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Mujeres en la Iglesia:
Cuestiones pendientes
L ucetta S caraffia *
Resumen
Aunque se han dado pasos importantes en la consideración de las mujeres en la
Iglesia, queda todavía mucho camino por recorrer. Las mujeres son habitualmente
consideradas por los clérigos como inexistentes o como obedientes servidoras. No
se tiene demasiado en cuenta la aportación de las mujeres en exégesis y teología y
tampoco su dedicación y servicio en países donde la escasez de sacerdotes hace que las
religiosas actúen de hecho como verdaderas diaconisas. Quizá las más importantes
causas de opresión de las religiosas en la Iglesia tienen que ver con la dificultad de
un recorrido intelectual del mismo nivel que los hombres, su ocupación frecuente en
trabajos al servicio de los eclesiásticos y los abusos sexuales sufridos en algunos casos.
Palabras clave: Iglesia, mujeres, espíritu crítico, elección democrática, obe-
diencia, servicio, preparación intelectual, abusos sexuales.
Summary
Even though important steps have been taken regarding women in the Church,
there is still much to do. Women are often overlooked or deemed to be obedient
escuchadas por sus experiencias. Es verdad que para las jerarquías supon-
dría renunciar al estrecho control que mantienen sobre la mitad femenina
de la Iglesia, pero sería una auténtica revolución, beneficiosa y vital.
No debemos olvidar que el código de derecho canónico de 1983 abre a
los laicos (y, por tanto, también a las mujeres) muchas posibilidades de
participación institucional, aunque en la práctica es preciso vencer las
resistencias de quien, sin motivo ni apoyo jurídico, pretende excluirlas de
los papeles más importantes. En estos casos, al igual que en muchos otros,
los obstáculos solo se basan en la negativa de muchos a hacer realidad una
paridad por lo demás reconocida y aceptada, pero nunca concretada.
Sin embargo, esto no es suficiente. Es preciso que el trabajo intelectual
de las mujeres desarrollado durante estos años salga a la luz y comience
a formar parte del canon cultural de la Iglesia. Si se tuviese en cuenta de
verdad, se reabriría el debate sobre muchas interpretaciones oficiales de la
exégesis, de la teología y de la moral de forma radical y fructífera, y ten-
dríamos un cristianismo vivo, fértil y atractivo para los jóvenes.
No obstante, también resulta necesario ampliar y profundizar en el área
de reflexión de las mujeres sobre las mujeres, y abrirse a contribuciones
externas y debates sobre cualquier tema, y no solo limitarse a la exégesis
y la teología, que son las primeras vías abiertas por mujeres intelectuales
para desmantelar prejuicios arraigados.
Estas dos disciplinas, de hecho, si bien fundamentales para sacudirse pre-
juicios arraigados en la tradición católica, no dejan de ser una cuestión
interna de la comunidad de creyentes, los únicos interesados.
La historia, en cambio, puede aportar elementos esenciales para cambiar
el punto de vista crítico en cuanto a la relación entre mujeres y cristianis-
mo, con el fin de abrir nuevas hipótesis de trabajo dentro de la cultura
cristiana.
Es cierto que queda poca información sobre las mujeres en los Evangelios
y en la documentación de los primeros siglos y, además, se ha manipula-
do y olvidado, pero aun siendo poca, fue tan revolucionaria que cambió
la historia: la nueva religión cristiana no podía ignorarlas y, por tanto,
por primera vez en un contexto patriarcal las mujeres pudieron seguir su
Así lo atestiguan las monjas que han denunciado y las pocas de ellas que,
trabajando en las congregaciones, son conscientes de ello y tienen el valor
de susurrarlo.
La infravaloración de los abusos sexuales sobre las religiosas por parte de
las jerarquías eclesiásticas aún sigue siendo evidente: el Papa ha declarado
que están trabajando en ello, pero, por desgracia, no hay pruebas de ello.
Da la impresión de que más bien se espera que el escándalo surgido sea
breve y de menor impacto que el de la pederastia, en la que la denuncia
es obligatoria, aunque no intervenga la víctima, y en la que la edad de las
víctimas suscita una inmediata indignación.
Los abusos sufridos por las religiosas, en cambio, deben ser probados, ya
que se trata casi siempre de mayores de edad. Por ello, la situación puede
interpretarse fácilmente como una transgresión del voto de castidad, un
problema interno de la Iglesia que no implica violencia. Se podría decir
que las jerarquías eclesiásticas cuentan con esta ambigüedad para aplacar
la indignación pública, a la que podría ir seguida de una pérdida de inte-
rés en el problema, reducido a una consecuencia del celibato. Por suerte,
el movimiento #metoo y, en particular, la insistencia de los movimien-
tos de la mujer sobre la importancia del consentimiento para cualquier
tipo de contacto físico ayuda a comprender lo que sucede realmente.
Si se escucha a las religiosas afectadas, si se examinan detenidamente sus
casos, se deduce que la situación es muy grave, mucho más grave que el
#metoo, porque la situación de debilidad de las religiosas frente al clero es
claramente mayor que el de las mujeres laicas, al menos en entornos oc-
cidentales, donde casi siempre tienen la posibilidad de huir del violento.
Y, sobre todo, se comprende que la existencia generalizada de los abusos,
el hecho de que no sean casos aislados obra de alguna oveja negra sino un
sistema extendido y arraigado, desempeña un papel fundamental en el es-
tablecimiento y perpetuación de la inferioridad femenina, un fin último
sobre el cual, aunque en su mayoría de forma tácita, todo el clero parece
estar de acuerdo –incluidos aquellos que no abusan.
Muchísimos abusos permanecen ocultos. Para las víctimas, no hablar con
nadie sobre lo sucedido se convierte casi siempre en una forma de auto-
protegerse: un modo de protegerse de la vergüenza que las oprime.