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Imagina un tranvía desbocado y sin frenos que se dirige hacia cinco trabajadores
que están en la vía. No puedes avisarles y tampoco puedes parar el tren, pero sí
puedes accionar una palanca que lo desviará hacia otra vía. Allí hay otro
trabajador, pero está solo. ¿Debes apretar la palanca?
Este es el dilema del tranvía, cuya primera versión presentó la filósofa Philippa
Foot en un artículo de 1967. Desde entonces se ha convertido en uno de los
problemas éticos más debatidos y con más variantes. La mayor parte de la gente
a la que se le plantea esta pregunta contesta que sí se debe accionar la palanca.
Una de las variantes más conocidas la propuso otra filósofa, Judith Jarvis
Thomson, en un artículo de 1985. En este caso estás en un puente y ves cómo el
tranvía se dirige hacia esos cinco trabajadores. Siendo como eres un experto en
tranvías, en seguida te das cuenta de que solo hay una forma de detenerlo:
empujando a un tipo corpulento que está a tu lado. Él morirá, pero al menos los
otros cinco salvarán sus vidas.
McGeddon / Wikimedia
Como a mucha gente le parece mal empujar a un tipo a la vía y encima criticar su
aspecto físico, algunos experimentos se refieren a un hombre con una mochila
muy pesada. Por ejemplo, los del neurocientífico Joshua Greene, que usó
resonancias magnéticas para mostrar que en el primer escenario se activan
regiones del cerebro asociadas al razonamiento, mientras que cuando se propone
empujar a alguien las regiones activadas son las relacionadas con la emoción.
Greene es muy cauto con estos resultados. Esta sensibilidad puede reflejar
simplemente “las limitaciones de nuestra arquitectura cognitiva, más que una
verdad moral profunda”. Es decir, que consideremos permisible el primer
escenario y no el segundo no significa que esta evaluación sea correcta. Del “es”
no se deduce necesariamente el “debe ser”, como ya explicó David Hume hace
tres siglos. Hay que explicar esta diferencia y ver si nuestras intuiciones morales
son o no acertadas.
Una posible explicación a la diferencia entre los dos escenarios la dio hace ocho
siglos Tomás de Aquino, cuando defendía que matar en defensa propia es
moralmente aceptable. En este caso, el resultado es previsible, ya que sabemos
que morirá otra persona, pero nuestra intención no es la de matar, sino salvar
nuestra vida.
Sin embargo, Philippa Foot cree que esta doctrina es imperfecta. Para ella,
tenemos deberes positivos, como ayudar a los demás, y deberes negativos, como
no interferir en las vidas ajenas (tirando a la gente por un puente, por ejemplo).
En el primer escenario, las dos opciones son dejar que muera uno o dejar que
mueran cinco. Además, en su versión conducimos el tren y no accionamos una
palanca. Es decir, no podemos quedarnos al margen. En casos como el segundo, el
deber positivo de salvar a cinco personas está en conflicto y superado por el
deber negativo de no hacer daño a otra.
Algunos opinan que ambos casos son equivalentes: consisten en salvar cinco vidas
a cambio de una. Por ejemplo, los utilitaristas. Esta corriente ética fue iniciada por
Jeremy Bentham (1748-1832) y se basa en el principio de mayor felicidad: el
interés de la comunidad consiste en la suma de los intereses individuales. Es decir,
la justicia se mide por sus resultados, sin que sea necesario recurrir a derechos o
deberes. Cinco personas vivas y una muerta es un mejor resultado que cinco
personas muertas y una viva.
Un utilitarista podría decidir que las consecuencias son peores, pero no por la
diferencia entre accionar una palanca o empujar a una persona. Por ejemplo,
podría considerar que, de aprobar el segundo escenario, nadie se atrevería a
cruzar por un puente por miedo a que alguien nos empujara para evitar un
accidente. O quizás animaría a que los médicos se vieran legitimados para
asesinarnos con el objetivo de trasplantar nuestros órganos sanos a otras cinco
personas que morirían sin ellos, causando una ola de crímenes y pánico.
¿Para Kant hay diferencia entre el primer caso y el segundo? Es evidente que en
el segundo caso usamos al hombre como un medio: si en lugar de una persona
fuera una roca enorme, nos serviría igual. En cambio, cuando accionamos la
palanca no usamos a nadie como medio: lo único que queremos es que el tranvía
se desvíe y no nos hace falta que muera el trabajador solitario.
Para Thomson, esta diferencia no es tan clara, como muestra en una variante del
experimento que llama "El bucle": se trata de un escenario como el primero, en el
que hay que apretar una palanca, pero el trabajador solitario está en una vía cuyo
camino regresa al de los cinco trabajadores. En este caso, necesitamos que el
hombre detenga el tranvía con su cuerpo. Es decir, no es una mera víctima
colateral, sino que necesitamos que pare el tren.
La filósofa tampoco cree que esta diferencia sea tan clara: también infringimos
los derechos del trabajador solitario cuando accionamos la palanca. Él no se ha
presentado voluntario a sacrificar su vida por otras cinco, la persona que acciona
la palanca ha decidido por él.
De todas formas y como apunta Thomas Cathcart en The Trolley Problem, una
cosa es lo que muchos haríamos y otra diferente es lo que deberíamos hacer.
Daños colaterales
El dilema del tranvía puede parecer muy abstracto y el escenario casi irreal:
¿cómo podemos estar seguros de que van a morir los cinco? A lo mejor solo muere
el primero y los demás resultan heridos. O siendo cinco, es más fácil que uno de
ellos lo vea. Es un tranvía, Philippa Foot, no van tan rápido.
Incluso hay parodias y memes, como los que recopila Trolley Problem Memes,
una página de Facebook con casi 200.000 seguidores.
Contragaia
3.4K 192 1K
¿Es mejor sufrir una injusticia que causarla? El de la palanca es Sócrates, que en el Gorgias afirmaba que sí, mejor sufrir
una injusticia que causarla.
Pero este dilema nos ayuda a pensar en algunas decisiones reales, incluso a pesar
de todo esto. Recordemos que Foot no lo planteó como un juego: su artículo trata
algunos dilemas relacionados con el aborto, como por ejemplo si una mujer
católica embarazada puede someterse a una histerectomía aunque esta
intervención suponga la interrupción del embarazo.
Es decir, los experimentos mentales como el del tranvía nos permiten aislar los
principios morales en conflicto: ¿qué debo hacer, no matar a una persona inocente
o salvar la vida de toda la gente que pueda? Por ejemplo, cuando se financia el
estudio de un medicamento en detrimento de otros. ¿Es correcto hacerlo si
creemos que vamos a salvar más vidas? Quizás en este caso estamos en un
escenario parecido al de la palanca.
Otro ejemplo: ¿hizo bien Truman lanzando la bomba atómica sobre Hiroshima y
Nagasaki? Lo hizo para que la guerra acabara antes y para evitar más muertes de
soldados estadounidenses. Este escenario quizás se parezca más al de empujar al
hombre para detener el tranvía.
Hay casos reales y concretos que también recuerdan a este dilema. Este es uno
de los que explica Edmonds en su libro: en 1987 naufragó un ferry cerca de la
costa de Bélgica. Un cabo del ejército explicó que estaba intentando salir del agua
helada por una escalera de cuerda, bloqueada por un joven paralizado por el
miedo y el frío. El cabo pidió que alguien le empujara y alguien lo hizo. Este joven
murió. Se sabe quién fue el responsable, aunque su nombre no salió a la luz y no se
le juzgó, al considerar que si no se hubiera empujado al joven, nadie habría
logrado salvarse.
El túnel
El dilema que podría aplicarse a un escenario que cada vez será más frecuente.
Me refiero a la variante llamada “El túnel”, que expone Jason Millar, ingeniero y
filósofo:
“Estás viajando por una carretera de un solo sentido en un coche sin conductor y
te acercas a un túnel muy estrecho. Justo cuando estás a punto de entrar, una niña
intenta cruzar, pero tropieza y cae, bloqueando la entrada al túnel. No hay tiempo
para frenar y el coche solo tiene dos opciones: arrollar a la niña o girar y
estrellarse contra el muro. ¿Qué debería hacer el coche?”.
Como explica Millar, esta situación cada vez es menos hipotética. Un humano
reacciona por instinto, pero los coches autónomos como los que está
desarrollando Google estarán programados para responder a este tipo de
emergencias.
Según recoge The Guardian, en Google aseguraban el año pasado que aún no se
han encontrado con ningún problema similar y que su trabajo consiste en evitar
los errores anteriores que llevan a una situación de ese tipo. Si se llegara a un
punto como el del túnel, la respuesta más habitual sería frenar todo lo que se
pudiera, ya que no suele haber tiempo para nada más más.
Pero, claro, esta decisión de Google como mucho responde a la pregunta “¿qué
pasará?”, pero deja sin respuesta “¿qué debería pasar?”. Según este niño, la
solución no es tan compleja como parece.
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· ¿Crees que eres bueno? Este filósofo cree que puedes ser mejor
· La banalidad del mal y la terrorífica normalidad de los nazis
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