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El compromiso matrimonial

Por Dora Tobar

Todos los enamorados sueñan con amar y ser amados, de manera total y para siempre. Pero
todos sabemos también que hay una gran diferencia entre “desear” amar y entregarse de esta
forma y “prometer o comprometerse” a tal entrega y amor.

Esto se debe al hecho de que los seres humanos sólo podemos ser verdaderamente conscientes
de lo que sentimos y pensamos cuando lo podemos expresar mediante las palabras y los gestos.

Con todo, el poder de las palabras y los gestos de amor no es suficiente para garantizar que
vamos a ser siempre fieles a lo prometido. Es muy fácil prometer el cielo y la tierra en un
arrebato de entusiasmo y después olvidarlo o sentir que no podemos cumplir con nuestra
palabra.

En cambio, cuando una persona está dispuesta a declarar su amor frente a testigos demuestra
claramente que lo que dice ha sido pensado y decidido con plena conciencia. Y si además esta
declaración de amor se hace frente a Dios y apoyada en su gracia, es decir, cuando la pareja
pide en el matrimonio, que Jesús mismo venga a ser la fuente y garantía de sus promesas,
entonces el compromiso humano de amor se transforma en alianza garantizada por Dios mismo
y para siempre.

De esta manera el amor se vuelve compromiso y el compromiso se vuelve el mejor gesto de


amor que podemos ofrecerle a quien amamos. Con él le aseguramos que no estamos jugando;
que puede entregarse confiado(a) pues aun cuando nos sintamos flaquear en nuestra capacidad
de cumplir nuestras promesas, Dios mismo saldrá en nuestro auxilio y nos ayudará a ser fieles y
coherentes con el amor prometido.

Cuando en cambio una pareja se va a vivir juntos sin haberse hecho esta declaración se crea
entre ellos una situación anormal de inestabilidad en la cual ninguno de los dos puede estar
seguro del grado en el cual el otro ha comprometido su corazón y su existencia con él o con ella.
Entonces, aunque lo estén dando todo de si, tampoco se sienten en condición de poder reclamar
responsabilidad o coherencia en el amor pues no ha habido un acuerdo. Como resultado y a
nivel inconsciente, los dos, en vez de sentirse libres para darse el uno al otro pues saben que
van a ser recibidos y amados, terminan por dejar una puerta abierta por donde, ante la posible
amenaza, duda o cansancio, puedan “salir huyendo”.

Esto se refleja claramente en las estadísticas: menos de la mitad las parejas que inician su vida
en común terminan en un matrimonio. Lo más común es que más del 50% de los que cohabitan
rompen su relación antes de cumplir 5 años, incluso teniendo hijos en común. Entre los casados
la proporción de separaciones es en cambio del 15%.

Resumiendo, podemos por eso decir que el compromiso explícito ante Dios y la comunidad
ayuda a la pareja en los siguientes aspectos:

 Como base que crea la confianza necesaria para que la pareja pueda entregarse de
corazón y cuerpo sin sentir que está poniendo en riesgo su vida.

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 Ayuda a la pareja a tomar conciencia de cada uno ha sido escogido y aceptado tal cual
es. Esta aceptación es la base fundamental para la seguridad emocional que cura y
previene posibles celos, dudas en la relación y que facilita la entrega.
 Pasados los años, el compromiso sirve de faro permanente que establece entre la pareja
el objetivo al cual apunta su amor. Así, aunque haya errores cada uno sabe a qué le ha
apostado en su amor y se esforzará por ser coherente.
 El compromiso consolida el “nosotros” que da origen emocional y legalmente a la
institución de la familia. Gracias a él la pareja será reconocida pública y socialmente
como una entidad legítima de derechos y deberes.
 Con el hecho de aceptar el compromiso del otro damos libremente el derecho a nuestro
cónyuge a que apele a nuestro amor y promesas. Así me pongo al servicio de sus
necesidades y le garantizo que al reconocerlo como “mi esposo”, “mi esposa”, haré todo
lo posible por protegerla(o) de la indiferencia, la soledad o el abandono.

Lo más profundo y único de cada persona es su emotividad. Si alguien nos abre por tanto la
puerta de su corazón y pone en nuestras manos el tesoro sagrado de sus afectos, lo único digno
y responsable es corresponderle con nuestro compromiso y decisión por agradecer cada día esa
entrega. Al mismo tiempo prometer con la ayuda de la gracia divina, cuidarla, respetarla y
celebrarla con toda la valentía, la delicadeza y el empeño de la cual seamos capaces.

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