De acuerdo con la RFT, el núcleo esencial del lenguaje y de la
cognición de alto nivel es la capacidad de aprender y aplicar “marcos de relaciones”. Un marco relacional es un comportamiento aprendido que presenta tres grandes propiedades bajo un control contextual arbitrario: implicación mutua, implicación combinatoria y transformación de la función estimular. Implicación mutua significa que el aprendizaje de una relación en una dirección, también implica otro aprendizaje en la dirección opuesta: Si una persona aprende en un determinado contexto que A se relaciona de una forma determinada con B, entonces esto implica una determinada relación entre B y A en ese contexto. Por ejemplo, si una persona aprende que húmedo es lo mismo que mojado, esa persona deducirá que mojado es lo mismo que húmedo. Si una persona aprende que Samuel es más alto que Alfredo, también entenderá que Alfredo es más bajo que Samuel. Implicación combinatoria significa que las relaciones mutuas se pueden combinar. Si una persona aprende que, en un contexto determinado, A se relaciona con B de una forma determinada y B se relaciona, de determinada manera, con C, esta disposición implica también una relación entre A y C en ese contexto. Por ejemplo, si una persona aprende, en un contexto determinado, que Miguel es más fuerte que Esteban y que Carlos es más fuerte que Miguel, la persona deducirá que Carlos es más fuerte que Esteban. En definitiva, las funciones de los acontecimientos en una red de relaciones de este tipo se pueden transformar en términos de las relaciones subyacentes. Si necesitas ayuda para mover un electrodoméstico pesado y sabes que Miguel es bueno para esto, deducirás (dada la información anterior) que Esteban te será menos útil y que Carlos, en cambio, te será más útil, sin necesidad de aprender ninguna otra cosa nueva sobre Esteban o Carlos. La RFT afirma que cualidades de este tipo son las características de un marco abstracto de respuestas que inicialmente se adquiere y se mantiene bajo control de característicascontextúales arbitrarias mediante refuerzo de aproximación, a través de múltiples ejemplos de entrenamiento. Estamos expuestos a muchos ejemplos que relacionan acontecimientos de una manera particular (p. e., “ > ”), por lo general, inicialmente basados en sus propiedades formales (p. e., un elefante es más grande que una mosca; papá es más grande que mamá, un níquel es más grande que una moneda de 10 centavos). Como la clase concreta de relación (p. e., la comparación de tamaño) se abstrae a partir de múltiples ejemplos, queda bajo el control de claves relaciónales arbitrarias tales como “ es más grande que Cuando ocurre eso, es posible poner cualquier cosa en los espacios vacíos y, con solo las claves relaciónales, las relaciones mutuas y combinatorias correspondientes se podrán deducir fácilmente. La mayoría de los padres son testigos de primera mano de este proceso. En muchos países, algunas monedas de menos valor tienen un tamaño mayor. Un níquel es bastante más grande que una moneda de 10 centavos; medio euro es más grande que un euro. Cualquier padre sabe que cuando los niños más pequeños empiezan a comprender que las monedas tienen un valor, normalmente prefieren un níquel a 10 centavos. Esto tiene sentido porque los niños han aprendido una relación comparativa no arbitraria; es decir, el níquel es físicamente más grande. La mayoría de organismos complejos son capaces de aprender relaciones no arbitrarias (p. e., las que están definidas por las propiedades formales de acontecimientos que están relacionados); pero no es el caso de la gente. Alrededor de los 4 ó 5 años, los niños demuestran un nuevo conjunto de habilidades. Empiezan a preferir una moneda de 10 centavos a un níquel porque aprenden una versión aplicable arbitrariamente de “mayor que” que ya no está vinculada a las propiedades físicas de los dos elementos. Una moneda de 10 centavos puede, en realidad, tener más valor que un níquel. Una vez aprendido de forma general, se le puede decir a un niño “esto es mayor que aquello” y las demás respuestas relaciónales pueden derivarse a partir de ahí, sin importar de qué entidades concretas se trate. Una vez que se le dice que el sol es mayor que la tierra, incluso un niño va a deducir la información adicional de que la tierra es más pequeña que el sol, independientemente de las apariencias. El hecho de dar un nombre es, seguramente, el ejemplo más sencillo de establecimiento de un marco de relaciones -es la acción que corresponde directamente a la equivalencia de estímulos y se produce en el entrenamiento verbal temprano-. La RFT llama a esto ur “marco de coordinación”. Un niño está expuesto a miles de ejemplos de denominación. Si la madre es “mamá”, entonces el hecho de señalarla cuando escucha “¿Dónde está mamá?” es probable que tenga como consecuencia la aprobación de los adultos del entorno. De manera semejante, si “perro” es “P- E-RR-O”, entonces también es probable que se produzca aprobación cuando lea “P-E-RR-O' como “perro”. En otras palabras, aprender una relación verbal en un sentido predice el refuerzo por responder en el otro sentido. La RFT supone que, en realidad, es mediante una secuencia de este tipo como se desarrolla un marco relacional; es decir, como un conjunto amplio de múltiples ejemplos en el aprendizaje natural del lenguaje (Véase Moerk, 1990). Una vez que se consolida la implicación mutua, la implicación combinatoria puede tener lugar con toda facilidad con formas sencillas de marco. Por ejemplo, si la sustancia leche es “leite” en portugués y “leche” en castellano, entonces “leche” y “leite” pueden ser relacionados fácilmente como sinónimos. Inicialmente, esta correspondencia puede requerir un entrenamiento directo pero, dado que alguna de las propiedades reales de la leche (p. e., su sabor, aspecto físico) pueden ser fácilmente observables por implicación mutua tanto para “leche” como para “leite”, la implicación combinatoria se puede producir con relativa facilidad. La transformación de estímulo está implícita en todas las relaciones derivadas (el niño puede ser capaz de ver o probar la “leche” al oír la palabra) pero un mayor entrenamiento puede conseguir un mayor control contextual (un área clave de implicaciones teóricas, como veremos enseguida). Por ejemplo, podemos centrarnos en el color de la leche y no en su sabor o en su sabor y no en el color, dadas las claves pertinentes. Las claves que controlan la transformación de la función estimular (p. e., sabor de la leche) son distintas de las que controlan la clase de relación (p. e., leite es leche). Este descubrimiento es clave en ACT como explicaremos en breve. Desde la perspectiva de la RFT, el marco de relaciones es la característica definitoria esencial del lenguaje y de la cognición superior. Un acontecimiento que tiene efectos porque participa en un marco de relaciones es un estímulo verbal (un símbolo). Los lectores deben tener presente, en adelante, que cuando usamos el término verbal no nos referimos necesariamente a los pensamientos que tienen lugar en forma de palabras. Cuando decimos “verbal” o “cognitivo” queremos decir “que, vía entrenamiento, dan como resultado relaciones derivadas”. Gestos, dibujos, imágenes, danza, música -en algunos contextos-, todos ellos son denominados “verbales” o “cognitivos” en este sentido relacional, aun cuando las palabras no jueguen un papel directo. Los investigadores de la RFT han demostrado que es necesario un entrenamiento en el marco relacional de habilidades para que se den las relaciones derivadas (p. e., Barnes- Holmes, Barnes-Holmes, Smeets Strand y Friman, 2004), incluyendo el entrenamiento en la infancia (p. e., Luciano, Gómez-Becerra y Rodríguez Valverde, 2007). En un estudio reciente (Berens y Hayes, 2007), tomamos niños jóvenes y les dimos muchos ejemplos de relaciones comparativas arbitrarias: “Este es mayor que aquel”, les decíamos señalando monedas de papel de diferentes medidas. “Cuál utilizarías para comprar dulces?”. A medida que los niños recibían retroalimentación, iban aprendiendo gradualmente. Aprendieron a deducir relaciones de comparación mutua: si este era mayor que aquel, entonces ese era más pequeño que este. También fueron capaces de aplicar ese conocimiento a cualquier conjunto de “monedas” con una relación definida sin entrenamiento adicional. A medida que aprendían a combinar esas relaciones comparativas, preferían las “mayores” sobre las “menores” para comprar dulces. Cada niño del estudio mostró que este entrenamiento se generalizaba no solo a nuevas “monedas” sino también a nuevas redes. Por ejemplo, un niño podía aprender a combinar: “esta es mayor que aquella, pero es más pequeña que aquella otra” sin un entrenamiento explícito de esa clase de redes sino solo mediante entrenamiento en el marco de relaciones comparativas con otros tipos de redes específicas. Este hallazgo puede ser, obviamente, más relevante clínicamente si se lo asocia a las investigaciones que muestran que los marcos de relaciones comparativas pueden alterar otros procesos de conducta. Dougher, Hamilton, Fink y Harrington (2007) les enseñaron a determinados adultos, y no a otros, que la relación entre tres símbolos arbitrarios en la pantalla de un ordenador era: A < B < C. A continuación, todos los participantes aprendieron a apretar una barra a una determinada velocidad cuando se presentaba B. Quienes no habían aprendido la relación de símbolos iban más despacio cuando aparecían A y C. Los que habían aprendido la relación arbitraria también iban más despacio cuando aparecía A pero lo hacían más rápido cuando se mostraba C. Su comportamiento reflejaba la relación derivada de que C es mayor que B. En otro momentc del estudio, se aplicaba a los participantes una descarga repetidas veces cuando se mostraba B, hasta que se sentían bastante activados y temerosos (según su respuesta galvánica) cada vez que se mostraba B. Los que no habían aprendido la relación mostraban poca activación tanto cuando aparecía A como C. Los que habían aprendido A < B < C también manifestaban una activación mínima frente a A. Pero cuando se mostraba C, manifestaban más temor que cuando aparecía el propio B. Algunos participantes, incluso gritaron y desprendieron los cables del brazo -no porque hubieran recibido una descarga, sino porque había aparecido ese temido estímulo C-. Esos participantes nunca habían recibido una descarga en presencia del estímulo C; sin embargo, se comportaban como si fuera mucho peor que un estímulo que hubiera sido asociado realmente, una y otra vez, con descargas eléctricas moderadamente dolorosas solo porque, de manera arbitraria, se había considerado a C “mayor que B”. A partir de ejemplos tan sencillos, se puede empezar a percibir la relación del marco relacional con temas clínicos. Si un níquel puede ser “más pequeño” que una moneda de 10 centavos -lo que no ocurre, salvo en un sentido arbitrario- ¿cómo se va a poder evitar que un “gran éxito” sea pequeño en comparación con un ideal? Hace muchos años, mientras luchaba con un trastorno de pánico, uno de nosotros (SCH) sufrió un fuerte ataque de pánico mientras hablaba con tres enfermeras, a pesar de que una semana antes había dado una charla a cientos de personas con muchas menos dificultades. Podría parecer menos sorprendente al saber que el pánico en pequeños grupos se considera como “mucho más perturbador” -y, por lo tanto, mucho más temible- que la ansiedad en medio de una gran multitud; lo mismo que con los participantes en el estudio anterior que, ante una situación que previamente había resultado inocua mostraban mayor temor que hacia otra que se había asociado directamente con una descarga, simplemente porque se les había dicho que era “mayor que” aquella. El marco de relaciones es aplicable arbitrariamente, de modo que no existe nada en el mundo de las propiedades formales (p. e., el tamaño real de la multitud) que impida la ocurrencia de esa clase de resultados, a pesar de todo el sufrimiento que puedan ocasionar. Para mostrar lo que queremos decir con “arbitrariamente aplicable”, piensa en dos objetos concretos, Mentalmente, llámalos A y B. Ahora, elige un número entre 1 y 4. Si ya lo has hecho, entonces vamos a decir que el número indica una frase relacional: 1 significa “mejor que”, 2 significa “es el padre de”, 3 significa “distinto” y 4 significa “parecido a”. Ahora, responde a esta pregunta: “¿De qué manera es A # B?”. Es decir, “¿De qué manera es (añade el nombre del objeto A, seguido de la frase relacional correspondiente al número que elegiste, seguido del nombre del objeto B)? Puede parecer una pregunta extraña y es posible que no hayas escuchado antes nada parecido. Sin embargo, dentro de unos segundos, se te va a ocurrir una respuesta. Generalmente, si uno es inteligente, la respuesta le parecerá pertinente -a veces, en la medida en que la relación parece estar presente “en los objetos”, aguardando solo a ser descubierta-. Esto, naturalmente, tiene que ser una ilusión ya que no importa cuáles sean los objetos elegidos o la relación aplicada para que se produzca el efecto y no puede ser que todo se relacione con todo, de cualquier manera imaginable, en un sentido formal. Hay una explicación más plausible: que ese tipo de relaciones se aplican arbitrariamente. Debido a esta propiedad del lenguaje y la cognición humanos, podemos relacionarlo todo con todo, de todas las maneras posibles. La RFT puede ofrecer un solide modelo para cualquier estrategia de intervención cognitiva (Tórneke, 2010) pero, hasta ahora, en esta disertación sobre la RFT poco se ha dicho de la propia ACT. Para que la conexión aparezca con mayor claridad, tenemos que volver a un rasgo típico de la RFT: el control contextual.