente aquí, posiblemente en alguna ma-
nera similar a como aparece en los cajetes azteca i de Culhuacán, en los cuales los
diseños son tales que podemos interpretar su simbolismo,1 pero que normalmente
parecerían ser sólo geométricos.
Análisis. La cerámica Guasave rojo sobre bayo es un tipo uniforme y muy distin-
tivo. Sobre la base de todas las características, con la posible excepción de la pasta
y el desgrasante, se distingue con mucha facilidad de cualquier otro tipo dentro
de su área de distribución. Sólo hay un fragmento de un tipo claramente variante,
cuya decoración es gris-negra, y el diseño una única línea sinuosa y ancha, que corre
entre tres líneas que la enmarcan a cada lado.
Las asociaciones de la cerámica Guasave rojo sobre bayo en los entierros indican
definitivamente que en Guasave fue contemporánea de todos los tipos policromos.
Aparece en sitios de toda la cuenca inferior de los ríos Sinaloa y Fuerte, donde es la
más común o, en muchos casos, la única cerámica pintada que se encuentra. Hay
cierta probabilidad de que ésta fuese una cerámica doméstica, puesto que aparece
en todos los sitios residenciales.
No se ha informado con anterioridad de este tipo cerámico. Según la doctora
Kelly, se asemeja por su color y por el plan de decoración externa a la Culiacán rojo
sobre bayo, pero nunca cabría confundirla con ella. El acabado, el diseño radial
unitario, las líneas pendientes que llegan hasta el fondo, así como el hombro y las
perforaciones en los cajetes poco profundos, son las características más notables
por las cuales esta cerámica se distingue de la rojo sobre bayo del centro y sur de
Sinaloa. En Culiacán no se encontraron cajetes rojo sobre bayo con el interior deco-
rado. En este sentido la cerámica de Guasave se asemeja más a la de Chametla, que
se dividía en partes iguales entre la decoración interior y exterior. No obstante, en
un esquema clasificatorio más general, podría considerársela definitivamente como
una subdivisión del gran grupo de cerámicas rojo sobre bayo que se encuentran en
toda Sinaloa y en el norte de Nayarit y que, por comodidad, en este análisis llamaré
Sinaloa rojo sobre bayo. Éste incluye:

Borde rojo decorada (Chametla)2


Cerámica utilitaria bayo con borde rojo (Chametla)3
Rojo sobre bayo lisa y decorada con borde rojo (centro y sur de Sinaloa)4
Cerámica rojo sobre bayo del complejo Aztatlán (Culiacán)

1
Brenner, 1931, p. 38.
2
Kelly, 1938, p. 18.
3
Kelly, 1938, p. 10.
4
Sauer y Brand, 1932, p. 63.

25
La cerámica de la cultura hohokam de Arizona,5 que geográficamente es la cul-
tura del suroeste más cercana a Sinaloa, es principalmente rojo sobre bayo, pero
esto consiste sólo en una semejanza en materia de color; sin duda no indica más
que, posiblemente, una afiliación en extremo remota. Además, en ningún lugar de
Sonora encontramos evidencias que sugieran un vínculo en esa dirección.
La doctora Kelly no ha publicado aún los resultados de su reciente recorrido
de prospección en la costa de Nayarit, Jalisco y Colima, pero podemos afirmar que
no encontró allí ninguna continuación meridional de los complejos cerámicos de
Sinaloa, incluyendo la básica rojo sobre bayo. No obstante, incluso sin esta confir-
mación, resulta obvio, por lo menos en el material de Guasave, que la cerámica rojo
sobre bayo de la costa está emparentada con las cerámicas del altiplano del centro
de México.
La cerámica rojo sobre bayo se restringe en la altiplanicie a ciertas áreas y pe-
riodos. En el valle de México las cerámicas Mazapan6 y Coyotlatelco7 no se hicieron
antes del periodo intermedio o chichimeca, fechado entre aproximadamente 1100
y 1300 d. C.8 La cerámica rojo sobre bayo era el tipo común en el valle de Toluca,
la región matlatzinca.9 Una forma de cerámica rojo sobre bayo que corresponde al
periodo policromo tardío se encuentra en la región de la Mixteca, en Oaxaca. En
la altiplanicie occidental es la cerámica pintada más común, y se encuentra sobre
todo en las cercanías de Atoyac y del lago de Chapala.10 Por último, es la cerámica
decorada dominante en el norte, en Zacatecas y Durango.11
Todas las cerámicas mencionadas tienen cierta uniformidad de color, patrones
de diseño y formas, lo que sugiere alguna relación. Ciertas vasijas que se encuentran
en el American Museum of Natural History, colectadas por Lumholtz en el oeste de
Michoacán, muestran una marcada semejanza con la cerámica rojo sobre bayo de
Guasave. Los colores son prácticamente idénticos, la disposición del diseño es simi-
lar, y varias piezas tienen líneas pendientes hasta el fondo, iguales que las caracterís-
ticas de Guasave. De Atoyac, Jalisco, hay cajetes rojo sobre bayo con una decoración
de línea ondulada muy similar a la cerámica de Mazapan, que fue contemporánea
de la de Coyotlatelco. Hay una notable semejanza entre esta última y la rojo sobre
bayo de Guasave; ésta no está tan bien pulida y en general las vasijas no tienen pies,
pero en unas y otras aparecen ciertos elementos de diseño que están definitivamen-
te relacionados. Noguera ha señalado la semejanza entre la cerámica de Coyotlatel-
co y la rojo sobre bayo de la Mixteca.12 En mi opinión las cerámicas rojo sobre bayo
de la altiplanicie noroccidental —desde La Quemada hasta El Zape— pertenecen

5
Gladwin y colaboradores, 1937.
6
Linné, 1934, p. 76.
7
Tozzer, 1921.
8
Vaillant, 1938, pp. 544, 554.
9
Noguera, 1932, lám. 6.
10
Ross, 1939.
11
Mason, 1937.
12
Noguera, 1937b, 12.

26
al mismo complejo. Tanto Brand13 como Kelly14 han dicho que la encuentran suma-
mente parecida a la rojo sobre bayo de Sinaloa, pero para mí la Guasave rojo sobre
bayo tiene una relación más cercana con la cerámica de Michoacán y del valle de
México que con la que se encuentra en la parte adyacente de la altiplanicie. Los
movimientos que tuvieron lugar entre las tierras altas y la costa eran más probables
a través de los pasos que se encuentran al sur que cruzando la sierra, por lo cual la
relación entre estas cerámicas era indirecta.
La cerámica bayo simple con borde rojo está presente en todas las fases de Cha-
metla, pero la variedad decorada aparece sólo con el complejo Aztatlán. Presumi-
blemente fue llevada a la costa oeste por gente procedente de la zona de la Mixte-
ca-Puebla, o fue resultado de una migración complementaria o de difusión. Como
la Guasave rojo sobre bayo se parece más a la del altiplano occidental que a las
variedades del centro de México, esta última alternativa parece ser la más probable.
Como quiera que fuese, ha de haberle resultado fácil de aceptar a los pueblos de
Sinaloa, puesto que ya poseían la técnica del rojo sobre bayo, como se ve en la cerá-
mica utilitaria de color bayo de Chametla.
Durante el periodo intermedio de la secuencia de culturas del valle de México
las poblaciones no estaban tan bien establecidas como antes ni después. Las cul-
turas Mazapan y Coyotlatelco parecen haber sido intrusivas; la cerámica Mazapan,
al menos, da la impresión de haber llegado del oeste, y tal vez el centro o lugar de
origen de la alfarería rojo sobre bayo estuviese en algún punto del occidente de
México.
Todas esas cerámicas parecen haber sido más o menos contemporáneas y, en mi
opinión, cuando sepamos más de las culturas de México descubriremos que todas
están estrechamente relacionadas.

El cajete con el “dios” con vestimenta de plumas

Este cajete (fig. 4, a) es único por su forma y su decoración, y no puede clasificarse


con ninguno de los demás tipos que hemos establecido.
Tratamiento. Todo el interior y las paredes del exterior están cubiertos por un
engobe bayo que es casi exactamente igual al color de la superficie de la pasta. El
engobe es delgado, no alcanza a cubrir por entero, y tiene una apariencia como
frotada. Todas las superficies están muy bien alisadas. Está pulido por encima del
diseño, pero la pintura no se corrió. El borde, los lados exteriores y los pies están
especialmente bien pulidos y mucho más que la superficie interior pintada.
Forma. Es la única vasija de esta forma que se encontró en Guasave (fig. 4, a).
Decoración. La pintura está en negro y rojo. Donde es delgada el negro tira al
café, pero donde es más gruesa, en el extremo de la pincelada, es negro puro. La
pintura está ejecutada con gran pulcritud.

13
Brand, 1939, p. 102. En la p. 104 Brand plantea la relación de todas las cerámicas rojo sobre bayo
occidentales, pero no incluye las del valle, etcétera.
14
Kelly, 1938, p. 42.

27
La banda de diseño del exterior parece ser, en gran medida, una decoración
geométrica. Más o menos en el centro de la banda (fig. 4, a) hay un elemento que
posiblemente tuviese importancia simbólica, y que se asemeja en sus detalles a una
forma que se ve con más claridad en el cajete Cerro Izábal grabado de la figura 6, e,
que según consideramos representa el “cuchillo de pedernal”. La decoración inte-
rior se comenta más adelante.
Análisis. Tiene una forma evidentemente sofisticada, y con su fondo plano y los
lados que se curvan graciosamente hacia afuera no difiere de las vasijas que perte-
necen a varias de las diversas culturas posteriores, avanzadas, del sur de México y
Centroamérica.15 No obstante, el recipiente completo, incluyendo los pies bulbo-
sos, no tiene en ningún lado un duplicado exacto, aunque se aproxima más a varios
cajetes de Veracruz que reproduce Strebel.16 Los soportes trípodes de éstos son más
largos que los de nuestro cajete, pero también bulbosos. Cabe señalar que los pies
de este cuenco tienen una quilla bien marcada en su diámetro mayor. Este tipo de
pie se encuentra en varias otras vasijas de Guasave, pero no se había encontrado en
Culiacán, ni se ha informado de él en ningún otro lugar de México.
Consideraremos con cierto detalle la pintura del interior casi plano del cajete, ya
que constituye, quizá, la evidencia más notable que tenemos acerca de las afiliacio-
nes de la cultura Guasave con el sur. Con ello como base, resultarán más compren-
sibles otras semejanzas menos precisas con elementos de culturas muy distantes que
describiremos.
Se trata, evidentemente, del dibujo de una figura humana de pie, erguida y com-
pletamente cubierta por una vestimenta de pluma. La pintura es, sin duda, ajena
por entero a cualquier clase de decoración cerámica conocida en México y, desde
el punto de vista artístico, así como por el manejo de los detalles, es muy similar a
las representaciones de dioses en algunos de los códices mexicanos.
Tal como ocurre en muchas ilustraciones de dioses del panteón “mexicano”,
aquí el rostro se muestra como un cráneo. Si se lo compara, por ejemplo, con el
rostro de cráneo de Mictlantecutli, en la páginas 75 y 76 del Códice Vaticano B, se
advertirá que hay una marcada semejanza. Los dientes están pintados exactamente
de la misma forma, cuadrados, con el extremo de la raíz redondo. Hay una curva
similar para indicar la rama ascendente de la mandíbula. El cráneo tiene más o me-
nos la misma forma, con una proyección pronunciada en la zona del centro de la
cara, y en ambos casos el ojo es un círculo con un punto en el centro, y está bastante
atrás. En los códices las figuras que se representan como esqueletos siempre tienen
ese ojo redondo.
El ornamento de la oreja de la figura, que parece ser un aro con un objeto que
pende de él, es uno de los tipos más comunes que pueden verse en los dibujos de los
códices (véase Vaticano B, p. 67). El elemento en forma de U que es parte de la ves-
timenta y que aparece detrás, debajo y en frente de la figura, es análogo —aunque
marcadamente diferente— a un dibujo de Tlahuiscalpantecutli en el Códice Borgia

15
Véase, por ejemplo, Merwin y Vaillant, 1932, lám. 29.
16
Strebel, 1904, figs. 36, 205.

28
(p. 19), donde se lo muestra colgando del área de la oreja y, en la página 21, llevado
por Tezcatlipoca. Seler considera que en el último caso este objeto es la protección
hecha de cuero que se usa al jugar pelota.17
La figura tiene sandalias en los pies; la parte correspondiente al talón es cuadra-
da, y los dedos del pie se inclinan en ángulo hacia abajo, en gran medida como los
dibujaban los pintores de códices (véase Vaticano B, p. 78). Frente a la cara, y ubica-
das en ángulo recto entre sí, hay dos figuras de forma almendrada que al parecer
representan las manos. Si así fuese, están pintadas de manera convencional y difie-
ren de las dibujadas en los códices, pero son curiosamente similares a una banda
de diseño de una jarra de la Mixteca que se encuentra en el American Museum of
Natural History.
Es posible que esta pintura se pensase para representar a Tlahuiscalpantecutli, el
dios del lucero vespertino, personaje importante del panteón azteca. Los dioses se
identifican con más claridad por las peculiaridades de su pintura facial, pero ya que
ésta no aparece en nuestra figura, la identificación tiene que basarse en otras ca-
racterísticas. Según Caso,18 varios rasgos asociados habitualmente con el dios men-
cionado son un tocado de plumas erecto, varios objetos de forma almendrada que
aparecen en posición vertical en el tocado, y dos plumas pequeñas o correas para
amarrar que se proyectan sobre la frente. En este dibujo tenemos el tocado erecto
y las dos plumas, pero sólo un objeto con forma de almendra, y está en posición
horizontal. Desde luego, esa identificación no es concluyente, pero, considerando
la localización de Guasave, sin duda resulta sorprendente su cercano parecido.
Es evidente que el culto artístico-religioso que dominaba en el México central en
la época azteca estaba presente también, en un estado de pureza considerable, en la
cultura Guasave. Este dibujo se parece tanto a los de los códices que no desentona-
ría en uno de ellos; sin embargo hay diferencias que atestiguan cierta ruptura en su
simbolismo característico. El artista que decoró el cajete parece haber estado por lo
menos tan dispuesto a llenar de manera grata su espacio circular como interesado
en representar a alguna deidad. Gran parte del material de Guasave respaldará esta
conclusión. La cultura Guasave consistía, en parte, en una fuerte infusión de los
rasgos religioso-artísticos comunes a las culturas avanzadas del centro de México,
pero los mismos estaban diluyéndose y al parecer habían perdido, en gran medida,
su significado ritual.

Aztatlán policromo

Cinco vasijas completas y un tepalcate (figs. 5, a; 4, b-h) se clasificaron como Aztat-


lán policromo.
Tratamiento. El engobe es bayo tirando a café, de color uniforme. Un cajete (figs.
5, a; 4, d) tiene engobe por el interior y sólo hasta debajo de las líneas de la orilla
por el exterior. Los demás están engobados por dentro y por fuera. Las superficies

17
Seler, 1901-1902, p. 137.
18
Caso, 1927b, pp. 147-148.

29
figura 4. (a, 183M; e-i, 239M, 30.24874, 4873, 239M, 672M). a, Cajete del “dios” emplumado. b, 1-4,
Aztatlán policromo, bandas incisas en los exteriores. c-d, Aztatlán policromo, perfiles. e-h, Aztatlán poli-
cromo, interiores; i, cajete con rostro de animal. (Todos a 1/6 del tamaño natural.)

30
están muy bien alisadas y bruñidas, sobre todo los bordes y la parte exterior, que
tienen un brillo muy marcado. El pulido no ha corrido la pintura. Pese al acabado
extraordinariamente bueno, la pasta es bastante blanda y friable, debido a la mala
cocción. Las capas superficiales tienden a escamarse.
Forma de las vasijas. Cuatro de las vasijas tienen forma y tamaño idénticos (fig.
4, c). Las paredes son más gruesas que en la mayoría de los tipos Guasave. Una
pieza (fig. 4, d) tiene paredes que se curvan ligeramente hacia afuera y un soporte
trípode.
Decoración. Cuatro de las vasijas se parecen mucho en su forma y decoración.
Como todas se encontraron en una misma tumba, es posible que fuesen obra del
mismo alfarero. La otra se distingue por su forma y, en gran medida, por su de-
coración, pero la incluimos en esta categoría debido a la pintura interior, que es
similar.
La pintura interior consiste en diseños de líneas finas de un intenso color café
rojizo. Debajo del borde hay una ancha banda de decoración, con un solo diseño
unitario en el centro. La vasija distinta se diferencia porque está dibujada en trazos
más finos que las demás y tiene otro color, ya que las líneas que enmarcan los pane-
les laterales son rosa tirando a rojo.
La decoración exterior es prácticamente idéntica en tres de los cajetes.19 Una
banda blanca finamente incisa se ubica entre bandas café rojizo; debajo hay una
angosta franja blanca y luego, convergiendo de manera radial hacia el centro, hay
cuatro juegos de áreas blancas y café rojizo bordeadas y biseccionadas por angostas
líneas negras. Un cajete (fig. 4, b4) se distingue por tener una banda rosa rojizo,
en lugar de la blanca incisa, y encima de ella una línea negra con puntos blancos.
Del fondo irradian bandas rosa rojizo, en lugar de café rojizo. El cajete con soporte
trípode no tiene decoración exterior, excepción hecha de tres líneas delgadas en el
borde y de los pies, que están pintados. Las bandas incisas exteriores se reproducen
en la figura 4, b.
Análisis. La doctora Kelly denominó Aztatlán a una fase de la cultura de la costa
oeste que se caracteriza por cierto complejo de tipos cerámicos. Lo que ella llamó ce-
rámica Aztatlán es la alfarería rojo sobre bayo con una banda blanca incisa, cerámica
más burda y simple que la que estamos considerando aquí.20 No obstante, como el
plan de diseño, característica destacada de la cerámica Sinaloa de esta fase, es muy
similar, la denominamos Aztatlán policromo. Sólo se la ha encontrado en Guasave.
Antes de analizar en detalle los diseños de los cajetes Aztatlán policromos tí-
picos, comentaremos los del único espécimen atípico (fig. 5, a), ya que su diseño
pintado, igual que el del “dios emplumado” que describimos antes, también es del
estilo del arte del centro de México.
El dibujo central es una cabeza humana con un elaborado tocado y con otros
elementos curvilíneos frente a la cara. En general la ubicación de la pintura en el
fondo del cajete y, hasta cierto punto, los rasgos del rostro mismo, recuerdan el

19
Ekholm, 1940a, lám. XV, núm. 6.
20
Kelly, 1938, p. 19.

31
figura 5. (a-e, 240M, 286M, 1075M, 30.2-4907m 263M). a, cajete Aztatlán policromo, interior. b, Jarro
blanco alto (altura: 20.5 cm). c, Vasija efigie en miniatura (altura: 6.2 cm). d-e, Cajetes Guasave rojos con
estrías (diámetro de d: 18 cm). [a es una fotografía de una reproducción en acuarela.]

32
cajete decorado en pintura cloisonné que encontró Charnay en Tenenepango, en
las laderas del Popocatépetl.21 Por lo demás, no hay una decoración similar en la
cerámica de ningún lugar de México, pero podemos identificar ciertos elementos
que aparecen en los dibujos de códices.
La nariz es sumamente larga y curvada; la línea indica que su base se curva hacia
arriba, de una manera común al arte de los códices “mexicanos”. El cabello está
amarrado en un largo atado cónico. El método de indicar el pelo con hileras de
líneas cortas paralelas es bastante característico de muchos dibujos de códices (véa-
se el coyote en el Vaticano B, p. 29). El elemento que parece constituir la base del
tocado de plumas, y que aquí se muestra como un rectángulo muy poco curvado,
se usa precisamente de esa misma manera en uno de los dibujos de Xochipilli en el
Vaticano B, p. 35. Este recurso, un área delineada con líneas cortas a lo largo de un
costado y círculos en los espacios libres, es muy común en los códices como deco-
ración de taburetes y prendas de vestir, y representa la piel del jaguar. Los dientes
y la mandíbula están dibujados de modo parecido, por ejemplo, al de las figuras
superiores de la página 17 del Códice Borgia.
Las espirales frente a la cara llenan muy adecuadamente ese espacio, pero tam-
bién se parecen a muchas ilustraciones “mexicanas” y están ubicadas en la misma
posición que éstas. Las dos espirales opuestas salen de la boca y pueden ser simples
vírgulas que indican habla, pero, igual que en varios dibujos de códices y esculturas
en piedra del centro de México, tienen la forma convencional de las fauces de la
serpiente emplumada, y en la superior hay una cresta de plumas. El objeto con las
marcas de piel de jaguar está entre las fauces. El elemento que está debajo de la
mandíbula, la espiral, las líneas cruzadas y las U, aparecen todos en diversas piezas
de Guasave. Por comodidad lo denomino motivo de la espiral U y lo analizaré con
mayor profundidad más adelante.
El panel lateral en la parte superior izquierda es distinto de los otros dos, casi
idénticos entre sí. El motivo se parece al que está enfrente de la cara en el panel
central, y también puede ser la cabeza convencionalizada de serpiente. Tres espira-
les que representan fauces vuelven a tener el objeto con piel de jaguar entre ellas
y la cresta emplumada. En el arte mesoamericano son frecuentes las cabezas de
serpiente en extremo simbólicas, pero sus rasgos suelen estar más estandarizados
que éstos. Aquí se evocan esos dibujos, y me parece que el origen de tales espirales
y crestas se encuentra en esas formas convencionalizadas, pero que su significado
simbólico se ha perdido hasta tal punto que ya no son más que diseños agradables.
Parece totalmente lógico asumir que esos diseños fueron realizados por una per-
sona que tenía sólo un conocimiento rudimentario del simbolismo religioso del
México central o que estaba en proceso de olvidarlo.
El diseño del panel derecho y del inferior representa, tal vez, el mismo motivo
de la serpiente emplumada, dibujado de manera aún más esquemática. Se asemeja
a un diseño de la cerámica azteca i que reproduce Brenner.22 El elemento circular

21
Charnay, 1888, p. 173; también Peñafiel, 1890, láms. 62 y 63.
22
Brenner, 1931, p. 43.

33
con una línea sinuosa que se eleva desde la base y las líneas paralelas cortas en el
borde superior, que se repite cinco veces en estos dos paneles, es común en el arte
“mexicano”.* Según Seler23 y Caso,24 es la “pelota de plumas” que suele estar asocia-
da con el sacrificio. Se la encuentra en diversos tipos de cerámica Guasave.
La figura en forma de U repetida tres veces en cada uno de estos paneles es un
elemento común en la cerámica azteca i de Culhuacán.25
Las cuatro vasijas que consideramos ejemplares tipo de la cerámica Aztatlán po-
licromo son muy similares en su aspecto general. La de la figura 4, g tiene pintada
en el centro una cara muy parecida a la que acabamos de describir, pero dibujada
un poco más burdamente y con rasgos algo diferentes. El cabello tiene otro trata-
miento, ya que hay líneas cruzadas onduladas, en lugar de las líneas de rayitas. El
pelo de la punta del cono parece estar amarrado. El tocado es prácticamente igual
al del otro dibujo, pero aquí su parte superior está compuesta por una serie de
círculos concéntricos. Las graciosas espirales que según asumimos en el otro dibu-
jo representaban las fauces de una serpiente están ausentes aquí, pero hay varias
pequeñas espirales parecidas delante de la boca, en un punto en el que la pintura
está en mal estado. La figura larga que contiene dos círculos no aparece en ningún
otro dibujo de Guasave, y el único motivo similar que conozco es una pieza azteca
i de Culhuacán.26 A lo largo del borde superior derecho de este panel central hay
una serie de semicírculos, recurso muy común en el diseño de Guasave, que en el
ejemplo anterior se ubica debajo de la cara. El diseño del borde parece ser pura-
mente geométrico.
Dos cajetes (fig. 4, e, f) tienen pinturas interiores que no son realistas, como los
dos anteriores, sino, evidentemente, formas abreviadas, en las que sólo se represen-
ta el tocado de plumas. En estas dos piezas, al igual que en muchas de las pinturas
de Guasave, las plumas se consideraban de la mayor importancia. Están presentes la
misma base y plumas del tocado, y debajo de cada una hay una espiral que se curva
hacia arriba, que tal vez sea la mandíbula superior convencionalizada. Las “pelotas
de plumas” están presentes en ambos cajetes, y en la figura 4, e el elemento de la
espiral U se repite dos veces. En los dos casos aparece también la serie de semicírcu-
los en el borde del campo. Del lado derecho, en la figura 4, e, y conteniendo dos de
las “pelotas de plumas” hay un semicírculo más grande, rasgo común en Guasave,
que también aparece en Coyotlatelco y en otras cerámicas del valle de México. Los
diseños del borde son geométricos e interesantes; el de la figura 4, e, es único.

*
El término “arte mexicano” fue utilizado con frecuencia en la literatura arqueológica mexicana
para designar, de forma genérica, al estilo artístico desarrollado por las culturas prehispánicas del centro
del país en el periodo posclásico (900-1521 d. C.); sin embargo, conforme avanzaban los estudios de las
mismas, fue sustituido gradualmente por definiciones regionales y temporales. Gordon Ekholm, quien
conocía los trabajos de sus colegas mexicanos, empleó la denominación “arte mexicano” para referirse a
los que hoy en día corresponde a los estilos culturales “mexica” y “mixteco” del periodo posclásico tardío
(1325-1521 d. C.). [e.]
23
Seler, 1900-1901, p. 117.
24
Caso, 1927a, p. 50.
25
Boas, 1911-1912, lám. 1, núm. 4.
26
Boas, op. cit.

34
A diferencia de las pinturas interiores descritas hasta ahora, el panel central de
la figura 4, h, parece ser un diseño puramente geométrico. Pero si continuamos
nuestra comparación con el arte del México central, vemos que su forma es idén-
tica a la de un símbolo repetido con frecuencia. Todo el panel, considerado como
una unidad, es un círculo cortado por siete arcos, y una extensión de un costado se
convierte en una espiral en el centro. Es el mismo motivo que Seler describió como
ecailacatzcózcatl, ornamento característico del Quetzalcóatl, el dios Viento.27 Se lo
encuentra en la mayoría de los códices como el diseño que aparece en un delantal,
un pectoral o en los escudos.28 El mismo elemento está pintado en unas pequeñas
vasijas rojo sobre bayo de Nochistlán, Oaxaca, que se encuentran en el American
Museum of Natural History. Una cantidad de cajetes del Altar de los Cráneos, de
Cholula, muestran diseños similares o adaptaciones de los mismos.29 El uso de este
recurso se limita a la época azteca.
Las bandas incisas en el exterior de los cuatro cajetes Aztatlán policromo se
muestran en la figura 4, b. Especial atención merecen, en los números 2 y 3, el
elemento igual al que aparece en el exterior del cajete del dios emplumado, y que
sugerimos era el “cuchillo de pedernal”. En el número 3, repetido dos veces, hay un
ejemplo muy elaborado del elemento de la espiral U. La banda de diseño del nú-
mero 4, del exterior del cajete, en la figura 4, f, es el único caso de una franja negra
con puntos blancos que se encontró en la cerámica Aztatlán policromo.

El cajete con “rostro de animal”

Este cajete pequeño (fig. 4, i) es único por su forma, su acabado y su decoración.


Está completo e íntegro, y no es posible ver bien la pasta, pero parece ser idéntica a
la de todas las cerámicas Guasave policromas e incisas.
La forma de la decoración es curiosa, porque una pintura compleja cubre todo
el exterior del cajete, y la parte principal, el rostro, está en la sección plana del
centro. Semejante decoración, ajena al arte cerámico en general, pero que aparece
varias veces en Guasave, sugiere la ornamentación de los guajes. La decoración
interior es más simple pero no menos curiosa, y consiste en una espiral de cuatro
colores que cubre por completo la superficie.
Antes de pintarla, la superficie era bayo claro y estaba bien pulida. Esto puede
observarse sólo en los angostos espacios que quedan entre las espirales del interior.
El exterior, hasta el borde de la pintura, estaba cubierto con un engobe blanco
calizo, que es blando y escamoso, y que en gran medida se ha descarapelado, des-
truyendo la decoración. El diseño está delineado con pintura negra que, debido a
una cocción desigual, se volvió café en el centro. La orilla y el fondo del diseño son
color vino oscuro. La gran espiral del interior está hecha con pinturas vino oscuro,
rosa rojizo, blanco y café oscuro; esta última posiblemente sea la misma que la pin-

27
Seler, 1902-1903, p. 140.
28
Códice Magliabecchiano, xiii, 3, fol. 89.
29
Noguera, 1937a, láms. 29, 46.

35
tura negra del exterior. El interior fue pulido, borroneando los colores. El exterior
no está pulido.
La reproducción del dibujo exterior que se observa en la figura 4, i, es bastante
precisa. No ha habido un intento deliberado por reconstruir el diseño, pero mu-
chas de las líneas, en el original, son vagas y muy difíciles de seguir. Manchas negras
debidas al contacto con la tierra, casi exactamente del mismo color que la pintura
negra, oscurecen parcialmente el diseño de la superficie.
En el centro de la parte externa del cajete una porción bien conservada de la
pintura es, evidentemente, el dibujo del rostro íntegro de un animal. Parece impo-
sible identificarlo, y no hay dibujos similares en Mesoamérica. Tal vez se deseaba
representar a un jaguar, ya que las puntas de las orejas están pintadas de negro,
tiene manchas arriba de los ojos y un hocico respingado. Esta última característica
no es realista, pero es el tratamiento convencional de esta parte, por ejemplo en
el diseño del jaguar en la cerámica Nicoya policroma.30 Por otro lado, el rostro es
puntiagudo, como el de un armadillo o un pecarí; de ser este último, los elementos
que aparecen a los lados del hocico podrían representar colmillos.
Alrededor de esta figura central, empezando debajo de ella y extendiéndose
hacia ambos lado, se encuentra lo que podrían ser representaciones de plantas o
flores. Se repiten en la decoración de diversos tipos de cerámica Guasave, pero no
he encontrado un duplicado exacto de este motivo en ningún otro lugar de México.
Por ser trilobuladas tienen cierta semejanza con los diseños de flores de los códices,
como, por ejemplo, el Códice Telleriano-Remensis (fol. 18, verso 19).
No conozco ningún caso comparable de uso de la espiral.

Cerro Izábal grabado

Este tipo (figs. 6; 7 a, b) fue llamado así por la doctora Kelly sobre la base de ma-
teriales de Culiacán. Entre nuestros materiales sólo reconoció un cajete (fig. 7, a)
que coincidía en todos los detalles con su definición. Debido a la variedad de tipos
similares de Guasave, es necesario ampliar la definición, a menos que queramos
establecer un excesivo numero de tipos, cada uno de ellos basado sólo en uno o
dos ejemplares. Aquí se agrupan todos los cajetes Guasave que están pintados sobre
todo en un color y que tienen por lo menos una parte del diseño pintado delineada
con una fina incisión o grabado. En textura, la pasta no se distingue de la de las
demás cerámicas, pero en algunos de los especímenes está definitivamente mejor
cocida y es más dura. No resulta posible dar una descripción única de las caracte-
rísticas de la superficie o de la decoración, así que lo haremos bajo los diferentes
subtipos.
Subtipo A. Estos tres cajetes (fig. 6, e, f, i) son muy similares en forma y color. Las
superficies son bayo tirando a café, y sólo en el cajete que se observa en la figura 6, e
se advierte engobe. En uno (fig. 6, f) la superficie fue pulida antes de la decoración

30
Lothrop, 1926, vol. 1, lám. 41.

36
y las áreas pintadas son más ásperas, pero en las otras dos la pintura se pulió, lo que
la corrió ligeramente. Las formas son bastante uniformes, pero los pies difieren.
En la vasija más pequeña (fig. 6, i) son de la forma típica de Guasave, pero sólidos.
Los de otra vasija (fig. 6, f) son los únicos en Guasave que tienen perforaciones en
el fondo.
La pintura es café oscuro. La decoración exterior es muy similar en los tres: una
simple banda de espirales y líneas en diagonal. En dos de ellos la banda consiste en
cuatro unidades de espirales redondas y cuadradas que se alternan, y en uno hay
una serie continua de espirales redondeadas. Los diseños interiores se considerarán
más adelante.
Subtipo B. La forma es única, ya que el fondo es casi plano y el labio está en-
grosado y evertido (fig. 6, c). Los pies son bulbosos y están ranurados. Todo, con
excepción del fondo por la parte exterior, está engobado en bayo que tira a café. La
pintura es vino oscuro y sumamente pulida, bastante corrida. El diseño exterior se
divide en cuartos, y los paneles opuestos son casi idénticos.
Subtipo C. Por el acabado, el engobe y el color de la pintura, este cajete es Gua-
save rojo sobre bayo. Difiere de esa cerámica por su forma, porque está inciso y por
su diseño.
Subtipo D. Por el color este cajete es como el Guasave rojo sobre bayo, pero está
muy pulido y es de forma y diseño diferentes (fig. 7, a). La banda exterior de diseño
está dividida en cuatro, y los paneles opuestos son casi idénticos.
Subtipo E. Esta vasija tiene un delgado engobe color bayo por dentro y por fuera,
y tiene la apariencia de que la hubiesen frotado (fig. 6, a). La decoración es policro-
ma, negro y rojo anaranjado, ambos en extremo fugitivos. Está bien alisada, pero no
pulida. La incisión es muy ligera.
Subtipo F. El engobe es color bayo; la pintura es roja y negra, como en el subtipo E;
no está bien pulido (fig. 6, h). La forma redondeada y plana es única en Guasave.
Subtipo G. El engobe es más café que bayo, y está coloreado en parte por el pig-
mento que se corrió de las áreas pintadas (fig. 7, b). El diseño está pintado en café
oscuro, la orilla y las paredes interiores son rosa rojizo, todo muy pulido. La incisión
está hecha bastante al descuido.
Además de estos diversos subtipos, clasificación basada por entero en las vasijas
completas, pueden verse otras combinaciones y variaciones en la colección de 66
fragmentos que no están descritos e ilustrados en su totalidad. Una pieza extraor-
dinariamente fina (fig. 6, d), en extremo pulida y bellamente ejecutada, no encaja
en ninguno de los tipos descritos arriba. Las variantes policromas, como las de las
figuras 6, a, h, son más comunes entre los tepalcates que en las vasijas íntegras, y tal
vez podría considerarse como un tipo por entero distinto.
Análisis. Una característica de este tipo de cerámica es su diseño complejo, cur-
vilíneo y en parte, según creo, seudosimbólico. Después de la Guasave rojo sobre
bayo es el tipo decorado más común de las excavaciones de Guasave, y uno de los
más interesantes.
Los diseños interiores de los cajetes de la figura 6, f, g, son similares, y parecen
representar atados de algo o una unión o torsión de elementos. No es un motivo

37
figura 6. (a-i, 243M, 30.2-5429, 565M, 30.2-5437, 172M, 30.2-4854, 224M, 30.2-4856, 4855). Cerámica
Cerro Izábal grabado. (Todas a 1/6 del tamaño natural.)

38
figura 7. (a-k, 30.2-4853, 661M, 578M, 30.2-4878, 4876, 4877, 587M, 216M). a-b, cajetes Cerro Izábal
grabado. e-f, Jarritos sin pies. c, d, g-k, Jarros Sinaloa policromo. (Todos a 1/6 del tamaño natural.)

39
común en el arte “mexicano”. El único ejemplo muy similar que he encontrado es
el diseño inciso en un jarro ilustrado en el álbum de Boas.31 Una comparación con
esa lámina mostrará la evidente relación. El elemento atado o retorcido es idéntico
en ambos casos; otros detalles, como los brazos curvados que terminan en círculos,
y el efecto que parece una flor de tres pétalos, se parecen mucho. Según Gamio,32
esta decoración es de un tipo intermedio entre teotihuacano y azteca. En el Códice
Vaticano B (p. 11) hay dos serpientes entrelazadas, cuyas partes retorcidas se dibujan
como tres envolturas simétricas, de manera muy similar a la de estos dos dibujos de
Guasave.
En las dos vasijas que estamos considerando, así como en la de la figura 7, a, se
usan series de circulitos y líneas cruzadas como dibujos de relleno para los diversos
elementos curvos. En otros lugares de México éste no es un elemento de decora-
ción cerámica, pero es precisamente el motivo que se ve una y otra vez en los códi-
ces del grupo Borgia como decoración sobre la piel desnuda de las figuras. (Véase
por ejemplo Vaticano B, p. 41.)
Un diseño (fig. 6, c) es un poco más realista que los demás. Es evidente que hay
un ojo y un tocado emplumado. El elemento curvo largo puede representar cabe-
llo, ya que tiene las mismas líneas cruzadas en zigzag que se observan en la cabeza
de la figura 4, g. En un círculo que está a la derecha de esto se originan tres espirales
que cabría suponer son las fauces; abajo hay más ornamentos de plumas para llenar
el espacio. Los diseños tanto del interior como del exterior, en las paredes de la
vasija, están divididos en cuadrantes, y dos de las secciones del exterior consisten en
el motivo del símbolo solar.
Uno de los diseños más curiosos de Guasave está en el interior del cajete que
se observa en la figura 6, e. Es un conglomerado de diversos elementos que son
comunes al arte religioso mixteco-poblano-azteca. La figura central, en forma de
almendra, es para mí el “cuchillo de pedernal”, que es uno de los elementos más
simples y recurrentes del arte “mexicano”, tanto como signo de día cuanto como
de diversas maneras relacionadas con el sacrificio. Se le dan diversas característi-
cas; la mitad del cuchillo puede estar pintada de rojo para indicar sangre, o con
mucha frecuencia puede haber un rostro dibujado de un lado. La misma forma
almendrada aparece por lo común en Guasave. Usualmente las marcas son las que
se aprecian en el ejemplo que estamos considerando; una línea ondulada en el cen-
tro y una serie de arcos a lo largo de un lado. Tal vez los arcos sugieren el retoque.
Donde los “mexicanos del centro” hubiesen podido dibujar una cara, nuestra figura
tiene una extensión que termina en varias plumas y un protector de cadera en for-
ma de U. Esto le da ciertas bases al hecho de que asociemos el dibujo de Guasave
con el “cuchillo de pedernal” de los “mexicanos”, ya que en el tipo de simbolismo
degenerado que se ve en Guasave varias plumas podrían ser lo único que queda
para sugerir una cara. Además, en nuestro dibujo el supuesto cuchillo parece estar

31
Boas, 1911-1912, lám. 36.
32
Gamio, 1921, p. 7.

40
inserto en una base que lo sostiene, de manera muy parecida a una figura del Códice
Magliabecchiano (p. 27). La analogía con ese dibujo es impresionante; en ambos
casos los elementos horizontales se extienden desde abajo de la base, y en el centro
hay un círculo cortado por una línea curva. Nótense también las marcas de piel de
jaguar en las proyecciones de la base, y el recurso del circulito y la línea cruzada en
los elementos del lado vertical.
Desde el punto de vista del simbolismo “azteca” este diseño no tiene sentido. Evi-
dentemente fue hecho por alguien que estaba familiarizado sólo de forma parcial
con las normas de esa tradición y que en este caso, según creo, tenía más interés en
dibujar un diseño agradable.
En las bandas de diseño de la parte exterior de los cajetes que se aprecian en
las figuras 6, a, y 7, a, el elemento notable es lo que parece un nudo. En la figura
6, a, podría tratarse del nudo cuadrado ordinario, como el que se usa para atar los
extremos de dos cuerdas, pero en la figura 7, a, se inserta otro elemento continuo.
No conozco ningún uso similar del nudo como diseño en Mesoamérica.
El interior del cajete en la figura 7, a, tiene un agradable diseño simétrico que da
una fuerte impresión “mexicana”. La porción vertical central parece ser una cresta
emplumada modificada, y están la piel de jaguar, así como los elementos de círculo
y línea cruzada y de la flor de tres pétalos.
El diseño pintado en el centro del cajete ilustrado en la figura 6, i, sugiere una
cara y una flecha, pero como la pintura está mal conservada e incompleta, no es
posible atribuirle importancia alguna. La banda de diseño que rodea los costados
es geométrica simple. Los paneles verticales rectangulares son una característica
común en Guasave, y aparecen comúnmente en este tipo, y también en la cerámica
Sinaloa y Guasave policromo. Este motivo no está presente en el diseño de la Cha-
metla temprana, pero un cajete de Cerro Montoso, Veracruz, con un tipo claramen-
te similar de paneles, se reproduce en Strebel.33
La característica técnica más notable de las vasijas Cerro Izábal incisas, aunque
no está restringida a este tipo en Guasave, es el uso de pintura e incisión combina-
das, con la última empleada para delinear las áreas pintadas. Tanto en el periodo
arcaico como en el teotihuacano, en el valle de México, esta técnica se usó en pe-
queño grado, pero sólo en la región de Puebla, en ciertas formas de la cerámica
Cholula policroma, y en la cultura Cerro Montoso de Veracruz, se la empleó tan
efectivamente como en Guasave. Esta similitud con un rasgo del área Mixteca-Pue-
bla no indicaría afinidad cultural por sí misma, pero combinada con muchos otros
parecidos específicos en motivos de diseño y otros objetos, resulta significativa.

Sinaloa policromo

A esta serie corresponden ocho vasijas completas y una fragmentaria (fig. 7, c, d,


g-k).

33
Strebel, 1885-1880, vol. 1, lám. 8, fig. 21.

41
Tratamiento. La pasta de estas vasijas no es distinguible de la que muestran los
demás tipos decorados. Sólo dos vasijas (fig. 7, c, h) tienen un pulido que puede
considerarse intenso sobre la pintura. Todas las demás están bien alisadas, pero las
superficies pintadas son mate.
Forma de las vasijas. Todas son jarros altos, que varían en tamaño y algo en sus
proporciones.
Decoración. La disposición de la decoración se da de manera uniforme en bandas
alrededor de las piezas, pero éstas varían por la presencia o ausencia de incisión y
por los diseños empleados. Todas tienen bandas negras con puntos blancos sobre-
pintados.
Subtipo A. Los colores de la pintura son vino, blanco y negro, sobre un engobe
bayo que tira a café. La incisión es muy tenue. Estas dos vasijas (fig. 7, c, h) están
muy bien pulidas encima de la decoración, y la pintura está considerablemente
corrida. En la figura 7, c, la banda decorativa tiene cuatro paneles; en la figura 7, h,
tiene tres.
Subtipo B. (Véase la fig. 7, k.) No se representa un fragmento grande de un jarro
casi idéntico. En ambos casos la pintura es mate, como si se hubiese desvanecido.
La figura 7, g, puede incluirse también en esta categoría sobre la base del color y
el acabado, aunque tiene una forma de paredes más rectas y un patrón de diseño
diferente.
Una de las dos vasijas idénticas que se encontraron juntas en un entierro pue-
de verse en la figura 7, d. (la otra es la 1056M.) Los colores son iguales que en las
otras piezas de este subtipo, pero la única incisión es la de las simples bandas de
espirales.
Los jarros que se observan en la figura 7, i, j, no tienen incisión. Hay una dife-
rencia en el color de la pintura. El jarro de la figura 7, i, está coloreado mayormente
con el rosa rojizo claro que forma la banda central en el otro.
Análisis. Es de notar que la mayoría de estas vasijas tienen líneas anchas que se
extienden de manera radial hacia el centro del fondo del cajete, rasgo que aparece
repetidamente en diversos tipos Guasave y que es particularmente común en la
cerámica Guasave rojo sobre bayo.
La combinación de pintura e incisión es la misma que en la Cerro Izábal graba-
do. En la figura 7, c, g, se encuentran los mismos paneles verticales rectangulares
con incisión geométrica simple que en algunos ejemplos de ese tipo. La figura 7, h,
tiene tres paneles principales de decoración incisa en la banda central, todos con
el mismo motivo. La figura central de cada uno de ellos tiene la misma forma y,
en parte, los mismos rasgos que en otros casos consideramos como el “cuchillo de
pedernal”. Los mismos están presentes también en la figura 7, c. Ambos tienen los
mismos arcos elaborados en cada lado, los elementos componentes de los cuales
reaparecen en otros tipos de la serie de Guasave.
En el arte ritual “mexicano” el cuchillo de pedernal se asocia con el sacrificio y
con la “sangre preciosa” que permite obtener. En la página 66 del Códice Vaticano B,
en la parte inferior izquierda, se dibuja un recipiente que, según Seler, está lleno
de sangre, lo que se indica con un arco serrado que se extiende sobre la vasija, con

42
algunas extensiones que parecen plumas que salen de él. En nuestras figuras los
arcos que se extienden hacia afuera de los “cuchillos de pedernal” están dibujados
exactamente de la misma manera que el símbolo de la sangre en el códice; tenemos
también las extensiones que corresponden a las plumas. La asociación de un “cu-
chillo de pedernal” con un símbolo de la sangre es en extremo significativa, e indica
que el simbolismo artístico del sacrificio se conservó en Guasave, no exactamente
como en el México central, pero sí usando los mismos elementos.
El diseño grande y audaz del jarro de la figura 7 k es indudablemente simbóli-
co. El doctor Alfonso Caso sugirió que podría representar la ornamentación en el
extremo posterior de una flecha o una espina de maguey, tal como se la representa
habitualmente en el arte del “México” central.
Análisis de la forma del jarro alto. Estas observaciones se aplican también a los ja-
rros altos clasificados como San Pedro policromo, Las Arganas inciso, jarro blanco
alto y jarros pequeños sin pies. En Culiacán encontraron vasijas de este tipo Sauer
y Brand,34 así como la doctora Kelly, que las halló limitadas a la fase del complejo
Aztatlán. No aparecieron en Chametla.
Se conocen jarros de forma similar de la región de Atoyac y del lago Chapala,35
varios de los cuales se parecen mucho a nuestro jarro blanco alto (fig. 5, b). No hay
ningún otro del oeste o el norte de México, ni hay otras vasijas de formas exacta-
mente iguales de las culturas arcaica o teotihuacana del valle de México. La única
pieza de los niveles aztecas es una que, según mencionamos antes, tenía un diseño
inciso comparable con ciertos diseños de Guasave.36 Un recipiente policromado de
Cholula ilustrado por Joyce37 y algunos de Cerro Montoso incluidos por Strebel,38
se asemejan por la forma, pero carecen de pies y, por sí mismos, no podría conside-
rárselos relacionados con las vasijas Guasave.
Entre las vasijas de Isla de Sacrificios hay varias que se asemejan, por su forma, a
los ejemplares de Guasave. En un capítulo posterior señalaré la similitud muy estre-
cha que existe entre nuestro jarro blanco con perforaciones y el jarro de alabastro
alto de Isla de Sacrificios. Estas vasijas de Isla de Sacrificios parecen haber venido de
Centroamérica, donde esta forma es sumamente común y donde hay muchas casi
idénticas a las de Guasave. La mejor serie es la de Costa Rica que publicó Lothrop.39
El jarro de la lámina 87 de Lothrop es casi idéntico, por su forma, al de Guasave,
incluyendo las perforaciones en los pies.
Esta forma de jarro alto es, definitivamente, una característica centroamericana.
Cómo llegó a Sinaloa es una pregunta importante, para la cual de momento no te-
nemos respuesta. Lothrop ha señalado que las conexiones mexicanas más cercanas
de las culturas tardías de Nicaragua y Costa Rica son con las culturas de Cholula y

34
Sauer y Brand, 1932, p. 34.
35
Lumholtz, 1902, vol. 2, p. 318.
36
Boas, 1911-1912, lám. 36.
37
Joyce, 1914, p. 190.
38
Strebel, 1904, figs. 254-257, 380, 381.
39
Lothrop, 1926, fig. 79, láms. 82 y 87

43
Veracruz.40 Esta conexión parece haber consistido esencialmente en movimientos
hacia el sur, lo que dificulta explicar las semejanzas entre los jarros altos de América
Central y los de Sinaloa, puesto que no existen en la zona de la Mixteca-Puebla,
donde cabría esperar que se hubiesen originado. Tal vez hubo movimientos hacia
el norte, a la región de la Mixteca-Puebla, y el rasgo de la elaboración de esos reci-
pientes altos se transfirió a través de esa área sin haber llegado a ser completamente
aceptado en el patrón cerámico.

Jarros pequeños sin pies

Se encontraron dos piezas completas (fig. 7, e, f) de esta clase.


Tratamiento. Las características de la pasta son como las de todas las demás cerá-
micas policromas. Las superficies tienen engobe bayo. Hay un buen pulido encima
del diseño.
Forma del recipiente. Son como los jarros altos, pero sin pies.
Decoración. Los colores de la pintura son rojo tirando a café y negro. En la figura
7, f, es un café casi puro; en la 7, e, es más un café que tiende al morado. Los diseños
está completamente extendidos en los dibujos. La superficie del jarro más alto se
ha corroído por entero, con excepción de una pequeña parte, y se reproduce todo
el diseño que ha quedado.
El recipiente más chico tiene un diseño elaborado y dibujado con gran pulcri-
tud. Se repite el mismo motivo dos veces. Su elemento central parece ser el “cuchi-
llo de pedernal” colocado sobre una base, similar al que aparece en el cajete Cerro
Izábal inciso de la figura 6, e, pero invertido. En ambos casos hay una flor de tres
pétalos a la izquierda del “cuchillo de pedernal”, de la cual se extienden varios rayos
convencionales, y del otro lado hay plumas convencionales.
La banda superior del jarro más grande consiste en el motivo del sistema solar;
tanto por arriba como por abajo hay líneas de puntos y rayas, todo ello característi-
co de la cerámica Navolato policromo. El complejo diseño que aparece debajo está
peor dibujado que en el jarro más pequeño, pero la figura en forma de corazón
resulta muy significativa, ya que es sumamente parecida al corazón de los sacrificios
tal como se lo dibujaba en el centro de México. La forma es la misma que la de
los corazones de los frescos de Tizatlán, Tlaxcala,41 pero las marcas son diferentes.
No obstante, la parte pintada de rojo en el extremo inferior tiene un borde ondu-
lado muy similar al de los corazones que se representan, por ejemplo en el Códice
Borbónico. Tal vez también la línea ondulada dentro del círculo que está encima
y que se extiende hacia arriba desde la parte superior del corazón tenía el fin de
representar los vasos sanguíneos, tal como se los ve en los frescos de Tizatlán, pero
quizás esto sea llevar demasiado lejos la analogía. El resto del diseño elude toda
interpretación.

40
Lothrop, 1926, pp. 398-399.
41
Caso, 1927b, lám. 2.

44
Jarro blanco alto

Forma y decoración. Toda la superficie exterior del jarro, con excepción de la banda
roja del borde, está cubierta por un engobe blanco bastante grueso, que se pulió
hasta obtener mucho brillo (fig. 5, b). El borde es de color rojo claro desvaído, y se
extiende unos 8 mm hacia abajo desde el labio, tanto por dentro como por fuera.
El rojo y el blanco están separados por una delgada línea hundida, como si se la hu-
biese hecho con una punta redonda, que pasa desapercibida a menos que la pieza
se examine con atención.
Por su forma no difiere de los otros jarros altos que hemos considerado, con la
excepción de que los pies son un poco más bulbosos. La principal decoración está
en el modelado de la sección inferior. El diseño está formado por molduras de an-
chas ranuras impresas que irradian desde el borde inferior de la pieza para curvarse
hacia arriba y unirse en la parte superior. Por encima hay dos bandas elevadas de
crestas de unos 6 mm de ancho.
Análisis. Cuando consideramos el posible origen de esta forma de jarro nos en-
contramos con la sorprendente semejanza entre el mismo y el gran recipiente de
ónix con bandas que está en el Museo Nacional de México y que proviene de Isla
de Sacrificios, en la bahía de Veracruz.42
La superficie blanca pulida del jarro de Guasave puede haber tenido el propó-
sito de imitar el ónix blanco. Aunque es más pequeño y un poco menos gracioso
que la pieza de Isla de Sacrificios, se aproxima lo suficiente, por su forma general y
por algunos detalles, como para haber sido copiado de él. La correspondencia más
cercana está en las molduras de la parte inferior de las paredes y en la presencia
de dos bandas elevadas justo encima. En el jarro de ónix las molduras se extienden
más hacia el cuello, y también hay una decoración incisa que no está presente en
el ejemplar de Guasave. Sin embargo cabe notar que los diseños incisos, círculos y
ganchos, son recursos comunes en la decoración de Guasave.
Estas estrechas semejanzas en una cantidad de rasos indican, sin mayor lugar
a duda, la relación de estas dos piezas. Es uno de los elementos de evidencia más
notables de que disponemos en el sentido de que una parte de la cultura Aztatlán
de Sinaloa tuvo su origen en el sureste de México.

Aguaruto inciso43

Cuatro recipientes completos y 23 fragmentos (fig. 8, g, j-n, p-r) se clasificaron como


cerámica Aguaruto inciso.
Tratamiento. Por su textura, la pasta no puede distinguirse de la de, por ejemplo,
la Aztatlán policromo, pero en la cocción se ha manchado hasta tal punto que las
superficies y la pasta son casi completamente negras. La primera varía, por su color,
del negro al café claro, la pasta es gris o negra, o café en aquellas áreas en las que la

42
Nuttall, 1910, lám. 8, fig. 3.
43
Este tipo fue hallado en Culiacán y nombrado por la doctora Kelly.

45
superficie también lo es. Las superficies suelen estar muy bien pulidas y en algunas
piezas se destacan las marcas de la herramienta utilizada para pulir.
Forma del recipiente. El más típico es el cajete abierto trípode (fig. 8, p-r), que re-
presenta también la forma más común en Culiacán. El pequeño cajete sin pies (fig.
8, g) es único.
Decoración. En los recipientes Aguaruto inciso típicos la incisión es uniforme y
está bellamente realizada. Al parecer se hizo en la arcilla húmeda, ya que los bordes
están apenas ásperos.
El cajete que se observa en la figura 8, g, tiene una capa de un pigmento polvoso,
azul brillante, esparcido sobre el área de diseño. Pueden apreciarse restos del mis-
mo en las incisiones de la pieza que se ve en la figura 8, r, y en el pequeño recipiente
(fig. 8, h) que no podemos considerar verdadero Aguaruto inciso.
Análisis. Como no hay uniformidad en la decoración, consideraremos cada
ejemplar por separado.
El cajete que se ilustra en la figura 8, q, está sumamente bien acabado y el dibujo
fue realizado en forma excelente, por lo cual tal vez sea la pieza más bella de la serie
de Guasave. Es evidente que el diseño es, en algún sentido, simbólico, al estilo del
arte tardío del centro de México, pero también que el interés primordial del artista
fue llenar el espacio con un diseño agradable, cosa que hizo admirablemente.
En el panel lateral, en la parte superior de la figura 8, q, hay, sin la menor duda,
una representación de la cabeza de una serpiente emplumada, como la que es co-
mún, por ejemplo, en la cerámica azteca ii de Culhuacán. El elemento curvo que
contiene los pequeños círculos es, supuestamente, la mandíbula, que a la izquierda
abarca en parte el ojo. La mandíbula superior que se curva hacia adelante tiene
una cresta de plumas que se proyecta de ella y llena el espacio delante de las fau-
ces. Una cresta similar detrás de las mandíbulas emerge debajo del ojo. El diseño
del otro lado del cajete es precisamente el mismo, pero la mandíbula inferior está
oscurecida, y los brazos curvos terminan en elementos redondeados, en lugar de en
el diseño de plumas. Las dos series de elementos triangulares en lados opuestos del
cajete y entre las secciones de la cabeza de serpiente no se parecen a ningún otro
diseño de Guasave, y la única posibilidad es que estén relacionados con el motivo
del símbolo solar.
Desde el punto de vista del simbolismo “mexicano”, puede pensarse que el cír-
culo en el centro del cajete consiste en las espirales que forman dos fauces, y que
los elementos que lo rodean son crestas que emanan de ellas, pero aquí la degene-
ración ha avanzado más que en los diseños de los paneles laterales. Sólo sugerimos
estas interpretaciones, ya que no es posible estar seguro del significado de esos di-
seños. No obstante, no puede caber duda de que hay una semejanza cercana en lo
tocante a estilo y motivos con los patrones artísticos de las civilizaciones del centro
de México.
El cajete de la figura 8, r, igual que el anterior, tiene un diseño que recuerda el
arte “mexicano”, y probablemente tenía alguna significación religiosa para las per-
sonas de la cultura Guasave. En el fondo hay un arco que corta el círculo, elemento
común en el diseño de Guasave. De él se proyecta hacia arriba un elemento vertical

46
figura 8. (a-c, 30.2-4852, 4851m 671N; d-f, 30.2-5423; g, 635M; h, 555M; i, 30.2 4849; j-n, 30.2-5422; o-r,
258M, 287M, 632M, 302.4848). a-f. Cerámica El Dorado inciso. g-r, Aguaruto inciso y otras cerámicas
manchadas de negro. (Todas a 1/6 del tamaño natural.)

47
con brazos caídos, que sugiere una planta o un árbol. Tal vez sea comparable con
los dibujos de árboles del Códice Vaticano B (p. 17). Arriba y a la derecha de esta área
está el elemento de la flor de tres pétalos que aparece en varias piezas de Guasave,
y a cada lado del “árbol” una “pelota de plumas”.
Las diversas barras y puntos del diseño de la figura 8, g, así como el diseño de
la serpiente, repetido tres veces, dan la impresión de que se trata de una serie de
glifos y numerales y, aunque no parece haber un sistema coherente, tal vez sea una
imitación de una serie de ese tipo. El borde superior del diseño es el motivo que
se usa en diversos códices aztecas y mixtecos, muchas veces para indicar maíz den-
tro de un recipiente. Aquí se lo repite en 38 ocasiones. Si hubiesen sido 39 habría
cabido la posibilidad de que tuviese alguna significación calendárica. El elemento
de borlas pendientes que se repite dos veces en el primer panel sugiere diversos re-
mates mexicanos, pero no es una copia exacta de ninguno de ellos. Las tres figuras
curvilíneas pueden identificarse como serpientes emplumadas convencionalizadas,
y en todos los casos miran hacia la derecha.
El diseño simple que aparece en un cajete un poco más burdo (fig. 8, p) que los
que acabamos de describir es la única sugerencia de molcajete que se ha encontra-
do en Guasave. Pero las incisiones son poco profundas y no cubren todo el fondo
de la pieza, de manera que no es posible que se lo usara para machacar.
Los fragmentos de la figura 8, j-m, son todos de bellos cajetes Guasave incisos,
e indican variaciones en el diseño. Merece especial mención el motivo que parece
un pez tanto en el interior como en el exterior de la figura 8, j, que es exactamente
como un diseño de un cajete rojo sobre bayo del lago Chapala que se encuentra
en el American Museum of Natural History. En la parte exterior del tepalcate de la
figura 8, k, hay un sencillo dibujo de espiral, muy similar al de una cerámica negra
incisa de la cultura Teotihuacan.44
Procederemos a considerar ahora todos los demás recipientes manchados de
negro de Guasave, algunos de los cuales están incisos, pero que en ninguno de los
ejemplos coinciden con el tipo denominado Aguaruto inciso. En ningún caso hay
más de uno de cada clase, y sobre esa base resulta imposible establecer tipos.
Un cajete miniatura (fig. 8, h) tiene cuatro crestas curvas que irradian desde la
boca. Entre las mismas se encuentran cuatro diseños curvilíneos grabados muy te-
nuemente; tanto la incisión como los diseños se parecen mucho a los de los malaca-
tes. Hay restos de sobrepintura azul.
Un cajete que representa un tipo distinto de cerámica negra incisa es de pare-
des muy delgadas; el material es duro y quebradizo y la incisión profunda y burda
(fig. 8, o). La superficie es negro intenso, sumamente bien pulida por dentro y por
fuera. El diseño simple se repite en cinco paneles, de los cuales se extienden hacia
el fondo cuatro juegos de líneas radiales.
Otro cajete (no reproducido, 30.2-4850) es idéntico al anterior por su forma, y
tiene un diseño similar. No obstante, es grande, de 27 cm de diámetro, y la pasta es
mucho más burda que la del precedente. Tiene una banda de diseño simple, pro-

44
Boas, 1911-1912, lám. 62, figs. 11, 14.

48
fundamente incisa, que consiste en semicírculos y ganchos que se extienden hacia
adentro desde cada borde de la banda de diseño.
Un jarro trípode negro, pequeño, liso y sin decoración, es único en su tipo en
Guasave (fig. 8, i). Está bien pulido y las marcas de la herramienta que se usó para
ello son bastante notables. Las perforaciones de los pies son ranuras rectangulares,
y no hay otros casos de ello en Guasave.
Dos jarros pequeños, de la misma forma y tamaño de los que aparecen en la
figura 12, g, están manchados de negro. Están muy mal cocidos y tienden a desmo-
ronarse cuando se mojan (no reproducidos, 30-2-4882, 236M).
En Culiacán se hallaron fragmentos con diseños idénticos a los de Guasave, y
representan el vínculo más cercano que tenemos entre la cultura Guasave y la del
complejo Aztatlán en ese otro sitio. En Culiacán no aparecieron formas aberrantes,
como las de la figura 8, h, i, o.
Ninguna cerámica de México tiene una decoración incisa tan elaborada como la
de algunos cajetes de Guasave, a pesar del hecho de que la incisión es una técnica
decorativa difundida entre las altas culturas. Tal vez la Aguaruto inciso surja de las
cerámicas negras incisas de la cultura Teotihuacan tardía, pero no hay más que un
diseño exactamente duplicado: la decoración simple de espiral del único fragmen-
to que hemos descrito.
El único uso similar de sobrepintura azul que conozco se da en algunas piezas
de cerámica negra incisa azteca encontradas en Churubusco, suburbio de la parte
meridional de la ciudad de México. El color y la naturaleza de la pintura parecen
idénticos a los de los recipientes de Guasave.

El Dorado inciso

Hallamos tres recipientes completos y 72 fragmentos (fig. 8, a-f).


Tratamiento. La pasta y el acabado de la superficie son idénticos a los de la cerá-
mica Guasave roja. Si existe engobe, éste no es visible, ya que la cocción intensa en
lo que sin duda era una atmósfera oxidante ha hecho que toda la pasta se volviese
roja. La superficie suele estar ligeramente resquebrajada y se observan manchas
oscuras debidas a la cocción. Las marcas de la herramienta usada para pulir son
visibles y tienen la misma dirección que en la Guasave roja.
Forma del recipiente. Las tres piezas completas son de forma uniforme. Hasta don-
de es posible determinarlo, todos los fragmentos son de cajetes de la misma forma.
La orilla está restringida y el labio suele estar ligeramente evertido. Los pies tienden
a aguzarse en el extremo, en lugar de ser bulbosos, y pueden o no haber tenido
adentro bolitas para que sonasen. Cada pie, de manera uniforme, tiene dos perfo-
raciones, rasgo que en general se restringe en Guasave a este tipo.
Decoración. En todos los ejemplares la decoración se limita a una única banda
de diseño inciso alrededor de las paredes exteriores. La incisión varía un poco; es
bastante profunda y áspera en la figura 8, b y más delgada y lisa en la 8c. Se las hizo
sin duda en la arcilla húmeda, y su aspereza se debe al abundante desgrasante.
En cinco de los fragmentos las incisiones se rellenaron con un material blanco,

49
que parece cal, y que contiene desgrasante de arena blanca. Esto, sin embargo, no
parece haber sido característico del tipo, ya que es poco probable que hubiese po-
dido desaparecer por entero de la mayoría de los ejemplares.
En los tres especímenes completos, y al parecer de manera muy uniforme, la
banda decorativa está dividida en tres paneles, separados por líneas verticales u
horizontales, una o dos de la cuales son en zigzag. En comparación con los otros
tipos de Guasave los motivos de diseño son notablemente uniformes, y casi todos
los tepalcates indican el mismo diseño que se observa en las tres piezas completas.
Éste sólo puede describirse como dos flechas que emergen de un semicírculo y que
tienen diversas ornamentaciones curvilíneas.
En un fragmento (fig. 8, d) el área que está dentro del diseño está burdamente
punzonada. Otro (fig. 8, f), aunque corresponde a este mismo tipo sobre la base de
su pasta, forma e incisión, es una variante distinta. Antes de realizar la incisión tanto
el interior como el exterior se cubrieron con un engobe bayo grisáceo, y después
las superficies dentro del diseño se pintaron toscamente de un rojo apagado. No se
encontró más que un tepalcate de esta variante.
Análisis. En Guasave éste es un tipo uniforme y bien definido, pero nada compa-
rable con el que se encuentra en Culiacán o en ningún otro lugar al sur. Las formas
de las vasijas no difieren de las de diversas cerámicas mesoamericanas, pero esta
combinación de forma y diseño no se encuentra en ningún otro lado. Los diseños
incisos no tienen paralelos definidos en otras áreas, pero recuerdan vagamente cier-
tos motivos del centro de México.
Al parecer este tipo representa un desarrollo local. Tengo la impresión de que la
cerámica misma es de la tradición de las cerámicas rojas del complejo Huatabampo,
y que el diseño es una adaptación del estilo del centro de México que tanta fuerza
tenía en la cultura de Guasave.

Guasave policromo

Se hallaron seis vasijas completas y 60 fragmentos (fig. 9).


Las vasijas que se incluyen aquí como Guasave policromo no constituyen un tipo
uniforme, y de contar con más material hubiese sido posible clasificarlas en varias
categorías.
Tratamiento. En todas las piezas el fondo es bayo y las superficies están bastante
bien pulidas.
Forma de las vasijas. Los cajetes son tanto trípodes como simplemente hemisfé-
ricos. Dos son cajetes trípodes con paredes más verticales que cualquier otro de
Guasave, y por ello de forma menos graciosa (fig. 9, a, b).
Decoración. Están pintados en negro, rojo y blanco; dos están incisos. Un elemen-
to común a todos los ejemplares es la línea negra con puntos blancos. No obstante,
todos deben considerarse por separado.
La técnica de pintura y los motivos son únicos en Guasave (fig. 9, a). La super-
ficie pintada está bien pulida, de manera que la pintura está considerablemente
corrida. No hay decoración exterior aparte de la banda roja del borde.

50
figura 9. (a-g, 30.2-4859, 716M, 30.2-4858, 4864, 4861, 720M, 30.2-4860). Cajetes Guasave policromo.
(Todos a 1/6 del tamaño natural.)

51
El diseño está pintado tosca y burdamente (fig. 9, b). La banda de los costados
está dividida en cuatro, y los paneles opuestos son aproximadamente iguales. El di-
seño del centro contiene elementos que hemos descrito antes: el semicírculo de un
lado, y en el centro la gran figura en forma de corazón que podría ser el “corazón”
o el “cuchillo de pedernal”. Entre las figuras del centro de esto está el elemento de
la espiral U.
La simple decoración geométrica del interior del cajete de la figura 9, f, se en-
cuentra sólo en un caso más de Guasave, una pieza fragmentaria que por su pasta,
acabado y decoración exterior se asemeja al cajete de la figura 9, d. En la pieza que
estamos analizando la pintura está pulida hasta tal punto que se ha borroneado
muchísimo. La banda del exterior está pintada de rojo y finamente incisa. En la
reproducción se omite el achurado que indica la pintura roja, ya que resultaría
confuso.
Por su tratamiento, acabado de la superficie y forma el cajete fragmentario de
la figura 9, d, es similar al fragmento mencionado arriba, y los trozos de ambos se
encontraron juntos. Es una cerámica fina, delgada; la pintura es dura y perdurable,
sumamente pulida. El diseño consiste en dos grandes grecas escalonadas, y espirales
que se entrelazan en el centro del cajete. Se encuentran grandes grecas de este tipo
en otras piezas, por ejemplo los cucharones de la figura 13, a, y al parecer grecas en-
trelazadas similares eran el motivo del cajete Guasave rojo sobre bayo que se ve en
la figura 31. En la figura 9, d, la mitad de la pieza está pintada de blanco y la mitad
de rojo; cada área tiene puntos del color opuesto.
La decoración exterior es el patrón de damero rojo sobre bayo similar al de
otras piezas de Guasave policromo, pero la banda negra con sobrepintura blanca es
única. Se trata de uno de los mejores ejemplos del elemento de la espiral U que se
encuentra en tantos dibujos de Guasave. Es un motivo curioso que debe de tener
alguna significación simbólica y, pese a que no existen contrapartes exactas, estoy
seguro de que se deriva del arte del “México central”. Se asemeja a la “sangre” que
emana de la herida en la página 22 del Códice Borgia y en la página 26 del Vaticano B.
Puede haberse originado en la manera de dibujar la base de la flecha o la espina de
maguey, pero no podemos tener certeza sobre ninguna de estas comparaciones.
Por su forma el cajete de la figura 9, g, es muy similar al anterior, y el plan de
la decoración exterior es parecido. La pintura interior está hecha con pintura roja
delgada y está ejecutada burdamente. La superficie interior está muy erosionada.
El diseño de la figura 9, c, está dibujado burdamente. En el panel central está de-
lineado con incisión. El motivo es evidentemente el mismo que en las dos muestras
de Cerro Izábal grabado: varios elementos atados o retorcidos entre sí.
Por su forma y decoración exterior el cajete de la figura 9, e, es muy similar a
la cerámica Aztatlán policromo; sin embargo la pintura es mate, delgada, y no está
muy bien pulida. La división del diseño interior en cuadrantes es inusual. Está bur-
damente dibujado, pero en los cuadrantes hay una sugerencia de plumas. El borde
tiene el motivo del símbolo solar, pero sin los ganchos en la parte inferior; las líneas
pendientes desde arriba aparecen de manera irregular.

52
figura 10. (a-g, 262M, 30.2-5427, 4881, 564M, 207M, 184M, 241M; h-j, 30.2-5428). a, Burrión policromo.
b, c, San Pedro policromo. d. Las Arganas inciso. e, Cajete de “insecto”. f, Bamoa policromo. g, Nío poli-
cromo; h, i, Rojo sobre bayo pulida. (Todos a 1/6 del tamaño natural.)

53
Las Arganas inciso

Se encontraron una vasija (fig. 10, d) y siete fragmentos.


Tratamiento. Se aplicó un engobe blanco sobre la decoración incisa, y luego se le
dio un buen pulido. El bruñido de las bandas color vino del borde es mejor que el
de cualquiera de los tipos de Guasave, casi tan liso como el vidrio.
Forma. Los siete fragmentos parecen ser de jarros altos, de la misma forma que
el espécimen completo. Los pies de la pieza íntegra tienen forma de quilla y están
ranurados, lo que no es común en Guasave.
Decoración. La decoración consiste en diseños realizados con una delicada inci-
sión antes de aplicar el engobe y cocer. Ningún fragmento es lo bastante grande
como para indicar algún otro diseño.
Análisis. La banda superior de decoración consiste en el motivo del símbolo
solar, que aquí está algo elaborado con la adición de una línea a manera de marco
alrededor del rayo. Sin embargo, en otro sentido este ejemplo del motivo se parece
más al de la vasija Cholula policroma (fig. 11, e) que a cualquier otra pieza de Gua-
save. En lugar de la línea curva o gancho en la parte inferior de la banda, este jarro
tiene semicírculos concéntricos, exactamente como en la pieza de Cholula, y en la
banda que está debajo hay una serie similar de círculos. No obstante, en nuestro
ejemplar los círculos tienen los dos arcos que en otro lugar dijimos que aparecían
en el arte “mexicano” (véase la fig. 10, e).
La banda que está más abajo, y la principal, es muy compleja y totalmente “mexi-
cana” por su estilo. A lo largo de la parte alta de esta sección, y pendiendo para deli-
mitar los cuatro paneles del diseño, hay una banda casi idéntica a una que enmarca
de modo parecido una imagen en el dibujo de la página 41 del Códice Vaticano B.
Dentro de los paneles se incluyen diversos elementos, como espirales y plumas,
comunes al arte mixteco. Los únicos identificables son, quizá, la figura ovalada del
tercer panel, que podría ser el corazón con sus líneas de sangre o, en el segundo y
el cuarto panel, los pares de figuras pendientes que tienen la forma de “cuchillo de
pedernal”. En general los detalles han perdido su identidad, pero no puede haber
duda respecto a las afiliaciones del estilo.

San Pedro policromo

Una vasija completa y siete fragmentos (fig. 10, b, c) se clasificaron como San Pedro
policromo.
Tratamiento. Lamentablemente, la superficie de la única vasija completa está muy
picada y erosionada. Sin embargo, al fabricarla la alisaron bien, aunque no parece
haber tenido un gran pulido. Varios de los tepalcates tienen un pulido extremada-
mente bueno.
Formas de las vasijas. El jarro completo es el ejemplo más alto de esta forma en
Guasave. Al parecer tres de los fragmentos son de piezas de forma semejante, y tres
de cajetes, probablemente muy similares al de Cerro Izábal inciso que se ilustra en
la figura 6, c.

54
Decoración. Es probable que la representación de la vasija completa en la figura
10, c, no sea del todo exacta, debido a la mala conservación del acabado. Esto se
aplica sobre todo a la separación de los dos tonos de rojo. En su plan de decoración
este jarro es, desde luego, muy parecido a los Sinaloa policromos, con su diseño
principal en una ancha banda, las líneas radiales en el fondo y la línea negra con
puntos blancos del borde. Pero algo peculiar de la San Pedro policromo es el uso
de sobrepintura roja en las áreas blancas y, en lo tocante al diseño, los círculos con
diversas decoraciones. En el exterior de uno de los fragmentos de cajetes hay un
ejemplo típico del motivo del símbolo solar.
El color y la decoración interior de varios de los fragmentos de cajetes son exac-
tamente iguales al interior del cajete Cerro Izábal inciso que se mencionó arriba.
Este tipo se relaciona estrechamente con otros desde varios puntos de vista.

Navolato policromo

En esta clasificación se incluyen un cajete completo y 27 fragmentos (fig. 11, a-d).


Tratamiento. Las superficies pintadas parecen tener engobe bayo, del mismo co-
lor que la arcilla. Las superficies están bastante bien pulidas, pero en la pieza com-
pleta tienen más brillo que en cualquiera de los tepalcates.
Forma de las vasijas. Todos los fragmentos son de cajetes más o menos hemisféri-
cos, que en ocasiones tienen el labio ligeramente curvado hacia adentro, como en
la pieza completa. Se indican vasijas bastante grandes.
Decoración. La decoración pintada es siempre en dos colores, negro y rojo. El
rojo va de un anaranjado rojizo claro al café; el negro también puede variar al café
oscuro, como ocurre en el caso de la figura 11, a.
Con excepción de tres tepalcates, todos los demás tienen decoración sólo en
la parte exterior. El estilo de las decoraciones interiores es igual que el de las ex-
teriores. La disposición y los motivos presentes en el cuenco completo son los más
típicos de esta clase de cerámica. Casi todos los ejemplos tienen la banda de peque-
ños elementos triangulares o cuadrangulares con pedúnculo y con las líneas que
penden de ellos y el gancho abajo. También es común la línea quebrada con la
series de tres puntos.
Una variación común del diseño de esta banda tiene grandes espirales debajo, y
la banda está interrumpida, como en la figura 11, d. En las figuras 11, b, c, se mues-
tran varios otros diseños.
Análisis. La cerámica Navolato policromo fue hallada por la doctora Kelly en
Culiacán, quien la denominó así. La variedad de Guasave no es idéntica a la de
Culiacán, pero es lo bastante similar como para clasificarla en el mismo tipo. Parece
que pudo ser la cerámica policroma más popular el norte de Sinaloa, ya que es la
única pintada, aparte de la Guasave rojo sobre bayo, que se encuentra en los sitios
ubicados a lo largo de los ríos Sinaloa y Fuerte.
El motivo que forma la banda de decoración en el cajete de la figura 11, a, el más
característico del diseño de la cerámica Navolato policromo, se encuentra también
en otras cinco vasijas de diversos tipos y en fragmentos de otras piezas. (Véanse las

55
figura 11. (a, 280M; b-d, 30.2-5424; f, 30.2-5432; g, h, 30.2-5435; i, 742M; j, 1009M). a-d, Navolato poli-
cromo. e, Diseño de la vasija Cholula policroma f, Cerámica roja ranurada. g, h, Cerámica roja incisa. i, j,
Tamazula policromo. (Todos a 1/6 del tamaño natural.)

figs. 6, c, 7, e, 9, e, 10, d, y 10, f.) Se restringe en general a una estrecha banda cerca
del borde de las vasijas. Los diversos elementos del motivo difieren algo en su forma
y proporción, pero siempre está presente la fila de triángulos “como pinos”, una
serie de líneas cortas que bajan desde el borde superior de la banda y, en general,
el gancho que sube desde el borde inferior.
Creo que este motivo es un fuerte indicador de la relación entre la cerámica de
Guasave y la Cholula policroma que se encuentra en el estado de Puebla. En la figu-
ra 11, e, se muestra una parte del diseño de una banda tomada de una vasija Cholula
policroma encontrada cerca de la ciudad de ese nombre.
En general es precisamente el mismo motivo que resulta tan común en el diseño
de Guasave, sólo que éste suele tener ganchitos en lugar de semicírculos a lo largo
del borde inferior. Sólo en la vasija Las Arganas inciso de la figura 10, d, se usan los
semicírculos exactamente igual que en el diseño de Cholula, y también hay una
banda de círculos justo debajo.
Este motivo no es común en la cerámica Cholula policroma, pero sin duda se
trata de una simplificación de un diseño más complejo y evidentemente simbólico
que aparece tanto en la policroma de Cholula como en la de Cerro Montoso. En

56
general la forma de triángulo o punta de flecha con la base curva alterna con un
triángulo simple.45
Beyer ha analizado estos símbolos y señala su evidente parecido con los rayos
del disco solar tal como se los observa en el calendario azteca; la denomina banda
de símbolos solares.46 Parece claro que el diseño más simple de una vasija de Cho-
lula que hemos dibujado, y el mismo motivo tal como se lo encuentra en Guasave,
tienen que ser una forma simplificada del motivo del símbolo solar. Es imposible
decir si los artistas de Guasave entendían el origen de su diseño, pero parece muy
probable que no.

Cajete de “insecto”

Tratamiento. La pasta de este cajete de “insecto (fig. 10, e) no se distingue de la de las


demás vasijas policromas de Guasave; por eso, pese a las características únicas de la
pieza, tiene que haber sido un producto local. La superficie es un color uniforme
bayo tirando a café, sin engobe visible, y está bien pulida por dentro y por fuera. En
el exterior, mas no en el interior, se observan leves marcas de la herramienta usada
para pulir.
Forma de la vasija. Esta vasija es de forma distinta de todas las encontradas en
Guasave. (Véase el perfil.) Las paredes son más gruesas que en la mayoría de las
piezas de ese lugar, pero es un cajete muy gracioso y bien formado.
Decoración. La orilla y el delineado de las figuras están hechos con una pintura
café rojizo, que tira más al café que en la cerámica Aztatlán policromo. Los círculos
de los paneles de los lados y el diseño del insecto se rellenaron con una pintura
delgada, rosa rojizo. Algunos de los rectángulos de la banda de los lados son bayos,
pero el resto de las paredes del cajete, hasta el círculo central, se cubrió con una
pintura de un blanco crema. Ésta se aplicó primero, y como es bastante fugitiva
desapareció en gran medida, llevándose parte de la pintura roja que la cubría. Sin
embargo esta destrucción no llegó tan lejos como para que no podamos determinar
con certeza todo el diseño.
Análisis. La figura del centro del cajete representa, evidentemente, un insecto. Es
algo realista solamente en su forma general; el cuerpo está dividido en dos secciones;
los apéndices están unido a la anterior. Faltan detalles realistas; parece que la pintu-
ra tenía la intención de representar un símbolo o, como lo atestigua la simetría del
diseño y su adaptación al espacio circular, simplemente una producción artística.
Si no contásemos con los muchos otros elementos del diseño de Guasave que
tienen una relación cierta con el arte del centro de México, tal vez no cabría compa-
rar este insecto con la araña que era un símbolo importante de la mitología azteca y
que está pintada numerosas veces en el Tonalámatl del Códice Borbónico. En éste pa-
rece estar representada con ocho patas, y en nuestro dibujo los diversos apéndices
tal vez podrían llegar a esa cifra. La comparación de ambos mostrará sus similitudes

45
Véanse Joyce, 1914, fig. 39; Strebel, 1904, figs. 371, 373, 374, 375.
46
Beyer, 1922, pp. 17-18.

57
generales. Paso y Troncoso, en su comentario del Códice Borbónico,47 interpreta la
araña como símbolo de Mictlantecutli, el dios de la muerte. Seler48 piensa que es
más bien el símbolo de las series de deidades que descendieron de los cielos por
hilos de araña.
Otra semejanza con un motivo del centro de México es la siguiente. El abdomen
o sección posterior del cuerpo de la araña de nuestro dibujo tiene forma almendra-
da, y el área pintada que está al final termina en una línea ondulada, como la del
“corazón” del jarrito de la figura 7, e. La espiral del otro lado, sin embargo, tiene
una marca común a esas figuras que hemos llamado el “cuchillo de pedernal”. Si
nuestros demás análisis son correctos, se trata de una figura compuesta.
Los elementos circulares de los paneles de los lados, que también aparecen en
el jarro de la figura 10, d, son muy parecidos a los de la vasija de Cerro Montoso que
se ilustra en Strebel,49 donde están junto con el motivo de corazón y cráneo que, a
su vez, se asemeja mucho a los frescos de Tizatlán.
No podemos indicar ninguna cultura ni área como lugar de origen de las in-
fluencias que observamos en esta pieza. Eso puede deberse lo mismo a la naturaleza
ecléctica de la cultura Guasave como al hecho de que, con nuestro limitado cono-
cimiento de la distribución de las culturas de México, aún no hemos definido la
entidad cultural de la que emanaron los rasgos de Guasave.

Burrión policromo

Sólo tenemos una vasija completa clasificada como Burrión policromo (fig. 10, a).
Tratamiento. La vasija no está rota, pero sin duda la pasta no difiere radicalmente
del tipo general de Guasave. Un engobe bayo cubre el interior y el borde de la parte
exterior, para terminar de forma irregular justo debajo del área pintada. El engobe
tiene cierta apariencia de frotado. La superficie está bien pulida, y el diseño pintado
bastante corrido. El pulido se extiende hacia abajo hasta un triángulo formado por
los tres pies. El cajete, al tacto, tiene una cualidad ligeramente diferente de todos
los demás, algo que, a falta de mejor nombre, podríamos llamar “maderoso”.
Forma de la vasija. El cajete está profundamente redondeado, y no hay ningún
otro recipiente de la serie de Guasave que sea idéntico. Los pies son más pequeños
y redondos que lo usual.
Decoración. La pintura es negra y roja, uniforme. El estilo de decoración es úni-
co en Guasave. No aparece ningún otro borde con un tratamiento semejante, en
el cual los colores del labio se alternan. Partes de la banda de diseño de los lados,
como el damero y la línea vertical en zigzag, son comunes a otros tipos, pero los
círculos que contienen líneas sinuosas son extraños.
El diseño del panel circular central está parcialmente pintado en negativo, y el

47
Paso y Troncoso, 1898, p. 72.
48
Seler, 1900-1901, p. 52.
49
Strebel, 1904, fig. 374.

58
rojo sirve para delinear el motivo central, que quedó en bayo. Pueden reconocerse
varios elementos del diseño que aparecen en una cantidad de otros tipos cerámicos,
pero aquí se los ha adaptado aún más para formar una combinación agradable y
simple, como en el semicírculo de la parte baja, con la flor de tres pétalos justo enci-
ma, algo distorsionada para caber en el espacio disponible. Sin embargo, es seguro
que en este caso el artista estaba interesado casi exclusivamente en el diseño y no en
el simbolismo, y que supo usar muy bien su material.

Bamoa policromo

La cerámica Bamoa policromo consiste en un cajete (fig. 10, f); no hay tepalcates.
Tratamiento. La pasta es definitivamente más dura que la de la mayoría de los
tipos de Guasave policromo, y el material desgrasante puede ser más fino. Las pare-
des son muy delgadas y las fracturas rectas. La vasija tiene un engobe delgado color
bayo que tiene apariencia frotada. Todas las superficies están muy bien pulidas.
Forma. La forma es diferente de la de todos los demás cajetes de Guasave (véase
el perfil en la fig. 10, f).
Decoración. La pintura es roja y negra. Tiene una incisión fina en el exterior. La
banda exterior de diseño consiste en el motivo del símbolo solar, pero varía porque
los “rayos” son cuadrados, en lugar de triangulares. Las líneas que irradian hacia el
centro del fondo son curvas. Debajo de la banda de diseño está la banda de dibujo
en damero que también es común en la cerámica Guasave rojo sobre bayo.
La decoración interior consiste en una banda dividida en cuadrantes; los pa-
neles opuestos contienen el motivo del símbolo solar. El panel central está muy
maltratado y el diseño, tal como se lo reproduce, está bastante incompleto. Pero si
se observa el dibujo desde la izquierda puede verse algo que tal vez sea un cuerpo
largo y curvo, con plumas en la cola, en forma de un largo tocado de plumas. Si
bien no es posible determinar con precisión los detalles, por lo menos el diseño
tiene esa apariencia.

Nío policromo

Dos cajetes y 12 tepalcates se han clasificado como Nío policromo (fig. 10, g). (30.2-
4857, no ilustrado.)
Tratamiento. Los interiores están engobados y bastante bien pulidos.
Forma de la vasija. Los dos cajetes son casi idénticos. (Véase el perfil.)
Decoración. La pintura es negra y roja. En ambas vasijas los colores son diferentes.
En la que se ilustra el rojo es más un café rojizo claro, y en la otra un rojo más puro.
Los tepalcates muestran la misma variación de color.
Por el exterior los dos cajetes completos sólo tienen pintadas las líneas de la ori-
lla y la mitad externa de los pies. Cinco fragmentos tienen la decoración principal
ya sea en el exterior o en ambas caras. En las dos vasijas completas el diseño pinta-
do es similar, por la división del campo y porque está ejecutado de manera burda
y descuidada. Tal vez las figuras radiales que hay en el área central sean plumas.

59
Nótese que las figuras rellenas de la banda de los lados están delineadas en negro,
característica de la cerámica Navolato policromo.
El otro cajete completo, que no se ilustra, tiene una banda de diseño algo simi-
lar, pero el panel central ha desaparecido por entero.

Vasija efigie miniatura

La pasta y el acabado de esta vasija efigie miniatura (fig. 5, c) son iguales que en
la cerámica Aguaruto inciso: la pasta es gris y la pieza está bien pulida. El fondo es
plano y los lados tienen molduras, igual que en el jarro blanco alto. La cabeza que
sobresale puede representar una rana o una tortuga. Es hueca y contiene una bolita
de arcilla para convertirla en sonaja. Es la única vasija de Guasave con un ornamen-
to modelado de este tipo. Esto resulta sorprendente cuando consideramos que la
cultura Guasave contenía muchísimos rasgos que se originaron en las altas culturas
del centro de México, donde siempre estaban presentes y en general abundaban
diversos tipos de modelado. En términos generales las culturas de la costa oeste
evitaban el modelado en cerámica y la talla en piedra, pese a que debían de estar
familiarizadas con esas técnicas.
En Culiacán la doctora Kelly encontró una jarra alta con una cabeza de animal
que sobresale del costado, y una colección de El Dorado, Sinaloa, que fue adqui-
rida, contiene unas vasijas pequeñas modeladas en forma de figuras humanas. Las
piezas de Culiacán y Guasave se parecen más a las formas centroamericanas que a
cualquiera de México, y lo mismo puede decirse del jarro con un pavo que encon-
tró Lumholtz en Tepic. Nuestro ejemplar es una miniatura de la forma del jarro
alto, y tal vez con éstos se relacione su historia.

La cerámica Guasave roja

A esta clasificación corresponden 42 vasijas completas o casi completas (fig. 12, fig.
5, d, e).
Tratamiento. La pasta de la cerámica Guasave rojo no difiere en su composición
de la de todos los demás tipos de ese lugar. Sin embargo es definitivamente más
dura y de color más claro, al parecer debido sólo a una diferencia en la técnica de
cocción. En algunas vasijas la pasta es en extremo dura, y deja líneas de fractura
muy rectas. Los cajetes tienen un núcleo gris claro, que se funde hacia el rojo ladri-
llo, aproximadamente el mismo color del engobe que se aprecia en las superficies.
En los bocales de boca pequeña el núcleo gris continúa hasta la superficie interior,
ya que sólo se enrojeció la exterior.
Los botellones y los jarros tienen engobe en toda la superficie exterior o hasta
un punto que está ligeramente por encima de la depresión del centro del fondo.
Los cajetes pueden estar engobados sólo por el interior, y el engobe puede llegar
justo hasta por encima de la orilla, o pueden estar engobados tanto por la cara
interna como por la externa. Los cajetes con los bordes curvados hacia adentro
están totalmente engobados, por dentro y por fuera. El color del engobe varía, y

60
pasa de un rojo ligeramente café a un rojo algo rosado. Las manchas de cocción
son bastante comunes. Por lo general el engobe es muy duro y perdurable, pero
ocasionalmente es fugitivo, sobre todo los cajetes más grandes.
Después de la aplicación del engobe se usó la herramienta de pulir, y siempre
pueden verse las marcas o facetas que causó. En los cajetes los movimientos de
esa herramienta iban alrededor de la vasija cerca del borde y atravesados en varias
direcciones en el fondo, tanto en la superficie interior como la exterior. En los bo-
tellones los cuellos se pulían verticalmente, la parte superior del cuerpo en cortas lí-
neas rectas y la parte principal del cuerpo del botellón alrededor de la circunferen-
cia. Algunos botellones tienen también ligeras depresiones en la superficie, como
pequeñas marcas de yunque, habitualmente en los lados y el fondo. Sin embargo
las superficies no están muy bruñidas y suelen ser bastante mates. Resulta atípico el
gran botellón globular (fig. 12, k) que está muy bruñido.
Formas de las vasijas. La mayoría de las formas de las vasijas de cerámica roja de
Guasave se ilustran en las figuras 12 y 5, d, e. Hay 17 piezas de boca estrecha de dife-
rentes tipos. Dos de ellas tienen cuello recto de chimenea, como el de la figura 12,
a. Diez son de la forma de cuello engrosado (fig. 12, b-g, i, j). Sólo hay una de cada
una de las que aparecen en la figura 12, h, j, m; las dos últimas no las encontramos
nosotros durante las excavaciones, sino que fueron halladas al arar y en excavacio-
nes en búsqueda de tesoros a 75 m del montículo.
Cinco cajetes tienen bordes restringidos (fig. 12, n, o, v); los dos que no se ilus-
tran son fragmentos grandes. El más pequeño (fig. 12, o) tiene una orilla recta pero
restringida; en los demás es curva. Seis cajetes grandes y lisos (fig. 12, r, s, w, x) tie-
nen un alabeado característico. Dos de seis cajetes pequeños se ilustran en la figura
12, t, u. Una vasija única por su forma es la que se observa en la figura 12, z. Es muy
curiosa porque tiene un hoyo en un costado, de 1.2 cm de diámetro, que se punzó
cuando la vasija ya estaba hecha. La superficie tiene engobe y está terminada hasta
el punto en el que se estrecha el cuello, pero por encima de ese lugar es áspera, sin
acabado y está rota. El interior de la parte del borde es áspero, igual que el interior
de la pieza. No puedo sugerir ningún uso posible de ese recipiente.
Un fragmento grande corresponde a una vasija globular mediana con un borde
corto y marcadamente curvado hacia dentro.
Las dos vasijas con molduras de la figura 5, d, e, se encontraron con el esquele-
to 29. La más grande está especialmente bien hecha y tiene una forma agradable
desde el punto de vista estético. Ésta y la única vasija trípode muestran el resultado
de la influencia de la tradición meridional, ya que las molduras son como las de la
jarra blanca alta (fig. 5, b).
Un tepalcate (fig. 17, ff) parece ser de la boca de una vasija con cuello de estribo
de tres tubos. No conozco nada similar a esto en México, aunque varias jarras de la
colección El Dorado que compramos consisten en un cuerpo doble: uno arriba del
otro, conectados por tres tubos, lo que representa una concepción relacionada con
ella. Otro fragmento de Guasave tiene un tubo curvo que se proyecta a partir de él.
Decoración. Los labios de los siete cajetes grandes están ligera y pulcramente mar-
cados con muescas en el borde exterior. Los jarros con cuello engrosado tienen

61
series de impresiones poco profundas alrededor del borde del hombro y justo por
encima del punto de máxima circunferencia. Todos los demás rasgos decorativos se
analizan al hablar de la forma de las vasijas.
Posición estratigráfica. La cerámica Guasave roja se encontró junto con entierros
en todos los niveles del montículo. Los botellones de cuello engrosado se encon-
traron en general en las tumbas que contenían muchas vasijas correspondientes al
típico complejo Aztatlán. Sin embargo, todos, con excepción de uno de los caje-
tes grandes, que muestra cierta sugerencia de las formas del suroeste de Estados
Unidos, se hallaron con el entierro 29. La cerámica decorada del mismo es algo
diferente de la del típico complejo Aztatlán, y puede pertenecer a un estilo un poco
anterior.
Análisis. Técnicamente, ésta es la cerámica más fina de la serie de Guasave. Hay
cierto grado de variación en la calidad, ya que los cajetes más pequeños son relativa-
mente burdos, pero los cajetes grandes y los botellones son delgados, duros y están
muy bien hechos.
En mi opinión esta cerámica roja de Guasave pertenece a una tradición com-
pletamente distinta de la que comprende la mayoría de los tipos decorados de ese
lugar. Es una de las indicaciones más importantes de que en Guasave no encontra-
mos una cultura unificada, sino una que se ha formado recientemente por la com-
binación de diversos elementos que aún no han tenido el tiempo suficiente para
fusionarse y constituir un complejo cultural distintivo.
El antecedente de la cerámica roja de Guasave es sin duda lo que he denomi-
nado el complejo Huatabampo. Es el nombre de un pueblo que está sobre el río
Mayo, en Sonora, cerca del cual encontramos una cantidad de sitios grandes en los
cuales la cerámica más típica era roja, dura y delgada, y creo que se relaciona con la
cerámica roja de Guasave. En un nuevo informe se proporcionará una descripción
completa de estos sitios. Aquí me limitaré a indicar sólo los detalles suficientes para
fundamentar mi comparación de las cerámicas rojas.
Los sitios del río Mayo están situados en la tierra plana del fondo del río, a unos
6 km del curso actual del mismo, pero a lo largo de diversos cauces antiguos del
río que ahora están casi completamente rellenos. Las grandes áreas cubiertas por
tepalcates indican que fueron ocupadas por una gran población. Aparte de la cerá-
mica roja mencionada arriba, estos sitios produjeron gran cantidad de una cerámi-
ca lisa más burda, una cantidad muy pequeña de cerámica incisa, que no se parece
a ninguna de las incisas encontradas en Sinaloa, y un fragmento de una cerámica
tosca pintada de afiliación desconocida. Estaban totalmente ausentes los tipos de
cerámica decorada de Sinaloa así como las vasijas con pies. Encontramos muy pocos
artefactos que no fuesen de cerámica. Un pequeño malacate bicónico se parece
mucho a los de Chametla, y hallamos varios fragmentos de orejeras de cerámica,
todo lo cual parece indicar que la ocupación fue contemporánea con la de las fases
más tempranas de las culturas de Sinaloa, como la de Chametla, y anterior a la fase
del complejo Aztatlán en Guasave.
La cerámica roja de Huatabampo consiste en cajetes hemisféricos lisos, en los
que el borde se extiende para formar una manija como si fuera un cucharón, así

62
figura 12. a-p, 1053M, 30.2-4884, 223M, 1055M, 30.2-4885, 4889, 220M, 219M, 30.2-4886, 367M, 30.2-
4891, 1052M, 511M, 257M, 30.2-4895, 252M. q-s, 30.2-4905, 4899, 4900. t-v, 251M,30.2-4902, 265M. w-z,
30.2-4896, 4908, 4906; aa, 1051M). Cerámica Guasave roja. (Diámetro de y, 35 centímetros.)

63
como pequeños botellones de cuello engrosado. Éstos no son como los de cuello de
chimenea más comunes en Guasave, sino que se parecen mucho al ejemplo único
que se observa en la figura 12, j. Esta identidad de la forma de una vasija, así como
la semejanza general de las dos cerámicas, da la certeza de que la alfarería roja de
Guasave es parte del complejo Huatabampo.
La cerámica roja de Huatabampo, que no se encuentra más al norte del río
Mayo, aparece en el río Fuerte, y está presente en una forma variante de Guasave,
pero, con excepciones menores, no se la ha hallado más al sur. Una colección com-
prada, presumiblemente reunida en El Dorado, sobre el río San Lorenzo, incluyó
un botelloncito exactamente igual al tipo más común encontrado en Guasave, pero
en las grandes excavaciones que realizó Kelly en Culiacán o en las prospecciones
del centro y el sur de Sinaloa no se encontró nada de esto.
Considero que los hechos mencionados indican lo siguiente. Antes de la fase del
complejo Aztatlán existió, en el sur de Sonora y el norte de Sinaloa, un complejo
cultural cuya alfarería principal era una excelente cerámica roja. Más tarde contri-
buyó o se mezcló con otras culturas que venían del sur, combinación que formó el
complejo Aztatlán tal como lo encontramos en Guasave.
La cultura Huatabampo no es típicamente mesoamericana. Encontramos algu-
nas figurillas burdas y cabezas modeladas de animales que servían de asas en vasijas
de cerámica. En general las piezas son delgadas y están totalmente ausentes los
pies y el intenso uso de la arcilla modelada que son característicos de la cerámica
mesoamericana. Por otro lado, no es un complejo del suroeste de Estados Unidos,
aunque lo evocan la sencillez general de la forma de las vasijas y ciertos aspectos de
la talla de conchas. No podemos especular acerca de los orígenes de esta cultura,
pero sugerimos que se trata en gran medida de un desarrollo local, con ciertos ras-
gos tomados tanto del área mesoamericana como del suroeste.
Aunque no podemos calcular su significación, tal vez deberíamos señalar que los
siete cajetes redondos grandes, que con la sola excepción de uno se encontraron
con el esqueleto 29 de Guasave, muestran cierto parecido con las formas del suroes-
te. Son grandes, uniformemente delgados, con orillas que no están engrosadas, y
tienen el alabeado marcado típico de los cuencos de muchos lugares del suroeste,
como Pueblo Bonito o el valle de Mimbres.

Amole policromo

Este nombre se aplica aquí a una serie de siete vasijas lo bastante parecidas como
para considerarlas un tipo. Se incluyen también, por conveniencia, varias piezas
más que, aunque similares, no son idénticas. Sus rasgos comunes son la decoración
en anchas líneas negras y rojas sobre fondo bayo, sin incisión.
Material. Tenemos ocho vasijas completas y una parcial de cerámica Amole poli-
cromo (fig. 13).
Tres de las vasijas (fig. 13, a-c) tienen forma de cucharón, y tal vez sean réplicas
de los cucharones de guaje, como los que hasta ahora se usan en todo México. Un
cajete grande tiene una orilla que se curva hacia adentro, y otros dos, así como el

64
fragmento, son cajetes hemisféricos sencillos; los de la figura 13, f, i, son grandes; el
segundo se encontró como tapa de una olla funeraria.
Decoración. La decoración consiste en pintura roja y negra sobre el fondo con en-
gobe bayo. En general la pintura roja forma, en parte, el fondo del diseño, y cubre
el interior de las vasijas. Un motivo decorativo más común en estas piezas que en
cualquier otro tipo de Guasave es la greca escalonada. En la vasija que se ilustra en
la figura 13, a, una greca grande y audaz cubre por entero el exterior, de una forma
que recuerda la decoración de los guajes. En la figura 13, b, la misma greca está en
el interior, mientras que en el exterior hay una banda de diseño, algunos de cuyos
elementos son únicos en la serie de Guasave. La greca escalonada se usa de manera
hermosa en una banda en el exterior del cajete de la figura 13, d, y al parecer fue el
motivo utilizado en el agente fragmentario de la figura 13, f. El gran cajete (fig. 13,
i), el cucharón (fig. 13, c) y el cajete con el borde curvado hacia dentro (fig. 13, e)
tienen, en general, estilos únicos de decoración. En la última de estas piezas aproxi-
madamente el mismo elemento se repite cuatro veces, y el interior es todo rojo.
Dos cajetes (fig. 13, g, h) se distinguen de cualquier otra hallada en Guasave. El
primero es de hechura burda, sin pulir, con un ligero engobe bayo y una pintura
bastante vaga en negro y rojo por el interior. El segundo está mejor acabado, con
engobe bayo en el exterior, y el interior todo pintado de rojo. El diseño exterior,
que se observa en la figura 13, h, se asemeja, por su disposición, a otros tipos. El
diseño del nudo es como el de los cajetes incisos de Cerro Izábal.
Análisis. Un rasgo característico de la cerámica Amole policromo es que la pintu-
ra roja que forma parcialmente el diseño suele cubrir grandes partes de las vasijas,
como por ejemplo el interior de los cajetes. Las piezas son delgadas y bien hechas,
y las formas son todas las que se encuentran en la cerámica Guasave roja. Parece,
entonces, que están emparentadas con ella. La técnica de fabricación es la de la ce-
rámica roja, a la cual se le han añadido diseños y otras fuentes. La Amole policromo
no se encontró en Culiacán ni en el sur.
Los cucharones con la forma de los que se ilustran en la figura 13, a, b, aparecen
raras veces en las culturas mesoamericanas y no se han encontrado en Culiacán y en
el sur de Sinaloa. Sin embargo, son una forma muy común en la cerámica roja de
Huatabampo, y se hallan con mucha frecuencia en la cerámica hohokam y de otros
lugares del suroeste de Estados Unidos. No podemos extraer ninguna conclusión
de la presencia de estas formas en Guasave.
Es realmente curioso que la greca escalonada (fig. 13, d) se use tan común y casi
exclusivamente en la cerámica Amole policromo, ya que es un elemento de deco-
ración que sin duda se importó de la región del centro de México. Es precisamente
el mismo motivo que en México se conoce en general con el nombre azteca de xi-
calcoliuhqui, y que era común en toda Mesoamérica50 e incluso en Perú. En México
parece haber sido usado sólo en los periodos más tardíos. Se presenta como una
decoración estampada en algunos tepalcates teotihuacanos negros,51 y también en

50
Beyer, 1927.
51
Boas, 1911-1912, lám. 60.

65
figura 13. (a, 30.2-4866; b, 523M; c-h, 30.2-4870, 4869, 4868, 4867, 4871, 4872; i, 658M). Amole policro-
mo. (i, 1/12 del tamaño natural, todas las demás 1/6.)

66
unos jarros grandes rojo sobre bayo; ambos, según el doctor Vaillant, corresponden
al Teotihuacan tardío v; pero por lo demás se restringe por entero a épocas azte-
cas.52 Entonces, si la inspiración para las grecas de Guasave provino del centro de
México, es casi seguro que no pudieron ser anteriores a 1100 d. C.
Debería estudiarse a profundidad el origen y la cronología del motivo de la
greca escalonada. Según Beyer,53 su primera aparición en el área maya se da en Yax-
chilán que, de acuerdo con la correlación de Spinden, se fecha alrededor de 500
d. C. La greca se presenta en el área del suroeste de Estados Unidos,54 pero nunca
en la forma clásica que tiene en Mesoamérica. Su presencia en el suroeste puede
interpretarse como resultado de la difusión, pero me parece más probable que sea
accidental, consecuencia de la gran preocupación que había en el suroeste por ele-
mentos de diseño tales como la espiral y la figura de sierra.

Cerámica rojo sobre bayo pulida

En Guasave sólo se encontraron quince fragmentos de esta categoría; tres de los


más elaborados se muestran en la figura 10, h, i, j. Dos de ellos (fig. 10, h, j) tienen la
superficie sumamente pulida y una pintura muy minuciosa. Según la doctora Kelly,
el tepalcate de la figura 10, i, se aproxima mucho a su rojo sobre bayo del complejo
Aztatlán de Culiacán.

Cerámica roja incisa

Se hallaron dos fragmentos de cerámica roja incisa (fig. 11, g, h). Las incisiones
son poco profundas y se hicieron después de haber sido engobado de rojo y dejado
secar la vasija. Por lo tanto son claras y hacen un buen contraste con el engobe rojo.
Una de las pipas (fig. 15, d) está decorada de la misma manera.

Cerámica roja ranurada

Un único fragmento (fig. 11, f) representa la cerámica roja ranurada. La decora-


ción consiste en anchos canales redondeados que se hicieron antes de aplicar el en-
gobe rojo. Ese tepalcate es único en Guasave; no se parece a ningún tipo conocido
de cerámica mexicana.

52
Cuando ya era demasiado tarde para hacer cambios en el manuscrito me enteré de que el motivo
de la greca escalonada tenía en México una historia más antigua de lo que se desprende de las fuentes
éditas. El doctor Caso encontró que la greca escalonada “clásica” aparece en la cerámica Monte Albán
ii de Monte Albán. Por consiguiente, mi conclusión de que la greca escalonada es de aparición tardía
en México es errónea.
53
Beyer, 1927, p. 87.
54
Véase, por ejemplo, Martin y Willis, 1940, láms. 32, 4.

67
figura 14. (a-f, 30.2-4910, 711M, 1083M, 30.2-4911, 175M, 713M; g-i, 30.2-4913, 4912, 4917; j, 566M; k,
292M; l-n, 30.2-4921, 4923, 4922). Cerámica pesada roja y lisa. (Diámetro de k, 77 centímetros).

68
Aguaruto policromo

Un fragmento de Guasave fue identificado por la doctora Kelly como Aguaruto


policromo.

Tamazula policromo

Estas dos vasijas (fig. 11, i, j) fueron adquiridas en Tamazula, el siguiente poblado
grande que hay río abajo después de Guasave. Procedían de un montículo ubicado
en una de las terrazas del lado este del río, cruzando el pueblo. La cerámica es del-
gada y dura, y de nuestros tipos a la que más se parece es a la Amole policromo. Los
diseños, sin embargo, no se asemejan a nada de lo encontrado en Guasave.
Del mismo sitio obtuvimos también varias vasijas de cerámica roja, entre ellas un
botelloncito idéntico a los de Guasave, y, como se los encontró en un montículo,
con entierros, parece probable que pertenezcan a la cultura Guasave. Pese a la gran
variedad de tipos cerámicos hallados en Guasave, es aparente que hay otros que no
están representados en nuestras colecciones del sitio.

Cerámica pesada roja y lisa

Tratamiento. La pasta es burda. El desgrasante, de arena, es abundante, varía conside-


rablemente de tamaño e incluye algunos guijarros grandes. El tamaño del material
desgrasante varía un poco de acuerdo con el de la vasija. De manera muy uniforme
un núcleo negro ancho se va volviendo rojo cerca de las superficies. Es una cerámica
dura y fuerte (fig. 14). Algunas de las vasijas grandes tienen engobe rojo, otras no,
aunque el barro y las formas son los mismos en ambos casos. En las colecciones de
fragmentos de esta cerámica de 80 a 90% tienen engobe rojo; los demás son lisos.
Ollas funerarias. La única ligera variación de forma de las ollas funerarias (fig. 14,
k, m, n) radica sobre todo en el ángulo de la orilla. Las dos ollas de la figura 14, k,
n, ilustran los extremos de esta diferencia. En general los bordes están engrosados.
Las ollas funerarias van, en tamaño, de aproximadamente 49 a 77 cm de diámetro.
Los exteriores están bien alisados y en general tienen engobe rojo. Abundan las
manchas de cocción.
Cajetes para cubrir las ollas. Varían en su forma como se ilustra en la figura 14, i, j,
l. Tal vez la más común sea la forma cónica (fig. 14, j). Usualmente las piezas cuya
orilla se curva hacia adentro son más uniformes que la que se ilustra. Las orillas son
redondeadas y engrosadas, y por lo general tienen muescas. Los cajetes que sirven
de tapa varían de tamaño hasta alcanzar 50 cm de diámetro. Siempre están alisados
por ambos lados y, si tienen engobe, es por las dos caras.
Vasijas misceláneas. Las vasijas que se ilustran en la figura 14, a-h, no representan
un tipo único. Las de la figura 14, a-c, son miniaturas, y tienen la misma pasta que
los tipos decorados. La figura 14, e, está hecha de una pasta burda, pero la orilla
tiene una decoración que parece cincelada. Todas estas vasijas pequeñas carecen
de engobe.

 69
Análisis. Los fragmentos de esta cerámica pesada, con o sin engobe, son los más
frecuentes en los sitios residenciales, y es probable que correspondan a la cerámica
utilitaria común. Con mucho las formas más usuales son las de cajetes grandes, so-
bre todo los que tienen el borde curvado hacia adentro, y las ollas, tal vez un poco
más pequeñas que las que suelen usarse para los entierros. Muy pocos tepalcates
representan jarros con la orilla curvada.
Las ollas funerarias de todas las fases de las culturas de Sinaloa parecen ser, en
general, del tipo que se encontró en Guasave, con variaciones menores de forma.
Las de Chametla son más redondeadas, con el fondo menos en punta y orillas más
horizontales. Esta forma de jarro utilitario, sin cuello curvado, fue común en toda el
área de la costa oeste, y es la forma que se usa en la actualidad. No tiene relaciones
aparentes en la región de la altiplanicie.

70
OTROS OBJETOS DE ARCILLA

Pipas

Se hallaron ocho pipas completas y 41 fragmentos (figs. 15; 17, v-x).


Forma. Todas las pipas son de la variedad llamada de codo, en la cual la cazoleta
se eleva formando un ángulo aproximadamente recto con el tubo. Las cazoletas
evertidas son más pequeñas en la base que en la orilla, y esta última porción puede
ser lisa y redondeada o tener una ligera ondulación. Los tubos se van estrechando
hasta llegar a una punta roma que corresponde a la boquilla, y están perforados
con un hoyo que se realizó en la arcilla húmeda y que mide de 3 a 5 mm de diá-
metro.
Con una sola excepción, el extremo frontal del tubo está aplastado horizon-
talmente para formar una plataforma, del centro de la cual se eleva la cazoleta. El
método de fabricación se observa en varias piezas en las que se han producido frac-
turas, y se advierte que la cazoleta y el tubo se hicieron por separado, y que después
la primera se insertó en un hueco de la plataforma.
En lo tocante a la forma, las únicas distinciones tipológicas importantes que
cabe hacer tienen que ver con la plataforma, como sigue:
1. La plataforma es redonda, serrada o con muescas. Sólo una pipa (figs. 15, b;
17, x) tiene cinco muescas redondeadas. Lo habitual es que las plataformas tengan
tres muescas, lo que crea un efecto de cuatro lóbulos o pétalos (fig. 15, d-f).
2. La plataforma es redonda, sin muescas (fig. 15, c, g).
3. La plataforma hace una pestaña y no tiene muescas (figs. 15, a, h; 17, w). Un
ejemplar es único por tener dos pequeños pies redondeados en lugar de una plata-
forma (fig. 17, v).
Otra variación de la forma que cabe destacar es el fragmento de cazoleta de la
figura 17, u. Tiene paredes delgadas y un hombro abrupto cerca del borde, con la
boca más estrecha. El interior no está quemado, y es posible que su identificación
como fragmento de una pipa sea errónea.
Decoración. Las pipas tienen una diversidad de tratamientos de la superficie, des-
de la lisa y sin engobe hasta la que muestra pintura e incisión elaboradas. No parece
existir ninguna correlación estricta entre la forma y el tipo de decoración, con la
posible excepción de que es más frecuente que las pipas lisas, sin engobe, y las que
tienen engobe rojo, tengan plataformas redondas sin muescas y con pestaña.
Una pipa completa (fig. 15, c) y varios fragmentos tienen decoración pintada
a rojo sobre bayo. No es lo que hemos denominado Guasave rojo sobre bayo, sino
la variedad más fina, pulida. Sólo una pipa tiene una superficie con engobe rojo,
sumamente pulida, y con incisión muy fina (fig. 15, d) y es posible clasificarla con
los fragmentos de cerámica roja incisa. La banda decorativa central consiste en tres

71
típicas grecas escalonadas. El fragmento de la figura 17, u es café, pero tiene una
incisión de tipo similar.
El estilo de decoración más común es el mismo que el de la cerámica Cerro
Izábal grabado, con pintura e incisión que forman diseños complejos y elaborados.
Las dos pipas de la figura 15, a, b, están excepcionalmente bien hechas y bellamente
pintadas; la pintura de la primera es café claro y la de la segunda color vino intenso.
En la figura 17, w, x, se representa el desarrollo de los diseños. Se observará que
muchos de los motivos son similares a los que se usan en las vasijas de cerámica.
En la figura 17, x, en la parte central y delantera de la cazoleta, está el “cuchillo de
pedernal” con su característico arco a un lado y, cerca de la punta, la línea sinuosa
que, según el simbolismo “mexicano” es la “línea de sangre”. A la izquierda de esto
está el arco decorado que también, quizá, signifique “sangre”, y a la derecha hay
otro ejemplo de la flor de tres pétalos. Resulta difícil reproducir el diseño de la
pipa más grande, que es continuo desde el tubo hasta la cazoleta y la rodea. Se lo
ilustra extendido en la figura 17, w; el de arriba corresponde a la parte delantera de
la cazoleta y el de abajo al tubo y su continuación en la parte posterior de la misma.
Antes describimos ya los diversos elementos que se encuentran aquí, que son, sin
duda, de naturaleza simbólica.
La pipa de la figura 15, e, tiene engobe rojo, con una banda negra alrededor de
la orilla; medio tubo, hasta la boquilla, está pintado del mismo color. La que corres-
ponde a la figura 15, f, es café sin engobe, tiene un borde y una orilla pintados de
negro, en forma similar al anterior, y una burda pintura desigual en la parte supe-
rior de la plataforma y el tubo.
En algunas de las pipas halladas en Guasave nunca se había fumado, y sin duda
eran objetos rituales hechos especialmente para ponerlos en las tumbas. Sin em-
bargo algunas (fig. 15, c, h) contenían depósitos bastante considerables, lo que de-
muestra que realmente se las usaba para fumar. En la primera el depósito es de
alrededor de 2 mm de espesor, y resulta evidente que el tubo se ha cortado, tal vez
para eliminar una parte desgastada y dejarla presentable para el entierro.
Análisis. En Culiacán la doctora Kelly encontró una gran cantidad de fragmentos
de pipas; todos los que pudo atribuir al complejo Aztatlán eran del tipo encontra-
do en Guasave. Los de periodos posteriores, de Culiacán temprano al tardío, eran
todos, en mi opinión, de la variedad con dos pies, como el único ejemplar hallado
en Guasave (fig. 17, v). Además, en esos periodos más tardíos las pipas de Culiacán
presentaban diversas formas de efigie, rasgo que está ausente en Guasave.
La pipa con pestaña de Kelly, el tipo b, de Chametla,1 parece ser idéntica a la
forma sin muescas y con pestaña de Guasave. Kelly no informó de ninguna estratifi-
cación en las pipas tipo pestaña y Cocoyolitos, pero parece que la primera variedad
debe adscribirse al horizonte del complejo Aztatlán, y que la segunda es posterior.
Esta última no se encontró en Guasave.
Si se toma en consideración la fuerte influencia de las culturas del altiplano de
México que hemos encontrado en el complejo Aztatlán de Sinaloa, parece razona-
ble suponer que la costumbre de fabricar pipas de cerámica de codo debe remon-
1
Kelly, 1938, p. 52.

72
figura 15. (a-h, 690M, 181M, 691M, 30.2-4928, 246M, 30.2-4930, 680M, 30.2-4931). Pipas, sitio 117,
Guasave. (La longitud de d es de 13 centímetros.)

73
tarse también a esa región. Se las encuentra en diversos lugares de Mesoamérica,
pero parecen restringirse exclusivamente a tiempos aztecas. En la bibliografía es po-
sible encontrar pocas ilustraciones, pero resulta evidente que son más comunes en
el occidente de México, sobre todo en Michoacán y Colima, que en otros lugares.2
Las pipas de Michoacán suelen ser bastante robustas, con forma de “medio
codo”, y tienen mucha ornamentación modelada o esculpida. Con gran frecuencia
tienen dos pies cortos, como los de los periodos tardíos de Culiacán. Los únicos
ejemplos de la altiplanicie que se parecen estrechamente a los de Guasave son dos
pipas pequeñas de Tequisquiapan, Querétaro, que están en el American Museum of
Natural History. Tienen la misma plataforma con muescas pero tubos muy cortos, a
los que posiblemente se adosaban extensiones de madera.
Como no se encontraron pipas en los niveles más profundos de Chametla, re-
sulta lógico suponer que el rasgo fue introducido con los movimientos procedentes
del centro de México que constituyeron el complejo Aztatlán. Las pipas no parecen
haber sido un rasgo común a las culturas de la zona Mixteca-Puebla, y posiblemente
se adoptaron en el occidente de México de manera similar a como ocurrió con la
cerámica rojo sobre bayo. En Sinaloa se produjo un nuevo estilo de pipa, cuya de-
coración pintada se adaptó de los estilos cerámicos.

Máscaras de cerámica

Las dos máscaras de cerámica que se muestran en la figura 16, a, b, se encontraron


apoyadas sobre su base circular, a la derecha y ligeramente arriba del esqueleto 164.
Previamente los dueños de la tierra habían hallado una máscara con rostro humano
(fig. 16, c) en un punto distante unos 50 m de la excavación, al este. De esta máscara
sólo pudimos obtener fotos.
Las dos máscaras halladas en la excavación son muy similares. La única diferen-
cia es que una es un poco más simétrica y está hecha con mayor habilidad, y tiene
un pico más largo y redondeado. La parte correspondiente a la cara, en ambas, es
hemisférica, en forma de cuenco, y las dos son redondas en la orilla y miden unos
15 cm de diámetro. Están realizadas con gran destreza; los largos picos son huecos
casi hasta la punta, y los hoyos para los ojos, así como las depresiones que los ro-
dean, son perfectamente redondos. La pasta no puede distinguirse de la correspon-
diente a la cerámica decorada, con la única excepción de que es ligeramente más
gris hacia las superficies. Las superficies exteriores están cubiertas por completo
por un grueso engobe blanco calizo que se desprende con facilidad al frotarlo y que
probablemente se aplicó después de la cocción. Ni el engobe ni las superficies de
la arcilla están bien pulidos, pero las superficies exteriores están bien alisadas; las
interiores un poco menos.
La máscara de rostro humano (fig. 16, c) pertenece sin duda al mismo horizonte
cultural que las otras dos, ya que con ella se encontraron varias vasijas típicas Azta-
tlán. Después de su hallazgo se la alteró con una capa de pintura gris brillante, y se

2
Véase West, 1934, lám. 228.

74
figura 16. (a, 699M; b, 302-4973; d, 573M; e, 674M). a-c, Máscaras de cerámica (diámetro de la base en
a, b, 15 cm; en c, aproximadamente 17 cm); d, e, Jarros de alabastro (altura de d, 19.5 cm; altura de e, 11
centímetros).

75
pintaron de negro las cejas y los labios. Esta máscara tiene la reputación local de ser
china, y en efecto tiene pómulos altos y prominentes, así como ojos de párpados
pesados, que le dan una apariencia mongoloide.
Se asume que estos objetos estaban destinados a usarse como máscaras, ya que
los agujeros para los ojos están aproximadamente a la distancia correcta para enca-
jar sobre la cara, y los grandes orificios debajo del pico servirían para la ventilación.
Sin embargo, cuando se usan así el borde inferior de la máscara llega más o menos
a la altura de los dientes, y supuestamente la serie de pares de orificios que rodean
la periferia se usaba para unirla a una capucha de tela o cuero que cubriese la ca-
beza. Creo que lo más probable es que tuviesen la intención de representar loros, si
consideramos el peso y la curvatura del pico en la mejor de ellas, pero no hay rasgos
diagnósticos definidos que puedan darle certidumbre a esta identificación.
La doctora Kelly también encontró que las máscaras de cerámica eran un rasgo
del complejo Aztatlán en Culiacán. En muchos lugares de América solían usarse
máscaras de diversos tipos y materiales con fines ceremoniales, pero raras veces, si
acaso, se hacían de cerámica como éstas. La única otra máscara de cerámica que
he visto, de un tamaño tal como para poder usarla, proviene de Teotihuacan y está
en este museo. También tiene hoyos para amarrarla a los lados, que desde luego
pueden haberse usado para asegurarla a la figura de un ídolo o una efigie, lo que
puede haber sido asimismo el propósito de nuestras máscaras.
Desde el punto de vista estilístico, las máscaras de Guasave no se parecen a nada
de ningún otro lugar de Mesoamérica, y mientras no haya hallazgos que lo contra-
digan, debemos considerar que son un desarrollo peculiar de la cultura Aztatlán en
Sinaloa.

Malacates

Se hallaron 36 malacates (fig. 17, a-t), por lo general entre los brazos o las piernas
de los esqueletos. Algunos se encontraron con los más profundos de los entierros
que tenían la cabeza hacia el sur, pero no se diferencian tipológicamente de los que
se excavaron en niveles más altos. Los malacates están hechos de arcilla sin desgra-
sante, de grano fino. En general las superficies están bien pulidas, no tienen engo-
be, y su color varía del café bayo casi al negro. Uno de ellos (fig. 17, n) tiene engobe
rojo. También es único por su forma, pues tiene cuatro orificios que se extienden
hacia adentro desde la parte inferior. Son de tamaño relativamente uniforme y, con
una única excepción, son, en general, cónicos. La forma más común es la que se ob-
serva en la figura 17, e. Siete de los malacates son de diámetro un poco mayor y los
costados superiores son ligeramente cóncavos (fig. 17, a). Cada uno de los que se
representan en la figura 17, n-t, es de forma única. Las perforaciones son de tamaño
bastante uniforme, siempre ligeramente menores arriba que abajo.
La decoración consiste sobre todo en diseños finamente grabados, pero cuatro
malacates (fig. 17, q-t), los que son también de forma atípica, tienen una incisión
profunda y más burda. Con frecuencia los bordes tienen muescas y en varios de los
casos profundas ondulaciones (fig. 17, b, m). Uno de ellos (fig. 17, f) tiene de un

76
lado una cabeza humana modelada en bajo relieve, además de la incisión habitual.
Las profundas líneas incisas del malacate que se ilustra en la figura 17, t están llenas
con una sustancia blanca caliza.
Los diseños incisos son en gran medida geométricos, pero algunos consisten en
figuras curvilíneas similares a ciertos diseños de la cerámica, y posiblemente tienen
significado simbólico. El diseño de la figura 17, a, parece incluir un tocado de plu-
mas, y el de la 17, d, representa, al parecer, un ave. No da la impresión de haber
correlación entre el tipo de diseño inciso y las variaciones de forma menores.
Análisis. No cuento con datos sobre los malacates hallados en Culiacán, que se-
rían necesarios para analizar de manera completa este rasgo en Sinaloa. Ninguno
de los tipos hallados en Guasave es como los que se informan de Chametla.3
Los malacates de la costa oeste no se asemejan a los del valle de México, con
excepción del único ejemplar tipo Chametla hallado en Teotihuacan y mencionado
por la doctora Kelly.4 Hay también ciertas semejanzas con malacates del occidente
de México. En la colección Lumholtz que hay en este museo se incluyen dos de Za-
capu, Michoacán, uno de los cuales es idéntico en forma y tamaño y tiene un diseño
similar al los pequeños malacates bicónicos incisos de Chametla. También hay en
este museo algunos malacates de Totoate, colectados por Hrdlička, que se asemejan
a los malacates de superficie lisa de Chametla.
Brand informa de malacates “semiesféricos” y bicónicos del área de El Zape,
en Durango, y observa su identidad en tamaño, forma y decoración con muchos
observados en Sinaloa y Nayarit.5 Un malacate colectado por Sayles en Chihuahua
es cónico, inciso, y no difiere mucho de los de Guasave.6 En nuestra prospección de
Sonora no encontramos malacates aparte de uno en Huatabampo, muy similar a los
ejemplos bicónicos pequeños de Chametla, pero Sauer y Brand informan de varios
del distrito de Altar,7 y hacen referencia a uno colectado ahí por Lumholtz. Parece
probable que el malacate cónico que Kidder encontró en Pecos8 pudiese haber ve-
nido de algún lugar de esta región del noroeste de México, más que del centro de
este país. Con los datos disponibles en este momento, especialmente escasos para
la altiplanicie occidental, es imposible formular ni siquiera un plan general de la
distribución de los malacates. Lo más probable es que se los usase en la costa oeste
en tiempos anteriores a Aztatlán y que no se tratase de un elemento introducido en
esa época con el complejo mexicano, sino en un horizonte anterior. Puede resultar
que exista determinado tipo general para todo el México occidental, tanto en la
costa como en las tierras altas.

3
Kelly, 1938, p. 54.
4
Kelly, 1938, p. 53.
5
Brand, 1939, p. 97.
6
Sayles, 1936, p. 58.
7
Sauer y Brand, 1931, p. 111.
8
Kidder, 1932, p. 143

77
figura 17. (a-h, 30.2-4955, 4946, 4951, 4966, 4964, 4968, 4965, 4962; i-o, 610M, 557M, 228M, 247M,
248M, 605M, 624M; p-r, 30.2-4971, 4969, 4970; s-t 723M, 1065M).Otros objetos de arcilla cocida, aparte
de las vasijas de cerámica. a-t malacates. (a-t, 1/3 del tamaño natural)

78
continuación figura 17. (u-x 30.2-4942, 4935, 690M, 181M; y-aa, 30.2-4944, 4945, 4943; bb-ee, 1001M,
30.2-4985, 509M, 700-3M; ff-jj, 30.2-4986, 4974, 4980, 4984, 4979). Otros objetos de arcilla cocida, aparte
de las vasijas. u-x, Pipas. y-aa, Placas de arcilla. bb, Figurilla humana. cc, Silbato. dd, Sello cilíndrico. ee,
Orejera. ff-gg, Fragmentos de vasijas, hh-jj, Figurillas animales. (u-jj, 1/6 del tamaño natural)

79
Soporte anular

Presumiblemente este fragmento es el fondo de una vasija con base anular (fig. 17,
gg), único ejemplo de su tipo encontrado en Guasave. El fondo es cerrado y plano.
La pasta es gris y no parece ajena a Guasave, aunque la superficie es moteada en
café y negro, sin engobe, y no se parece a ninguna otra vasija de cerámica del sitio.
Los soportes angulares abiertos son comunes en el centro de México y se presentan
en Chametla. No obstante, los que están cerrados en el fondo, que suelen contener
elementos para hacerlos sonar, parecen estar limitados a Centroamérica y a algunos
lugares cercanos a ella en México, como Isla de Sacrificios y Oaxaca. Desde luego,
no es absolutamente seguro que este fragmento forme parte de una vasija con so-
porte anular cerrado, pero ésta es la identificación más probable, y tenemos que
asumir que el rasgo fue traído del sur de México.

Orejeras

Junto con el esqueleto 164 se hallaron tres orejeras tubulares (fig. 17, ee), y un frag-
mento se encontró en la superficie. Varían en tamaño de 1.8 a 2.4 cm y, de manera
correspondiente, en diámetro. Son sumamente delgados y bien hechos. El color de
la superficie va del café al negro emborronado. Las superficies interiores y exterio-
res están bien pulidas; la herramienta utilizada para pulir dejó tenues facetas. La
pasta es, de manera uniforme, de grano fino, y al parecer no contiene partículas de
desgrasante. No hay nada que indique si fueron o no importadas.
Las orejeras de este tipo son de difusión amplia en Mesoamérica pero no se
las ha encontrado en Estados Unidos. Su límite de distribución septentrional es
la cultura Huatabampo, sobre el río Mayo, donde encontramos varios fragmentos
en superficie. En Guasave estas orejeras no tienen una significación cronológica
aparente, ya que se encuentran unas muy similares en el arcaico y en todas las cul-
turas posteriores del valle de México,9 así como en otras regiones. La doctora Kelly
informa de cinco ejemplares hallados en Chametla,10 ninguno de ellos en los cortes
más bajos.

Sello cilíndrico

En Guasave se encontró sólo un sello (fig. 17, dd), con el esqueleto 42, en una parte
profunda de la excavación. Forma un patrón geométrico simple que no se parece
a ningún otro motivo decorativo de Guasave. En las ranuras estaba incrustada una
sustancia negra, que probablemente era usada como tinta al utilizar el sello.
Los sellos cilíndricos se encuentran en todas las altas culturas de Mesoamérica,
y es posible que este hallazgo en Guasave represente el límite septentrional de su

9
Vaillant, 1931, p. 52.
10
Kelly, 1938, p. 52.

80
distribución conocida.11 Se trata, por supuesto, de un elemento cultural definitiva-
mente relacionado con el sur, ya que nunca se ha encontrado ninguno dentro del
territorio de Estados Unidos.
Hasta donde sé, el sello de Guasave es único porque tiene manijas cónicas que se
extienden hacia afuera desde ambos extremos; una de ellas está rota. Habitualmen-
te los extremos son planos y el sello está perforado de un lado a otro. La doctora
Kelly encontró sellos cilíndricos en Culiacán y Chametla;12 también los hallaron
Sauer y Brand en Culiacán y en El Recodo.13

Placas de arcilla

Se hallaron tres fragmentos de placas de arcilla, dos en la superficie y uno suelto


en la excavación (fig. 17, y, z, aa). No es posible determinar su forma y tamaño, y
sólo podemos decir que probablemente eran cuadrados o rectangulares. El que
aparece en la figura 17, aa, tiene una perforación en un borde, lo que es posible
que indique que se lo usaba como ornamento. La pasta es del tipo de Guasave. Las
placas de la figura 17, y, z, miden casi 1 cm de grosor. La figura 17, aa, se partió de tal
manera que no puede determinarse su grosor. Todas están decoradas por incisión.
La figura 17, y, está moteada en café y negro por la cocción, y tiene una incisión
o grabado tenue. La figura 17, z, está alisada burdamente, carece de engobe y fue
decorada con un diseño curvilíneo acanalado. La figura 17, aa, está muy pulida,
emborronada de negro como la cerámica Aguaruto incisa, y tiene un grabado muy
tenue. Otro fragmento indica una placa rectangular de 6 cm de ancho, sin alisado
y sin decoración.
No conozco otras placas parecidas.

Figurilla humana

En Guasave se encontró una figurilla humana (fig. 17, bb) en la superficie del cam-
po arado que estaba al este del montículo. Está hecha de arcilla gris burda con
abundante desgrasante de arena. Al parecer sólo se hizo la cabeza, y es gruesa y
redondeada. Los rasgos están en parte modelados y en parte toscamente incisos.
El tipo de cabeza no se asemeja a ningún otro hallado en la costa oeste. Tal vez
tenga algún parecido con figurillas aztecas del valle de México; desde luego se ase-
meja más a ellas que a cualquier figurilla de Culiacán o Chametla, que parecen ser
tipos locales de la costa oeste.
Si consideramos las abundantes evidencias que tenemos en Guasave de una
cercana afiliación de esta cultura con las del centro de México, resulta realmente
sorprendente que las figurillas no sean más comunes. Es extraño, sobre todo, si
pensamos que el complejo del centro de México en Guasave está compuesto princi-

11
Linné, 1929, pp. 49-51.
12
Kelly, 1938, p. 49.
13
Sauer y Brand, 1932, p. 36.

81
palmente por rasgos religioso-ceremoniales y que las figurillas, al menos en el perio-
do azteca, eran, de manera fundamental, objetos religiosos. Parece que por alguna
razón imposible de conocer, este rasgo se abandonó durante los movimientos hacia
el norte de Sinaloa.

Figurillas animales

Los dos primeros de los tres ejemplares (fig. 17, hh, ii, jj) son asas ornamentales de
vasijas; al parecer la primera fue parte de un tubo vertedor. Están bien pulidas, de
color café y negro. La de la figura 17, cc, puede haber formado parte de una vasija;
es hueca, igual que las otras dos, pero no puede definirse que incluyese las paredes
de una vasija. Parece la caricatura de un pecarí.

Silbato

Este silbato fragmentario (fig. 17, cc) se encontró en una de las calas de un sitio
residencial. Es cuadrado, hueco, redondeado a ambos lados, y tiene una pequeña
proyección en un extremo. La boquilla está rota. Presenta una hilera de pequeñas
marcas redondas punzonadas alrededor del borde y una en el centro de cada lado,
así como dos agujeros en el lado superior, según se observa en el dibujo. Las esqui-
nas de ambos lados están decoradas por líneas incisas tenues, separadas por pintura
blanca fugitiva. Tal vez fuese la efigie de un ave o un ser humano.

Cuentas

Con el esqueleto 100 se hallaron unas pocas cuentas pequeñas, discoidales, de arci-
lla cocida, que formaban un collar en combinación con cuentas de concha y turque-
sa, así como con cascabeles de cobre. Son de tamaño y forma algo irregulares, pero
miden aproximadamente 3.5 mm de diámetro y 2 mm de grosor.

82
CLOISONNÉ PINTADO

Con 34 de los entierros de Guasave, incluyendo los de los niveles más profundos del
montículo, se encontraron algunos restos de guajes pintados (fig. 18). Usualmente
consistían en dos capas de pintura que representaba la decoración de ambas su-
perficies de vasijas en forma de cuencos abiertos, en las cuales toda la sustancia del
recipiente mismo había desaparecido por entero. En la mayoría de los casos fue im-
posible conservar o limpiar las capas de pintura para poder observar su naturaleza,
pero logramos rescatar muestras de algunos en los cuales la pintura era más gruesa
o estaba menos rota. Seis de ellas son lo bastante grandes como para permitirnos
observar, no sólo partes de los diseños sino también, en varios casos, el tamaño y la
forma del recipiente. Diversos fragmentos más pequeños han sido especialmente
valiosos para estudiar la técnica involucrada.
Desde luego, los restos de este tipo raras veces se conservan y son en extremo
difíciles de observar o rescatar. El hecho de que pudiésemos obtener algunas mues-
tras se debe sin duda a la textura homogéneamente fina del suelo en el cual estaban
enterrados. Lo más probable es que en un suelo con más grava hubiesen terminado
rotos, en gran medida, debido a una presión menos uniforme, y las piedras también
hubiesen sido un gran obstáculo para extraerlos.
Estos restos representan una decoración pintada en cloisonné sobre recipientes
hechos aparentemente de guajes. Un ejemplar que se ilustra en otra publicación1
tiene, en la superficie interior, debajo del borde, una ondulación que se parece
mucho a la que se ve dentro de los cuencos de guajes que se utilizan habitualmente
en el México actual. Además, en la mayoría de los ejemplares la superficie tanto
interior como exterior estaba decorada, y es evidente que la sustancia del recipiente
no tenía en general más de 4 mm de espesor, muy delgada para haber sido tallada
en madera pero más o menos del grosor de un guaje seco.2 Por supuesto, ésta no
puede ser una medida totalmente exacta, ya que, como ocurrió evidentemente en
algunos de los casos, las dos capas de pintura que representan las decoraciones
interiores y exteriores se han acercado por la presión ejercida de la tierra cuando
el material del recipiente se descompuso. Sin embargo, en la mayoría de los ejem-
plares la distancia entre las dos capas de pintura era con tanta uniformidad de unos
4 mm que parece que se produjo un simple remplazo y que ésta corresponde al
grosor real de las vasijas.
En la mayoría de los casos resultó imposible determinar la forma de los recipien-
tes, pero parece probable que los más comunes fuesen cuencos bajos o hemisféri-
1
Ekholm, 1940b. Consiste en una breve discusión preliminar del cloisonné pintado de Guasave y
una lámina a color de dos de los ejemplares, que tampoco se reproducen aquí.
2
El tamaño de algunas de las vasijas parecería indicar que se usó el guaje cultivado (Lagenaria vulga-
ria). En Sinaloa existía también el guaje de árbol (Crescencia alata).

83
figura 18. (a, b, 30.2-5118, 5117; c, 1068M; d, f, 30.2-5116, 5126, 5125). Decoración en pintura cloisonné
de recipientes hechos con guajes. (Todos a 1/2 del tamaño natural.) (Fotografía de reproducciones en
acuarela.)

84
cos. Esto resulta aparente en los dos ejemplos que se ilustran en otra publicación,3
en los cuales perduran porciones del borde, que también dan ciertos indicios sobre
el tamaño de los mismos, que parecen llegar hasta un diámetro de por lo menos 30
cm. El fragmento que se observa en la figura 18, c, es diferente de todas las demás
muestras y puede haber sido un recipiente de madera. Sólo está decorada una de
las superficies y es demasiado plano para haber sido parte de un guaje. Los labios de
las vasijas eran redondeados y la pintura era continua de una superficie a la otra. En
todos los ejemplares grandes que se rescataron está expuesta la superficie interior,
y debido a su fragilidad y al hecho de que yacen en un bloque de tierra endurecida,
es poco probable que alguna vez podamos ver la decoración del otro lado.
Las capas de pintura4 son bastante gruesas, en algunos casos hasta de 1 mm,
aunque en general oscilan entre 0.5 y 1 mm. La pintura es quebradiza pero tiene
una cierta apariencia de tiza. Sólo en un caso la superficie está bastante pulida, ya
que en general es algo áspera y mate, posiblemente debido en parte a la mala con-
servación. En todos los ejemplos descubiertos sólo se observaron seis colores: gris,
anaranjado, rojo, azul turquesa, amarillo y blanco. Todos los colores son claros y
vívidos; sólo el azul parece tener cierta tendencia a desvanecerse, ya que era mucho
más brillante cuando se lo encontró en la excavación que más tarde, cuando las
muestras se habían secado.
El método por el cual se aplicó la pintura decorativa resulta bastante evidente en
una cantidad de los especímenes conservados, y es idéntico a la técnica que se ha
denominado de seudocloisonné y a la moderna técnica de la “laca” de los indios ta-

3
Ekholm, 1940b.
4
El señor Volney H. Jones, del Laboratorio de Etnobotánica de la Universidad de Michigan, ha exa-
minado muestras de estas capas de pintura, y con su autorización reproducimos aquí su valioso informe,
el núm. 178 del Laboratorio de Etnobotánica.
Como el señor Jones consideró posible que ciertas sustancias orgánicas pudiesen ser reconocibles
todavía en la pintura, también le hicimos llegar una muestra de aje, como el que usan los modernos
artesanos de la laca en Michoacán, y que se adquirió en Uruapan.
El informe del señor Jones se inserta a continuación:
Mineral: El material principal de estas pinturas es mineral. Es blando y al frotarlo entre los dedos
resulta casi tan suave como el talco. Se trató un trocito de cada muestra con ácido clorhídrico a tempera-
tura ambiente. La reacción fue inmediata y el material inorgánico se consumió, con excepción de unos
cuantos cristales de cuarzo. Esto sugiere que el material es calcita con inclusiones de unos pocos granos
de arena. El pigmento no se consumió.
El doctor Frederick R. Matson, curador adjunto de cerámica de este museo, examinó el material con
un microscopio de polarización. Bajo polarización aparece como calcita con inclusiones de cuarzo. Hay
también un material no polarizante, al parecer el pigmento.
Estas pruebas indican de manera bastante concluyente que el mineral es calcita. En una carta del
15 de enero Ekholm informa que los modernos trabajadores de la laca de Michoacán “usan lo que se ha
descrito como dolomita, molida muy fina”. No consideramos que el material de los ejemplares actuales
pueda ser dolomita, ya que ésta reacciona con el HCl a temperatura ambiente y, bajo polarización, tiene
una apariencia diferente.
Pigmentos: Es muy poco lo que podemos decir con certeza de los pigmentos. No se disuelven con
HCl y permanecen como residuo, junto con la arena. Bajo el microscopio se ven como masas irregu-
lares, de color bastante intenso. Con el microscopio de polarización aparecen como áreas negras, no
polarizantes.

85
rascos de Michoacán. Primero se aplicó una capa de pintura sobre toda la superficie
del recipiente. Luego se cortó en ella el diseño, raspando toda la pintura que que-
daba dentro de él, aplicando pintura de otro color en las depresiones y alisándola
para que tuviese el mismo nivel que la capa original. Después se hicieron nuevos
cortes y se insertaron otros colores, ya fuese en la capa básica o dentro de las áreas
de color aplicadas en la primera operación. Al observar las capas de pintura en
sección transversal resulta fácil ver que los corte siempre se hicieron en ángulo, es
decir, un corte angosto tendría forma de V, y un canal más ancho mostraría los lados
inclinados de la misma forma. En varios casos, en los cuales la decoración consiste
simplemente en incisiones delgadas, como en la figura 18a, o donde no hay más
que pequeñas manchas de color (fig. 18, f) los cortes pueden no extenderse hasta
abarcar la capa básica de pintura.
Sólo en cinco de los ejemplares los fragmentos que se conservaron son lo bastan-
te grandes como para que pueda apreciarse la naturaleza de los diseños. Son sim-
ples formas geométricas como las de la figura 18, b; dos de ellos, uno de los cuales
se observa en la figura 18, d, tiene curiosos motivos geométricos libres, con ciertas
sugerencias de que representan figuras de animales convencionalizadas. Estos di-
seños no tienen ninguna semejanza con los de la cerámica extraída de la misma
excavación ni, que yo sepa, con los diseños comunes en alguna otra región. El tra-
tamiento de un fragmento (fig. 18, c) es totalmente diferente del de cualquiera de
los demás, ya que las áreas de color están separadas por delgadas líneas de pintura
gris, que es lo único que queda de la capa original. Es único también porque tiene
un diseño más sofisticado, al parecer de un ornamento estilizado de plumas, que

La pintura blanca no deja residuo de color al tratarla con HCl, lo que indica que no está pigmentada
y que es material calcáreo que se usa con su color natural.
Los pigmentos anaranjado y amarillo pueden ser derivados del hierro. Sería posible identificarlo si
químicos y petrógafos bien preparados dispusiesen de una cantidad suficiente de material.
Nota: Los pigmentos no se queman cuando se calienta la pintura al rojo vivo en un crisol, lo que
parece confirmar su naturaleza inorgánica.
Adhesivo y secador orgánicos: Cuando se aplican sustancias minerales y pigmentos a una superficie
orgánica, los medios como aceites y adhesivos son útiles para facilitar la aplicación, la adherencia y la
durabilidad de la pintura. Con este fin suelen usarse solventes orgánicos y aceites de secado rápido.
Sería de esperar que alguna sustancia de ese tipo estuviese presente originalmente en los especímenes
de Guasave.
La semejanza de la técnica del material de Guasave con el trabajo moderno de la “laca” de los indios
tarascos de Michoacán podría sugerir que los materiales del arte arqueológico serían los mismos que
los de la labor moderna (Ekholm, carta del 8 de enero). Los materiales que según se informa usan los
indios tarascos como medio orgánico son el aceite de la semilla de chía y una sustancia grasa obtenida de
insectos. Esta última, conocida como aje, ha sido analizada con cierta profundidad por nosotros (rept.
177, lab. no. 2715). Suponemos que las semillas de chía son de salvia (Salvia sp.), que contienen una
considerable cantidad de aceite.
Si llegaran a encontrarse rastros de aceite en los especímenes podría suponerse que en las pinturas
se había utilizado alguna sustancia grasa como las arriba mencionadas.
Hasta ahora nuestros esfuerzos por demostrar la presencia del aceite en las muestras no han tenido
éxito. No podemos determinar si ello se debe al hecho de que cualquier aceite presente puede haberse
separado o a que nuestras técnicas no han sido adecuadas para revelar algún aceite que pudiera estar
presente.

86
podría representar una serpiente emplumada convencionalizada. Está a la altura de
los diseños más elaborados que se encuentran en las vasijas de cerámica del sitio.
La técnica decorativa que hemos descrito aquí no es común ni bien conocida, y
todavía quedan ciertas dudas acerca del nombre con que debe designársela. Se ha
utilizado con frecuencia el que usa Spinden, cloisonée,5 pero se emplea con más
frecuencia el término seudocloisonné, a pesar de que en general se reconoce que
no es muy adecuado y que no describe suficientemente la técnica. Hemos intentado
encontrar un nombre más apropiado pero, como la técnica difiere en sus detalles
de cualquier otra forma conocida de decoración, ninguno parece realmente apto.
Con lo que más analogía tiene es con el cloisonée, por lo cual sugiero que descar-
temos el “seudo”, que carece de todo significado y retengamos la palabra cloison-
né, calificándola siempre con un adjetivo descriptivo. Lo ha hecho recientemente
Vaillant, para referirse a la cerámica que Charnay encontró en Tenenapango y de-
nominó cloisonné estucado. La “laca” de Uruapan se llamaría, entonces, cloisonée
laqueado, pero en este trabajo, en el cual me refiero a la técnica en general, y como
desconocemos los materiales reales utilizados en la mayoría de los casos, empleo el
término más incluyente de cloisonné pintado.
Entre los materiales que se extrajeron por dragado del cenote sagrado de Chi-
chén Itzá hay fragmentos de recipientes tanto de cerámica como de guaje elabora-
damente decorados con cloisonné pintado. Esos fragmentos de guaje, junto con
estas piezas de Guasave, son los únicos casos conocidos de guajes con esta clase de
decoración en depósitos arqueológicos. Indican que la artesanía que siguen prac-
ticando los indios tarascos de Michoacán es supervivencia de una forma de arte
empleada en tiempos prehistóricos con recipientes tanto de cerámica como de ma-
terial perecedero. Ese ejemplar único de Guasave (fig. 18, c) en el cual las áreas de
color están separadas por líneas delgadas de la pintura gris de la base puede com-
pararse directamente por su estilo, así como por su técnica, con la decoración cloi-
sonné pintada sobre cerámica que se halló en Estanzuela, Totoate y Chalchihuites.
Podemos afirmar que es una técnica que se usó por igual en guajes o en cerámica.
Debido en gran medida a las dificultades en materia de terminología, la biblio-
grafía sobre el cloisonné pintado es muy confusa y, para aclarar el significado de los
hallazgos de Guasave, incluyo aquí una lista de todas las apariciones conocidas de esa
técnica. Por técnica se entiende sólo el método de aplicación: la colocación de una
capa de pintura, el corte del diseño y el relleno con otros colores. El otro aspecto
de la técnica —los diversos materiales utilizados que aquí, a falta de mejor término
general, he llamado pintura— no se analiza en este momento.
A continuación hay una lista de todos los hallazgos conocidos de objetos deco-
rados con cloisonné pintado.

5
Spinden, 1928, p. 183.

87
distribución del cloisonné pintado

Estanzuela, Jalisco6

Treinta vasijas de cerámica en este museo. Pequeños cajetes hemisféricos con bases
anulares bajas, ollas pequeñas con la orilla curvada, algunas con un rostro modela-
do en una pestaña vertical que se extiende hacia arriba partir de la base. Pintura de
base gris; colores: rojo, blanco, verde; diseños: figuras con trajes de plumas, espira-
les, grecas escalonadas, escalones en damero.

Totoate, Jalisco7

Hay diez vasijas en este museo. Son cajetes hemisféricos con base angular baja.
Los colores básicos son verde y negro; colores: rojo, blanco y verde; diseños: líneas
horizontales, figuras simbólicas complejas. Hrdlička menciona haber encontrado
fragmentos con una decoración similar en Momax y Juchipila.

Chalchihuites, Zacatecas8

Cajetes hemisféricos con bases anulares altas. Color de la base, negro; colores: ver-
de, rojo, azul, blanco; diseños: grecas escalonadas, otras figuras geométricas com-
plejas.

La Quemada, Zacatecas9

No hay descripciones publicadas del cloisonné pintado de La Quemada, pero Ma-


son y Hrdlička mencionan haber visto fragmentos allí. Un tepalcate dibujado por
Batres parece haber sido decorado de esta manera.

Tenenepango, ladera del Popocatépetl10

La vasija representada por Charnay y Peñafiel está en el Museo Nacional de México.


Es un cajete trípode con decoración interior y exterior. La pintura base es gris oscu-
ro; colores: blanco, amarillo, azul, verde, rojo; diseño: geométrico, con excepción
de un rostro en el interior. Según Vaillant11 toda la cerámica encontrada en este
sitio corresponde definitivamente al periodo chichimeca.

6
Lumholtz, 1902, pp. 460-462.
7
Hrdlička, 1903, lám. 39.
8
Gamio, 1910, pp. 485-486.
9
Batres, 1903, l903, lám. 23; Mason, 1937, p. 130; Hrdlička, 1903, p. 440.
10
Charnay, 1888, pp. 171-173; Peñafiel, 1890, láms. 62, 63.
11
Vaillant, 1938, p. 545.

88
Azcapotzalco, D. F.12

Una vasija en este museo. El color de la base es gris; colores: rojo, azul turquesa,
amarillo, verde. Es probable que Spinden se equivoque al sugerir que este cajete
es de la época tolteca. Es más probable que represente el periodo intermedio o
chichimeca.

Culhuacán, D. F.

Un fragmento de cerámica decorada con el típico cloisonné pintado de este sitio se


encuentra en el American Museum of Natural History.

Snaketown, Arizona13

Muchos fragmentos de espejos. La decoración está en los bordes biselados o la


parte posterior de placas de arenisca que tienen mosaicos de pirita. El color de la
base es negro; colores: blanco, rojo, amarillo, azul claro. La técnica apareció en
Snaketown durante la fase Santa Cruz, entre 700 y 900 d. C, y no se usó después de
1100 d. C.

Sitio Grewe, Casa Grande, Arizona14

Se encontraron dos espejos completos del tipo que se reporta en Snaketown. La


parte posterior está cubierta con decoración cloisonné pintada; uno tiene la figura
de un hombre y el otro tres aves. El diseño muestra afiliaciones inconfundibles con
el arte “mexicano”.

Pueblo Bonito, Nuevo México15

Dos fragmentos de placas redondas de piedra arenisca. El color de la base es negro;


colores: rojo, amarillo, blanco. Es probable que sean fragmentos de espejos como
los de Snaketown.

Chichén Itzá

Se sacaron por dragado fragmentos tanto de cerámica como de guajes con decora-
ción de típico cloisonné pintado del cenote sagrado de Chichén; están en el Peabo-
dy Museum de la Universidad de Harvard.

12
Spinden, 1928, p. 184.
13
Gladwin y colaboradores, 1937, pp. 131-134.
14
Woodward, 1931; también comunicación personal de Arthur Woodward.
15
Pepper, 1920, pp. 51-52.

89
Sudamérica16

La técnica de cloisonné pintado se utilizó en Perú durante el periodo inca y el colo-


nial, y la mayoría de los museos grandes tienen alguna de las tazas de madera, keros,
con este tipo de decoración. En parte la técnica no es exactamente la misma que la
que se usa en México. El diseño se corta en la superficie de madera del recipiente y
esas depresiones se llenan con pintura. Sin embargo, cuando se añaden los demás
colores la técnica parece ser el verdadero cloisonné pintado, en el cual se corta la
pintura y se la rellena.

“Laca” mexicana moderna

Los dos centros de la labor de “laca” en México están en Uruapan y otros pueblos
de la región del lago de Pátzcuaro, en Michoacán, y en Olinalá, Guerrero. La técni-
ca decorativa utilizada en Michoacán es precisamente la del cloisonné pintado tal
como lo hemos descrito. La de Olinalá es diferente, porque se aplican dos capas de
pintura de colores contrastantes y luego se recorta la más superficial para formar
el diseño.
Posiblemente esta técnica decorativa se ha encontrado en otros sitios, pero sólo
en los casos arriba enumerados podemos estar seguros de cuál fue la técnica invo-
lucrada. Pepper menciona que la técnica se encuentra en la región del Pánuco, en
Veracruz,17 y parece probable que su observación sea correcta. En un trabajo recien-
te Zingg ha informado de decoración “cloisonné” en guajes de ciertas cuevas del sur
de Chihuahua, pero esta identificación no es segura.18 La distribución del cloisonné
pintado abarca desde el norte de Nuevo México hasta Sudamérica. En Mesoamérica
parece encontrarse principalmente en todo el occidente de México, y llegar hasta
el valle. Da la impresión de que la presencia de esta técnica en Sudamérica debería
considerarse evidencia de conexión cultural.
Una dificultad con algunos análisis previos de esta técnica es que no se ha rea-
lizado mayor esfuerzo por distinguir entre el cloisonné pintado y la decoración “al
fresco”; ambas técnicas son totalmente diferentes pero dan por resultado decora-
ciones de apariencia general similar. Cuando se trabaja al fresco, como su nombre
lo indica, se trata de una forma de pintar sobre una base de estuco preparada, que
no implica el método de recorte que constituye la operación esencial del cloisonné
pintado. Por lo menos en los ejemplares de Teotihuacán, el trabajo recuerda espe-
cialmente el cloisonné pintado, ya que el diseño está delineado con una estrecha
línea negra, igual que en esa técnica. La cerámica decorada al fresco tiene una

16
Nordenskiold, 1931.
17
Pepper, 1920, 51.
18
Zingg, 1940, pp. 38, 55. Estos ejemplares están en el Field Museum of Natural History. Reciente-
mente comenté estos hallazgos con el señor Zingg y parece haber ciertas dudas de que sea verdadero
cloisonné pintado tal como se lo describe en este trabajo.

90
distribución bastante amplia en Mesoamérica y se encuentra en lugares tales como
Teotihuacan, Holmul, Pusilhá, Guanacaste y muchos otros.19
Es muy probable que las técnicas de la pintura cloisonné y al fresco estén rela-
cionadas, pero en este momento no parece prudente especular con respecto a la
posible secuencia evolutiva. En general el trabajo al fresco de Teotihuacan da la
impresión de ser una imitación del cloisonné pintado pero, como señalaré más ade-
lante, nada del cloisonné pintado encontrado hasta ahora parece ser tan antiguo
como el periodo teotihuacano.
Toda la pintura cloisonné en cerámica del occidente de México está tan cer-
canamente vinculada en estilo y técnica que es posible que pertenezca a un único
horizonte temporal más o menos limitado. Lumholtz sólo describió varios ejempla-
res de Estanzuela, por lo cual algunos autores no han sido conscientes del hecho
de que en su colección del American Museum hay diez pequeñas tazas de base
anular que tienen exactamente la misma forma que las de Chalchihuites. La téc-
nica y el fondo gris o gris verdoso son idénticos en ambos sitios y hay una marcada
semejanza en el diseño. En los dos lugares se da una greca escalonada muy similar.
En Estanzuela hay una cantidad de ejemplares que tienen un diseño de escalones
compuesto por cuadritos, motivo común en la cerámica pintada rojo sobre bayo
de Chalchihuites, y que al parecer acompaña a las vasijas decoradas con cloisonné
pintado. Este motivo es raro en Mesoamérica y el único otro lugar donde aparece
es en la cerámica Cholula policroma.
Las vasijas de Totoate que tienen este tipo de decoración consisten en cajetes
hemisféricos abiertos, con base anular baja. Esta forma no se encuentra en los otros
dos sitios, pero la técnica decorativa empleada es precisamente la misma. En la
mayoría de los once ejemplares del American Museum los diseños son diferentes,
con énfasis en líneas paralelas delgadas, como las que aparecen en las partes ba-
jas de la que representa Hrdlička arriba, a la izquierda.20 No obstante, tres de los
ejemplares tienen diseños simbólicos complejos, y el representado por el autor a la
derecha muestra, evidentemente, un motivo convencional listado de serpiente. Los
elementos en zigzag en las paredes interiores de estas piezas se parecen de manera
notable a los del cajete que encontró Charnay en Tenenepango y que está ahora en
el Museo Nacional.
Como indiqué en otro texto, siempre que aparece la greca escalonada en Méxi-
co, en un complejo que puede fecharse, es posterior al inicio del periodo chichi-
meca o intermedio, que se ha ubicado alrededor de 1100 d. C. Los ejemplos de
esta greca que podríamos denominar “clásicos”, como los encontrados en Mitla,
aparecen en las vasijas de Chalchihuites y de Estanzuela. Desde luego, podría ser
el caso de que la greca sea más antigua en estos sitios que en cualquier otro lado,
pero parece poco probable. Mason ha considerado que el cloisonné pintado de
Chalchihuites está posiblemente en el nivel tolteca, puesto que muestra semejanza
con los frescos teotihuacanos, pero yo no encuentro el parecido. Por lo tanto mi

19
Linné, 1934, pp. 168-171.
20
Hrdlička, 1903, lám. 39.

91
conclusión es que nada del cloisonné pintado encontrado hasta ahora en México
puede considerarse anterior a alrededor de 1100 d. C. Es una evidencia más de
que indudablemente no se le puede dar al origen de la cultura Guasave una fecha
anterior a ésta. Un ejemplar de su cloisonné pintado se relaciona muy de cerca, por
su estilo, con el que se usa en la cerámica de las tierras altas occidentales, pero los
demás, hasta donde sabemos, son un desarrollo estilístico distinto.
La fecha de aparición más temprana de cloisonné pintado es en Snaketown,
Arizona, donde se encuentra en la fase Santa Cruz, entre 700 y 900 d. C. Hay ciertas
razones que permitirían considerar que éste fue su lugar de origen, pero a mí me
parece poco probable. Pese al hecho de que la arqueología del suroeste de Estados
Unidos se conoce infinitamente mejor que la de México, los ejemplos de cloison-
né pintado en esa región no son nada comunes. Añádase a esto el hecho de que
por sus detalles técnicos, por el uso de los mismos colores, separados también por
líneas grises residuales de una base de pintura de ese color, el material del suroeste
es muy parecido al de la altiplanicie occidental de México. Además, los dos espejos
del sitio Grewe tienen figuras que están por entero fuera de lugar en Arizona y que
se relacionan, obviamente, con el arte “mexicano”. La cantidad de espejos de pirita
que se han encontrado en Snaketown permite suponer que se fabricaron allí y, en
consecuencia, el cloisonné pintado era una técnica conocida en ese lugar, pero de
ser así se trataba de un conocimiento importado. Si los ejemplos provenientes del
sitio Grewe se hicieron en el suroeste, de México ha de haber llegado un influencia
mucho más pronunciada de lo que pensábamos previamente. No obstante, lo más
probable es que fuesen importados.
Sólo como suposición, se me ocurre que, puesto que las bases y bordes de los es-
pejos de pirita mesoamericanos solían hacerse de madera, es posible que estuviesen
decorados con cloisonné pintado —usado más tarde sobre una base de piedra— y
que tanto los espejos como la técnica del cloisonné pintado se introdujesen juntos
en el suroeste.
La cerámica decorada con cloisonné pintado se usaba en México con propósitos
ceremoniales o funerarios, presumiblemente debido a sus colores más brillantes,
pero, tal como ocurre con la decoración al fresco, no puede cocerse; por ello no es
básicamente una técnica cerámica. Parece probable que fuese original y principal-
mente una técnica decorativa utilizada en guajes u otros recipientes perecederos.
De ser así, es probable que nunca lleguen a recuperarse ejemplos suficientes como
para permitirnos reconstruir toda la historia de ese arte.

92
METALES

Objetos de cobre

En los entierros de Guasave encontramos 134 objetos distintos de cobre fundido.


Cascabeles. Se hallaron 111 cascabelitos redondos con un arillo para amarrarlos
(fig. 19, e, f). El conjunto más grande consistía en 87 piezas amarradas en hilera y
envueltas alrededor del tobillo derecho del esqueleto 29. El óxido de cobre había
preservado en parte el cordel con el que estaban atados los cascabeles, así como
un fragmento doblado de tela que al parecer formaba parte de una envoltura del
cuerpo. Otros ejemplos de este tipo de cascabel se han utilizado también como
parte de un collar, y en otro entierro pequeños grupos de seis cascabeles cada uno
se hallaban en una posición tal que sugería que habían estado en los brazos. Se en-
contraron cascabeles sueltos en tumbas, sin una relación especial con el esqueleto,
y uno apareció en un entierro de olla.
Estos cascabeles varían considerablemente de tamaño. El diámetro promedio de
los cuerpos es de aproximadamente 1.3 cm (fig. 19, e). El más pequeño mide alre-
dedor de 0.8 cm y el más grande 2 (fig. 19, f). Los cascabeles que se representan en
la ilustración tienen una forma un poco más regular que la mayoría, ya que muchos
tienen ambos lados juntos de tal modo que la ranura se cierra excepto en los dos
extremos. Casi siempre en la parte superior del aro hay una pequeña proyección
que presumiblemente implica la posición del conducto del molde a través del cual
se vertía el metal en el proceso de fundido. Todos tienen piedritas que sirven de
resonadores.
El doctor W. C. Root, del Bodwin College, de Maine, tuvo la gentileza de electro-
lizar uno de estos cascabeles, con lo que eliminó la costra de óxido. En este ejem-
plar es fácil ver que la porción del cuerpo que está arriba de la ranura tiene burdas
bandas. Supuestamente la cera que formó el modelo del cascabel se había dispuesto
en bandas, método conocido como técnica wirework.
Dos cascabeles redondos con una proyección rígida (fig. 19, h) hallados con el
esqueleto 89 formaban parte, al parecer, de un collar que también incluía varios
cascabeles del tipo más usual, con un aro para colgarlo. El cuerpo de estas piezas
no difiere pero, en lugar de tener un aro o un ojillo para colgarlo tienen una única
proyección rígida. En ambos casos miden aproximadamente 1 cm del largo y 0.3
de diámetro. Al parecer están completos y su parte superior no está rota. No se
había mencionado previamente el hallazgo de este tipo de cascabel; resulta de gran
interés, ya que con esta forma debería ser más fácil de difundir; tipológicamente
representa una forma menos desarrollada que la de los que tienen aros para su
unión. En Guasave se encontraron junto con cascabeles del tipo con aro en uno de
los entierros que estaba a mayor altura en el montículo, de manera que en realidad

93
son de aparición tardía. Sin embargo pueden haber sido fabricados en una época
muy anterior y representar una etapa temprana del desarrollo de las técnicas de
fabricación de cascabeles. Me limito a sugerir esta posibilidad.
Con el esqueleto 151 se encontró un cascabel grande (fig. 19, g). Está bien hecho
pero, a diferencia de los ejemplares más pequeños, es simétrico y está bien acabado.
La sección superior tiene crestas horizontales, lo que indica que, por lo menos en
esta parte, se empleó la técnica wirework. La parte más baja del cuerpo está cubierta
de verruguitas redondas que parecen ser de cobre sólido y que posiblemente for-
men parte de la superficie original. El resonador es una piedrita.
Orejera. Ésta se halló unos 50 cm a la izquierda del cráneo del entierro 28. Su
identificación como ornamento para el lóbulo es incierta (fig. 19, b). Consiste en un
cilindro que se va adelgazando hacia una punta; la parte más grande es de wirework
abierto. El borde del extremo mayor se enrolla hacia afuera, y la proyección lateral
en el extremo más pequeño tiene una labor abierta, que forma algo así como los
rayos de una rueda. Debido al recubrimiento de óxido de cobre no puede deter-
minarse ninguno de los detalles de la fabricación, pero presumiblemente se fundió
en una sola pieza.
Anillo. Éste se encontró en la tierra excavada, de manera que no se conocen
sus asociaciones (fig. 19, a). El anillo consiste en una banda sólida de 0.8 cm de
ancho y 2 cm de diámetro. La extensión lateral representa evidentemente un rostro
rematado por un tocado ornamental. En algunos lugares queda claro que se hizo
con la técnica de wirework, pero en otros el procedimiento está oculto por un estado
avanzado de oxidación.
Collar. Alrededor del cuello del esqueleto 132 se encontró un collar consistente
en 12 cuentas tubulares de cobre (fig. 19, d), cinco botones de cobre pequeños
(fig. 19, c) y cuatro pendientes de turquesa, y que en total tenía una longitud de 31
cm. Las cuentas tubulares están muy oxidadas, pero es evidente que no se hicieron
enrollando una lámina martillada de cobre, y que es probable que estén fundidas.
Los botoncitos están extraordinariamente bien hechos. Por su forma, cada uno de
ellos es un pequeño cono truncado con un reborde redondeado alrededor de la
orilla superior e inferior. La tira que atraviesa la parte posterior, hueca, parece ha-
ber sido soldada, pero es probable que eso se deba a que así se la hizo en el modelo
de cera.
Placa plana. Con el esqueleto 138 se encontró un rectángulo delgado y plano de
cobre, que medía 6.5 cm de largo y 3 cm de ancho. Sólo dos de las esquinas están
redondeadas, y da la impresión de que se cortó de una pieza más grande. Probable-
mente sea una hoja martillada.
Análisis. No tenemos indicios de la forma de los moldes ni de los hornos en los
que se fundió o trabajó de alguna otra forma el cobre en Guasave ni en ningún otro
lugar de la costa oeste. Si consideramos los vínculos muy cercanos que la cultura
de Guasave tenía con otras culturas del centro de México, no sería difícil afirmar
que todos estos objetos fueron importados del sur. Sin embargo, de igual manera
podemos suponer que las técnicas de fundido y elaboración de moldes, así como
ciertas tradiciones de formas, se trajeron del sur y que el trabajo mismo se realizó en

94
figura 19. (a, 502M; b, 230M; c, d, 30.2-5101; e, f, 30.2-5108; g, 675M; h, 30.2-5106). Objetos de cobre.
(Todos a tamaño natural.)

Guasave. Es difícil obtener información específica sobre la aparición de minerales


de cobre en esta región, pero sé que se han encontrado algunos. Se requerirá un
estudio más detallado para poder determinar si existen minerales apropiados y si
los artefactos encontrados en Guasave se elaboraron en esta región.
De varias otras áreas se ha informado de orejeras muy similares a la encontrada
en Guasave. En Hervideros, 150 km al noroeste de la ciudad de Durango, Mason1
colectó dos idénticas a la nuestra, salvo que no tienen la extensión lateral. Asimis-
mo, en el Museo Nacional de México hay dos ejemplares de Texmelincan, Guerre-
ro, que tienen casi exactamente el mismo diseño pero son cerca del doble de gran-
des. Esta aparición rara pero amplia de la misma forma bastante compleja puede
atribuirse posiblemente al comercio procedente de alguna fuente.
Los anillos de cobre aparecen con bastante frecuencia en México. Nuestro ejem-
plar se parece a algunos de Michoacán, que se encuentran ahora en el Museo Na-
cional, los cuales tienen una banda ancha y un escudo de un lado. No obstante, las
analogías más próximas que encuentro son con los anillos de Veracruz ilustrados
por Strebel.2 Nuestro anillo está en mal estado de conservación y no permite un
examen detallado, pero la forma general y la estructura de wirework son muy pare-
cidas, sobre todo a los números 13 y 16 de Strebel, el segundo de los cuales es de

1
Mason, 1927, figs 2b, 3.
2
Strebel, 1885-1889, vol. 1, lám. xvi.

95
Cerro Montoso. También hay una similitud marcada con los anillos de oro y plata
hechos con técnica de alambre encontrados en la tumba 7 de Monte Albán.3
No he hallado referencias publicadas a las cuentas de cobre tubulares ni a los bo-
toncitos que aparecen como parte de un collar. Estoy seguro de que los botones son
únicos, pero se encuentran cuentas parecidas. La colección de este museo contiene
cuentas de oro de forma semejante.
El único cascabel grande de Guasave es exactamente de la misma forma que tres
procedentes de Atoyac, Jalisco, y de otros, al parecer de la misma región general,
colectados por Lumholtz. Los cascabeles de cobre más pequeños tienen también
sus contrapartes exactas en algunos de la colección Lumholtz y en otros de Calix-
tlahuaca, estado de México. También se asemejan mucho algunos de los cascabeles
hallados en el suroeste de Estados Unidos.
Creo que estas comparaciones indican con claridad que los habitantes de Gua-
save poseían ciertas técnicas avanzadas para el trabajo del cobre que habían obte-
nido en el sur, o bien que recibían esos ornamentos a través del comercio. En los
objetos de cobre encontrados, y tal como se indica en muchos otros elementos de
su cultura, esta relación se daba con grupos culturalmente avanzados y cronológica-
mente tardíos del centro de México.
Se le ha prestado muy poca atención a los objetos de cobre hallados en México,
de manera que si no se hace un estudio detallado de mucho material inédito y
de otro mal descrito, resulta imposible hacer un análisis preciso de las afinidades
culturales indicadas por los artefactos de Guasave. En los sitios aztecas del valle de
México es raro encontrar objetos de cobre, que al parecer son mucho más comunes
en la región de Michoacán y Jalisco, así como también, posiblemente, en Oaxaca y
Veracruz. Sólo se han establecido secuencias cronológicas en el valle de México y
en Oaxaca; en ninguno de los dos lugares se ha sabido de la presencia de cobre en
épocas preaztecas, alrededor de 1100 d. C. No se ha informado de su presencia en
sitios toltecas o arcaicos.
Esta ausencia de toda aparición definida de objetos de cobre en depósitos vincu-
lados con los horizontes tolteca o arcaico no lleva necesariamente a la conclusión,
según creo, de que en México no se conociesen las técnicas para trabajar el cobre
antes del año 1100 d. C. Sabemos muy poco de esos periodos previos en la mayor
parte de México. Al parecer el uso del cobre nunca fue muy común en ningún lugar
del país, aunque era más frecuente en la altiplanicie occidental, y es necesario hacer
excavaciones más intensivas en esa región antes de poder llegar a alguna conclusión
firme respecto al momento de su aparición en México.
Para cualquier análisis de la distribución de las técnicas del cobre fundido es de
gran importancia la aparición de cascabeles de cobre en el suroeste de Estados Uni-
dos. En las excavaciones de Snaketown se encontraron 28 cascabeles de cobre en
una casa de la fase Sacatón, que de acuerdo con la cronología de ese sitio se ubica
en algún momento entre 900 y 1100 d. C.4 Gladwin y sus colaboradores, basando sus

3
Caso, 1932, figs. 45a, 45b.
4
Gladwin y colaboradores, 1937, p. 164

96
conclusiones en esta aparición relativamente temprana del cobre fundido y en los
análisis que llevó a cabo W. C. Root, han afirmado que esos cascabeles fueron fabri-
cados, probablemente, en el suroeste, o en las culturas mexicanas septentrionales
que pertenecen al complejo del suroeste.
Esta conclusión puede ser correcta, pero me parece que tienen que tomarse en
cuenta otros factores, como los siguientes:
1] Pese a la inmensa cantidad de excavaciones que se han realizado en Arizona
y Nuevo México, se han hallado relativamente pocos objetos de cobre fundido, y los
mismos han sido, principalmente, ejemplares individuales, aislados, lo que sugiere
una gran rareza y que se trataba de objetos de comercio.
2] Desde el punto de vista tipológico, muchos de los cascabeles del suroeste son
exactamente iguales a los hallados en diversos lugares de México. Muy pocos se
han ilustrado o descrito, pero los de Pueblo Bonito5 y Chihuaha,6 por ejemplo, son
idénticos a los de Guasave y Jalisco. Se requeriría un estudio tipológico en profun-
didad de mucho material inédito para corroborar este punto, pero parece que, en
general, no se observarían distinciones marcadas entre los cascabeles “del suroeste”
y los “mexicanos”.
3] La teoría de que los cascabeles de cobre se hicieron en el suroeste de Esta-
dos Unidos no se ve para nada corroborada por los análisis de Root, ya que, según
afirma, los objetos que examinó eran del valle de México, y también “se han anali-
zado tan pocos objetos del norte de México que es difícil definir los límites entre
la metalurgia del suroeste y la del centro de México. Puede ser tan al sur como
Michoacán.”7
Por lo tanto, el trabajo en metal del suroeste no necesariamente se distingue del
de las culturas del centro de México, entre las cuales hay que incluir a Michoacán.
Si consideramos estos factores, me parece poco probable que el fundido del
cobre y el trabajo con moldes se inventaran o se practicaran, siquiera, en el suroes-
te. Tal vez se lo realizara en forma limitada, pero de ser así las técnicas y diseños o
modelos tienen que haber sido importados del sur, como lo indican las semejanzas
tipológicas de los cascabeles. El hecho de que no se hayan encontrado suficientes
casos de aparición de cobre fundido en México no debe considerarse, por el mo-
mento, como un argumento concluyente en contra de la teoría.
Según se señala en el último capítulo de este trabajo, la cultura Aztatlán del
norte de Sinaloa llegó demasiado tarde como para haber sido la fuente del cobre
que se encuentra en la fase Sacatón de Snaketown, pero podría haber sido la fuente
de los objetos de cobre hallados en los horizontes tardíos del suroeste. Parece ra-
zonable suponer que la turquesa hallada en Guasave podría haberse obtenido por
intercambio de cascabeles de cobre con el norte. Los cascabeles eran comunes en la
cultura Casas Grandes de Chihuahua, y su origen más probable es el comercio con
la región central de México.

5
Pepper, 1920, p. 269.
6
Sayles, 1936, lám. 19.
7
W. C. Root, en Gladwin y colaboradores, 1937, p. 276.

97
Galena

Con tres esqueletos diferentes se hallaron tres trozos pequeños de galena, dos más
o menos del tamaño de un grano de maíz y uno más pequeño. La identificación
del material fue llevada a cabo por el doctor Frederick H. Pough del American
Museum, por observación y por pruebas específicas de gravedad. Es posible que se
encuentre galena en las rocas mineralizadas cercanas a Guasave. Estos fragmentos
no tienen un significado conocido, aparte de que se los puede haber conservado
simplemente porque eran un material atractivo.

Molibdenita

Adheridas al interior del cajete que se observa en la figura 13, d, hay una cantidad
de motas de una sustancia metálica blanda, color plomo. Donde forma una capa
delgada se ve gris mate, pero donde es más gruesa muestra la superficie brillante
del plomo recién cortado. Este material fue analizado por cortesía tanto del señor
Ignacio Marquina como del doctor Pough, y se descubrió que era sulfato de molib-
deno, conocido en general como molibdenita.
La presencia del metal no se observó hasta que se terminó de lavar el cajete, de
manera que es imposible saber con exactitud cuánto había originalmente. Sin em-
bargo, el fondo del cuenco se mantuvo bastante limpio gracias a una capa de hueve-
cillos de insectos, y si hubiese habido mucha más molibdenita presente, se hubiera
advertido en el momento de la excavación. Se adhería al interior del cajete, no era
parte de la cerámica, ni parece haber sido depositada de forma accidental.
Por cortesía del señor John L. Case, de El Fuerte. Sinaloa, he sabido que, aunque
la molibdenita no se encuentra en Sinaloa en cantidades comerciales, hay algunos
pequeños depósitos muy buenos en diversos sitios a lo largo del río Fuerte, co-
rriente arriba de El Fuerte. Podría considerarse que es un material que se consigue
localmente.
No estoy al tanto de algún significado especial que pueda haber tenido este tipo
de molibdenita. Se presenta de manera natural como escamas en diversas rocas
cristalinas, y supuestamente se colectó tan sólo por tratarse de un material de pro-
piedades poco usuales.

Pirita de hierro

Encontramos un collar de cuentas de pirita de hierro y pendientes de turquesa


alrededor del cuello del esqueleto 89, y lo que parecía ser un collar similar, de
cuentas más pequeñas de pirita, cuentas de turquesa y pendientes de concha, cerca
de la parte correspondiente al cuello del esqueleto 129. La pirita de hierro se había
corroído, en gran medida, para formar una corteza amarillenta, de modo que al
encontrarla las cuentas estaban pegadas entre sí en la posición en la que yacían. Su
forma se puede observar en el material corroído; son discoidales, aproximadamente
de 5 a 6 mm de diámetro y 2.5 mm de grosor, con ciertas variaciones de tamaño.

98
El material fue identificado por el doctor F. H. Pough como pirita de hierro,
y la corteza corroída como sulfato de potasio y hierro, lo que los mineralogistas
conocen como jarosita. Es probable que la fuente del potasio fuese el suelo, que se
supone era de origen volcánico. La preservación de artefactos de pirita de hierro,
entonces, depende en gran medida de la ausencia de potasio que, cuando está pre-
sente, altera el material.
Las cuentas de pirita de hierro son raras en América. Plancarte reporta haber
hallado algunas en Zamora, Michoacán,8 pero ésta es la única referencia bibliográ-
fica a cuentas de ese material que he logrado encontrar. En el museo de la Univer-
sidad de Arizona hay una sarta de cuentas de pirita de México, pero no tiene una
procedencia exacta.

8
Plancarte, 1893, p. 81.

99
OBJETOS DE PIEDRA

Objetos de alabastro y ónix

Vaso globular de alabastro. El alabastro es blando y fácil de cortar; sin embargo esta
pieza indica una considerable destreza en las técnicas del tallado en piedra. El gro-
sor promedio del vaso que se encontró con el esqueleto 151 (fig. 16, e) es apenas de
aproximadamente 4 mm, y la única sección más gruesa es la de la esquina superior
de la parte globular. Los lados del recipiente están decorados con 22 ranuras o aca-
nalados, encima de los cuales hay una delgada ceja que sale del cuello del vaso, todo
ello cortado con mucha habilidad y regularidad.
Jarro de alabastro en forma de barrica. Este jarro (fig. 16, d), que se halló con el
esqueleto 89, tiene paredes de 5 a 6 mm de espesor. La pieza no es simétrica. En
sección transversal horizontal es ovalada, y el lado que queda a la derecha de la
foto es convexo de arriba abajo, mientras que el opuesto es casi recto. El fondo es
prácticamente plano, y tiene tres pies cortos, dos en forma de óvalos alargados y el
tercero cuadrado, con las orillas redondeadas.
Figurilla de alabastro (?). Se trata de una pieza ovalada (que no se ilustra) de 6.5
cm de largo, plana por una de las superficies pero redondeada en el resto. Las su-
perficies están muy erosionadas, y no es posible tener la certeza de que fuese una
figurilla, ya que el relieve de la superficie redondeada sólo sugiere que pudo haber
estado tallada con la forma de una cara.
Fragmento de alabastro. Es un fragmento redondeado de 3 cm de diámetro que tal
vez fuese el pie de una vasija (no se ilustra).
Fragmento de vasija de ónix con bandas. Se trata de un fragmento de lo que parece
haber sido un recipiente cilíndrico (fig. 20, c). En el exterior, tallado en alto relieve,
hay un elemento curvo, con un extremo más grande que otro. Sin duda se trata de
un trozo de la pared de una vasija, pero todos los bordes parecen haberse pulido y
alisado como si el fragmento tuviese valor en sí mismo.
Tubo de ónix rayado. El propósito de este objeto (fig. 20, b) se ignora. No tiene hue-
llas de fuego, que podrían haber sugerido su empleo como pipa. Está en extremo
bien hecho y acabado. El exterior está ligeramente maltratado por la exposición a
los elementos, pero la perforación tiene un pulido muy brillante. El objeto se quedó
en México y no se realizó ningún análisis especializado del material. Parece tener las
características del ónix rayado pero, de ser así, se trata de una pieza atípica, ya que
tiene inclusiones de cristales de cuarzo, que se proyectan en lugares de una superfi-
cie que, de no ser por eso, sería lisa, ya que en el proceso de tallado sólo se alisaron.
Al considerar estos objetos lo primero es señalar la diferencia entre el ónix raya-
do y el alabastro. El ónix rayado, ónix mexicano, tecali, mármol tecali o mármol de
Tehuacán, son todos nombres del mismo material. Las principales canteras están en

100
la ciudad de Tecali, en el estado de Puebla, y suelen considerarse la principal fuente
de los objetos de ónix rayado que se encuentran en todo el país. En Zacatecas y
Durango se han encontrado depósitos de una piedra similar, pero no parece haber
evidencias de que se hayan explotado en la época prehispánica.1 El ónix rayado es
un carbonato de calcio, una aragonita,2 que entra en efervescencia con ácido y, con
esta prueba, puede distinguirse del alabastro. El alabastro es un yeso denso, sulfato
de calcio, mucho más blando que el ónix y que puede rayarse con la uña.3 Es de
aparición frecuente y se encuentra, según creo, en el occidente de México.
Los dos objetos de ónix rayado que se encontraron en Guasave están bien con-
servados y en gran medida mantienen sus superficies pulidas y tersas. Los de ala-
bastro, en cambio, se han desintegrado considerablemente; las superficies están
picadas y ásperas. El vaso globular está corroído por entero en todo el lado que
quedaba hacia arriba cuando se lo cubrió con tierra.
Nunca se habían encontrado objetos de alabastro u ónix en la costa oeste. En
la colección Lumholtz hay un fragmento del fondo de un jarrito de alabastro de
Tepic. Hasta donde sé es el único objeto de alabastro hallado en México, aparte de
los ejemplares de Guasave. Vasijas y otros objetos de ónix son comunes en Oaxaca,
Veracruz y Centroamérica, y se han encontrado en puntos dispersos muy al oeste,
hasta Atoyac, Jalisco.4 En un principio se pensó que los recipientes de Guasave ha-
bían sido importados del sur pero, como están hechos de alabastro, ahora no parece
factible. En mi opinión se los hizo en el lugar y con materiales locales. Parece proba-
ble que la idea de hacer recipientes de piedra blanca fuese introducida desde el cen-
tro de México, y que el único material disponible en la costa oeste fuese el blando
alabastro, inferior al ónix rayado del interior. En este sentido el fragmento de vasija
de ónix resulta interesante ya que evidentemente se trataba de una pieza apreciada,
una muestra del tipo de piedra que no se conseguía en Sinaloa. Al parecer es un
fragmento del vaso del mono o de otros vasos efigie que tienen una distribución tan
amplia en Mesoamérica,5 y el diseño en relieve sería la cola curvada. También es
posible que el jarro alto en forma de barrica sea una versión simplificada del mismo
vaso efigie. Tiene aproximadamente la misma forma que esos recipientes, y los dos
pies alargados se parecen a los de algunos de los jarros con monos. El vaso globular
(fig. 16, e) no se asemeja a ningún otro vaso de piedra de México, pero tiene un
acanalado no muy diferente del de varias de las vasijas del sitio de Guasave.

Ornamentos de turquesa

Se hallaron 17 pendientes y 82 cuentas de turquesa. Los pendientes se encontraron


con ornamentos para orejas y brazos, y, junto con las cuentas, como collares, ya fue-
se solos o con cascabeles de cobre o cuentas de piedra.

1
Kunz, 1907, p. 49.
2
Ibid., p. 49.
3
Le agradezco al doctor F. H. Pough, del American Museum, la identificación de estos materiales.
4
Jarra fragmentaria de mono en la colección Lumholtz, The American Museum of Natural History.
5
Véase Joyce, 1916.

101
figura 20. (a-e, 30.2-4978, 1087M, 30.2-5090, 694M, 656M; f-p, 30.2-5074, 5068, 5050, 5081, 5073, 5057,
5058, 5061, 5079, 5064, 5075; q, 249M). Objetos de piedra. (a, tamaño natural; todos los demás a 1/4
del tamaño natural.)

102
La mayoría de los pendientes son más o menos rectangulares, en general de
unos 9 × 12 mm, y de 2 a 3 mm de espesor. La mayoría tiene una perforación bicó-
nica cerca de un extremo. Varios son bastante más grandes; uno mide 24 × 22 mm;
un lado es todo matriz y el otro una hermosa turquesa azul con chispitas de matriz.
Otro pendiente grande mide 20 mm de lado y 6.5 de espesor. Varios pendientes
triangulares pequeños están perforados en una esquina. Uno está perforado en dos
y otro, además de tener una perforación en una punta, tiene perforaciones que se
conectan de un lado, como en los botones que se cosen por detrás, por un pequeño
aro que sale de una de las caras. Uno tiene los lados biselados y es posible que fuese
un fragmento de mosaico retrabajado; varios muestran muescas en las orillas.
Todas las cuentas son lisas, discoidales. En su mayoría son pequeñas, con un
diámetro promedio de 3.5 mm y poco más de 1 mm de espesor. Varias son dimi-
nutas. Un fragmento parece haber sido parte de una cuenta grande, de 15 mm de
diámetro y 9 mm de grosor.
En la época de la conquista española los aztecas y otros pueblos del centro de
México usaban mucha turquesa, sobre todo como material para hacer mosaicos
en máscaras, escudos y otros objetos.6 Con frecuencia se ha sugerido que toda esa
turquesa se importaba del suroeste de Estados Unidos, pero Saville7 y Caso8 han
llegado a la conclusión de que eso no es probable. La cantidad de turquesa utilizada
era demasiado grande para haber recorrido tanta distancia, y los documentos de
tributos aztecas indican que se la adquiría en el sur, probablemente en la región
de Guerrero y Oaxaca. En esas zonas no se han encontrado minas de turquesa que
muestren indicios de explotación prehispánica, pero ésta tampoco es una objeción
válida a esta teoría, ya que gran parte del área nunca se ha explorado arqueológi-
camente. En el norte o el oeste de México no se presentan depósitos de turquesa,
con excepción de algunos, al parecer poco importantes, en Durango y Sonora,9 que
presumiblemente no se trabajaron en la época prehispánica. Estos problemas del
origen y el comercio de la turquesa podrían resolverse, en mi opinión, con un cuida-
doso análisis mineralógico de la turquesa del suroeste y la mexicana, o de su matriz,
si tales análisis se dirigiesen hacia los problemas específicos de los arqueólogos.
Sobre la base de consideraciones puramente tipológicas, menos precisas, parece
probable que la turquesa que se encuentra en Guasave pudiese haberse originado
en el suroeste. Las cuentas pequeñas se encuentran con frecuencia tanto allí como
en toda Mesoamérica. Los pendientes, por su forma y apariencia general, no pue-
den distinguirse de los que se hallan comúnmente en las excavaciones en el suroes-
te pero que están casi por entero ausentes en Mesoamérica.
Castañeda informa que cuando Guzmán estaba en Sinaloa oyó hablar de comer-
ciantes indios que hacían viajes de cuarenta días hacia el norte para cambiar plumas
finas por ornamentos.10 Eso fue tal vez dos siglos después de la cultura Guasave,

6
Saville, 1922.
7
Saville, 1922, p. 28.
8
Caso, 1932, p. 25.
9
Pogue, 1915, p. 48.
10
Winship, 1896, p. 472.

103
pero los pendientes de turquesa de ese sitio parecen indicar que en su época existía
una ruta comercial como ésa hacia el suroeste. Además de las plumas, tal vez tam-
bién se exportaran hacia el norte cascabeles de cobre, pero hasta donde sabemos el
único producto que regresaba a México era la turquesa.

Implementos de piedra con retoque

Los implementos de piedra con retoque estaban totalmente ausentes en el sitio de


Guasave. Sauer y Brand señalaron la falta de herramientas retocadas de piedra en
los sitios de Sinaloa en general,11 pero Kelly encontró navajillas de obsidiana retoca-
da en Chametla.12 Hacia el norte, en toda Sonora, son bastante comunes las puntas
de flecha y otras piezas. Si bien el uso de implementos de piedra con retoque era sin
duda de menor importancia, no parece probable que no se los utilizara en absoluto
en la cultura Guasave, y probablemente se los hubiese hallado si se hubiera hecho
una búsqueda más a fondo de los sitios residenciales.

Navajillas de obsidiana

Se hallaron tres navajillas completas y cuatro fragmentos. Las navajillas son del tipo
tan común en el centro de México, lascas largas y angostas desprendidas con un
solo golpe de un núcleo preparado, y con bordes muy filosos, sin retoque.
Dos de las navajillas completas se localizaron junto con el esqueleto 29, y la otra
con el 92. Los cuatro fragmentos se hallaron también con esqueletos, por lo general
acompañando cuentas de concha. Parece que incluso los fragmentos de las navaji-
llas se consideraban de cierto valor.
Las dos navajillas más grandes son de material y forma similares, 15.4 y 15.5 cm
de largo, relativamente anchas, y constituyen ejemplos excelentes de su género.
El material está levemente ampollado y no es por entero liso, como el de la otra
navajilla y el de todos los fragmentos. La navajilla que se encontró con el esqueleto
92 mide 13.3 cm de largo y es más bien angosta. Todas las navajillas tienen sección
transversal trapezoidal, y si se las ve a contraluz el material es gris, tal vez con un
ligero matiz verde.
En el sitio Huatabampo, de Sonora, se encontraron varios fragmentos de navaji-
llas hechas con la misma técnica, pero fuera de allí no se han localizado en ningún
lugar hacia el norte y nunca se informó de ellas en el suroeste de Estados Unidos.
Si se toma en consideración la rareza de la obsidiana en Guasave y la calidad de las
pocas navajillas que había, resulta probable que se las hubiese importado del sur.
Pueden haber provenido de la región del altiplano ya que, por lo que sé, en Sinaloa
nunca se han encontrado los núcleos de los que se desprenden esas navajillas. En
Chametla las navajillas de lasca largas, de ese tipo, son tardías, y es probable que no
se las conociese en Sinaloa antes de la llegada de los pueblos mixteco-poblanos.

11
Sauer y Brand, 1932, p. 32.
12
Kelly, 1938, p. 61.

104
Pipa de piedra

Este objeto (fig. 20, q) se encontró cerca de Guasave cuando se construía un cami-
no. Está hecho de una piedra roja blanda y friable, y pesa 2.5 kg. Supuestamente
es una pipa, y en ese caso tiene que haberse usado colocándola en el piso y con un
tubo como boquilla. No necesariamente pertenece a la cultura Guasave.

Ornamentos pequeños

Pendiente. Un guijarro negro, plano, está perforado en un extremo para formar un


pendiente (fig. 20, e).
Placa pequeña. Un fragmento de una delgada laja de pizarra tiene bordes serra-
dos y biselados (fig. 20, f).
Cruz de piedra. Esta pequeña cruz (fig. 20, d), hecha de una piedra dura, similar
al pedernal, es lisa y muy pulida. Se encontró junto al esqueleto 160. Su propósito se
desconoce. Sin embargo cruces similares tienen una distribución interesante y sin
duda indican comercio entre esta región y el área del suroeste. Una cruz de forma
parecida pero hecha de una piedra tosca, semejante a la lava, se encontró en super-
ficie cerca de Topolobampo, Sinaloa. Otros hallazgos de ejemplares individuales de
este pequeño objeto se realizaron en el norte de Chihuahua,13 Pitiquito, norte de
Sonora,14 el sitio de Gila Pueblo, en Globe, Arizona,15 y el sitio Gleason, en el sureste
de Arizona.16
Cuentas de piedra. Junto con el esqueleto 94 se encontraron 33 cuentas de pie-
dra. Son discoidales, de bordes redondeados y planas por los lados. Están cortadas
de una roca arcillosa blanda.

Metates

Los metates usuales en la cultura Guasave eran delgados y frágiles, y sólo se encon-
traron fragmentos pequeños. Consistían en un bloque de lava vesicular que, a juzgar
por los restos, sólo medían entre 1.5 y 3 cm de espesor. Por similitud con ejemplares
de otros lugares de Sinaloa parece que eran bastante grandes, algo cóncavos en
dirección longitudinal y planos en el sentido del ancho, sin borde elevado. Oímos
hablar de un metate encontrado en el sitio que tenía pies que parecían muñoncitos,
supuestamente como los que se reportan de Chametla. Todos los fragmentos nos
dieron la impresión de no tener pies.

13
Sayles, 1936, lám. xviig.
14
Lumholtz, 1912, lám. frente a la p. 142.
15
Observado en el museo de Gila Pueblo.
16
Fulton y Tuthill, 1940, lám 20a.

105
Manos

Las manos son largas y esbeltas, y se extendían más allá del borde del metate. Sólo
vimos una mano completa que se encontró cerca de Guasave, pero los fragmentos,
como el que se aprecia en la figura 20, h, ilustran el tipo. Suelen estar bien forma-
dos, hechos de lava vesicular, así como de piedras de un tipo más denso.
Cerca del sitio se halló un machacador con dos superficies de trabajo ligeramen-
te convexas.
La forma del metate y la mano que se usan en Sinaloa son, desde luego, com-
pletamente distintas de cualquiera de los tipos del suroeste, y similares a los que se
utilizan en el centro de México.

Tejolote

Se halló un pequeño tejolote —o mano de mortero— de lava vesicular con el esque-


leto 127, que era un entierro de bulto.

Hachas

No se encontraron hachas en las excavaciones, pero se obtuvieron 14 que habían


sido recogidas en los campos, en las inmediaciones del sitio. Nosotros encontramos
algunas, pero la mayoría nos las dieron los cultivadores de la zona, de manera que
no se conoce su procedencia exacta. Sin embargo parece que en gran medida son
productos de la cultura Guasave.
Las hachas se dividen en dos grupos:
1. Lisas (cuatro ejemplares)
Una de ellas (fig. 20, o) está hecha con el extremo de una mano de metate; las
otras de delgadas lajas de piedra o, posiblemente, lascas grandes. Se le dio forma
a la piedra mediante golpecitos, y luego se afiló la hoja hasta obtener un borde
cortante. La más gruesa de las hachas mide 2.3 cm de espesor, y una apenas llega
a 1.4 cm. Al parecer se las enmangaba con un trozo de piel que cubría el extremo
posterior, ya que el pulido de los bordes ásperos no se extiende sobre esa sección.
2. Hachas ranuradas en tres cuartas partes del diámetro.
El tipo más común es el hacha pequeña y redondeada que se observa en la figura
20, k. Tiene sección transversal oval. Una, en sección, es redonda y tiene una marca-
da ranura en los bordes interior y exterior de la hoja (fig. 20, l). Varias más son bas-
tante grandes. Hay un hacha efigie ranurada en las tres cuartas partes del diámetro.
Observamos que esta combinación de hachas lisas y con tres cuartas partes de
cintura continúa hasta adentrarse en Sonora. Parece probable que el estilo de cin-
tura en las tres cuartas partes del diámetro viniese del suroeste de Estados Unidos
y se dispersase hacia el sur, por México, mientras que el estilo liso, común a las
culturas de Mesoamérica, se difundiese hacia el norte. En la costa oeste están repre-
sentados ambos tipos.

106
Pulidores de astiles

Se encontraron dos en las cercanías del sitio de Guasave. Uno es una piedra rectan-
gular parecida al granito con una única ranura bien pulida. El otro está hecho de
lava vesicular. Está bien escuadrado, tiene una ranura bien pulida de un lado y una
extensión en un borde (fig. 20, p). Este rasgo de la pestaña en un borde no parece
haber sido mencionado en ningún otro lado.

Bolas de piedra

Cerca del sitio 117 se encontraron dos bolas de piedra del mismo tamaño, aproxi-
madamente 5 cm de diámetro.

Aro de piedra

Cerca del sitio 117 se encontró un aro en forma de rosca (fig. 20, n). La perforación
es bicónica, ya que se taladró desde ambos lados, y de una cara a la otra se extiende
una delgada ranura.

Piedras para pulir

Una es de cuarzo con una superficie convexa, sumamente pulida; la otra, con for-
ma de hacha lisa, está trabajada cerca del extremo. Ambas se encontraron con
entierros.

Piedras de afilar

Hay dos de pizarra granulosa; el extremo de una de ellas se adaptó para formar una
cabeza de animal (fig. 20, g).

Piedras alargadas

Resultan de interés cuatro guijarros alargados, porque se encontraron en tumbas.


Todos miden más o menos lo mismo: 8 cm de largo.

Pesas de piedra

Se trata de cuatro guijarros pequeños y más bien planos, con muescas en los extre-
mos opuestos, para poder amarrarlos (fig. 20, i). Uno se encontró en una tumba,
los demás en la superficie y en el relleno. Muy probablemente fuesen pesos para
redes.

107
OBJETOS DE CONCHA

En Guasave la concha se usó mucho para hacer ornamentos. El sitio se ubica sólo
a unos 25 km de la costa, de manera que podrían disponer de todas las conchas
que aparecen en la orilla. E incluso a esta distancia tierra adentro parecen haberse
usado los mariscos como alimento, ya que en los sitios residenciales de las cercanías
del montículo abundan bastante las conchas de ostras y almejas.

Cuentas

Cuentas discoidales y bilobuladas. Éstas aparecen en grandes cantidades en algunas


tumbas (fig. 21, a, b). Están bien hechas y las de cada grupo son de tamaño bastante
uniforme. Es evidente que las cuentas más grandes se cortaron de conchas gruesas
de almejas, ya que ocasionalmente en el borde alcanza a verse parte de las ranuras
de la concha.
En el entierro 29, sobre todo alrededor de la cabeza y los hombros del esqueleto,
pero también cerca de las extremidades inferiores, encontramos casi dos mil cuen-
tas discoidales grandes, la mayor de las cuales se aprecia en la figura 21, a. Forman
una sarta de 5 m de longitud. Otro conjunto grande de cuentas ligeramente más
pequeñas se halló, en combinación con cuentas bilobuladas, con el esqueleto 89.
Yacían en hileras paralelas a lo largo de los brazos, normalmente con una cuen-
ta bilobulada entre cada tres redondas. Hay varios conjuntos de cuentas discoida-
les medianas, y tres de otras muy pequeñas; las cuentas discoidales más pequeñas
siempre están acompañadas por alguna de las bilobuladas del mismo tamaño. Un
conjunto de las cuentas más pequeñas se halló en los tobillos del esqueleto 68, en
hileras paralelas y formando una capa sólida. Crean una sarta de 3.7 m de largo, y
son aproximadamente 3 600. Una de cada seis es de la variedad bilobulada.
Las cuentas bilobuladas varían un poco de forma y van desde las claramente
bilobuladas a otras simplemente alargadas (fig. 21, b).
Cuentas en forma de diente. Se encontró un solo conjunto pequeño de cuentas de
esta forma (fig. 21, f) alrededor del tobillo izquierdo del esqueleto 29. Fueron cor-
tadas de concha blanco rosáceo, al parecer la columna de un caracol de mar.
Cuentas talladas. Son las cuentas de concha más elaboradamente labradas, y no
permiten ver ninguna porción de la superficie original de la concha (fig. 21, g). No
había informes previos de esta forma.
Cuenta globular pequeña. Se encontró sólo un espécimen de este tipo, y mal con-
servado (fig. 21, l). Resulta interesante porque su forma se asemeja un poco a la de
los cascabeles de cobre.
Cuentas tubulares. Un tipo (fig. 21, c) se talló de la columna de un caracol de mar.
Las otras dos consisten en secciones de Vermetus.

108
Pendientes

Los dos grandes pendientes circulares (fig. 21, u, v) se encontraron con el esque-
leto 29.
El que se observa en la figura 21, j, es uno de dos pendientes hallados dentro
de la olla funeraria 46. Al parecer están hechos de grandes conchas de bivalvo que
tienen un ancho borde elevado. Uno de ellos está en el centro del pendiente y se lo
ha perforado de manera transversal.
El de la figura 21, s, es uno de dos largos aretes encontrados en posición en el
entierro 181.
Los de la figura 21, i, k, son pendientes simples y en la colección sólo se encontró
uno de cada uno.

Brazaletes

En el húmero izquierdo de los esqueletos 29 y 39 había una hilera de 19 brazaletes


de concha. Los de un grupo son delgados y delicados, y están muy bien hechos (fig.
21, t). Los del otro son relativamente anchos y planos, pero todos tienen una orna-
mentación similar de un diseño simple grabado (fig. 21, r). El brazalete de la figura
21, q, se encontró varios kilómetros al sur del sitio 117.

Concha parcialmente labrada

Bastante numerosas son las conchas de diversos tamaños, parecidas a los caracoles
de mar, que no tienen otra alteración que una perforación a los lados para poder
colgarlas. En un caso, once conchas del tipo que se observa en la figura 21, p, forma-
ban un collar que rodeaba estrechamente el cuello del esqueleto. A otras conchas
más alargadas (fig. 21, h) se les ha cortado el extremo para formar dijes.

Artefactos misceláneos de concha

La figura 20, o, representa una de un conjunto de 50 placas, todas semejantes, que


se nos dijo se habían hallado en una excavación varios kilómetros al norte del sitio
117.
Dispersas alrededor de un esqueleto había una cantidad de placas de concha del-
gadas, de forma irregular, que al parecer se utilizaron en un trabajo de mosaico.

Análisis

Si bien se han descrito ampliamente los ornamentos de concha del suroeste de


Estados Unidos, hay pocos datos publicados sobre objetos de este tipo del centro
de México, y las comparaciones con aquella área sólo pueden ser sugerencias. Des-
conozco qué tipos de ornamentos de concha se encontraron en Culiacán, y no se
reportó ninguno de Chametla.

109
figura 21. (c-p, 30.2-5048, 5047, 5005, 5006, 5003, 5010, 5030, 5029, 5026, 5027, 5023, 5028, 5009,
5015; q, 1081M; r-t, 30.2-4990, 5025, 4991; u, 270M; 30.2-5008. También se dejaron en México muestras
de casi todos los tipos). Objetos de concha (a-g, l, q, tamaño natural; todos los demás a 1/2 del tamaño
natural.)

110
En general, la cantidad de trabajo en concha que había en Guasave recuerda
más la cultura hohokam del sur de Arizona que las culturas del centro de México.
Además, hay una analogía específica con la labor de conchas hohokam. La cuenta
bilobulada es una forma que abunda en los sitios hohokam del sur de Arizona, pero
hasta donde he podido cerciorarme, está totalmente ausente de México, excepción
hecha de Chihuahua. El brazalete que tiene tallado el rostro (fig. 21, q) sugiere un
poco la labor de concha hohokam, sobre todo porque ese tipo de talla no se ha
encontrado hacia el sur en México. Los demás brazaletes de concha, especialmente
los más delgados y delicados, se asemejan mucho más a los del suroeste que cual-
quiera que haya visto de sitios mexicanos.
Prácticamente en toda Mesoamérica y el suroeste de Estados Unidos se encuen-
tran cuentas discoidales, pendientes de diversos tipos y conchas parcialmente traba-
jadas, por lo que son elementos de poco valor diagnóstico.
La talla en concha era también un arte bien desarrollado en la cultura Huata-
bampo del sur de Sonora, donde asimismo pueden observarse semejanzas con la ta-
lla en concha de los hohokam. Parece probable que las culturas de la cerámica roja
del sur de Sonora y norte de Sinaloa puedan haber sido los intermediarios a través
de los cuales ciertos estilos de tallado de conchas, y quizá también el interés por el
uso de ellas como medio, llegaron a los pueblos de cultura Aztatlán de Sinaloa.

111
OBJETOS DE HUESO

En la excavación de Guasave se hallaron sólo tres artefactos de hueso, y todos pa-


recen haber sido dagas. Una consiste en un trozo redondo de hueso de 2 cm de
diámetro y 22 cm de largo, biselado de un lado para formar una punta larga y agu-
da. Los otros dos son hojas delgadas y delicadas, de 17 y 14 centímetros de largo,
respectivamente. Se cortaron de los lados de huesos largos, están bien realizados
y tienen filo en ambos bordes. Uno tiene, cerca del extremo romo cuadrado, una
perforación redonda para colgarlo.
Estos implementos no muestran desgaste como el usual en los punzones. El pri-
mero que mencionamos se encontró en la mano derecha del esqueleto 29 y, si
consideramos la naturaleza ceremonial del entierro, no es probable que fuese una
herramienta utilitaria. Los otros dos, hallados también con enterramientos, son de-
masiado delgados y delicados como para haber sido implementos muy útiles. Es
posible que en la cultura Guasave se usasen con más frecuencia herramientas de
hueso de lo que indican estos pocos implementos, ya que lo que encontramos en
las tumbas son sobre todo objetos ceremoniales.
No parece posible hacer ninguna comparación tipológica específica. En gene-
ral, podría decirse que en toda Mesoamérica se usaba poco el hueso para hacer
herramientas, si lo consideramos en relación con la gran cantidad que usaban los
anasazi del suroeste de Estados Unidos. Desde este punto de vista la cultura ho-
hokam del sur de Arizona se distingue de la anasazi y se asemeja más al patrón
mesoamericano.

112
MATERIALES PERECEDEROS

Textiles

Los únicos materiales textiles recuperados fueron los que se habían conservado
gracias al contacto con artefactos de cobre. El fragmento más grande consiste en
varios dobleces de tela que se encontraron sobre los 87 cascabeles de cobre que te-
nía atados al tobillo el esqueleto 29. El fragmento mide por lo menos 8 por 20 cm, y
en parte está en muy buen estado. Supuestamente es una sección de una tela con la
cual se envolvió el cuerpo. Todas las superficies de la tela, entre todos los dobleces,
están completamente cubiertas con ocre rojo pulverizado. Es obvio que no era un
tinte, ya que no penetró en el interior de los hilos, y al parecer sólo se frotó sobre
la superficie de la tela. En una cantidad de entierros se encontraron manchitas o
cristales muy pequeños de ocre rojo, y no deja de ser probable que proviniesen de
telas coloreadas de manera similar y que han desaparecido por entero.
Esta tela es fuerte y de tejido apretado; se parece a nuestra lona. Está hecha
de algodón; los hilos miden aproximadamente 0.5 milímetros de grosor y están
retorcidos en la dirección de las manecillas del reloj. Es lo que se conoce como
una tela común, con un tejido simple de un hilo por arriba y uno por abajo. Hay
aproximadamente once hilos de trama y siete de urdimbre por centímetro. Los de
la urdimbre se golpearon firmemente juntos, de manera que los que están visibles
en la superficie son sobre todo los de la trama. No se incluía ningún fragmento del
borde.
Con el esqueleto 107 se hallaron varios fragmentos pequeños de tela que en
conjunto no medían más que unos cuantos centímetros cuadrados. Esta tela es muy
semejante a la que se describió arriba, con excepción de que aquí los hilos estaban
retorcidos en sentido contrario a las manecillas del reloj. El tejido parece ser algo
más abierto, pero puede deberse a la mala conservación. Un trocito pequeño de la
orilla muestra que los hilos de la trama simplemente se doblaban hacia atrás.

Cordel

De los 87 cascabeles de cobre que se encontraron con el esqueleto 29, treinta y


nueve seguían sujetos en hilera con el cordel original de algodón. El mismo, que
mide aproximadamente 2 mm de diámetro, está hecho de cuatro de hebras más
delgadas. Los cascabeles estaban atados en hilera usando dos cordeles, uno que
pasaba a través de los anillos y otro por fuera, y que se cruzaban entre cada cascabel,
con dos o más nudos.

113
Cestería

Las cestas tejidas en espiral parecen haber sido un elemento importante de la cul-
tura Aztatlán, puesto que logramos detectar su presencia en nueve entierros del
montículo, tanto profundos como más altos. Las fibras mismas no se conservaron
en ninguna de ellas, pero un alquitrán o una sustancia gomosa de la que estaban
recubiertas perduró en forma de un material blando, negro, parecido al carbón. Tal
como ocurrió con los guajes pintados, ese material quedó preservado en el lugar
mientras que el que constituía la cesta misma fue sustituido por tierra, y lo único
que podía verse eran dos capas negras delgadas, separadas entre sí más o menos por
un centímetro, y con forma de recipiente. Cuando encontramos el primero de estos
casos supusimos que era una cesta tejida en espiral, ya que la superficie externa e
interna de los recipientes eran relativamente lisas, mientras que las superficies que
estaban entre ellas eran onduladas, como cabría esperar de cestas tejidas en espiral
hechas con una base de fibras, o manojos de fibras grandes. Esto fue confirmado
en un ejemplar que se halló más tarde, en el cual una sección de tierra del interior
de la cesta se desprendió, y la sustancia negra formó un molde de la superficie in-
terior. En este ejemplo preservado es posible ver que los manojos eran redondos,
de unos 7 mm de diámetro, y que estaban cosidos con un elemento plano, con dos
o 3 mm de separación, y con puntadas separadas 5 mm. Este elemento de costura
da la impresión de envolverse alrededor de un manojo por vez, pero cabe suponer
que incluía una porción del manojo de abajo. La naturaleza de lo que formaba el
manojo no ha podido determinarse.
Las cestas que fue posible medir iban de 24 a 35 cm de diámetro. Las formas
eran indeterminadas, aunque resultó evidente que una de ellas era globular, su-
puestamente con una abertura pequeña para la boca, mientras que otra contenía el
gran vaso de alabastro y tiene que haber tenido una boca grande.
En seis entierros se encontraron restos, casi con certeza de petates. Era posible
verlos como moldes en la tierra; tenían un tejido de dos por encima y dos por de-
bajo de delgados elementos planos de unos 3 mm de ancho. Al parecer se los había
usado para envolver los cuerpos, ya que los restos se encontraron tanto encima
como debajo de los esqueletos.
Dos vasijas, de aproximadamente 20 cm de diámetro, estaban compuestas por
una sustancia negra blanda, de cuatro a 5 mm de espesor. La superficie era lisa y, a
diferencia del caso de la cestas, había una sola capa. No sabemos cuál era el material
original.

114
ALIMENTOS

Huevecillos de insectos

El cajete que se ilustra en la figura 13, d, ha recibido ya especial atención porque


en el interior había una cantidad de partículas de molibdenita. Estaba en posición
vertical junto al esqueleto 29. Cuando lo hallamos tenía en el fondo una capa de
más o menos 1 cm de una sustancia polvosa, cuya naturaleza fue difícil determinar.
Consiste en fragmentos de cascarones diminutos, los más grandes de los cuales mi-
den 1 mm de largo, y que son ligeramente más alargados que un huevo de gallina.
Su identificación como huevecillos de insectos no logró determinarse hasta que el
señor Ola Apenas, de la ciudad de México, nos proporcionó una muestra de huevos
de mosco. El doctor C. H. Curran, del Departamento de Entomología del American
Museum of Natural History, comparó las dos muestras y opinó que los cascarones
de Guasave son, en efecto, huevecillos de insectos. Sin embargo no fue posible iden-
tificar la especie correspondiente.
Los aztecas que habitan las costas orientales del lago de Texcoco en la actualidad
tienen varias maneras de utilizar los diversos insectos del lago, y comen tanto los
moscos como sus huevecillos, que son lo único que nos interesa aquí. En las aguas
bajas se dejan manojos de varas secas hasta que están completamente cubiertos por
los diminutos huevos de mosco. Se sacan las varas y se las deja secar, se las sacude
para recuperar los huevos, y se preparan de diversas maneras para comerlos. Los
huevecillos se conocen como ahuautli.
Por lo que sé, sólo se ha informado de la ingesta de huevos de insecto del lago
de Texcoco, en el valle de México. Esta técnica de recolección de alimentos puede
haber tenido una distribución mayor que la que conocemos, o el uso de huevos de
insecto en Guasave puede ser un caso más de un rasgo distribuido por los pueblos
de la zona Mixteca-Puebla del centro de México.
Al parecer los insectos sólo pueden producir un abasto valioso de alimentos en
el agua de los lagos salitrosos. En ellos hay pocas especies de insectos, pero son tan
numerosas que resulta practicable recolectarlos, como se hace en el lago de Tex-
coco. Hasta donde sé en la actualidad no hay cuencas salitrosas cerca de Guasave,
pero hay una cuenca cerrada, salada, a unos sesenta o setenta kilómetros, cerca de
la desembocadura del río Fuerte.

Peces

En cinco de los cajetes que acompañaban enterramientos se encontraron unas po-


cas espinas fragmentarias y algunas escamas de peces pequeños.

115
MATERIAL ESQUELÉTICO

En el montículo de Guasave estaban enterradas personas de ambos sexos y de todas


las edades. Aún no se ha hecho un estudio detallado del material esquelético que
pudo recuperarse, pero de la simple observación resulta evidente que los cráneos
son uniformemente braquicéfalos. El grupo parece haber tenido una estatura rela-
tivamente elevada.1

Deformación craneana

La deformación se daba de manera predominante en forma de achatamiento fron-


tal. Se lograba en distintos grados; en general el hueso frontal, desde justo encima
de las supraorbitales hasta cerca de la sutura coronal, tiende a ser plano. En algu-
nos casos la deformación es aún más pronunciada, y el frontal está presionado en
el centro para formar una concavidad. Esta deformación frontal da la impresión
de haberse producido, intencionalmente, con una tabla, más que de deberse a la
presión ejercida por transportar cargas con un mecapal. Los casos más extremos,
en los que el frontal tiene una verdadera depresión, podrían haber sido causados,
tal vez, por el uso de una almohadilla debajo de la tabla. No resulta posible aseverar
con certeza qué proporción de los cráneos tenían achatamiento frontal, pero esta-
ba presente en una gran mayoría de los que observamos. Sólo muy pocos parecían
tener una configuración normal en esa región.
Se advirtió cierta deformación occipital pero no era común, ni parece seguir un
patrón definido; en algunos casos hay un simple achatamiento occipital y en otros
un aplastamiento en la zona de la sutura lambdoide.
El achatamiento frontal era una característica común en el área maya. Se ve con
bastante frecuencia en los cráneos de la cultura arcaica del valle de México,2 pero
por lo demás no se ha informado de su presencia en materiales arqueológicos de
otros lugares de México, aparte del extremo sur. De los sitios más tardíos del centro
de México se ha recuperado muy poco material esquelético de cualquier tipo, por
lo que resulta imposible atribuirle mucha significación histórica a la presencia del
achatamiento frontal en Guasave. Sin embargo, parecería probable que el rasgo
1
Siempre que fue posible, cuando los esqueletos yacían estirados y sobre la espalda, se midió la es-
tatura con una cinta rígida de acero. Ésas medidas son primeras aproximaciones, ya que están presentes
muchos factores de perturbación, tanto en la longitud real del esqueleto en tierra como en la técnica
de medición. No obstante, por el interés que pueda tener, se incluye una síntesis de esas medidas: 19
varones con una estatura media de 1.69 m (variación 1.51-1.77); 14 mujeres con una estatura media de
1.59 m (variación 1.49-1.65).
2
Comunicación personal del doctor Harry L. Shapiro, del American Museum of Natural History,
que estudió el material esquelético recogido por el doctor George C. Vaillant en sitios del valle de
México.

116
haya sido más común en el altiplano de México lo que se ha demostrado arqueoló-
gicamente, y que, tal como ocurre con tantos elementos culturales encontrados en
Guasave, su origen deba buscarse en esa región. Según informa la doctora Kelly, el
aplastamiento frontal también era muy común en Culiacán.

Mutilación dentaria

La mutilación dentaria era una práctica bastante común en Guasave y se la observó


por lo menos en 15 individuos. Consiste en un simple limado, ya que no se advirtie-
ron ejemplos de incrustaciones con otros materiales. El tipo de limado más común
es aquel en el cual se usó un instrumento bastante ancho en el punto en el cual se
encuentran dos dientes. Esto elimina los extremos distales de los dientes, dejando
una punta aguda en el centro de cada uno. Lo habitual es que esto se hiciese con
los incisivos y caminos superiores e inferiores. Cuando esos dientes se desgastaban
mucho en los individuos de más edad, quedaba una pequeña muesca en ambas es-
quinas de cada diente. De acuerdo con el sistema de clasificación de Borbolla,3 este
aguzamiento de los dientes es tipo J. Los dientes de Guasave son muy parecidos a
los que aparecen en su foto de la lámina 1, figuras b, e.
En Guasave se encontraron varios casos de muescas. En uno de ellos un incisivo
central superior tenía una única muesca en el centro del borde distal (tipo A de
Borbolla). En otro cada uno de los incisivos superiores tiene una profunda muesca
de un lado, como en el tipo L de Borbolla, pero con la muesca mucho más profun-
da y más vertical.
En un individuo, además del aguzamiento, se realizó una ranura horizontal atra-
vesando la superficie del incisivo central izquierdo, lo bastante profunda como para
entrar a la cavidad pulpar. El otro incisivo central no está ranurado pero se ha lima-
do la superficie de la mitad distal. Este ranurado horizontal es un tipo de mutilación
que Borbolla no incluye.
A partir del estudio de Borbolla resulta claro que la mutilación de los dientes
por limado era un rasgo de amplia distribución en México. Tal vez resulte significa-
tivo para nuestro estudio el hecho de que la mutilación dentaria por aguzamiento
(tipo J) sólo se encuentra, fuera de Guasave, en Cholula y en Ojitlán, Oaxaca. El
tipo con muesca (A) tiene una distribución más amplia. No contamos con eviden-
cias para contradecir el supuesto de que el limado dental era un rasgo introducido
en Sinaloa desde el centro de México, tal vez con el movimiento de la zona de la
Mixteca-Puebla.

Ennegrecimiento de los dientes

Otra forma de decoración dentaria en Guasave era la coloración de los dientes con
una sustancia negra. Ésta da la impresión de ser alquitrán o bitumen, y se esparcía
sobre las superficies frontales visibles del diente. El ejemplar mejor conservado es

3
Rubín de la Borbolla, 1940.

117
una mandíbula inferior, en la cual la sustancia negra cubre los incisivos y se extien-
de hacia atrás para incluir ambos premolares de un lado y sólo uno del otro. En
otro caso al parecer no se ennegrecieron más que los incisivos superiores. En total
este rasgo se advirtió sólo en tres casos, lo que indica que puede haberse tratado de
una forma de decoración no usada habitualmente. Por otro lado, tal vez la sustancia
no siempre se conservó igual y puede representar una costumbre más común de lo
indicado por el número de nuestras observaciones. Posiblemente fuese una costum-
bre funeraria, en la cual la sustancia negra se aplicaba después de la muerte.
Hasta donde sé, este rasgo no se ha mencionado previamente respecto a mate-
riales arqueológicos.

Cráneos trofeo

Otro rasgo cultural observable en el material esquelético es la conservación de crá-


neos, posiblemente como trofeos. Dos cráneos adicionales que se encontraron con
el entierro 29, y uno con el 166, estaban totalmente cubiertos con pintura roja. En
el entierro 123 se halló la mitad frontal de otro cráneo extra que, pese a no estar
pintado, también da la impresión de ser un cráneo trofeo.
Con un examen superficial se observó que estos cráneos no son físicamente di-
ferentes de los de la población de Guasave, y tal vez no fuesen verdaderos trofeos.
Sin embargo se los había secado y conservado, como lo indican la pintura roja y el
hecho de que estaban un poco mejor preservados que los huesos de los entierros a
los que acompañaban. Por lo que sé, no se ha informado de hallazgos similares en
otros lugares de México.

118
DATOS MISCELÁNEOS Y RESULTADOS
DE LAS EXCAVACIONES DE GUASAVE

Estratigrafía

Demostramos antes que la estratigrafía de los entierros en el montículo de Guasave


indica que hubo cambios en el tipo y orientación de los entierros a lo largo de cierto
tiempo. Sin embargo, lamentablemente estos cambios no pueden correlacionarse
con transformaciones de los estilos cerámicos y de otros artefactos, porque se colo-
caron muy pocos objetos con los primeros entierros. Los pocos que se hallaron con
ellos no difieren visiblemente de los que aparecen con los enterramientos posterio-
res, y parece probable que se tratase de cambios en las costumbres funerarias sin
las modificaciones correspondientes en los estilos de la cerámica y los artefactos. Es
una situación curiosa, ya que en general las prácticas funerarias parecen ser rasgos
más estables que, por ejemplo, los estilos en materia de alfarería.
La única posibilidad de mostrar cambios en los tipos cerámicos a través de la
estratigrafía de los entierros se encuentra en las vasijas halladas con los esqueletos
29, 46 y 166. Éstos no se cuentan entre los más profundos que hay en el montículo,
pero sin duda fueron los más tempranos del grupo que mostraba la cabeza orienta-
da hacia el norte, y con ellos estaba mejor representada la cerámica roja de Guasave
y la policroma de Amole. Esto sugiere que tal vez se tratara de estilos ligeramente
anteriores que los que se encuentran en los niveles más altos el montículo. Es posi-
ble que represente una secuencia menor que en algún momento pueda observarse
en otros sitios.
Las evidencias parecen indicar que la mayor parte del material de Guasave que
hemos descrito puede considerarse perteneciente a una fase cultural, que hemos
denominado cultura Guasave. La mayoría de las vasijas de cerámica se encontraron
con entierros que están en los niveles superiores del montículo, y los diversos tipos
de la misma se traslapan, ya que aparecen piezas idénticas en varias tumbas, lo que
indica contemporaneidad también de otros estilos. Desde luego, los entierros se
llevaron a cabo a lo largo de un tiempo, en el transcurso del cual sin duda tuvieron
lugar cambios culturales, pero se trata de cambios menores sobre los cuales no
tenemos datos, y es necesario considerar a toda la fase como una unidad. Además,
existe la impresión de que esta fase fue, en Guasave, relativamente breve. Los sitios
residenciales no muestran una ocupación muy intensiva ni larga, y los entierros en
el montículo no parecen haberse efectuado a lo largo de mucho tiempo.
Las siguientes listas indican el número de vasijas completas de cada tipo que se
encontraron en algunas de las tumbas mejor dotadas, lo que muestra la contempo-
raneidad de los tipos:

119
Entierro 21 Entierro 149
Vasijas Vasijas
completas completas
Guasave rojo 4 Guasave rojo sobre bayo 1
Guasave rojo sobre bayo 4 Guasave rojo 1
Cerro Izábal grabado 1 Jarro pequeño sin pies 1
Guasave policromo 1 El Dorado inciso 1
Sinaloa policromo 1 Cajete de “rostro de animal” 1

Entierro 28 Entierro 184


Aztatlán policromo 5 Guasave rojo 2
Cerro Izábal grabado 1 Sinaloa policromo 2
Nío policromo 1 Cerro Izábal grabado 3
Jarro negro (Aguaruto inciso) 1 Guasave rojo sobre bayo 3

Entierro 29
Guasave rojo 13
Amole policromo 2
Burrión policromo 1
Aguaruto inciso
(atípica, véase la fig. 8, o) 1
Lisa pesada 1

Un importante problema estratigráfico que aún está por resolverse es la relación


de las culturas de cerámica roja con el complejo Aztatlán. En una de nuestras calas,
en el punto donde el antiguo canal del río más se aproxima al camino que pasa
al norte del montículo, no se encontraron tepalcates Guasave rojo sobre bayo, y
había un porcentaje mayor de Guasave rojo. Ésta, supuestamente, representa una
fase cultural anterior en el sitio de Guasave, pero no logramos encontrar depósitos
estratificados para comprobar que efectivamente así era.
Parece probable que antes de la época del complejo Aztatlán la mitad norte
de Sinaloa estuviese ocupada por pueblos de una cultura mucho más simple, que
elaboraban una cerámica roja como la Guasave o la Huatabampo roja y piezas sen-
cillas. Definitivamente no había ninguna cultura comparable en complejidad con
los complejos Aztatlán o Chametla temprano.
Es verdad que tenemos una imagen bastante sesgada de la cultura Guasave, ya
que la mayoría del material de nuestras colecciones representa los aspectos ceremo-
niales-religiosos de la vida, y sabemos poco de los rasgos que se centran en torno a
la existencia cotidiana. La cerámica encontrada en los sitios residenciales consiste
casi por entero en la pesada lisa y la roja, un pequeño porcentaje de Guasave roja
y Guasave rojo sobre bayo, y unos pocos tepalcates de los diversos tipos policromos

120
incisos. Supuestamente éstos eran los tipos cerámicos de uso diario; se verá, enton-
ces, que no había una dicotomía estricta entre lo sagrado y lo profano, ya que jarros
y cajetes rojo sobre bayo y rojo se usaban muy comúnmente como ofrendas funera-
rias. No obstante, la cerámica policroma elaborada parece haber estado destinada
de manera bastante estricta a usos ceremoniales.

Casas

En ningún lugar de las excavaciones se encontró evidencia alguna de viviendas y, de


hecho en ningún lugar de Sinaloa se han hallado restos claros de casas. En Culia-
cán la doctora Kelly hizo extensas excavaciones en sitios residenciales y, según creo,
sólo encontró unos cuantos huecos de postes que podrían haber sido de viviendas.
Las habitaciones tienen que haberse hecho con materiales sumamente perecederos,
pero incluso en ese caso podríamos esperar encontrar pisos y hoyos de postes. Tal
vez no sean fáciles de ver debido a que el suelo del fondo del río es de textura muy
uniforme y friable. El terreno no es tan firme como la arcilla y no muestra diferencias
de textura o de color que pudiesen marcar con facilidad los niveles de los pisos.

Escoria y hornos

En el relleno del montículo y en los campos circundantes abundan los fragmen-


tos irregulares de arcilla quemada. Son grises; algunos están quemados hasta tener
aproximadamente la misma dureza que la cerámica, pero con mayor frecuencia
tienen la textura de piedra pómez o de escoria de roca que se hubiese fundido por
entero. Este material se encuentra en una cantidad de sitios de esta región, muchas
veces restringido a una parte del sitio. En un sitio cercano a la desembocadura del
río Sinaloa se encontraron varios “lomos de tortuga” de arcilla, trozos casi circulares,
parcialmente fundidos. Una de las ollas de los entierros del montículo descansaba
sobre tres grandes terrones de cerámica quemada. Estos hechos hacen que parezca
posible que todos estos fragmentos de cerámica quemada sean partes de soportes
rotos de ollas trípodes. En las llanuras sedimentarias está totalmente ausente la pie-
dra, y tal vez fuese más cómodo fabricar soportes de arcilla para los fuegos que traer
piedras de 15 km de distancia. No obstante, ésta no es una explicación totalmente
satisfactoria de este material de arcilla quemada o escoria, ya que parece que tienen
que haberse alcanzado temperaturas excesivas para fundir la arcilla hasta convertir-
la en algo que se asemeja mucho a la escoria volcánica.
En tres de nuestras mejores trincheras en sitios residenciales dimos con lo que
parecían haber sido hornos formados de estos fragmentos rotos de cerámica que-
mada o escoria. El único que daba la impresión de estar completo consistía en una
capa circular de fragmentos de 1.5 m de diámetro y aproximadamente 20 cm de
grosor. Los fragmentos de cerámica quemada estaban compactados. Todo el horno
había sido sometido al fuego, ya que los tepalcates que se encontraron dentro de él
estaban sumamente quemados, el suelo se había vuelto rojo por el fuego, y había
una pequeña cantidad de cenizas y carbón vegetal. Resulta imposible sugerir el

121
propósito de estos hornos a menos que asumamos que se asemejaban a los hoyos
de mezcal del sureste de Estados Unidos, donde el material a cocerse se colocaba
sobre piedras recalentadas y todo se cubría con tierra. Eran definitivamente cons-
trucciones, y no simples desechos debidos al uso del fuego. Eran muy numerosos;
los campesinos de las zonas cercanas a este sitio se quejaban de que había lugares en
los que la tierra parecía estar casi llena de estas capas de arcilla quemada.

122
CONCLUSIONES

Un rasgo notable de la cultura Guasave es que se produjo tal diversidad de artefactos


y tipos cerámicos. Tal vez esto se deba a que la cultura Guasave, como la mayoría de
las altas culturas de Mesoamérica, no sólo consistía en ese complejo de rasgos que se
centran en torno a la existencia cotidiana, sino también en otro complejo más o me-
nos separado relativo al ceremonial religioso. Como nuestras excavaciones se reali-
zaron en un montículo funerario, lo que recuperamos fueron esencialmente rasgos
correspondientes a esta segunda categoría, aunque desde luego es imposible saber
con precisión cuál era la división entre ambas. Se trata de una distinción importan-
te ya que, por ejemplo, constituye una de las diferencias básicas entre las culturas
mesoamericanas más desarrolladas y otras como la de los anazasi, en el suroeste de
Estados Unidos, donde la mayoría de los objetos pequeños son utilitarios, aunque
en general alcanzan significación ceremonial porque se los coloca en las tumbas. El
complejo hohokam difiere del anazasi y se acerca al patrón mesoamericano, ya que
hay mayor énfasis en los objetos ceremoniales.
Tal vez, sin embargo, una razón más significativa de la gran diversidad de estilos
en la cultura Guasave es que no parece haber sido un complejo unificado de ras-
gos, el resultado final de un largo periodo de evolución cultural, sino una cultura
formada por la fusión reciente de varias tradiciones o corrientes culturales distintas
que no habían tenido tiempo de consolidarse en un complejo unificado de ese tipo.
En el análisis de la cerámica y de otros artefactos hemos considerado su relación
con todos los objetos o estilos similares donde quiera que aparezcan, en otras áreas,
y realmente resulta obvio que la cultura de Guasave era ecléctica. En esta sección
procuraremos generalizar en lo tocante a los principales movimientos de culturas o
pueblos que dieron por resultado este grupo heterogéneo de rasgos culturales en
Guasave.
Tomaremos en consideración primero las relaciones y secuencias culturales lo-
cales dentro de Sinaloa que se indican a continuación:

Chametla Culiacán Guasave

Culiacán tardío
Culiacán medio
El Taste-Mazatlán Culiacán temprano
Complejo Aztatlán Complejo Aztatlán Complejo Aztatlán
Chametla medio
Chametla temprano

123
En el sitio Aguaruto, corriente abajo de Culiacán, la doctora Kelly estableció la
presencia de cuatro etapas sucesivas de cambio cultural. La cultura Guasave perte-
nece a la primera de esas etapas, el complejo Aztatlán. Los detalles de esta relación
no pueden analizarse a cabalidad hasta que se publique el informe de la doctora
Kelly sobre Culiacán, pero en conversaciones con ella y mediante el examen del ma-
terial de Guasave, ambos coincidimos en que la similitud es muy cercana. Hay algu-
nas diferencias locales pronunciadas. La cerámica rojo sobre bayo de Culiacán está
más pulida y el tratamiento del diseño es diferente que en la variedad de Guasave.
Entre los tipos de alfarería que están presentes en Guasave pero no en Culiacán se
incluyen el Guasave rojo, el Amole policromo, el El Dorado inciso, el Aztatlán po-
licromo, etc. La mayor variedad de tipos en Guasave indica diferencias reales en la
composición cerámica de esta fase en ambos sitios, pero sin duda se debe en gran
medida al hecho de que en Culiacán las excavaciones se realizaron en basureros, y
a que se encontraron muy pocos entierros acompañados por objetos. El complejo
Aztatlán estaba escasamente representado en Culiacán, y los sitios produjeron so-
bre todo materiales de las tres últimas fases. No obstante, pese a las diferencias, la
duplicación exacta de tipos tales como el Navolato policromo y el Aguaruto inciso
dan testimonio de la relación y la contemporaneidad de la cultura Guasave y la fase
Aztatlán en Culiacán, y podemos decir que la cultura Guasave formaba parte del
complejo Aztatlán.
El complejo Aztatlán parece haber estado más difundido por Sinaloa que cual-
quiera de las fases culturales anteriores o posteriores. En el sur se lo identificó
en Chametla y, de acuerdo con la doctora Kelly, cerámica correspondiente a este
complejo aparece en todo el sur de Sinaloa y la costa de Nayarit. Se encontraron
fragmentos de Guasave rojo sobre bayo y Navolato policromo en una cantidad de
sitios a lo largo de los ríos Sinaloa y Fuerte, pero ninguno hacia el norte, ya en
Sonora, con excepción de un tributario septentrional del Fuerte, justo al otro lado
del límite de Sinaloa. Esta uniformidad difundida de cultura en Sinaloa durante la
época del complejo Aztatlán se debió probablemente a los movimientos de pueblos
provocados por las estimulantes influencias de fuentes externas presentes en esa
época.
La distribución de la cultura Aztatlán en el norte de Sinaloa resulta sumamente
significativa porque al norte de Culiacán no hemos encontrado ni un solo tepalcate
de los tipos cerámicos definidos por Kelly que forman las fases sucesivas Culiacán
temprano, medio y tardío. Esto parece indicar, indudablemente, que al concluir la
época del complejo Aztatlán, Sinaloa, al norte del río Culiacán, no estaba ocupada
por pueblos que hiciesen cerámica pintada. La razón por la que pueblos de alta
cultura bien establecidos abandonaron los excelentes valles de los ríos debe encon-
trarse en la presión extranjera desde el norte. Los pueblos de cultura Aztatlán en
los ríos Fuerte y Sinaloa fueron destruidos o empujados hacia el sur, hasta el valle de
Culiacán. Esta situación coincide bien con ciertas evidencias históricas de la época
de la conquista española, en el sentido de que los pueblos civilizados y establecidos
del valle de Culiacán no se extendían más hacia el norte. Los pueblos del valle de
Sinaloa eran sumamente diferentes de los de Culiacán y de los que estaban más

124
hacia el sur porque eran menos numerosos, de hábitos más rudos, y hablaban un
lenguaje diferente.1 No parece improbable que la regresión hacia el sur de los pue-
blos Aztatlán fuese resultado de la presión de tribus menos civilizadas, los cahítas,
que, sobre la base de otras evidencias, se han considerado más recién llegados al
área, y procedentes del norte.2
Pese a la gran diversidad de tipos y estilos de artefactos de la excavación de Gua-
save, resulta claro que todos fueron fabricados por un grupo de personas, miem-
bros de una unidad cultural. Indudablemente no se trata de un terreno funerario
utilizado por diversos grupos, lo que podría haber explicado la diversidad cultural.
Es más probable que sea resultado de la amalgama de tres líneas o complejos cul-
turales que, según creo, pueden distinguirse. Estos tres complejos, cada uno de los
cuales analizaremos en detalle, son los siguientes: el que proviene de las culturas de
cerámica pintada temprana de Sinaloa, una línea de una cultura con cerámica roja
simple que tenía su centro en el norte de Sinaloa y el sur de Sonora, y una fuerte
influencia de arte ceremonial-religioso y mitología procedente de la región del alti-
plano del centro de México, en forma de una migración de un grupo de personas
procedentes del área Mixteca-Puebla, en la parte sur del centro de México.

La contribución de las culturas tempranas de Sinaloa al complejo Aztatlán en Guasave

Si la correlación de la doctora Kelly de su serie de Culiacán y Chametla es correcta,


en el sur de Sinaloa definitivamente una fase cultural, y tal vez dos,3 precedieron
a la fase del complejo Aztatlán. Esto parece coincidir bien con nuestra teoría de
que el bloque de rasgos de la zona Mixteca-Puebla fue introducido en la costa
oeste al comienzo del complejo Aztatlán, y en parte para constituirlo, ya que esas
características no se encuentran en el Chametla temprano. Según Kelly, Chamet-
la temprano es una fase distintiva, definitivamente anterior al complejo Aztatlán,
mientras que el Chametla medio no está tan bien definido. Tal vez este último
continuó durante el periodo de las influencias de la región Mixteca-Puebla, ya que
uno de los tepalcates que Kelly considera Chametla medio policromo muestra un
motivo de greca escalonada.
La cerámica Chametla temprana consiste en cajetes lisos sin pies. Hay cajetes
bayos con borde rojo, bandas incisas y decoración policroma roja, negra y blanca
sobre fondo bayo. El diseño tiene motivos simples, geométricos, y aplicados de ma-
nera bastante tosca. La cultura parece limitarse al sur de Sinaloa y no se extiende
más al norte de Mazatlán. Como afirmó Kelly, el lugar de origen de la cultura Cha-
metla temprana tiene que buscarse en algún otro lado. La reciente prospección que
ella llevó a cabo en la costa de Nayarit y Jalisco ha demostrado que las culturas de
Sinaloa nunca se extendieron hacia el sur por la costa, y creo que tenemos que asu-
mir que su origen estaba en las tierras altas occidentales. En Ixtlán, Nayarit, encon-

1
Sauer y Brand, 1932, p. 49; Beals, 1932, p. 149.
2
Beals, 1932, p. 145.
3
Kelly, 1938, p. 41.

125
tramos unos pocos tepalcates con una decoración que recuerda la de la cerámica
Chametla policroma temprana. Desde luego, pueden ser contemporáneos e incluso
posteriores que la fase Chametla temprana de Sinaloa, pero indican que había afi-
liaciones con las tierras altas. Cuando sepamos algo de las secuencias culturales en
las cercanías de Guadalajara o en los valles intermedios, como Ixtlán, podrán verse
las relaciones externas y tal vez el origen de Chametla temprano; quizá sea contem-
poráneo de las fases Teotihuacán tardías del centro de México.
La cultura Chametla temprana es distinta, en muchos aspectos, de la del com-
plejo Aztatlán, ya que al parecer carece por entero del elaborado arte ritualista que
forma parte tan destacada de esta última cultura. No obstante, hay una continuidad
definida de una a otro, y me parece que ciertos rasgos de la cultura Guasave tuvie-
ron su origen en el patrón inicial del sur de Sinaloa. Más adelante analizaremos
cómo pudo haber ocurrido esto.
Los rasgos de la cultura Guasave que parecen haber tenido su origen en el pa-
trón Chametla temprano son los siguientes:

1] Puntos blancos sobre una delgada banda negra. Es un elemento de diseño muy común
en una cantidad de los tipos policromos de Guasave, incluso aquellos que muestran mar-
cados elementos de la zona Mixteca-Puebla. Constituye un elemento común de los estilos
decorativos Chametla temprano y medio pero, por lo que sé, no se ve en ningún lado fuera
de Sinaloa, si exceptuamos los tepalcates de Ixtlán mencionados arriba.
2] Bandas grabadas. La cerámica temprana con bandas negras grabadas de Chametla nos
muestra un uso de incisión en bandas que probablemente sea central a los elementos deco-
rativos más comunes de la cerámica Aztatlán.
3] El complejo de pintura roja, negra y blanca sobre fondo bayo. Esta combinación de
colores parece ser continua a lo largo de toda la secuencia de Sinaloa.
4] Formas sencillas de cajetes, sin pies.
5] Cerámica bayo con borde rojo.

El patrón de Sinaloa puede haber aportado más elementos al complejo Aztatlán


de Guasave, pero los enumerados son los que más claramente tienen ese origen.

El complejo de cerámica roja del norte

En el análisis de la cerámica Guasave roja y Amole policroma describimos la existen-


cia de cierto complejo de cerámica roja en el norte de Sinaloa y sur de Sonora que
parece haber precedido a la cultura Guasave, así como contribuido a ella. Esto se
sustenta por el hecho de que los sitios que arrojan pura cerámica roja de este tipo se
encuentran sólo en el norte, y que esta vertiente no estuvo presente en el complejo
Aztatlán de Culiacán ni de ningún otro lugar al sur. Es una técnica de fabricación
alfarera distinta de la que se usa en las culturas con cerámicas pintadas de Sinaloa
y del altiplano de México.
En tiempos anteriores a Aztatlán indudablemente este complejo de cerámica
roja tuvo algún contacto con las culturas tempranas del sur de Sinaloa, ya que cier-

126
tos rasgos, como las ollas grandes con borde sin curva, y un tipo similar de metate y
mano, son comunes a ambas regiones. Asimismo, en Huatabampo encontramos un
malacate tipo Chametla (pequeño, inciso) y varios fragmentos de orejeras y hojas
de obsidiana.
No tenemos evidencias de que este complejo de cerámica roja haya afectado a la
cultura Aztatlán en Culiacán, pero puede haber sido, en parte, la razón de la mayor
perfección de la técnica cerámica en las fases más tardías de Culiacán, donde los
diversos tipos alcanzaron un elevado nivel de excelencia técnica.

La contribución Mixteca-Puebla

En su prospección de superficie de Sinaloa, Sauer y Brand no encontraron rasgos


que demostraran una relación específica con las culturas de las tierras altas.4 La doc-
tora Kelly, después de una temporada de excavación en Culiacán y Chametla, llegó
a la conclusión de que había sólo vagas sugerencias de afiliaciones entre las culturas
con cerámicas pintadas de Sinaloa y las del altiplano central.5 La única posibilidad
de relaciones externas parecería darse hacia el sur, a lo largo de la costa, y la doctora
Kelly hizo más tarde una extensa prospección de esa área para determinar si había
o no conexiones en esa dirección. Por eso resultaron sorprendentes las excavacio-
nes en el sitio de Guasave, que revelaron numerosos paralelos con la cultura de
las tierras altas. El sitio de Guasave corresponde a esa fase de la historia de la costa
oeste en la que había una fuerte influencia de la altiplanicie, y la cantidad de piezas
cerámicas completas que se recuperaron fue el factor importante para mostrar esta
relación, que no necesariamente sería reconocible sobre la base de material de
superficie o de basureros.
Después de la descripción de los objetos encontrados en Guasave se han anali-
zado en detalle todas las presuntas relaciones externas, pero para indicar la impor-
tancia de estos vínculos con las culturas del México central se las enlista juntas en
la siguiente página.
Si sólo se considera la cantidad de rasgos comunes a las culturas del complejo
Aztatlán de Guasave y a las diversas culturas de las tierras altas del centro de Méxi-
co, no puede quedar gran duda respecto a la afiliación cultural entre ambas áreas.
De mayor importancia, desde luego, que la cantidad de características comunes,
es el grado de semejanza, factores que hemos comentado en relación con cada
categoría de objetos. Además, no parece posible el desacuerdo en cuanto a la pro-
babilidad de que el movimiento cultural fuese del centro de México a la costa occi-
dental, es decir, de que una gran parte de la cultura Guasave tuviese su origen en la
altiplanicie de México central. El movimiento no pudo haber sido en la dirección
opuesta, ya que conocemos bastante bien la arqueología de la costa oeste como para
estar seguros de que no fue un centro de desarrollo de las civilizaciones complejas
de Mesoamérica.

4
Sauer y Brand, 1932, p. 31
5
Kelly, 1938, pp. 42-43.

127
rasgos del centro de méxico y de centroamérica en guasave

Rasgos cerámicos: generales

El uso de cerámica ritual especializada —Culturas del “México central”


Cajetes abiertos trípodes —Culturas del “México central”
Pies bulbosos con sonajas —Jalisco, Veracruz
Forma de jarro alto con fondo con molduras —Isla de Sacrificios, Veracruz
Forma de cajete de “dios” (fig. 4, a) —Cerro Montoso, Veracruz, Oaxaca, Centro-
américa
Soporte anular cerrado —Isla de Sacrificios, Mixteca, Centroamérica
Molduras en los cajetes —Culturas del altiplano en general, Huaste-
ca, Colima
Efigie de tortuga en el costado de un jarrito —Centroamérica
Combinación de pintura e incisión —Cholula, Cerro Montoso
Decoración rojo sobre bayo —Mazapan, Coyotlatelco, Oaxaca, etc.
Cerámica negra incisa —Culturas teotihuacana y azteca
Pintura azul en cerámica negra incisa —Cultura azteca, valle de México
Decoración incisa-incrustada (El Dorado in- —Cultura del altiplano en general
ciso)

Rasgos cerámicos: motivos del diseño

Pinturas de dios* —Códices mixtecos, muchos detalles similares


separados, como dientes, plumas, orejeras,
protección para el juego de pelota, rostro
de cráneo, tratamiento de los ojos, etc.
Serpiente emplumada convencionalizada —Culturas tardías del centro de México, códi-
ces, cerámica, escultura en piedra
Motivo del símbolo solar —Cerámica de Cholula, talla azteca en piedra
Greca escalonada —Culturas tardías de todo el centro de Méxi-
co, pero principalmente de la zona Mixteca-
Puebla
Pelota de plumas —Códices mixtecos y aztecas, escultura azteca
Símbolo del dios del viento —Códices mixtecos y aztecas, cerámica azteca
y mixteco-poblana
Motivo de piel de jaguar —Códices mixtecos
Motivo de árbol —Códice Vaticano - Mixteco
Motivo de cuchillo de pedernal —Códices y esculturas mixtecos y aztecas
Flor de tres pétalos —Códices mixtecos
Brazos sinuosos, plumas y pelotas —Códices mixtecos
Símbolos de sangre —Códices mixtecos
Corazón —Frescos de Tizatlán, códices mixtecos y az-
tecas

* Toro, 1925. Aquí se hace una breve referencia a algunos hallazgos realizados cerca de Culiacán en
las excavaciones para el canal Rosales. Un dibujo del diseño de un jarro contiene elementos esencial-
mente idénticos a los de los diseños más elaborados de Guasave, pero también se incluyen una cabeza y
un cráneo que tal vez recuerdan más los códices mixtecos que cualquier pieza encontrada en Guasave.

128
rasgos del centro de méxico y de centroamérica en guasave
(continuación)

Araña —Códice Borbón, azteca


Elemento anudado —Códice mixteco (serpientes enrolladas), ce-
rámica azteca i
Panel vertical rectangular con diseño inciso —Cerro Montoso, Veracruz
Arco a través de un círculo —Cerámica Coyotlatelco
Elemento de círculo y línea cruzada —Códices mixtecos

Otros rasgos

Jarros de alabastro —Centro de México y Centroamérica


Pipas con plataforma —Michoacán
Decoración con pintura cloisonné —Valle de México hasta altiplanicie occidental
Cuentas de pirita —Michoacán
Aro de cobre —Veracruz, Oaxaca, Michoacán
Orejeras de cobre —Guerrero, Durango
Cascabeles de cobre —Michoacán, Jalisco
Entierro en urnas —Michoacán
Dientes limados — Dientes en punta —Puebla, Oaxaca
Otros tipos de limado —Altiplanicie de México
Deformación frontal —Valle de México, área maya
Uso de huevecillos de insectos —Valle de México
Máscaras de cerámica —Centro de México (?)

Se verá que las afiliaciones enumeradas son con culturas distribuidas desde Cen-
troamérica hasta Jalisco, y una cantidad de los rasgos no parecen ser oriundos de
ninguna localidad en particular. Esto se debe a que algunas de las características
enlistadas no son tan específicas como otras, o fueron comunes a diversos grupos
culturales distribuidos por toda la región de alta cultura. Además, debido a nuestra
ignorancia de la distribución de tantos de esos rasgos, no se han reconocidos sus
centros de difusión. Se trata sobre todo de la “cerámica en general” y “otros rasgos”,
para los cuales no podemos encontrar analogías específicas, pero las semejanzas en
los “motivos de diseño”, por otro lado, se dan casi exclusivamente en culturas que
se ubican dentro de una misma área, la de la zona Mixteca-Puebla.
El término Mixteca-Puebla que hemos estado usando en este trabajo se ha toma-
do de Vaillant y se usa de acuerdo con su definición.6 Se lo emplea como término
general para designar las culturas cholulteca y mixteca de Puebla y el norte de
Oaxaca, que eran muy similares, y que en conjunto formaron un único desarrollo
sumamente importante. Vaillant es de la opinión de que, tras la declinación de la
cultura teotihuacana, cuando en el valle de México predominaban culturas relati-
vamente simples, en el área Mixteca-Puebla se estaba llevando a cabo un desarrollo
progresivo de los aspectos tanto técnicos como ceremoniales de la cultura. Al pare-

6
Vaillant, 1940, pp. 299-300.

129
cer ésta fue la fuente de los elementos ceremoniales, incluidos el gran panteón de
dioses, el calendario y la pintura y escritura que llegaron al valle de México y que,
ininterrumpidamente, a partir del azteca ii formaron parte tan importante de la
cultura azteca.
En el momento de la conquista española el estado azteca era supremo en el cen-
tro de México, y su hegemonía se estaba difundiendo ampliamente por medio de la
guerra y la conquista. Sin embargo, Puebla fue, hasta el final, el centro importante
de la vida intelectual, la religión y las artes.
La idea de que la cultura Mixteca-Puebla desempeñase un papel tan notable
durante los tres siglos previos a la conquista española es, en gran medida, pura espe-
culación, ya que tenemos muy poco conocimiento preciso de la arqueología de esa
área. El trabajo que el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México está
llevando a cabo en Cholula debería llenar en gran medida esa laguna. Se han publi-
cado algunos informes preliminares,7 así como estudios de excavaciones realizadas
en varios otros sitios por Noguera,8 pero esto aún no basta para llegar a formarse
una imagen general de los desarrollos culturales del estado de Puebla. La arqueolo-
gía de la Mixteca, con excepción de Mitla y Monte Albán, apenas se conoce.
Las principales formas de la cerámica mixteca y cholulteca se conoce a partir de
hallazgos y excavaciones no sistemáticos; se trata sin duda del complejo cerámico
más fino y mejor desarrollado de México. Es difícil ubicar el origen de los códices
anteriores a la conquista, pero hay evidencias suficientes para creer que los más ela-
borados provienen de algún punto de la región de Puebla o del norte de Oaxaca.
La cantidad de iglesias que existen hoy en las inmediaciones de Cholula refleja el
hecho de que en el momento de la conquista fue un centro religioso. No obstante,
su importancia en una época varios siglos anterior a la conquista se ve mejor en sus
influencias sobre otros pueblos.
Vaillant ha sugerido que entre las cosas notables de la cultura Mixteca-Puebla
se contaba el hecho de que su difusión se dio sobre todo en términos de expresión
ritual, y que ésta acompañó los movimientos de los pueblos.9 El periodo v de Monte
Albán, el periodo mixteco, representa una transformación completa tras la larga
secuencia de culturas zapotecas. La cultura de Cerro Montoso, en Veracruz, se for-
mó por una expansión hacia el este del patrón mixteco-poblano. Elementos de esa
cultura se encuentran en la ocupación mexicana de Chichén Itzá y mucho más al
sur, en Honduras, Belice y Nicaragua. El doctor Vaillant opina también que el área
Mixteca-Puebla fue el lugar de origen de todo el complejo de ritualismo y mitolo-
gía religiosa de los aztecas, y que influjos diferentes produjeron, por separado, las
culturas azteca i y azteca ii.
Debido a la cantidad de elementos hallados en Guasave que pueden referirse
directamente al área Mixteca-Puebla como lugar de origen, parece probable que no
sea más que otro ejemplo de una influencia de esa área, del estilo de los que hemos

7
Noguera, 1937; Marquina, 1939.
8
Noguera, 1940a, 1940b.
9
Vaillant, 1940, p. 300.

130
esbozado. La mayoría de los rasgos están en el plano religioso-ceremonial; consis-
ten en objetos o diseños en recipientes que se encontraron con entierros, normal-
mente foco del ceremonialismo religioso. Como señalamos, los dibujos de dioses
en las piezas de Guasave se asemejan estrechamente a los de los códices mixtecos, y
otros diseños que se parecen a los de la cerámica de Cholula son, todos, de natura-
leza simbólica. Los parecidos son definitivamente con el estilo de arte ceremonial
mixteco-poblano, más que con el que suele denominarse azteca.
¿Por qué medios llegaron los diversos rasgos de la zona Mixteca-Puebla al norte
de Sinaloa, distante unos 1 700 km de su lugar de origen? Sobre la base de nuestro
conocimiento actual no es posible saber con certeza cómo ocurrió, pero me parece
lo más probable que fuese a través de la migración de un pequeño grupo de perso-
nas, incluyendo una cantidad de devotos religiosos. Si se consideran las distancias
involucradas, creo que los rasgos de la región Mixteca-Puebla hallados en Guasave
son notablemente numerosos e inalterados. Si su dispersión se hubiese dado en
forma de una difusión gradual de los diversos rasgos de un grupo a otro, hubiera
habido un desvanecimiento de los elementos mucho mayor que el que hubo, y sería
de esperar, necesariamente, haberlos encontrado con mayor abundancia en el área
intermedia. Es posible que cuando sepamos más de la arqueología de las tierras al-
tas occidentales encontremos que en efecto existieron esos diversos grupos de per-
sonas a través de los cuales pudo haber pasado, en forma de difusión por contacto,
el complejo de rasgos que encontramos en Guasave. Sin embargo esto parece poco
probable, ya que las colecciones bastante amplias de materiales de Michoacán y de
Jalisco con que contamos muestran pocos rasgos tan estrechamente relacionados
con las formas del centro de México como los que hay en Guasave.
No creo que carezca de bases postular una migración de ese tipo. En los regis-
tros mexicanos abundan los relatos de migraciones de pueblos a grandes distancias
y a áreas ocupadas por grupos lingüísticos o políticos por entero ajenos. Presumi-
blemente una caminata desde el centro de México hasta el norte de Sinaloa hubiese
llevado una cantidad de años, y no es improbable que a lo largo del camino se hu-
biesen ido recogiendo conversos, así como algunos rasgos culturales, por ejemplo
las pipas y tal vez elementos de cerámica rojo sobre bayo. Es posible que el grupo
hubiese evitado todos los grandes centros de población. Con antecedentes de vida
agrícola sedentaria, debían estar buscando nuevos lugares para asentarse. En este
sentido resulta en extremo significativo que, en el estado de Sinaloa, las huellas de
este grupo sean con mucho más prominentes en la frontera norte de los pueblos
más desarrollados que ya residían en Sinaloa. La migración explica esto de manera
más lógica que cualquier otra teoría, como la de la difusión gradual a través del
contacto entre una tribu y otra. Además, tal vez no viajasen por áreas ocupadas por
grupos sin ninguna relación cultural con ellos. En esa época probablemente se co-
nocían, aunque tal vez no se practicaran, algunos de los elementos fundamentales
de la civilización mexicana en todo el oeste de México, y no debemos suponer que
su camino les fue bloqueado por pueblos totalmente extraños.
Si tenemos razón al creer que cierta parte de la cultura Guasave se originó en
influencias o migraciones de personas de la zona Mixteca-Puebla, es necesario ex-

131
plicar por qué no hubo una transferencia más completa de su cultura y por qué
algunos otros elementos destacados de la cultura dominante no acompañaron a los
demás. En todos los horizontes de Sinaloa hay una absoluta falta de arquitectura en
piedra y una ausencia casi completa de escultura en piedra. En la cultura Guasave
las figurillas parecen no haber tenido importancia. Hay muchos otros rasgos de la
cultura Mixteca-Puebla que parecen haber sido totalmente rechazados en Sinaloa.
La ausencia de arquitectura en piedra pudo deberse a la falta de piedras en
las tierras bajas de los ríos cercanos a la costa, pero eso no hubiera detenido a un
pueblo que considerara que las construcciones de piedra eran esenciales. Pudieran
haber traído la piedra de 15 km de distancia, de las montañas más cercanas, o cons-
truir sus centros ceremoniales cerca de las fuentes de este material. Ciertos aspectos
de la cultura religiosa fueron aceptados por los nativos de Sinaloa, pero no fueron
inculcados tan cabalmente con el dogma como para que aceptaran la ardua nece-
sidad de construir grandes edificios. Sin embargo resulta más difícil explicar la au-
sencia de tallas en piedra o de figurillas de arcilla, que hubiesen tenido cabida más
fácil en la cultura ya existente, y de hecho las figurillas eran comunes en el periodo
Chametla temprano, en Chametla. Se mantuvieron las técnicas cerámicas —como
la combinación de pintura e incisión— pero no el complejo cerámico como un
todo. No se retuvieron elementos tan peculiares como los pies zoomorfos de las
vasijas o diversas formas comunes a la cerámica Cholula policroma.
Obviamente había otros rasgos culturales comunes de la cultura mixteco-pobla-
na que uno podría esperar encontrar con aquellos que se llevaron a Sinaloa, pero
su ausencia no invalida nuestra conclusión general. El contacto cultural es un me-
canismo tan complejo, que involucra tantas condiciones y factores, que es imposible
plantear regla alguna respecto a cuáles rasgos serán aceptados; y si lo fueron, nues-
tra información respecto al tipo de contacto que ocurrió aquí es demasiado escasa.
Un grupo determinado puede rechazar casi todos los rasgos de todo un complejo y
quedarse sólo con uno o dos.
Es difícil tratar de suponer exactamente qué tipo de mezcla de elementos cul-
turales se produjo para formar la cultura Guasave. De una u otra forma los pueblos
migrantes fueron aceptados o subyugaron a los pueblos locales; por lo menos llega-
ron a tener una gran influencia en lo tocante a procedimientos rituales, etc. Tal vez
cuando tengamos más información logremos ver con más claridad lo que ocurrió.
La situación es tal que es más fácil deducir un influjo de gente de este tipo de lo
que ocurre en otras áreas. No existe tal complejidad de detalles como la que habría,
por ejemplo, si la cultura local original hubiese tenido vínculos más cercanos con
los de la intrusiva.
No está del todo claro cuál fue la contribución religiosa del pueblo de la Mixteca-
Puebla. Pueden haberse conservado ciertos conceptos fundamentales de la religión
del centro de México, como el de los múltiples dioses o el del sacrificio, o, por otro
lado, puede haberse tratado primordialmente de una contribución artística. Lo úni-
co que queda claro es que cuando esa gente llegó al norte de Sinaloa recordaba lo
suficiente de su vieja cultura como para pintar imágenes de dioses que casi pueden
identificarse desde el punto de vista del arte religioso del centro de México.

132
Si asumimos una migración real de gente, parece probable que la ruta seguida
fuese atravesando la meseta central más o menos hasta la región de Guadalajara,
descendiendo después por las barrancas hasta pasar Ixtlán y Tepic, para llegar así
a la llanura costera, la ruta que geográficamente resulta más practicable. En este
momento no hay evidencias de que este grupo de viajeros tuviese mucha influencia
sobre las culturas del sur de Sinaloa, pero hay que recordar que sólo se conoce de
forma adecuada un único sitio de toda la región. Tampoco se han hallado sus ras-
tros en la altiplanicie occidental, de no ser por hallazgos casuales como los jarros
altos del lago de Chapala y otros objetos que parecen ser partes del mismo comple-
jo. Tal vez el mejor argumento en defensa de la teoría de que los migrantes pasaron
en esa dirección es que muchos de los rasgos de la zona Mixteca-Puebla de Guasave
están amalgamados, en parte, con otros que tienen su origen en la parte sur de Si-
naloa. La decoración de los jarros altos, por ejemplo, muestra una combinación de
estilos: las líneas negras con puntos blancos de Chametla y los elementos simbólicos
que tanto recuerdan el arte mixteco-poblano.
Una ruta alterna para el grupo procedente de México central llega más al norte
por el altiplano, pasando por Zacatecas y Durango, y desciende a la llanura costera
en algún otro punto. La expedición de Francisco de Ibarra llegó a Culiacán por
Topia, Durango, lo que indica que no era una ruta desconocida ni imposible de re-
correr. Sin embargo la ruta meridional parece más probable. En la época de los pri-
meros exploradores españoles era la ruta aceptada del altiplano a la costa, y al pare-
cer lo había sido también muchísimo tiempo antes, cuando hubo contacto entre las
culturas de la altiplanicie y la cultura Chametla temprana del sur de Sinaloa.
El complejo Aztatlán de Culiacán contenía, obviamente, tantos rasgos de la re-
gión Mixteca Puebla como Guasave, pero en Chametla los elementos de esta cul-
tura parecen estar curiosamente ausentes. Es difícil decir si esto se debió al hecho
de que las excavaciones se hicieron en un lugar donde de casualidad faltaban por
entero, o si en realidad eran menos importantes aquí que más al norte. En el sitio
de El Taste se encontraron varios cajetes que muestran buenos ejemplos de la greca
escalonada.10 Sin embargo, si aquí están ausentes los elementos mixteco-poblanos,
puede ser porque el grupo de migrantes no se detuvo el tiempo suficiente para ha-
ber ejercido alguna influencia, sino que pasaron por esta región rumbo a las tierras
de frontera del norte.
La presencia de estas características de la zona Mixteca-Puebla en el complejo
Aztatlán de Sinaloa permiten estimar de manera más confiable de lo que fuera posi-
ble antes las edades relativas de las culturas de Sinaloa. Vaillant cree que la difusión
de la cultura mixteco-poblana se inició no antes del 1100 d. C. La marcada similitud
entre la cerámica encontrada en el Altar de los Cráneos de Cholula y el periodo
azteca i de Culhuacán es evidencia de su contemporaneidad, y como este complejo,
evidentemente, es intrusivo en el valle, se supone que llegó del área de Cholula.
La cerámica azteca ii apareció en el valle sin que hubiese etapas intermedias entre
ella y la azteca i, y también, presuntamente, provino de la misma fuente en Puebla.

10
Kelly, 1938, lám. 1b.

133
Vaillant da una correlación entre la azteca ii y ese periodo de Puebla en el cual apa-
rece la primera cerámica Cholula policroma. Sobre la base de los basureros cíclicos,
y por correlación con las fuentes literarias, ha fechado el inicio de la azteca ii en
1299 d. C. La migración de la region Mixteca-Puebla a Sinaloa tuvo lugar durante el
periodo de la Cholula policroma, y si todo lo anterior es correcto, ocurrió no antes
del 1300 d. C. La secuencia de tipos policromados en Cholula no se ha establecido
lo bastante bien como para que se pudiese correlacionar el material de Guasave con
alguna fase de esta evolución de la policromía. No obstante, como no pudo haber
sido antes del 1300 d. C., y como en Sinaloa tres fases culturales siguieron a la Az-
tatlán y precedieron a la conquista, podría ser razonable calcular que la cultura del
complejo Aztatlán existió en Sinaloa alrededor del 1350 d. C.
Ciertos hechos hacen que parezca poco probable que realmente ocurriese algo
tan bien definido como la serie de acontecimientos que esbozamos. ¿La cerámica
Guasave rojo sobre bayo fue un rasgo introducido con los demás elementos elabora-
dos? Hemos señalado su semejanza general con varias cerámicas rojo sobre bayo de
diversas partes de México con las cual parece estar relacionada. A diferencia de lo
que ocurre con las características ceremoniales de Guasave, esa cerámica parece ha-
berse establecido como una alfarería doméstica de uso diario, y es posible que repre-
sente un tipo de difusión diferente, y que hubiese sido introducida en Sinaloa más o
menos al mismo tiempo, o que la hubiesen tomado de la altiplanicie occidental.
Cualquiera que fuese la naturaleza de la influencia de la cultura mixteco-po-
blana sobre la de Sinaloa, lo cierto es que no tuvo un efecto muy perdurable. En
Guasave, por lo menos, donde el montículo funerario parece haber sido construido
rápidamente y los sitios residenciales no muestran una ocupación muy intensiva,
el complejo da la impresión de haber durado sólo un breve periodo. En Guasave
no hubo una continuación del complejo Aztatlán, y en Culiacán parece haber ha-
bido un cambio bastante abrupto hacia las últimas fases del tardío. El complejo
simbolismo desapareció casi por entero y empezó a darse una especialización en
la fabricación de una cerámica más fina, que tenía sobre todo motivos decorativos
geométricos. Persistió la greca escalonada y se dio un tipo estandarizado de rostro
geométrico. La influencia de las elaboradas culturas de México, inclinadas a la sim-
bolización, no tuvo la fuerza suficiente, y no continuaron los contactos para per-
petuarla, de manera que se descartó casi por entero de la cultura y sólo quedaron
vestigios de ella. Tal vez valga la pena sugerir que la cultura del complejo Aztatlán
puede haber durado cincuenta años, hasta 1400, y los tres periodos de Culiacán
130, hasta el momento de la conquista, en 1530.
Es necesario comprender que el intento que se realiza en ese trabajo por esbozar
los diversos patrones de cultura en Sinaloa y por plantear teorías acerca de los pro-
bables movimientos de culturas y pueblos en el occidente de México no pretende
ser una solución definitiva. La reconstrucción se ha hecho sobre la base de informa-
ción bastante limitada, y nuevos estudios pueden modificar nuestras conclusiones.
Sin embargo hemos planteado ciertas teorías generales que aclaran los problemas y
señalan ciertas cuestiones que trabajos futuros deberán resolver.
Las excavaciones en ciertos sitios bien escogidos de las tierras altas del occidente

134
de México serían de gran valor para la arqueología de la costa oeste, ya que estoy
seguro de que mostrarían una relación tanto con el México central como con la
costa. Por ejemplo, en Ixtlán, Nayarit, hemos encontrado cerámica que se asemeja
mucho a la Chametla temprana y también a la Aztatlán. ¿Serán estos horizontes
más tempranos resultado de movimientos que salieron de la altiplanicie de México
tal como habrían de hacerlo, en parte, los hombres de los horizontes posteriores?
Sería enormemente importante saber cuáles fueron las secuencias de culturas en
cualquier lugar de la región de la altiplanicie occidental: oeste de Michoacán, Ja-
lisco, Nayarit, así como Zacatecas y Durango. Sin esa información será imposible
comprender a cabalidad la arqueología de la costa oeste.
Si con este estudio hemos demostrado que realmente tuvo lugar la migración de
un grupo de personas del centro de México a un lugar tan distante como el norte
de Sinaloa, tiene una importancia que va mucho más allá de los problemas inmedia-
tos de la prehistoria de la costa oeste. Los hechos establecidos por la investigación
arqueológica suelen ser tan fragmentarios que nos vemos obligados a ser conserva-
dores en nuestras reconstrucciones de la historia. La explicación de un fenómeno
en el cual se encuentra un grupo de rasgos muy lejos de su presunto hogar suele
buscarse en un proceso de difusión gradual o de la lenta dispersión de una entidad
cultural a partir de su centro. Tal vez las migraciones entre los pueblos preletrados
sean más comunes de lo que suele creerse.
En las civilizaciones del centro de México ya no cabe duda alguna de que migra-
ciones reales de grupos de personas desempeñaron un papel de la mayor importan-
cia en el panorama prehistórico, y que es necesario reconocerlas como un factor de
la distribución de las líneas lingüísticas y culturas que se encontró en el momento
de la conquista. Desde luego, esto se desprende de las fuentes documentales y co-
rrobora los hallazgos de la arqueología. La difusión de los pueblos nahuaparlantes
hasta Centroamérica se debe, probablemente, al mismo tipo de movimiento.
En el curso de este estudio se ha señalado cierto paralelismo entre la situación
de la costa oeste y la del sureste de Estados Unidos. Phillips, en su análisis de las
influencias mesoamericanas en las culturas del sureste, llegó a la conclusión de que
tenía que haberse producido algún tipo de contacto directo entre ambas áreas.11
En el sureste los rasgos que muestran afiliaciones mesoamericanas son sobre todo
de naturaleza religiosa o ceremonial, y parecería de gran provecho considerar la
posibilidad de que las conexiones en esa dirección fuesen quizá de la misma clase
que las que había con el oeste de México. Parece que esta influencia meridional no
fue sentida por las culturas del sureste más o menos hasta el 1400 d. C. Exactamente
tal como ocurre en la costa oeste de México, resulta obvio que los rasgos adoptados
fueron los ceremoniales-artísticos, y la degeneración del simbolismo progresó más
o menos en la misma medida que en Sinaloa. Por lo tanto, una hipótesis que debe
ponerse a prueba es que la expansión de los pueblos de la región Mixteca- Puebla se
extendió hacia el noreste y fue responsable por esta mezcla de culturas en el sureste
de Estados Unidos.

11
Phillips, 1945, p. 365.

135
RELACIONES ENTRE MESOAMÉRICA
Y EL SUROESTE DE ESTADOS UNIDOS

Existía la esperanza de que el trabajo en el norte de México arrojase luz sobre cier-
tos importantes problemas básicos de la arqueología norteamericana. ¿Fue México
un centro de orígenes culturales y de desarrollo a partir del cual se difundieron los
estímulos para el inicio de la cultura del suroeste y su desarrollo continuo? ¿O es
correcta la visión de Gladwin, de que las culturas del suroeste son tan antiguas como
cualquiera de las que hay más al sur, y que la región de Norteamérica fue sobre todo
un donante que proporcionó la base cultural para los desarrollos mesoamericanos?
¿Cuál es la historia de ciertos rasgos que aparecieron en fases tardías de la cultura
del suroeste y que tienen contrapartes en Mesoamérica? Analizaremos estos proble-
mas desde el punto de vista limitado del suroeste y México, aplicándoles lo que he-
mos descubierto durante nuestro estudio del noroeste de México. Los resultados de
las excavaciones de Guasave no arrojan respuestas definitivas a nuestras preguntas,
pero sí establecen ciertos hechos que deben tomarse en consideración al discutir el
problema global.
En general se cree que las culturas del suroeste fueron de alguna manera re-
toños de las culturas más desarrolladas de Mesoamérica. Teóricamente, el mayor
desarrollo o complejidad de la civilización mesoamericana requirió un periodo de
evolución más prolongado, por lo cual sus orígenes tenían que ser más remotos. El
uso del maíz como planta cultivada parece haberse originado en México o en algún
lugar más al sur, y por lo tanto fue una contribución que el suroeste recibió de Méxi-
co, posiblemente en combinación con otro rasgo importante, la alfarería.
Esta construcción teórica, en mi opinión, es la que más probablemente resulte
cierta, aunque en este momento tiene poco respaldo objetivo. La crítica que realizó
Gladwin a todo el esquema1 ha resultado de enorme valor, puesto que ha exigido
una consideración más cuidadosa de los hechos que lo sustentan. Estaba en lo co-
rrecto al decir que la creencia en la teoría arriba planteada se había convertido
demasiado en dogma, pero, por otro lado, me parece que su contrateoría es resul-
tado de una preocupación excesiva por los fenómenos culturales del suroeste. Los
antecedentes e intereses de cada quien parece ser en gran medida responsables de
cualquier opinión definida en uno u otro sentido respecto a esta cuestión.
Para el valle de México se ha establecido una secuencia de culturas que se re-
monta aproximadamente al 1 d. C.2 En otros lugares de Mesoamérica hay etapas
que parecen ser contemporáneas de estos niveles más tempranos del valle, pero

1
Gladwin, 1937, p. 15.
2
Vaillant, 1935, p. 259.

136
no se han hallado todavía restos de culturas definitivamente más antiguas o de un
nivel más primitivo. La cultura comparable más antigua del suroeste descubierta
hasta ahora es la fase más temprana de la serie de Snaketown, que según el cálculo
de Gladwin existía ya en 300 a. C.3 Esta fecha también es un simple cálculo; la fecha
cierta más temprana establecida cruzando datos con las series de anillos de árboles
en la parte norte del suroeste es de alrededor de 700 d. C. Desde luego estas fechas
más antiguas en cualquiera de ambas áreas no tienen que tomarse demasiado en
serio, y me parece gratuito afirmar que la fase más temprana de Snakedown o la
más antigua del valle de México fuese anterior a la otra. Al menos no podemos usar
estos cálculos como base para proponer nuevas hipótesis relativas al lugar de origen
de la civilización americana.
Si bien no tenemos pruebas definitivas de que el origen de las culturas agrícolas
y alfareras del suroeste se debiese a una difusión hacia el norte desde el centro de
México, ni de que se tratase de un caso de difusión en dirección opuesta, de lo que
no hay mayor duda es de que el desarrollo en ambas áreas estuvo relacionado. Has-
ta cierto punto los patrones culturales básicos en ambas tenían una estrecha seme-
janza. No parece haber muchas posibilidades de que la vida agrícola sedentaria del
suroeste fuese un desarrollo totalmente separado y sin relación con el desarrollo
del mismo tipo en Mesoamérica. Los pocos rasgos básicos que sirvieron para mode-
lar ambas culturas en las dos áreas en patrones aproximadamente similares tienen
que haberse difundido en una dirección o en la otra.
El trabajo reciente en el área hohokam, en el sur de Arizona, ha resultado es-
pecialmente fructífero para indicar el contacto entre México y el suroeste, pero se
trata sobre todo de contactos que se produjeron en un momento posterior a los que
estamos considerando. El problema se aclara si analizamos los posibles contactos en
dos grupos, los tempranos y los tardíos.

Contactos tempranos

En las fases más tempranas que conocemos, tanto en el suroeste como en México,
muchos de los detalles culturales de ambas áreas eran muy distintos; cada una había
iniciado su propia línea de desarrollo, que habría de continuar a lo largo de todas
las fases posteriores. Debido a estas diferencias no me parece razonable suponer
que una cualquiera de estas culturas tempranas pudiese haber resultado de estímu-
los recibidos de la otra.
Es más probable que esos movimientos o procesos de difusión que hicieron que
tanto los pueblos mexicanos como los del suroeste llegaran a tener patrones cul-
turales básicamente semejantes tuviesen lugar en una época anterior al horizonte
arcaico más temprano del valle de México o al horizonte hohokam más temprano
del suroeste. En esa época la vida agrícola estaba bien establecida en ambos lugares
y distaba mucho de ser una etapa primitiva. Para el suroeste hay buenas evidencias

3
Gladwin y colaboradores, 1937, pp. 247-251.

137
de que se fabricaba cerámica antes de la fase Vahki y, aunque no se han encontrado
en México culturas más antiguas que el arcaico, resulta absurdo pensar que no exis-
tieran. Como se señalará más adelante, en general México está muy mal conocido
arqueológicamente, y bien podría haber muchas áreas con culturas enteras, ahora
insospechadas, que fueron ancestrales de las del horizonte arcaico.
Por lo tanto parece que la difusión de culturas o los contactos que tuvieron lugar
para establecer ciertos rasgos que se dan en común tanto en Mesoamérica como en
el suroeste tienen que haberse producido en un horizonte que aún no hemos des-
cubierto arqueológicamente. No sabemos dónde se llevó a cabo el desarrollo origi-
nal, pero parecería estar conectado sobre todo con el cultivo del maíz. La mayoría
de las evidencias dan la impresión de que eso fue en algún lugar de Mesoamérica
o de Sudamérica, y que es muy poco probable que ocurriese en el área que ocupa
actualmente Estados Unidos. Por lo tanto, soy de la opinión de que el origen últi-
mo de los elementos agrícolas y alfareros de la cultura del suroeste se encuentra en
algún lugar al sur de ella. Probablemente no fuese en el valle de México sino en
alguna región más favorable, desde el punto de vista geográfico, para las primeras
etapas del desarrollo de la agricultura.
La presencia de figurillas humanas en la más antigua de las fases hohokam pue-
de indicar que eran un rasgo asociado con esta difusión temprana, así como tam-
bién son un elemento de todos los horizontes más antiguos de Mesoamérica.

Contactos posteriores

Sea o no correcta esta teoría de los orígenes, resulta claro que después de que los
patrones culturales generales se establecieron tanto en el suroeste como en México,
cada uno parece haber evolucionado siguiendo líneas propias, y ninguno de ellos
tuvo una influencia muy profunda sobre el otro. Esta segregación se debió en parte
a la distancia que los separaba, pero es probable que de mayor importancia fuese
el hecho de que las áreas intermedias consistían en gran parte en terrenos pobres
y áridos, ocupados por pueblos más primitivos, que formaban una barrera suficien-
te entre las zonas. No obstante, había cierta intercomunicación entre los centros
de cultura mexicana y los del suroeste, como se observa en la posición común de
ciertos rasgos que no pueden atribuirse a los contactos tempranos que hemos ana-
lizado arriba. Algunos de estos rasgos comunes, que se observan en el material ar-
queológico, y que se debieron a contactos posteriores o algún tipo de comercio, se
enumeran más abajo. Las fechas son las de las fases durante las cuales, de acuerdo
con Gladwin, aparecieron en Snaketown.

Juegos de pelota 500-700 d. C


Espejos de mosaico de piritas de hierro 500-700 hasta 1100
Pintura cloisonné 700-900 hasta 1100
Vasijas con bases trípodes y tetrápodas 900-1100
Cascabeles de cobre fundido 900-1100

138
Concha 700-900
Mosaicos
Turquesa periodo de los pioneros

Los mosaicos de turquesa son tempranos tanto en el suroeste como en México,


y si bien esto podría parecer ser resultado de la difusión del rasgo de un área a la
otra, no hay manera de saber en qué dirección fue.
Si excluimos las vasijas con bases tetrápodas y trípodes, todos los demás rasgos
enumerados arriba parecen haber aparecido antes en el suroeste que en México.
Éste es el hecho sorprendente que, sin un análisis cuidadoso, podría llevar a creer
que el suroeste fue el lugar real de origen.
En mi opinión, la interpretación que hace Gladwin de los hechos anteriores se
basó en gran medida en una premisa falsa. Señaló la gran cantidad de excavación
y estudio que se han realizado en Mesoamérica para demostrar que si esos rasgos
arriba enumerados hubiesen estado presentes en fecha más temprana en México,
sin duda se los hubiese encontrado. Concluyó, erróneamente, que se sabe tanto de
la prehistoria de Mesoamérica como del suroeste de Estados Unidos.
Yo calcularía más bien que nuestro actual conocimiento de las culturas prehistó-
ricas de México, su distribución, cronologías, etc., está en una etapa más o menos
comparable con lo que sabíamos del suroeste veinte años atrás, cuando el doctor
Kidder estaba concluyendo sus excavaciones en Pecos. No se ha encontrado casi
ninguna evidencia del hombre temprano en México, y desde luego no puede caber
ninguna duda de que fue ocupado por el ser humano, por lo menos en parte, en la
época “Cochise” o “Folsom”. La prospección que Mason llevó a cabo en Durango
fue el único esfuerzo especial realizado en años recientes para encontrar este tipo
de restos. Se ha establecido una cronología no muy precisa, y eso sólo para ciertas
áreas restringidas. Hay zonas enormes que nunca se han explorado arqueológica-
mente de manera sistemática, y en algunas regiones sólo se ha recolectado el mate-
rial más reciente y obvio. Hace veinte años sabíamos realmente muy poco sobre el
área hohokam del sur de Arizona, y nuestro conocimiento actual de grandes partes
de México es aún más rudimentario.
De esta falta de conocimiento sobre la arqueología de México no necesariamente
se deduce que por el solo hecho de que se encontrara que los rasgos arriba mencio-
nados se produjeron antes en Arizona que en cualquier lugar de México fuese allí
donde se originaron. Analicé en detalle estas posibilidades en relación con los casca-
beles de cobre y la técnica de la pintura cloisonné en otros lugares de este trabajo, y
soy de la opinión de que los espejos de mosaico tuvieron aproximadamente la misma
historia. Todos estos objetos son resultado de técnicas sumamente especializadas, y
en sus detalles son muy similares a sus contrapartes de Mesoamérica. En el suroeste
son de aparición relativamente rara. Desde luego, no se establecieron bien y tienen
una distribución muy escasa, como la que se da en el caso de artículos obtenidos por
comercio. Si en el suroeste se hubiesen dado los procesos de invención y desarrollo,
no comprendo por qué no eran de uso más común y difusión más amplia.

139
No obstante, la presencia de juegos de pelota en el suroeste no se explica con
tanta facilidad siguiendo esta línea, y tal vez tuvieron una historia totalmente distin-
ta. No es mucho lo que se puede agregar al análisis de los juegos de pelota que hace
Haury,4 aparte de señalar que existen en el área de México. Son, definitivamente,
un elemento de la cultura Mixteca-Puebla, ya que Caso acaba de excavar en parte
un juego de pelota en un sitio de la Mixteca. No se han hallado otros en México,
pero, como señaló Blom,5 se han encontrado aros de piedra en muchos lugares del
centro de México, y no puede haber duda alguna de que los elaborados juegos de
pelota eran un elemento común de las culturas del centro de México. Puede ser
que estuviesen restringidos a los periodos más tardíos, pero creo que es de esperar
que aparezcan también en horizontes más tempranos.
Al parecer, en tiempos tempranos la práctica del juego de pelota tuvo una am-
plia difusión en toda Mesoamérica, con una distribución mucho más grande que
la de cualquier otra cancha o campo de juegos. En ciertas áreas deben de haberse
desarrollados diversas especializaciones tanto en el juego como en el espacio para
el mismo, y éstas seguramente se difundieron con rapidez. Esto podría explicar la
semejanza entre los juegos de pelota de los hohokam y los de Mesoamérica.
Las excavaciones de Guasave no han contribuido demasiado a aclarar estos pro-
blemas generales. Hemos demostrado que las culturas con cerámicas pintadas de
Sinaloa llegaban, por el norte, hasta el límite meridional de Sonora, y también que
por lo menos en una fase contenían muchos de los elementos avanzados de la civi-
lización mexicana. Sin embargo esto fue en una fecha relativamente tardía, desde
luego no antes de 1300 d. C., y los contactos “tardíos” que hemos estado comentan-
do tuvieron lugar entre 700 y 1100 d. C. En esa época la cultura hohokam ya había
desaparecido; la invasión de los pueblo, desde el norte, la había alterado en lo que
se conoce como la fase clásica. Es probable que en ese momento hubiese cierto co-
mercio entre Sinaloa y el sur de Arizona. Posiblemente se comerciaban cascabeles
de cobre y plumas hacia el norte, mientras hacia el sur pasaban turquesas y ciertos
estilos de tallado de conchas.
Las fases de cerámica pintada más tempranas de Sinaloa, Chametla temprana
y media, pueden haber sido una fuente que contribuyó la cultura hohokam, pero
no parecen haber estado lo suficientemente avanzadas, ni ser lo bastante antiguas,
como para haber transmitido los rasgos que consideramos arriba. En realidad el
trabajo en la costa oeste no nos ha proporcionado indicio alguno acerca de cómo
podrían haberse dado los contactos entre el México central y el suroeste de Estados
Unidos, excepto en un periodo muy tardío.
Nuestra prospección de Sonora indicó con mucha certeza, en mi opinión, que
nunca hubo hacia allí alguna extensión de las culturas civilizadas lo bastante de-
sarrolladas como para haber servido de medio de transferencia de rasgos, de la
manera normal en que se da la difusión por contacto. En todo el norte de Sonora
se encuentran culturas que pueden referirse definitivamente al patrón del suroeste.

4
Haury, en Gladwin y cols., 1937, p. 36.
5
Blom, 1932, p. 487.

140
La cultura Trincheras es distinta de la hohokam, pero cercanamente afiliada con
ella. Al sur del valle del río Sonora los sitios prehistóricos no son numerosos, pero
los que existen muestran cerámica lisa —en algunos casos puramente incisa— que,
si acaso, se relaciona con las formas generales del suroeste. La única excepción a
este patrón general se da en la serie de sitios sobre el río Mayo, en los cuales domina
una cerámica roja fina y dura. Creo que ésta muestra, indiscutiblemente, una rela-
ción con el patrón cerámico general del suroeste, y tal vez de manera más específica
con la cerámica roja de San Francisco, del complejo Mogollón. No se conoce su
antigüedad, pero es posible que sea contemporánea de los horizontes temprano o
medio de Chametla.
¿Entonces cómo se transfirieron al suroeste esos rasgos que hemos considerado
de origen mexicano? El corredor de la costa oeste no parece ser una ruta probable,
a menos que deseemos suponer que esos rasgos fueron transferidos por viajeros
o comerciantes que atravesaron grandes áreas habitadas por pueblos de cultura
relativamente baja. Más o menos la misma situación parece haber prevalecido en
las tierras altas del oeste. Una saliente de alta cultura de afiliación con el centro de
México se extendió, atravesando Zacatecas, hasta Durango, y sólo en un periodo
posterior llegó a tener un contacto cercano con las culturas del suroeste, con la
difusión hacia el sur de los pueblos de Casas Grandes. Esos contactos “posteriores”,
entonces, deben haber tenido lugar a través de grandes áreas ocupadas por pueblos
relativamente primitivos, y parece probable que las hubiesen llevado a cabo, en
gran medida, grupos pequeños de viajeros.
Tal vez en el momento actual la mejor manera de hacerles frente a los proble-
mas de las relaciones entre México y el suroeste de Estados Unidos consiste en
aprender más acerca de las secuencias culturales en la periferia septentrional de
las altas culturas del altiplano, en Zacatecas y Durango o incluso en Jalisco y Mi-
choacán. Necesitamos saber qué profundidad tienen las culturas de esa área, y si
pueden haber servido o no de punto de partida para los viajeros ya en los años 500
o 700 d. C. Eso podría resultar más valioso que buscar eslabones perdidos en Sonora
o en Chihuahua, puesto que una ocupación continua de las áreas intermedias no
parece haber sido necesaria para la transferencia de rasgos de una región a la otra.

141
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145
EPÍLOGO
EL CONJUNTO MORTUORIO DE EL OMBLIGO:
SU ANÁLISIS E INTERPRETACIÓN

En las excavaciones del montículo funerario de El Ombligo, Gordon Ekholm


(1942:39), reportó 166 entierros completos y 21 entierros parciales representados
por varios fragmentos óseos. Sin embargo, en sus notas de campo, se encuentran
registrados 196 individuos representados y 193 entierros documentados. De éstos
últimos, 14 individuos fueron recuperados parcialmente o reflejaban elementos ais-
lados, supuestamente fueron encontrados en contextos alterados; tres entierros más
fueron interpretados como resultado de eventos modernos (Ekholm 1942: 47). En
resumen, eliminando estos 17 casos, el total de entierros es de alrededor de 182.1
En el conjunto de entierros hallados en El Ombligo, fue posible observar varios
ejemplos de clases de inhumaciones primarias y secundarias:2 la clase de inhuma-
ciones primarias: individuos enterrados en posición decúbito dorsal, flexionados en
posición fetal, semi-flexionados y flexionados-sedente; éstos a su vez, fueron clasi-
ficados de acuerdo con la orientación en que fueron encontrados; tomando como
referencia la dirección del cráneo: norte, noroeste, sur, sureste y oeste. La clase de
inhumaciones secundarias: los enterramientos realizados dentro de ollas (urnas fune-
rarias) de loza lisa café o lisa roja de grandes dimensiones. Finalmente, los casos de
“entierros de bulto”: huesos largos atados cuidadosamente con las costillas, omó-
plato y demás huesos, con el cráneo ubicado al sur o al norte del bulto (Ekholm
1942: 39).
Los entierros en urnas funerarias (restos óseos desarticulados de individuos

1
Cincuenta años después de la publicación de la obra de Ekholm, tuve la oportunidad de realizar
un nuevo análisis de los materiales arqueológicos del sitio “El Ombligo”, excavados por Gordon Ekholm
(1937-1940). Los resultados de ese trabajo fueron la base de mi tesis doctoral del departamento de
antropología de la Universidad de Arizona, en Tucson (Carpenter 1996). El nuevo análisis, tuvo como
objetivo evaluar si en realidad los entierros y materiales culturales de “El Ombligo”, interpretados por
Ekholm como reflejo de un conjunto prehispánico contemporáneo, representaban uno o más periodos
cronológicos y, a partir de estos resultados, llevar a cabo una interpretación de los diversos atributos de
las prácticas mortuorias documentadas en los entierros del conjunto; con el propósito de ofrecer una
explicación sobre las características de los individuos enterrados en este lugar y explicar la organización
socio-política-económica de las sociedades que habitaron esta región de la planicie costera sinaloense.
Para llevar a cabo este estudio, utilice las variables de los tipos de entierros encontrados en El Ombligo;
tomando como control de registro su profundidad por debajo de la superficie del montículo, junto con
los tipos de objetos utilizados como ofrendas funerarias. De esta manera, al analizar estos datos con
once nuevas fechas de radiocarbono, pude reconocer y establecer la presencia de dos componentes
cronológicos (Carpenter 1996). El componente más temprano, señalado como el periodo Huatabampo
(700-1000 d. C.), seguido por el periodo Guasave (1000-1450 d.C.).
2
Las clases o tipos de entierros encontrados en El Ombligo, se encuentran descritas en la clasifica-
ción de Roderick Sprague (1968).

149
depositados dentro de ollas) fueron encontrados incompletos y colocados sin un
patrón particular.3 En un solo caso (E 199), en el interior de una urna se encontró
solamente un cráneo. Cabe señalar que en la matriz del montículo fueron encon-
trados varios cráneos aislados y que algunos de los entierros primarios en decúbito
dorsal se hallaron sin el cráneo. También se registraron algunos entierros múltiples:
un adulto junto con un niño (E 34A y E 34B) en posición decúbito dorsal con los
cráneos orientados hacia el norte; dos adultos de sexo masculino (E 39A y 39B)
depositados juntos en la misma urna funeraria; el entierro secundario de bulto dos
adultos masculinos (E 83A y E 83B) con los huesos colocados lado a lado; final-
mente, el entierro de un adulto femenino en posición decúbito dorsal orientado
al norte (E 166), junto con un entierro en bulto de un adulto masculino (E 166B)
colocado junto a su pies.
Las variantes espaciales observadas en las prácticas mortuorias del montículo El
Ombligo sugieren la posibilidad de que podrían corresponder a diferencias cronoló-
gicas en el conjunto. En este sentido, Ekholm observó que los individuos enterrados
con los cráneos orientados hacia el sur parecían ser los entierros de mayor profundi-
dad en el montículo; el rango vertical de los entierros orientados hacia el sur fue de
0.09 m a 2.60 m por debajo del control vertical (datum vertical); una profundidad
promedio de 1.34 m debajo del control vertical. En cambio, los entierros orientados
hacia el norte revelaron un rango de profundidad de 0.95 m (arriba del control ver-
tical) hasta 2.45 m (debajo el control vertical); una profundidad promedio de 0.56
debajo del control vertical. Los entierros orientados hacia el norte fueron encontra-
dos en todos los niveles del montículo, mientras que los entierros orientados al sur
se encontraron en profundidades igual o debajo del control vertical.
Estas diferencias entre orientación y profundidad sugieren que los entierros
orientados hacia el norte son posteriores temporalmente a los entierros orientados
hacia el sur. La notable ausencia de entierros orientados al sur en niveles por en-
cima del control vertical podría indicar que la construcción del montículo ocurrió
tiempo después de que se depositaron los entierros orientados hacia el sur; segura-
mente, la matriz de depósitos aluviales (de limos y arcillas), característica del lugar,
no impidió que los antiguos pobladores enterraran a sus muertos a la profundidad
que ellos desearan; sin embargo, la presencia o ausencia de un montículo artificial,
podría haber determinado su posición vertical. Los entierros en urnas funerarias
representan la clase de entierros con la menor profundidad; con un rango vertical
de 1.23 m (debajo del control vertical) hasta 1.36 m (arriba del control vertical),
una profundidad promedio de 0.09 m arriba del control vertical.

3
A diferencia de El Ombligo, en las urnas funerarias halladas en Culiacán es posible observar un
ordenamiento de los restos óseos.

150
la temporalidad de el ombligo

Para conocer la temporalidad del montículo funerario de El Ombligo,4 Gordon


Ekholm, se basó en las similitudes de la cerámica policroma y otros tipos cerámicos
asociados a la tradición posclásico tardío de la Mixteca-Puebla (alrededor del 1350
d.C.).5 Kelley y Winters (1960), propusieron que el conjunto cerámico de loza roja
debía estar asociado con los entierros orientados al sur. Sin embargo, el conjunto
de artefactos de El Ombligo, no sustentan esta idea. Ekholm, trató de ser congruen-
te con esta interpretación, visualizó al horizonte cerámico de loza roja como una
cerámica indígena; a pesar de que ninguna vasija de loza roja se encontró asociada
con los entierros orientados al sur;6 algunos investigadores han propuesto que los ti-
pos cerámicos decorados de El Ombligo, podrían reflejar diferencias cronológicas.
Kelley y Winters (1960:557) consideraron que el tipo Guasave rojo-sobre-bayo, es
una variante local del tipo Lolandis borde rojo; ambos autores identificaron la pre-
sunta asociación del tipo Aguaruto inciso y Guasave rojo-sobre-bayo, con un entie-
rro orientado al sur, como indicativo de un componente temprano (fase Lolandis
aprox. 700 a 900 d. C.) del complejo Aztatlán. Sin embargo, la cerámica decorada
es más parecida a las cerámicas de épocas posteriores (pos-Aztatlán) equivalentes a
las fases de La Divisa (1100 al 1200 d. C.) y Yebalito (1200 al 1400 d. C.) en la región
de Culiacán.7
Por su parte, Gordon Grosscup (1976:249), insistió en que las diferencias esti-
lísticas señaladas por Kelley y Winters podrían ser consideradas como variantes re-
gionales y no cronológicas. Según Grosscup (1976:261), el complejo de materiales
culturales de El Ombligo debía de ser contemporáneo en parte con la fase Acapo-
neta de Chametla y la fase equivalente de Cerritos en el sitio de Amapa, en Nayarit.
Con excepción de una sola vasija del tipo San Pedro policromo, la cual, no estaba
asociada con ningún otro tipo cerámico, la distribución cerámica de El Ombligo
demuestra que no existen diferencias notables en las asociaciones entre los tipos
cerámicos, sosteniendo la interpretación de que el complejo de El Ombligo, refleja
un solo conjunto contemporáneo. En este sentido, aceptar la contemporaneidad
del conjunto cerámico de El Ombligo favorece la comparación que hicieron Kelley
y Winters del sitio con las fases de La Divisa y Yebalito en Culiacán, situándolos en
una misma ubicación cronológica.

4
En la época en que Ekholm llevó a cabo su investigación, las técnicas arqueométricas apenas co-
menzaban a desarrollarse en la arqueología; la técnica del carbono 14 (C-14), empleada para fechar la
antigüedad de materiales orgánicos, fue creada en 1949.
5
Aprovechando la información que se ha generado en cinco décadas de investigaciones después de
la publicación de la obra de Ekholm y de la obtención de once fechas nuevas de carbono 14, llevamos
a cabo la actualización cronológica que aquí presentamos de los entierros y del complejo de materiales
culturales.
6
Si comparamos los datos procedentes del sitio de Machomoncobe (Sonora), con los de El Ombli-
go, se puede afirmar que el complejo cerámico de loza roja, tiene un amplio rango cronológico, de 200
a.C. hasta 1350 d. C.
7
Estas observaciones llevaron a proponer a Kelley y Winters (1960:557) que el complejo de El Om-
bligo posiblemente representaba desarrollos posteriores a los presuntos tipos similares culiacanenses.

151
la relevancia cronológica de los objetos de cobre

Kelley y Winters (1960) reconocieron los implementos de cobre, junto con la cerá-
mica, como otro indicador cronológico, sugiriendo que la ausencia de este metal
en los materiales arqueológicos de Chametla y su primera aparición durante la fase
Yebalito, en Culiacán, demuestra que el cobre constituye un rasgo tardío (posterior
al 1200 d. C.) en la región de la planicie del norte de México.8 La técnica empleada
para la manufactura del cobre en este periodo se realizaba por medio del martilla-
do y el vaciado a través de la técnica de la cera perdida. Por medio del martillado
fueron fabricados: hachas, punzones, cinceles, agujas, anillos y pinzas; mientras que
los diversos tipos de cascabeles, fueron realizados a través del vaciado usando la
técnica de la cera perdida (Hosler 1988).
El siguiente complejo tecnológico fue introducido entre los años de 1200 d. C.
y 1300 d. C., continuando hasta después del contacto español (Hosler 1988, 1992).
En este periodo se fabricaron una gran variedad de aleaciones metálicas, particu-
larmente bronces de cobre-latón y cobre-arsénico, al igual cobre-plata, cobre-oro, y
mezclas múltiples de cobre-arsénico-latón y cobre-plata-oro (Hosler 1992:9). Según
Dorothy Hosler (1992); los objetos de cobre recuperados en El Ombligo pertene-
cen al segundo periodo, lo cual indica un contexto posterior al 1200 d. C.

resultados del fechamiento de carbono-14

Para llevar a cabo la datación por medio de la técnica de C-14 fueron seleccionadas
10 muestras que reflejaran el mayor rango posible de contextos específicos;9 una de
ellas, procedente de un entierro orientado al sur y la otra de un entierro secunda-
rio (con el cráneo orientado también al sur). Las ocho muestras restantes fueron
obtenidas de dos inhumaciones primarias orientadas al sur; cuatro seleccionadas
entre los entierros con una orientación al norte y dos muestras asociadas con las
urnas funerarias10 (cuadro 1). En dicho cuadro se encuentran los resultados de las
dataciones por C-14 junto con una fecha de radiocarbono reportada previamente
por Meighan (1971).
Aunque la preservación de los entierros y sus objetos asociados fue bastante
buena, Ekholm no recuperó casi ninguno de los restos óseos que excavó; tampoco
fragmentos de carbón, mucho menos muestras de suelo, pues en su época no se
llevaba a cabo este tipo de registros. Por lo tanto, para las dataciones de C-14 se
dispuso de los materiales que se tenían a la mano: seis muestras de concha, una de

8
En el occidente de México han sido definidos dos periodos tecnológicos en la metalurgia del cobre
(Hosler 1986, 1988); el periodo inicial, comenzó entre los años 650 y 800 d. C., continuando hasta el
1200 o 1300 d. C.
9
Dos muestras de concha marina (Laevicardium elatum y Anadara grandis) fueron entregadas al La-
boratory of Isotope Geochemistry, en la Universidad de Arizona, en Tucson.
10
Estas muestras fueron entregadas al Accelerator Mass Spectrometry Laboratory en el Departamento de
Física, de la Universidad de Arizona

152
carbón encontrada en el American Museum of Natural History (amnh) y restos de
tela, un cordel y un fragmento de guaje.

nuevas consideraciones de la cronología del complejo de el ombligo

Tomando en cuenta las diversas prácticas mortuorias, su profundidad, así como las
ofrendas asociadas, además de las nuevas fechas de radiocarbono, fue posible iden-
tificar dos componentes cronológicos presentes en el conjunto de El Ombligo: el
designado periodo Huatabampo (650/700 al 1050/1100 d.C.) y el periodo Guasave
(1050/1100 al 1400/1450 d. C.).11 Cabe señalar que posiblemente la temporalidad
del periodo Huatabampo podría ser menor, pues así lo indicó el rango máximo
producido por las fechas de radiocarbono.12 Por otra parte, los malacates del perio-
do Huatabampo son estilísticamente iguales a los malacates asociados con la fase
Guasave, sugiriendo un lapso de tiempo mucho más corto de lo que los resultados
de radiocarbono señalan. Es importante mencionar también que el fechamiento
del periodo Huatabampo se refiere únicamente al conjunto mortuario presente en
El Ombligo, pues el inicio del periodo Huatabampo, particularmente en sitios de
la tradición Río Sonora, puede establecerse alrededor del 200 a. C. (Álvarez 1990;
Pailes 1972).
El periodo Guasave es equivalente a las fases de La Divisa (1100 a 1200 d.C.) y
Yebalito (1200 a 1400 d. C.) en la secuencia culiacanense; los objetos de cobre y la
mayoría de los tipos cerámicos asociados con el periodo Guasave, indican un com-
ponente posterior al 1200 d.C. Es muy probable que algún día, con la realización
de más investigaciones, sea posible distinguir dos fases en el norte de Sinaloa; una
fase temprana (aprox. 1100 a 1200) y otra fase tardía (aprox. 1200 a 1400/1450), al
igual que como ocurre en la cronología de la región de Culiacán.

las características biológicas de los entierros

Deformación craneal

Según Ekholm (1942:119), los cráneos recuperados del montículo eran braquicéfa-
los; aunque Glascock (1980:23) insiste que la deformación craneal de los ejemplos
que ella revisó en las colecciones del American Museum of Natural History, impo-
sibilita determinar si la población de El Ombligo era mesocraneal o braquicéfala.

11
Debido a que el rango de ocupación es muy largo, aproximadamente 800 años, es conveniente de-
signar solamente dos periodos generales, con la esperanza de que investigaciones futuras puedan lograr
precisar la cronología con la identificación de fases más cortas.
12
Es importante mencionar que todas las muestras con fechas registradas antes del 1000 d. C., fue-
ron obtenidas de concha marina. Dada la variación regional del efecto reservorio costero, su corrección
solo puede ser considerada como una aproximación razonable; potencialemente las fechas actuales
pueden ser mucho más tempranas.

153
Debido a las malas condiciones de preservación en la que actualmente se encuen-
tran los restos óseos, no fue posible determinar una frecuencia precisa en cuanto
a la deformación craneal. Ekholm (1942:119) solamente notó que este rasgo fue
observado entre una “gran mayoría” de los cráneos. La deformación craneofrontal
fue observada en un mínimo de 70 individuos; la deformación occipital fue regis-
trada en dos individuos y por lo menos nueve individuos presentaban ambos tipos
de deformación (frontal y occipital).

Modificación dental

En 17 individuos fueron observadas evidencias de prácticas de modificación dental;


nueve casos procedentes del periodo Huatabampo y siete casos del periodo Gua-
save. En 15 individuos se encontraron evidencias de afilamiento dental; en los dos
casos restantes, los dientes se encontraron manchados intencionalmente. El sistema
utilizado para realizar la modificación dental en los casos encontrados en El Ombli-
go, se realizó a través de una técnica de afilamiento; cortando las esquinas distales
y mediales de los dientes, produciendo una aguda punta en la parte media.13 Por
lo regular, las muescas fueron elaboradas en los incisivos, aunque ocasionalmente
estaban presentes en los dientes caninos y premolares.14 Finalmente, notó un solo
caso de mutilación que, además de haber sido afilado, fue surcado profundamente
con una línea horizontal.15
La práctica de modificación dental encontrada en El Ombligo no parece estar
asociada con algún sexo en particular; fue un rasgo encontrado indiferentemente
entre individuos masculinos y femeninos, la mayoría de ellos, entre 21 y 26 años de
edad al momento de su muerte (Glascock, 1980: 78). En este sentido, la evidencia
sugiere que la modificación dental fue practicada en individuos jóvenes.16

Población

La muestra poblacional de El Ombligo no es muy grande para establecer, en térmi-


nos arqueológicos, las características de la población antigua de la planicie costera
sinaloense; sin embargo, la población representada en el montículo funerario pre-
senta atributos de edad, sexo y estatura, con los cuales, es posible llevar a cabo una
aproximación.
Para determinar la estatura promedio de la población de entierros fueron tomadas

13
Esta técnica fue identificada por Ekholm como la del tipo J. de Borbolla, lo cual corresponde al
tipo C en el esquema de Romero.
14
Según Ekholm (1942:119) se pueden identificar estos ejemplos con los tipos A y L de Borbolla, los
cuales son equivalentes al tipo B de Romero
15
Aunque Ekholm no pudo encontrar este tipo de modificación dental en la clasificación de Borbo-
lla, corresponde al tipo F-4 en el esquema clasificatorio de Romero (Glascock, 1980: 82).
16
Ekholm reportó otra forma de modificación dental, en la cual, los dientes eran pintados con una
sustancia negra, tal vez con brea; observó este rasgo en tres individuos, pero no pudo determinar si la
practicaban estando vivas las personas o como parte de un proceso posmortem (Ekholm, 1942: 120).

154
las medidas de 32 individuos, cuyo sexo pudo ser establecido. Los 19 individuos
masculinos tuvieron un rango de estatura de entre 1.51 m y 1.77 m, con un prome-
dio de estatura de 1.69 m. En cuanto a los individuos identificados como “probables
femeninos”, el rango de estatura varió de 1.49 m a 1.65 m, teniendo como estatura
promedio 1.59 m. Cabe señalar que no se observaron diferencias cuantitativas entre
el periodo de Huatabampo y el periodo de Guasave.
Como parte de su tesis de maestría, Glascock (1980:198), revisó los atributos
cranométricos, odontométricos y antroscópicos de los materiales osteológicos re-
colectados por Ekholm y conservados en el American Museum of Natural History;
aunque su análisis estadístico comprendió una reducida muestra de los entierros
de El Ombligo17 —ya que Ekholm solamente recolectó dos cráneos completos y
fragmentos misceláneos de un total de unos 25 individuos—, Glascock llegó a la
conclusión de que la población de El Ombligo tuvo una afinidad cercana con la
región del suroeste de los Estados Unidos (1980: 96-97).

las ofrendas funerarias

Sin lugar a dudas, desde que Ekholm llevó a cabo su investigación en Guasave, lo
que más ha llamado la atención del montículo de El Ombligo han sido los mate-
riales culturales asociados a los entierros, los cuales han influenciado notablemente
las interpretaciones que se han realizado del sitio. El mismo Ekholm dedicó gran
parte de sus publicaciones a la descripción de dichos materiales. Sin embargo, las
interpretaciones de los objetos encontrados en El Ombligo; no sólo han suscitado
diversas confusiones, ya que, en realidad, se han dejado llevar por un engaño invo-
luntario; algunos de los objetos que Ekholm publicó en su obra, no se encontraron
asociados a los contextos funerarios y otros ni siquiera fueron encontrados en el
sitio de El Ombligo; muchos de los materiales pertenecieron a colecciones que le
fueron obsequiadas a Ekholm o que él mismo adquirió entre los vecinos del lugar.
De igual forma, algunas piezas fueron recolectadas en varios sitios de los alrededo-
res y otras recuperadas como hallazgos aislados de contextos desconocidos en el
montículo adyacente.
En nuestro estudio, consideramos únicamente los materiales recuperados de
los contextos funerarios; los cuales, presentan atributos identificados en el análisis
mortuorio y en su interpretación (en el cuadro 2 se muestran los tipos de ofrendas
funerarias identificadas junto con la cantidad de entierros del periodo Huatabam-
po. En el cuadro 3, los datos de las distribuciones de objetos asociados al periodo
Guasave).
Basándose en las relaciones estratigráficas de los entierros, de acuerdo con el pe-

17
El análisis de Glascock estuvo enfocado principalmente la evaluación de las relaciones biológicas
de los entierros de El Ombligo; a través de su comparación con datos osteológicos procedente de los
sitios en el estuario de Teacapán (Gill 1971, 1973, 1974, 1976, 1984), en Las Marismas Nacionales del
extremo sur de Sinaloa y norte del Nayarit, además de los datos osteológicos derivados de los grupos
pimas de Arizona y del sitio arqueológico de Pecos, en Nuevo México.

155
riodo al que pertenecieron, la construcción del montículo funerario de El Ombligo
corresponde al periodo Guasave, debido a que ninguno de los entierros fue encon-
trado con el cráneo orientado al sur en contextos superiores al nivel de la base del
montículo. El conjunto de materiales culturales del periodo Huatabampo refleja
una menor diversidad de artefactos en comparación con el periodo Guasave; resul-
ta curiosa la notable ausencia de vasijas de cerámica en las ofrendas funerarias del
periodo Huatabampo; solo dos vasijas cerámicas, un cuenco del tipo Aguaruto in-
ciso y un cuenco de Guasave rojo-sobre-bayo, fueron las únicas ofrendas funerarias
encontradas en este periodo. Sin embargo, la presencia de tepalcates (de loza lisa y
de la loza roja), estuvieron presentes en todos los niveles de la matriz del montículo;
definitivamente, no cabe ninguna duda de que durante el periodo Huatabampo se
produjo cerámica.
La diversidad de tipos de ofrendas funerarias fue mucho más amplia en el pe-
riodo Guasave; numerosas clases de artefactos, incluyendo todas las vasijas pintadas
y aquellas con decoraciones incisas, las pipas de tallo, máscaras de cerámica y los
objetos de cobre, pueden ser incluidos en el complejo Aztatlán. Es posible obser-
var la continuidad entre los dos periodos a través de otras categorías de artefactos,
como malacates, canastas, ornamentos de concha y los guajes pintados a través de
la técnica cloisonné.
Fueron pocos los objetos foráneos recuperados de contextos del periodo Hua-
tabampo; una sola navaja prismática de obsidiana, un sello cilíndrico, minerales de
galena y pirita y la pieza cerámica de Aguaruto inciso (en el caso de que ésta no per-
tenezca al periodo Guasave). La turquesa encontrada en el montículo funerario de
El Ombligo, procede del yacimiento Cerrillos II, en el valle superior del Río Bravo,
Nuevo México (alrededor de 1 150 km de distancia del sitio). La obsidiana recupe-
rada ha sido identificada como procedente de La Joya, Jalisco (750 km hacia el sur
del sitio). El sitio de Amapa (Nayarit), es el yacimiento más cercano del que pu-
dieron haber sido importados los objetos de cobre. En cuanto a los minerales y los
objetos de alabastro, hasta la fecha no se han identificado sus posibles yacimientos.
Es notable la ausencia de artefactos domésticos/utilitarios; los objetos de pie-
dra pulida son escasos, considerando la alta frecuencia en que fueron encontrados
manos, metates, percutores y hachas ranuradas de 3⁄4 del diámetro; las cuales, se
encontraban presenten en las colecciones de materiales de superficie de todos los
sitios registrados en la planicie costera (Ekholm, 1942: 107). Los artefactos de lítica
lasqueada tampoco estuvieron presentes en el conjunto funerario. La ausencia de
figurillas antropomorfas fue también un rasgo visible, pues Ekholm recolectó nu-
merosas figurillas de varios estilos entre las regiones de los ríos Yaqui y Mocorito.

el análisis mortuorio

El análisis de los restos funerarios se llevó a cabo con el objetivo de identificar la


diferenciación social de los individuos enterrados en El Ombligo y evaluar la evi-
dencia funeraria en relación con las dimensiones sociales, políticas y económicas;

156
los atributos de cada sexo, la edad, estatura, los tipos de entierros, la orientación,
ubicación, profundidad, deformación craneal y modificación dental, en relación a
los tipos de ofrendas funerarias registradas en 182 de los 196 entierros documenta-
dos18 (cuadro 4).

el conjunto mortuorio del periodo huatabampo

El conjunto mortuorio del periodo Huatabampo estuvo conformado por 72 indi-


viduos que representan un total de 71 entierros distintos. La práctica común em-
pleada en este periodo fueron las inhumaciones primarias en decúbito dorsal, con
la cabeza orientada hacia el sur. De los cinco entierros de bulto, dos se encontraron
juntos, uno al lado del otro, interpretados como parte de un solo evento; los tres
entierros restantes (E 55, E 59, y E 202), dos masculinos y otro individuo de sexo no
determinado, fueron colocados con sus cráneos orientados al oeste; mientras que to-
dos los demás entierros se encontraron orientados hacia al sur. Sin excepción, todos
los entierros del periodo Huatabampo fueron acomodados en el interior de fosas
simples excavadas en la tierra; no fue posible reconocer ningún patrón específico en
las distribuciones espaciales representadas en los entierros. Las distribuciones espa-
ciales en relación al sexo y edad de los individuos parecen haber sido aleatorias.

Sexo

Fue posible identificar el sexo de 30 individuos: 22 masculinos y 8 femeninos (al-


gunos entierros no fueron completamente identificados, pero es probable que
4 de ellos sean masculinos y 13 femeninos). La mayoría de entierros femeninos
fueron inhumaciones primarias en posición decúbito dorsal: 19 entierros (90%)
orientados al sur y los dos restantes (10%) ligeramente al sureste. En cambio, los
entierros masculinos reflejan un rango de variabilidad más amplio; 21 entierros
(84%) fueron inhumaciones primarias en posición decúbito dorsal. la mayoría de
los entierros masculinos (88%) se encontraron orientados hacia el sur; uno (4%)
orientado al sureste y dos (8%) orientados al oeste. El resto de entierros masculinos
estuvo conformado por: una inhumación primaria en posición flexionada (fetal)
con la cabeza orientada al sur y tres entierros secundarios en bultos con los cráneos
colocados al sur.
Las ofrendas funerarias se encontraron asociadas a 11 entierros masculinos
(44%) y las 8 ofrendas restantes a los entierros femeninos (38%). El análisis de Chi

18
De todos los métodos que se han empleado, el análisis univarial ha resultado el más efectivo para
identificar las asociaciones entre los variables y los atributos de los conjuntos mortuorios; normalmente
logrados a través del análisis de Chi cuadrada (e.g., Goldstein, 1980; McGuire, 1992; Ravesloot, 1988;
Rothschild, 1990). Siguiendo el esquema clasificatorio; utilizado previamente por Braun (1977, 1979),
O’Shea (1984), McGuire (1992), Peebles y Kus (1977) y Ravesloot (1988), todas las clases de artefactos
fueron asignados a una de tres categorías generales; de acuerdo a su presunta función: 1), utilitaria 2),
ornamental o 3) socio-religiosa.

157
(X) cuadrada* indicó que no es apreciable una diferencia entre la distribución de
las ofrendas y el sexo de los individuos. Entre los objetos colocados en las ofrendas
funerarias; los guajes pintados con la técnica cloisonné, fueron las más comunes,
pues más o menos reflejan una distribución igualitaria entre individuos masculinos
y femeninos. Sin embargo, todos los malacates y la mayoría de los restos de cestería
encontrados 86% (6/7), indican una correlación con los individuos femeninos.
No fue posible observar la correlación de los conjuntos de objetos con un género
específico; sin embargo, son notables los tres únicos artefactos identificados como
posibles objetos asociados a la clase socio-religioso; pigmento color ocre, una vaji-
lla del tipo cerámico Aguaruto inciso y el cráneo de un carnívoro no identificado,
en entierros femeninos. Así como la única asociación de un artefacto de origen
foráneo, el pendiente de turquesa de Nuevo México, encontrado con un adulto
femenino (E 65).
En cuanto al conjunto del periodo Huatabampo; 10 individuos fueron encontra-
dos con algún tipo de modificación dentaria, tres individuos masculinos con dien-
tes afilados, otro individuo masculino con los dientes manchados y tres individuos
femeninos con dientes afilados. Finalmente, tres individuos cuyo sexo no fue identi-
ficado; dos de ellos con los dientes afilados y el restante con los dientes manchados.
Cabe señalar que todos los individuos con modificación dentaria corresponden a
inhumaciones primarias en posición decúbito dorsal; uno orientado hacia el oeste y
los demás hacia el sur; tres de los individuos (33%) con modificaciones dentarias se
encontraron asociados con ofrendas funerarias; un individuo masculino fue ente-
rrado con un guaje pintado (cloisonné); otro individuo masculino también con un
guaje pintado con la misma técnica, pero junto con un fragmento (posiblemente
una cuenta) de pirita de hierro; finalmente, un individuo femenino con un malaca-
te, un pendiente de turquesa y un guaje pintado (cloisonné).

Edad

Fue posible determinar la edad de 62 (86%) de los individuos del periodo Huata-
bampo; los 10 entierros restantes fueron identificados como “adultos indetermina-
dos” y excluidos de los análisis de edad. La población del periodo Huatabampo se
encontró dominada por adultos (alrededor del 65% de los individuos cuyas edades

*
La X-cuadrada es una prueba en la que se comparan la frecuencia de dos o más conjuntos de datos
para establecer si existe o no una relación entre ellos; parte de un supuesto teórico llamado Hipótesis nula,
es decir, que el resultado de la prueba demuestra que no existe ninguna relación entre la frecuencia de
datos analizados. Y de una Hipótesis alternativa, la cual demuestra que los resultados de la prueba tienen
alguna relación. Todo esto mediante una formula. El resultado de la X cuadrada, se compara con la tabla
llamada: Distribución de la X cuadrada. En la arqueología, la X-cuadrada puede ser utilizada para conocer
si determinadas cantidades de datos, cuyo muestreo aleatorio parecería no tener ninguna relación, en
realidad sí la tienen (claro, también para demostrar que no la tienen). La importancia de esta prueba
reside en que, al obtener del registro arqueológico grandes cantidades de datos, a veces es imposible, a
través de la observación, encontrar una relación entre los datos que aparentemente no muestran nada
pero que, a través de su análisis en la prueba de X-cuadrada, pueden encontrar una relación que puede
ser importante para conocer e interpretar un dato que de otra manera puede ser ignorado (N. E.).

158
pudieron ser determinadas). La clase de “adultos mayores” constituye el 14.5%, los
individuos “juveniles” representan 11 puntos porcentuales, mientras que los “adul-
tos jóvenes” el 6% y los infantes un poco más de tres puntos porcentuales del total
de la población. Cabe señalar que la ausencia de entierros de infantes es notable,
posiblemente porque no lograron preservarse de igual forma que los restos óseos
de los individuos adultos, aunque lo más probable, quizás, es que hayan sido sepul-
tados en algún otro lugar.
Los adultos masculinos reflejan tratamientos o preparaciones funerarias simila-
res en el conjunto mortuorio; las clases de “adultos jóvenes”, “subadultos” y “adul-
tos mayores”, uniformemente corresponden a inhumaciones primarias en posición
decúbito dorsal. La clase “adultos”, constituye el 85% de la población funeraria;
representan el 87.5% de los entierros asociados con ofrendas. En ningún caso se
registraron ofrendas relacionadas con infantes; en un solo caso, se encontró un
adulto joven con un pendiente de concha marina; tres de los cuatro entierros “juve-
niles” se encontraron con guajes pintados (cloisonné) acompañados con ofrendas
de concha.

Lotes funerarios

Veintiséis de los entierros (36%) asignados al periodo Huatabampo contenían al-


gún tipo de ofrenda funeraria, la más común fue un guaje pintado (cloisonné), se-
guida por malacates y canastas. Por lo regular, los análisis mortuorios se han basado
en los conteos totales de artefactos como una medida de variabilidad; sin embargo,
este método resulta ser insuficiente para poder comparar la variabilidad de la ini-
gualdad de los artefactos presentes entre los conjuntos de ofrendas de los diversos
entierros.19
El orden de rango de los diferentes objetos mortuorios fue determinado en fun-
ción de la energía empleada en su manufactura (baja, media o alta); tomando en
cuenta la distancia de los yacimientos o de los lugares de importación de los objetos
(local, regional o de larga distancia) (cuadro 5). Posteriormente, se calculó el ran-
go relativo de cada artefacto con base en dos atributos; la cercanía de la obtención
del producto y el tiempo de manufactura (cuadro 6). Las cuentas halladas en los
entierros (sin considerar la materia prima de la que fueron fabricadas) se contaron
como un solo artefacto por entierro. La suma del rango calculado de todos los ar-
tefactos en un entierro fue calculada y utilizada como un valor del lote funerario
(vlf) por cada tipo de artefacto.
19
Por ejemplo, los resultados pueden ser influenciados por un gran número de artefactos, como es el
caso de las cuentas, cuando éstas no se distinguen entre la diversidad de artefactos. En un esquema así, una
vasija Aztatlán policromo o una orejera de cobre tendrían el mismo valor que una mano de metate. Sin
lugar a dudas, los objetos tuvieron un valor mayor o menor asignado por los antiguos habitantes de la re-
gión (cf. McGuire, 1992:126). De acuerdo con McGuire (1992:126-127); un artefacto puede ser evaluado a
través de tres características principales: 1) el contexto social del objeto; 2) la región de origen del objeto y
3), el tiempo invertido en su producción. El contexto social se basa en los mismos atributos utilizados para
organizar el conjunto total entre las categorías: utilitarias, ornamentales y socio-religiosas, basándose en su
presunta función y en las distribuciones contextuales en que fueron encontradas en el sitio.

159
De los 72 entierros identificados en el periodo Huatabampo, en 39 individuos
(54%) no se encontraron ofrendas funerarias. En los 33 individuos restantes, se
observó una distribución más o menos continua de ofrendas hasta con un valor de
30 y donde sólo tres entierros tuvieron valores superiores a 44 (E 122), 99 (E 82) y
101 (E 83). Estos tres individuos corresponden al 3% de la población; sin embargo,
representan el 30% de los bienes funerarios. El entierro 122 corresponde a la in-
humación primaria de un individuo de sexo “probablemente femenino” enterrado
en posición decúbito dorsal, con un cuenco del tipo cerámico Aguaruto inciso y
dos malacates; el entierro 82 corresponde a una inhumación primaria de un adulto
joven masculino en posición decúbito dorsal, con ofrendas constituidas por nueve
pendientes de concha marina; mientras que el entierro 83 fue el único entierro
múltiple, conformado por dos entierros secundarios de bulto (ambos adultos mas-
culinos), con nueve conchas trabajadas y un guaje pintado (cloisonné).20
Las distinciones de sexo identificadas en los entierros no presentan una diferen-
cia notable; los entierros masculinos constituyen el 54% de la población total y son
asociados con el 60% del valor total de las ofrendas; los adultos jóvenes demuestran
una media alta significante, el 6% de esta población representa el 25% del valor
total, lo cual, es posible atribuir a un solo entierro (E 82). Los adultos constituyen
el 65% de la población, correspondiente al 58% del valor total. Mientras que los
adultos mayores, representan el 15% de la población, el 8% del valor total.
Finalmente, los individuos con modificaciones dentales representan cantidades
del vlf, los cuales, son mucho menores a la media de la población total; estos indi-
viduos corresponden a 14 puntos porcentuales de la población y solamente el 3%
de los valores totales.

el conjunto mortuorio del periodo guasave

El conjunto mortuorio del periodo Guasave está conformado por 104 individuos
en 102 entierros; de los cuales, en 96 fue posible determinar el tipo de entierro. En
este periodo aparecieron nuevas características en los entierros; el cambio en su
orientación cardinal, nuevos tratamientos mortuorios, la construcción de tumbas
más elaboradas y un rango mucho más amplio en los tipos de ofrendas funerarias.
La práctica común de inhumaciones en este periodo fueron los entierros pri-
marios en posición decúbito dorsal, con la cabeza orientada al norte, los cuales,
representan el 55%. La segunda práctica funeraria la constituyen 26 inhumaciones
secundarias de entierros en urnas funerarias, las cuales, representan el 26%. El res-
to de las prácticas funerarias de este periodo constituyen solamente el 5% del total:
tres entierros secundarios de bulto con el cráneo acomodado en el lado norte; cinco

20
Sin embargo, la cifra del vlf no es considerada una medida absoluta de la inigualdad demostrada
en el rango de los entierros, sino más bien para ofrecer una opción heurística que nos permita comparar
las variables de los rangos ibidem:127).

160
cráneos aislados; una inhumación primaria en posición sedente; una inhumación
primaria en posición decúbito dorsal sobre una cama/plataforma de madera o caña
y otro entierro probablemente del mismo estilo. El entierro en cama/plataforma (E
29), refleja una mayor elaboración en la realización de entierros en comparación
con los casos anteriores. El hallazgo de huellas de moldes de postes en el entierro
de un adulto de sexo femenino (E 89) sugiere que se trataba de un entierro con
este tipo de preparación.

Sexo

Fue posible determinar el sexo de 47 individuos, los cuales, representan el 45%


de la población funeraria del periodo Guasave; los individuos masculinos corres-
ponden casi al 66% de los entierros. De igual forma que en el periodo anterior, los
entierros masculinos continúan reflejando un rango de variabilidad mucho mayor
en los tipos de enterramiento; todas las inhumaciones secundarias, incluyendo 11
entierros en urnas funerarias, un entierro de bulto y el entierro de un cráneo aisla-
do. El único caso de una inhumación primaria en posición sedente también corres-
ponde a un individuo masculino. El entierro múltiple corresponde a dos individuos
masculinos depositados en el interior de una misma urna funeraria. En el caso de
los entierros femeninos, todos menos uno fueron inhumaciones primarias en posi-
ción decúbito dorsal con la cabeza orientada hacia el norte y en un solo caso, orien-
tada hacia el noroeste. El posible entierro en cama/plataforma corresponde a una
inhumación primaria de una mujer adulta con un entierro masculino secundario
en bulto colocado cerca de sus pies.
Alrededor del 42% de los entierros masculinos y un poco menos del 32% de los
entierros femeninos tenían ofrendas funerarias.21 La distribución de los varios tipos
y categorías de artefactos en relación con el sexo, indican que las cuentas de concha
representan los objetos más comunes entre los entierros cuyo sexo fue determina-
do: nueve individuos masculinos y seis femeninos. Los guajes pintados (cloisonné)
y los tipos cerámicos de Guasave rojo y Guasave rojo sobre bayo, constituyen los
segundos objetos más comunes, acompañan a 12 entierros y representan una fre-
cuencia más o menos similar entre hombres y mujeres; varios tipos de artefactos
encontrados en los entierros masculinos no fueron encontrados en los entierros de
sexo femenino: las máscaras de cerámica de guacamaya, los fragmentos de mine-
rales y la presencia de (ocre) hematita, concha trabajada y el único ejemplo de un
objeto “cruciforme” (pequeña piedra pulida en forme de cruz). Sin embargo, debi-
do a que la mayoría de los entierros identificados fueron masculinos, es imposible
determinar estas diferencias observadas sin tener una muestra mucho más amplia.
Al igual que en el periodo Huatabampo, las canastas constituyen un rasgo vinculado
con el sexo femenino; los malacates, encontrados solamente en dos entierros feme-

21
Los resultados del análisis a través de Chi cuadrada no revelan ninguna diferencia entre la distri-
bución de ofrendas funerarias existentes entre ambos sexos.

161
ninos del periodo Huatabampo, revelan una distribución más equitativa entre sexos
durante el periodo Guasave, pues en los entierros de este periodo, se encontraron
asociados a tres individuos masculinos y cinco individuos femeninos.
Entre las variables señaladas, solamente la asociación encontrada entre la cerá-
mica decorada y el sexo de los individuos pudo ser identificada como relevante con
un intervalo del noventa por ciento. El 62% de los individuos femeninos fueron
enterrados con vasijas decoradas, mientras que solamente 35% de los masculinos
fueron asociados con ellas; un porcentaje mucho mayor de entierros femeninos
contenían en ofrendas de objetos utilitarios (81%) comparado con los masculinos
(51%); aunque, estadísticamente, estas cifras no indican una correlación significan-
te, 39% de los entierros masculinos contenían artefactos de la categoría de objetos
socio-religiosos, en contraste con el 58% de individuos femeninos asociados con
artefactos de esta categoría.

Edad

Fue posible determinar las edades de alrededor de 67 individuos, los cuales, corres-
ponden al 74% de la población funeraria total del periodo Guasave. Al igual que en
el periodo Huatabampo, fue marcada la ausencia de entierros de edad infantil en el
conjunto mortuorio. Los individuos adultos representan el 69% de la población de
entierros con edad determinada y reflejan la mayor variabilidad entre las prácticas
mortuorias. La variabilidad en cuanto al tratamiento o preparación que tuvieron los
entierros aparece sobre todo en los masculinos: 34 inhumaciones primarias en po-
sición decúbito dorsal con el cráneo orientado al norte (con un solo caso orientado
al noroeste); 13 entierros en urnas funerarias; un entierro de cama/plataforma y
otro entierro con una preparación probablemente similar; un entierro primario en
posición sedente y un entierro secundario de bulto con el cráneo colocado al norte
del atado de huesos; el entierro de un infante con la cabeza orientada al norte y dos
entierros infantiles de los que no fue posible apreciar el tipo de tratamiento que
tuvieron debido a su mal estado de preservación.
Entre los 12 entierros de edad juvenil; nueve fueron inhumaciones primarias en
posición decúbito dorsal con las cabezas orientadas al norte; dos en urnas funera-
rias y una sola inhumación primaria en posición semi-flexionada en posición fetal.
Los dos individuos identificados como adultos mayores, corresponden a inhuma-
ciones primarias en posición decúbito dorsal y orientadas hacia el norte. Las inhu-
maciones múltiples primarias en posición decúbito dorsal (E 34), corresponden a
un individuo de edad juvenil y un adulto, cuyo sexo no fue determinado. Otro de
los entierros múltiples (E 166) corresponde a una mujer adulta joven acompañada
de un entierro secundario de bulto de un adulto masculino. Finalmente, dos adul-
tos de sexo no determinado fueron depositados en una sola urna funeraria.
Un entierro infantil se encontró acompañado por un guaje pintado (cloisonné),
mientras que los otros dos entierros infantiles no presentaron ninguna ofrenda;
en cinco individuos de edad juvenil (36%) se encontraron asociados objetos con
un amplio rango de ofrendas funerarias: cerámica de loza roja y tipos decorados,

162
cuentas de turquesa, un cascabel de cobre y ornamentos de concha; cabe señalar,
que ninguno se encontró asociado con artefactos socio-religiosos. En cuanto a los
adultos jóvenes, 83% (cinco de seis), se encontraron asociados con un amplio ran-
go de ofrendas; posibles objetos socio-religiosos, como una pipa, ocre, daga de hue-
so y un cráneo trofeo. Los dos adultos mayores se encontraron con ofrendas: una
navaja prismática de obsidiana, guaje pintado (cloisonné), malacate y dos vasijas de
cerámica pintada.

Lotes funerarios

Un total de cuarenta y ocho de los entierros (47%) del periodo Guasave fueron
encontrados con ofrendas funerarias; los materiales asociados fueron valorados de
acuerdo con el esquema que hemos venido utilizando (cuadros 5 y 7). Debido a las
discrepancias existentes en las notas de campo de Ekholm y la naturaleza fortuita
de los materiales orgánicos preservados, los restos de comida registrados no fueron
considerados para estimar los valores de los lotes funerarios.

las dimensiones de vida en el sitio de el ombligo

El análisis de chi cuadrada reveló la presencia de diferencias sustanciales en las


prácticas mortuorias, al igual que en las ofrendas funerarias, en términos cuantita-
tivos y cualitativos entre los periodos Huatabampo y Guasave.

El periodo Huatabampo

Durante la fase inicial de este periodos fueron realizados seis diferentes tipos de en-
tierros; cincuenta y siete (80%) son inhumaciones primarias en posición decúbito
dorsal orientadas al sur; cuatro (6%) reflejando variaciones menores con orienta-
ciones al sureste y tres (4%) con las cabezas orientadas al oeste. Las inhumaciones
primarias de dos individuos (3%) colocados sobre sus espaldas con las cabezas orien-
tadas hacia el sur, aunque con los brazos extendidos y con las piernas flexionadas
horizontalmente con las rodillas dobladas; cinco entierros fueron inhumaciones
secundarias de bulto con el cráneo colocado al sur, mientras que un solo entierro
corresponde a una inhumación primaria en posición flexionada (posición fetal).
En cuanto a la energía empleada en la elaboración de tumbas, no fue posible
observar diferencias marcadas entre los entierros, todas fueron fosas simples y res-
tringidas. Si bien las inhumaciones secundarias (urnas funerarias) requirieron por
lo menos un paso adicional en el proceso mortuorio, no conocemos por completo
el proceso para preparar dichas inhumaciones, posiblemente, la velación del di-
funto se realizó por varios días hasta que los restos óseos se desarticulaban. El en-
tierro con mayor vlf en este periodo es el entierro múltiple de dos inhumaciones
secundarias de bulto de adultos masculinos. Los entierros de bulto como categoría
general contenían menos ofrendas; tal parece que el aspecto múltiple del entierro,

163
más que una práctica mortuoria de inhumación secundaria, expresa el alto valor
del conjunto de ofrendas.
Las diferencias más marcadas entre las prácticas mortuorias parecen estar de-
terminadas principalmente en la edad y el sexo de los individuos; únicamente los
adultos masculinos recibieron tratamientos mortuorios fuera de lo común en la
práctica de inhumaciones primarias en posición decúbito dorsal orientadas hacia el
sur.22 En particular, la orientación del cuerpo de los entierros, práctica que ha sido
vinculada con pensamientos filosófico-religiosos.23 En este sentido, no es posible
proponer que los diversos tratamientos o preparaciones mortuorias que recibieron
de los entierros de adultos masculinos del periodo Huatabampo tuvieron un valor
mayor como resultado de circunstancias de la vida o de creencias ideológicas.
Solamente algunas ofrendas pudieron correlacionarse con el sexo de los indi-
viduos; de toda la muestra, los cinco casos con ofrendas de malacates y cinco de
los seis entierros que presentaban canastas tejidas, están asociados con individuos
femeninos. Cada uno de los tres entierros con objetos funerarios de categoría so-
cio-religiosa fueron personajes femeninos. La única mano de metate en el conjunto
ritual de El Ombligo fue encontrada con una mujer, mientras que un pendiente de
concha marina y los dos ejemplares de concha trabajada fueron asociados solamen-
te con hombres. Cabe señalar que, en estos casos, las correlaciones de ciertos arte-
factos con personas femeninas o masculinas, no puede ser considerado definitiva,
debido a lo limitado de nuestra muestra.
Las distinciones que se observan basadas en la edad, señalan que el estatus de los
adultos es el único atributo de importancia; en el análisis notamos que sin excep-
ción, todas las prácticas mortuorias alternativas y diferentes estuvieron relacionadas
con los adultos masculinos. De igual manera, los artefactos funerarios en su mayoría
estuvieron asociados con los adultos, aunque dos entierros juveniles presentaban
ofrendas de cuentas de concha y guajes pintados (cloisonné); ambos tipos de ofren-
das fueron hallados también entre los adultos; sin identificar correlaciones entre los
artefactos específicos y la edad.
Algunos investigadores han propuesto (Brown 1981:29) que en sociedades con
tasas de natalidad baja o círculos familiares pequeños la pérdida de infantes era per-
cibida como un evento crítico, sobre todo por lo que representaba para la herencia,
por lo cual, los niños fallecidos recibían un tratamiento especial. Esta concepción
podría explicar la ausencia de infantes en el conjunto de entierros del periodo
Huatabampo; es muy posible que el tratamiento especial que recibieron los niños

22
En el estudio fueron considerados numerosos factores que pudieron determinar las prácticas
mortuorias: la época y la forma en que se produjo la muerte; la clase social del difunto, el género, la
edad, la posición horizontal (sociedades que no se basaban en el parentesco o algún estatus vertical,
como hermandades, gremios, etc.), actividades en la vida, así como creencias ideológicas con respecto a
la muerte y la vida después de la muerte (Carr, 1995: 133-134).
23
Christopher Carr (1995: 159, 190) ha señalado que en 31 de 32 casos interculturales, la orientación
del entierro está asociada con las creencias de la vida después de la muerte, frecuentemente represen-
tando la percepción que se tiene de la dirección cardinal del mundo de los muertos. Carr (1995: 190),
en oposición a la propuesta de Binford (1971), observó que en ninguno de los casos la orientación del
individuo en posición horizontal estuvo relacionada con la pertenencia a sociedades o hermandades.

164
difuntos consistiera, entre otras cosas, en que su enterramiento se realizara en un
área especial ubicada fuera del cementerio comunal. Sin embargo, los tres infantes
enterrados en el cementerio no reflejaron ningún tratamiento especial y tampoco
fueron enterrados con ofrendas. Por otra parte, los entierros juveniles se encontra-
ron bien representados en el cementerio; constituyen 19 puntos porcentuales de la
población mortuoria y no recibieron tratamiento especial.
Los individuos con deformación craneal no estuvieron relacionados con una
práctica mortuoria particular: los casos documentados de deformación craneal
fueron encontrados dispersos entre todos los tipos de entierros y es probable que
representen un rasgo común entre los grupos presentes en el cementerio. La mo-
dificación dental tampoco estuvo correlacionada con el sexo o con la variabilidad
o cantidad de ofrendas; los 10 individuos del periodo Huatabampo que tuvieron
algún tipo de modificación dental, fueron los siguientes: cuatro masculinos, tres
femeninos y tres individuos de sexo indeterminado. Hubo dos casos de individuos
con dientes pintados color negro: un masculino (E 55) y un individuo (E 59) de
sexo indeterminado; sin embargo, el muestrario de El ombligo es insuficiente para
identificar estos atributos con algún género particular, aunque es evidente que el
sexo no constituyó una variable importante en cuanto a la distribución de los casos
de individuos con dientes afilados, pues se presentó con frecuencias iguales entre
hombres y mujeres.
Solamente tres individuos con dientes afilados tuvieron ofrendas funerarias, re-
presentadas por tres guajes pintados (cloisonné) y un malacate; sugiriendo que es
muy probable que el rasgo de modificación dental no estuvo relacionado con algún
estatus social alto. Cabe señalar, que aunque la modificación dental ha sido amplia-
mente reconocida como un rasgo mesoamericano que se extendió al noroeste del
país, es un atributo muy común entre las poblaciones tempranas de las Marismas
Nacionales; abarcando la frontera entre Sinaloa y Nayarit, donde ambas prácticas
de afilar/muescar y manchar los dientes han sido documentadas.24
Es importante notar que los casos de modificación dental documentadas en El
Ombligo representan la mayor ocurrencia de este rasgo en toda la región noroc-
cidental, después de Marismas Nacionales. Por lo tanto, los casos de El Ombligo,
podrían indicar que provienen originalmente de la región de las Marismas, tal vez
representando la incorporación de cónyuges de ambos sexos ajenos a la comunidad
local; así como la posible práctica de exogamia bilateral o esclavos obtenidos a tra-
vés de la guerra o el intercambio.
Los tipos de artefactos utilizados como ofrendas funerarias fueron relativamen-
te pocos durante este periodo; es notable que solamente dos vasijas de cerámicas
fueron asignadas al periodo Huatabampo. Tal vez, los cuencos Guasave rojo-sobre-
bayo y Aguaruto inciso podrían ser contemplados como indicadores de la época de

24
De hecho, George Gill (1971, 1984) relacionó la disminución de esta práctica con la llegada de
una población biológica nueva, presuntamente reflejando una migración de algún otro lugar dentro del
occidente de México; Gill también notó que la modificación dental estuvo relacionada con el cambio
mortuorio de la inhumaciones primarias en posición decúbito dorsal a las inhumaciones en posición
sedente.

165
transición entre los periodos Huatabampo y Guasave; su asignación a un contexto
Huatabampo, se basó en las orientaciones de los entierros en los que se encon-
traron asociados; aunque la presencia de vasijas de cerámica podría interpretarse
como parte de un contexto del periodo Guasave. Sin embargo, cabe señalar, que
ambos tipos cerámicos son considerados como los tipos cerámicos decorados más
tempranos entre todo el conjunto cerámico decorado de las culturas sinaloenses
(Kelley y Winters, 1960).
De cualquier manera, al parecer las vasijas de cerámica no fueron consideradas
como objetos aceptables para formar parte de las ofrendas funerarias del periodo
Huatabampo; en la matriz cultural estratigráfica de los contextos Huatabampo del
sitio, la presencia de tepalcates decorados demuestra que durante este periodo la
producción y uso de estas lozas cerámicas fue una practica común de los huatabam-
peños, pero la cerámica no fue concebida como un objeto funerario.25
Fue muy poca la evidencia que se obtuvo relacionada con la organización econó-
mica del periodo Huatabampo; desafortunadamente, las herramientas clasificadas
como utilitarias y utilizadas como ofrendas funerarias ofrecen pocas indicaciones.
Los malacates y la mano de metate encontrada sugieren el probable cultivo de maíz
y algodón; las presuntas pesas de piedra, el uso de redes para la pesca. Las ofrendas
funerarias de origen foráneo fueron muy escasas en el periodo Huatabampo; con-
sistieron en un solo fragmento de navaja prismática de obsidiana, una cuenta de
turquesa y dos ejemplos de pirita o galena.
Los datos etnohistóricos indican que las mantas de algodón, los ornamentos
de concha marina y piedra, funcionaron como marcadores de estatus entre varios
grupos indígenas de la región. Los objetos identificados como ornamentos perso-
nales fueron documentados en siete de los entierros; dos juveniles de sexo indeter-
minado, tres adultos masculinos y dos adultos femeninos. Por otra parte, los tres
entierros asociados con los presuntos objetos socio-religiosos —un cráneo de un
carnívoro indeterminado, un fragmento de una figurilla zoomorfa y restos de pig-
mentos de ocre— estuvieron asociados exclusivamente con mujeres.26
El montículo funerario de El Ombligo corresponde a un cementerio relaciona-
do con una población agrícola sedentaria, conformada probablemente por uno o
más grupos corporativos (Charles y Buikstra, 1983; Goldstein, 1976, 1980, 1981 y
Saxe, 1970). La distribución espacial de los individuos con modificaciones dentales
podría reflejar una asociación con algún linaje o grupo corporativo específico; o tal
vez, la afiliación a un grupo horizontal (hermandad). Esta última opción es la me-
nos probable, si se toma en cuenta, de acuerdo con datos etnográficos de los grupos
indígenas de la planicie costera, que las hermandades no incorporaban individuos
de ambos sexos. En este caso, es posible sugerir la posible existencia de algún tipo

25
Los arqueólogos Richard Pailes (1972, 1976) y Ana María Álvarez (1990) han establecidos los
inicios de la producción de cerámica en el sur de Sonora alrededor de los años 200 a.C. y 200 d.C. Ba-
sándose en estos datos, la ausencia de vajillas en los entierros del periodo Huatabampo parece reflejar
preferencias.
26
Cabe señalar que los documentos históricos del siglo xvi mencionan la existencia de mujeres caci-
ques, lo cual seguramente contribuyó al mito de Ciguatán, la Tierra de las Amazonas.

166
de competencia para la obtención de cónyuges (tal vez, específicamente para con-
sortes no locales), entre los grupos corporativos.
Aunque no conocemos la proporción total de entierros registrados del mues-
trario del periodo Huatabampo, de manera especulativa, es posible considerar al-
gunos datos para tener una idea tentativa del tamaño de la comunidad.27 Con el
propósito de conocer la densidad de la población, si se asume que el rango máximo
de muertos en 400 años que duró el periodo Huatabampo fue de 150 individuos, la
tasa de mortalidad sería de un muerto cada 2.6 años. Ahora bien, si la expectativa
de vida fue en promedio de 65 años, la población total de la comunidad estuvo
conformada más o menos y de forma permanente por 25 personas; si doblamos el
tamaño de la población a 300 individuos y reducimos la ocupación Huatabampo a
200 años (tomando en cuenta preservación del contexto y la falta de materiales fe-
chables, entre otros factores), estaríamos hablando de una comunidad de un poco
menos de 100 personas. Estas cifras poblacionales, coincidirían con el número de
indígenas que habitaban los asentamientos o rancherías, mencionadas por los es-
pañoles en el siglo xvi.
Fueron pocas las evidencias de diferenciación social vertical u horizontal obser-
vadas entre la comunidad durante el periodo Huatabampo; las pocas diferencias re-
gistradas en este periodo fueron determinadas por la edad y el sexo, lo cual, según
Peebles y Kus (1977) representan una dimensión subordinada, es decir, un estatus
social conformado por la capacidad individual versus un estatus adscrito.

El periodo Guasave

En comparación con el periodo Huatabampo, en el periodo Guasave se observan


cambios culturales marcados, los cuales son evidentes en el conjunto mortuorio y
en las ofrendas funerarias. La construcción del montículo funerario puede ser atri-
buida a este periodo. Los entierros del periodo Guasave reflejan un rango de varia-
bilidad mayor que el representado en las prácticas mortuorias del periodo anterior.
En el periodo Guasave hubo diez tipos de entierros; la práctica más común fue la
inhumación primaria con los cuerpos en posición decúbito dorsal y con la cabeza
orientada hacia al norte. Sin embargo, fueron encontrados entierros que rompen
esta norma: un individuo con las características mencionadas, pero orientado al no-
reste; una inhumación primaria en decúbito dorsal con brazos extendidos y dobla-
dos hacia los codos; las piernas separadas con sus tobillos flexionados. Finalmente,
una inhumación primaria con evidencias de mutilación posmortem.
La segunda práctica más común de los guasaves fueron los entierros en urnas
funerarias con 26 urnas encontradas; seguida por 5 entierros de cráneos aislados;
3 entierros de bulto con los cráneos colocados al norte; 2 inhumaciones primarias
sobre plataformas o camas de madera y/o caña. Finalmente, 3 entierros múltiples.
27
Además de las excavaciones que Ekholm realizó en el montículo funerario, llevó a cabo algunas
calas de sondeo en los alrededores del sitio, localizando solamente un entierro. En este sentido, y aun-
que no conocemos las dimensiones precisas del cementerio, es evidente que éste no se extendía más allá
del área excavada.

167
Los dos entierros encontrados sobre plataformas o camas, indican una mayor inver-
sión de trabajo en la realización de tumbas, pues las fosas fueron de mayor tama-
ño y cubiertas por probables ramadas; además, estaban relacionadas con una gran
cantidad de ofrendas funerarias. El entierro múltiple; la inhumación primaria de
una mujer adulta-joven en posición decúbito dorsal, acompañada con el entierro
de bulto de un adulto masculino, fue encontrada también con una abundante can-
tidad de ofrendas funerarias.
Las ofrendas encontradas en la gran diversidad de tipos de entierros represen-
tan un rango de tipos de artefactos mucho más amplio, incluyendo varios objetos
de origen foráneo, como la turquesa, cobre, alabastro y obsidiana. Entre los objetos
encontrados en los entierros del periodo Guasave se encuentran las máscaras de
cerámica, las pipas de tallo, los presuntos cráneos trofeo y las dagas de hueso; todos
ellos, junto con los ornamentos personales, tuvieron una distribución restringida,
por lo cual pueden ser considerados como marcadores de estatus.
Es importante mencionar que existe una problemática en la identificación de los
llamados “cráneos trofeos”, pues Ekholm registró los cráneos aislados en algunos
casos como ofrendas de entierros y en otros como entierros aislados. Los cráneos
encontrados en ambos contextos no presentaron evidencias de traumas y tampoco
modificaciones posmortem. Por otra parte, si tomamos en cuenta que los entierros
secundarios fueron comunes durante la ocupación Guasave, es posible que estos
cráneos hayan sido el resultado de continuas remociones realizadas en los sepulcros
de los difuntos, pues esta práctica se encuentra asociada a los ritos de veneración
de los ancestros, relacionadas con sociedades en donde el poder social (autoridad)
estuvo basado en el parentesco.
De igual forma que en el periodo anterior, no existió una correlación entre los
atributos de las deformaciones craneales y las modificaciones dentales con la canti-
dad y los tipos de ofrendas asociadas. Sin embargo, un adulto joven masculino con
los incisivos afilados (E 100) fue uno de los entierros más ricos en cuanto a ofrendas
funerarias asociadas.
Los resultados del análisis mortuorio apoyan la interpretación de que en El Om-
bligo existió una organización social jerarquizada.28 Sin embargo, la diferenciación
social parece haber estado basada principalmente en el atributo de edad; hubo
individuos muy jóvenes que recibieron ofrendas extraordinarias; un niño de aproxi-
madamente cuatro años fue el cuarto entierro más rico en cuanto a ofrendas; el
entierro contenía objetos exóticos como cascabeles de cobre y cuentas de turquesa,
los cuales, son interpretados como marcadores de estatus.29
Mientras que las evidencias de diferenciación vertical son notables entre los dife-

28
Según Morton Fried (1967:109), una sociedad donde los estatus valorados (con relación a las
dimensiones sociales, políticas o económicas) estuvieron limitados de alguna manera, es decir, no todos
los individuos lograban obtener un estatus aún teniendo la capacidad para obtenerlo, pues el estatus era
otorgado por la comunidad.
29
Lo que O’Shea (1984:62-63) denomina como artefactos sociotécnicos. Por otra parte, la presencia
de ofrendas de bienes exóticos indica la existencia de una organización social ordenada (Peebles y Kus
1977).

168
rentes entierros; el análisis del conjunto mortuorio apoya la interpretación de que
se trata de una organización social estratificada (fueron pocas las evidencias rela-
cionadas con la diferenciación horizontal).30 Las máscaras cerámicas de pericos (o
guacamayas) aluden a los danzantes enmascarados de grupos indígenas contempo-
ráneos del noroeste de México y del suroeste de Estados Unidos, particularmente,
entre los yoemes (yaquis) y yoremes (mayos). Las máscaras rituales y otros objetos
empleados en ceremonias asociadas con algún tipo de membresía en las hermanda-
des son enterradas junto con el difunto (Beals, 1943: 54, 1945: 71). Es posible, que
otros artefactos, como las pipas de tallo, indiquen actividades rituales, pero aparen-
temente no estuvieron asociadas con las membresías del grupo.
Al igual que en el periodo anterior, fueron encontradas muy pocas evidencias
relativas a la subsistencia o a la organización doméstica; el tabaco fue la única planta
de cultivo identificada en los contextos funerarios. Cabe señalar que no existe nin-
guna duda en que la subsistencia del grupo estuvo basada en los cultivos de la pla-
nicie aluvial del río Sinaloa; los numerosos malacates encontrados parecen indicar
que el algodón fue una de las plantas cultivadas. Por otra parte, varias conchas de
moluscos, huesos de pescado y las pesas de piedras utilizadas para las redes, parecen
indicar la explotación de recursos marinos o recursos fluviales.
El jesuita Andrés Pérez de Ribas, quien visitó la región en el siglo xvii, observó
que al norte de Culiacán, la agricultura se practicaba en la planicie aluvial de los
ríos y afluentes tributarios, donde abundaba el cultivo de maíz, frijol, calabaza y
algodón (1944, ii:64). También mencionó que la explotación de recursos acuáticos
fue extremadamente importante. La pesca se realizaba con redes; en aguas poco
profundas se empleaba el arco con flechas bañadas con un veneno que producía
estupor (Pérez de Ribas, 1944, i:123). Los mariscos: ostiones, camarones y almejas,
también fueron importantes en la dieta alimenticia (Pérez de Ribas, 1944 i:123).
Al parecer, la división del trabajo estuvo determinada por la edad y el sexo; la
notable relación de canastas y malacates con los entierros femeninos, sugieren que
lo más probable es que el tejido fue una actividad asociada con las mujeres. Las evi-
dencias del intercambio a larga distancia, representada por los objetos del conjunto
funerario: 15 pendientes y 82 cuentas de turquesa, 113 cascabeles de cobre, ocho
cuentas de cobre, un pequeño pedacito de cobre martillado y seis navajas prismá-
ticas de obsidiana.31 Los tres objetos de alabastro y los minerales de pirita, galena y
molibdenita, tal vez son procedentes de otras regiones del estado de Sinaloa.
Finalmente, de igual forma que en el periodo Huatabampo, no fue posible es-
tablecer una cifra proporcional de la cantidad de población del periodo Guasave;
considerando además, que existió otro montículo funerario pequeño, probable-
mente contemporáneo. El periodo Guasave, empleando los mismos argumentos
que en periodo Huatabampo, no parece haber tenido una gran población.

30
Es posible atribuir la falta de diferenciación social, al hecho de que la muestra es demasiado pe-
queña en muchas categorías de artefactos, además de que fueron encontrados en muy pocos entierros
como para inferir posibles correlaciones.
31
Un anillo de cobre que no se encontró asociado a entierro alguno (ya que fue recuperado de un
relleno); por sus características tecnológicas debe pertenecer al periodo Guasave.

169
conclusiones

Los arqueólogos, convencionalmente, han situado el sitio de Guasave (como es me-


jor conocido El Ombligo) como la mojonera que demarca la frontera septentrional
de la súper área de Mesoamérica/occidente de México; e interpretan el asenta-
miento como resultado de una migración en masa de poblaciones con rasgos cul-
turales mixteco-poblanos que emigraron desde el centro de México, posiblemente
para establecer una pequeña colonia como un centro mercantil que participaría en
la red de intercambio a larga distancia, extendiéndose desde la región de Cholula,
Puebla, hasta el suroeste de Estados Unidos.
Las evidencias que sostienen estas interpretaciones se basan en la presencia de
cerámica policroma sofisticada, objetos de cobre, obsidiana y los artefactos de tur-
quesa; así como en las características físicas-culturales de los individuos hallados en
los entierros: la deformación craneal, modificación dental, la construcción de un
montículo artificial y el presunto nivel de complejidad social representado por el
conjunto de objetos funerarios. Es cierto que los objetos de origen foráneo indican
la existencia de intercambio; sin embargo, no sustentan la idea de que existió un
mercantilismo, mucho menos una expansión mesoamericana para explicar el desa-
rrollo de la cultura Huatabampo/Guasave.
A finales del siglo xvi, los españoles observaron en Sinaloa, una gran cantidad
de mercancías moviéndose por la planicie costera (Di Peso, 1974, vol. 8: 192; Riley,
1987; Sauer, 1932: 2); turquesa, cobre, concha, textiles de algodón, plumas, maíz,
cueros y esclavos; grandes cantidades de productos y objetos que aparentemen-
te circularon sin beneficiar a una economía controlada por ningún estado. En el
caso de El Ombligo, es más probable que la adquisición de mercancías no locales
sea el reflejo, más bien, de una economía de prestigio (siguiendo McGuire, 1987 y
Frankenstein y Rowlands, 1978), como resultado de la intensificación de las relacio-
nes sociales. Dicha intensificación, puede ser considerada como una consecuencia y
no como la causa de la diferenciación evidente en las relaciones sociales indígenas.
El sitio de El Ombligo, contrariamente a las teorías convencionales, refleja la
existencia de una comunidad tipo ranchería, habitada continuamente por una po-
blación indígena de la tradición Huatabampo (700 al 1400 d. C.). En este sentido,
cabe señalar que, aunque existieron diferencias marcadas entre los periodos Hua-
tabampo y Guasave, los conjuntos mortuorios y los materiales culturales demues-
tran una continuidad de ocupación. En general, los entierros del periodo Guasave,
reflejan variaciones de las prácticas establecidas en el periodo Huatabampo, parti-
cularmente el cambio en la orientación en los entierros. Por otra parte, los entie-
rros colocados sobre plataforma/cama, constituyen los más ricos del conjunto y no
tienen correlaciones conocidas en Mesoamérica.32 El Entierro 29, identificado por
Kelley (1995) como un pochteca, el personaje a quien, supuestamente, le construye-
32
El empleo de camas de caña incluso es conocido entre los yoremes (mayos) actuales; las inhuma-
ciones primarias en posición decúbito dorsal y flexionado en posición fetal, junto con las inhumacio-
nes secundarias de bulto, fueron prácticas comunes entre los indígenas del norte de Sinaloa y sur de
Sonora.

170
ron y dedicaron el montículo; más bien, parece ser uno de los últimos entierros del
periodo Guasave, sepultado en las primeras décadas del siglo xv.
Tal vez la diferencia más notable en las prácticas mortuorias de ambos periodos
es la aparición de urnas funerarias en la época terminal del periodo Guasave. Sin
embargo, este tipo de entierros, junto con los otros rasgos aztatlantecos, no son
indicativos de la máxima expansión septentrional de Mesoamérica/occidente de
México, sino de rasgos adquiridos de los vecinos contiguos de este grupo en la
planicie costera de Sinaloa. Los entierros en urnas son comunes entre las variantes
sinaloenses del complejo Aztatlán y son escasos en la región de las Marismas.
En El Ombligo, la única práctica mortuoria que parece verdaderamente
mesoamericana es el entierro en posición sedente. Este individuo (E 86), un adulto
probablemente de sexo masculino, fue enterrado sin ninguna ofrenda y probable-
mente no se trataba de una persona de alto estatus social.33 Por otra parte, excluyen-
do a los concheros,34 el montículo de El Ombligo, es el único artificial conocido al
norte de la región de Culiacán; los montículos reportados en la región de Culiacán
(centro del estado de Sinaloa), han sido interpretados como basamentos de casas o
de basureros, los montículos funerarios son desconocidos en esta zona.35
Es cuestionable también la identificación de la deformación craneal y modifi-
cación dental como evidencia de una intrusión mesoamericana; pues ha quedado
demostrado en nuestro estudio, que ambos rasgos culturales estuvieron presentes
en el periodo Huatabampo. Por otra parte, la modificación dental, no fue un rasgo
cultural exclusivo del occidente, per se, sólo fue predominante en la región de las
Marismas Nacionales.
Es cierto que el periodo Guasave refleja una intensificación de relaciones socia-
les; con un marcado desarrollo en diferenciación social y relaciones sociales orde-
nadas/estratificadas, pero no existe ningún indicio de que la comunidad hubiese
tenido una organización socio-politica similar a un nivel estatal. Desafortunadamen-
te, los datos mortuorios son insuficientes para poder reconstruir la organización
política; los datos del patrón de asentamiento regional, aunque escasos, indican un
patrón de rancherías dispersas en las márgenes de los ríos; tampoco existen eviden-
cias de inversión de trabajo en arquitectura monumental, como la construcción de
pirámides, montículos, plataforma o canchas del juego de pelota, los cuales presun-
tamente reflejan mecanismos de integración intrasociales o intersociales.
Las fuentes documentales del periodo de contacto español señalan que las co-
munidades indígenas (rancherías) variaban de un asentamiento autónomo hasta

33
Los entierros en posición sedente son predominantes en el sitio de Tizapán el Alto (Meighan y
Foote, 1968), en los altos a la orilla del lago de Chapala y también en el sitio de Amapa, en la planicie
costera de Nayarit (Meighan, 1976). Por su parte, George Gill (1971, 1974; Gill y Case, 1983) relaciona
la introducción de este tipo de entierros, en particular en la región de las Marismas Nacionales, con la
migración de una nueva población biológica que ha sido identificada por sus rasgos osteológicos.
34
Montículos prehispánicos formados por concentraciones de desperdicios de conchas, localizados
en zonas costeras de Sinaloa.
35
En la región costera del occidente de México, en los sitios de las Marismas Nacionales y en Peñitas,
Nayarit, existen algunos probables ejemplos de montículos.

171
numerosos asentamientos (Sauer y Brand, 1932). Una muestra de estas comunida-
des dispersas, pero con identidad común, puede observarse en la habilidad de los
yoemes (yaquis) de movilizar una gran fuerza militar integrada por una estructura
estimada en 80 rancherías (Sheridan, 1981); según Pérez de Ribas (1944, i:133), la
organización indígena estaba basada más en los logros personales; como el valor
demostrado en la guerra o en las habilidades oratorias, que en la herencia, propia-
mente. Los caciques controlaban la mayoría de los recursos corporativos; podían
movilizar la mano de obra comunitaria para emplearla en el trabajo de sus propios
campos de cultivo.
El sitio de El Ombligo se encuentra situado en una región intermedia, tanto
espacial como ambiental, entre el occidente de México y el suroeste de Estados
Unidos. Los datos funerarios de El Ombligo, indican que la cultura Huatabampo
también representa una posición cultural intermedia. Con base en los datos arqueo-
lógicos, etnohistóricos y lingüísticos, es posible plantear que las raíces prehispánicas
de los cahítas (ancestros de los actuales mayos-yoremes), que habitaron esta región
en el momento del contacto español, se encuentran en la cultura Huatabampo.

john philip carpenter slavens


Instituto Nacional de Antropología e Historia

cuadro 1. fechas de radiocarbono del sitio el ombligo

Muestra Material Edad de C14 A.P. (1σ) (2σ) Media


A-7354 Concha 1545”+/-90 *
d.C. 767-797 d.C. 679-1041 (d.C. 870)
A-7355 Concha 1605+/-”95* d.C. 695-905 d.C. 635-1011 (d.C. 790)
AA-17246 Concha 1130+/-45 *
d.C. 1249-1308 d.C. 1209-1333 (d.C. 1287)
AA-17247 Concha 2540”+/-50 *
338-173 a.C. 368-112 a.C. (230 a.C.)
AA-17248 Concha 1355”+/-55* d.C. 1012-1109 d.C. 964-1187 (d.C. 1050)
AA-17249 Concha 1400”+/-65 *
d.C. 965-1059 d.C. 885-1160 (d.C 1020)
AA-17250 Tela 900”+/-55 d.C. 1035-1215 d.C. 1019-1260 (d.C. 1160)
AA-17251 Cuerda 570”+/-60 d.C. 1320-1427 d.C. 1295-1445 (d.C. 1410)
AA-17252 Guaje 855”+/-45 d.C. 1157-1258 d.C. 1041-1280 (d.C. 1211)
AA-17253 Carbón 860”+/-50 d.C. 1161-1248 d.C. 1037-1280 (d.C. 1210)
UCLA-964 Carbón 830+/-130 d.C. 1033-1291 d.C. 982-1407 (d.C. 1220)

* Concha marina (AR) corrección siguiendo a Stuiver y Braziunas (1993). Todas las muestras con excep-
ción de UCLA-964 están corregidas para δ13C.

172
cuadro 2. ajuar funerario del periodo huatabampo
Tipo de artefacto Cantidad Frecuencia en entierros
Cerámica Aguaruto inciso 1 1
Cerámica Guasave rojo sobre bayo 1 1
Malacate 8 7
Pendiente de turquesa 1 1
Sello cilíndrico 1 1
Fragmento de figurilla de animal 1 1
Guaje pintado de cloisonné 17 16
Mineral pirita/galena 2 2
Ocre-hematita 1 1
Fragmento de navajilla de obsidiana 1 1
Cráneo de animal carnívoro 1 1
Mano 1 1
Afilador de piedra 2 2
Cuentas de concha 4,861 3
Pendiente de concha 9 1
Concha trabajada 3 3
Concha no modificada 7 5
Cestería 7 7

cuadro 3. ajuar funerario del periodo guasave

Tipo de artefactos Cantidad Frecuencia en entierros

Vasija policroma 30 20
Guasave rojo sobre bayo 23 18
Rojo sobre blanco 1 1
Cerámica lisa roja 32 18
Aguaruto inciso 6 6
El Dorado inciso 3 3
Las Arganas inciso 1 1
Cerro Izábal grabado 9 5
Cerámica lisa negra 1 1
Cerámica lisa café 4 4
Pipa de cerámica 7 5
Máscara de cerámica 2 1

173
cuadro 3. ajuar funerario del periodo guasave (continuación)

Tipo de artefactos Cantidad Frecuencia en entierros


Malacate 17 9
Sello cilíndrico 1 1
Orejera de cerámica 3 1
Cuenta de cerámica 23 1
Guaje pintado de cloisonné 19 16
Cascabel de cobre 113 7
Cuenta de cobre 8 1
Cobre martillado 1 1
Mineral pirita/galena 4 3
Mineral molibdenita 1 1
Ocre-hematita 1 1
Jarra de alabastro 1 1
Jarrón de alabastro 1 1
Figurilla de alabastro 1 1
Pendiente de turquesa 15 6
Cuenta de turquesa 22 4
Obsidiana 6 5
Tazón de piedra 1 1
Cruciforme de piedra 1 1
Piedra para pulir 1 1
Mano de mortero 1 1
Hachita de piedra 1 1
Pesa de piedra 1 1
Afilador 3 2
Cuentas de concha 5498 10
Brazalete de concha 40 4
Pendiente de concha 30 9
Concha trabajada 31 2
Concha no modificada 2 1
Daga de hueso 3 3
Cabeza trofeo 5 4
Cráneo de animal carnívoro 1 1
Canasta 5 4
Petate 5 5

174
cuadro 4. variables analíticas y atributos del análisis mortuorio

1. Núm. de entierro 11. Profundidad 43. Jarrón negro


2. Núm. de elemento 12. Ubicación 44. Todos tipos indeter.
3. Sexo 00=no-montículo 45. Pipa de tallo
01=masculino 01=periferia del montículo 46. Máscara de barro
02=femenino 02=montículo 47. Malacate
03=probable masculino 13. Deformación craneal 48. Sello cilíndrico
04=probable femenino 01=frontal 49. Figurilla de animal
05=indeterminado 02=occipital 50. Orejera (sin entierro)
4. Edad 03=fronto-occipital 51. Cuentas de barro
01=infantil 04=ninguna 52. Guaje de cloisonné
02=juvenil 05=indeterminada 53. Cascabel de cobre
03=adulto joven 14. Mutilación dental 54. Otros objetos de cobre
04=adulto 01=afilado 55. Ocre
05=adulto mayor 02=muesca 56. Minerales
06=indeterminado 03=manchados/enegrecidos 01=pirita
5. Estatura 15. Ofrendas funerarias 02=molibdenita
6. Tipo de entierro 01=presente 03=limonita
01=decúbito dorsal 02=ausente 57. Alabastro
02=bulto 16. Cuenco como tapa 01=jarra
03=cráneo aislado 17. Cuenco de cerámica lisa 02=vaso
04=flexionado 18. Cuenco Guasave rojo 03=fragmento figurilla
05=parcialmente flex. 19. Jarra de Guasave rojo 58. Pendiente de turquesa
06=urna funeraria 20. Jarrón de Guasave rojo 59. Cuentas de turquesa
07=cama/plataforma 21. Todos los Guasave rojos 60. Navajas de obsidiana
08=posible cama/plataforma 22. Cuenco Guasave rojo/bayo 61. Cruciforme de piedra
09=Indeterminado/esparcido 23. Jarra Guasave rojo/bayo 62. Cuenta de piedra
10=sedente flexionado 24. Todos los Guasave rojo/bayo 63. Herramientas de piedra
7. Tratamiento mortuorio 25. Cerro Izábal inciso 01=afilador
01=primario 26. Aguaruto inciso 02=pulidor
02=primario múltiple 27. El Dorado inciso 03=mano de mortero
03=secundario 28. Las Arganas inciso 04=pesa para red
04=secundario múltiple 29. Todos los tipos incisos 05=mano
05=indeterminado 30. Amole policromo 06=hacha
8. Orientación axial 31. Aztatlán policromo 64. Pendiente de concha
00=indeterminado 32. Bamoa policromo 65. Brazalete de concha
01=norte 33. Burrión policromo 66. Cuenta de concha
02=noreste 34. Guasave policromo 67. Concha trabajada
03=este 35. Sinaloa policromo 68. Concha no identificada
04=sureste 36. Nío policromo 69. Punzón de hueso dagger
05=sur 37. San Pedro policromo 70. Cráneo trofeo
06=suroeste 38. Cajete de insecto policromo 71. Cráneo de carnívoro
07=oeste 39. Todos tipos policromos 72. Cestería
08=noroeste 40. Jarra sin soporte 73. Petate
9. Coordenadas norte 41. Jarra Veracruz blanco
10. Coordenadas este 42. Cuenco de cara de animal

175
cuadro 5. esquema utilizado para construir los rangos
del ajuar funerario

Contexto Cantidad de labor Origen Rango

ritual alto foráneo *


ritual medio foráneo *
ritual bajo foráneo *
ritual alto regional 24
ritual medio regional *
ritual bajo regional *
ritual alto local 21
ritual medio local 20
ritual bajo local *
ornamental alto foráneo 18
ornamental medio foráneo 17
ornamental bajo foráneo *
ornamental alto regional *
ornamental medio regional 14
ornamental bajo regional *
ornamental alto local *
ornamental medio local 11
ornamental bajo local *
utilitario alto foráneo *
utilitario medio foráneo 8
utilitario bajo foráneo *
utilitario alto regional 6
utilitario medio regional *
utilitario bajo regional *
utilitario alto local *
utilitario medio local 2
utilitario bajo local 1

*
No se encontraron artefactos representando esta categoría.

176
cuadro 6. rangos del ajuar funerario del periodo huatabampo

Artefacto Rango (valor del Cantidad Frecuencia de


lote funerario) entierros
Cuenco de Aguaruto inciso 21 1 1
Cráneo de carnívoro 21 1 1
Figurilla de animal 20 1 1
Ocre-hematita 19 1 1
Mineral de pirita/galena 14 2 2
Cuenta de concha 11 4861 3
Concha trabajada 11 3 3
Pendiente de concha 11 9 1
Navaja de obsidiana 8 1 1
Guaje pintado (cloisonné) 2 17 16
Cestería 2 7 7
Guasave rojo sobre bayo 2 1 1
Sello cilíndrico 2 1 1
Malacate 1 8 7
Concha no trabajada 1 7 5
Afilador 1 2 2

cuadro 7. rangos del ajuar funerario del periodo guasave

Artefacto Rango (valor del Cantidad Frecuencia de


lote funerario) entierros

Cráneo trofeo 24 5 4
Vaso de alabastro 24 1 1
Figurilla de alabastro 24 1 1
Jarra de alabastro 24 1 1
Vasijas policromas 21 31 14
Vasijas incisas 21 18 13
Tipos indeterminados 21 4 3
Ocre 20 6 6
Pipa de cerámica 20 7 5

177
cuadro 7. rangos del ajuar funerario del periodo guasave (continuación)

Artefacto Rango (valor del Cantidad Frecuencia de


lote funerario) entierros
Punzón de hueso 20 3 3
Máscara de cerámica 20 2 1
Cascabeles de cobre 18 113 7
Cuentas de cobre 18 8 1
Cobre martillado 18 1 1
Pendiente de turquesa 17 15 6
Cuenta de turquesa 17 82 5
Mineral de pirita/molibdenita 14 4 3
Cuenta de concha 11 5498 10
Pendiente de concha 11 30 9
Brazalete de concha 11 40 4
Concha trabajada 11 31 2
Orejera de cerámica 11 3 1
Cuentas de cerámica 11 23 1
Cruciforme de piedra 11 1 1
Navaja de obsidiana 8 6 5
Cuenco de piedra 6 1 1
Guajes de cloisonné 2 19 16
Guasave rojo sobre bayo 2 24 16
Guasave rojo sobre bayo 2 36 15
Petate 2 5 5
Cestería 2 5 4
Hachita 2 1 1
Mano de mortero 2 1 1
Malacate 1 17 9
Vasijas lisas 1 5 5
Afilador de piedra 1 3 2
Pesa para red 1 1 1
Pulidor 1 1 1
Concha no trabajada 1 2 1

178
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181
ÍNDICE DE FIGURAS

1. mapas que muestran la localización del sitio de guasave | 10 |


2. vista del montículo durante la excavación y entierros típicos in situ | 16 |
3. cerámica guasave rojo sobre bayo | frente a 24 |
4. cajete del “dios” emplumado; aztatlán policromo, y cajete con rostro de animal
| 30 |
5. cajete aztatlán policromo, interior; jarro blanco alto; vasija efigie y cajetes
guasave rojos con molduras | 32 |
6. cerámica cerro izábal grabado | 38 |*
7. cajetes cerro izábal grabado; jarritos sin pies y d, jarros sinaloa policromo
| 39 |
8. cerámica el dorado inciso; aguaruto inciso y otras cerámicas manchadas de
negro | 47 |
9. cajetes guasave policromo | 51 |
10. burrión policromo; san pedro policromo; las arganas inciso; cajete de “insecto”;
bamoa policromo; nío policromo; rojo sobre bayo pulida | 53 |
11. navolato policromo; diseño de la vasija cholula policroma; cerámica roja ranu-
rada; cerámica roja incisa; tamazula policromo | 56 |
12. cerámica guasave roja | 63 |
13. amole policromo | 66 |
14. cerámica pesada roja y lisa | 68 |
15. pipas | 73 |
16. máscaras de cerámica y jarros de alabastro | 75 |
17. otros objetos de arcilla cocida, aparte de las vasijas de cerámica | 78-79 |
18. decoración en pintura cloisonné de recipientes hechos con guajes | 84 |
19. objetos de cobre | 95 |
20. objetos de piedra | 102 |
21. objetos de concha | 110 |
22. plano y perfiles del montículo funerario | frente a 116 |

*
A lo largo de la versión inglesa del texto este tipo cerámico aparece con el nombre de Cerro Isabel
grabado, a pesar de que Isabel Kelly, basándose en materiales encontrados en Culiacán, lo denominó
como Cerro Izábal grabado. La explicación del error cometido pudo deberse al hecho de que cuando
el libro apareció (1942), el informe de Kelly sobre Culiacán (1945) todavía no había sido publicado.
Cf. Isabel Kelly, Excavations at Culiacán, Sinaloa, en la nota al pie p. 31; y Gordon Ekholm, Excavations at
Guasave, Sinaloa, Mexico, p. 56). [e].
nota. El interior de los recipientes se dibuja normalmente visto desde arriba. En la vista lateral de vasijas
completas la mitad derecha está en perfil, la izquierda en elevación, de manera que la decoración exte-
rior está a la izquierda, la interior a la derecha. Cuando se trata de fragmentos, se los dibuja con la deco-
ración exterior a la derecha del perfil y la decoración interior a la izquierda. El perfil de los fragmentos
se dibuja con el exterior de la vasija a la derecha.

 183
En general se ha utilizado la siguiente clave para representar colores:

Negro negro
Gris rejilla
Blanco blanco
Rojo achurado vertical
Rosa rojizo rayado vertical espaciado
Bayo punteado cerrado
Bayo claro punteado abierto

Donde resultaba más conveniente, el rojo se dibujó como negro; es el caso, por ejemplo, de la alfare-
ría rojo sobre bayo de Guasave y de la Cerro Izábal grabada. En esta última cerámica el achurado hubiese
interferido con el dibujo completo del diseño. En muchos casos se ha omitido asimismo el punteado
para indicar un fondo bayo, ya que también hubiese complicado excesivamente el dibujo.
Los números de catálogo de los pies de figura indican la ubicación de todos los objetos ilustrados. Un
número que termina con M corresponde a nuestro número de campo, y la M indica que el objeto quedó
en poder de México y puede encontrarse en el Museo Nacional de la ciudad de México. Los que están
precedidos por 30.2 son los números de catálogo del American Museum of Natural History de Nueva
York.

184
ÍNDICE

presentación, por sergio ortega noriega | vii |

introducción, por john philip carpenter slavens | ix |

agradecimientos | 3 |

introducción | 5 |

el sitio | 9 |
El montículo funerario, 9; La excavación del montículo, 11; Sitios residenciales, 13

los entierros | 14 |
Entierros extendidos, 14; Entierros tipo bulto, 15; Entierros en ollas (urnas funerarias), 15; Entierro 29,
19; Tipos, distribución y significación de los entierros, 20

la cerámica | 22 |
Introducción, 22; Guasave rojo sobre bayo, 23; El cajete con el “dios” con vestimenta de plumas, 27;
Aztatlán policromo, 29; El cajete con “rostro de animal”, 35; Cerro Izábal grabado, 36; Sinaloa poli-
cromo, 41; Jarros pequeños sin pies, 44; Jarro blanco alto, 45; Aguaruto inciso, 45; El Dorado inciso,
49; Guasave policromo, 50; Las Arganas inciso, 54; San Pedro policromo, 54; Navolato policromo, 55;
Cajete de “insecto”, 57; Burrión policromo, 58; Bamboa policromo, 59; Nío policromo, 59; Vasija efigie
miniatura, 60; La cerámica Guasave roja, 60; Amole policromo, 64; Cerámica rojo sobre bayo pulida,
67; Cerámica roja incisa, 67; Cerámica roja ranurada, 67; Aguaruto policromo, 69; Tamazula policro-
mo, 69; Cerámica pesada roja y lisa, 69

otros objetos de arcilla | 71 |


Pipas, 71; Máscaras de cerámica, 74; Malacates, 76; Soporte anular, 80; Orejeras, 80; Sello cilíndrico,
80; Placas de arcilla, 81; Figurilla humana, 81; Figurillas animales, 82; Silbato, 82; Cuentas, 82

cloisonné pintado | 83 |
Distribución del cloisonné pintado, 88; Estanzuela, Jalisco, 88; Totoate, Jalisco, 88; Chalchihuites,
Zacatecas, 88; La Quemada, Zacatecas, 88; Tenenepango, ladera del Popocatépetl, 88; Azcapotzalco, D.
F., 89; Culhuacán, D. F., 89; Snaketown, Arizona, 89; Sitio Grewe, Casa Grande, Arizona, 89; Pueblo
Bonito, Nuevo México 1, 89; Chichén Itzá, 89; Sudamérica, 90; “Laca” mexicana moderna, 90

metales | 93 |
Objetos de cobre, 93; Galena, 98; Molibdenita, 98; Pirita de hierro, 98

objetos de piedra | 100 |


Objetos de alabastro y ónix, 100; Ornamentos de turquesa, 101; Implementos de piedra con retoque, 104;
Navajilla de obsidiana, 104; Pipa de piedra, 105; Ornamentos pequeños, 105; Metates, 105; Manos,
106; Tejolote, 106; Hachas, 106; Pulidores de astiles, 107; Bolas de piedra, 107; Aro de piedra, 107;
Piedras para pulir, 107; Piedras de afilar, 107; Piedras alargadas, 107; Pesas de piedra, 107

 185
objetos de concha | 108 |
Cuentas, 108; Pendientes, 109; Brazaletes, 109; Concha parcialmente labrada, 109; Artefactos misce-
láneos de concha, 109; Análisis, 109

objetos de hueso | 112 |

materiales perecederos | 113 |


Textiles, 113; Cordel, 113; Cestería, 114

alimentos | 115 |
Huevecillos de insectos, 115; Peces, 115

material esquelético | 116 |


Deformación craneana, 116; Mutilación dentaria, 117; Ennegrecimiento de los dientes, 117; Cráneos
trofeo, 118

datos misceláneos y resultados de las excavaciones de guasave | 119 |


Estratigrafía, 120; Casas, 121; Escoria y hornos, 121

conclusiones | 123 |
La contribución de las culturas tempranas de Sinaloa al complejo Aztatlán en Guasave, 125; El comple-
jo de cerámica roja del norte, 126; La contribución Mixteca-Puebla, 127

relaciones entre mesoamérica y el suroeste de estados unidos | 136 |


Contactos tempranos, 137; Contactos posteriores, 138

bibliografía | 142 |

epílogo: el conjunto mortuorio de el ombligo: su análisis e interpretación, por john


philip carpenter slavens | 147 |

índice de figuras | 183 |

186
impreso en productora gráfica
capuchinas 378
col. evolución
57700 estado de méxico
figura 3. (a, 30.2-5439; b-h, 30.2-5438; i-l, 30.2-5439, 4845, 4824, 4841; m-s, 225M, 30.2-4847, 4842, 627M,
715M, 30.2-4839, 576M; t-w, 30.2-4829, 4844, 4828, 4833; x-cc, 371M, 1059M, 689M, 30. 2-4843, 669M,
30.2-4830). Cerámica Guasave rojo sobre bayo. (Todas a 1/8 del tamaño natural.)
Figura 22. Plano y perfiles del montículo funerario, sitio 117, Guasave, Sinaloa. Plano de la excavación que muestra todos los entierros. Dos secciones transversales permiten
ver la profundidad de entierros adyacentes. (Escala: 3 cm = 5 metros.)

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