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La humildad es una virtud moral contraria a la soberbia, que posee el ser humano en

reconocer sus habilidades, cualidades y capacidades, y aprovecharlas para obrar en bien


de los demás, sin decirlo. La humildad permite a la persona ser digna de confianza,
flexible y adaptable, en la medida en que uno se vuelve humilde adquiere grandeza en
el corazón de las demás personas.
La humildad es una cualidad o característica humana que es atribuida a toda persona
que se considere un ser pequeño e insignificante frente a lo trascendente de su
existencia o a Dios según si se habla en términos teológicos. Una persona humilde
generalmente ha de ser modesta y vivir sin mayores pretensiones: alguien que no piensa
que él o ella es mejor o más importante que otros. El concepto de la humildad en varias
concepciones es a menudo mucho más exacto y extenso. La humildad no debe ser
confundida con la humillación, que es el acto de hacer experimentar en algún otro o en
uno mismo una avergonzaste sensación, y que es algo totalmente diferente.
Para el cristianismo la mayor persona humilde fue Jesús que siendo el más rico de todos
se hizo pobre y nació en un pesebre y siendo el más importante murió en una cruz
(Filipenses 2:6-8), (Mateo 11:29).
Desde la perspectiva de la evolución espiritual, la humildad es una virtud de realismo,
pues consiste en ser conscientes de nuestras limitaciones e insuficiencias y en actuar de
acuerdo con tal conciencia. Más exactamente, la humildad es la sabiduría de lo que
somos. Es decir, es la sabiduría de aceptar nuestro nivel real evolutivo.
La humildad en las personas se considera que es toda aquella cualidad que revela el
completo concepto de lo que es el ser humano.
No siempre se gana, pero tampoco se pierde siempre. Hay que practicar el equilibrio y
la modestia. Los éxitos traen alegrías, pero no tienen por qué traducirse en arrogancia.
Y las derrotas a veces puedan resultar frustrantes, pero no por ello debemos dejarnos
llevar por la rabia. Ambas situaciones nos enseñan el valor de la humildad: respetar al
adversario y valorar nuestro esfuerzo y el del otro.
1. LE OTORGAN VALOR AL TRABAJO DURO
Las personas humildes están mentalizadas de que la mayoría de situaciones de la vida,
a no ser que se forme parte de una minoría privilegiada, requieren de trabajo duro para
poder vivir dignamente y ayudar a que los demás también lo hagan.
Por eso, valoran muy positivamente el valor del esfuerzo y del trabajo duro, y desde
luego no se burlan de quien decide sacrificar varios aspectos de su día a día para
impulsar proyectos ambiciosos y difíciles (una carrera universitaria complicada, una
trayectoria profesional muy especializada y en la que compiten muchas personas, etc.).

2. NO ENCUENTRAN PLACER EN SUPERAR A LOS DEMÁS


Una persona humilde no tiene por qué rechazar por completo situaciones en las que se
participe en una dinámica de competición, como por ejemplo en unas oposiciones o en
un concurso de proyectos para recibir una beca.
Sin embargo, tampoco experimenta placer ante la experiencia de superar en algo a una
persona o grupo, dado que su autoestima no depende de las comparaciones obsesivas
con los demás.
Es decir, no se involucran emocionalmente en la competición en sí, sino en el desarrollo
del producto de calidad que como consecuencia les puede ayudar a destacar en una
competición.

3. PUEDEN TOLERAR MEJOR LA FALTA DE ATENCIÓN


Las personas humildes pueden ser tanto introvertidas como extravertidas, pero en
cualquier caso se resienten menos ante la experiencia de no recibir mucha atención por
parte de los demás.
Esto es algo relativo, dado que todo el mundo requiere de ser reconocida por sus iguales,
pero como este tipo de personas no siente la necesidad de ir recibiendo validación por
parte de terceros de manera constante, una cierta soledad en este aspecto no les genera
tanto malestar.

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