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HAMLET

Representada por primera vez en 1600 y publicada en 1603, esta obra de gran éxito en su día es uno de los clásicos del cañón occidental y
quizá la pieza más afanada de las letras inglesas y del teatro universal. Su protagonista se ha convertido en uno de los mayores mitos literarios
y en un enigma para la psicología. Hamlet, príncipe de Dinamarca se basa en un relato aparecido en la Gesta Danorum de Saxo Gramáticas y que
fue traducido al francés por François de Belleforest e Histories Trafiques, probablemente la fuente de inspiración de Shakespeare. Algunos
han buscado sus orígenes en una saga islandesa extraviada y otros en el Shah-nameh el poeta persa Ferdowsi. El argumento cuenta la historia
de la venganza que el príncipe Hamlet debe consumar contra su madre Gertrudis y su tío Claudius, quien se ha casado con ella poco después de
la muerte del rey. Tras la aparición del fantasma de su padre, que asegura haber sido envenenado por su hermano Claudius, Hamlet cae en la
melancolía y la incertidumbre.
Los miembros de la corte piensan que está volviéndose loco, circunstancia que él aprovecha para acercarse a su destino.
Después de hacer, para probar las reacciones de los regicidas, que una compañía de actores represente ante Gertrudis y Claudius. Una historia
semejante a la del asesinato del monarca, el príncipe confronta a su madre con su descubrimiento y mata en medio de su confusión a Polonio,
quien espía el encuentro detrás de una cortina.
Hamlet es entonces enviado a Inglaterra con Rosencrantz y Guildenstern, portadores en secreto de la sentencia de muerte de éste, que
astutamente revierte la situación para que los letales mensajeros sean las víctimas en su lugar. De regreso en Dinamarca, Hamlet encuentra
que la hija de Polonio, Ofelia, su novia, se ha suicidado y que el hermano de ella, Laertes, busca vengar esta muerte y la de su padre. El príncipe
Laertes, entonces, se baten en duelo y mueren heridos por la espada envenenada que Claudius había destinado a la carne de Hamlet.
El príncipe agonizante mata al rey usurpador, la reina Gertrudis se suicida y Horacio amigo de Hamlet, sobrevive como depositario de la trágica
historia.

Fragmento
REY: Querida Gertrudis, déjanos tú también, pues hemos planeado que venga aquí Hamlet para que pueda encontrarse con Ofelia como por
azar. Su padre y yo mismo, legítimos espías, haremos de tal modo que, viendo sin ser vistos, podamos juzgar el encuentro con certeza y
deducir de su conducta si lo que tanto le aqueja es realmente una afección amorosa.

REINA: Te obedezco. En cuanto a ti, Ofelia, me alegraría que la causa de la insania de Hamlet fueran tus, como espero que, por el bien de
los dos, tus virtudes le devuelvan al camino acostumbrado.
OFELIA: Así lo espero, señora. [Sale la REINA.]

POLONIO: Ofelia, pasea por aquí. Majestad, si os place, vamos a ocultarnos. Tú lee este libro: tal muestra de recogimiento explicará tu
soledad. En esto no obramos bien: como prueba la experiencia, con el rostro devoto y el acto piadoso hacemos atrayente al propio diablo.

REY [aparte]: ¡Gran verdad! ¡Qué duro latigazo a mi conciencia! La cara de una golfa, repintada de color, no es más fea con el afeite que
se aplica que mis actos con mis falsas palabras. ¡Ah, qué pesada carga!

POLONIO: Ya viene; retirémonos, señor. Salen [el REY y POLONIO].

Entra HAMLET.
HAMLET: Ser o no ser, esa es la cuestión: si es más noble para el alma soportar las flechas y pedradas de la áspera Fortuna o armarse
contra un mar de adversidades y darles fin en el encuentro. Morir: dormir, nada más. Y si durmiendo terminaran las angustias y los mil
ataques naturales herencia de la carne, sería una conclusión seriamente deseable. Morir, dormir: dormir, tal vez soñar. Sí, ese es el estorbo;
pues qué podríamos soñar en nuestro sueño eterno ya libres del agobio terrenal, es una consideración que frena el juicio y da tan larga vida
a la desgracia. Pues, ¿quién soportaría los azotes e injurias de este mundo, el desmán del tirano, la afrenta del soberbio, las penas del amor
menospreciado, la tardanza de la ley, la arrogancia del cargo, los insultos que sufre la paciencia, pudiendo cerrar cuentas uno mismo con un
simple puñal? ¿Quién lleva esas cargas, gimiendo y sudando bajo el peso de esta vida, si no es porque el temor al más allá, la tierra
inexplorada de cuyas fronteras ningún viajero vuelve, detiene los sentidos y nos hace soportar los males que tenemos antes que huir hacia
otros que ignoramos? La conciencia nos vuelve unos cobardes, el color natural de nuestro ánimo se mustia con el pálido matiz del
pensamiento, y empresas de gran peso y entidad por tal motivo se desvían de su curso y ya no son acción. Pero, alto: la bella Ofelia.
Hermosa, en tus plegarias recuerda mis pecados.

OFELIA: Mi señor, ¿cómo ha estado Vuestra Alteza todos estos días?


HAMLET: Con humildad os lo agradezco: bien, bien, bien.

OFELIA: Señor, aquí tengo recuerdos que me disteis y que hace tiempo pensaba devolveros. Os lo suplico, tomadlos.
HAMLET: No, no. Yo nunca os di nada.
OFELIA: Mi señor, sabéis muy bien que sí, y con ellos palabras de aliento tan dulce que les daban más valor. Perdida su fragancia, tomad
vuestros presentes: para el ánimo noble, cuando olvida el donante se empobrecen sus dones. Tomad, señor.
HAMLET: ¡Ajá! ¿Eres honesta?
OFELIA: ¡Señor!
HAMLET: ¿Eres bella?
OFELIA: ¿Qué queréis decir?
HAMLET: Que si eres honesta y bella, tu honestidad no debe permitir el trato con tu belleza.
OFELIA: ¿Puede haber mejor comercio, señor, que el de honestidad y belleza?
HAMLET: Pues sí, porque la belleza puede transformar la honestidad en alcahueta antes que la honestidad vuelva honesta a la belleza.
Antiguamente esto era un absurdo, pero ahora los tiempos lo confirman. Antes te amaba.
OFELIA: Señor, me lo hicisteis creer.
HAMLET: No debías haberme creído, pues la virtud no se puede injertar en nuestro viejo tronco sin que quede algún resabio. Así que no
te amaba.
OFELIA: Más me engañé.
HAMLET: ¡Vete a un convento! ¿Es que quieres criar pecadores? Yo soy bastante decente, pero puedo acusarme de cosas tales que más
valdría que mi madre no me hubiese engendrado. Soy muy orgulloso, vengador, ambicioso, con más disposición para hacer daño que ideas
para concebirlo, imaginación para plasmarlo o tiempo para cumplirlo. ¿Por qué gente como yo ha de arrastrarse entre la tierra y el cielo?
Todos somos unos miserables: no nos creas a ninguno. Venga, vete a un convento. ¿Dónde está tu padre?
OFELIA: En casa, señor.
HAMLET: Cerrad bien las puertas, que sólo haga el bobo allí dentro. Adiós.
OFELIA: ¡El cielo le asista!
HAMLET: Si te casas, sea mi dote esta maldición: serás más casta que el hielo y más pura que la nieve, y no podrás evitar la calumnia. Vete
a un convento, anda, adiós. O si es que has de casarte, cásate con un tonto, pues el listo sabe bien los cuernos que ponéis, A un convento,
vamos, deprisa. Adiós.
OFELIA: ¡Santos del cielo, curadle!
HAMLET: Sé muy bien lo de vuestros afeites. Dios os da una cara y vosotras os hacéis otra. Andáis a saltitos o pausado, gangueando
bautizáis todo lo creado, y hacéis pasar por inocencia vuestros dengues. Muy bien, se acabó; me ha vuelto loco. Ya no habrá más matrimonios.
De los que ya están casados vivirán todos menos uno. Los demás, que sigan como están. ¡A un convento, vamos!

I. Contesta:

1. ¿Dónde se desarrolla la historia?

2. ¿Qué arquetipo crea William Shakespeare con Hamlet?

3. En la obra qué significa el monólogo “ser o no ser”.

II. Completa:

1. Fue publicada en .
2. Hamlet era príncipe de .
3. Hamlet estuvo basado en el relato de la Gesta .

III. Conteste V o F según corresponda:

V F

1. La historia se desarrolló en Verona ( ) ( )


2. La obra está dividida en siete actos ( ) ( )
3. Claudio mandó matar a Hamlet ( ) ( )
4. Gertrudis mata a Polonio ( ) ( )
5. Claudio era padre de Hamlet ( ) ( )
6. Laertes perdonó a Hamlet la muerte de su hermana ( ) ( )
7. Hamlet se volvió realmente loco ( ) ( )
8. Hamlet muere envenenado ( ) ( )
IV. Responda:

¿Qué ocurre en el Acto Tercero?

Casi era un hombre enfermizo, joyero de profesión, bien que no tuviera tienda establecida. Trabajaba para las grandes casas, siendo su
especialidad el montaje de piedras preciosas. Pocas manos como las suyas para los engarces delicados. Con más arranque y habilidad comercial,
hubiera sido rico. Pero a los treinta y cinco años proseguía en su pieza, aderezada en taller bajo la ventana.
Casi, de cuerpo mezquino, rostro exangüe sombreado por rala barba negra, tenía una mujer hermosa y fuertemente apasionada. La joven, de
origen callejero, había aspirado con su hermosura a un más alto enlace. Esperó hasta los veinte años, provocando a los hombres ya sus vecinas
con su cuerpo. Temerosa, al fin, aceptó nerviosamente a Casi.
No más sueños de lujo, sin embargo. Su marido, hábil -artista aun-, carecía completamente de carácter para hacer una fortuna. Por lo cual,
mientras el joyero trabajaba doblado sobre sus pinzas, ella, de codos, sostenía sobre su marido una lenta y pesada mirada, para arrancarse
luego bruscamente y seguir con la vista tras los vidrios al transeúnte de posición que podía haber sido su marido.
Cuanto ganaba Casi, no obstante, era para ella. Los domingos trabajaba también a fin de poderle ofrecer un suplemento. Cuando María deseaba
un joya - ¡y con cuánta pasión deseaba ella! - trabajaba de noche. Después había tos y puntadas al costado; pero María tenía sus chispas de
brillante.
Poco a poco el trato diario con las gemas llegó a hacer amar a la esposa la tarea del artífice, y seguía con ardor las íntimas delicadezas del
engarce. Pero cuando la joya estaba concluida -debía partir, no era para ella- caía más hondamente en la decepción de su matrimonio. Se
probaba la alhaja, deteniéndose ante el espejo. Al fin la dejaba por ahí, y se iba a su cuarto. Casi se levantaba al oír sus sollozos, y la hallaba
en cama, sin querer escucharlo.
-Hago, sin embargo, cuanto puedo por ti -decía él al fin, tristemente.
Los sollozos subían con esto, y el joyero se reinstalaba lentamente en su banco.
Estas cosas se repitieron tanto que Casi no se levantaba ya a consolarla. ¡Consolarla! ¿De qué? Lo cual no obstaba para que Casi prolongara más
sus veladas a fin de un mayor suplemento.
Era un hombre indeciso, irresoluto y callado. Las miradas de su mujer se detenían ahora con más pesada fijeza sobre aquella muda tranquilidad.
- ¡Y eres un hombre, tú! -murmuraba.
Casi, sobre sus engarces, no cesaba de mover los dedos.
-No eres feliz conmigo, María -expresaba al rato.
- ¡Feliz! ¡Y tienes el valor de decirlo! ¿Quién puede ser feliz contigo? ¡Ni la última de las mujeres!... ¡Pobre diablo! -concluía con risa nerviosa,
yéndose.
Casi trabajaba esa noche hasta las tres de la mañana, y su mujer tenía luego nuevas chispas que ella consideraba un instante con los labios
apretados.
-Sí... ¡no es una diadema sorprendente!... ¿Cuándo la hiciste?
-Desde el martes -mirábala él con descolorida ternura-; mientras dormías, de noche...
- ¡Oh, podías haberte acostado!... ¡Inmensos, los brillantes!
Porque su pasión eran las voluminosas piedras que Casi montaba. Seguía el trabajo con loca hambre de que concluyera de una vez, y apenas
aderezada la alhaja, corría con ella al espejo. Luego, un ataque de sollozos:
- ¡Todos, cualquier marido, el último, haría un sacrificio para halagar a su mujer! y tú... y tú... ¡Ni un miserable vestido que ponerme, tengo!
Cuando se franquea cierto límite de respeto al varón, la mujer puede llegar a decir a su marido cosas increíbles.
La mujer de Casi franqueó ese límite con una pasión igual por lo menos a la que sentía por los brillantes. Una tarde, al guardar sus joyas, Casi
notó la falta de un prendedor -cinco mil pesos en dos solitarios-. Buscó en sus cajones de nuevo.
- ¿No has visto el prendedor, María? Lo dejé aquí.
-Sí, lo he visto.
- ¿Dónde está? -se volvió él extrañado.
- ¡Aquí!
Su mujer, los ojos encendidos y la boca burlona, se erguía con el prendedor puesto.
-Te queda muy bien -dijo Casi al rato-. Guardémoslo.
María se rió.
- ¡Oh, no! Es mío.
- ¿Broma?...
- ¡Sí, es broma! ¡Es broma, sí! ¡Cómo te duele pensar que podría ser mío!... Mañana te lo doy. Hoy voy al teatro con él.
Casi se demudó,
-Haces mal... podrían verte. Perderían toda confianza en mí.
- ¡Oh! - cerró ella con rabioso fastidio, golpeando violentamente la puerta.
Vuelta del teatro, colocó la joya sobre el velador. Casi se levantó y la guardó en su taller bajo llave. Al volver, su mujer estaba sentada en la
cama.
- ¡Es decir, que temes que te la robe! ¡Que soy una ladrona!
-No mires así... Has sido imprudente, nada más.
- ¡Ah! ¡Y a ti te lo confían! ¡A ti, a ti! ¡Y cuando tu mujer te pide un poco de halago, y quiere… me llamas a mí¡¡Infame!
Se durmió al fin. Pero Casi no durmió.
Entregaron luego a Casi, para montar, un solitario, el brillante más admirable pasado por sus manos.
-Mira, María, qué piedra. No he visto otra igual.
Su mujer no dijo nada; pero Casi la sintió respirar hondamente sobre el solitario.
-Un agua admirable… -prosiguió él-; costará nueve o diez mil pesos.
- ¡Un anillo! –murmuró María al fin.
-No, es de hombre… Un alfiler.
A compás del montaje el solitario, Casi recibió sobre su espalda trabajadora cuanto ardía de rencor y cocotaje frustrado en su mujer. Diez
veces por día interrumpía a su marido para ir con el brillante ante el espejo. Después se lo probaba con diferentes vestidos.
-Si quieres hacer después… -se atrevió Casi un día-. Es un trabajo urgente.
Esperó respuesta en vano; su mujer abría el balcón.
- ¡María, te pueden ver
- ¡Toma! ¡Ahí está tu piedra!
El solitario, violentamente arrancado, rodó por el piso.
Casi, lívido, lo recogió examinándolo, y alzó luego desde el suelo la mirada a su mujer.
Y bueno, ¿por qué me miras así? ¿Se hizo algo tu piedra?
-No- repuso Casi. Y reanudó en seguida su tarea, aunque las manos le temblaban hasta dar lástima.
Tuvo que levantarse al fin a ver a su mujer en el dormitorio, en plena crisis de nervios. Su cabellera se había soltado y los ojos le salían de las
órbitas.
- ¡Dame el brillante! -clamó-. ¡Dámelo! ¡Nos escaparemos! ¡Para mí! ¡Dámelo!
-María... -tartamudeó Casi, tratando de desasirse.
- ¡Ah! -rugió su mujer, enloquecida-. ¡Tú eres el ladrón, miserable! ¡Me has robado mi vida, ladrón, ladrón! ¡Y creías que no me iba a desquitar...
cornudo! ¡Ajá! Mírame... No se te ha ocurrido nunca, ¿eh? ¡Ah! -y se llevó las dos manos a la garganta ahogada. Pero cuando Casi se iba, saltó
de la cama y cayó de pecho, alcanzando a cogerlo de un botín.
- ¡No importa! ¡El brillante, dámelo! ¡No quiero más que eso! ¡Es mío, ¡Casi, miserable!
Casi la ayudó a levantarse, lívido.
-Estás enferma, María. Después hablaremos... Acuéstate.
- ¡Mi brillante!
-Buenos, veremos si es posible... Acuéstate.
-Dámelo.
La crisis de nervios retornó.
Casi volvió a trabajar en su solitario. Como sus manos tenían una seguridad matemática, faltaban pocas horas ya para concluirlo.
María se levantó a comer, y Casi tuvo la solicitud de siempre con ella. Al final de la cena su mujer lo miró de frente.
-Es mentira, Casi -le dijo.
- ¡Oh! -repuso Casi, sonriendo-. No es nada.
- ¡Te juro que es mentira! -insistió ella.
Casi sonrió de nuevo, tocándole con torpe caricia la mano, y se levantó para proseguir su tarea. Su mujer, con la cara -entre las manos, lo siguió
con la vista.
-Y no me dices más que eso... -murmuró. y con una honda náusea por aquello pegajoso, fofo e inerte que era su marido, se fue a su cuarto.
No durmió bien. Despertó, tarde ya, y vio luz en el taller; su marido continuaba trabajando. Una hora después Casi oyó un alarido.
- ¡Dámelo!
-Sí, es para ti; falta poco, María -repuso presuroso, levantándose. Pero su mujer, tras ese grito de pesadilla, dormía de nuevo.
A las dos de la madrugada Casi pudo dar por terminada su tarea; el brillante resplandecía firme y varonil en su engarce. Con paso silencioso
fue al dormitorio y encendió la veladora. María dormía de espaldas, en la blancura helada de su camisón y de la sábana. I
Fue al taller y volvió de nuevo. Contempló un rato el seno casi descubierto, y con una descolorida sonrisa apartó un poco más el camisón
desprendido.
Su mujer no lo sintió.
No había mucha luz. El rostro de Casi adquirió de pronto una dureza de piedra y, suspendiendo un instante la joya a flor del seno desnudo,
hundió firme y perpendicular como un clavo, el alfiler entero en el corazón de su mujer.
Hubo una brusca apertura de ojos, seguida de una lenta caída de párpados. Los dedos se arquearon, y nada más.
La joya, sacudida por la convulsión del ganglio herido, tembló un instante desequilibrada. Casi esperó un momento; y cuando el solitario quedó
por fin perfectamente inmóvil, se retiró, cerrando tras de sí la puerta sin hacer ruido.

AUTOR: HORACIO QUIROGA


NEOCLASISMO
1. La Ilustración:

Características:

1. Rebelión contra las autoridades 5. Vuelta a la naturaleza


2. Racionalismo 6. Cristianismo humanizado
3. La idea de “ilustrar” 7. Derechos humanos
4. Optimismo cultural

Una primera frase clave es, como ya sabes, “rebelión contra las autoridades”. Varios de los filósofos franceses de la ilustración visitaron
Inglaterra, país que, en muchos aspectos, era más liberal que su propia patria. Quedaron fascinados por las ciencias naturales inglesas,
particularmente por Newton y su física universal. Pero también fueron inspirados por la filosofía británica, muy especialmente por Locke y su
filosofía política. De vuelta a su patria, Francia, comenzaron a atacar a las viejas autoridades. Pensaban que era muy importante adoptar una
postura escéptica ante todas las verdades heredadas, y que el propio individuo tenía que buscar las respuestas a las preguntas. En este punto
estaban influenciados por Descartes.
Al igual que los humanistas de la antigüedad, como Sócrates y los estoicos, la mayor parte de los filósofos de la Ilustración tenía una fe
inquebrantable en la razón del hombre. Esto era tan destacable que muchos llaman a la época francesa de la ilustración simplemente
“Racionalismo”. Las nuevas ciencias naturales habían demostrado que la naturaleza estaba organizada racionalmente. Los filósofos de la
ilustración consideraron su cometido construir una base también para la moral, la religión y la ética, de acuerdo con la razón inalterable de las
personas. Esto fue precisamente lo que condujo a la propia idea de “ilustración”. Ése fue el punto número tres.
“Ahora hacía falta “ilustrar” a las grandes capas del pueblo, porque ésta era la condición previa para una sociedad mejor. Se pensaba que la
miseria y la opresión se debían a la ignorancia y a la superstición. Por lo tanto, había que tomarse muy en serio la educación de los niños y del
pueblo en general. No es una casualidad que la pedagogía como ciencia tenga sus raíces en la ilustración”.
La obra más representativa de la ilustración es una gran enciclopedia. Me refiero a la Enciclopedia, que salió en 28 tomos entre 1751 y 1772,
con aportaciones de todos los grandes filósofos de la ilustración. “Aquí está todo”, se decía, “desde cómo se hace una aguja hasta cómo se
funde un cañón”.
El siguiente punto es “optimismo cultural”.
En cuanto se difundieran la razón y los conocimientos, la humanidad haría grandes progresos, pensaron los filósofos de la ilustración. Era
simplemente cuestión de tiempo que la sinrazón y la ignorancia cedieran ante una humanidad “ilustrada”. Esta idea ha sido predominante en
Europa Occidental hasta hace un par de décadas. Hoy en día ya no estamos tan convencidos de que todo “desarrollo” sea para bien. Pero incluso
esta crítica contra la “civilización” fue planteada por los filósofos ilustrados franceses.
Algunos de ellos se convirtieron en defensores de “una vuelta a la naturaleza”. Para los filósofos de la época, la “naturaleza” significaba casi lo
mismo que la “razón”. Porque la razón humana proviene de la naturaleza, al contrario que la iglesia y la civilización. Señalaron que los “pueblos
naturales” a menudo eran más sanos y más felices que los europeos, debido a que no estaban “civilizados”. Rousseau fue quien lanzó la consigna:
“Tenemos que volver a la naturaleza”. Porque la naturaleza es buena, y el hombre es bueno “por naturaleza”. El mal está en la sociedad. Rousseau
pensaba también que el niño debe vivir en su estado “natural” de inocencia mientras pueda. Podríamos decir que la idea de valorar la infancia
en sí data de la ilustración. Hasta entonces la infancia había sido considerada más bien como una preparación a la vida de adulto. Pero somos
seres humanos, y vivimos nuestras vidas en la Tierra también mientras somos niños.
Los filósofos de la ilustración francesa no se contentaron con tener puntos de vista teóricos sobre el lugar del hombre en la sociedad. Lucharon
activamente a favor de lo que llamaron los “derechos naturales” de los ciudadanos. En primer lugar, se trataba de la lucha contra la censura,
y, consecuentemente, a favor de la libertad de imprenta. Había que garantizar el derecho del individuo a pensar libremente y a expresar sus
ideas referentes a la religión, la moral y la ética. Además, se luchó en contra de la esclavitud de los negros y a favor de un trato más humano
a los delincuentes.
El principio de la “inviolabilidad del individuo” fue finalmente incorporado a la “Declaración de los Derechos Humanos”, que fue aprobada por
la Asamblea Nacional Francesa en 1789. Esta declaración de derechos humanos constituiría una importante base para nuestra propia
Constitución de 1814.
Pero todavía hay mucha gente que tiene que luchar por estos derechos.
Los filósofos de la ilustración querían afirmar ciertos derechos que todos los seres humanos. Eso era lo que querían decir con “derechos
naturales”. Aún hoy en día se habla de un “derecho natural” que a menudo puede contrastar con las leyes de un determinado país. Todavía hay
individuos, o grupos enteros de la población, que reivindican este “derecho natural” para rebelarse contra la falta de derecho, la falta de
libertad y la represión.

2. El Neoclasicismo

Es un movimiento artístico similar al renacimiento europeo que surge en Francia a mediados del Siglo XVII y se prolonga por todo el siglo
XVIII. El neoclasicismo reacciona contra los excesos del barroquismo y consiste en un retorno a los clásicos grecolatinos, a su estudio, a su
espíritu ya a su imitación. En este movimiento las reglas clásicas se observarán con toda fidelidad y rigurosidad.
Francia era gobernada en aquellos entonces por Luis XIV (1643  1715), Rey Sol, la máxima encarnación del absolutismo (“El Estado soy Yo”)
bajo cuyo reinado las artes y las letras francesas alcanzan su máximo esplendor, es por ello que al Siglo XVIII se le conoce como “El Siglo de
Oro Francés”. El patriotismo de los franceses no sólo estaba extasiado con los triunfos de su ejército, sino también por el brillo y la perfección
de las artes y las letras, imitadas por los demás países. Frente a las exageraciones barrocas, imperantes en Europa, Francia se aferró a las
normas clásicas. La Literatura Francesa fue una literatura académica no sólo porque quedó impulsada y dirigida por la Academia Francesa
(1635), sino también porque se cultivó en los salones aristocráticos, por ejemplo, en los salones del Palacio de Rambouillet y de Madame
Scudéry.
La rigidez del Neoclasicismo estuvo normada por los siguientes tratados:

1. La poética de Aristóteles.
2. La epístola a los Pisones o arte poética de Horacio.
3. El arte poética de Boileau.

En ésta última obra, aparecida en 1674, Boileau nos da un conjunto de normas estilísticas que él llama “clásicas” por haberlas extraído, según
él, de los clásicos grecolatinos. Estas normas se basan en dos fundamentos eternos:
a) En la razón:
La que da a las obras su carácter de verosimilitud, sustrayéndolas de la fantasía. Sólo la verdad es bella. Lo fantástico y lo misterioso deben
ser excluidos de la obra literaria.

b) En lo moral:
El escritor debe perseguir un fin educativo y moral. La obra literaria debe conseguir estos fines.
Estos fundamentos plasmados por Boileau serán características básicas del movimiento artístico que estamos estudiando.

3. Jean de la Fontaine

Escritor francés que produjo las fábulas más famosas de los tiempos modernos. La Fontaine nación probablemente el 8 de julio de 1621, en
Chateau-Thierry, Francia. Estudió en la universidad de Reims. Durante muchos años continuó el trabajo de su padre que era inspector forestal.
A partir de 1659 recibió la ayuda económica de diversos nobles muy poderosos y se dedicó sólo a escribir. Fue miembro de un destacado grupo
literario francés.
Su fama literaria reside en su Cuentos y relatos en verso y en sus Fábulas. Sus obras, entre las que cabe destacar nuevos volúmenes de Cuentos
y relatos en verso y tres colecciones de sus Fábulas, lo convirtieron en uno de los hombres de letras franceses más eminentes de su época. En
1683 fue elegido miembro de la Académie Francaise, pese a la oposición del rey Luis XV. La obra de La Fontaine, por su especial atención a la
naturaleza, influyó en buen número de escritores posteriores. Sus Cuentos y relatos están escritos con una prosa y un ingenio únicos. Sus
Fábulas se distinguen por su agilidad e ingenio narrativo, así como por el amplio conocimiento que el autor tenía de la vida. También escribió
poemas, libretos de ópera y obras de teatro. La Fontaine murió el 13 de abril de 1695 en París.

Las Fábulas de La Fontaine


La palabra "fábula" proviene del latín "fabulam", conversación sin importancia, y de ahí su significado de
rumor o habladuría y, por extensión, todo relato de ficción cuya intención sea esconder una verdad.
En literatura, la fábula es un relato breve, muchas veces en verso y escrito en un tono jocoso que contrasta
con el sentido moral, o moraleja, que cabe extraer del mismo. Para extremar el carácter didáctico y jocoso
de la composición, los sujetos de la ficción suelen ser animales dotados de habla.
Su origen se remonta a las literaturas más antiguas, y algunas de las más conocidas pueden seguirse en su
evolución desde la primitiva versión hindú hasta nuestros días, pasando por Grecia, Roma y las tradiciones
árabes y castellana medieval.
Sus fábulas se publicaron en tres momentos: el primero, en 1668, agrupa seis libros; en 1678-79 aparecen
los libros séptimos al undécimo, y en 1694 el duodécimo y último. Bajo el título de "Fábulas escogidas y El campesino y la serpiente
puestas en verso" salieron a la luz los doce libros citados. El campesino y la serpiente es uno de los
Derivan de Esopo, Fedro y sus continuadores clásicos, pero también de los fabulistas orientales y de los grabados del francés Gustave Doré que
medievales. La Fontaine nunca dejó de lado el fin instructivo de la fábula y a él se empeñó, aparte de con sirvió para ilustrar las Fábulas de La
su nitidez expresiva, con un tacto siempre templado y una pluma caliente. Fontaine, en la edición del año 1867.

La Lechera
Juanita, con su cantarillo de leche, bien puesto a la cabeza sobre el cojinete, pensaba llegar sin obstáculo a la ciudad. Caminaba a paso largo,
ligera y corta de saya, pues sólo se había puesto, para estar más ágil, el refajillo y las sandalias. Así equipada, revolvía en su imaginación lo que
sacaría de la leche y la manera de emplearlo. Compraba un centenar de huevos, hacía tres polladas; con su asiduo cuidado todo iba bien. “Cosa
fácil es, decía, criar los polluelos alrededor de la casa; por muy lista que ande la raposa, me dejará bastantes para comprar un cerdo. Engordarlo,
es cuestión de un poco de salvado. Al comprarlo ya será bastante grande; al revenderlo, me valdrá muy buen dinero. Y ¿quién me impedirá,
valiéndome tanto, meter en el establo una buena vaca con su becerrillo, y verlo triscar en medio del rebaño?” Al decir esto, Juanita brinca
también, llena de gozo. Cae el cántaro y se derrama la leche. ¡Adiós vaca y becerro! ¡Adiós cochino! ¡Adiós polluelos! La dueña de tantos bienes,
mirando con ojos afligidos su fortuna por los suelos, volvió a excusarse con su marido, y se vio en peligro de una buena tunda.
* * *
¿Quién no se hace ilusiones? ¿Quién no construye castillos en el aire? Todos, desde el soberbio Pirro hasta la Lechera; todos, los mismos los
sabios que los locos. Soñamos despiertos, y no hay nada más agradable; halagadoras fantasías se apoderan de nuestras almas; todos los bienes
del mundo son nuestros entonces: riquezas, honores mujeres. Cuando estoy a mis solas, soy tan valiente que desafío al más bravo, y voy a
destronar al Sofí de Persia. Elíjenme rey; mi pueblo adora en mí; llueven coronas sobre mis sienes. Pero, a lo mejor, cualquier accidente me
vuelve a la realidad, y soy un pobre Juan lo mismo que antes.
(Libro VIIX)
Las Mujeres y el Secreto
Nada pesa tanto como un secreto: es una carga que abruma al sexto débil; y, en esto, conozco a muchos hombres que son mujeres también.
Para probar a la suya, comenzó a gritar un marido, cuando estaba en la cama:
¡Santos cielos! ¿Qué es esto? ¡No puedo más! ¡Voy a reventar! ¡Ay! ¡He puesto un huevo!
¿Un huevo?
Si, ahí lo tienes: aún está caliente. No lo digas a nadie: me llamarían gallina.
La mujer, ignorante en esta y otras muchas cosas, lo creyó, y puso a todos los dioses por testigos de la solemne promesa que hizo de callarse;
pero los juramentos se desvanecieron juntamente con las tinieblas nocturnas. Apenas rayó el día, dejó el lecho la indiscreta esposa, y corrió a
buscar a la vecina:
! ¡Ah, comadre!, le dijo, ¡si supierais lo que pasa! No me descubráis, porque lo pagaría yo: mi marido ha puesto un huevo tan grueso como el
puño. ¡Por Dios, guardad bien el secreto!
¿Os burláis?, contestó la comadre: no sabéis quién soy yo. Id descansada.
Y volvió satisfecha a su casa la habladora.
Ardía la otra en deseos de esparcir la novedad, y en seguida corrió a contarla de casa en casa; pero, en lugar de un huevo, dijo tres. Y no
quedaron en tres, porque otra comadre habló de cuatro, refiriendo el caso al oído, precaución excusada, porque ya no era un secreto para
nadie. Y gracias a la pública voz y fama, fue creciendo el número de los huevos, y antes de acabar el día eran ya más de ciento.
(Libro VIIIVI)
El Oso y el Floricultor
Un Oso selvático, relegado por su pícara suerte a un bosque desierto, vivía, nuevo Belerofonte, a solas y escondido. Volviese loco, porque no
hay cosa que más trastorne la mollera que el aislamiento. Hablar es bueno; callar, aún es mejor; pero una y otra cosa, llevadas al exceso, con
igualmente dañinas. No apareció bicho viviente en los lugares habitados por el Oso, y al fin, Oso como era, se aburrió, sin embargo, de aquella
triste vida. Mientras se entregaba al tedio, se fastidiaba también soberanamente un Viejo que vivía en las cercanías. Gustaba de los jardines:
era sacerdote de Flora, y a la vez de Pomona. Buenas aficiones son; mas, para completarlas, hace falta algún amigo: los jardines no dicen nada,
a no ser en mis fábulas. Cansado de vivir con mudos, nuestro hombre salió de casa una mañana, resuelto a buscar compañía. Con el mismo objeto
había bajado el Oso de sus cerros; y en un recodo del camino encontráronse entrambos. Entróle miedo al viejo; pero ¿cómo evitar el encuentro?
¿Qué hacer? Lo mejor en estos casos es echarla de valiente. Disimuló, pues. El Oso, que nunca pecó de cortés, le dijo: “! Hombre, ven a verme;
¡hazme una visita!” El Viejo díjole a su vez: “Señor, allí tenéis mi casa. Si os dignáis honrarla, os ofreceré un humilde refrigerio. Tengo frutas,
tengo leche: no será propio este pobre obsequio de Su Excelencia el señor Oso; pero ofrezco lo que tengo”. Aceptó el huésped de las selvas y
marcharon juntos.

Antes de llegar a casa, ya eran buenos amigos; una vez en ella, encontráronse en sus glorias, y fueron excelentes camaradas. Dicen que más
vale estar solo que en compañía de un necio; pero, como el Oso no decía cuatro palabras en toda la jornada, no le servía de estorbo al Floricultor
para sus faenas. Iba al monte y traía buena caza, y aún le prestaba al compañero mejor servicio: cuando éste dormía, le espantaba las moscas.
En cierta ocasión en que el Viejo estaba profundamente dormido, se le paró uno de esos incómodos volátiles en la punta de la nariz. El Oso la
espantaba; ella volvía, y ya estaba exasperado el velludo animal. “Verás cómo te atrapo”, dijo en sus adentros; cogió un peñón, lo arrojó con
toda su fuerza, y aplastó la mosca, sí, pero quebrándole los cascos al camarada.

Nada hay peor que un amigo torpe; vale más un enemigo avisado.

V. Contesta:

1. ¿Qué es el Neoclasicismo?

2. ¿Cuáles son las características de la Ilustración?

3. ¿Cuál fue el género que más se desarrolló en el Neoclasicismo?

VI. Completa:

1. El Neoclasicismo surge en el Siglo .


2. La Fontaine desarrolló el género en la especie de .
3. Luis XIV fue llamado .
4. Las normas clásicas se basan en dos fundamentos eternos y .
5. La poética fue escrita por .

VII. Responda V o F según corresponda:

V F

1. El neoclasicismo surge en Francia ( ) ( )


2. La finalidad de los neoclásicos es la de recuperar la imagen del hombre antiguo ( ) ( )
3. La fábula proviene del latín “fabulary” ( ) ( )
4. La fábula tiene como antecedente a Esopo, Fedro ( ) ( )
5. La fábula pertenece al Género Expositivo ( ) ( )
VIII. Resuma:

En la fábula el oso y el floricultor está de acuerdo con la moraleja final, ¿por qué?

IX. Dibuje:

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