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Jueves, 20 de octubre de 2016 | Hoy

PSICOLOGÍA › EL VARÓN DE NUESTRO TIEMPO

La destitución masculina
Por Luciano Lutereau *

Hace unos años, la publicidad de una conocida marca de cigarrillos mostraba a un hombre que, al
encontrar a una joven cuyo automóvil estaba detenido junto a un puente, hacía gala de su saber
técnico, reparaba el motor y, luego, la invitaba al placer de fumar juntos contra la balaustrada. El
acto estaba consumado. Mientras que una propaganda reciente, esta vez de una célebre marca de
chicles, muestra a un joven que se jacta de conducir helicópteros, pero que, cuando surge la
situación de tener que demostrarlo, devela la farsa y se confiesa ante la muchacha: no sabe
conducir helicópteros, pero así y todo su deseo lo autoriza a ese encuentro.

Han pasado unos treinta años entre una imagen y la otra. La conclusión es difícil de evitar: el
hombre de nuestro tiempo ya no se regodea en la potencia fálica como estrategia de aproximación
al Otro sexo. Incluso podría decirse ¡todo lo contrario!, el varón contemporáneo se destituye del
falicismo y hasta juega con su ridiculización. Dicho de otra manera, pocos hombres hoy tendrían
éxito (al menos, eso parece) desde una posición como la de H. Bogart. El héroe (o, mejor dicho, el
antihéroe) de nuestros días está más cerca del lúcido y desgarbado Woody Allen.

¿Qué consecuencias tuvo este cambio de posición? En resumidas cuentas, el hombre de hoy tiene
poco para ofrecer, se escabulle del reproche: “Nada te prometí”; por lo cual tampoco se siente en
deuda con el Otro sexo. La dimensión del pacto (enunciada en el sintagma “Tú eres mis mujer”)
cedió su lugar a la destitución del riesgo. El hombre contemporáneo elige tener poco para perder; y
deja la dimensión de la expectativa (que siempre defrauda) a las mujeres, para quienes la pérdida
no se inscribe necesariamente en el complejo de castración. “No esperes nada de mí/ nada de mí”,
dice una canción de Babasónicos.

La destreza fálica hoy es campo fértil para las mujeres, mientras que los varones han comenzado a
padecer síntomas típicos que, en otro tiempo, eran considerados femeninos: celos, temor a la
pérdida de amor, preocupación por la imagen física, etc. El hombre enamorado de nuestro tiempo
(suelen quejarse algunas mujeres), recurre a estrategias impropias: dar a ver su deseo de manera
esquiva, seducir a partir de la sustracción, diferir el encuentro, etc. De aquí el lamento
generalizado, en la actualidad, de que los hombres “son histéricos”. A propósito, en cierta ocasión
un analizante contaba la siguiente anécdota: ante la situación de estar con un amigo piropeando
mujeres en la vía pública, una de ellas respondió con una sonrisa y se acercó, a lo cual este
muchacho dijo a su compañero: “Rajemos, que dan bola”. Hemos pasado del hombre que tenía
que asumir la división subjetiva de la vergüenza en el encuentro cuerpo a cuerpo con una mujer, al
varón que goza de la escena que se construye y sostiene a la distancia.

Desde el punto de vista del psicoanálisis lacaniano, podría decirse que el varón actual ya no se
sitúa desde los semblantes de amo o de saber para encarar al Otro sexo. Estas formas discursivas
han dado paso a otras: la posición histérica que, en estos casos, interroga la feminidad en busca
de saberes supuestos (como ocurre con la aparición de “Escuelas de seducción”); o bien,
eventualmente, la posición de objeto que busca la división del sujeto cuya verdad sea una marca:
“No quiero que lleves de mí nada que no te marque”, dice una canción de Jorge Drexler.

* Psicoanalista, doctor en Filosofía y doctor en Psicología por la UBA, donde trabaja como
investigador y docente. Co-coordinador de la Licenciatura en Filosofía de UCES. Este artículo
resume las ideas de su último libro Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina,
recientemente publicado por editorial Galerna.

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