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Stockholm (2013).

Una noche de fiesta, un chico y una chica se conocen y terminan durmiendo juntos, pero
a la mañana siguiente ninguno de los dos encuentra a su lado a la persona que creía
haber conocido. Una mirada diferente al amor y al equilibrio que existe entre las
expectativas y la realidad.

Fecha de estreno: 25 de junio de 2015 (Argentina)


Director: Rodrigo Sorogoyen
Idioma: Idioma español
Nominaciones: Premio Goya a la Mejor Actriz Protagonista, MÁS
Premios: Premio Goya al Mejor Actor Revelación, TIFF Awards: Transilvania
Trophy, TIFF Award for Best Performance.

El segundo largometraje de Rodrigo Sorogoyen


se centra en la naturaleza mutante y fugaz de la
pasión planteada en dos etapas: el proceso de
aproximación y seducción, cálido, nocturno y
lúdico, seguido del momento del desencanto,
frío, diurno y tenso, donde además se cambian
las tornas entre la pareja protagonista. En su
primera mitad, 'Stockholm' es por tanto una
película de cortejo alejada de las estrategias
habituales de las comedias románticas. El
protagonista masculino (un Javier Pereira que
siempre da la talla en este tipo de personajes)
centra todas sus energías en seducir a una
muchacha (una enigmática y a la vez frágil Aura
Garrido) desplegando ese tipo de
comportamiento que se sitúa entre el romanticismo de toda la vida, las técnicas del
encantador de serpientes y el preámbulo del acecho.

Todo ello durante un largo camino que va de una fiesta en casa de unos colegas
al piso del chico en cuestión en una noche en que Madrid luce más hermosa que
nunca. La película avanza al ritmo de unos diálogos que se quieren naturalistas, por
momentos forzadamente naturalistas, espejándose un poco en el planteamiento de
'Antes de amanecer' de Richard Linklater. Pero aquí al día siguiente, la luz de la
mañana cambia la perspectiva sobre las cosas. El chico ya no muestra el mismo
interés mientras que ahora es ella quien reclama la atención debida.

Los responsables de 'Stockholm' han aprovechado a su favor los condicionantes de


una producción reducida. Estamos ante un drama íntimo sobre el devenir de una
pareja fugaz que, en su segunda mitad, roza el umbral del film claustrofóbico sin
llegar a adentrarse en este territorio. Más allá de sus circunstancias económicas,
'Stockholm' también intenta ser coherente con su tiempo tanto en el retrato de sus
personajes, jóvenes de veintitantos de sentimientos inestables, como en ese estilo
que conecta con cierto audiovisual contemporáneo al tiempo que no renuncia a una
personalidad propia.

A favor: la secuencia en el ascensor, corazón del film y bisagra entre sus dos partes.

En contra: la sobrecarga de tragedia que arrastra el personaje femenino.

STOCKHOLM
YOU ARE A LOSER POR JOSE CABELLO
En determinadas ocasiones, los prolegómenos de un film funcionan como un
mero pretexto para el posterior desarrollo del argumento. De esta forma, el uso
de un mecanismo adquiere sentido siempre que la película cobije la premisa de
la que parte; de lo contrario, el abandono del terreno no solo enturbia la obra
en su conjunto sino que, además, origina la aparición de un matiz
desestructurado y un necio camino a ninguna parte. Construir un laberinto para
perderse en él. O peor aún, edificar una idea para desecharla consciente o
inconscientemente avanzado ya el metraje. Sólo el director
de Stockholm podría aclararnos el grado de intencionalidad en este caso.
Rodrigo Sorogoyen sitúa el encuentro de los dos jóvenes protagonistas en el
marco de un evento nocturno, dentro del código fiesta, un código caracterizado
por un lenguaje efímero y una atmósfera ficticia donde la eternidad se mide en
horas. Y el contexto, a priori imparcial, es ninguneado cuando, a través de su
insistente mensaje, la película exige una actitud condescendiente con el
personaje que no comprendió la jerga de un affaire nocturno.

STOCKHOLM PRETENDE ESTABLECER UN


REFLEJO DE LA COYUNTURA ACTUAL EN EL
TRATO DE LAS RELACIONES SEXUALES COMO
UNA PIEZA MÁS EN LA ECONOMÍA DE CONSUMO,
ABORDANDO LA RESPONSABILIDAD O EL
COMPROMISO CON EL DESCONOCIDO Y
ENFATIZANDO LA TENDENCIA ENFERMIZA QUE
GOBIERNAN LAS PRÁCTICAS SOCIALES DE HOY
EN DÍA.
En su empeño, solo consigue un destello de modernidad tomando una imagen
estática condenada a expirar cuando, en el anhelo de representar a la
colectividad, construye una dualidad de géneros que retuerce las claves del
cine romántico y canjea el aroma sensiblero por el de un frío thriller. Para ello,
la permuta se cobra una decisión salomónica en la cinta: separar noche y día.
En el primer fragmento él juega a conquistarla mientras ella desconfía de sus
intenciones; el chico prolonga la cacería nocturna con premeditación y alevosía
excusado en su enamoramiento repentino y cruzando dedos para que ella baje
la guardia. El rol de ella, una tía con una coraza enorme, se desploma en virtud
de la progresión de la historia, fracturando así la coherencia de su personaje.
Llegado el punto de no retorno, las riendas dejan de estar en manos
masculinas, él ya quemó las naves, y pasan a manos de ella en forma de
una decisión unilateral y voluntaria donde, como en cualquier toma de
decisiones, es obligatorio cargar con las consecuencias de un acto, en este
caso, subir al apartamento de un desconocido a altas horas de la madrugada.
Otro código.

La ronda nocturna por Madrid abofetea la hipotética originalidad que abandera


la promoción de este trabajo. La evocación nada sutil a Antes del
amanecer (Before Sunrise, Richard Linklater, 1995) emulando a tijeretazos
unos unos diálogos frescos que no llegan, o incluso los paseos callejeros
de Los ilusos (Jonás Trueba, 2013), descubren a Stockholm como una estrella
más en un universo. Muerto el primer fragmento, toca parir el segundo: el día.
El escenario cambia la calle por el apartamento y muestra una transformación
de los roles iniciales desvelando así la táctica anterior de cada uno, incurriendo
en una contradicción de la estrategia femenina que dice adiós a la veracidad
cuando, como receptor, decide engullir el mensaje del emisor con el código de
un canal distinto. Así, se pone en marcha la maniobra de la chica: rehusar el fin
del cortejo al antojo del macho y regocijarse en el juego del cazador cazado.
Un comportamiento totalmente loable si nace de la indiferencia y no, como
ocurre, del despecho.
Saltan las alarmas. Una vez las máscaras quedan a un lado, dejan asomar la
filosofía vital que escolta a Stockholm. Y entonces solo resta tomar posición en
la contienda chico versus chica, dos comportamientos antagónicos ante un
mismo hecho: sexo con un desconocido. En pro de la confusión, lo moderno de
la pose se torna postizo al evidenciar proezas como la elección del personaje
femenino aferrado a la idea romántica e incapaz de distinguir entre amor y
sexo. Maniqueísmo y misoginia en un mismo pack. O el nuevo talón de Aquiles
del cine español, la inmadurez egocéntrica, aquella que decide enfocar
enérgicamente la mirada en el yoísmo como resultado de una generación Peter
Pan que aún siguen interesada por los amoríos tratados en tono adolescente.

La madurez lleva consigo la aceptación de determinados escenarios, el saber


elegir, o asumir una mala elección, algo que la protagonista de este encuentro
no logra entender a la mañana siguiente. Y en un intento desesperado por
insuflar algún tipo de disculpa a su modus operandi, el director recurre a la
locura como última vía. A su vez, se juzga la conducta del macho alfa por
mentir bajo la falsa promesa de amor, catalogando así sus injurias como viles
artimañas que, asumiendo su grado de responsabilidad, tratan de tapar el
principal problema de autoestima que tiene la chica, entre otros. Este
posicionamiento desvela una inquietante reflexión sobre este tipo de
encuentros basado en la experiencia, o falta de experiencia, pues no existe
relato más autocomplaciente que el narrado desde el punto de vista de los
vencidos. Este dilema, que asegura debate tras la proyección, arroja a manos
del Gran Inquisidor lo conocido como sexo sin compromiso y aspira a simular
una sociedad-siglo-veintiuno enferma.

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