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ISSN: 0120-0062
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Universidad Nacional de Colombia
Colombia
VAUGHAN C, NICOLÁS
¿POR QUÉ LEIBNIZ REQUIERE DEL TIEMPO ABSOLUTO?
Ideas y Valores, vol. 56, núm. 134, agosto, 2007, pp. 23-44
Universidad Nacional de Colombia
Bogotá, Colombia
1
De acuerdo con Cassirer: 366n1: “[l]a total autenticidad de las cartas [papers] de
Clarke está avalada por el hecho de que los esquemas de las réplicas de Clarke [a
Leibniz] han sido hallados entre los manuscritos de Newton”. Cf. Ballard: 50.
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Para la concepción aristotélica, cf. Física iv, 218a–224a; para la agustiniana, cf.
Confesiones xi.
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Por ejemplo, no sólo podemos decir que el sitio de Roma es anterior a la caída de
la U.R.S.S. (lo cual sólo da cuenta de una relación de tipo (b)), sino podemos decir que
—situados en el presente— en la línea absoluta del tiempo el primer evento ocurre en el
pasado remoto y el segundo en el pasado próximo; más aún, toda otra relación temporal
deberá establecerse con respecto a la relación entre estos dos eventos (y cualesquiera
otros que existieren).
4
Alexander rastrea esta lectura substancialista de la postura de Newton hasta un tal
Addison, quien escribiera en 1714: “Otros han considerado el espacio absoluto como
el receptáculo o, más bien, la habitación del Todopoderoso. Pero quizá la manera más
noble y exacta de considerar el espacio absoluto es la de Sir Isaac Newton, quien la
llama el ‘sensorio’ de Dios” (Alexander: xvi).
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Para citar la Correspondencia entre Leibniz y Clarke usaremos estas convenciones:
‘C I, 2’ significa: ‘carta I de Clarke, sección 2’, y ‘L IV, 12’ significa ‘carta IV de Leibniz,
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“Dos cosas, aun siendo exactamente iguales, no dejan de ser dos. Las partes del
tiempo son exactamente iguales las unas a las otras, como también lo son las del tiempo.
Sin embargo, dos instantes no son el mismo instante, ni tampoco son dos nombres de
un mismo instante” (C IV, 5–6; cf. C III, 2).
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“[N]ada existe sin una razón suficiente para ello más que para no existir, lo mismo
que de por qué es así antes que de otra manera. Pero en las cosas indiferentes por
naturaleza [como e.g. el tiempo absoluto y sus partes—N.V.], esa razón suficiente es
la mera voluntad, sin algo externo que incluya sobre ella; como en el ejemplo de Dios
creando y colocando cualquier partícula de materia en un lugar [o en un tiempo—N.V.]
antes que en otro, como todos los lugares [y los tiempos—N.V.] son originariamente
iguales” (C III, 2).
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Cabe decir, al margen de nuestra discusión, que Clarke nunca concede la verdad
del pp —al menos en la Correspondencia. Esto significa que su comprensión de la
agencia divina es voluntarista, a diferencia de la comprensión leibniciana que es inte-
lectualista. (Descrito muy brevemente, el voluntarismo afirma que la explicación de
una acción es adecuada cuando termina en un acto volitivo (la pregunta ‘¿por qué a
hace x?’ tiene una respuesta satisfactoria en términos de ‘porque a quiere hacer x’). Por
contra, el intelectualismo busca una razón externa a la voluntad —aunque interna al
intelecto— que justifique la acción.) En consecuencia, Leibniz no logra nunca refutar
estrictamente a Clarke, por cuanto que éste no acepta una premisa necesaria en el
argumento de aquél.
10
“Una simple voluntad sin ningún motivo […] es una ficción no solamente contraria
a la perfección de Dios, sino incluso quimérica y contradictoria, incompatible con la
definición de ‘voluntad’ […]” (L IV. 2).
11
G. Rodríguez-Pereyra (431ss.) propone una reconstrucción similar a la que presento
aquí, basada en la semántica de mundos posibles. Su interés está en mostrar que, en
contra de lo que Leibniz piensa, sí existen mundos posibles en donde existan particula-
res indiscernibles (e.g., mundos à la Max Black que contengan dos esferas idénticas).
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Hay una discusión entre los intérpretes en torno al tipo de modalidad de este
operador (cf. Rodríguez-Pereyra: 429–30 y n4, quien refiere a C.D. Broad, S. French y
G.H. Parkinson en torno a este debate). ¿Es absolutamente imposible que existan cosas
indiscernibles, esto es, es autocontradictoria su suposición? Leibniz parece vacilar en
torno a ello (cf. L IV, 6 y L V, 25–6). Creo que la solución es simple. Si la existencia
de indiscernibles fuera autocontradictoria, y por lo tanto absolutamente imposible,
bastaría el prs para demostrarlo. Pero Leibniz requiere para ello, además del principio
intelectual de razón suficiente, el principio volicional de perfección. Supuesto que Dios
quiere crear el mejor de los mundos posibles y que deba tener una razón para esco-
gerlo y crearlo, entonces no es posible que él cree un mundo que contenga particulares
para cuya disposición no hay razón suficiente. Esta forma de necesidad es llamada
por Leibniz (y la escolástica) ‘hipotética’ o ‘moral’ (cf. L V.4ss; DM §13), a diferencia
de la ‘necesidad absoluta’ que involucra sólo el prs. (Al respecto de estas formas de
modalidad, cf. la primera parte del óptimo estudio de R.M. Adams).
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No hay vacío. Pues las diversas partes del espacio vacío serían
completamente similares y congruentes entre sí, y no podrían
distinguirse entre sí mismas, de modo que diferirían solamente
en el número, lo cual es absurdo. Del mismo modo que con
el espacio, se prueba que el tiempo no es una cosa [rem non esse].
(Leibnizc: 522–3; énfasis añadido)
13
Al respecto de esta última aserción, Cf.: “el ‘ahora’ no es parte del tiempo […] del
mismo modo que el punto no es parte de la línea” (Leibnizg: 654). Y el punto no es una
parte de la línea, porque por más que dividamos ésta, jamás apuntalaremos aquél. El
punto es un límite, no un segmento o una parte, de la línea.
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3. Metafísica monádica
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N.B.: esta noción de marco referencial de movimiento, tomada de la física, no debe
confundirse con la noción epistemológica de marco conceptual. Leibniz mismo acoge
expresamente aquella noción en L V, 47, aunque sin darle ese nombre.
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Dicho sea a propósito, es fácil notar la falsedad de la idea absolutista de la ho-
mogeneidad de la métrica del tiempo. Esta homogeneidad estaba avalada por la
creencia en la unicidad e independencia de una línea temporal, por cuanto que se
asumía que (las partes de) todo tiempo relativo había(n) de estar en correspondencia
con (las partes de) el tiempo absoluto. Pero al abandonarse la unicidad de la línea, se
deduce que tanto la estructura como la métrica del tiempo se relativizan al cambio
local. En términos más simples, nada garantiza que la métrica de un marco de refe-
rencia determinado corresponda a la métrica de cualquier otro marco de referencia. A
decir verdad, el problema de la métrica común simplemente no surge en la doctrina
relacionista del tiempo.
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“No hay nada sino Mónadas, es decir, las substancias simples o indivisibles, que son
verdaderamente independientes de toda cosa creada concreta” (traducción nuestra).
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El argumento de Leibniz (en M §7) para el cerramiento causal de las mónadas
parte de la explicación mecanicista de las interacciones causales (cf. nuestra nota 6,
arriba). Para el mecanicismo, todo cambio en las propiedades de un objeto material
depende de la interacción causal de sus partes constitutivas (sus átomos, en últimas),
ya sea entre sí o con otros objetos materiales. Empero, habida cuenta de la simplicidad
y primacía ontológica de las mónadas, el cambio monádico sólo puede explicarse por
la articulación interna de la forma substancial (cf. M §17; PNG §3).
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¿Por qué no decir ‘muchos tiempos internos’ —puede objetarse—, una vez que
se ha abandonado la concepción del tiempo absoluto? La razón de esto es que, por
definición, los cambios entre las percepciones de una mónada están regulados por un
único principio interno de cambio: el principio apetitivo monádico. Es por ello que
podemos hablar de la unicidad de la línea temporal y del marco referencial en cada
mónada. (Si hubiera más de un principio interno de cambio por mónada, entonces sí
podría hablarse de una pluralidad inconmensurada de tiempos internos a cada una
de ellas).
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“Podríamos conocer la belleza del universo en cada alma si se pudieran desarro-
llar todos sus pliegues, que sólo se desenvuelven sensiblemente en el tiempo“ (PNG §13;
énfasis añadido).
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El escrito no está fechado por Gerhardt. La parte final de esta cita aparece en
Rutherforda, aunque la traducción castellana (del original en latín) es nuestra. El texto
de Rutherfort nos ha sido bastante útil en lo que concierne al asunto de la percepción
monádica.
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Tal como habitualmente se la entiende, la doctrina de la armonía preestablecida
da cuenta de la coordinación no-causal existente entre una mónada dominante y su
cuerpo material no-monádico (cf. M §§ 86–7). Sin embargo, puede muy bien hablarse
de armonía preestablecida entre las diferentes mónadas (de hecho Leibniz usa en al
menos otros tres sentidos el término ‘armonía’ (cf. Rescher ad §87)). (Cf. nuestra nota
22, abajo).
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Es más: no existe interacción real entre la mónada dominante de Bruto, las mónadas
que conforman su cuerpo, su cuerpo material, la mónada dominante del cuchillo, etc.
Con esto abarcamos más de un sentido del concepto de armonía preestablecida.
Así, para seguir con el ejemplo anterior, a menos que sucedan si-
multáneamente, esto es, a menos que conserven un mismo orden, no
tiene sentido decir que el evento de que Bruto apuñale a César
está coordinado con el evento de que César sea apuñalado por Bruto
—cada uno desde su propia perspectiva (cf. M §57). Aunque esto no
requiere de la existencia substantiva de un tiempo real absoluto, sí
requiere en todo caso —en términos de la concepción ideal y relativa
del tiempo— que las relaciones temporales de antecesión, cocesión
y sucesión de Bruto y César coincidan en el evento en cuestión. En
consecuencia, los dos deben por necesidad compartir un mismo marco de
referencia, un mismo esquema de ordenamiento.
Otra manera de ver este problema hace énfasis en el concepto
leibniceano de expresión. En un escrito de 1678 Leibniz afirma:
“[s]e dice que expresa una cosa aquello en lo que hay respectos
[habitudines] que responden a los respectos de las cosas que van a
expresarse” (Leibniz a: 263).
Este concepto tiene relación directa con la percepción inter-moná-
dica, como lo sugiere el siguiente pasaje:
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“He comparado al alma con un reloj [une pendule], con respecto a la exactitud re-
gulada de sus cambios, la cual es sólo imperfecta hasta en los mejores relojes [horloges],
pero que es perfecta en las obras de Dios. Y uno puede decir que el alma es el más
exacto autómata inmaterial” (GP IV: 522; traducción nuestra).
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Por eso no tiene percepción sino conocimiento intuitivo (cf. M §48; PNG §9).
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