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1525 Muere Huayna-Cápac. Se inicia un conflicto por la sucesión entre sus hijos
Huáscar y Atahualpa.
1530 Luego de algunas derrotas, Atahualpa logra varios triunfos y toma el
Cuzco. Huáscar es apresado y muere asesinado.
1532 Los conquistadores españoles dirigidos por Pizarro penetran en el
Tahuantinsuyo. En Cajamarca toman preso a Atahualpa.
1533 (26 de julio). Los invasores españoles ejecutan a Atahualpa en Cajamarca.
(Vargas, 2015)
Cuando francisco Pizarro arribó al Perú en 1531 d.C, en su tercer viaje, el imperio inca
se encontraba en avanzado estado de descomposición, situación generada por la muerte
de Huayna Cápac en 1525 d.C. Ese suceso suscitó una lucha por la sucesión, lucha que
desgarró al imperio inca. Es necesario examinar los hechos cuidadosamente para
determinar por qué la sucesión de Huayna Cápac fue un proceso tan traumático para el
imperio y por qué la sucesión no se pudo solucionar de forma relativamente expedida,
como había sucedido en las sucesiones anteriores. Que había cambiado para agravar la
crisis de sucesión y qué papel tuvo el espacio quiteño en el proceso de desintegración
del imperio. Tras la culminación de la conquista de la sierra norte alrededor de 1520
d.C, Huayna Cápac aparentemente pasó varios años en la ciudad de Quito. Estaba
consigo su hijo Atahualpa a quien había llevado del Cuzco a Quito cuando se iniciaron
las campañas en la sierra norte. En Quito Huayna Cápac enfermó gravemente. Es muy
probable que haya contraído viruela o sarampión, enfermedades europeas que fueron
transmitidas al imperio incaico aun antes de la llegada de los españoles por una ola de
contagio que irradió desde los asentamientos españoles establecidos en Panamá a
principios del siglo XVI. Cuando estaba al borde de la muerte. Huayna Cápac recibió
noticia de la llegada de los españoles a la costa ecuatoriana y nor-peruana. Se trataba del
segundo viaje de Francisco Pizarro que tocó tierra brevemente en la costa ecuatoriana y
en Tumbéz.
Al borde de la muerte, Huayna Cápac tomó una decisión definitiva sobre la sucesión
pero no se sabe exactamente cuál fue, ya que existen varias versiones en las crónicas
españolas. Está claro que, como en las coyunturas de sucesión anteriores había varios
candidatos. Estos eran todos hijos de sus esposas secundarias, y que Huayna Cápac no
tuvo hijos con su hermana y esposa principal llamada Cusi Rimay Huaco. Entre los
candidatos con mayores posibilidades estaban: Ninan Coyuchi, que se encontraba en
Tomebamba y era recién nacido, Atahualpa, hijo de una de las esposas secundarias
cusqueñas y Huayna Cápac (y que se encontraba con su padre en Quito); y Huáscar, que
estaba en Cusco y era hijo de otra de las esposas secundarias del Inca.
Según Betanzos, Huayna Cápac escogió primero a Ninan Coyuchi pero muy joven, por
lo que el Inca seleccionó a Huáscar como sucesor poco antes de morir de la de la
epidemia de origen europeo. Como la costumbre inca era seleccionar a un candidato
antes de la muerte del Inca, esta versión es verosímil. Se puede descartar como una
elaboración posterior la hipótesis de que Huayna Capác optó por dividir el imperio en
dos reinos, que hubieran girado en torno a Cuzo y Quito con Huáscar a la cabeza del
primero, y Atahualpa a cargo del segundo. Tal solución hubiera violado las complejas
reglas de sucesión.
Después de la muerte de Huayna Cápac, su momia fue llevada al Cusco donde fue
recibida por Huáscar y Atahualpa rápidamente se tornaron tensas. Es evidente que
Atahualpa desconoció la entronización de Huáscar y buscó presentarse como el
auténtico sucesor de Huayna Cápac. Seguramente, fue con esa intención que ordenó
fabricar una estatua del Inca difunto con el pelo y las uñas que había extraído del
cadáver.
Para reforzar su imagen de sucesor, buscó convertir las edificaciones construidas por su
padre en Caranqui en su propio palacio real. Huáscar, de su lado intento diferenciarse de
Atahualpa al buscar una base de legitimidad distinta. Se asoció con urin Cusco, lo que le
dio una identidad religiosa que contrastaba con la autoridad claramente militar de su
rival. Además, Huáscar intentó centralizar la riqueza del imperio en sus manos al
ordenar que las panacas de los reyes incas transfirieran su extensa riqueza al Estado.
Esta última acción es lógica si pensamos en que Huáscar no podía emprender nuevas
conquistas, mecanismo que había sido la principal fuente de riqueza que el Inca reinante
había utilizado para recompensar a sus adeptos. Atahualpa contaba con una fuerte base
de poder en Quito que consistía en los orejones que le acompañaban en esta ciudad, los
mitimaes que se habían establecido en esta zona y los caciques locales que estaban bajo
su yugo. Esta coalición era muy fuerte en cuanto a poderío militar ya que abarcaba a las
tropas experimentadas que habían participado en las campañas de la sierra norte. Como
al principio de la crisis de sucesión, Atahualpa estaba excluido de Cusco, por lo que es
posible que haya pensado en trasladar la capital del imperio a Quito, como sugiere el
Betanzos. Huáscar en cambio logró el respaldo de la nobleza incaica radica en Cusco y
obtuvo el apoyo de los incas acantonados en Tomebamba y sus aliados.
La guerra civil no fue el resultado solamente de la crisis de sucesión, ya que estas crisis
habían ocurrido antes sin producir una guerra civil en la escala en la que acaeció entre
Huáscar y Atahualpa. La consolidación de nuevos centros de poder, como Tomebamba
y Quito, a raíz de la expansión del imperio, parece haber sido uno de los detonantes de
crisis. Estos nacientes centros de poder comenzaron a actuar a favor de sus propios
intereses. Así, preferían a un inca que los protegiera y no a uno que atendiera a los
intereses de la nobleza cuzqueña. La primera acción militar de la guerra civil fue la
toma de Tomebamba por las fuerzas leales a Huáscar, maniobra que contó con el apoyo
de los caciques cañarís. Al intentar desalojar a los ejércitos de Huáscar de la ciudad de
Tomebamba, Atahualpa fue derrotado y detenido en una prisión. Sin embargo el
desdichado monarca logró escapar y cerca de la Latacunga reorganizó sus ejércitos para
lanzar un contraataque. Según la mitología incaica. Atahualpa logró salir de su
cautiverio transformándose en una serpiente, reptil que se asociaba con el Inca.
Después de su fuga, Atahualpa obtuvo un gran éxito al derrotar a las fuerzas de Huáscar
en Ambato. Luego entró sin dificultad a Tomebamba donde masacró a miles de cañarís
por la ayuda que habían brindado a su medio hermano. Una vez que había triunfado en
la sierra ecuatoriana, Atahualpa avanzó hacia el Perú donde ganó una serie de batallas a
lo largo de la cadena de pucarás incaicos entre Loja y el corazón del imperio. El
encuentro decisivo tuvo lugar cerca de la ciudad sagrada de Cusco, batalla en la que
Huáscar fue capturado. La guerra civil duró cuatro años, lo que significo dejar al
imperio en un estado de total desorganización. En ese momento de extrema
vulnerabilidad se produjo el encuentro entre el mundo andino y el europeo.
EL COLAPSO DEL IMPERIO INCA
Poco después de la conquista de México, los españoles tuvieron otro enorme golpe de
suerte. Descubrieron y conquistaron al grandioso imperio de los incas en los andes que
corría desde chile en el sur hasta el norte del Ecuador.
La conquista española del Perú y del Reino de Quito es un tema histórico sobre el que
se ha escrito mucho. Sin embargo, los relatos usualmente se limitan a un registro de las
batallas entre los conquistadores y los ejércitos indígenas y a acciones audaces, como la
captura del inca en Cajamarca.
De esta forma se ignoran las dinámicas políticas que entraron en juego durante la
conquista, como también la percepción que cada parte tenia de la otra. Una lectura
detenida de la conquista del Perú y Quito debe revelar el proceso que desarticuló la
coalición que había impulsado a Atahualpa al trono y la forma como los españoles
tejieron una nueva alianza dominante. Si bien la conquista era inevitable dadas las
diferencias tecnológicas, la forma en que ocurrió se vio profundamente afectada por las
divisiones políticas que existían en el Imperio Inca, tanto entre los grupos subyugados y
la élite incaica, como entre las distintas facciones de ésta. Esta precaria unión de
señoríos y clanes incaicos fue, a su vez, el trasfondo del juego de alianzas que condujo
a la conquista española.
Las fuentes para reconstruir los sucesos de la conquista española del Perú son los relatos
escritos por los españoles que participaron en ella, o por los que viajaron por el Perú y
Ecuador en las décadas posteriores. Si bien estas fuentes llamadas generalmente
crónicas de Indias son de primera mano, están llenas de trampas y sesgos que dificultan
su uso para una reconstrucción objetiva.
Para explorar la costa sur del Pacifico, en 1519, los colonos españoles en Panamá
trasladaron su asentamiento principal desde la costa caribeña a la pacífica. Esta nueva y
prospera ciudad jugó un papel crucial en la conquista del Perú. Bajo el mando del
navegante Pascual de Andagoya, se realizaron las primeras expediciones a lo largo de la
impenetrable costa pacífica de Colombia, la cual está marcada por intransitables
manglares. Si bien el piloto Andagoya no encontró oro o zonas densamente pobladas, en
todas partes escuchó rumores de que hacia el sur existía un rico imperio llamado Perú.
Estos rumores evidenciaban la existencia de conexiones comerciales entre los pueblos
de la costa central (Perú y Ecuador).
La información de la existencia de los ricos reinos suscitó grandes expectativas entre los
colonos en Panamá, llevando a tres de ellos a organizar una expedición para conquistar
el legendario Perú: Francisco Pizarro, Diego Almagro y Hernando Luque. Luego
eliminar entre los socios de este proyecto se encontraban Francisco Pizarro y Diego de
Almagro, Prósperos colonos que en Panamá gozaban de repartimientos de indígenas
para el trabajo de sus Propiedades. Pizarro provenía de la misma región de España que
Hernán Cortés (Extremadura). Pero a diferencia de él, que escribió una serie de célebres
cartas al Rey Carlos V que narraban de forma Brillante sus hazañas en México, Pizarro
era analfabeto.
Los hombres que acompañarían a Pizarro al Perú se habían formado en tres ambientes
muy distintos entre sí. Algunos eran colonos en Panamá o Nicaragua acostumbrados a
expediciones de rapiña y a la posesión de encomiendas. Otros vinieron directamente de
Extremadura, región de España marcada por su tradición militar y por su casta de
hidalgos pobres pero orgullosos. Los dos grupos, los del Caribe y los de Extremadura,
a su vez contaban con soldados que habían combatido en Italia en una serie emprendido
para posesionarse de la península italiana a principios del siglo XVI. La leyenda de que
los conquistadores eran criminales liberados de las prisiones españolas para colonizar
las indias no se ajusta a la verdad.
Con el apoyo del gobernador de Panamá, Pedro de Arias Dávila, Los tres socios
(Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque) lograron juntar 100
hombres y dos precarios barcos. En 1524, Pizarro recorrió la costa colombiana hasta la
isla de Gallo pero , al igual que el desdichado Andagoya, no encontró oro ni las
condiciones propicias para la creación de encomiendas: tierras fértiles y mano de obra
indígena, solo una interminable cadena de manglares donde había algunos poblados
pequeños en lo que siempre que desembarco fue, acosado por belicosos indígenas.
Decepcionado, y luego de haber perdido treinta hombres, Pizarro retornó a Panamá
después de tres meses. Sin embargo, Pizarro y Almagro no se darían por vencidos y,
menos aún, frente a la promesa de indigentes riquezas. Así, organizaron una nueva
expedición que partió hacia el sur en 1526. Al llegar a la costa sur de Colombia, la
expedición se dividió: Almagro regresó a Panamá para conseguir refuerzos; Pizarro se
mantuvo a la espera en la desembocadura del río San Juan; y el piloto de mar,
Bartolomé Ruiz, continuó hacia el sur.
El hábil marinero Bartolomé Ruiz, navegando por las actuales costas ecuatorianas,
divisó la bahía de San Mateo, y luego siguió hasta Atacames. El nivel de organización,
la riqueza material de las culturas de la costa ecuatoriana y sobre todo el hecho de que
los indígenas vistieran de lana o algodón y estuvieran enjoyados, impresiono mucho a
Ruiz. Pero aún más llamó su atención una balsa con velas de algodón que llevaba
concha spondylus, objetos de oro y tejidos, todos artículos de intercambio comercial.
Esta balsa participaba en el sistema de trueque entre la costa ecuatoriana y la del Perú,
aunque es difícil determinar si su puerto de origen era Tumbez o algún asentamiento
manteño-huancavilca en la costa ecuatoriana. Pedro Cieza de León estaba seguro que la
balsa provenía de Túmbez: según el mismo cronista, Ruiz capturó a dos indígenas de la
balsa para entrenarlos como traductores, una práctica común entre los conquistadores.
No se sabe qué idioma hablaban estos rehenes, aunque es posible que hablaran uno u
otro idioma de la costa ecuatoriana en lugar de quichua. Al cabo de meses de lecciones,
los dos indígenas entendían y hablaban algo de español, lo suficiente para servir de
intermediarios. Posteriormente, Almagro, Ruiz, y Pizarro se reunieron y juntos
avanzaron hasta Atacames donde se produjo alguna que otra escaramuza con los
indígenas, lo que alertó a Pizarro sobre la limitación de continuar el viaje sin refuerzos.
Mientras tanto, se afincó en la isla del gallo frente a esmeraldas donde contaba con
suficiente agua y mariscos.
Al sur de Túmbez ( entre Paita y Santa Rosa), Pizarro diviso desde el navío sendos
poblados y desembarcó en varios lugares para adquirir pruebas de que habían
descubierto una región prospera y civilizada. Estas pruebas incluyeron llamas, tejidos de
vicuña, y objetos de oro y plata como también dos indígenas a quienes se les dio los
nombres de Martín y Felipillo y que más tarde en el tercero y definitivo viaje de Pizarro
servirían como traductores pues hablaban quechua el idioma de los incas. En cambio se
desconoce el destino de aquellos indígenas recogidos frente a la costa ecuatoriana ya
que no vuelven a aparecer en los relatos de la conquista. Por el contrario cerca de Piura
un español de apellido Halcón decidió quedarse a vivir entre los indígenas rehusando
regresar a Panamá. Halcón se había enamorado de un cacique y fue acogido por los
indígenas aunque poco después murió o fue asesinado por los indígenas. A su ingreso,
Pizarro viajó a España para conseguir apoyo de Carlos V, Rey de España, para la
conquista del Perú.
El poderoso soberano que en ese momento regía una buena parte de Europa, le
concedió el derecho de conquistar el Perú consagrado en el documento conocido como
“las Capitulaciones de Toledo”. Estas otorgaban a Pizarro la jurisdicción sobre la costa
ecuatoriana y el Perú. Pese a la aprobación del Rey, la expedición de conquista era una
iniciativa privada que debían financiar los mismos conquistadores, como fue el caso de
casi todas las empresas de esta índole. Contando con el respaldo del Rey, Pizarro
reclutó a un puñado de hombres de su tierra natal, Extremadura, entre quienes estaban
varios de sus parientes, sus hermanos Hernando, Juan y Gonzalo, y su primo Pedro
Pizarro.
Después de una breve estadía en Panamá, francisco Pizarro zarpó hacia el sur en enero
de 1531, acompañado por sólo 180 hombres y 27 caballos. Su antiguo compañero
Almagro como siempre se quedó atrás para reclutar refuerzos. Pizarro avanzó hasta la
costa de Esmeraldas, a la altura de la bahía de San Mateo donde desembarcó. De ahí
prosiguió hacia la isla Puná, pasando por Atacames, Coaque y Bahía de Caráquez. En su
recorrido por lo que hoy es Manabí, Pizarro encontró un botín de piedras preciosas,
atestiguo exóticas costumbres religiosas y provocó la fuga masiva de los indígenas.
Coaque era un pueblo grande de varios cientos de casas que fueron saqueadas por
Pizarro, brindando un importante botín de oro, plata y esmeraldas. Por meses, Coaque
se convirtió en sinónimo de riqueza para los conquistadores quienes anhelaban
encontrar “otro Coaque”. Pizarro envió una porción del botín de Coaque a Panamá y
Nicaragua para atraer más adeptos para los refuerzos, Pizarro continuó su marcha hacia
el sur.
Entre Coaque y Bahía de Caráquez, Pizarro y su gente dieron con un pueblo llamado
Pasao. Allí encontraron unas pesas que se usaban para catar oro y costumbres
mortuorias que escandalizaron las sensibilidades cristianas de los conquistadores. Los
indígenas de Pasao según los españoles, despellejaban a los muertos y colgaban las
pieles humanas en sus templos, exponiendo además las cabezas de los muertos, tal
como hacían lo jibaros del oriente.
Luego los españoles llegaron a Bahía de Caraquez cuyo poblado manteño no llamó su
atención. Entre Bahía de Caraquez y la isla Puná, los conquistadores tampoco
reportaron grandes asentamientos. La indiferencia de los españoles hacia los centros
urbanos y la riqueza material existente entre Coaque y la isla Puná resulta curiosa pues
la arqueología sugiere que esta zona era el núcleo de la cultura menteña-huancavilca.
Esto nos llevaría a pensar que los españoles eran insensibles a las importantes
manifestaciones culturales de esta región. Pizarro se asentó en la isla Puná, en el golfo
de Guayaquil donde fue recibido pacíficamente por el cacique Tomalá quien disponía de
una flota de balsas de vela y un pequeño ejército que utilizaba el arco y la flecha.
Durante el tiempo que Pizarro estuvo en la isla, presenció una importante batalla entre
las poblaciones de Túmbez y la isla Puná, consecuencia de las tensas relaciones que
existían entre estos poblados como derivación de la guerra civil entre Huáscar y
Atahualpa. Los nativos de Puná, aliados de Atahualpa, devastaron la ciudad de Túmbez,
afiliada al partido de Huáscar.
Los españoles permanecieron cuatro meses en Túmbez desde donde se dirigieron hacia
el sur, fundando la ciudad la ciudad española de Piura cerca del desierto de Sechura.
Luego Pizarro y sus hombres avanzaron hacia Cajamarca, atravesando varios
asentamientos costeños que habían formado parte del grandioso imperio Chimor. Esta
región de asentamientos densamente poblados, oasis y obras hidráulicas impresionó
favorablemente a los españoles. Por su parte las poblaciones de los valles de la costa
peruana recientemente incorporadas al imperio inca miraron con buenos ojos a los
conquistadores ibéricos. Los resentimientos contra los incas aún estaban frescos.
Mientras se encontraba en la costa, Pizarro envió a Hernando de Soto a Recorrer el
interior del imperio inca a la altura del gran complejo incaico de Caxas. De Soto regresó
asombrado de aquel inmenso centro administrativo incaico. Después de varias semanas
de marchar por la costa, Pizarro hizo contacto con un mensajero de Atahualpa con quien
intercambio dádivas. A acto seguido, Pizarro decidió ir al encuentro del Inca en la
ciudad de Cajamarca situada en la sierra. En el camino ascendente a Cajamarca, los
españoles encontraron más zonas de alta densidad poblacional dotadas de
infraestructura hidráulica y donde se hacía cada vez más fuerte la presencia incaica con
sus inconfundibles templos de sol. Atahualpa, quien acababa de triunfar en la guerra
civil con Huáscar, no hizo nada para interrumpir el avance de Pizarro. Posteriormente el
monarca inca explicó que había protegido a los extraños porque no los considero una
amenaza debido a su limitado número. En noviembre de 1532, los españoles entraron al
veril valle de Cajamarca. Allí divisaron la ciudad incaica y a las afueras de la misma, el
campamento del inmenso ejercito de Atahualpa.
Pizarro y sus compañeros ocuparon la urbe que estaba casi abandonada, instalándose en
un complejo arquitectónico dotado de tres edificios de piedra dispuestos alrededor de
una plaza cerrada. Hernando de Soto y Hernando Pizarro partieron a hablar con
Atahualpa que se encontraba fuera de la ciudad en un pequeño palacio con baños
ceremoniales.
Atahualpa se aproximó al recinto con gran pompa, cargando sobre una lujosa litera
decorada de plata y acompañado por una guardia de varios miles de guerreros. Adelante
iba un contingente de danzantes que barrían el suelo, mientras bailaban y cantaban.
Atahualpa llevaba un lujoso collar de esmeralda y su tradicional corona o llauto ( serie
de cordones enrollados en torno a la cabeza) con una mascapaicha (borla de lana roja)
colgando.
El fraile Vicente Valverde fue el primer español en Salir al encuentro del Inca,
acompañado de uno de los indios traductores, Martin. El fraile comunicó a Atahualpa el
Requerimiento, formula que daba al inca dos opciones: o someterse voluntariamente al
Rey de España y a la religión cristiana, o sujetarse a una guerra sin cuartel. Luego de su
confusa arenga, Valverde entregó al Inca un breviario explicándole que contenía la
palabra de Dios. Atahualpa examinó el pequeño libro pero no entendió como podía
servir como medio de comunicación pues los incas no conocían la escritura. Al
comprobar que no emitía sonido alguno lo lanzó al suelo. Valverde y otros españoles
clamaron que Atahualpa había ultrajado la religión cristiana y que era el momento de
defenderla. Esta fue la señal para que salieran los españoles de sus escondites y
arremetieran contra el inca y su guardia.
Incluso, es posible que la escena en la cual Atahualpa arrojaba el libro haya sido una
fábula inventada después con el fin de justificar la conquista. Esta posibilidad no es
descartable, ya que Pedro Pizarro, testigo ocular del encuentro entre el padre Valverde y
el Inca Atahualpa, resaltó el interés de Atahualpa por las espadas españolas y no en el
libro. Según Pedro Pizarro, Atahualpa pidió a un español que le dejara ver la espada que
portaba y cuando éste se rehusó, Atahualpa comenzó a insular a los españoles. Los
españoles mantuvieron cautivo al infortunado Atahualpa en Cajamarca por varios
meses, lapso en el cual siguió manejando el imperio. Por un lado, daba instrucciones a
sus generales de no atacar a los españoles pues corría el riesgo de ser ejecutado.
Además, envio a decir a su gente que no huyan sino que lo vayan a servir “pues él no
era muerto más estaba en poder de los cristianos”. Por otro lado, se dedicó a exterminar
a sus rivales incaicos por si intentaban aprovechar de su cautiverio para apoderarse del
Imperio. Ordenó asesinar a Huáscar y a sus otros medios hermanos, lo que debilitó a los
ejércitos incas.
Paralelamente, los españoles permitieron que Atahualpa siga siendo atendido con el
ceremonial propio del Inca: un grupo de sirvientas se encargaba de su cuidado y
continuó usando sus vestimentas reales, incluyendo una toga hecha de piel de
murciélago traída de la costa ecuatoriana. Sin embargo, a pesar de que Atahualpa
continuó al mando, el imperio comenzó a desmoronarse. En un acto de desesperación,
Atahualpa ideó lo que supuestamente sería una salida a su cautiverio: prometió dar a los
españoles, en calidad de rescate, todo el oro que cabría en un salón de Cajamarca. Por
su parte, los españoles, quienes aceptaron la oferta, se comprometieron a liberar al inca
y a permitirle gobernar en Quito. La promesa española de conceder a Atahualpa el
territorio quiteño se sustentó en su conocimiento de la historia reciente del Imperio.
Atahualpa había gobernado esa región del imperio por varios años hasta cuando derrotó
a su rival, Huáscar, en la guerra civil. Además Quito evidentemente constituía una
región bien definida dentro del imperio que podía convertirse en un reino independiente.
No obstante, los españoles engañaron al inca pues su verdadera intención era adueñarse
del rescate y luego completar la conquista del Perú, incluido Quito. Atahualpa,
sorprendentemente, no se percató de la artimaña y más bien se empeñó en recolectar el
oro del imperio. Los jefes incas se dedicaron a amalgamar objetos de oro, traídos de
todo el imperio, en el salón seleccionado para el propósito. Como explicó un testigo
presencial: Varios impacientes españoles, no satisfechos con esperar el flujo de oro en
Cajamarca, salieron a recoger para el rescate. Algunos se dirigieron al templo del
Pachacámac en la costa donde no encontraron grandes depósitos, mientras otros se
trasladaron a Cusco donde, sin duda se hallaban la mayor concentración de riqueza.
Atahualpa había ordenado a su comandante en Cusco, Quizquiz, la entrega de las
láminas de oro que recubrían las paredes de los sublimes templos de Coricancha. Tres
españoles, incluido el intrépido Hernando de Soto, viajaron a la capital inca llevados en
hamacas a lo largo de todo el tortuoso camino. Una vez en la ciudad imperial,
despojaron a los fabulosos templos de sus placas de oro y de paso, conocieron la urbe
más imponente del imperio, lo cual les impresionó sobre todo por la abundancia de
objetos de oro.
En abril de 1533, la balanza de fuerzas entre los incas y los españoles se volcó a favor
de los castellanos. Diego de Almagro, después de haber pasado por la costa ecuatoriana.
Se unió a las fuerzas de Pizarro con 150 hombres. Con el imperio de Atahualpa en un
estado de descomposición y un contingente militar más fuerte a su disposición, Pizarro
restaba listo para completar la conquista del Perú. Sin embargo, primero era necesario
repartir entre los conquistadores el ingente rescate pagado ´por Atahualpa. Se fundieron
los múltiples artículos de oro destruyendo un enorme fondo de bienes culturales y
sagrados para convertirlos en valor monetario. Una vez fundidos estos generaron más de
5700 kilos de oro de 22 quilates. En la actualidad, tal botín tendría un valor de miles de
millones de dólares. El oro se dividió entre los hombres de Pizarro, Salvo la quinta parte
que fue enviado al Rey de España, Carlos V. Los seguidores de Diego de Almagro
recibieron muy poco pues no habían asistido a la emboscada.
Los indígenas, aun cuando descubrieron que los caballos españoles eran mortales, no
lograron vencer a los invasores europeos. Su ventaja numérica, por lo menos 100 a 1, no
contrarrestó la superioridad tecnológica de los españoles. Los caballos permitían una
gran movilidad mientras las espadas de acero, fabricadas en la ciudad española de
Toledo, eran muy potentes. Las armas de fuego recientemente desarrolladas como el
cañón y el arcabuz, en cambio no aportaron especialmente para la victoria española ya
que eran difíciles de cargar y de alcance corto. Su impacto fue, más bien de tipo
meramente psicológico, efecto que seguramente disminuyó después de la sorpresa
inicial. Frente a tal poderío, los incas sólo contaban con armas rudimentarias: mazas
torpemente recubiertas de cobre y hondas.
El arco y la flecha, armas conocidas, como fueron utilizadas contra los españoles porque
solo se las usaba en las campañas contra los pueblos selváticos de la Amazonia. Por otro
lado, las tácticas de los ejércitos incas eran deficientes. Por ejemplo, a pesar de la
extrema crueldad exhibida a ratos, casi nunca hacían uso de la sorpresa. Estas falencias
pueden ser explicadas por la diferente concepción que los indígenas tenían con respecto
a la guerra. Esta, tenía connotaciones ceremoniales y por tanto debía seguir normas
rígidas. Los españoles enfrentaron el último obstáculo en su marcha hacia Cuzco a la
entrada de esa ciudad en donde encontraron al proceso ejército del general Quizquiz
compuesto en su mayoría por auxiliares provenientes de Cayambe y Caranqui. La
batalla entre las dos fuerzas fue feroz, pero no concluyó ya que los españoles se
retiraron a una colina y las fuerzas de Quizquiz a otra. Al día siguiente los españoles se
asombraron al ver que el ejército incaico se había desvanecido, lo que les permitió
enterar libremente a la capital incaica.
Una vez en la ciudad inca, los españoles recibieron el apoyo de los partidarios de
Huáscar, coronaron a un pariente de Huáscar, llamado Manco Inca, como Inca y lo
convencieron de lanzar una ofensiva militar contra los vestigios del ejército de
Quizquiz. Las fuerzas de Manco sólo lograron enfrentar a un pequeño continente de
aquel ejército porque la mayoría se había retirado a posiciones seguras y al comprobar
que sería imposibilidad un contraataque, el ejército de Quizquiz buscó regresar a la
sierra ecuatoriana, tierra de origen, tanto de las tropas cayambis y caranquis, como de
los numerosos mitimaes. En el camino de regreso, Quizquiz se enfrentó levemente con
un contingente de españoles en Jauja y luego continuó hacia Quito. Con el retiro de las
fuerzas de Quizquiz, los españoles dominaron el Perú y solamente el norte del imperio
(hoy Ecuador) que estaba bajo el control de Rumiñahui y Collasuyu (hoy Bolivia) se
mantenían temporalmente libres del dominio español. Los españoles rápidos por
cabildos, el reparto de solares o terrenos urbanos para la construcción de las casas de los
conquistadores y mediante la adjudicación de encomiendas.
En algunos casos, incluyendo Jauja y Cusco, los españoles transformaron las urbes
incaicas en ciudades españoles. En otros, como en lima, fundaron ciudades al estilo
europeo en zonas no urbanizados. Lima se convirtió en el centro del Perú español
porque fue el lugar de confluencia del mundo exterior y del vasto interior peruano. Sin
embargo, en varias ocasiones, el domingo español fue puesto a prueba por el rezago de
la élite incaica. Cuando Almagro partió hacia la conquista de Chile en 1535 con 500
españoles, el inca Manco aprovechó para rebelarse contra sus amos españoles y al año
siguiente, asedió Cusco por varios meses y atacó Lima en la costa. La rebelión fracasó a
las fuerzas incas. Durante este desesperado intento de los partidarios de Huáscar por
deshacerse de los españoles, los cañarís afincados en Cusco se mantuvieron leales a los
españoles y les prestaron importantes servicios. (Historia del Ecuador)
Bibliografía
Historia del Ecuador. (s.f.). En H. d. En Lexus. Quito.