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Usos de la interpretación de los sueños

Carolina Zafore

Lo que sigue es un fragmento clínico que va de las entrevistas preliminares al inicio


de un análisis. La lógica se apoya en una serie de sueños que habilitaron a una mujer a
interrogar su ser sexuado saliendo al mismo tiempo de la locura que padecía al momento de
la consulta. El movimiento que se produjo del encierro enloquecedor al campo del amor fue
posibilitado en este caso por una secuencia de sueños y los diversos usos que se pusieron
en marcha.
Una mujer de 35 años, que llamaré G., inicial del nombre alemán que porta, se
presenta como “loca” y potencial suicida. Dice y hace lo suficiente para que sea creíble. El
psicólogo anterior, tras dos años de trabajo, no la seguiría atendiendo si ella no acepta volver
a tomar medicación e internarse (tras recientes ideas de suicidio). No me constan intentos
concretos.
Ella desconfía de este profesional, le descubrió su “estrategia” apenas un tiempo
atrás. Ahora se dio cuenta que él en verdad siempre quiso “convertirla” (de homo a
heterosexual) empujándola a encarar de frente su terror a los hombres. Encima sin tener
“elementos de juicio”. Nunca aceptó su homosexualidad aunque se hacía el “open mind”.
Sin advertir la contradicción, afirma que ella jamás hubiera hablado con él justamente
por ser un hombre (“especie” que suele rechazar). Cree que además de ser hombre no era
un psicólogo serio. La mandaba a un psiquiatra pero no le decía a quién, se guardaba
información. Probablemente fuera medio perverso. “Me empezó a decir cosas inapropiadas y
encima ahora me quiere drogar”.
En este contexto, me la deriva la analista de la madre en un clima de preocupación
creciente ya que no pensaba “volver a ver al perverso”, tomar medicación ni internarse.
Su semblante es inicialmente rígido, de mirada como extraviada, se ve ojerosa y su
cuerpo extremadamente lánguido. Primaban prolongados silencios y mensajes de texto
excesivos (apenas nos conocimos): “estoy en el balcón pensando en el final fumando como
un sapo”, “ya no tengo razón para seguir”, “presa”.
Sin saber casi nada de ella intenté primero contestarle con alguna palabra de calma
cerciorándome de la presencia habitual de la madre. Tras suficiente insistencia la llamé por
teléfono y le dije casi sin escucharla que no vuelva a escribirme porque ya no le respondería.
Si fuera necesario deberá aumentar la frecuencia de sus entrevistas pero que termine con los
mensajes porque me molestaban. Curiosamente, consintió.
Pasó a venir tres veces por semana, directo y en radiotaxi después del trabajo.
Había abandonado todo transporte masivo por “asco” y “terror”. Desplazarse al consultorio
era la única salida además de ir a la oficina diariamente. En el último tiempo no podía
concurrir al trabajo una semana completa, pedía más licencias y cada salida de la casa era
vivida con angustia, palpitaciones, temblores y pensamientos de muerte. En el trabajo las
horas eran interminables. En el último tiempo era observada por fea, homosexual, por ser “la

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loca de la oficina”, por usar “chatitas” y nunca taco. Además todas comentaban su aspecto y
notaban sus miedos. En cada almuerzo laboral de los últimos meses se siente imposibilitada
de compartir la mesa común de la que disponen. Se queda en su escritorio, “petrificada”, con
alguna vianda o nada. No le interesa la comida, solo come para sobrevivir. Y menos en ese
comedor espantoso que describe: “parecemos conscriptos”.
Mientras escribo estas líneas recuerdo dos detalles de los primeros encuentros con
G. que llamaron mi atención: a) el primero es que agradece enfáticamente como pronuncio
su nombre, manteniendo el acento alemán. Si se lo argentinizan, lo vive como una falta de
respeto extrema. b) El segundo sirvió para advertir algo disonante a su presentación general.
Al momento de coordinar algunos cambios de horario de sus sesiones, me dice al pasar que
no podría ya que tiene turno con el cirujano plástico. Está planeando hace tiempo una cirugía
estética en el busto. Para ello se pasó de plan en su prepaga hace unos meses, calculando
el período de cadencia necesario para que por fin le cubran enteramente la intervención.
Luego volvería al plan anterior. Esperaba ese momento y había llegado. Su habitual mirada
desvitalizada se trastocó, conforme avanzaba su explicación que incluyó una mueca o más
bien una sonrisa de rara composición. Tenía bien calculado su objetivo que era representado
como “cagar a la obra social”.

Antes de pasar a los sueños subrayo algunos aspectos que antecedieron la serie. El
primero aparece de modo sorpresivo (como casual) pero en un momento preciso: una vez
que se puso fuertemente en cuestión la versión fantasiosa y consistente que, a mi criterio,
comandó su vida durante años. Versión paterna que se desplegó durante un año de
entrevistas y de la que extraigo sus trazos principales a partir del círculo familiar.
Un padre alemán que llega a la Argentina en circunstancias poco claras, fuertemente
sospechado de nazi y una madre que lo elige movida por intereses netamente económicos.
Si por la madre fuera, el destino para G. es casarse con algún “jerarca” de la empresa
alemana donde trabaja de recepcionista.
Lo “violento” del padre es el soporte de su novela familiar que incluye recuerdos
infantiles de matanzas de “gatitos” (siendo su mascota actual un gato llamado Benito), el
“dominio” sobre la madre humillada y sometida al poder de este hombre ya desde el origen
de la pareja (él era el jefe y ella la secretaria).
Por último, su hermano mayor se ha salvado de esta dictadura familiar (donde poco
o ningún lugar queda para el circuito del amor) de una simple manera: la indiferencia
personificada. La “indiferencia” de su hermano German se irá deslizando del “se caga en
todo” hacia el “se caga de risa”. El “pudo casarse, tener hijos y yo sigo en el maldito
encierro”.
El “encierro” y la “tortura” son los nombres de la inhibición extrema en la que vive G.,
incluyendo momentos difíciles de francos ataques de angustia que suceden en situaciones
sociales que elude sistemáticamente, especialmente en el ámbito laboral. Asimismo padece
jaquecas, contracturas, dolores gástricos y ocasionalmente ha alucinado un espectro

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femenino (las dos veces en el departamento que compartía con su pareja, Soledad, con
quien convivió un tiempo y hoy mantiene una relación de amistad). Tras esa separación
tormentosa que incluyó ideas delirantes (persecutorias) en relación a vecinos, es tratada por
un psiquiatra, medicada y estabilizada. Y recién al tiempo, encontrándose algo mejor
nuevamente en la casa familiar, suprime la medicación y consulta al psicólogo referido
inicialmente.

Los sueños, como pieza en la que G. repara por vez primera, parecieron vivificarla.
Fueron los sueños los que tomaron el lugar de habilitarla a hablar de cosas que difícilmente
se podrían haber tratado de otro modo. La modalidad fue parecida a esa que describe Freud
en la que el sujeto se des-responsabiliza de lo que aparece en los sueños. Pero fue bajo esa
forma admitida en la transferencia (algo así como no puedo creer las cosas que aparecen en
los sueños) que esta mujer pudo ir pasando de una posición de parálisis en su vida, de
horrorizar al Otro con amenazas y silencios de ultratumba, a tomar la palabra, escucharse y
poder transitar aspectos diversos de su sexualidad hasta incluso iniciar algún vínculo
relativamente amoroso con un hombre.
Destaco finalmente la peculiar manera en que G. trata los sueños, que nos
acompañó desde el inicio. Aun hoy me sigue sorprendiendo el juego que ella propone: si trae
un sueño se hace presente el cuerpo, despliega carriles que atañen a la sexualidad, la
muerte y el amor. Ahora, ni bien termina el trabajo de interpretación sobre el sueño (como si
hubiera un punto concreto) el cuerpo pareciera volver a evaporarse. Ya no siente y su
gestualidad se enfría.
La separación de su pareja mujer y el escueto contacto con los hombres que se
presenta progresivamente comenzaron a bordearse desde el texto de los sueños y sus
asociaciones.

1) Empiezo por el primer sueño del análisis, al que adjudico un valor especial por cifrar
cantidad de cosas que luego se fueron desplegando.
Estábamos con Soledad en el departamento y sale una mujer muerta del placard con
anteojos de sol enormes. Estaba aterrada, se viene encima y nos pregunta: “chicas,
¿cómo van con la cuenta del gas?”.
El espectro alucinado es ahora soñado.
Los “anteojos” los asocia con Sofía Lauren, un estilo de la madre de joven. Ante mi
comentario de lo interesante que me parecía la figura de una “muerta con glamour”,
dice que ese estilo es el que le gusta a ella, “gótico pero femenino”. Quisiera poder
“ser así” pero durante la semana usa el uniforme de la empresa y también se lo
pondría los fines de semana. Así tal vez nadie la mire. No tiene gracia y le gustaría
ser invisible.
El “gas” la llevará a confesar una fantasía recurrente que fue muy importante ubicar:
cada vez que pensó en matarse era dejando abiertas las hornallas. Idea que se le

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impuso en esos momentos. Ahora piensa que pudo tratarse de un extraño
“homenaje” a las víctimas del holocausto.
El “placard” fue un significante esencial en el transcurso del análisis. “saliendo del
placard” fue lo que se puntuó inicialmente a partir de este sueño.

2) Trae en secuencia, dos sueños: a) Se va acercando a una pileta y ve cada vez con
más claridad lo que no se distinguía: un cuerpo de mujer en una pileta, todo en
partes. Era un asco, estaban las partes de la mujer en el agua podrida. Aquí evoca la
cirugía plástica en el busto a la que se somete en este período. Agrega que ser chata
excluye drásticamente la posibilidad de tener sexo con un hombre.
b) La cara de una mujer con la boca cocida. La “boca cocida” es un trazo tipo dibujito
animado. La lleva a la infancia. Recuerda escenas donde ella quería expresarse,
disfrazándose frente al espejo, pintándose, haciéndose la grande. La madre la
callaba y la mirada del padre la aterrorizaba. Siempre había que hacer silencio. Dice
por primera vez, conmovida, que ella eligió la homosexualidad porque nunca supo
cómo seducir a un hombre. De chica era una nena graciosa, no sabe qué pasó.

3) El siguiente sueño tiene una particularidad en el modo en que lo relata. Dice que me
contará un sueño pero que por favor no le pida asociaciones. Quedó muy
impresionada. Está aún en shock. Lo relata (con cierta dificultad): “Estaba en la casa
de mis padres. Era como que sabía que mi mama me había violado a mí, y mi papa
había violado a mi hermano. Lo veía a mi hermano en el sillón y le decía, ¡German,
nos tenemos que ir! Me mira y me dice, ¿pero para qué gastar en alquiler?”.

4) Era yo pero con cara de otra mujer, acostada, quieta, miro para arriba y estaba en
una guillotina, me despierto cuando se me viene encima la hoja de la guillotina. No
llego a ver la cabeza cortada. Asocia la “Guillotina” con Guillermo. Tras un silencio
habla de Guillote, un gran amigo del hermano que vive en el exterior (y del que
sugiere de chica estuvo platónicamente enamorada). La hoja de la guillotina le
parece una hoja de afeitar que recuerda de niña en el baño compartido con su
hermano. Le impresionó cuando el hermano empezó a afeitarse.
Se detiene en el “estar quieta” mirando el filo y no haciendo nada. El tiempo corre y
debe moverse, se siente grande, sin pareja, todavía con sus padres. Se pregunta
hasta cuándo.

5) Una nena de 10 o 12 años, con una mochila en la espalda y una muñeca en una
especie de galpón.
“Muñequita” era el modo en que la llamaban los vecinos a la madre, siempre
producida hasta para ir a hacer los mandados. Para ella la madre era horrible, la veía
en la casa a cara lavada pero se producía toda para provocar. Ella jamás usa

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maquillaje ¿será por el asco que le provocaba la madre?, se pregunta.
“Mochila”: Asocia con una película que vio recientemente, “Up in the air”, con George
Clooney. El protagonista vive en el aire (como ella en sus pensamientos). Viaja y
pregona “sacarse la mochila de encima”.
El “galpón” es el garaje de la casa de sus padres. Al pronunciar “padres” se tilda y
asocia luego nombrando por primera vez lo que llama su “gran complejo”: De chica
no le salía la “d” y la “r” juntas. Me pregunta si había notado esa dificultad que
aunque trata de disimular, persiste.
Lo que recuerda como más doloroso era que no podía decir “Pedro”, nombre del
chico que le gustaba. Estaba perdidamente enamorada. Se sorprende de recordarse
enamorada de un varón, lo había olvidado. Ella quería decir “Pedro” y le salía “perro”.
Se moría de vergüenza cuando se dirigía a él y no podía evitar decirle el nombre. Se
daba cuenta una vez que ya lo había nombrado “perro”. Toda la charla posterior
estaba arruinada de antemano por su pudor. Nunca pudo acercarse.
Agrega que siempre se le complico la “d” y la “r”. Ahora lo tiene relativamente
asumido pero de chica era “torturante”. No puede entender por qué la madre nunca
aceptó eso como un problema si para ella conllevó un gran sufrimiento. “Me lo
negaba”. De hecho la madre consideró siempre el tema insignificante o incluso
inexistente. Un día volvió del colegio entre la bronca y la vergüenza, se encerró en el
garaje que dibuja el sueño y empezó a practicar. No recuerda el tiempo que le llevó
pero era mucho: Repitió mil veces “Pedro”, “Pedro” … Más terrible fue cuando al
voltearse vio a su madre riéndose. Se rio de su “esfuerzo”. Cuando estalló en llantos,
la madre atinó a decir: “es que G. siempre tan esforzada”.
Actualmente, luego de una consulta al dentista, atribuye esa dificultad en la
pronunciación al “frenillo corto”. Al solo pronunciarlo larga una carcajada totalmente
inusual para su tono, con la que ese día concluimos el sueño y la sesión.

6) Entro con John a una sala de cine a ver una película. Cuando llegamos estaba
terminando. Me despierto con una sensación de tranquilidad. John es un muchacho
suizo que recorre Buenos Aires de vacaciones y con el que pudo estar una semana
justo antes de este sueño. Algo excepcional que la entusiasma y con quien sigue
fantaseando tras su partida.
La sala es asociada a un “complejo tipo Shopping”.
La acompleja “hablar mal”. Quiere decir algo en las clases de fotoperiodismo que
empezó pero se calla la boca. Se muere de vergüenza.
La enoja que la confunden siempre con extranjera, le resulta raro no haber
mencionado nunca que le fastidia tener una “pronunciación diferente”. Se pone mal
cuando le preguntan de dónde es. Ella no sabe de dónde podría ser, ya que le dan
distintas respuestas (del interior, de algún país de Europa…). Además repara en que
ella “saca fotos” y “recorre Buenos Aires” en un micro de turistas. Pese a sus

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esfuerzos se siente extranjera en su ciudad. Los pocos hombres que le han atraído
son todos extranjeros o expatriados. Su vida está en el exterior, ella se siente más
europea que sudamericana.
La avergüenza cuando le marcan el “acento extraño”. Termina preguntándose si no
habrá sido de tanto escuchar desde que nació la pronunciación alemana del padre.
Para el padre nunca fue un problema, es más, su acento era un “arma de
seducción”. Lo indicaban las clientas del pequeño negocio que montó el padre, ya en
su vejez.

Hasta aquí la serie que elegí para cernir los textos que dejan leer versiones de lo
femenino y lo masculino que se entretejen en el camino que toma una mujer para alcanzar
una posición que le permita acceder al cuerpo del otro. De una manera diversa a la inhibición
y el silencio que sostuvo frente a lo imposible de la relación sexual. Silencio que se recupera
en el sueño de la violación sexual, el “shock” que conlleva y la posición de rehusarse al
trabajo asociativo.
Los sueños escriben en imágenes el recorrido que solo retroactivamente puede ir
estableciéndose. Del goce fantasmático en el que está encerrada en el interior del placard
(siendo objeto del goce del padre y los torturadores que se multiplican en su vida) hacia la
apertura inscripta en la función encarnada por el Germano (su hermano German). Función
que parece cuestionar la consistencia del goce violento de la pareja parental e introducir una
línea masculina que de a poco comienza a escribirse en sueños (de muñequita – muerta -
Guillotina a Guillote – German - George). Es esta apertura a la pregunta por lo femenino y la
relación con los hombres la que se entrama en los sueños que dejaron pasar los equívocos
de la lengua.
Al menos, su “esfuerzo” inútil (que fija y sella la risa burlona de la madre) para
pronunciar bien la “d” y “r” va declinando - entre sueños - hacia el humor irónico del hermano,
el “acento extraño” que supone tomar la palabra en serio, y las “armas de seducción” con las
que tendrá que arreglárselas G. para que el goce del “perro” ceda a lo pronunciable de una
palabra de amor.
Pienso mientras escribo, que tal vez el análisis consista en que G. pueda ejercitar la
pronunciación de esas letras que se revelan pegoteadas en el “pedro/perro”. ¿Cómo
“descoser” esa boca? Trazo del sueño que nombra el silencio elegido durante años
quedando el sujeto a la sombra de la risa burlona y las torturas del Otro.
Transitar estas ataduras, deletrear conmigo, vez por vez, sus nombres de difícil
pronunciación -sin empujarla burdamente al encuentro forzado con un hombre- representa
para esta mujer la chance de que un amor, más o menos loco, sea elegido como posible.

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