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Pedro y Juan:
Ilusión de lo verdadero
La novela no tiene como finalidad contar una historia, divertir o enternecer, sino
forzar al lector a comprender el sentido oculto de los sucesos. La vida debe
presentarse de manera muy semejante a la realidad pero con sencillez. En ella se
evidencia una visión personal del mundo mediante la ilusión de lo verdadero, es decir,
que se debe provocaruna profunda sensación de verdad.
No se cuentan todos los acontecimientos que viven los personajes, sino aquellos que
son determinantes para mantener el interés de la historia, así resulten inadvertidos
para algunos lectores.
Psicología oculta:
Precisión en el lenguaje:
Siempre existen las palabras y los términos precisos para expresar lo que se quiere
dar a entender, por eso, el arte está en utilizar en el lugar preciso, las palabras
correctas y no recurrir a artificios del lenguaje.
NOVELAS
(Romans)
Publicado en el Gil Blas, el 26 de abril de 1882
Dejemos esta cuestión que necesitaría para ella sola un volumen de argumentos.
Me he dejado llevar por una frase en lugar de hablar únicamente, como pretendía, del
muy notable volumen de Jean Richepin. El primer relato, Soeur Doctrouvé, es la simple
y poderosa historia de una pobre joven de noble familia que se sacrifica a su nombre,
deja a su hermano su parte de la herencia, y entra en el claustro a la hora del primer
estremecimiento de los sentidos. Hecha para el amor, se convierte pronto en una
especie de mística, de exaltada voluntaria, salvajemente religiosa; pero he aquí que se
entera de pronto de la boda de ese querido hermano con la hija, dos veces millonaria,
de un banquero judío; y todo se rompe en ella, todo, hasta su creencia en Dios; y
muere desesperada, victima de su heroico e inútil sacrificio. Sobria y poderosa, esta
novela da frío al corazón en su desnuda verdad.
El segundo relato, M. Destremeaux, es la curiosa historia de un pobre payaso
enriquecido que se enamora de una muchacha, y, arruinado de repente en la víspera
de la boda, se aleja solicitando tres años para rehacer su fortuna perdida.
Sale adelante. Pero, cegado por el amor, no había revelado al padre de su
prometida la humillante profesión de donde venía su dinero.
Entonces, en el momento de apoderarse de la felicidad prometida, se confiesa en
una larga y muy hermosa carta, llena de orgullo y de humildad, pero la familia
indignada le rechaza.
Luego, una noche, como la muchacha, ahora casada, asistía a los espectáculos
circenses, lo reconoce en el momento en el que él va a ejecutar un salto vertiginoso.
Ella da un grito; él la ve, arroja un beso hacia ella y, lanzándose al vacío, acaba
rompiéndose la cabeza a sus pies.
Me gusta menos el tercer cuento: Une Histoire de l'Autre Monde. Pero, tengo ese
defecto, pues debe ser un defecto el rebelarme contra las extraordinarias aventuras
que solo me dejan el mayor asombro que se haya podido imaginar de las cosas tan
inverosímiles.
El volumen se termina por una notable novela histórica, que es verdadera en el
fondo, aunque sorprendente, pues los personajes se llaman los Borgia.
Es el relato de los inicios del famoso César Borgia, ese hijo de papa que, amante de
su hermana Lucrecia, fue el rival de su padre, y el asesino de su hermano,,, y otras
cosas aún.
Esta espantosa historia, contada con un tono tranquilo de historiador y de
novelista que mira con interés a esos seres singulares, toma una intensidad natural en
los mismos hechos. Y es allí, en mi humilde opinión, donde se da el más excelente
fragmento del nuevo libro de Jean Richepin.
26 de abril de 1882
28 de julio de 1882
IVAN TOURGUENEFF
( Ivan Tourgueneff )
Publicado en el Gil Blas del 6 de septiembre de 1883
El nombre del destacado escritor que acaba de morir, estará en el futuro entre los
grandes nombres de la historia de las letras.
Cuando Rusia salga del difícil periodo por el que atraviesa; cuando ese pueblo
joven y nuevo haya tomado su lugar en la civilización y en las artes, se reconocerá
mejor que hoy a aquellos genios que han abierto el camino.
Tourgueneff ocupará la primera fila entre esos espíritus de primera hora, por su
talento y por el papel particular que él ha desempeñado en la política mediante las
letras.
No serán más que cinco o seis, los escritores que marcharán en cabeza de la joven
literatura en su patria.
Apenas conocemos sus nombres, nosotros que no sabemos nada de lo que existe
fuera de nuestra casa.
Estos son: Pouchkine, un Shakespeare adolescente, muerto en plena fase creativa,
cuando su alma, utilizando su expresión, se ampliaba, cuando « se sentía maduro para
concebir y dar a luz poderosas obras.»
Lo mataron en un duelo en 1837.
Lermontoff, un poeta byroniano más original incluso, más vivo, más vibrante y más
violento que el propio Byron.
Lo mataron en un duelo en 1841 a la edad de veintisiete años.
Gogol, un novelista de gran envergadura, un creador de la raza de Balzac y de
Dickens.
Queda uno, bien vivo, tan político como novelista y que acaba de desempeñar un
papel considerable en los últimos años; es el conde Léon Tolstoi, el autor de ese libro
que tuvo, excepcionalmente, un gran éxito entre nosotros: la Paix et la Guerre ( Guerra
y Paz ).
Finalmente, Ivan Tourgueneff que acaba de morir.
Pero otro rol político estaba aun reservado a este escritor: es quién debía descubrir
y bautizar a los nihilistas.
Una vaga agitación, aún naciente, se producía en la nación rusa, como esos
fermentos de enfermedad que turban durante tiempo nuestro cuerpo antes de que se
pueda descubrir de que naturaleza está afectado. Ahora bien, Tourgueneff, observador
atento y profundo, es el primero en observar este nuevo estado de los espíritus, la
eclosión lenta de esta crisis de las enfermedades populares, esta fermentación política
y filosófica aún oscura, que debía asolar Rusia completamente.
En un libro que desato gran polémica: Pères et Enfants, constata la situación moral
de esta secta naciente. Para designarla claramente inventa, crea una palabra: los
Nihilistas.
6 de septiembre e 1883
ÉMILE ZOLA
( Émile Zola )
La lucha fue prolongada sin embargo, antes de llegar al renombre; y como muchos de
sus antepasados, el joven escritor paso por duros momentos.
Nacido en París, el 2 de abril de 1840, Émile Zola pasa su infancia en Aix y no regresa a
París hasta febrero de 1858. Allí finaliza sus estudios, fracasando en el bachillerato, y
comienza entonces la terrible lucha con la vida. Esa lucha fue encarnizada; y durante
dos años, el futuro autor de los Rougon-Macquart vivió el día a día, comiendo cuando
podía, errante en la búsqueda de la huidiza moneda de cien céntimos, frecuentando el
monte de piedad como los restaurantes, y, a pesar de todo, componiendo versos,
versos incoloros, sin curiosidad de forma o de inspiración, de los que un cierto
número acaban de ser publicados gracias a los desvelos de su amigo Paul Alexis.
Él mismo cuenta que un invierno se mantuvo durante algún tiempo con pan mojado
en aceite, aceite de Aix que unos parientes le habían enviado; y declaraba
filosóficamente entonces:
Finalmente entra como empleado en la casa editorial Hachette. A partir de ese día sus
existencia estuvo asegurada, y cesó de hacer versos para dedicarse a la prosa.
Esta abundante poesía, fácil, demasiado fácil, como ya he dicho, apuntaba más a la
ciencia que al amor o al arte. Eran, en general, amplias concepciones filosóficas, de
esas cosas grandiosas que se versifican porque no son bastante claras para ser
expresadas en prosa. No se encuentran nunca en esos intentos, esas ideas largas, un
poco abstractas, también flotantes, pero penetrantes por una sensación de entrevista
verdad, de profundizar durante un instante descubierta, de visión sobre el infinito
intraducible, que adora el Sr. Sully-Prudhomme, el verdadero poeta filosofo, ni esos
tan tenues, tan menudos, tan finos, tan deliciosos y tan trabajadas galanterías de amor
donde destacaba por encima de todo Théophile Gautier. Es la suya una poesía sin
carácter determinado, y sobre la que Zola no se hace ninguna ilusión. Él mismo
confiesa con franqueza que al mismo tiempo de sus grandes impulsos líricos y
alejandrinos, cuando hacía el árabe en ese mirador desde donde su mirada descubría
Paris entero, a veces lo atravesaban unas dudas sobre el valor de sus cantos. Pero
nunca llegó a desesperar; y, en los mayores momentos de vacilación, se consolaba con
el siguiente pensamiento ingenuamente audaz: « A mi fe ¡ tanto peor ! si no soy un
gran poeta, seré al menos un gran prosista.» Tenía una fe robusta, derivada de la
íntima conciencia de un robusto talento, aún dormido, aún confuso, pero del que
sentía el esfuerzo para nacer, como un mujer siente remover al niño que lleva en ella.
Un año más tarde, nos daba La Confession de Claude, que parece una especie de
autobiografía, obra poco digerida, sin envergadura y sin gran interés; luego Thérèse
Raquin, un bello libro de donde salió un bonito drama; más tarde Madeleine Férat,
novela de segundo orden donde sin embargo se encuentran vivas cualidades de
observación.
Sin embargo Émile Zola había abandonado desde hacía algún tiempo ya la casa
Hachette y pasado por le Figaro. Sus artículos habían levantado polémica, su Salón
había revolucionado la república de los pintores, y colaboraba en varios periódicos
donde su nombre se daba a conocer entre el público.
Acomete la obra que debía levantar tanta polémica: Les Rougon-Macquart, que tiene
por subtítulo: Histoire naturelle et sociale d’une famille sous le second Empire.
He aquí en que orden vieron el día las diversas novelas, aparecidas hasta el momento,
de esta serie
La Fortune des Rougon, obra larga que contiene el germen de los demás libros.
La Curée, primer cañonazo lanzado por Zola, y al que debía responder más tarde la
formidable explosión de L’Assommoir. La Curée es uno de las más notables novelas
del maestro naturalista, brillante y detallado, discutido y verdadero, escrito con
arrebato, en un lenguaje colorido y fuerte, un poco sobrecargado de imágenes
repetidas, pero de una incuestionable energía y de una indiscutible belleza. Es un
vigoroso cuadro de las costumbres y de los vicios del Imperio desde lo más bajo hasta
lo más alto de lo que se llama la escala social, desde los criados hasta las grandes
damas.
Luego apareció La Faute de l’Abbé Mouret, una especie de poema en tres partes,
donde la primera y tercera son, según opinión de muchos, los más excelentes
fragmentos que el novelista haya escrito nunca.
Fue el turno entonces de Son Excellence Eugène Rougon, donde se encuentra una
soberbia descripción de bautismo del príncipe imperial.
Hasta ese momento, el éxito fue lento en llegar. Se conocía el nombre de Zola, las
letras predecían su futura explosión, pero las personas de mundo, cuando se le
nombraba ante ellos, repetían: « ¡ Ah, sí ¡ La Curée », bien por haber oído hablar de ese
libro como por haberlo leído. Cosa singular: su notoriedad era más destacada en el
extranjero que en Francia; en Rusia sobre todo, se le leía y se le discutía
apasionadamente; para los rusos era ya y sigue siendo EL NOVELISTA francés. Se
comprende por otro lado la simpatía que ha podido establecerse entre este escritor
brutal, atrevido y demoledor y ese pueblo nihilista hasta el fondo del corazón, ese
pueblo cuya ardiente necesidad de destrucción se convierte en una enfermedad, una
enfermedad fatal, es cierto, teniendo en cuenta la poca libertad de la que goza
comparativamente con las naciones vecinas.
Pero he aquí que el Bien public publica una nueva novela de Emile Zola, L’Assomoir.
Se produce un verdadero escándalo. Piensen pues: el autor emplea corrientemente las
palabras más crudas de la lengua, no se amedrenta ante ninguna audacia, y sus
personajes siendo del pueblo, escribe en la lengua popular, el argot.
Fue un éxito inmediato, enorme y sonoro. L’Assommoir alcanzó en muy poco tiempo
la más alta cifra de ventas nunca conseguidas por un volumen durante el mismo
periodo.
Después del gran estallido de este libro, publica una obra más suave, Una Page
d’Amour, historia de una pasión en la burguesía. Luego aparece Nana, otro libro
escandaloso cuya venta incluso sobrepasa la de L’Assommoir.
Es de este modo que las letras van de revolución en revolución, de etapa en etapa, de
reminiscencia en reminiscencia; pues nada ahora puede ser nuevo. Los Sres. Victor
Hugo y Emile Zola no han descubierto nada.
Su teoría es esta: Nosotros no tenemos otro modelo que la vida puesto que no
concebimos nada más allá de nuestros sentidos; por consiguiente, deformar la vida es
producir una obra mala, ya que es producir una obra errónea. La imaginación ha sido
asi definida por Horacio:
Es decir que todo el esfuerzo de nuestra imaginación no puede llegar más que a poner
una cabeza de hermosa mujer sobre un cuerpo de caballo, a cubrir ese animal de
plumas y convertirlo en un repugnante pez; o sea a producir un monstruo.
Es cierto que el ojo y el espíritu de los hombres se acostumbra a los monstruos, que,
desde entonces, cesan de serlo, puesto que no son monstruos más que por el asombro
que provocan en nosotros.
Asi pues, para Zola, solo la verdad puede producir obras de arte. No es necesario
imaginar. Hay que observar y describir escrupulosamente lo que se ha visto.
Añadamos a esto que el temperamento particular del escritor dará a las cosas que
describa un color especial, una forma propia, según la naturaleza de su espíritu. Él ha
definido así su naturalismo: « La naturaleza vista a través de un temperamento »; y
esta definición es la más diáfana, la más perfecta que se puede dar de la literatura en
general. Este TEMPERAMENTO es la marca de fábrica; y el mayor o menor talento del
artista imprimirá una mejor o peor originalidad a las visiones que él nos traducirá.
Pues la verdad absoluta, la seca verdad, no existe, no pudiendo nadie tener la
pretensión de ser un espejo perfecto. Nosotros poseemos todos una tendencia de
espíritu que nos lleva a ver, tanto de un modo, como de otro, y lo que parece verdad a
estos parecerá un error a aquellos. Pretender hacer verdad, absolutamente verdad, no
es más que una irrealizable pretensión, y se le puede a lo sumo comprometer a
reproducir exactamente lo que se ha visto, tal como se ha visto, a dar las impresiones
tal como se las ha sentido, según la impresionabilidad propia que la naturaleza ha
puesto en nosotros. Todas esas disputas literarias son entonces sobre todo disputas
de temperamento; y se erigen muy a menudo en cuestiones de escuela, en cuestiones
de doctrina, las tendencias diversas de los espíritus.
De este modo Zola, que batalla con encarnizamiento a favor de la verdad observada,
vive muy retirado, no sale nunca, ignora el mundo. ¿ Entonces que hace ¿ con dos o
tres notas, algunas informaciones venidas de un lado y de otros reconstituye unos
personajes, unos caracteres, el agita sus novelas. El imagina en definitiva, siguiendo lo
más cerca posible la línea que le parece ser la de la lógica, frecuentando la verdad
tanto como puede.
Que importan, del resto, las doctrinas, puesto que solo las obras permanecen; y este
novelista ha producido admirables libros que conservarán, a pesar de su voluntad,
formas de cantos épicos. Esos son unos poemas sin poesía voluntaria, sin las
convenciones adoptadas por sus predecesores, sin ninguna de las cantinelas poéticas,
sin tomar partido, unos poemas donde las cosas, sean cuales sean, surgen iguales en
su realidad, y se reflejan alargadas, nunca deformadas, repugnantes o seductoras, feas
o bellas indiferentemente, en ese espejo de aumento pero siempre fiel y escrupuloso
que este escritor lleva en él.
¿No es El vientre de Paris el poema de los alimentos; La taberna el poema del vino, del
alcohol y de la borrachera; Nana el poema del vicio?
“Estaba de pie en medio de las riquezas amontonadas en su palacio, con una multitud
a sus pies. Como esos monstruos antiguos, cuyos temibles dominios se veían
sembrados de osamentas, asentaba sus plantas sobre cráneos y la rodeaban
catástrofes: la ruina furiosa de Vandeuvres, la melancolía de Foucarmont perdido en
los mares de China, el desastre de Steiner reducido á vivir como hombre honrado, la
imbecilidad satisfecha de La Faloise, el trágico hundimiento de los Muffat, y el blanco
cadáver de Jorge velado por Felipe, salido la víspera de la cárcel. Su obra de ruina y de
muerte era un hecho; la mosca que alzó el vuelo desde la basura de los arrabales,
llevando el fermento de las podredumbres sociales, había emponzoñado á esos
hombres, sin más que posarse en ellos. Estaba bien, era justo; había vengado á su
gente, los pordioseros y los abandonados. Y mientras que en un nimbo de gloria
ascendía su sexo é irradiaba sobre esas víctimas tendidas cual un sol saliente que
alumbra un campo de matanza, conservaba ella su inconsciencia de hermoso animal,
ignorante de su tarea, siempre buena chica.”
Por supuesto, lo que ha desencadenado contra Zola á los enemigos de todos los
innovadores es el atrevimiento brutal de su estilo. Ha desgarrado y roto los
convencionalismos de las conveniencias, literarias, pasando á través de ellas como un
payaso musculoso por un aro de papel. Ha tenido la audacia de la palabra propia, de la
frase cruda, restaurando así las tradiciones de la vigorosa literatura del siglo XVI; y
lleno de altivo desprecio por las perífrasis cultas, parece hacer suyo el célebre verso
de Boileau:
Diríase que exagera hasta el reto ese amor a la verdad desnuda, complaciéndose en las
descripciones que se sabe han de indignar al lector, y atiborrándole de palabras
groseras para enseñarle a digerirlas, a que no vuelva a hacer ascos.
¿De dónde proviene ese odio? De múltiples causas. En primer término, la ira de las
gentes perturbadas en la tranquilidad de sus rutinarias admiraciones; después los
celos de ciertos colegas y la animosidad de otros a quienes hirió en sus polémicas; por
último, la exasperación de la hipocresía desenmascarada.
Porque Zola ha dicho en crudo lo que pensaba de los hombres, de sus arrumacos, y de
sus vicios ocultos tras apariencias de virtud; pero tan arraigada está entre nosotros la
hipocresía, que todo se permite menos eso. Sed lo que queráis, haced lo que se os
antoje, pero arreglaos de manera que os podamos tomar por hombres honrados En el
fondo os conocemos bien, pero nos basta con que aparentéis lo que no sois; y os
saludaremos y os daremos la mano cordialmente.
—“¿Por qué mentir así? No deslumbráis á nadie. Bajo todas las caretas, conócense
todas las caras. Al cruzaros unos con otros, os dirigís finas sonrisas que significan:
“Estoy en el secreto” Os cuchicheáis al oído los escándalos, las anécdotas escabrosas,
las interioridades sinceras de la vida; pero si algún atrevido se pone a hablar alto, a
referir con tranquilidad, sin aspavientos ni eufemismos todos esos secretos a voces de
la gente de mundo, alzase un clamoreo de indignaciones fingidas, pudores de Mesalina
y susceptibilidades de Roberto Macario. Pues bien, os desafío: ese atrevido seré yo.”
Y lo fué. En las letras, quizá nadie ha excitado más odios que Emilio Zola. Tiene por
añadidura la gloria de poseer enemigos feroces, irreconciliables, que en toda ocasión
caen sobre él como furiosos y emplean cualquier arma, al paso que él los recibe con
buenos modos de jabalí. Son legendarios sus colmillazos.
Si alguna vez los achuchones recibidos le han magullado un poco, ¡cuántas cosas posee
para consolarse. No hay escritor más conocido, más divulgado por todos los ámbitos
del mundo. En las más chicas ciudades extranjeras se encuentran sus libros en todas
las librerías, en todos los gabinetes de lectura. Sus más rabiosos adversarios no niegan
su talento, y el dinero que tanto le faltó, entra ahora en su casa á carretadas.
Emilio Zola tiene la rara fortuna de poseer en vida lo que muy pocos logran
conquistar: la celebridad y la riqueza. Contados son los artistas que obtuvieron esa
felicidad; al paso que son innumerables los que no han llegado a pasar por ilustres
sino después de muertos, y cuyas obras no se han pagado a peso de oro sino a sus
herederos.
III
Toda su persona, oronda y fuerte, produce el efecto de una bala de cañón; lleva
resueltamente su apellido brutal, con dos sílabas que botan con el estampido de las
dos vocales. (La palabra italiana Zolla (se pronuncia dsola) , significa Terrón.—(N. DEL
T.)
Su vida es sencilla, muy sencilla. Enemigo del gentío, del barullo, de la agitación
parisiense, vivió al principio retiradísimo, en domicilios lejanos de los barrios
bulliciosos. Ahora vive refugiado en su quinta de Medan, que ya no abandona casi
nunca.
Sin embargo, tiene casa puesta en París, donde pasa unos dos meses al año. Pero
parece aburrirse en ella, y se aflige de antemano cuando le va á ser preciso dejar la
aldea.
En París como en Medan, sus costumbres son las mismas. Sus facultades para el
trabajo parecen extraordinarias. Se levanta temprano y no interrumpe su tarea hasta
la una y media de la tarde, para almorzar. Vuelve á sentarse á trabajar desde las tres
hasta las ocho, y a menudo hasta pone otra vez manos á la obra por la noche. De tal
manera, sin dejar de producir dos novelas anuales, ha podido suministrar durante
largos años un artículo diario al Sémaphore de Marseille, una crónica semanal á un
gran periódico parisiense y un extenso estudio mensual a una importante revista rusa.
Su casa no se abre sino para sus amigos íntimos, y permanece cerrada á cal y canto
para los indiferentes. Durante sus residencias en París, recibe por lo general el jueves
de noche. En su casa se encuentran su rival y amigo Alfonso Daudet, Turguenief,
Montrosier, los pintores Guillemet, Manet, Coste, los jóvenes escritores que se le
atribuyen como discípulos, Huysmans, Hennique, Céard, Rod y Pablo Alexis, con
frecuencia el editor Charpentier. Duranty era un concurrente habitual. A veces se
presenta Edmundo de Goncourt, que sale poco de noche porque vive muy lejos.
Para las gentes que buscan en la vida de los hombres y en los objetos de que se rodean
las explicaciones de los misterios de su espíritu, Zola puede ser un caso interesante.
Este fogoso enemigo de los románticos se ha creado en el campo y en Paris interiores
románticos enteramente.
En París, su dormitorio está colgado con tapicerías antiguas; un lecho estilo Enrique II
se adelanta al centro de la vasta estancia, iluminada por antiguas vidrieras de iglesia
que difunden sus luces multicolores sobre mil objetos de capricho, inesperados en
aquel antro de la intransigencia literaria. Por todas partes telas antiguas, bordados de
seda envejecidos, seculares ornamentos de altar.
Por el contrario, Gustavo Flaubert tenía odio al bibelot, juzgando necia y pueril tal
manía.
En frente de la casa de Zola, detrás de la pradera separada del jardín por la vía férrea,
el novelista distingue desde sus ventanas la ancha cinta del Sena corriendo hacia Triel;
después, una llanura inmensa y aldehuelas blancas en las laderas, de lejanos ribazos, y
encima bosques que coronan las alturas. A veces, luego de almorzar, baja por una
encantadora alameda que conduce al río, cruza el primer brazo de éste en su barca
“Nana” y llega a la isla grande, parte de la cual acaba de comprar. Ha hecho construir
allí un elegante pabellón, donde cuenta recibir en verano a sus amigos.
Hoy, Zola parece que tiene abandonado el periodismo, pero su despedida de la batalla
cotidiana no es definitiva, y el día menos pensado le veremos renovar en la prensa la
lucha por sus ideas; porque es luchador de raza, y durante años ha combatido sin
tregua y sin el más pequeño desfallecimiento. Existen coleccionados en tomos todos
sus artículos doctrinales, y forman sus Oeuvre critique.
Sus clarísimas ideas están expuestas con raro vigor. Sus Documents litteraires, Les
romanciers naturalistes, Nos auteurs dramatiques pueden clasificarse entre los
documentos de crítica más interesantes y originales que existen. ¿Son concluyentes? A
esto se puede contestar: “¿Hay alguna cosa concluyente, indiscutible? ¿Hay una sola
verdad evidente y segura?»
El teatro es una de sus preocupaciones. Zola comprende, como todo el mundo, que
pasaron los enredos a la antigua, los dramas a la antigua, todo el antiguo sistema
escénico. Pero no parece haber dado aún con la nueva fórmula (para emplear su
expresión favorita), y sus ensayos, hasta la fecha, no han salido victoriosos, á pesar del
movimiento que produjo su drama Thérèse Raquin..
Por último, Le bouton de Rose, en el Palacio Real, fue una verdadera caída, sin
esperanzas de desquite.
Zola acaba de terminar un gran drama tomado de La Curée, y se susurra que otra
pieza más. Pudiera ser que el papel principal de la primera de estas obras estuviese a
cargo de Sara Bernhardt.
Sea cual fuere el éxito futuro de esas tentativas dramáticas, es cosa probada ya que el
insigne escritor posee altísimas dotes para la novela, y que sólo esta forma se presta
del todo al completo desarrollo de su vigoroso talento
1883