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2- De ahí que Lázaro se vele, hable con segundas intenciones, pero que, osadamente,
avise de ellas: quiere que sus cosas se aireen, «pues podría ser que alguno que las lea
halle algo que le ayude, y a los que no ahondaren en tanto, los deleite». Tal propuesta de
dos lecturas es el signo de la nueva edad, porque el escritor ya no repite siempre
enseñanzas inmutables, sino que aventura con riesgo su propio pensamiento. Cervantes
va a proclamarlo en las primeras palabras del prólogo del Quijote, declarando su libro
«hijo del entendimiento».
8- En relación con la nueva forma que abre la novela, podemos ver en la quema de
libros cómo el cura salva algunos: El rigor con el que asume la propiedad del idioma es
patente, por ejemplo, cuando libra del fuego el Palmerín de Inglaterra, porque, entre
sus virtudes, el cura estima «las razones, cortesanas y claras, que guardan y miran el
decoro del que habla, con mucha propiedad y entendimiento» (I, 6, 82).
9-El propio Quijote, que utiliza en un principio ese lenguaje cargado de arcaísmos y
requiebros retóricos («Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y
espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos…» (I, 2, 46).), va
modificando su lenguaje hasta –sin abandonar totalmente su estilo caballeresco-
adecuarse al lenguaje del mundo, es decir, al cotidiano. Un buen ejemplo es la respuesta
que, bajo los efectos del hambre, le da a las mozas: «Como haya muchas truchuelas…
podrán servir de una trucha, porque eso se me da que me den ocho reales en sencillos
que en una pieza de a ocho. Cuanto más, que podría ser que fuesen estas truchuelas
como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrón. Pero, sea lo que
fuere, venga luego, que el trabajo y peso de las armas no se pueden llevar sin el
gobierno de las tripas» (I, 2, 53).
10-Los personajes cambian cien veces de tono y de retórica como lo hacemos todos los
hablantes. Y esto sucede así, de modo continuo, por primera vez en el Quijote.
olla