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El hombre no puede ser indigente al cuerpo, a la presencia del sujeto que se dice en
cada movimiento como si eso fuera la única posibilidad de sentirse más hombre, más
humano. Tal vez esta diferencia ha sido la que ha imposibilitado que muchos filósofos
incluyeran la danza dentro de sus clasificaciones de las “bellas artes”. Por su arraigo
inquebrantable al cuerpo, la danza siempre se ha visto relegada a no ser considerada
digna de reflexión alguna o a concedérsele muy poca.
Por ello el presente trabajo tiene como objetivo fundamental ampliar la idea de danza
acercándola más a la cotidianidad demostrando la peculiar relación que existe con las
habilidades sensomotoras y en especial con el fenómeno del conocer.
Por lo cual se divide en cuatro partes. En la primera parte explicamos la relación entre
la creatividad y la naturaleza, en la segunda explicamos cómo se originó la creatividad
particularmente en el ser humana y la tercera explica la relación entre danza,
comunicación y aprendizaje, para finalmente concluir con la última parte referente a las
conclusiones.
2. Naturaleza y creatividad
En este universo newtoniano, toda actividad coherente es milagro, el caos parece ser la
regla, y, sin embargo, las especies vivas se han diversificado progresivamente, los seres
vivos se han hecho más complejos, vinculados entre sí por múltiples interacciones
delicadamente dispuestas. A pesar de todo, la misma actividad del científico, actividad
de inquirir, de experimentación, de estrategia exploratoria, supone ese devenir que la
ciencia niega.
Sabemos que la explicación darwiniana trata de asumir la dificultad; con la selección del
mutante, producido por el azar, la ciencia moderna ha ido sin duda alguna lo más lejos
posible en el extraño intento de reintegrar al hombre a este mundo del que había sido
excluido al principio, al resultar inmatematizable la actividad coherente, el devenir.
Cierto que la exigencia de matematización constituyó, en los siglos xvii y xviii , el “lecho
de Procusto” en el que la naturaleza fue simplificada hasta hacer incomprensible la
propia posibilidad de innovación; sin embargo, esta exigencia va unida a un estadio
históricamente nato del pensamiento matemático. Toda concepción que rechace por
principio el cálculo y la modelización matemática en nombre de una forma más o menos
exaltada y mística de participación en el gran movimiento de la naturaleza, puede
parecer un pensamiento reaccionario, producto del rechazo y del miedo más que de la
necesidad intelectual de formular positivamente un problema.
Por ello conviene, a propósito de la crítica de la ciencia clásica, establecer una sensible
diferencia entre la insatisfacción intelectual profunda, que suscita el tipo de explicación
que esta ciencia nos propone, y la inquietud, la nostalgia, que en algunos pueda evocar,
de un cosmos armonioso en el que cada cual tuviera su puesto, estuviera previsto y
contribuyese a la finalidad del todo; naturalmente, este sentimiento es legítimo, pero
sólo el primero puede engendrar una aproximación intelectual fecunda.
Pero las nuevas teorías matemáticas, que llevan nombres tan evocadores como «teoría
de las bifurcaciones», «teoría de la estabilidad estructural», nos permiten ya superar las
simplificaciones de la física dinámica, abordando ámbitos que ésta sólo podía describir
mutilándolos. Por lo tanto, no es contra la ciencia contra la que pueda realizarse la
inteligibilidad de los procesos coherentes de la naturaleza en devenir, sino de la ciencia
liberada por su propio desarrollo de los presupuestos que posibilitaron sus primeros
pasos y que, desde entonces, constituyen un obstáculo. Se concibe el reto tanto
intelectual como emotivo de esta afirmación: podemos desde ahora esperar la mate
matización de las condiciones de innovación, modelizar de algún modo los factores que
hacen posible la creatividad.
No voy a defender la idea estrecha de que todo está ahí, al inicio, programado y
prestablecido. No hay desarrollo alguno sin cultivo de los estados iniciales. Pero si
plante-aré que experiencias sensorio-motoras, corporales, no verbales, temporales,
traman desde el nacimiento modos sensibles de estar con los otros que no se pierden,
ni siquiera cuando adquirimos el lenguaje. Que esas experiencias, las más tempranas,
están favorecidas por el diseño de especie a la par que bañadas de cultura. Y que son
más cercanas a la música y a la danza que al lenguaje. (Español, 2008)
La elaboración, que está en la base de la génesis del arte, es a su vez el soporte de las
primeras experiencias de intersubjetividad entre el bebé y el adulto. En las tempranas
experiencias de intersubjetividad perviven los sentimientos de filiación propios de otros
primates pero en ellas emerge, además, la ornamentación, la filigrana y la complejidad
de los modos de sentir temporales. Una y otra vez, cada vez, en cada díada adulto-bebé
de nuestro presente, nuestro pasado evolutivo se cristaliza en el entendimiento (o
desentendimiento) a través del lenguaje del tiempo. Acontece especialmente durante
los primeros meses de vida del bebé, en el que el hacer conjunto de la díada prescinde
de los objetos del medio y todo ocurre con una pauta de mirada particular que sólo en
ocasiones se reiterará en la vida: el contacto ocular extenso y demorado.
4. La Danza como base del comunicarse y aprender
Adquirir el hábito de estas actividades es, pues, aprehender un significado motriz por el
movimiento y, así “el hábito expresa el poder que tenemos de dilatar nuestro ser en el
mundo”. Esa expresión se logra con el solo movimiento del cuerpo en la danza. Esto es
un ejemplo de melodía cinética, es decir, de actividad del organismo como un todo en
el que “cualquier cambio en el final de la melodía modifica cualitativamente su comienzo
y fisonomía global” (Merleau-Ponty, 2002). Este auto-movimiento corporal que es la
danza es un hábito motor que, como todos los otros, demuestra que tenemos mundo
por nuestro cuerpo, concretamente, muestra la elevación del cuerpo sobre la vida
meramente biológica, jugando desde sus gestos “y, pasando de su sentido propio a otro
figurado, manifiesta un núcleo nuevo de significado a través de ellos” (Merleau-Ponty,
1993, 171), es decir, crea. Los gestos también son expresivos, pero no siempre creativos;
se distinguen de los hábitos motrices en que estos últimos son sedimentaciones de actos
que permiten responder con conductas adaptadas a situaciones semejantes. En estos
hábitos opera una inteligencia que no es conciencia de sí. Esta inteligencia concreta es
la habilidad motriz (Merleau-Ponty, 2002, 266) o la mezcla de saber corporal a través de
su movimiento y de ejercitación continua del mismo.
- pretender una razón universal es una quimera más que una utopía, dado que la
mente es una encarnación, por lo tanto, es individual desde la experiencia y
relacional en el sentido del lenguaje, por tanto histórica y situacional. Vale decir,
que cada persona desde su corporeidad o encarnación define su experiencia en
un permanente acoplamiento con su entorno. Acoplamiento también es
estructural, por lo mismo es imposible que exista una razón universal que defina
una realidad positiva u objetiva. Por lo tanto, la razón no puede trascender su
basamento que es al mismo tiempo su dinámica.
- De lo anterior se desprende que la razón no es completamente inconsciente,
pero sí el proceso de obtención o producción de la razón, vale decir, el
razonamiento, toda vez que los mecanismos que permiten el razonamiento no
están a disposición de la voluntad del sujeto en toda su amplitud.
- De ahí que la razón no puede ser literal, desapasionada y precisa, objetiva y
positiva. Sino más bien es imaginativa, simbólica y esencialmente emotiva. Por
tanto, la razón se caracteriza por ser fundamentalmente metafórica y su
principal materia prima, el lenguaje, también lo es.
5. Conclusiones
La danza, en tanto habito supondrá así una manera de ser en el mundo, una modulación
de la existencia, una forma de organizar el mundo según las intenciones del presente.
Distanciándose de posiciones intelectualistas y empiristas, Merleau Ponty considera que
no hay lenguaje fuera de la expresión y que la palabra, -lejos de ser una envoltura vacía
del pensamiento o resultado de estímulos que según las leyes de la mecánica generarían
excitaciones capaces de provocarla- contiene ya un sentido. En tanto que la palabra ya
tiene un sentido, no es posible escindir el pensamiento del lenguaje. Ambos no
mantienen entre sí relaciones exteriores sino que nos damos los pensamientos a través
de la palabra “el pensamiento tiende a la expresión como a su acabamiento”. Lo que
normalmente consideramos que es pensamiento interior no es más que un lenguaje
interior. Lo que nos hace caer en la ilusión de dicho pensamiento interior, no es más que
la sedimentación de tales pensamientos ya constituidos y ya expresados que podemos
evocar silenciosamente.
En tanto que el sentido de las palabras es inducido por las palabras mismas, Merleau
Ponty dirá que la significación conceptual se forma sobre el relieve de una significación
gesticulante. La palabra es un gesto y como tal esboza por sí mismo su sentido. Quien
realiza un gesto no piensa antes de realizarlo; el gesto de cólera no es la representación
de una sensación (la cólera) sino la cólera misma.
El gesto señala ante mí un objeto intencional, señala una pregunta. Es por mi cuerpo
que comprendo al otro así como por mi cuerpo lo percibo. La comprensión de los gestos
es el resultado de la reciprocidad de mis intenciones y las intenciones del otro.
Lakoff, G., Johnson, M. (1999). Philosophy in the Flesh, the embodied mind and its
challenge to western thought. Basic Books. New York