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en Anitua, Gabriel I. y Tedesco, Ignacio F., La cultura penal, Editores del Puerto, Buenos
Aires, 2009.
I. Introducción
I. La importancia del estudio histórico en el análisis del desarrollo y transfor-
mación del derecho es fundamental. Éste permite realizar una evaluación de los
diversos papeles que los distintos elementos, instituciones, prácticas y operadores
de todo sistema de administración de justicia penal han desempeñado a través de
la historia del procedimiento y, especialmente, de las consecuencias que la partici-
pación de estos últimos ha generado, y del significado político-criminal que esa
participación ha tenido1.
Para expresarlo sintéticamente, coincidimos con las palabras de Bianchi:
“Another important feature in this book is the use of historical and cross-time analysis.
Changes in systems of crime control do not just appear out of the blue. History is important
in order to check up on the rights time to change”2.
El estudio histórico del desarrollo de las instituciones del derecho penal y del
derecho procesal penal permite, de esta manera, comprender de modo más preciso
el sentido político-criminal de los procesos que ubican o reubican a los actores del
procedimiento en el ámbito de la administración de justicia penal, como también el
sentido de la posición que los intervinentes ocupan en cada uno de estos procesos
en relación a los demás y, consecuentemente, el significado que adquiere en distin-
tos momentos históricos y para diferentes sistemas jurídicos, la persecución penal.
II. Desde el origen y establecimiento del derecho penal estatal que conocemos
y que que coincide, históricamente –de modo claro en el caso del derecho penal
de tradición europea continental–, con la aparición y consolidación de los Estados
nacionales como forma política3, ha existido –y existe– una relación conflictiva
entre la administración de justicia penal y los actores que intervienen en ella4.
II. La Antigüedad
II. 1. El mundo antiguo
I. En este punto, dedicado al derecho griego y romano, resulta interesante res-
catar algunos aspectos centrales de contacto que ambos sistemas compartieron
con sistemas jurídicos de culturas absolutamente diferentes que los precedieron, y
que parecen representar una constante del derecho penal de la Antigüedad.
En primer término, las formas procesales del mundo antiguo fueron de corte
claramente acusatorio. Tanto el derecho del pueblo babilónico, como el del pue-
blo hebreo7, así como el del derecho griego y romano, entre otros, se caracteriza-
ron por estructurar un procedimiento de aplicación de la ley penal sustantiva de
carácter netamente acusatorio8.
Esta constante se dio en la Antigüedad independientemente de la centraliza-
ción de la organización política –v. gr., la Babilonia de Hammurabi– y del hecho
de que los pueblos de la época dominaran la cultura escrita.
II. El segundo aspecto que las culturas antiguas compartieron fue la clara divi-
sión entre delitos públicos y delitos privados. A pesar del hecho de que ambas
categorías hallaran su punto de contacto en ser consideradas como graves infrac-
ciones a las normas legales o consuetudinarias –y como tales, definidas como
hechos delictivos–, lo cierto es que se distinguía entre aquellas infracciones que
Siglo XXI, México, 1980; Maier, Julio B. J., “Entre la inquisición y la composición”, en Derecho Penal,
n° 2, Juris, Rosario, 1993.
7 Cf., por ejemplo, Ábalos, Raúl W., Derecho procesal penal, t. I, Jurídica Cuyo, Mendoza, 1993,
ps. 386 y siguientes.
8 Cf. Maier, Derecho procesal penal, t. I, ps. 269 y ss.; Vélez Mariconde, Derecho procesal penal,
166 t. I, ps. 25 y siguientes.
afectaban a valores o bienes compartidos por toda la comunidad, e infracciones
que sólo afectaban a una o más víctimas individualizables9.
Esta división acarreaba dos importantes consecuencias. En primer lugar, el
régimen de persecución penal variaba según se tratara de delitos públicos o de
ofensas privadas. Sólo en los supuestos de delitos públicos intervenía como acu-
sador un representante de la comunidad política permanente u ocasional. En los
demás casos, operaba la venganza o la persecución privada10.
En los supuestos de delitos privados la compensación era la regla, el con-
flicto tendía a ser resuelto a través de diversas formas de conciliación o compo-
sición entre las partes. Si atendemos al derecho hebreo, podemos concluir que se
trataba de un sistema sumamente cuidadoso en la aplicación de sanciones de
carácter represivo, y que el procedimiento estaba estructurado de modo tal de
morigerar la intervención represiva. Esto es, en síntesis, mucho más elogioso que
lo que se puede predicar de la justicia penal del Estado de derecho actual. Así, se
señalan las siguientes circunstancias propias del derecho hebreo de la Antigüe-
dad: a) el proceso era acusatorio y contradictorio, con las partes en igualdad de
condiciones; b) el imputado no podía ser condenado sobre la base de la declara-
ción de un solo testigo; c) existían una serie de normas tendientes a evitar el error
judicial; d) los jueces podían variar su voto de condena a absolución, pero no en
sentido inverso; e) sólo los veredictos condenatorios eran pasibles de ser revisa-
dos, f) la pena solía consistir en el resarcimiento del daño material causado; y g) la
causa podía ser reabierta hasta momentos antes de la ejecución de la sentencia11.
9 Cf. Ábalos, Derecho procesal penal, t. I, ps. 388 y 391; Maier, Derecho procesal penal, t. I, ps.
269 y 273; Vélez Mariconde, Derecho procesal penal, t. I, ps. 27 y 33.
10 En estos casos, se mezclaba, en el sistema de sanciones, la imposición de un castigo –que varia-
ba entre la pena de muerte y los tormentos, al destierro–, la venganza privada o la reparación del daño
u otra forma de composición. Ello sucedía, por ejemplo, en Babilonia, Siria e Israel (cf. Zaffaroni, E.,
Tratado de derecho penal, t. I, Ediar, Buenos Aires, 1982, ps. 325 y ss.; Ábalos, Derecho procesal penal,
t. I, ps. 386 y ss.).
11 Cf. Ábalos, Derecho procesal penal, t. I, cit., ps. 394 y siguiente.
12 Vélez Mariconde, Derecho procesal penal, t. I, p. 27.
13 Dice Vélez Mariconde (ibídem): “Pero la acusación de los delitos públicos no quedaba exclusi-
vamente en manos de los ciudadanos. Los Thesmotetas podían denunciar ante la Asamblea del pueblo
o el Senado algunos atentados que ponían en peligro la ciudad misma, y tales organismos nombraban
entonces el ciudadano que debía encargarse de acusar”. 167
Plutarco señaló que Solón, arconte de Atenas, en la década del 590 a.C.:
“advirtiendo que todavía convenía dar más auxilio a toda la flaqueza de la plebe, conce-
dió indistintamente a todos el poder de presentar querella en nombre del que hubiese sido
agraviado; porque herido que fuese cualquiera, o perjudicado o ultrajado, tenía derecho el que
podía o quería de citar o perseguir en juicio al ofensor: acostumbrando así el legislador a los
ciudadanos a sentirse y dolerse unos por otros como miembros de un mismo cuerpo”14.
14 Plutarco, Vidas paralelas, citado por Maier, Derecho procesal penal, t. I., p. 270.
15 Ibídem.
16 Vélez Mariconde, Derecho procesal penal, t. I, cit., p. 26. Maier señala: “la Asamblea del Pue-
blo dejaba de lado las formas y garantías del procedimiento común en aras de la importancia política del
Alberto Bovino
“El procedimiento acusatorio romano, único sometido a reglas y principios jurídicos que
reemplazaban la arbitrariedad para dar paso a la seguridad y equidad, tiene su pilar funda-
mental en el sistema característico que adoptó para regular la función requirente en el proce-
dimiento penal. Este procedimiento fue denominado iudicium publicum, quaestio o accusa-
tio. Se repetía el esquema fundamental de este tipo de enjuiciamiento, cuyo eje central era un
debate oral y público del cual emergía el fundamento de la decisión del tribunal”27.
“Al comienzo, los iudices iurati que componen el tribunal popular son elegidos entre los
senadores; pero más tarde adquieren ese derecho los caballeros y los tribunos del tesoro. Hay
siempre una limitación, derivada de las condiciones morales, sociales y económicas de los ciu-
dadanos (…) Más bien que popular, era un jurado de ciudadanos ilustres”28.
La acción también fue estructurada como acción popular. Dado que se con-
sideraba un deber cívico que acarreaba prestigio a la función de acusar en casos de
delitos públicos, había reglas para establecer qué ciudadano lo haría. Como en el
derecho griego, el acusador era responsable por su conducta procesal:
25 Cf. Maier, Derecho procesal penal, t. I, ps. 274 y ss.; Vélez Mariconde, Derecho procesal penal,
Alberto Bovino
t. I, p. 35.
26 Cf. Maier, Derecho procesal penal, t. I, p. 275; Vélez Mariconde, Derecho procesal penal, t. I,
ps. 35 y siguiente.
27 Maier, Derecho procesal penal, t. I, p. 282.
28 Vélez Mariconde, Derecho procesal penal, t. I, p. 37. Cf., también, Maier, Derecho procesal
170 penal, t. I, ps. 277 y siguientes.
“Una consecuencia lógica del régimen era la responsabilidad que asumía el acusador,
moral ante la sociedad y jurídica ante el reo: así como en caso de éxito recibía una recompen-
sa por el servicio prestado a la comunidad (parte de la multa o la confiscación impuestas), si
el juicio le era adverso debía pagar una multa o podía ser enjuiciado en seguida por calum-
nia”29.
ción–. Un ejemplo de esta tensión entre derecho penal al servicio del Estado o de
los ciudadanos se halla en los avatares del procedimiento contra Catilina. A fines
de la República, un político intentó un alzamiento contra el poder político, que
33 Cf. Maier, Derecho procesal penal, t. I, ps. 282 y ss.; Vélez Mariconde, Derecho procesal penal,
172 t. I, ps. 37 y siguientes.
“tuvo que transformar el acto desesperado de un político ambicioso y fracasado en la
conjura largamente planeada de un delincuente manifiesto. Con esa brutal manipulación el
Catilinia histórico tuvo que quedarse en el camino. En su lugar apareció el arquetipo de un
conspirador, el representante evidente de la sociedad de su época, el símbolo del mal que había
llegado a dominar a ella”34.
34 Dalheim, Werner, “La necesidad del Estado y el derecho del ciudadano. La conjuración de Cati-
lina (63-62 a.C.)”, en AA.VV., Los grandes procesos de la historia, Crítica, Barcelona, 1993, p. 29.
35 Romero, José Luis, La Edad Media, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1994, p. 10.
36 Romero, La Edad Media, p. 13. 173
siglo V como el acontecimiento que desencadena las transformaciones, les da un
cariz catastrófico y modifica profundamente su aspecto”37.
En este sentido, se ha afirmado que “el feudalismo occidental fue el resultado
específico de una fusión de los legados romano y germánico era ya evidente”, y
que:
“El mundo romano fue conquistado gradualmente desde dentro por los germanos, que
habían penetrado en él pacíficamente durante siglos y habían asimilado su cultura e incluso
asumido frecuentemente su administración, da tal forma que la remoción de su dominio polí-
tico fue simplemente la consecuencia final de un largo proceso de cambio (…) Los germanos
no fueron enemigos que destrozaron o aniquilaron la cultura romana, sino que, por el con-
trario, la conservaron y desarrollaron”38.
“Los bárbaros que se instalaron en el siglo V en el Imperio romano no eran esos pueblos
jóvenes y salvajes (…) Habían evolucionado mucho con motivo de sus desplazamientos, a
veces seculares, que les habían proyectado hacia el mundo romano. Habían visto muchas cosas,
habían aprendido mucho y habían retenido no poco. Sus caminos le habían conducido al con-
tacto con culturas y con civilizaciones de las que habían aceptado costumbres, artes y técni-
cas”41.
Alberto Bovino
“A diferencia del romano, que era siempre un «ciudadano» y en toda ocasión se sentía
parte de algo, fuese la sociedad o el Estado, el bárbaro era sólo un «individuo», celosísimo de
su absoluta independencia. No reconocía otro vínculo que el de la palabra libremente
dada…”42.
“De hecho, los historiadores están de acuerdo al respecto: la feudalización traduce una
privatización del poder… Si se lleva la cuestión hasta el límite, podría decirse que en la socie-
dad que se convierte en feudal el área de lo público se recorta, retrocede, y que, al final del
proceso, todo es privado, y la vida privada lo penetra todo”43.
42 Montanelli, Indro y Gervaso, Roberto, Historia de la Edad Media, trad. Francisco Alcántara,
Rizzoli, Milán, 1965, p. 31.
43 Duby, George, “Obertura”, en AA.VV., Historia de la vida privada, Taurus, Buenos Aires,
1987, p. 24.
44 Patlagean, E. y Rouche, M., Historia de la vida privada. La Alta Edad Media, Taurus, Buenos
Aires, 1990, p. 13.
45 Ídem, p. 18.
46 Cf. Duby, Poder privado, poder público, p. 19.
47 Cf., por todos, Vélez Mariconde, Derecho procesal penal, t. I, p. 67, quien hace referencia a
“los signos naturales de una justicia primitiva” al analizar el derecho de los invasores bárbaros.
48 Foucault, Michel, La verdad y las formas jurídicas, Gedisa, México, 1988, p. 65. 175
“La segunda condición era que, una vez introducida la acción penal, cuando un individuo
ya se había declarado víctima y reclamaba reparación a otro, la liquidación judicial se llevara a
cabo como una especie de continuación de la lucha entre los contendientes. Se inicia así una
suerte de guerra particular, individual, y el procedimiento penal será sólo una ritualización de
la lucha entre los individuos (…) El derecho es, pues, una manera reglamentada de hacer la
guerra (…) Estos actos ritualizan el gesto de la venganza y lo caracterizan como venganza
judicial. El derecho es, en consecuencia, la forma ritual de la guerra”49.
52 Cf. Eslava, Juan, Verdugos y torturadores, Temas de Hoy, Madrid, 1992, p. 99.
53 Ídem, p. 100.
54 Vélez Mariconde, Derecho procesal penal, t. I, p. 64.
55 Este autor afirma: “Conocemos sólo dos casos bastante curiosos en que había una especie de
acción pública: la traición y la homosexualidad. En estos casos intervenía la comunidad, que se conside-
raba lesionada, y colectivamente exigía reparación a un individuo” (La verdad y las formas jurídicas, p.
66).
56 Cf. Maier, Derecho procesal penal, t. I, p. 265.
57 Cf. Maier, Derecho procesal penal, t. I, ps. 265 y siguientes. 177
gos y serían usadas luego por la Inquisición58. Un modo distinto de determinar
cuál de las partes tenía razón consistía en un combate o duelo judicial en el cual la
victoria implicaba el triunfo del derecho59.
De esta breve descripción del enjuiciamiento acusatorio de acción popular y
de acción privada podemos extraer algunas consecuencias. En primer lugar, el
hecho que caracteriza a ambos procedimientos es la necesidad de que algún ciu-
dadano, es decir, alguien ajeno a cualquier órgano del Estado, presente una acusa-
ción para habilitar la intervención del tribunal que habrá de decidir la cuestión
planteada (ne procedat judex ex officio, nemo judex sine actore). Ello implica, ade-
más, que el tribunal sólo puede decidir sobre el caso presentado por el acusador,
que constituye un límite a su intervención.
En el juicio, ambas partes –actor y acusado– se enfrentan en pie de igualdad.
De este modo, a la actividad del acusador se opone la actividad defensiva del impu-
tado, mientras el tribunal actúa como árbitro de la lucha entre las partes. El tribu-
nal sólo ejerce funciones decisorias, propias de la tarea jurisdiccional, y no cumple
ningún papel en la investigación del hecho.
El esquema planteado por el enjuiciamiento acusatorio reconoce al imputa-
do como titular de derechos que se opone a su acusador –también considerado
titular de derechos– en un juicio oral, público y contradictorio, y que obliga a
decidir la cuestión a un tribunal imparcial, con fuerte participación popular, e
impide que sea un órgano estatal quien decida iniciar la persecución penal. El acu-
sador particular, además de comenzar la persecución, define el objeto sometido
al pronunciamiento del tribunal y el contenido de la infracción. El modelo de
enjuiciamiento penal de los “bárbaros”, a diferencia de lo que se cree mayorita-
riamente, antes de representar las prácticas jurídicas de una cultura primitiva
expresa, antes bien, valores y principios estructurales con un alto grado de racio-
nalidad, y un sistema mucho menos violento de resolución de conflictos que lo
que el fin de la Edad Media, con la justificación de racionalizar las prácticas puni-
tivas, habrá de instalar.
“Como cada señor podía hacerse de vasallos entre otros menos poderosos que él (…)
Alberto Bovino
58 La Inquisición, por ejemplo, sometía a las acusadas de brujería a la prueba de la flotación. Para
ello, las manos de la acusada eran atadas a sus tobillos, y ésta era arrojada al agua. Si la acusada era bruja,
el agua –como elemento puro– la rechazaba, manteniéndola a flote, y por ello era conducida a la hogue-
ra. Si, en cambio, el agua la aceptaba, era considerada inocente, pero su inocencia le costaba la vida ya
que, de la forma en que era arrojada al agua, era casi imposible que no se ahogase. Cf. Burman, Eduard,
Los secretos de la Inquisición, Roca, México, 1988, p. 183.
178 59 Cf. Maier, Derecho procesal penal, t. I, p. 266.
llegó a crearse un sistema jerárquico que habría de ser una de las características de la sociedad
de la época. Esa jerarquía se establecía dentro de la clase señorial… pero junto a ella se esta-
blecían grados en que se clasificaba el orden sacerdotal y por debajo de ella se situaban las cla-
ses no privilegiadas. Era, pues, la sociedad feudal una organización basada en la desigual-
dad”60.
Sin embargo, sus inequidades no pueden servir para que, sin más, se califique
al derecho de la Alta Edad Media como derecho “primitivo”. Luego de describir
los antagonismos entre el derecho romano como derecho de unidad, y los del
derecho germánico como “costumbres primitivas”, Vélez Mariconde destaca la
complicidad de la Iglesia Católica con las autoridades temporales españolas para
conducir a España al advenimiento del majestuoso código de Las Partidas y, con
ello, al derecho inquisitivo61. Además, caracteriza al derecho “bárbaro” del
siguiente modo:
“Esta breve reseña de las instituciones germanas (…) pone de manifiesto los signos natu-
rales de una justicia primitiva: la participación del pueblo en el ejercicio de la jurisdicción; la
necesidad de una acusación previa a todo proceso… el carácter oral y público del juicio; el pre-
dominio de las facultades de las partes (…) la inexistencia de la tortura (…) y la posibilidad de
sustituir el juicio por una composición reveladora del carácter privado de la acción”62.
cualquier supuesto interés comunitario o social, esto es, cualquier interés público
–por oposición a “no privado”–.
En conclusión, el derecho de los pueblos “primitivos” es un ejemplo de racio-
nalidad, antes que de barbarie. El derecho de los pueblos germánicos de la Alta
Edad Media ha sido, a nuestro juicio, el más acabado modelo de una justicia penal
180 reparatoria.