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1.

Notas sobre hiperconsumo del capitalismo de producción al capitalismo cultural

Una nueva visita, una tercera, al Mundo Feliz de A. Huxley es necesaria. Las fuerzas impersonales y
desconocidas que trabajan horas extra a favor de un imaginario colectivo de libertad, generan a la
vez una ola de caos y desesperanza. Los sistemas de producción, las relaciones interpersonales, la
ciencia, el arte y la educación han rebasado la ficción literaria; los modos de vida se imponen en
una constante confusión entre realidad y ficción, vivimos entre ilusión, sueño y realidad,
diferenciarles resulta casi imposible, tanto que hoy la incertidumbre es una de las emociones más
verdaderas. La instauración de un sistema económico mundial terminó por desdibujar las
fronteras geográficas e individuales, ha afectado sistemas de producción y a las relaciones
laborales, entramos en una dinámica consumista agravada, por tanto figuras como
hiperproducción, hiperconsumo e hiperrealidad son comunes, la tecnología es el eje sobre el cual
se entrecruzan una serie de fenómenos sociales. Desde esta perspectiva la cultura no es sino un
telón de fondo del escenario donde los sujetos actúan bajo la dirección de la globalización y el
capital y cuyo único rol interpretativo es consumir. El consumo, como nunca antes, se sitúa en
nuestras vidas como una situación relacional, no se trata de tener y no tener, la cuestión radica en
poder estar en contacto con quienes nos rodean.
“Ha nacido una nueva modernidad” anunciaba Gilles Lipovestky en La felicidad paradójica. Si bien
en su primer momento la modernidad nos ofrecía la capacidad autorreflexiva en torno al
conocimiento (técnico y teórico) y a las formas en que éste permite transformar las sociedades y a
sí mismo, la nueva modernidad se supera, y no es el conocimiento sino la información lo que
importa. Pero desde la perspectiva cultural, la nueva modernidad tiende hacia universalización
identitaria a través de las prácticas consumistas más variadas. El concepto de hombre libre capaz
de discernir y decidir en relación a su ser en el mundo ha mutado en una nueva generación que
aspira, no a ser libre de pensar, sino a ser capaz de elegir y de consumir cualquier cosa. En esta
nueva revelación del sujeto libre-pensador-consumidor Lipovestky nos muestra un consumidor
potenciado, es decir, que al tiempo se encuentra cada vez más informado y por tanto, es deseable,
sería cada vez más infiel, reflexivo y «estético»; lo cual no necesariamente garantiza un consumo
crítico y reflexivo, pero sí puede llegar a implicar la búsqueda de una toma de distancia respecto a
los objetos e insumos que forman parte de una gran diversidad y se despliegan en todos los
mercados mundiales.
Los procesos de subjetividad que se construyen en torno a las nuevas formas de interlocución y
participación de los sujetos en el consumo se nos presentan todavía extraños, ajenos, vivimos un
acelerado proceso de subjetivación por y a través de objetos y experiencias mercantilizadas y
mercantilizantes, bienes que a fin de cuentas no son sino fetiches de una felicidad pasajera,
porque al final el día se imponen las condiciones reales de vida, nuestras sociedades son cada vez
más ricas, pero un gran número de personas vive en la precariedad y debe economizar en todas las
partidas del presupuesto (2007).agregar cita Paradójicamente el mercado hace la mayor de sus
ofertas en tiempos de pobreza, desempleo y crisis.

Si como dije, estos consumos no son sinónimos de felicidad eterna, suelen ser motivo de
satisfacciones reales e implican uso, desgaste, adquisición, disfrute, y la recepción de significados
provenientes de un bien o servicio que además de satisfacer una necesidad, involucra el manejo
de estructuras simbólicas que directa o indirectamente influyen en la construcción de la identidad
y obviamente de nuestra relación con el otro. Por esta razón, la delgada pero sofisticada línea que
dividía los bienes de uso de denominados culturales parece haberse desvanecido, en favor de una
democratización generalizada de las posibilidades adquisitivas de los sujetos y de una posible
apertura desde la tolerancia a las más diversas prácticas culturales. Falta entonces saber si ésta
última respondía o no a las aspiraciones del capital por tener más consumidores, al precio que sea.

Esta disminución de la calidad en favor de la cantidad, nos llevaría a un posible descrédito de los
bienes culturales. Qué es la cuestión de fondo, si desde una postura positiva de la problemática,
creemos todavía que un consumo reflexivo y crítico marcaría una diferencia.
Para los detractores del hiperconsumo los bienes simbólicos tendrían como característica
justamente que su valor económico no es correspondido a su valor simbólico. Sin ánimo de ser
reduccionistas y menos si hablamos del fenómeno denominado hiperconsumo, los bienes
denominados culturales podrían en ocasiones escapar a esta nueva dinámica global, pero de la
misma manera podríamos llegar a creer que incluso la consciencia humana trabaja sin vacilaciones
a favor de la máquina capitalista. No se trata de forzarnos a estar en un lado de la balanza, sino de
comprender que las divisiones que daban estructura y acomodo a nuestra realidad ya no existen.
Estaríamos más bien frente a una bipolaridad humana, que viaja entre el placer del consumo y el
displacer de vivir en el mundo consumista. Somos sujetos bipolares, y en nuestros mejores días,
acertamos y generamos algo que sorprende al poder del capital, es ahí que radica la extraordinaria
potencia del ser humano. En palabras del filósofo francés sean cuales fueren las amenazas que
pesan sobre la educación y la cultura, las aspiraciones trascendentes, reflexivas y críticas de los
sujetos no han quedado decapitadas en absoluto. Las razones para tener esperanza no han
caducado. No habrá salvación sin avance del consumo, redefinido según nuevos criterios.

Habría que replantear la noción de consumo cultural como una práctica de subjetivación plural y
ésta como un conjunto de prácticas y procesos de subjetivación sociales. Que no se encuentra
ligada únicamente a la adquisición y uso de los llamados bienes y servicios (culturales). Si bien el
consumo cultural está en sintonía con la cultura consumista capitalista no se puede concebir como
una totalidad homogénea. Los sujetos no son simples consumidores sino interlocutores activos
con los productos culturales. Las prácticas de consumo revelan una nueva relación con las cosas,
con los demás y con uno mismo. La emergencia de nuevas subjetividades subversivas y
emancipadas tal vez podría ser una nota discordante en el concierto monocorde de una
globalización cultural uniformizante y neutralizadora. Por ello advierte Lypovestsky la nueva
sociedad que nace funciona con hiperconsumo, no con «desconsumo».

2. Del consumo cultural desigual –la diversidad desigual en el contexto latinoamericano

Desde su origen, los estudios culturales se imponen como una teoría que pretende comprender,
entre otras cosas, las demandas culturales de la sociedad y sus modos de apropiación de los
bienes culturales. Si la ecuación capitalista funcionara a la perfección, la fórmula nos diría que si se
expone con mayor accesibilidad un creciente número de bienes culturales al consumo en masas,
su preferencia y obviamente consumo se elevarían exponencialmente.
Lamentablemente, un fácil acceso, no siempre significa un consumo masivo y todavía menos que
éste sea continuado, receptivo y crítico. Muchas de las versiones de los bienes denominados
culturales (manifestaciones artísticas principalmente) se extienden a lo largo de un sinfín de
grandes y pequeñas ciudades, y aspiran que sea desde la diversificación y la masificación, bajo las
reglas mercadotécnicas y del capital, que su consumo aumente, bajo la premisa de que su uso y
disfrute habrá de potenciar el horizonte de sentido de los consumidores.
En contraste, para América Latina y México, los usos y prácticas culturales juegan o interactúan
todavía bajo ciertas reglas del campo cultural explicado en la sociología de Bourdieu, que
responden principalmente a la noción de capital cultural y como indicara Lipovetsky tienen una
relación directa con el origen de los sectores de población para quienes van dirigidos. En este
sentido, sobre el análisis de las dinámicas del capitalismo y las nuevas relaciones mercantiles de la
industria con la cultura, América Latina abre una posible discusión, con las investigaciones de
autores que comienzan a registrar y problematizar los eventos discontinuos entre los sistemas
económicos de la región. Estaríamos hablando de un diálogo entre una visión universalista del
capital y el análisis de una realidad cultural local, antagónica y diversa.

3. México y Zacatecas
Los diversos ejercicios que en materia de información cultural que se han realizado en nuestro país
datan de apenas treinta años, se cuentan instrumentos como la Encuesta nacional de hábitos,
prácticas y consumo culturales, cuya última edición fue llevada a cabo en 2010 (INEGI, 2014); la
Encuesta Nacional de Lectura, y las encuestas a públicos de museos, teatros, librerías y bibliotecas
ubicadas en la Ciudad de México.
Frente a estos ejercicios institucionales (oficiales) de captación de datos, han surgido iniciativas
como la de Ernesto Piedras, economista; y Néstor García Canclini, antropólogo, quienes
incursionan en el estudio de lo que se entiende como la industrialización de la producción cultural
en América Latina, fenómeno que articula nuevas relaciones entre los bienes simbólicos y las
innovaciones tecnológicas, además de la economía y las finanzas. Estos estudios pretenden dar
cuenta de los nuevos procesos culturales y las relaciones de producción, distribución y consumo
en México; incluyen áreas como la tarea de museos, la industria editorial y de entretenimiento y la
industria cinematográfica, artistas y arte contemporáneo, instituciones culturales e incluso el
acceso a la comunicación, medios digitales y conectividad. En este orden de ideas los estudios de
consumo cultural deben atender a fenómenos diversos de comunicación y ciudadanía, que se
gestan en prácticas tan normalizadas como la preferencia por ciertos objetos, bienes o servicios.

Los resultados de la Encuesta Nacional de Lectura (ENL) realizada en el 2012 anuncian un


panorama desalentador sobre la práctica lectora en México, faltaría hacer un análisis profundo
yde interpretación, pero la conclusión inicial nos lleva a pensar que en México se lee menos, que la
lectura sigue siendo un asunto estrictamente educativo y que el acceso al conocimiento está
seriamente restringido para la mayoría de la población, no así el de la información, ya que
paradójicamente México es uno de los países latinoamericanos donde el acceso a las tecnologías
de la información y la comunicación han crecido exponencialmente en los últimos diez años. Si las
formas de producción y consumo de bienes se han venido alterando en los últimos años, lo que
entendemos por lectura y las prácticas lectoras sufren también el efecto de la industrialización de
la producción cultural. El surgimiento de una renovada industria editorial que introduce los libros
en soporte digital, la proliferación del microtexto, la creación de nuevas formas de literatura y
producción de textos como el Blog, páginas personales, redes sociales, Wikipedia, Booktubers,
etc., todas ellas constituyen las otras aristas del fenómeno.
Como parte del mismo análisis, valga decir que en Latinoamérica, México ostenta (posiblemente)
la más notable infraestructura en museos, de antropología, historia y arte, con un total de 1229
(CONACULTA, Sistema de Información Cultural) entre los administrados por instituciones públicas,
privadas y comunitarias- pero éstos, casi no han crecido en las últimas décadas, ni tampoco ha
habido una política coherente para expandirlos, renovarlos o reinventarlos. Entre quienes asisten,
en su mayoría se trata de visitas escolares guiadas con un carácter casi obligatorio. Las principales
motivaciones para asistir a un museo, son primero el entretenimiento o la diversión y en segundo
el aprendizaje.
Tanto para Zacatecas como para el país existe una constante de inasistencia e indiferencia hacia
este tipo de espacios culturales, actividades y museos; a su vez, sus políticas de difusión y
promoción, y hasta mercadotécnicas son en su mayoría de tinte asistencialista o clasista. Entre las
razones para no asistir figuran la falta de dinero o tiempo y la lejanía, ya que este tipo de recintos
se localizan generalmente en las ciudades capitales más desarrolladas del país. Aunado a ello hay
desinterés, aburrimiento o desconocimiento de este tipo de prácticas. En Zacatecas por ejemplo,
a pesar de ser una ciudad reconocida por el número y calidad en sus museos el panorama es el
mismo. El museo sigue siendo un espacio para las élites culturales y no logra todavía ser un
espacio accesible a las clases sociales desfavorecidas; sigue en lo concerniente al museo una lógica
de inclusión minoritaria y exclusión masiva. Habría que democratizar la cultura y su acceso real. Si
bien las nuevas formas de entretenimiento y las opciones que la red plantea a los usuarios podrían
ampliar estos márgenes de interés en la producción artística de una ciudad, región e incluso del
país, es necesario apuntar que la infraestructura existente y el acervo artístico cultural que poseen
estas instituciones hacen deseables nuevas políticas de acceso y aprovechamiento, inclusivas,
democráticas, creativas y educativas.

4. A manera de conclusión
Queda claro que en la era del hiperconsumo no todo está dicho, como el mismo Lipovestsky
apuntara, la ley de causa y efecto nos posibilita en la esperanza, porque entre mayor es la
decepción que genera la dinámica consumista, de felicidad intermitente, mayores son las
invitaciones a no quedarse quietos, a revolucionar, de y desde el hiperconsumo hay una
esperanza. La condición humana postula si no tengo lo que quiero, lucho por lo que quiero, y es
dicha movilización en torno al deseo la misma que podría provocar un desplazamiento del orden
establecido, a partir de diferentes y diversas conexiones humanas, con sus nuevas formas de ser
de sentir y de pensar, y aunque no todas son de orden apoiético –creativo, lo cierto es que
desequilibran y desvirtúan la normalización de los sujetos y de la vida, es posible que pues, que
desde la comodidad de una pantalla digital asistimos a nuestra propia revolución independiente.
Mientras el Estado siga averiado, su tarea sigue sin cumplirse, porque a nadie más le atañe. No se
trata de regresar a las políticas paternalistas o autoritarias, sino de potencializar y respaldar
proyectos de naciones con políticas culturales democratizadoras con acciones dirigidas a aumentar
el igual al acceso a las oportunidades, aún y cuando éstas sean de carácter consumista.

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