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El lector puede

querer acusarme de simbolismo surrealista, de tener una mente sucia o un


pervertido sentido del humor, pero no soy capaz de concebir un mejor sitio para comenzar un examen del Capitalismo que el retrete.
R o be r t Anto n Wi l s o n . «Negative Thinking. Is Capitalism a Revealed Religion?». The Realist, N.º 27, junio de 1961, p. 6.

Preocupado del oculto sentido de este texto (Rom., I:17), vínole, a fines de 1518, la luz en una torre de su convento… En el segundo
piso del hypocaustum (sala con chimenea), en las cloacas de los monjes. La primera servía a Lutero de estudio. Menciona la torre y
las cloaca, en 1532, al hablar, en sus Conversaciones de sobremesa, del lugar donde había recibido la iluminación. Su discípulo y amigo
Juan Schlaginhaufen nos resume esta entrevista, recogida de labios de Lutero, para hacerla figurar en su colección de Sobremesas.
Habitaba desde 1531 en la casa de Lutero, antiguo convento agustiniano, esperando su cargo parroquial. De julio a septiembre de
1532, y en su presencia, habló Lutero de sus temores ante la idea de la justicia de Dios, y de sus meditaciones en la torre, sobre estas
palabras: «El justo vive de la fe». Entonces elevado su espíritu fue iluminado. «Es pues, la divina justicia la que nos justifica y nos
salva»…«Llenáronme estas palabras de alegría, he aquí cómo el Espíritu Santo me las concedió en estas cloaca». ¿Ocurriría de este
modo, tal como de las expresiones de Lutero se desprende?
Har tmann Gr isa r. Lutero. Librería General de Victoriano Suárez. Madrid, 1934, pp. 82-83. Martín Lutero no podía soportar la idea de un Dios que repartía justicia
según las obras de los hombres, un Dios que administraba su cólera dando a cada uno lo suyo. Tras reflexionar varios días sobre una frase de san Pablo de la Epístola a los
Romanos: «En él se revela la justicia de Dios, de la fe y para la fe, tal como está escrito: el justo por la fe vivirá», comprendió que tenía que ser por la fe que los hombres
encontrasen la justicia divina, y por lo tanto, lo que hace al hombre justo no sería mérito de sus obras, sino de la benevolencia de Dios, anterior a cualquier merecimiento.
Tal aseveración implicaba que las personas estaban predestinadas a la salvación o la condena eternas con independencia de cuales fueran sus actos. Lo interesante es que
Lutero haga hincapié en el lugar en el que se produjo tal revelación, «en esta torre», un sitio que, a pesar de los esfuerzos de los exegetas protestantes por desviar la
atención, no era otro que el retrete. Podemos suponer por tanto, que fue en plena defecación cuando Lutero fue iluminado con el verdadero sentido de las palabras de san
Pablo, cambiando el destino del mundo.

San Pablo distingue muy bien entre las cosas indiferentes. «Todas las cosas –dice– son puras para los puros, mas para los
corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas» (Tit., 1:15). ¿Por qué se maldice a
los ricos que ya tienen su consuelo, que están ya saciados, que ahora ríen, que duermen en camas de marfil, que añaden heredad a
heredad, y en sus banquetes hay arpas, vihuelas, tamboriles, flautas y vino? (Lc., 6:24-25; Am., 6:1-6; Is., 5:8). Ciertamente el marfil,
el oro y las riquezas son buenas criaturas de Dios, permitidas para que el hombre se sirva de ellas, e incluso ordenadas por la
providencia divina a este fin; reírse, saciar el apetito, añadir nuevas posesiones a las antiguas recibidas de nuestros antepasados,
deleitarse con la armonía de la música, y el beber vino, en ningún sitio está prohibido (Libro III, cap. XIX, 9). Definición. Llamamos
predestinación al eterno
decreto de Dios por el que ha determinado lo que quiere hacer de cada uno de los hombres. Porque Él no los crea a todos con la
misma condición, sino que ordena a unos para la vida eterna, y a otros para condenación perpetua. Por tanto, según el fin para el
cual el hombre es creado, decimos que está predestinado a vida o a muerte (Libro III, cap. XXI, 5). Así como el Señor, con la virtud
y eficiencia de su llamamiento, guía a los elegidos a la salvación a que por su eterno decreto los ha predestinado; así también dispone
y ordena contra los réprobos sus juicios, con los cuales ejecuta lo que había determinado hacer de ellos. Por eso, a aquellos a quienes
ha creado para condenación y muerte eterna, para que sean instrumentos de su ira y ejemplo de su severidad, a fin de que vayan a
parar al fin y meta que les ha señalado, los priva de la libertad de oír su Palabra, o con la predicación de la misma los ciega y
endurece más. (Libro III, cap. XXI V, 12)
Juan Calvin o . Institución de la religión cristiana [Institutio Christianae Religionis], 1536. Traducida y publicada por Cipriano de Valera en 1597, reeditada por Luis de
Usoz y Río en 1858. La noción de predestinación revelada a Lutero y desarrollada por Calvino, fue fundamental para la Reforma Protestante, e igualmente definitiva para
la concreción, expansión y desarrollo del capitalismo a través de la «ética del trabajo», que, de algun modo, daba respuesta al siguiente dilema: si estamos predestinados a la
condena o la salvación, ¿cómo intuir o vislumbrar alguna señal que indique uno u otro final? La ética protestante del trabajo se fundamentaría en la identificación calvinista
entre el éxito profesional y la eventual salvación del individuo, ya que las riquezas, tanto las materiales como las espirituales, constituirían los signos de la gracia divina y,
por tanto, la mejor manera de conjurar la incertidumbre.

«Piensa que el dinero es fecundo y provechoso. El dinero puede engendrar dinero, la descendencia puede engendrar más y así
sucesivamente. Cinco peniques bien invertidos se convertirán en seis, estos, a su vez, en siete que, asimismo, podrán devenir en tres
chelines, y llegar en sumas sucesivas hasta constituir un todo de cien libras esterlinas. A más dinero invertido, mayor producto, de
modo que el beneficio se multiplica con rapidez y sin cesar. (…). Las acciones de menor importancia que pueden pesar en el cinterés
(préstamo con interés) deben ser consideradas por esta. El golpeteo del martillo sobre el yunque, así sea a las cinco de la mañana o a
las ocho de la noche dejará satisfecho, para seis meses, al acreedor que lo oiga; sin embargo, si te viera jugar al billar o reconociera tu
voz en una taberna, siendo que en esta hora deberías estar trabajando, no dejará de recordarte tu adeudo a la mañana siguiente,
exigiéndote el pago aun antes de que hayas podido reunir el dinero (…)» (Benjamin Franklin). (…) al decir que «de la vaca se hace
manteca y de los individuos dinero» comprobaremos que lo innato de la «filosofía del avaro» es el modelo perfecto a seguir del
hombre honorable, merecedor de un cinterés y por encima de todo, la imagen de un compromiso de aquél ante el atractivo –
considerado como una meta– de multiplicar el capital suyo. Aquí no se da a conocer, en efecto, únicamente una técnica vital, sino
una «ética» específica, y el hecho de quebrantarla es una omisión del deber, además de una necedad, y esta es una obligación
fundamental. Aquí, la «prudencia en la actividad» quedó establecida, lo cual es por todos aprobado, pero además, es un verdadero
ethos de lo que se expresa, y es desde este punto de vista como nos interesa esa cualidad.
Max Webe r. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Globus comunicación, Madrid, 2013, p. 73, 74.

(...) el ano es el único órgano sexual que no reconoce el género. Donde el pene y la vagina afirman la diferencia, aquél hace valer la
similitud. (…). Creo que también sugiere que el capitalismo avanzado ha supuesto una reducción de los términos que pueden
funcionar como estándares de valor. El falo ha gozado tradicionalmente de un estatus dentro del dominio de lo erótico análogo al del
oro en el terreno de los productos. Era el «equivalente general» al cual se sometían todas las demás partes del cuerpo. Pero si
tomamos Week-end por lo que afirma, el falo ha perdido su estatuto privilegiado. (…) Week-end otorga a la analidad un papel central no
solo porque es un significante de la equivalencia, sino también porque lo es del excremento. En el capitalismo avanzado los bienes de
consumo rápidamente dan lugar a la «basura». La supremacía de lo económico sobre otras formas de valor conduce a una dramática
disminución en los tipos de valor que cualquier cosa pueda tener. También conduce a un decrecimiento en la cantidad de valor. El
valor de un bien de consumo nunca debe aumentar más allá de la capacidad de muchos para pagar por él, financiera o
libidinalmente, ni dejarlos sin las reservas para la siguiente compra. No puede haber ya un valor absoluto, únicamente objetos para
los cuales substitutos pueden ser rápidamente encontrados. Con la serialización del proceso de intercambio, el tiempo de disfrute de
cualquier nuevo bien de consumo se vuelve cada vez más breve, de manera que pasa, por esta razón también, cada vez más
velozmente a la categoría de mierda. La analidad, de este modo, parecería estar más cerca que el falo a la «verdad» del capitalismo
avanzado. (…). La sexualidad es tan resistente como el capitalismo avanzado a la prioridad del falo. Esta es inicialmente polimorfa o
«anárquica». La fase fálica implica la despiadada subordinación de esta anarquía a un modelo de gobierno central, y muchos sujetos
simplemente se resisten a esta colonización erótica. Incluso en la psique más normativa, de acuerdo con Freud, el inconsciente trata a
la mierda, el dinero, el don, el pene y el niño como términos intercambiables. El capital tan solo ha desplazado el foco hacia el
primero de los términos. (…). Esta no es la liberación sexual utópica aireada por Hocquenghem hace treinta años, sino el fin
catastrófico de toda singularidad. Lo que podríamos llamar «capitalismo anal» hace disminuir la commensurabilidad de lo
«masculino» y lo «femenino» pero únicamente para condenarlos, con el propio Week-end, al basurero cósmico.
Kaja Si l ver man y Har um Far o k i. Speaking about Godard. New York University Press, New York, 1998, pp. 88, 89, 90, 111. Houequenghem ensayó la
despatologización del deseo homosexual al estudiar las patologías de la homofobia institucionalizada e intentó vislumbrar una sociedad no constituida en relación al
significante Falo sino al Ano. En la visión de Houequenghem, en tal sociedad sería realizable la noción de deseo, no como carencia, sino como producción -siguiento el
Anti-Edipo de Deleuze y Guattari-. Aquí sería quizás de aplicación aquel Truismo que decía: «Ten cuidado con lo que deseas porque podrías conseguirlo (aunque sea de la
manera más perversa posible)».

Duque: El gesto sodomítico es el más absoluto por lo que tiene de mortal para la especie humana… y el más ambiguo, porque acepta
las normas sociales para infringirlas. Es, por último, el más escandaloso, porque siendo el simulacro del acto procreador, supone un
total escarnio.
Obispo: Hay algo más monstruoso que el gesto del sodomita: el gesto del verdugo.
Duque: Es verdad, pero el gesto del sodomita tiene la ventaja de poder ser repetido millares de veces. Como usted sabe, Monseñor, la
reiteración es indispensable para que un monstruo alcance el nivel de la monstruosidad.
Obispo: También se puede encontrar el modo de reiterar el gesto del verdugo.
Diálogo de los personajes del duque y el obispo, en la película de P ie r Pa o l o Pas o l i n i Saló o los 120 días de Sodoma. Guión publicado en Salo. El infierno según Pasolini.
Filmoteca de Andalucía, Granada, 1993, pp. 157-158. Pasolini en su «Adjuración de la Trilogía de la vida», había llamado la antención sobre el proceso de consumismo que
había invadido todos los aspectos de la vida italiana. Áreas tradicionalmente asociadas a la transgresión, como el sexo, particularmente el homosexual, se habían convertido
en pasto del mercado; una situación a la que se había llegado, precisamente, a través de la falsificación o el vaciamiento de una serie de valores tenidos como progresistas o
emancipatorios, como «el progreso», las «mejoras en la calidad de vida», la «emancipación», la «tolerancia», el «colectivismo», etc.»

Voy a llegar tan lejos como para afirmar que, en sentido freudiano, el capitalismo siempre ha sido una religión revelada («La religión
–dijo una vez sucintamente el viejo Papa Sigmund– es una neurosis pública; la neurosis una religión privada»). El capitalismo,
sugeriría yo con toda seriedad, puede ser mejor estudiado como una neurosis pública característica de sociedades en las cuales la
energía vital ha sido reconducida de la zona genital a la zona anal. Al tratarse de una neurosis pública, está institucionalizada,
ritualizada y mistificada, con toda la pompa y algarabía de cualquier otra religión. (…). Los misterios de la economía capitalista se
mantienen tan sagrados como aquellos de cualquier otro culto así como los de cualquier otra neurosis social organizada. Únicamente
a los «expertos» se les supone capaces de entender «el tipo de interés», «el precio del dinero», «los peligros de la inflación», etc. Todo
el sistema –la «magia negra del dinero» como la denominó en cierta ocasión Pound– descansa simplemente en la reproducción del
dinero como si se tratase de un ser vivo.
R o be r t Anto n Wi l s o n . «Is Capitalism a Revealed Religion?». The Realist, N.º 27, junio de 1961, p. 7.

El capitalismo es una religión del mero culto, sin dogma. El capitalismo se ha desarrollado en Occidente –como se puede demostrar
no sólo en el calvinismo, sino en el resto de las orientaciones cristianas ortodoxa– parasitariamente respecto del cristianismo de modo
tal que, al final, su historia es en lo esencial la de su parásito, el capitalismo. (…) Las preocupaciones: una enfermedad del espíritu que
es propia de la época capitalista. Situación espiritual (no material) sin salida que (deviene) en pobreza, vagabundeo, mendicidad,
monacato de la vagancia. Una situación así, que carece de salida, es culpabilizante. Las «preocupaciones» son el índice de la
consciencia de culpabilidad de la situación sin salida. Las «preocupaciones» nacen por el miedo de que no haya salida, no material e
individual, sino, comunitaria.En tiempos de la Reforma el cristianismo no favoreció el advenimiento del capitalismo, sino que se
transformó en él. Metódicamente habría que investigar, en primer lugar, qué vinculos estableció en cada momento el dinero con el
mito, hasta que pudo atraerse hacia sí, tantos elementos míticos del cristianismo para constituir ya, el propio mito.
Walter Benjamín . El capitalismo como religión [Kapitalismus als Religión]. Fragmento 74 del volumen VI de Gesammelte Schriften, editado por Rolf Tiedemann y
Hermann Schweppenhäuser (Suhrkampf), 100-103.
Yo soy neoliberal-capitalista no tengo ideología, me vendo al mejor postor, mi ideología es el dinero, punto. Soy el máximo
exponente de esta sociedad, la del siglo XXI, un broker (…). No soy demócrata, no creo en la democracia, no creo que el poder tenga
que residir en la mayoría. No voto (…), no he votado en mi vida. Ni soy españolista, ni de derechas, creo en la libertad de mercado y
en los agentes económicos, creo que el Estado debería ser un mero árbitro. Soy humano en mis ratos libres, no cuando trabajo (…).
Doy clases para aliviar mi conciencia (…). Mi tendencia política es anti-demócrata (…) (el de) la Derecha y la Izquierda es un
discurso podrido del siglo pasado (…) como triste me parece a mí una persona que estudia latín o un poeta (…) algo totalmente inútil
y que dedica su vida a una cosa que no genera ninguna productividad.
S im ó n Pé rez Go la r o n s . «Queremos opinar». Intereconomía Televisión, 26-12-2013. En el mismo texto de Benjamin citado anteriormente, explica cómo el
capitalismo no es un culto expiatorio como otros, sino culpabilizador, constatando la misma raíz etimológica en alemán para culpa y para deuda (Schuld). Es curiosa la
necesidad de la renuncia del tertuliano a su condición humana cuando ejerce de capitalista, así como su declaración de que es a través de la enseñanza que intenta «aliviar
la conciencia», expiar su culpa. Cuando las ideologías se encuentran con lo real de su deseo, no pueden asumirlo y se niegan a sí mismas como tales, apelando a las
cuestiones eminentemente prácticas, como afirma Benjamin más adelante: «Contribuye al conocimiento del capitalismo como una religión el hacer presente que,
originalmente, el paganismo originario concebía la religión, no como un “elevado interés moral” “superior”, sino, como el más inmediatamente práctico. En otras palabras,
el paganismo fue tan poco consciente, como el capitalismo actual, de su naturaleza “ideal”, “trascendente”, y la comunidad pagana consideraba a los individuos irreligiosos
o heterodoxos de su comunidad como incapaces, igual que la burguesía actual considera a sus miembros no productivos».

Se puede definir como religión a aquello que sustrae cosas, lugares, animales o personas al uso común y las transfiere a una esfera
separada. No solo no existe religión sin separación sino que cada separación contiene o conserva en sí un núcleo genuinamente
religioso. (…). En su forma extrema, la religión capitalista realiza la pura forma de la separación sin que quede ya nada por separar.
Una profanación absoluta y sin residuos coincide con una consagración en igual grado vacua e integral. Como sucede con las
mercancías, donde la separación es inherente a la forma misma del objeto, que se escinde en valor de uso y valor de cambio, y se
transforma en un fetiche inaprensible; así todo aquello que es actuado, producido y vivido –incluso el cuerpo humano, incluso la
sexualidad, incluso el lenguaje– es dividido de sí mismo y dislocado en una esfera separada, que no define ya ninguna división
sustancial y en la que todo uso se vuelve duraderamente imposible. Esta esfera es el consumo. Si, como se ha sugerido, llamamos
espectáculo a la fase extrema del capitalismo que estamos viviendo, en la que todo es exhibido en su separación de sí mismo, entonces
espectáculo y consumo son las dos caras de una misma imposibilidad de uso. Aquello que no puede ser usado es, como tal,
consignado al consumo o a la exhibición espectacular. Lo cual significa que la profanación se ha vuelto imposible (o, al menos, exige
procedimientos especiales). Si profanar significa restituir al uso común aquello que había sido separado en la esfera de lo sagrado, la
religión capitalista en su fase extrema apunta a la creación de un Improfanable absoluto. (…). Es posible, sin embargo, que lo
Improfanable, que es el fundamento de la religión capitalista, no sea en verdad tal; que existan aun hoy, formas eficaces de la
profanación. (…). La separación se ejerce también, y ante todo, en la esfera del cuerpo, como represión de determinadas funciones
fisiológicas. Una de ellas es la defecación que en nuestra sociedad queda aislada y escondida mediante una serie de dispositivos e
interdicciones (que atañen tanto a los comportamientos como al lenguaje). ¿Qué podría significar profanar la defecación?
Gi o rg i o Agamben. Profanaciones. Anagrama, Barcelona, 2005, pp. 96, 106, 107, 113, 114. Parece inevitable que todo discurso que hable de religión y de capitalismo,
deba concluir hablando de lo excremental.

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