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Tema 19. LA POBLACIÓN ESPAÑOLA.

COMPORTAMIENTO
DEMOGRÁFICO. FENÓMENOS MIGRATORIOS.

1-EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA.


2-ESTADO Y ESTRUCTURA DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA
ACTUAL.
3-COMPOSICIÓN SOCIOPOBLACIONAL.
4- POLÍ TICA DEMOGRÁFICA.
5-EL FUTURO DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA: PROBLEMAS Y
PERSPECTIVAS DEMOGRÁFICAS
6-BIBLIOGRAFÍ A.
7- PÁGINAS WEB.

1- Evolución de la población española.

El siglo XVIII puede tomarse como punto de partida para una nueva trayectoria
demográfica en España. Si tomamos como base el censo de Jerónimo de Ustáriz (1717),
observamos que la población española no ha dejado de aumentar de forma ininterrumpida hasta
la actualidad. El saldo vegetativo ha sido positivo. En épocas anteriores a esta fecha la
población española, como la europea, vivió bajo un régimen de mortalidad catastrófica: las
epidemias y la falta de alimentos provocan crisis de subsistencias que confluían e la supresión
del un excedente demográfico acumulado en los años de bonanza. Territorios como Castilla
soportarán una situación más grave, al confluir otros factores político-económicos de mayor
incidencia: imperialismo militar-colonizador (provocador de una migración y mortalidad
importantes: estéril desde el punto de vista económico, como los casi dos siglos de guerra
contra el Milanesado, Nápoles o Parma), desincentivización de la actividad productiva por la
afluencia de metales preciosos sobre una economía incapaz de absorberlos, etc.

La población española aumenta a partir del siglo XVIII. Concretamente en 1717 era de
aproximadamente 7,5 millones, y en 1768 unos 9,3 millones, alcanzando a finales de siglo los
10,5 millones (año 1795). De esta forma, en el período 1717-98, primero del que existen datos
sistemáticos de censos de población, podemos decir que existe un crecimiento del 40%, con una
tasa de crecimiento interanual estimativa de un 0,42%, no muy distinta a la registrada en esas
fechas en los países de Europa occidental.

El crecimiento de la población española se mantuvo constante a lo largo del período


siguiente, con 16,6 millones de habitantes en 1860, o 18,6 en 1900.

El siglo XVIII supone el punto de partida en cuanto a un cambio en el régimen


demográfico tradicional, que en los países avanzados de la Europa Occidental fue acompañado
de un cambio en el régimen económico. Sin embargo, en el caso de España no existió esa
paridad incremento de población-desarrollo económico (y más específicamente, revolución
industrial): el crecimiento iniciado a partir del siglo XVIII se debió más a la supresión de la
mortalidad catastrófica, y a la introducción de cultivos como el maíz y la patata, que salvaron
de inanición (por el caso de la mayor resistencia a climas extremos y poco pluviosos de la
patata) en épocas de crisis climáticas, y aumentaron la fertilidad (específicamente por el mayor
aporte de vitamina E de la patata), prolongaron la esperanza de vida y frenaron la emigración
exterior (factor al que también contribuye la emancipación de las colonias americanas). Una
mayor productividad agraria acabó con lo que constituía uno de los principales frenos al
crecimiento de la población, como era el celibato, a su vez incrementado por los tradicionales
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obstáculos sociales a la nupcias, como los pleitos dotales (muy gravosos), o el concepto social
que se tiene respecto a los segundos matrimonios (contra el que levantará su voz Jovellanos), el
elevado número de fundaciones religiosas (contra el que protesta Cabarrús en 1792), etc.

El siglo XVIII es un siglo de marcado sentimiento poblacionista, como demuestra la


preocupación censal, o la creación desde 1801 del registro civil. El siglo XIX apenas presentará
variaciones respecto a los comportamientos demográficos descritos, en tanto que en el siglo XX
únicamente puede destacarse una primera y efímera liberalización de esa política pronatalista
que sucede durante la Segunda República. En cambio sí puede decirse que la Primera Guerra
Mundial tuvo una incidencia significativa, al acelerar el proceso de creación de industria
(siquiera coyunturalmente, para llenar el vacío de las potencias europeas) y por tanto favorecer
ligeramente la industrialización, y por la acentuación de la emigración exterior, sobre todo
canalizada hacia Francia.

Una vez terminada la P.G.M., se produjo una gran epidemia que elevó
considerablemente la mortalidad en España, coincidiendo además con años agrícolamente
críticos. Algunos demógrafos consideran a la gripe de 1918 como la última de las grandes
catástrofes epidérmicas.

En segundo lugar, la guerra civil (sobre cuyas víctimas no existe aún un consenso -
¿250.000 o un millón de muertos?-) supuso un incremento notable de la mortalidad, un
descenso al 16,4 por mil de la natalidad en 1939, y un marcado "bocado" en la pirámide de
población en el estrato de las generaciones que entonces tenían entre 18 y 40 años. Por último,
la salida de unos 300.000 exiliados tras la guerra supuso otra traba al incremento futuro de
población: se trató de una migración definitiva para buena parte de los salidos (primero
canalizados hacia Francia, y luego hacia Hispanoamérica), y temporal para un número
difícilmente precisable para buena parte de los exiliados.

Pero en general se trata de coyunturas y matices a ese incremento de población


señalados que no modifican sustancialmente los comportamientos demográficos. La revolución
demográfica no se inicia en España hasta el siglo XX, y de forma más concreta hasta mediados
de siglo, en que existe una nueva coyuntura económica (inicio del desarrollismo industrial). El
crecimiento de la población española a partir de ese momento será espectacular,
particularmente en los años 50, en que decididamente se decanta España por un régimen
demográfico contemporáneo, especialmente gracias a la caída de la mortalidad por debajo de
valores del 10 por mil, al tiempo que se mantiene (por la mentalidad imperialista imperante)
unas tasas de natalidad constantemente superiores al 20-22 por mil. Incluso en la población
rural los índices de natalidad se mantendrán elevados, al tratarse de población generalmente
joven y de origen rural la que forma lo principal de su composición. El nacional-catolicismo
redunda en la casi ausencia de modificaciones respecto a las prácticas contraceptivas. Y, en
segundo lugar, la escasa incorporación de la mujer al mundo del trabajo (como seña distintiva
del desarrollo de la sociedad industrial en la España de los 40 y 50) y la persistencia de su rol
de ama de casa y madre (no olvidemos el estatus que el franquismo otorga a la familia, y el
papel específico de la mujer dentro de ella), supone el mantenimiento de las altas tasas de
natalidad hasta casi el mismo momento de la sustitución del régimen: cada vez es mayor la
descompensación entre unas tasas de mortalidad plenamente correspondientes a un país
desarrollado occidental, y unas tasas de natalidad propias todavía de la fase de transición
demográfica.

La población de España en 1991 era de 38.872.268 habitantes (censo de 1991); en 1995


la población estimada alcanzaba los 40.460.055 habitantes, con una densidad media de unos 80
hab/km2. La población se ha ido haciendo cada vez más urbana y en la actualidad más del 75%
de ella vive en ciudades y pueblos grandes.

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Como segundo rasgo distintivo, este crecimiento espectacular no ha sido uniforme ni
equilibrado. Si nos atenemos a la variación entre 1900 y 1970, son muy pocas las provincias
que ganan un porcentaje de población superior a la media (pero lo hacen en valores muy
elevados), mientras la mayoría crecen por debajo de la media (es decir, débilmente) o pierden
población:

 Crecimiento marcado: Madrid, Barcelona, Las Palmas, Tenerife, Vizcaya,


Guipúzcoa,
Sevilla...
 Crecimiento moderado: Álava Cádiz, Valladolid, Valencia, etc.
 Crecimiento negativo: Zamora, Soria, Guadalajara, Teruel...

Varias conclusiones se deducen del análisis de las densidades españolas a lo largo de los
últimos siglos, como indica J. Vilá Valentí. El primer lugar, la densidad media española, dentro
del período tradicional, ha sido siempre baja o mediana (con valores de 12 a 14 habitantes por
kilómetro cuadrado entre los siglos XIII al XVIII), siendo especialmente notable la existencia
de áreas agrícolas con densidades muy bajas, de entre 5 y 10 habitantes por kilómetro cuadrado.
España, pues, ha sido un conjunto territorial poco poblado en el conjunto de los países
mediterráneos, con una densidad muy inferior a Portugal e Italia: así, en 1985, a los 75
habitantes por kilómetro cuadrado de España le corresponden 107 en Portugal y 186 en Italia.

Mientras en la segunda mitad del siglo XV y primera del XVI existía un área que
podemos considerar relativamente poblada en el centro del territorio español,, entre Castilla la
Vieja, León, Castilla la Nueva y Extremadura, en las dos centurias siguientes este territorio ha
sufrido cierta pérdida de población, al tiempo que la periferia, con zonas de baja densidad a
finales de la Edad Media, como es el caso de Andalucía y Cataluña, presentaban un aumento de
población. Esta tendencia se acentúa a lo largo del XIX y XX.

El segundo rasgo llamativo es la concentración de la población en municipios urbanos.


En 1900, el 68% de la población (18 millones de habitantes) vive en núcleos de menos de
10.000 habitantes; en 1970, sólo el 33,5% de los 33 millones de habitantes; y en 1995 (con 39,2
millones de habitantes -ocupando España el 22º lugar en la lista de países más poblados) vive
un 75,3% en dichas localidades.

El crecimiento de las áreas urbanas ha sido incontrolado, porque el ritmo de


modernización demográfica se ha producido de modo diferente al del conjunto del país. La
urbanización fue rápida y temprana en algunas regiones como Cataluña, País Valenciano y
Baleares, así como en las grandes ciudades, donde la natalidad específica descendió a valores
inferiores al 20 por mil. Por el contrario, la modernización demográfica ha sido lenta y tardía en
regiones como Castilla (especialmente en su mitad norte), Extremadura o Andalucía. La mayor
parte del crecimiento vegetativo se ha concentrado en las regiones rurales, mientras que las
demás presentaban saldos vegetativos ligeramente positivos. En cambio, el crecimiento de
población ha tenido un carácter explosivo en las ciudades: es decir, el crecimiento real se ha
producido de forma contraria al crecimiento vegetativo.

Entre 1900 y 1970 más de 10 millones de personas han cambiado de domicilio, y de


ellos 7 lo han hecho en el período 1950-1970. El principal cambio ha consistido en el abandono
de las áreas rurales y la masiva concentración en núcleos de polarización de la emigración:
Madrid, ciudades industriales de Cataluña, País Vasco y Comunidad Valenciana, que entre
principios de siglo y 1970 han pasado de tener un 25% de la población total a un 40%. Se ha
producido un crecimiento desbordado, por la falta de planificación adecuada en el crecimiento
de las grandes ciudades. Antes de 1960 las autoridades españolas consideraban que esa
migración era normal, necesaria, armónica con el crecimiento industrial país, liberando al
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campo de sus excedentes demográficos: la opinión oficial, triunfalista, concebía esta realidad
como producto del importante desarrollo industrial alcanzado por España, o por la superación
de una economía agrarista. En cambio puede considerarse como la manifestación de una
profunda crisis estructural del campo español: si en 1940 la población agrícola es el triple de la
de los otros dos sectores, en apenas 30 años descendió a 2,5 millones de agricultores. Podemos
decir que en tan breve espacio de tiempo la sociedad española se ha convertido en una sociedad
polarizada por un pequeño grupo de empresarios agrícolas, industriales, del comercio y de los
servicios, y una masa creciente de asalariados, hecho que se manifiesta nítidamente en la
estructura socioprofesional, estructura en la cual el grupo que predomina es la clase obrera.

Se produce también un doble desplazamiento exterior de la población: hacia


países extranjeros y hacia las regiones industrializadas de nuestro país, pero con un
mismo origen: la población parte de las áreas rurales, con dos fases distintas:

 Desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX predomina la


emigración transoceánica.
 A partir de 1950 y hasta la crisis de 1973, orientada hacia los países de la
Europa occidental (Alemania, Francia, Bélgica, Inglaterra...), países escasos en
mano de obra tanto en el sector industrial como de servicios. La valoración de esta
migración también es dispar: se habla de entre 1 y 2 millones de emigrantes, con
una duración de la estancia exterior muy variable, pero que sin duda contribuyó a
paliar en parte la todavía alta tasa de fecundidad (pues generalmente fue una
migración exclusivamente masculina, incluso en el caso de matrimonios)

Esta emigración al extranjero, una parte importante de la cual ha regresado tras un


período de estancia más o menos prolongado, será de crucial trascendencia económica en
el denominado milagro español, por la llegada de divisas.

2- Estado y estructura de la población española actual.

En 1995, los 39,2 millones de población de hecho distribuidos sobre una


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superficie próxima al medio millón de Km , podemos cifrar la densidad de población en
España en 77 habitantes por Km2, valores que podemos analizar como una densidad
media. Su principal característica espacial es la irregularidad de su distribución. Las
provincias del interior, que reúnen dos terceras partes de la superficie de nuestro país,
sólo cuentan con el 40% de la población, mientras que las provincias litorales, que suman
algo menos de la tercera parte del territorio, cuentan con al menos el 60% de la
población.
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El núcleo de provincias con una densidad mayor a los 150 hab. por Km lo
constituyen Madrid, Vizcaya, Guipúzcoa, Barcelona (todas ellas con más de 300
habitantes por Km2), Valencia, Alicante, Baleares, Canarias, Málaga y Pontevedra. Un
segundo grupo, de densidades entre 80 y 150 hab. por Km2 está formado por Coruña,
Asturias, Cantabria, Álava, Gerona, Tarragona, Murcia, Cádiz y Sevilla. La oleada de
provincias menos densamente pobladas está formado por las provincias interiores,
además de Huesca y Lérida, siendo especialmente baja en Teruel, Soria, Huesca, Cuenca
y Guadalajara, con densidades inferiores a los 15 hab. por Km2...

Entre los focos más densamente poblados del país, pueden destacarse:

 Foco madrileño: área metropolitana de Madrid, que engloba además del núcleo
central los municipios anexionados desde 1940 (Barajas, El Pardo, Carabanchel,

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Vallecas, Villaverde), Alcobendas y San Sebastián de los Reyes-Coslada, Getafe, Parla,
Pinto, Alcalá y Torrejón.
 Foco barcelonés: el área metropolitana barcelonesa la componen, además de
Barcelona, Hospitalet, Sta. Coloma y Badalona, en un eje que tienen 20 Km. por 40-60
de tamaño.

 Foco bilbaíno: a ambos lados del Nervión, abarcando la casi totalidad de


la provincia de Vizcaya. Además de los núcleos de la ría (Sestao, Baracaldo,
Portugalete, Santurce), la mancha de gran densidad alcanza Amorebieta, Durango,
Basauri y Zalla.

 Franja litoral levantina: se trata de una superficie más extensa, y cuya


densidad sigue siendo elevada pero a base de municipios más pequeños (de
menos de 100.000 habitantes), discontinuos pero próximos entre sí: desde
Sagunto hasta Cartagena, pasando por todo el área metropolitana de Valencia e
incorporando las localidades de Alcoy, Alicante, Elche, Murcia y Lorca.

 Bahía de Cádiz, en una superficie relativamente reducida, en la que se


concentran Sevilla y su área metropolitana, Jerez, Puerto Real, San Fernando,
Puerto de Sta. María, Rota y Chiclana.

 El llamado Ocho asturiano, formado por Avilés y Gijón (a ambos lados del
cabo de Peñas), Oviedo en el centro, y Mieres, La Felguera y Sama de Langreo al
S.

 También un sector del NO gallego, alrededor de Ferrol-Coruña-Ares-Betanzos.

 La España insular, balear y canaria.

Como espacios especialmente despoblados, o desiertos poblacionales, pueden


señalarse:

-El sistema Ibérico, al E de Burgos y abarcando toda Soria, Guadalajara, Teruel, Cuenca
y Albacete.
-El islote en torno a Madrid: Ávila, Segovia, Toledo, Guadalajara y Cuenca.

- El semidesierto extremeño-manchego.

- Las zonas de alta montaña, especialmente en Pirineo oscense y leridano.

En los años 60 tiene lugar de forma decidida una decantación de lo que habría de ser la
actual forma en que se presenta la densidad de población: Soria, Cuenca y Teruel pierden más
de una quinta parte de su población en esos 10 años; Guadalajara, Badajoz, Segovia, Zamora y
Cuenca pierden entre el 15-20%.

En cuanto a las causas de la actual distribución de la población, pueden distinguirse dos


etapas clave de la trayectoria histórica. Durante la etapa de dominio romano y árabe, la
Península conoció un Sur próspero y poblado frente a un Centro y Norte de escaso potencial
demográfico; más tarde, en la época imperial, una España interior rica y poblada frente a unas
costas pobres en hombres salvo en el litoral andaluz y algunos sectores del Mediterráneo. En
general puede afirmarse que la distribución por el solar español era mucho más armónica de lo
que lo es en la actualidad. Madrid, Barcelona y el País Vasco suponían todavía en 1920 sólo el
17% de la población española, mientras que en la actualidad representa casi el 45%. Si bien es
cierto que algunas de las grandes urbes actuales (Zaragoza, Sevilla, Málaga, Barcelona) cuentan
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su historia por milenios, no lo es menos que abundan los núcleos de un pasado muy glorioso,
hoy demográficamente decadentes (Toledo, Astorga, Mérida). Al ritmo que ha ido aumentando
en los últimos siglos el intervencionismo del Estado y en general su protagonismo político,
social y económico, mayor ha sido el peso de la política y de las decisiones administrativas en
orden a la distribución de la población, su concentración en ciertos núcleos y su abandono de
otros lugares, menos asistidos estatalmente. El ejemplo clásico de motivación política es
Madrid. La creación de los Polos de Promoción o Desarrollo, los trazados de las autopistas, los
grandes proyectos agrarios españoles, etc.: Vitoria y Pamplona deben su engrandecimiento a las
ventajas del estatuto foral, Avilés medró en razón de la instalación de Ensidesa, Burgos (cuya
población aumentó el 50% en los años 60) y Valladolid por ser focos de desarrollo, etc.

España, como hemos indicado, ha experimentado una tardía transición demográfica. En


1900 mostraba valores de natalidad y mortalidad altos: un 35 por mil (algo más en 1905) y un
27 por mil. En 1918, por la ya aludida oleada de gripe, la mortalidad aumentó hasta el 32 por
mil, por encima de la natalidad (inferior al 30 por mil); y la misma situación de crecimiento
vegetativo negativo se produce en 1939 (mortalidad del 19 por mil y natalidad de un 16 por
mil). En general la natalidad se mantiene por encima del 20 por mil hasta una fecha tan tardía
como 1973, cayendo sin embargo en picado hasta el 10 por mil de 1990, uno de los valores más
bajos del mundo. Por contra (como en parte hemos indicado), la mortalidad descendió mucho
más tempranamente: en la década de los 40 descendió hasta el 10 por mil, situándose en dicho
valor de forma estable. A medida que nos acercamos a 1990 se ha incrementado ligeramente,
merced al envejecimiento de la población, todavía con valores bajos (8,75 por mil).

En definitiva, el proceso mediante el cual la población española ha pasado desde una


situación de altas tasas de natalidad y mortalidad a otras situaciones caracterizadas por bajas
tasas de ambas ha seguido el modelo europeo de transición demográfica, pero con un retraso
cronológico considerable, especialmente en cuanto a la reducción de la natalidad se refiere.
Mientras que los países europeos industrializados esa transición tiene lugar a principios del
siglo XX, en España se ha producido después de 1960, y a partir de 1975 el descenso ha sido el
más rápido de España. Según las encuestas sobre tendencias de comportamiento efectuadas por
sociólogos como Amando de Miguel, parece que a finales de siglo se producirá un ligero
repunte del número de hijos por pareja (actualmente con el menor índice de toda Europa), lo
que no va a evitar el carácter de pirámide regresiva.

Un rasgo notorio de la población española es su envejecimiento. Si se comparan


las pirámides de población de 1950 y 1995 se aprecian notables cambios: en 1950 todavía
presenta los caracteres propios de una población joven. En cambio, en 1995 se aprecian
los siguientes rasgos:

 En la base de la pirámide hay un desequilibrio entre los sexos. Hasta los


45 años España tienen más hombres que mujeres, debido a que nacen más niños
que niñas.

 La reducción de los grupos de edad inferiores a los 20 años es


consecuencia del descenso espectacular del índice de natalidad.

 Entre los 55 y 59 años se puede observar una reducción importante del


porcentaje de población, debido al descenso de nacimientos y aumento de
muertes durante la Guerra Civil.

 En la cima de la pirámide la tendencia de distribución por sexos se


invierte y hay más mujeres que hombres, debido a la sobremortalidad masculina,
en una sociedad tradicional donde la mujer apenas se incorpora al mundo laboral
(junto a razones estrictamente biológicas).
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Este envejecimiento acusado de la población es relativamente reciente. En 1970
tenían menos de 15 años el 28% de los españoles, mientras que menos del 10% tenían
más de 65 años. La tasa de masculinidad (número de varones por 100 dividido por el
número de mujeres) era en 1975 de 96,3 por 100, menor que en la actualidad, lo que
indica un descenso en la reducción de la disimetría sexual, debido a razones sociológicas
como la incorporación de la mujer al mundo del trabajo: la mortalidad, tradicionalmente
más acusada en los hombres que en la mujeres (sobremortalidad masculina, derivada de
accidentes laborales y de circulación, stress e infartos, alcoholismo, enfermedades
profesionales como la silicosis, etc.), así como la emigración laboral selectiva, hacían a la
altura de 1970 que el número de hombres fuera inferior al de mujeres a partir de los
habitantes con 30 años, mientras que en nuestros días la diferencia se reduce.

En todo caso, la actual forma irregular de la pirámide de edades habla de una


sociedad en regresión demográfica, además de una historia demográfica excesivamente
movida, y de una población con una alta esperanza de vida, con una gran altura, como
corresponde a su carácter de país moderno.

3- Composición socio-poblacional.

En cuanto a la población activa ("conjunto de personas que suministran mano de


obra disponible para la producción de bienes y servicios", según la Oficina Internacional
del Trabajo de la ONU), en España estaba constituida en 1976 por un 37% de la
población total, porcentaje muy inferior al de los países de Europa Occidental. No
precisamente porque la población en edad de trabajo fuera proporcionalmente escasa,
sino por la escasa incorporación de la mujer al trabajo. En 1995 la población activa era,
paradójicamente teniendo el envejecimiento de la población, superior: cerca del 40%.

Pero se trata de una sociedad definida por la creciente terciarización.


Paralelamente, ha existido una disminución constante durante el siglo XX de la población
activa agraria: si a principios de siglo constituía dos terceras partes de los individuos
económicamente activos, en 1930 ya se había reducido a la mitad de ellos. A partir de
1960, el descenso de la población ocupada en la agricultura ha sido vertiginoso. En el año
1995 sólo el 9% de los trabajadores se dedicaban a las tareas propias del sector primario.
La conjunción de varios factores explican este trasvase ocupacional: la escasa
rentabilidad de las pequeñas explotaciones agrarias; el proceso de industrialización de los
años 60 y el éxodo urbano parejo; la fuerte modernización del campo, que provocó el
aumento de la productividad en los últimos tiempos y un excedente en la mano de obra
agrícola. En la actualidad el sector primario constituye apenas el 4% del Producto Interior
Bruto, si bien se ha incrementado hasta los 2,5 billones de pesetas.

Paralelamente se ha producido un proceso de inicial crecimiento y posterior caída


de la población activa industrial. Desde 1950 a 1972 el crecimiento del producto
industrial fue sorprendente, un 160%, sin precedentes en la Europa desarrollada. En 1970
la población industrial alcanzaba un valor máximo del 37,3%, iniciándose posteriormente
un descenso de los activos del sector secundario, que en 1995 ya sólo sumaban el 30%.
Los factores a los que cabe achacar el crecimiento industrial español son tanto de orden
externo como interno; la acción combinada del turismo y las inversiones extranjeras; la
liberalización y apertura al exterior de la economía; el establecimiento de polos de
desarrollo regionales; y la financiación estatal de las empresas industriales. El posterior
proceso de contracción de la población activa tiene que ver con un mayor grado de
mecanización de la actividad, la crisis estructural de superproducción.

El incremento de la ocupación en el sector servicios fue paralelo al proceso de


industrialización. La expansión industrial suscitó la creación de empresas de servicios
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capaces de satisfacer sus nuevas necesidades: el incremento de los salarios industriales,
que alcanzó entre 1964 y 1972 un 287%, permitió un impulso de los niveles de consumo
y la demanda de nuevos servicios. La población asalariada en el sector terciario pasó de
2,2 millones en 1960 a 3 millones en 1970, fecha en la que ya constituía un 38% de la
población activa, sobrepasando por primera vez a la industrial.

Más recientemente los trasvases de la población ocupada entre los diferentes


sectores de la actividad económica mantienen las tendencias descritas anteriormente.
Desde 1975 el sector agrario se redujo en más de 1,5 millones de empleos. La continua
pérdida de población activa en el sector agrario se desacelera en el período 1978-1985,
como consecuencia de la crisis que atravesaron los restantes sectores productivos,
especialmente la industria y la construcción. Desde 1978 el sector secundario muestra
importantes fluctuaciones en el número de empleados, habiendo perdido 700.000 puestos
de trabajo (incluyendo la construcción).

En nuestros días el 60% de los ocupados trabajan en España en el sector terciario.


Pero a pesar de este incremento, el sector se muestra incapaz de absorber a la población
activa desplazada del resto de los sectores económicos. Motivo por el cual se produce el
hecho insólito de que en nuestros días trabajan menos personas que en 1975.

La renta per cápita también ha experimentado una evolución notable. Si en 1980


era de poco más de 300.000 ptas., en 1993 alcanzaba ya una cifra próxima a 1,3 millones.
Incluso teniendo en cuenta las pesetas constantes, se nota un incremento de más del 50%.
La distribución de la renta per cápita (cifra resultante de dividir entre el número de
habitantes el valor de los bienes y servicios producidos en ese país, una vez deducidos los
pagos realizados al exterior durante un año concreto) mostraba una gran variación
regional:

 Las provincias más ricas se encuentran en la parte oriental de la península,


ocupando el eje del valle del Ebro y el del Mediterráneo: además de Madrid, Barcelona,
Girona, Baleares, Álava y Navarra. Un conjunto de provincias todavía con valores
superiores a la media son Burgos, Segovia, Soria, Huesca, Lleida, Teruel (por su baja
densidad de población), Zaragoza, Castellón, La Rioja, Valencia y Alicante.
 Las provincias que no alcanzan la media nacional se localizan al noroeste, en el
interior (a excepción de Madrid) y en el sur del país.

Ramón Perpiñá en su Corología, elaboró un modelo ya clásico de distribución


geográfica de la población española, que era eco del viejo modelo estudiado por
Christaller en Baviera y su teoría de los "lugares centrales". Perpiñá estableció un modelo
geográfico de distribución a base de un hexágono de lados un tanto desiguales, que con
centro en Madrid, sitúa sus lados o ángulos en Bilbao, San Sebastián, Barcelona;
Valencia-Alicante-Murcia; Sevilla-Cádiz; Lisboa; Vigo-Coruña. En la terminología de
Perpiñá se denominan dasicoras a los extremos mencionados, o centros de atracción de la
población de su hinterland o areocoras. De este modo establece la tan distinta densidad de
las dasicoras frente a los espacios intermedios y el impulso migratorio que orienta a los
habitantes de estos últimos hacia aquéllas, lo que genera un vacío cada vez mayor en el
espacio intrapeninsular en beneficio de los sectores extremos y del centro. Si el esquema
se completa prolongando por el litoral algunos de los lados del exágono (Bilbao-San
Sebastián-Oviedo; Sevilla-Cádiz-Málaga-Córdoba) y a base de unas escalas intermedias
o intercoras, hacia el N, Valladolid, hacia el NE, Zaragoza, y hacia el S, Córdoba, el
modelo constituye indudablemente un primer acercamiento a la actual distribución de la
población española. La capacidad de absorción de población y su dinamismo
demográfico, aunque distinto en cada caso, es comparativamente grande y su crecimiento
tiene lugar a expensas del correspondiente hinterland, que en el caso de Barcelona se
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extiende hasta Andalucía y en el de Madrid engendra un vacío demográfico en toda la
Meseta. Queda también subrayado el hecho de la coincidencia de dicha distribución con
la disposición radial de las comunicaciones españolas tanto por carretera como por
ferrocarril. Son el centro y las terminales de esa red las que vacían la España interior a lo
largo de tres ejes: un eje NE-SO (Barcelona-Lisboa), otro N-S (San Sebastián-Cádiz), y
un tercero NO-SE (La Coruña-Alicante).

En la actualidad, el mayor índice provincial de desarrollo se registra en Barcelona,


Madrid, Vizcaya, Guipúzcoa y Valencia, mientras que 15 provincias muestran índices
alarmantemente inferiores a la media: Granada, Orense, Segovia, Ciudad Real, Badajoz,
Almería, Soria, Guadalajara, Lugo, Zamora, Albacete, Ávila, Cáceres, Cuenca y Teruel.

Para el conjunto de la población, también se han producido cambios importantes:


en 1980 el 10% de los españoles con menor renta recibían sólo el 2,41% de la renta total,
mientras en la actualidad esta participación (del tramo inferior, genéricamente
considerado "pobre") esta participación aumentó al 2,85%. De la misma manera, el 10%
de españoles con mayor nivel de renta reunía el 29,23% de la renta total, disminuyendo
este porcentaje al 28,01% en 1993. Es decir: las diferencias sociales, dentro del proceso
genérico de desarrollo. La misma idea se ve refrendada si se tienen en cuenta indicadores
sociales de otra etilogía, en constante aumento desde 1980, como el número de teléfonos
por 1.000 habitantes, el de médicos, o el de automóviles.

4- Política demográfica.

La historia reciente de España a sufrido varios episodios muy dispares. Hasta el


final del franquismo prevaleció esa idea imperial favorable a la familia numerosa. En
1970 el tamaño medio de la familia era de 3,84 miembros, fluctuando entre sus máximos
de Las Palmas y sus mínimos de Barcelona. Del total de los núcleos familiares, un 13%
constaba de cuatro o más hijos. Según la Ley de Protección a las Familias Numerosas de
1971, se exige que sean cuatro los hijos para que se califique a la familia de numerosa;
legalmente gozaban de apoyo preferente, según la Ley de Bases de la Seguridad Social de
1963, en materia de empleo, educación, préstamos sociales, viviendas, transportes,
adjudicación de las explotaciones agrarias, hospitales, cooperativas y materia fiscal. La
legislación vigente entonces al respecto, según el artículo 416 del Código Penal, multaba
a quien ofreciese o anunciase cualquier medicamento o sustancia u objeto capaz de evitar
la procreación, y "cualquier género de propaganda anticonceptiva".

Que la población se vio arrastrada por esta mentalidad oficial parece evidente: en
1974 todavía cerca del 40% de la población mayor de edad opinaba que no debía existir
la posibilidad de una planificación familia, y el 58% no pensaba que fuera necesaria la
legalización de los métodos anticonceptivos.

Sin embargo, a partir de 1975 se produce un proceso de inversión absoluta


respecto a estas tendencias. Si bien el criterio de "familia numerosa" se extenderá aún
durante bastante tiempo, la legalización de los medios anticonceptivos vino acompañada
de una liberalización general de las costumbres sexuales y un uso de las técnicas
contraceptivas, que a finales de los años 70 no tenían un uso inferior al de los países de la
Europa occidental, y que desde 1983 asistirá a la despenalización en tres supuestos del
aborto (que en 1974, según un informe del Tribunal Supremo, fue practicado en 300.000
ocasiones).

La actual amenaza de desequilibrio de la población (según algunos estudios


prospectivos en el 2020 por cada persona activa existirán dos parados o jubilados y algo
menos de un niño: del trabajo de una persona deberán vivir cuatro) ha hecho replantearse
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el tema de los incentivos a la natalidad.

5- El futuro de la población española: problemas y perspectivas demográficas

Es aventurado realizar una previsión creíble de la evolución de la población española


a medio plazo. Previsiones hasta hace poco consideradas inamovibles han comenzado a
cuestionarse, es parte por la modificación siquiera leve de la tasa de natalidad, o por factores
como la recepción de inmigrantes que, siquiera en cierta medida, matizan las tendencias que
hemos descrito respecto a la pirámide de población. Si no se produce grandes cambios a
corto plazo, lo cierto es que las tasa de natalidad y crecimiento vegetativo tenderán a
disminuir ligeramente, en función de ciertos cambios estructurales, como el envejecimiento
progresivo de la población. Algunas tasas e índices demográficos complejos muestran estas
posibilidades de disminución del crecimiento población. Debe tenerse en cuenta que la tasa
bruta de reproducción (en la que se contempla cómo será sustituida cada mujer en edad de
procrear de la actual generación en la próxima, en función de los índices de fecundidad y
tabla de mortalidad por edades y sexos- es ya próxima a la unidad en el 2001. El descenso
inminente en los estratos de mujeres jóvenes, la continuación del retraso de la edad de
matrimonio (especialmente notable en los varones) y, en definitiva, una contracción de la
tasa de natalidad (pese a que según algunos sociólogos se observa un ligero repunte en el
período 1998-2000), parece que no se verán frenados del todo por la inmigración. La
mortalidad va a quedar estancada en valores muy próximos al 8 por mil, niveles de los que
es difícil bajar, máxime si tenemos en cuenta el envejecimiento aludido de la población.

Por otra parte, los comportamientos demográficos tienden a mostrar una dispar
tendencia en las distintas regiones. El “desierto” demográfico interior camina a pasos
agigantados hacia un envejecimiento de la población, mientras que algunas zonas como País
Vasco se están anticipando a la tendencia en el descenso de la natalidad (desmarcándose
claramente de la media) Por tanto, los problemas demográficos tienden a dispersarse
espacialmente: la despoblación y envejecimiento de provincias como Soria, Huesca o Teruel
contrasta con una concentración de la población en zonas de recepción de emigrantes, las
que, a medio plazo, podrán en todo caso sufrir un ligerísimo repunte de la natalidad), con lo
que se acentuarán las diferencias de partida. Para el año 2020 se podrían alcanzar tasas de
dependencia casi un 50%, superiores a las de mediados del siglo XX, llegándose a poner en
peligro el sistema de asistencia social en lo que a pensiones se refiere, y pese a los acuerdos
alcanzados al respecto en 2001. La migración, al decir de los demógrafos y sociólogos, no
sería suficiente para compensar el vacío demográfico, ya que no se trata exclusivamente de
una cuestión numérica: el motor económico de un país desarrollado no consiste sólo en la
cantidad de fuerza de trabajo disponible, sino depende también de la formación cualificada
de dicha población: y, en tanto no se alcance una plena integración social, con participación
plena de los hijos de los inmigrantes en el sistema educativo, no será posible poner coto a la
merma del sustrato poblacional.

Por otra parte, las mismas diferencias en cuanto a la concentración de la población se


van a producir en la evolución de la renta por habitante. Las provincias sólo industriales han
perdido posiciones, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, a favor de las provincias
turísticas. Así, provincias como Baleares se sumarán a Madrid, Navarra, País Vasco en
cuanto a las más ricas del país, destacándose claramente de zonas empobrecidas como Lugo,
las dos provincias extremeñas, Soria o Teruel. Si en 1973 se inició una proceso de
disminución entre los contrastes provinciales de la renta, luego reforzado por la
administración de los Fondos Estructurales y Fondos de Compensación Interterritorial de la
Unión Europea, el peso de los factores demográficos se muestra como un posible factor de
desequilibrio de la renta, que sin duda se va a sentir a medio plazo: el despoblamiento de
determinadas áreas peninsulares puede constituir un lastre para sus economías.

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La llegada de extranjeros ha contribuido a aumentar la población, de tal forma que a 1 de enero
de 2004 existen en España: 3.034.000 extranjeros empadronados, el 7 % del total de habitantes
(actualmente rodaremos el 10 %). La llegada de extranjeros ha contribuido a aumentar la
población.
Más de la mitad proceden de América del Sur y Central (35 %) y de la UE (21 %)..
Los ecuatorianos son la nacionalidad extranjera más numerosa en España (16 %), seguida de
los marroquíes (14 %) que hasta 2002 eran los más numerosos. Entre los extranjeros hay más
hombres (53 %), aunque existen diferencias significativas según la procedencia. La población
extranjera es básicamente masculina en el caso de los marroquíes (66,3%) e italianos (59,8%),
y femenina en la procedente de Colombia (56,9%) y Perú (55%). En Reino Unido y Alemania
se reparte al 50%.
En general en las provincias de la costa mediterránea, los archipiélagos y el centro de la
península son las zonas en las que existe mayor concentración.

Las estadísticas del Movimiento Natural de la Población, que se refieren básicamente a los
nacimientos, matrimonios y defunciones ocurridos en territorio español, constituyen uno de los
trabajos de mayor tradición en el INE. Durante 2003 se registraron que en el año anterior. Este
incremento se debió, en parte, a la fertilidad de las madres extranjeras. Las mujeres con
nacionalidad marroquí fueron las que más hijos tuvieron en 2003: el 19,7% del total de
nacimientos de madre extranjera.
La tasa de fecundidad de España prosigue su recuperación y alcanza su valor más elevado
desde 1993: 1,3 hijos por mujer.
La edad media al nacimiento del primer hijo se ha incrementado en 4 años desde 1975.
El porcentaje de nacimientos fuera del matrimonio continúa creciendo: ha pasado de ser de un
10% en 1991 al 21,8 en 2002.

6- BIBLIOGRAFÍA.
DEL CAMPO, Salustiano.: Análisis de la población española. Ariel, 1990.

NADAL: La población española (siglos XVI-XX). Barcelona, 1987.

SÁEZ, Armando: Población y actividad económica en España. Siglo XXI, 1989.

PUYOL, Rafael (ed): Dinámica de la población es España. Madrid, Ed. Síntesis 1997.

MANUEL TERÁN, L. SOLÉ SABRÍS Y J. VILÁ VALENTÍ: Geografía General de


España. Barcelona, Ariel, 1987.

MÉNDEZ, R. y MOLINERO, F.: Geografía de España. Barcelona, Ariel, 1993.

PUYOL, Rafael: La población española. Madrid, Síntesis, 1991.

7- PÁGINAS WEB.

 http://es.wikipedia.org/wiki/Demograf%C3%ADa_de_Espa%C3%B1a Artículo
de la Wikipedia sobre el tema. Datos actualizados.
 http://www.ine.es/ Principal fuente de dados oficiales sobre la población
española.

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