Sie sind auf Seite 1von 2

Cuando hablamos de escucha en el trabajo teatral hacemos referencia a algo que va

más allá de la percepción sensorial y de la atención y que es fundamental en el trabajo


del actor tanto en la improvisación como en el teatro de texto.

La escucha teatral es un estado de receptividad que nos permite situarnos en la


realidad del personaje y su entorno, prestar atención a lo que ocurre en cada instante
y permite reaccionar de forma espontánea a aquello que sucede tanto externa como
internamente. No es el actor el receptor, el que presta atención, el que aplica sus filtros
subjetivos a lo que está pasando y el que reacciona en función de todo ello, sino el
personaje que crea el actor en ese mismo momento y que se ve conmocionado –o
no…- por el otro.

Solo hay una manera de conseguir ésta disposición en el escenario y es la práctica y,


la improvisación, al generar infinitas e imprevistas situaciones, es el espacio perfecto
para situarnos en el aquí y el ahora. Cuando estamos conscientes y presentes
reaccionamos naturalmente a los sucesos, tal y como nos pasa a cada momento en
nuestra vida cotidiana, lo que hace al personaje transparente para el público que
puede adivinar en su reacción cómo es, le da pistas o muestra claramente lo que le
interesa y desea, sus objetivos, sus emociones y sus contradicciones…

La escucha tiene más que ver con poner la atención fuera de nosotros, más que con
uno mismo, de permitirse recibir y reaccionar, como un instrumento de percusión que
resuena y vibra de una manera singular, a un impacto también único. El resultado es
orgánico, es decir, surge con naturalidad de la realidad existente en el escenario, las
reacciones y las relaciones fluyen retroalimentándose, y surge la verdad escénica
frente a los ojos de los espectadores.

La escucha es ver realmente al otro, más allá de la propias fantasías o expectativas y,


cuando lo vemos, lo escuchamos, tomamos contacto, lo propio se despliega. Si, en
cambio, solo buscamos en nuestro interior, podemos quedar aislados de lo que de
verdad está sucediendo en el encuentro, lo que impide que surja la magia del teatro y
la ficción se haga realidad.

En la recta atención nuestra escucha es incondicionada; no existe la imagen de una


persona que impida una audición global. No está limitada al oído, es la totalidad del
cuerpo la que oye. Está completamente al margen de la relación sujeto-objeto. La
escucha sucede, pero nada es oído y nadie escucha. Y como la escucha
incondicionada es nuestra naturaleza real, llegamos a conocernos a nosotros mismos
en la escucha.

Rara vez escuchamos realmente. Vivimos más o menos continuamente en el proceso


del devenir. Proyectamos una imagen de ser alguien y nos identificamos con ella. Y en
tanto nos tomamos por una entidad independiente, hay un hambre continuo, un
sentimiento de falta de integridad. El ego está constantemente buscando su
realización y su seguridad, y de ahí su perpetua necesidad de llegar a ser, de realizar,
de alcanzar. De esta forma, nunca contactamos realmente con la vida, pues ésta
requiere apertura a cada instante. En esta apertura, la agitación provocada por el
intento de llenar una ausencia en ti mismo llega a su fin, y en la quietud que resulta te
encuentras ante tu integridad. Sin una imagen de ti mismo, eres realmente uno con la
vida y con el movimiento de la inteligencia. Sólo entonces podemos hablar de acción
espontánea. Todos conocemos momentos en que la inteligencia pura, libre de
interferencias psicológicas, surge; pero, tan pronto como retomamos la imagen de ser
alguien, cuestionamos la intuición preguntando si es acertada o errónea, buena o mala
para nosotros, y así sucesivamente. Cualquier cosa que hacemos intencionadamente
pertenece al ego-yo y, aunque aparezca como acción, es realmente reacción. Sólo lo
que espontáneamente surge del silencio es acción y tal acción no deja residuos. Ni
siquiera puedes recordarla. La acción intencionada del ego-yo siempre deja residuos
que más tarde podemos llamar enfermedad.

En la espontaneidad, la acción ocurre pero nadie actúa. No hay estrategia ni


preparación. Hay sólo conciencia libre de la agitación y la memoria y en esta quietud
toda acción es espontánea, porque cada situación es parte de tu apertura y ella misma
te dice exactamente cómo proceder. La acción real no surge del razonamiento sino de
la observación receptiva. Por ejemplo, cuando ves un niño pequeño cruzando la calle,
no te detienes a pensar: "¿pediré ayuda, iré y lo recogeré, lo dejaré sólo?" Actúas.
Incluso aunque hayas realizado veinte veces esta acción, es nueva cada vez.
Pertenece absolutamente al momento.

Das könnte Ihnen auch gefallen