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25/11/2019

PUBLICO

La teoría queer y la institucionalización


de la misoginia
Paula Fraga

Jurista

Explicaba Kate MIllett que el sexo es una categoría social impregnada de política, que
la relación entre los sexos es política porque es una relación de poder. Así era y es; las
mujeres nos encontramos en una posición subordinada respecto a los hombres y esta
subordinación se ha construido a través del género. El género es una unidad analítica
fundamental de la teoría feminista que sirve para explicar el establecimiento y la
reproducción de la desigualdad estructural de las mujeres. Es el conjunto de estereotipos
y funciones que se asignan a la mujer por nacer mujer y al hombre por nacer hombre, y
que se aprenden e interiorizan mediante la diferente socialización de los sexos. El
género explica realidades como la división sexual del trabajo o el mecanismo de
exclusión de las mujeres, de la esfera de lo público. Es la piedra angular sobre la que
asienta la jerarquía sexual, uno de los instrumentos de sometimiento patriarcal más
perfectos y que como feministas, tenemos que luchar por erradicar.

Nacer con sexo femenino o masculino, hembra o varón, determina tu posición


estructural en el mundo. Ser mujer supone, entre otras cosas y en función de cuán
explícito sea el patriarcado en que te has desarrollado, que te casen a la fuerza, que te
mutilen genitalmente, que sirvas sexualmente en prostitución o que te violen. Todas
estas realidades son consecuencias del género, materializan el papel y lugar que el
patriarcado nos ha asignado a las mujeres. Por tanto, es vital para entender la teoría
feminista y sobre todo, para tratar de acabar con la opresión sexual, entender el sistema
sexo-género y señalarlo como mecanismo de reproducción de desigualdad a desactivar.
Esto pone de manifiesto la necesidad de conceptualizar debidamente. Como dice la
maestra Celia Amorós, “conceptualizar es politizar” y si lo hacemos erróneamente las
consecuencias práctico-políticas serán adversas. Y si hay una conceptualización
incorrecta sobre la opresión por razón de sexo, esta es elaborada por la teoría queer. No
supondría esto mayor relevancia si la teoría queer se hubiese quedado en mera teoría
explicativa de la realidad, pero el problema es que se ha institucionalizado a través de
parte de la academia con sus “estudios de género” que deberían ser estudios feministas o
de la mujer, y a través de las leyes de identidad de género.

La teoría queer niega la base misma de la opresión sexual. El sexo es una realidad
biológica. Sin embargo, esta teoría lo define como constructo. Referentes teóricas queer
como B.Preciado llegan a animarnos a las mujeres a realizar una suerte de tránsito a
través de hormonación y cirugía para escapar a la opresión sexual. Y no estaría aquí
explicando y rebatiendo tales ocurrencias si no hubiesen pasado a formar parte del
ordenamiento jurídico de diferentes países. En el caso español, tenemos varias leyes
autonómicas y una proposición de ley estatal presentada por Podemos que supone de
facto, la institucionalización de los estas ideas. Hablo de la Proposición de Ley del
derecho a la libre determinación de la identidad sexual y expresión de género. Esta ley
reproduce el concepto queer de “género”. Entiende el género como identidad, como
categoría de la personalidad. Observamos que es un entendimiento totalmente opuesto
al feminista. Donde el feminismo ve roles impuestos, la teoría queer ve manifestación
espontánea de la personalidad. Resulta que ahora la feminidad y todas sus
características asociadas (sometimiento, obediencia, determinado canon estético…) es,
tal y como define la propuesta de ley de Podemos, una vivencia interna, algo con lo que
nacemos. La “identidad de género” está fundada en los roles sexuales que el feminismo
pretende abolir.

La teoría queer habla de personas agénero, de género no binario, de trangénero… La


multiplicación de los géneros, la identificación de cada quien con que lo que desee es un
solución muy lícita, pero individualista y que en modo alguno es capaz ni de cuestionar
la jerarquía sexual. La solución colectiva y feminista es la abolición del género. Solo sin
género, el derecho al libre desarrollo de la personalidad será efectivo.

Más allá de las cuestiones teóricas, hay una de mayor transcendencia y que como
feministas, como sociedad en general, debemos abordar ya: tenemos que conocer las
implicaciones jurídicas, prácticas y políticas de las leyes de identidad. Estas leyes se
asientan en dos principios fundamentales: el concepto antifeminista de la “identidad de
género” y el derecho a la libre determinación de la identidad sexual. Supone la
regulación del esencialismo del género y de las percepciones subjetivas de las personas,
pasando por encima de las realidades materiales y constatables. Estas leyes (y podemos
fijarnos en el caso canadiense) socavan los derechos basados en el sexo y ponen en
peligro los espacios de mujeres que nuestras predecesoras nos han legado. Si el sexo se
autodetermina, si se elimina el indicador y la base de la opresión sexual ¿cómo
protegeremos los derechos basados en el mismo? Pongamos unos ejemplos prácticos:
las leyes de identidad comprometen al deporte femenino, busquen los casos en los que
las competiciones femeninas son ganadas por hombres que se identifican como mujeres.
Asimismo, ponen en riesgo las políticas de paridad (cuotas) vulnerando de esta forma el
derecho a la igualdad efectiva y a la no discriminación. Especialmente preocupante es
que cualquier hombre con “identidad de género” femenina pueda acceder a espacios
exclusivos de mujeres, tales como vestuarios o casas de acogida de mujeres arriesgando
la seguridad física y la privacidad de las mujeres. También se propone la sustitución de
la categoría “mujeres” por términos como personas gestantes o menstruantes. Estas
solo son algunas de las consecuencias de las leyes de identidad y una cosa está clara, es
que nadie nos las está explicando. Y por supuesto, se deben elaborar leyes que
garanticen los derechos del colectivo trans y que corrijan la situación de discriminación
que sufren. Las feministas críticas de género pedimos que se instituyan estas leyes y que
sean compatibles con la protección y garantía de los derechos basados en el sexo.

La teoría queer tiene otras implicaciones. Uno de sus textos fundadores, “El género en
disputa”, ya en sus primeras hojas llama a la deconstrucción del sujeto político del
feminismo negando pues, que el sujeto político seamos “nosotras, las mujeres” y
pretendiendo ampliarlo para convertir al feminismo en una amalgama de colectivos con
las más diversas demandas. Las mujeres no somos un colectivo, ni una identidad ni una
diversidad más. Somos más de la mitad de la humanidad y tenemos una delimitada
agenda de emancipación que luchamos por materializar.
La desigualdad también se nutre de la falta de claridad conceptual. Esta confusión sexo-
género y otros propuestas queer forman parte, como algunas teóricas feministas han
advertido, de un contragolpe o reacción patriarcal. Esta teoría atenta contra lo
desarrollado por la teoría feminista y pone en riesgo los derechos y espacios de las
mujeres. La novedad es que lo hace en nombre de la diversidad y la inclusión, pero es
una trasgresión ficticia. No se puede clamar por un mundo igualitario instituyendo
teórica y legislativamente como identidad, las asignaciones culturales y sociales
impuestas a las mujeres. Es la defensa de la clásica dicotomía “rosa-azul”, del antiguo
argumento patriarcal que habla de cerebros femeninos y cerebros masculinos para
justificar la desigualdad. La única diferencia es que lo queer propone transitar de unos
roles a otros o crear nuevas categorías de género; cuando lo idóneo, lo liberador sería
abolir estos roles. Esta sería verdadera libertad para ejercitar todo nuestro potencial
humano.

Una teoría que defiende ideas que conllevan la invisibilización de las mujeres a través
de términos como personas gestantes o que niega la transcendencia política del sexo,
por mucha pátina de trasgresión con que sea revestidas, solo puede ser catalogada como
teoría antifeminista y misógina. La teoría queer es una teoría individualista que
compromete la acción colectiva, que ataca a las bases mismas de la teoría feminista y
que puede acabar por despolitizar al movimiento feminista.

La retórica subversiva confunde a muchas compañeras, pero aparecida la primera duda,


se acaba desengranando la trampa queer. El acoso, el hostigamiento, las amenazas y las
acusaciones falaces de fobias que recibimos las feministas críticas de género acaban por
silenciarnos a muchas. Pero también somos otras tantas, las que creemos que es un
deber feminista denunciar que la institucionalización de las premisas queer daña a las
mujeres y al feminismo. No exigimos más que debatir sin miedo. Se acabó transigir y
ceder en favor de los demás. Porque eso, también es género.

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