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UÑIVERiKJAD

NACIONAL
DE CQLOMBIA
SEDE AMAZONIA
FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA

AMBIENTAL DE COLOMBIA 1850-1930.


FIEBRE DE TIERRA CALIENTE.
UNA HISTORIA AMBIENTAL DE
COLOMBIA 1850-1930.

GERMÁN A. PALACIO CASTAÑEDA

•'WC UNIVERSIDAD


f NACIONAL
j J ' DE COLOMBIA ILSA
SEDE AMAZONIA
A Olga Lucía, por todo
su amor y dedicación.
Y a Lucía Asaí,
mi palmenta amazónica.
COLECCIÓN EN CLAVE DE SUR
Editor: Germán A . Palacio Cnetañdna

ISBN: 958-9262-00-5

Revisión de texOs^ Marta José Díaz GranaOss

Diseño y prepatcó¡ón editoisl: Pubiicadnees IL5A

Dingtamaóión: Editorial Gente Nueva

Imptecién: Fiiig^^na, Libreria y Editorial

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Bogotá, Colombia, abril de 2006


CONTENIDO

INI^F^ODUCI^IÓN
Argumento, conceptos y 1116^5............................................................ 13
Historiogtatía............................................................................................... 18
E^uctora..................................................................................................... 22

CAPÍTULO 1
La construcción del territorio colonnbinno....................................... 27
Conquisaas andinas: eatutaleaes y culturas compatades...................... 28
E periodo colosal como cambio ambie^al............................................ 29
E paisaje humano en movimiento........................................................... 36
Hacia una nueva identiddd......................................................................... 37
La segunda coequistd................................................................................. 39
Comp^aa^CKne^ repubiícans s..................................................................... 42
Conclusioess............................................................................................... 43

CAPITULO 2
Imaginarios políticos y transtormariones de las fronteras
de tierra callente, 1850 - 1920.............................................................. 47
La Colon! y la Repúbiica: las ■^^35 frías y las calienees...................... 50
Tierras, mercados y civilización.................................................................. 52
La reacción conservadora........................................................................... 56
Civilización como apropiacién simbóiíca y material................................ 59

CAPÍTULO 3
Civilización como domestiaación del paisaje:
Cundinamaraa y Valle del Cauca................................................................ 65
La historia del éxito: de la sabana de Bogotá al río Magdalena.......... 67
Una promesa del futuro: el Valle del Cauaa y la salida a Buenav^^nturn 74
CAPÍTULO 4
Introducción a la región del Caquetá................................................ 83
Amazonia, comercio mundial y contrastes andinos.............................. 85
Imaginarios.................................................................................................. 86
La discusión académica.............................................................................. 88
Antecedentes y prejuicios......................................................................... 90
Panamazonia y Amazonia colombiana ................................................... 94
Algunas tesis............................................................................................... 97

CAPÍTULO 5
Amazonia: Corografía, Quina y Catequización.............................. 99
Agustín Codazzi: la apropiación simbólica por medio de la corografía 101
Rafael Reyes: la civilización a través de la extracción de quina.............. 105
Civilización como catequización: la Iglesia contraataca.......................... 110

CAPÍTULO 6
Caucho, geopolítica e imaginarios..................................................... 121
Caucho: conquistar, comerciar y civilizar................................................. 123
Estado: la frontera y el territorio.............................................................. 133
Imaginarios.................................................................................................. 142
Conclusión: de la región del Caquetá a la Panamazonia...................... 148
EPÍLOGO....................................................................................................... 149
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA..................................................................... 159
MAPAS......................................................................................................... 169
Libro: Caminos Reales de Colombia, Directores del proyecto: Pilar Moreno de Án­
gel, Jorge Orlando Melo González. Editor Académico: Mariano /U seche Losada. Pg.
281 En las totoras de la Cocha, Nariño. Grabado de E. Bayard, sobre el viaje de
Edourd Addré de Popayán a Pasto en 1875-1876 (Tomado de: Geografía Pintoresca
de Colombia en 1868, recopilación dirigida por Eduardo Acevedo Latorre, Litogra­
fía Arco, Bogotá, 1968. Biblioteca particuiar de Pilar Moreno de Ángel).
INTRODUCCIÓN

Germán A. Palacio Castañeda*

ARGUMENTO, CONCEPTOS Y FUENTES


Este texto se concentra en un periodo de SranfOormación ambiental en
Colombia que transcurre entre 1850 y 1930. Comienza en un momeni^o en
que la elite poscolonial dominante intentó dejar atrás los fardos de la he­
rencia colonial, sobreponerse a la desorganización económica heredada de
las guerras de independencia, reconstruir sus relaciones con Europa y vin­
cularse de nuevo al mercado internadona! con el propósito de “civilizar”
este país tropical. Termina en otro, en que las elites deciden probar un
nuevo proceso de industrialitación que acabará generando una urbaniza­
ción y Sranftormación ambiental más rotunda y decisiva. He encontrado
que, a pesar de variados intentos para realizar Sranftormacionas materia­
les del paisaje colombiano, muchos de los cambios más sustancialas estu­
vieron localizados y circunscritos a la región andina y, en un segundo y
relegado lugar, a la región Caribe. En contraste, en la región amazónica,
por sólo mencionar un caso, los cambios consistieron en disrupciónsocial y
estancamiento o disminución demográfica sin que haya ocurrido un proce­
so de dtftrtaSacirn de consideración. En una mirada al conjunto del terri­
torio colomblano en esta época, los cambios del país^^ fueron
principalmente scmbrlccts y consistieron en reorganización Serr-itoia^ y
Sranfformaciones en los imaginarios [cfr. mapas 1 y 2].
Debido a que hemos sido entrenados para pensar en términos de oposi­
ciones binarias entre lo físico y lo simbólico; lo real y lo ideal; la natutaleta
y la cultura; las ciencias natun^s y las humaniddeas, dtatmbarazaate de
tales dualidades a veces puede generar malentendidas. Si en este texto se
mantiene este convencionalismo, en realidad esas oposiciones son pensa­
das como conceptos cnSercimectadas e interactivos, además de histórica­
mente fabricados.
Profesor titidar, Universidad Nacional de Colombia, sede Amazonia.
14 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA ^MBBIET^T^AL DE COLOMBIA 850-1930".

A pesar de su perspectiva interdiscipiinaria, frecuentemente los estu­


dios ambientaees quedan atrapados en estas dualidades cuando son reduci­
dos al campo de la biología. Aquí se trata de evitar ese deterninismo. Bajo
estas condiciones, preocupaciones espaciales y simbólicas son de especial
interés. De un lado, esta investigación distingue entre paisaje y terrúorio
de una maner^a diferente a como lo hacen algunos geólogos y geógrafos
colombianos.1 Gentralmente ellos usan paisaje como geografía física, lo
que implica una especie de geografía sin intervención humana. Debido a
que el paisaje en sí mismo es una forma de ver, partocularmenee desarro­
llada desde la época del Renacimiento con el descubrimiento de la perspec­
tiva (Serje, 2001, pp. 175-191), asumo que ambos, paisaje y territorio,
incluyen presencia humana, pero propongo que el terrioorio es un paisaje
politizado. La diferencia entre los dos conceptos es algo más que un asunto
de énfasis.
De otro lado, este texto usa conceptos tales como tropicalidad y civiliza­
ción, que son próximos a las preocupaciones ambientates (Fernández-
Armesto, 2002). Estos dos términos están históricamente imbricados desde
la época de la Ilustración cuando el barón de Montesquieu declaró que la
civilización no podía florecer en los trópicos. Exploro el impacto de este
prejuicio eurocéntríco pero lo especifico, consciente de que Cooombia no es
simplemente un país tropical, como lo son México o Perú, sino ietertoopical
ya que está cruzado por el Ecuador. Contrasto los cambios simbólicos con
tranaOormcriones materiaees para mostrar que el cambio ambiental en
buena parte del país aurante el periodo en estudio no implicó la destruc­
ción de bosque sino en aquellas regiones andinas ya mencionadas. Se trató
más de un discurso liberal o progresista que sólo en algunos casos fue
aplicado con resultados materiales concretos. Esto no quiere decir que nin­
gún cambio de tipo material ocurrió como se muestra en algún capítulo.
Más adelante también se verá que las tIaealbrmaclones simbólicas llegan
a ser, más que retórica, un discurso, en el sentido foucaultiano, de tal
manera que implican cambios en los hechos.
Los símbolos tienen una eficacia práctica. Por ejemplo, en este estudio
los cambios simbólicos implicaron la construcción de un sistema legal para
apropiar las tierras fronterizas; una negociación que se proyectó en la cons­
trucción de las fronteras del país; una organización terrúorial que se con­
centró en las divisiones ttrriOoriates aledañas al río 'Magdalena, olvidando
buena parte del resto del país; un imaginario que construyó un esquema
para preparar cambios futuros, entre otros. Un ejemplo muy cercano a los
colombianos toca con el éxito cafetero en las tierras de mediana altitud de*

1 Por ejemplo, Pedro Botero como un importante geólogo, y Camilo Domínguez como geógrafo.
Entrevista realizada por el autor Leticia, Amazonas, Colombia, febrero de 2002.
INTRODUCCIÓN 15

fines del siglo XIX y comienzos del XX, que estructuró un estereotipo de
Colombia. Esto implicr una simplificación que oculta otras realidades de lo
que es el territorio colombiano, que condujo a simplificar al país como la
tierra de "Juan Valdés”. Éste es uno de los poderes de la tranformaban
simbriica que genera un juego particular entre lo que está en la superficie
y lo que se oculta en la sombra. Sin embargo, no es lo mismo cambiar el
paisaje existente que establecer imágenes de lo que idealmente debería
ser; o dibujar mapas y fronteras sin controlar el territorio; o hablar de
progreso y civilización sin producir cambios materiales en la vegetación.
Mientras que los ambientalisaas se han concentrado en el análisis de la
metáfora del “desarrollo”, este trabajo se concentra en una metáfora ante­
cesora cual es la de “civilización”, aunque su uso se remonta a la llegada de
los españoles cuando sus connotaciones principales estaban asociadas a la
cristianización y la agrupación en poblados. Desde el siglo XVIII, y durante
el siglo XIX, este significado se amplió o modificó hacia asuntos climáticos;
además implicó sedentarización por urbanización y desarrollo de la agricul­
tura; derecho moderno y propiedad privada; instituciones estata^s; supre­
sión del bosque natural por bosques cultivados; procesos de individualización;
construcción de infraesIrustrta tal como carreteras y rerrocarrlles; desa­
rrollo tecnológico, ciencia y educación formal, entre otros factores. Ade­
más, la idea de civilización se contrastó con las de “barbarie” y “salvajismo”,
en el caso latinoamericano en el siglo XIX, en los términos formulados por
Domingo Sarmiento (1988).
Otra contribución de este tr^^l^^^^o es la presentación de tres estudios
regionales para ilustrar mi argumento. En consecuencia, desarrollo tres
capítulos sobre la región del Caquetá que es el nombre que tenía la Amazonia
ctlombiana durante el siglo XIX. De hecho, esta concentración en la región
amazónica se distancia de las corrientes dominantes de la hiatoriogrrfia
colombiana dedicadas en primer lugar al estudio de la región andina, y en
un segundo y rezagado lugar al estudio del Caribe.2 Hay importantes estu­
dios regionates sobre la Amazonia, tales como los de Camilo
Domínguez, Augusto Gómez, Roberto Pineda y otros, que nos hacen cons­
cientes de sus conexiones con el mercado internacional, con el impacto
social de la economía extractiva y los métodos sanguinarias del capitalismo
salvaje (Domínguez y Gómez, 1990; Pineda, 2001). Reconociendo este lazo
con la economía mundial, redirecciono este interés hacia el contexto nacio­
nal tratando de debilitar la idea de que la región amazónica colo’^biana es
sólo una anomalía en la historia de Colombia que no merece ser tenida en
cuenta. Aspiro a complementar la visión de los colombianos sobre su histo­
ria de una maner^a en que la región amazónica tenga también su lugar

2 Dos de los más importantes son Orlando Fals Borda (1979) y Eduardo (1996).
16 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

como parte constitutiva de esa historia nacional, lo cual es una forma de


colocar “patas arriba” la historia de Colombia. Desde que aceptamos que la
unidad nacional y el mercado interno se lograron con la economía cafetera
“olvidamos” el resto del territorio que, desde este punto de vista, poco im­
porta.
Presento brevemente otras dos regiones como casos de contraste y
control, por lo cual no me extiendo en ellas. Primero Cundinamarca, loca­
lizada en el corazón de los Andes colombianos, centro de la autoridad colo­
nial y lugar donde los criollos confirmaron la capital del país. Además,
presento el Valle del Cauca, con epicentro en Cali y Palmira, como una
especie de ejemplo intermedio entre el caso del Caquetá y el de
Cundinamarca. Todas estas regiones confrontaron un desafío similar que
era conectarse al mercado internacional. Se trata de regiones que no están
localizadas en las costas sino en zonas interiores.
En este texto utilizo varios relatos de viajero y viajeras, descripciones
corográficas y mapas, además de documentos y fuentes primarias princi­
palmente de la elite letrada. He revisado el Archivo General de la Nación
(AGN), especialmente el Fondo de Baldíos y el Fondo Cora (Legrand, 1988).
Cuando revisaba el Fondo Cora, que contiene los documentos del coronel
italiano Agustín Codazzi y sus colegas de la Comisión Corográfica, los cien­
tíficos sociales Augusto Gómez, Camilo Domínguez y Guido Barona empe­
zaron a publicar varias de las descripciones regionales de dicha Comisión.3
Adicionalmente, tuve la oportunidad de leer el archivo de Santiago Eder
que reposa en la Universidad de Miami y que es de interés para entender
parcialmente la historia del Valle del Cauca.
También utilicé tres tipos de narraciones literarias de la época, particu­
larmente una crónica, Trabajadores de tierra caliente para Cundinamarca,
María para el Valle del Cauca y La Vorágine para la región amazónica.
Aunque algunos científicos sociales muy objetivistas puedan experimentar
un rechazo instintivo hacia este tipo de fuentes, pienso que ellas aportan
elementos de gran valor para mi argumentación en la medida en que per-
j miten detectar el cambio simbólico del paisaje. Se trata de que, en buena
medida, la transformación ambiental de este periodo fue un cambio en la
forma de ver, es decir, en los imaginarios (Cosgrove, 1984).
Como es común para los geógrafos, no tanto para los historiadores que
sobrevaloran los archivos, armé mis corotos de viajero para reconocer el
paisaje que necesitaba colocar bajo los lentes de la historia. Visité los cami­
nos que conducen de la sabana de Bogotá al río Magdalena recordando mi
infancia, cuando solíamos salir con la familia y los amigos a visitar la “tie-

3 Véase Agustín Codazzi (1996). Han sido publicados cuatro de ocho volúmenes.
INTRODUCCIÓN 17

rra caliente”. Viajé también varias veces entre el maravilloso, fértil y colo­
rido valle donde queda localizado Cali y el nublado puerto afrocolombiano
de Buenaventura. Quisiera hacer unos comentarios específicos sobre mi
experiencia en el Amazonas.
Entre febrero de 2001 y julio de 2002, con pequeñas interrupáones y
desplazamientos por la región, viví en Leticia, sobre el río Amazonas. Leticia
es, junto con sus vecinos Tabatinga y Santa Rosa, pasando el río, el punto
de encuentro de la expansión de tres Estados-naciones durante la segunda
parte del siglo XIX y las tres primeras décadas del siglo XX. Lejos de haber
llegado a un acuerdo armonioso, el encuentro de estos Estados generó con­
flictos que, eventualmenee, se tornaren en un breve choque armado entre
Perú y Colombia, pero en todo caso, a costa de las tierras y la organización
social de varios pueblos indígena,, principalmnnte ticuna,, huitooo,,
cocamas, yaguas, ocainas y otros que residen en la región. En el proceso de
aprendizaje de los avatares de esta vaporosa zona de frontera, tuve tam­
bién que aprender algunas cosas de la expansión portuguesa y brasilera en
la Amazonia, río abajo. Además, tuve que aprender algo de la historia repu­
blicana del Perú, la más exitosa experiencia de un Estado hispanoamerica­
no en la Amazonia, una región que fue prin^cip^^ln^t^nte arrebaaaaa a los
nativos y colonizada por el imperio brasilero.
Tratando de hacer menos evidente mi ignorancia sobre los países veci­
nos de Colombia, visité Manaos y Belém do Pará para tener una idea de la
tranfoormación del paisaje bajo el poder de estas dos impresionantes ciuda­
des que hoy en día tienen, la primera, una población parecida a la de Medellín
o Cali, y la segunda, mayor que Ban-anqulU,, en medio de la selva. Belém
y Manaos tienen una historia importarúe que se retrotrae al pasado colo­
nial, pero son espec•ialnente famosas por la edad “dorada” del caucho o
“borracha” como lo llaman los brasileros, desde fines del siglo XIX.
También visité Iquitos, el puerto peruano más importanee en el Amazo­
nas, y una populosa ciudad con una población de varios cientos de miles de
habitantes. Allí perdí la oportunidad de revisar la colección municipal para
comprender mejor las versiones peruanas durare el periodo del caucho
debido a un incendio que ocurrió a comienzos de 1990. Sin embargo, pude
leer la Monumenta Amazónica que es el esfuerzo más importanee para
colectar y publicar las fuentes primarias de la cuenca andino-amazónica.
Además, tuve la ocasión de leer la historiografía peruana y algunos docu­
mentos primarios que se conservan en varias de las buenas bibliotecas de
Iquitos sobre la región amazónica, tratando de evitar una posición chovinista
colombiana o peruana.
Las voces de los indígenas amazónicos son difíciles de escuchar en este
periodo debido a que las misiones religiosas que normalmenee están aten­
tas a colectar y registrar aspectos etnográficos y lenguas indígenas sólo
18 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930"

regresaron a la región del Alto Putumayo, y no exactamente a las zonas del


caucho, al final del siglo XIX y empezaron a actuar a comienzos del siglo
XX. En efecto, todas las misiones localizadas en la cuenca amazónica co­
lombiana colapsaron a fin del siglo XVIII, y las guerras de Independencia
rompieron las conexiones sistemáticas o institucionales entre los Andes y
la Amazonia. Un siglo más tarde, la orden religiosa capuchina de Cataluña
regresó a la región del Alto Putumayo invitada por el gobierno colombiano
que había sido incapaz de controlar estas regiones fronterizas. Se dice que
después del estudio crítico de Víctor Daniel Bonilla sobre el papel de los
misioneros en la región de Sibundoy, los capuchinos recogieron sus archi­
vos y los trasladaron a Barcelona. Así, las voces indígenas en la Amazonia
sólo pueden ser escuchadas más avanzado el siglo XX, a través de misione­
ros y antropólogos que recolectan una mitología que a veces parece
ahistórica. La historia de “abajo hacia arriba” no es sólo un asunto de bue­
na voluntad.

HISTORIOGRAFÍA4

Novedad y dispersión pueden ser considerados como los dos obstáculos


principales para una historia ambiental de Colombia. Sin embargo, hay
trabajos suficientes para buscar inspiración y sortear esta dificultad. Mu­
chos textos históricos producidos para otros países o en otras subdisciplinas
de la historia pueden ser leídos creativamente. Parte de los problemas pue­
den ser considerados un asunto de interpretación y clasificación. Para po­
ner sólo un ejemplo, se puede decir que el texto de Mauricio Nieto, Remedios
para el Imperio, que es presentado como historia de la ciencia, puede ser
releído creativamente como historia ambiental (Nieto, 2000). También tex­
tos bien conocidos, como por ejemplo, Os Sertoes de Euclides da Cunha
(1991), libros como los de Gilberto Freire (1937), o La historia doble de la
Costa de Orlando Fals Borda (1979) pueden ser leídos bajo los lentes de la
historia ambiental. La brasilera Lise Sedrez (2003, p. 100) y otros colegas
de Estados Unidos han colocado en la red más de cuatrocientos títulos com­
patibles con la empresa que apunta a elaborar una historia ambiental lati­
noamericana.
Hay unos tópicos básicos que se pueden extraer de la historiografía de
América acerca del contacto y choque con los europeos, la historia del “Nue­
vo Mundo”. El primer tema tiene que ver con el cambio demográfico de
América, tanto en términos del colapso demográfico de la población indíge­
na como del reemplazo, complemento o mestizaje producto de la llegada de

4 Una historiografía más amplia ha sido publicada en Alberto Flórez Malagón (1988). También
Lise Sedrez, Germán Palacio y Christian Brannstrom y Stefama Gallini (2003).
INTRODUCCIÓN 19

europeos y de africanos, o mejor, de lo que Alfred Crosby llama la “biota


mixta”, es decir, el combate entre europeos junto con sus animales, plan­
tas, malas yerbas y enfermedades contra unos nativos con su respectiva
biota. Lo anterior también implica que América no era una naturaleza prís­
tina o intocada por el género humano, como a veces sueñan algunos
preservacionistas a ultranza, sino un territorio bastante transformado,
empobrecido y enriquecido por la acción humana (Crosby, 1972; Stern, 1995).
La idea de una naturaleza prístina tiene un correlato sobre el cual hay
que ser consciente (Denevan, 1992). Se trata de la visión romántica que
tuvo en Cristóbal Colón su precursor con la descripción del paisaje caribeño
y de unos indios ingenuos que conducía a pensar que América era un Edén.
Michele de Montaigne primero en Brasil, y luego Jean Jacques Rousseau
reforzaron este imaginario pintando a los indios como “nobles salvajes”
inmersos en una naturaleza virgen. Esta imagen fue reforzada, en parte,
sobre todo en el aspecto “natural”, por la visión cósmica de Alexander von
Humboldt sobre la naturaleza de América tropical. Es particularmente re­
levante para este trabajo notar que la idea de una naturaleza prístina es
pariente de una metáfora muy común en América Latina que considera a
las tierras baldías como “desiertos” durante el siglo XIX, como veremos
más adelante. A través de esta metáfora extensos territorios fueron simbó­
licamente desocupados, los indígenas retóricamente expropiados, y queda­
ron entonces dispuestos estos dilatados espacios a procesos de apropiación
privada.5
A pesar de las notorias diferencias de América Latina con Norte Améri­
ca hay varios aspectos de esa historiografía que no deben descuidarse y que
permiten un fructífero intercambio con los colegas dedicados a hacer la
historia ambiental de Norteamérica. Por ejemplo, William Cronon presen­
ta la transformación histórica de Nueva Inglaterra producida por el choque
entre nativos y colonos ingleses. La clave para entender este proceso hay
que buscarla en términos de los enfrentados sistemas de propiedad. Mien­
tras que los nativos americanos se basaban en actividades de cacería, reco­
lección y horticultura móvil, los ingleses practicaban una agricultura
sedentaria que entendían como la justificación para la apropiación privada
de la tierra, su mercantilización y la construcción de cercas que, a diferen­
cia de los pueblos indígenas, separaban tajantemente a los animales do­
mésticos de los silvestres (Cronon, 1983). El otro tópico de contacto
fundamental entre latinoamericanos y norteamericanos es el tema de la
“frontera” durante el siglo XIX. En contraste con el mito norteamericano

Véase Germán Palacio, "Law as a Devise for Material and Symbolic Transformations", en
"Civilizing the Tropics: The Highlanders Failed Attempt to Transform the Colombian Amazon,
1850-1930". Disertación para optar por el Doctorado en Historia en Florida International
University, Miami, 2003.
20 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

de la frontera, los colombianos no desarrollamos ninguna visión celebratoria,


con excepción de la llamada colonización antioqueña. El caso brasilero es,
probablemente, más parecido al norteamericano.
La historiografía ambiental latinoamericana también está creciendo.
Ya mencioné el caso de la bibliografía organizada por Lise Sedrez y otros
colegas de Stanford University.6 En agosto de 2001 fue organizado un con­
greso internacional, producto del cual se han publicado dos libros: uno es­
pecífico sobre historia ambiental y otro sobre discusiones a propósito del
tema de la interdisciplinariedad entre historiadores, geógrafos y antropólogos
(Palacio, 2001; Palacio y Ulloa, 2002). De allí se creó el grupo de investiga­
ción en historia, ambiente y política fusionando la historia ambiental con
la ecología política. En Panamá, en marzo de 2003, el argentino Héctor
Alimonda y el panameño Guillermo Castro-Herrera, a nombre del Consejo
Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), organizaron un panel sobre
historia ambiental dentro del grupo de investigación de ecología y política.
En julio de 2003, durante el Congreso de Americanistas en Santiago de
Chile, se organizó un simposio sobre este mismo tópico con participación
de académicos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Italia, México,
Panamá, España y Estados Unidos. El campo ha despegado en un eferves­
cente proceso creativo.
Vale la pena resaltar algunos tópicos comunes de esta literatura en
cuanto están conectados con el presente texto. Por ejemplo, la idea de
verticalidad, desarrollada por John Murra quien propone que la alta pro­
ductividad de las economías andinas al tiempo de la conquista depende no
de una sola región sino de su integración vertical (Murra, 1985, p. 49). La
importancia de la verticalidad para el clima y la distribución de la vegeta­
ción fue algo que también le reveló Humboldt a sus contemporáneos euro­
peos sobre América tropical. Para este texto el punto es que la integración
vertical es indispensable a fin de lograr integración nacional, particular­
mente en el área andina (Stern, 1982; Spalding, 1984).
Otro punto es el concepto de neo-Europa desarrollado por Crosby. Pro­
pone que en el largo tiempo de contacto entre Europa y América se produce
una especie de fenómeno que llama “imperialismo ecológico”. Además del
intercambio del contacto entre europeos y nativos, la importación de euro­
peos a las regiones templadas de América durante el siglo XIX acabó por
cambiar estos ecosistemas de tal manera que en países tales como Estados
Unidos, Argentina o Uruguay se construyeron ecosistemas similares a los
europeos. En apariencia, esta noción no tiene nada que ver con un país
intertropical como Colombia. Sin embargo, los altiplanos colombianos son

6 Véase <http://www.stanford.edu/ Isedrez/biblio/html>


INTRODUCCIÓN 21

parecidos a los paisajes “templados”. Es curioso que James Parsons comen­


zó su famoso libro sobre la colonización antioqueña anunciando las realiza­
ciones de unos “yanquis” de suramérica, provenientes de tierras templadas,
refiriéndose ambiguamente a “températe", es decir, los climas estacionales
del hemisferio norte (Parsons, 1979). Los habitantes de algunas regiones
de clima frío se sintieron más europeos que sus paisanos de tierra caliente
y con ello, más civilizados.
Otros libros sobre América Latina también traen ideas interesantes
que sirven de referencia para este trabajo. En Race, Place and Medicine.
The Idea of the Tropics in Nineteenth Century Brazilian Medicine, Julyan
J. Peard se pregunta cómo los latinoamericanos resistieron las nociones
eurocentristas sobre el trópico, y muestra que durante el siglo XIX un
grupo de médicos de Salvador de Bahía desarrollaron un punto de vista
“tropicalista”. Aunque ellos creían en la ciencia, trataron de fomentar una
medicina producida en el trópico para ser aplicada en los trópicos. Estos no
eran malsanos en sí mismos como consideraban las teorías higienistas
eurocentristas reproducidas en este subcontinente (Peard, 1999, p. 5). Esta
idea de trópico permitía constituir una identidad nacional endógena, como
celebra la canción: “Brasil, un país tropical”.
La experiencia de la conquista de la frontera en el siglo XIX y parte del
XX por otros países latinoamericanos es también aleccionadora. Hubo ele­
mentos militares y civiles, digámoslo así. Como en Estados Unidos, la di­
mensión militar tuvo una gran incidencia en algunos de ellos. Por ejemplo,
Fernando Ramírez ha documentado la expansión chilena en la frontera del
sur durante el siglo XIX como un proceso de destrucción no sólo del bosque
sino de los indios araucanos. La expansión de la capacidad del Estado chile­
no para controlar y civilizar nuevos territorios no buscó el desarrollo de la
industria maderera sino el intento de expandir el territorio, eliminar a los
indios y con ello civilizar al país (Ramírez, 2003). Dimensiones no militares
también son importantes. Stefania Gallini (2003, 2002) muestra que los
agrimensores fueron un componente complementario de importancia para
la apropiación jurídica de tierras como lo documenta para el caso de los
cultivadores de café en Guatemala.
David Arnold (2002), en un texto que sintetiza la preocupación por la
historia ambiental, presentó la forma como los europeos contrastaron sus
tierras templadas (températe) con el trópico. Mientras para Cristóbal Colón
era una especie de Edén, y a comienzos del siglo XIX Humboldt celebraba
la exuberante naturaleza tropical, avanzado este siglo el trópico fue visto
como una tierra de enfermedades, gente perezosa, regiones salvajes y na­
tivos caníbales. El caso amazónico muestra otro cambio: de un “El Dorado”,
basado en su supuesta pero no probada fertilidad, acabó encajando en la
misma peyorativa simplificación o tergiversación.
22 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

El dilema de Argentina en la versión de Domingo Sarmiento sobre bar-


barismo frente a civilización, bien conocido para la elite latinoamericana,
puede ser vinculado a la idea eurocéntrica de los trópicos, aunque fue a
comienzos del siglo XX que Ellsworth Huntington (1971) presentó en for­
mato científico y sistemático la relación entre civilización y climas tropica­
les “probando” que no son apropiados para altas civilizaciones. Terminando
el periodo en estudio, a fines de 1920 en el ámbito nacional, Laureano
Gómez y Luis López de Mesa fueron protagonistas de un debate que tuvo
secuelas en décadas posteriores (Gómez, 1970). Ambos, con posiciones que
lindan con el determinismo geográfico o ambiental, plantearon puntos de
vista opuestos. Para Gómez, Colombia no tenía mucho futuro, a juzgar por
la raza y los suelos que conforman su población y territorio. López de Mesa,
en cambio, pensaba que la colonización antioqueña había dado lugar al
surgimiento de una cultura propiamente colombiana: la civilización de ver­
tiente (López de Mesa, 1936, 1996).
Desde la década de los sesenta, la “nueva historia” rechazó las inter­
pretaciones que reducían la historia a los héroes nacionales e introdujo
interpretaciones económicas y sociales, algunas de ellas influidas por visio­
nes marxistas. Las visiones racistas o deterministas, ambientales o geo­
gráficas, fueron rechazadas. Más bien los problemas relevantes fueron los
de la modernización y el desarrollo planteados como el atraso económico y
social. En la sombra, por un tiempo, las discusiones internacionales duran­
te las dos décadas que van de la Conferencia de Estocolmo sobre Hábitat
Humano y la Cumbre de la Tierra en Río entre 1971 y 1992 fomentaron un
debate nacional en materias ambientales. Nuevos movimientos sociales de
corte “verde” le dieron a la discusión un estatus político y creció la concien­
cia del público acerca de la importancia del tema. La discusión histórica
debe responder a la preocupación de reintroducir la reflexión sobre el am­
biente evitando el determinismo ambiental.

ESTRUCTURA
Este texto, en un primer capítulo que sirve de antecedente y revisión
general, parte de una idea interesante del cronista español Pedro Cieza de
León, quien llegó como aventurero a Antioquia y Popayán durante el siglo
XVI, pero durante la lucha sangrienta entre almagristas y pizarristas en el
Perú, se unió a las fuerzas leales a la Corona y posteriormente se convirtió
en el cronista oficial de la historia de Perú. Propongo que la conquista y
colonización de Perú y Colombia fueron muy diferentes por razones am­
bientales, entendidas como interacción entre naturaleza y sociedad, y que
la organización territorial de Perú y Colombia republicanas pueden ser
mejor captadas reconociendo las complejas especificidades históricamente
constituidas de Perú tropical y Colombia intertropical.
INTRODUCCIÓN 23

En un segundo capítulo aporto reflexiones que sirven para construir


una ecología política de la época, en perspectiva histórica. Las dos orienta­
ciones políticas que dominaron el escenario nacional, -liberales y conserva­
dores- enfrentaron la transformación mencionada con estrategias diversas.
Mientras los liberales, primero, promovieron la libertad de explotación de
bosques, luego los conservadores la limitaron. Su propósito, sin embargo,
no fue “ambiental” o conservacionista, sino apuntó a defender una fuente
de ingresos estatales. Una reflexión de las elites sobre la frontera fue pun­
to de referencia obligado para explicarse éxitos y fracasos del propósito
orientado a domesticar y civilizar la tierra caliente.
En la segunda parte me concentro en estudios regionales. El primer
capítulo presenta los casos de Cundinamarca y el Valle del Cauca. Con el
caso de Cundinamarca se muestra que, a pesar de que mi argumento prin­
cipal es que el cambio ambiental considerado como un todo fue principal­
mente simbólico, la ruta desde Bogotá al Magdalena es el caso opuesto.
Así, en ese descenso tuvieron lugar cambios visibles impulsados por el cul­
tivo del añil, el tabaco, la caña y el café, entre otros, y por la construcción
de caminos y ferrocarriles. El caso del Valle del Cauca es diferente en el
sentido en que los vallunos transformaron su paisaje tradicional lentamen­
te, en un proceso que sólo se aceleró desde 1915 cuando lograron terminar
la carretera y el ferrocarril que conduce de Cali a Buenaventura sorteando
el obstáculo formidable de la cordillera. La apertura del canal de Panamá
en esta misma fecha permitió la transformación del paisaje del Valle del
Cauca en una región modernizada de monocultivo de caña. En el caso de
Cundinamarca, el punto de partida, el de llegada y la ruta que los une
fueron sensiblemente transformados. En el caso del Valle se construyó un
corredor, lo cual no implicó la transformación material de las selvas que
separan el punto de partida y el de llegada.
Los capítulos siguientes apoyan el argumento principal de este trabajo.
Muestran cómo los colombianos procedentes de los Andes fracasaron en el
intento de transformar materialmente esta región conocida en la época
como Caquetá. Ellos no generaron una transformación profunda del paisa­
je, a pesar de la bonanza de la quina durante la década de los setenta del
siglo XIX, ni después durante al apogeo al caucho. La historia económica
colombiana, concentrada en los Andes, considera este periodo como un fra­
caso económico pero no explica por qué, a pesar de este aparente fracaso,
se dio una transformación visible del paisaje en lugares localizados de la
zona andina pero no de la región amazónica. Así, los cambios ambientales
que de hecho existen no pueden ser tan fácilmente detectados en esta últi­
ma región, ni siquiera con los sofisticados sistemas de información geográ­
fica contemporáneos cuando se trata sólo de mirar la deforestación. Ellos
más bien pueden ser detectados en el terreno y consisten, además del tra-
24 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 1850-1930".

bajo de los pueblos indígenas que lo habitan, en disrupción social, desplaza­


miento forzado y colapso demográfico que hace recordar los primeros tiem­
pos de la conquista ibérica. La transformación ambiental más importante
es de corte simbólico, tanto espacial como ideológico: al final del periodo el
gobierno colombiano obtuvo una configuración territorial más precisa y
definitiva en términos de fronteras externas y divisiones político-adminis­
trativas tal como se observa en los mapas políticos. El paisaje no cambió
mucho; cambió el territorio.
Los cambios en el paisaje, cuando se considera el país como un todo,
fueron principalmente simbólicos. Tratados y leyes, mapas e imaginarios
fueron expresiones de éstos, los cuales no pueden ser considerados cam­
bios materiales como tal. Esto no quiere decir que los cambios simbólicos
no tienen efectos materiales. Si desde 1850 se pensó en el territorio del
Caquetá como una especie de El Dorado, en la década de los veinte este
sueño se convirtió en pesadilla cuando la Amazonia se convirtió para los
colombianos no amazónicos en un “infierno verde”.
Aunque algunos de los conceptos que aquí se utilizan, tales como
tropicalidad, parecen hacer parte de un arsenal de conceptos “objetivos” de
la geografía física, se usan en la forma como han sido hilvanados histórica
y socialmente en términos de la relación entre los seres humanos y el
resto de la naturaleza. Por ejemplo, este trabajo revisa los problemas y las
dificultades del intento de transformar a un país tropical en una especie de
“neo-Europa” civilizada. Aunque se concentra en Colombia, su intención no
es simplemente hacer historia nacional sino una historia “excéntrica” en
contraste tanto con la historia eurocéntrica como con la colombiana cuyo
centro son los Andes. Le dedica entonces bastante energía a la expansión
de la frontera.
Llamar los capítulos amazónicos la “historia del fracaso” requiere una
explicación adicional. Que los bosques no hayan sido talados de manera
significativa y ni abiertos al cultivo y la urbanización implica que la gente
proveniente de los Andes fracasó en “civilizar” la región amazónica. Si to­
mamos esta afirmación desde el otro lado de la moneda, se podría decir que
los “bosquesinos” y los bosques mismos resistieron y sobrevivieron los ata­
ques de las fuerzas civilizadoras, lo cual es otra forma de decir que ellos
fueron vencedores en esa pequeña y sufrida pero significativa historia.7

En el título del texto se utiliza el neologismo "bosquesino", de raigambre más sociológica, en


lugar de conceptos étnicos de corte antropológico. Lo he tomado prestado de escritos recien­
tes de Jurg Gasché, primero y de Juan Alvaro Echeverri, después, quienes desarrollan un
proyecto de investigación en la Amazonia colombo-peruana.
Y
Libro: La Rata de Humboldt Colombia y Venezuela Tomo II, Editor Banjamin Villegas
ISBN 958-9138-95-0 Obra completa, ISBN Tomo I, ISBN 958­
9138-97-7 Tomo II, Primera Edición noviembre de I994, Villegas editores.Pg. I35,
El Monte de la Agonía Dibujo de Maillart 15.7 x 23.5 cm Tomado de L'Améríuue
Equiooxial M.E. André París, 1879, Academia Colombiana de Historia, Bogotá.
CAPÍTULO 1

La construcción del territorio colombiano

mediados del siglo XVI, Pedro Cieza de León, inicialmen­


A te un lugarteniente de Jorge Robledo y después nombrado por Pedro
de la Gasea en Perú como cronista oficial,1 explicaba en su Crónica las
diferencias entre la conquista de Perú y la de las provincias de Popayán y
Antiocha (sic) en Nueva Granada (Cieza de León, 1971, p. 71, 72). Todo es
muy diferente, la gente, la disposición de la tierra, todo, afirmaba. “En
estas provincias hay poblados calientes y fríos, lugares sanos e insalubres,
en algunas partes llueve mucho y en otras poco, en algunas tierras los
indios comen carne humana y en otras no” (p. 71). Muchos españoles están
atemorizados e intrigados porque estos indios son tan insubordinados y
obstinados, agregaba Cieza. En contraste, los indios de Perú que viven en
los altiplanos y entre montañas nevadas, son más numerosos, pero siendo
más numerosos, son más obedientes y sumisos. “Mi opinión, agregaba, es
que en Popayán y Antiocha nunca existió un señor al que ellos le temieran.
Por eso, ellos aborrecen servir y ser vasallos, lo cual es la causa de la
desconfianza para servir a los extranjeros” (p. 72).
Este capítulo proporciona el contexto del proceso civilizador de las tie­
rras calientes que se aceleró desde la mitad del siglo XIX. Comienza ha­
ciendo una analogía entre la conquista del Perú y de la Nueva Granada
para ilustrar y contrastar el proceso de transformación ambiental. Antes
de pasar a la segunda parte del siglo XIX, presenta algunos legados del
pasado colonial. Luego, relaciona las reformas liberales y los vínculos es­
pecíficos con el mercado mundial que marcaron la experiencia republicana
de reapropiación de la naturaleza en la segunda parte del siglo XIX y la
primera parte del XX. Su tesis central es que el paisaje andino es tan histó-*

Ver la presentación biográfica de Alexandra Parma Cook y David Noble Cook en Cieza de León
(1998, p. 6-35).
28 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

rico como su gente. Aunque los cambios ambientales pueden ser más fácil­
mente leídos en un periodo largo que los cambios sociales, ambos pueden
ser empalmados para hacer una historia del paisaje y del territorio.
La conclusión encaja con una observación que por obvia puede ser ig­
norada. Durante la conquista y la colonia de Perú, la Corona española
recentró el poder y la autoridad de los poblados altiplanos andinos y los
trasladó a las tierras bajas costeras de Lima. Más tarde, en el siglo XIX, la
elite blanca y mestiza peruana debilitaron los lazos entre las tierras bajas
y el altiplano. En el caso colombiano, la Corona tuvo que inventar un cen­
tro administrativo y político en el altiplano y los criollos colombianos con­
servaron y continuaron este proyecto, pero decidieron apropiar y civilizar
las tierras bajas desde la segunda parte del siglo XIX. Se presenta el caso
peruano para hacer seguimiento a la idea de Cieza de León, tomando en
cuenta que Perú fue el centro del poder colonial en Sur América durante
los siglos XVI, XVII y parte del XVIII, y para hacer más claro el proceso en
Colombia y tener un punto importante de comparación.
Conquistas andinas: naturalezas y culturas comparadas

Después que Cieza de León presenta el contraste entre Perú y Popayán


y Antiocha (sic), añade que existe una razón más importante para este
comportamiento insubordinado. Debido a que en Popayán y Antiocha “to­
das las provincias y regiones son muy fértiles, y a que hay grandes bosques
y quebradas en medio de las montañas, cuando los españoles los acorralan
y queman sus hogares, ellos se desplazan y construyen casas nuevas en
cuatro días, y siembran maíz que cosechan cuatro meses más tarde” (Cieza
de León, 1971, p. 72). Y si los españoles los buscan de nuevo, ellos se mue­
ven otra vez hacia delante y hacia atrás, y “éste es el porqué ellos solo
sirven cuando quieren y pueden decidir hacer paz y guerra, pero siempre
tienen algo para comer” (p. 72). En contraste, explica Cieza, los indios pe­
ruanos son más razonables, y aceptan un señor ya que los Ingas (sic) los
subyugaron y solían pagar tributo. Pero si ellos no quieren servir, están
obligados a hacerlo porque están atados a la tierra, y no pueden sobrevivir
lejos, en los desiertos o las montañas nevadas o en otras tierras que no son
fértiles.
Cieza describe un contraste que ha sido interpretado como una explica­
ción social de la derrota sorpresiva de una elevada civilización por una
banda de aventureros europeos (Keen, 1996, p. 71). Sin embargo, muchos
autores han considerado que esta explicación es insuficiente y han argu­
mentado en favor de otros factores tales como la ventaja tecnológica, las
contradicciones internas, el rol de las enfermedades y del hambre en un
contexto de guerra combinado con la crueldad de los conquistadores y su
ambición y avaricia. Este no es el lugar para discutir cada uno de estos
LA CONSTRUCCIÓN DEL TERRITORIO COLOMBIANO 29

factores. Todos los participantes en la discusión podrían aceptar que estos


aspectos combinados en diferentes proporciones explican la derrota de los
incas. Lo que es importante para este capítulo es que la argumentación de
Cieza no es puramente social, sino que está basada en una combinación de
factores sociales y ecológicos. Cieza no sólo menciona que los indios colom­
bianos son rebeldes, sino que retrata el ambiente “natural” en el cual este
carácter insubordinado tiene lugar. Entendida como interacción entre na­
turaleza y sociedad, la explicación de Cieza es ambiental.
El periodo colonial como cambio ambiental

Varios de los más importantes estudios de la conquista de las tierras


incas en las últimas tres décadas dedican tiempo a la explicación de lo que
llaman el “paisaje humano”, antes de la conquista española. Ninguno de
estos textos dedica tiempo a revisar este tema al final del periodo colonial.2
Debido a que normalmente estos capítulos están localizados al comienzo
de los libros, aparece como si este paisaje fuera estático. Estos autores
entonces no son consistentes con la idea de que el paisaje también es hu­
mano. En contraste, el efecto que produce es algo así como que las
interacciones humanas estuvieran atrapadas dentro de las restricciones
impuestas por un ecosistema dado. Si mostráramos que estos paisajes son
producto del cambio, y que su organización espacial depende de las influen­
cias humanas, entonces este capítulo puede demostrar que estos paisajes
humanos son un producto diferente al comienzo y al final del proceso espe­
cífico, es decir, durante la conquista española y durante la reconquista crio­
lla de posindependencia.
Estos textos normalmente comienzan con la idea de la “verticalidad”
como el elemento primario para comprender el paisaje andino. Señalan
que el imperio Inca fue capaz de organizar esa verticalidad en una serie de
ecosistemas físicamente discontinuos, los cuales varían en altitud. Las re­
laciones de parentesco interconectaban diferentes ecosistemas y, en conse­
cuencia, diferentes recursos. Karen Spalding, por ejemplo, afirma que el
ayllu, es decir, las comunidades atadas por lazos de parentesco, formaban
una serie de grupos vinculados y regulados por razones de linaje y por una
ética de cooperación y reciprocidad que puede ser vista como la unidad
política y también como la unidad productiva de la sociedad misma (Spalding,
1984, p. 28). John Murra (1970) describe este sistema que conecta los dis­
tintos ayllus, como un archipiélago distribuido en distintos pisos térmicos,
que permite acceder a una variedad de recursos. En esto sigue a Condarico
Morales quien trabajó con el concepto de “grandes zonas simbióticas” (Mo­
rales, 1970, p. 71; Murray, 1970; 1985, p. 4). Esta verticalidad ecológica es

Véanse, por ejemplo, dos de los más importantes, Steve Stern (1982) y Karen Spalding (1984).
30 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

organizada bajo mecanismos de parentesco basados en reciprocidad. Aun­


que los incas impusieron tributo sobre varios grupos étnicos, normalmen­
te respetaron esta conexión étnica. De hecho, la prosperidad inca estaba
basada en la habilidad de los grupos subordinados de producir excedentes
(Spalding, 1984; Stern, 1992). Los incas fueron capaces de organizar este
tipo de sistema en un territorio extenso que arranca desde el norte del
Chile actual hasta la parte sur de Colombia contemporánea. La unidad
política y la integridad territorial fueron posibles gracias a una red de ca­
minos, a la organización de un sistema de bienestar basado en un modelo
económico dual que permitía al imperio Inca, en caso de que hubiera desas­
tres naturales o hambre, recurrir a las áreas no utilizadas y, en general, al
respeto de un sistema de reciprocidad apoyado en relaciones de parentes­
co. El sistema jerárquico inca estaba marcado por la localización política y
física de las elites en Cuzco, es decir, en las tierras altas del, así llamado,
Tawantisuyu.
El sistema colonial español, particularmente desde las reformas del
virrey Toledo en 1569, aprovechó la organización tributaria, política y labo­
ral de los incas y, poco a poco, pero consistentemente, tendió a subvertirla
(Stern, 1992, p. 80). El sistema tributario fue redirigido de Cuzco a Lima; la
autoridad de los jefes indígenas, llamados “curacas”, fue reforzada a favor
de las autoridades españolas, y el sistema de trabajo reconocido como la
mita, fue puesto a funcionar principalmente a favor de la economía mine­
ra. Esta recreación del sistema inca fue complementada por la institución
de la encomienda para explotar el trabajo indígena. Como resultado de
este proceso las variadas identidades étnicas del imperio Inca fueron trans­
formadas por una más indiferenciada identidad india, que llenaba los re­
querimientos del sistema tributario que ya no estaba interesado en el
reconocimiento de las distinciones étnicas que anteriormente los incas acep­
taban. Las relaciones de reciprocidad entre los indios y las jerarquías polí­
ticas representadas por los curacas fueron protegidas, pero la obediencia
hacia el inca fue sustituida por la lealtad a la Corona española. El centro
del territorio fue cambiado, invirtiendo la dirección de la verticalidad. Du­
rante el régimen inca, el vector de la verticalidad apuntaba desde la costa
hacia los altiplanos de Cuzco, pero con el establecimiento de la “ciudad de
los reyes” en Lima como centro del Virreinato del Perú, el vector empezó a
mirar desde las tierras altas hacia la costa. Al comienzo el vértice de la
jerarquía quedaba en Cuzco, al final en Lima (p. 80).3
Otro proceso más sutil tendía a erosionar los vínculos de reciprocidad.
Las relaciones de mercado, con pocas excepciones, no eran parte del mun­

Claudia Steiner (2000) ha detectado este tipo de cambios de orientación debidos a la imposición
de una cultura diferente en el caso de Urabá, cuando los antioqueños arribaron a comienzos del
siglo XX.
LA CONSTRUCCIÓN DEL TERRITORIO COLOMBIANO 31

do inca antes de la llegada de los españoles.4 Después de la conquista, sin


embargo, el desarrollo de una economía minera en Potosí, Huancavelica y
otros sitios mineros, abrió el camino a un creciente comercio de bienes
provenientes de España para satisfacer las necesidades de la burocracia
estatal. Esta tendencia fue reforzada por el deseo de riqueza de los españo­
les comerciantes y aun por la presencia de indios ricos5 que se involucraron
en el comercio, en un proceso que empezó a erosionar, desde el siglo XVII,
al menos en algunas regiones, las relaciones de reciprocidad y autosufi­
ciencia. La posibilidad de pagar tributo en dinero abría la puerta a la
monetarización de la formación social colonial. Al final del periodo colonial
el paisaje humano y el territorio fueron notoriamente transformados. An­
tes de describir la crisis de este periodo, que resultó en un nuevo cambio
en el paisaje humano, este capítulo proporciona los elementos básicos para
comparar tales cambios con el caso de la Nueva Granada.
Las fuentes y los estudios sobre la Nueva Granada son escasos cuando
se contrastan con los casos de Perú y de México. Sin embargo, es posible
presentar algunos elementos comparativos. Primero que todo, en la Nue­
va Granada no hubo nada similar al imperio Inca para organizar los ele­
mentos de verticalidad y reciprocidad en los Andes. Por supuesto, desde un
punto de vista puramente ecosistémico, verticalidad y altitud son factores
decisivos en los Andes, aunque funcionan de una forma considerablemente
modificada en los Andes colombianos cuando se contrastan con el caso pe­
ruano. La relación con el mar, la proximidad al Ecuador y el perfil de las
cordilleras, hace que los Andes colombianos sean un caso completamente
diferente. (Ver mapa No. 3)
Mientras que el altiplano peruano conecta con la costa pacífica que es
bañada por la corriente fría de Humboldt, riquísima en recursos ícticos, el
núcleo de las tierras chibchas de Colombia está aislado de la costa pacífica
por dos formidables cordilleras y por una selva húmeda tropical muy den­
sa, conocida como el Chocó biogeográfico. Bajo condiciones tecnológicas
específicas, la sabana de Bogotá se conecta mucho más fácilmente con el
mar Caribe que con la costa pacífica a través del río Magdalena, aunque el
Caribe queda por lo menos 1000 kilómetros alejado. Cuando los españoles
llegaron a tierra firme no encontraron una jerarquía dominante compara­
ble a la que encontraron en Cuzco; les tomó más de dos siglos tejer esta
jerarquía. En el siglo XVIII, la decisión de los borbones de romper la con­

Spalding afirma que "todos los testimonios de las sociedades nativas durante el siglo XVI
reafirman la ausencia de mercados y comercio". Sin embargo, también menciona que se trata
probablemente de un intercambio de artículos que tiene lugar a lo largo de la costa. Este
intercambio nunca implicó la existencia de lugares o plazas de mercado.
Bartolomé Arzans (1975) describe la presencia de indios opulentos debido a que fueron los
expertos en el proceso de extracción de la plata.
32 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

centración de poder en el Virreinato del Perú fue orientada hacia la organi­


zación de dos nuevos virreinatos, uno en la Nueva Granada y otro en el río
de La Plata. Las impresiones de Pedro Cieza de León sobre la Nueva Gra­
nada pueden ser reconfirmadas por las relaciones y visitas a los Andes en
el siglo XVI. Hermes Tovar se refiere a la Colombia de esta época como
diversa, múltiple y dispersa, precisamente las características que Cieza de
León describió cuando visitó la Nueva Granada y que podríamos calificar
de fragmentación territorial (Tovar, 1993, p. 53).
Entre Colombia y Perú hay otra importante diferencia relacionada con
el mar. La corriente de Humboldt, que viene de Chile, cruza la costa perua­
na y desvía hacia el Pacífico al frente de la costa de Ecuador. El mar en
Perú es extremadamente rico en fauna pero la faja costera es un
semidesierto. En contraste, el mar colombiano no es tan rico en fauna
marina, pero la faja de tierra entre la costa pacífica y los Andes es quizás el
bosque más lluvioso del mundo, constituyendo un formidable obstáculo geo­
gráfico para quienes se desplazan desde los altiplanos andinos. El significa­
do de los altiplanos, las tierras altas y las tierras bajas en Perú y en Colombia
es diferente. Mientras que en el caso peruano tierras altas y altiplanos son
contrastados con tierras bajas costeras o tierras bajas semidesérticas, en
Colombia los altiplanos existen en oposición a tierras calientes y lluviosas,
zonas bajas no costeras. La razón es que los Andes en Colombia están cor­
tados de una manera aguda a través de ríos profundos que Pedro Cieza de
León creía que eran los dos brazos del río Santa Marta (Magdalena), con­
fundiendo el río Cauca con uno de los brazos del Magdalena.6
La proximidad al Ecuador también marca una notoria diferencia. Mien­
tras Colombia es intertropical, Perú está ubicado en la zona tropical pero
se alcanzan a sentir variaciones de estaciones durante el año. Algunos geó­
grafos contrastan ambientes tropicales con ambientes templados utilizan­
do la noción de temperatura como el criterio principal. Algunas veces el
valle de México es considerado bajo este parámetro templado. James
Parsons, por ejemplo, considera las montañas de Antioquia7 como templa­
das (températe); esto es erróneo. Lo que llama la atención en las tierras
antioqueñas es la conexión particular entre tierras calientes bajas, media­
nas y altiplanos y no su clima templado. Al vincular a Santa Fe de Antioquia
en las tierras bajas del río Cauca con tierras de mediana altitud de las

Pedro Cieza de León (1998, p. 108) afirma que Cartago está localizada siete leguas distante del
Gran río de Santa Marta, aunque sabemos que se trata del río Cauca
En Antioqueno Colonization in Western Colombia, James Parsons (1968) describió a los
antioqueños como provenientes de las tierras "températe", que no se debe traducir literalmen­
te como "templadas" en sentido colombiano sino de los hemisferios sur y norte (températe),
arriba y abajo de los trópicos: " The températe uplands of the northernmost Andes of Western
Colombia are the home of the energetic and thrifty antioqueños, the self-style Yankees of
South América"
LA CONSTRUCCIÓN DEL TERRITORIO COLOMBIANO 33

regiones cafeteras y cultivos de tierras altas, como en Rionegro, los


antioqueños organizaban la verticalidad de una forma eficiente. Lo carac­
terístico del trópico no es simplemente el calor, sino su impresionante
biodiversidad, la cual es magnificada por la presencia de montañas.
Una caracterización mucho más precisa de tierras tropicales y templa­
das toma en cuenta la proximidad al Ecuador, haciendo posible encontrar
tierras calientes y tierras frías en los trópicos. Bajo este parámetro, las
diferencias entre regiones tropicales y templadas están relacionadas con la
temperatura pero bajo dos condiciones decisivas. La primera es que en los
países tropicales la duración del día y de la noche durante todo el año
tiende a ser de 12 horas y el cambio más importante en temperatura ocu­
rre durante un día entero. En contraste, en las regiones templadas la divi­
sión entre días y noches y la temperatura tienden a cambiar durante el
año. En países subtropicales el contraste no es tan marcado y en lugar de
cuatro estaciones, solamente se perciben dos. Mientras Colombia es
intertropical, Perú es tropical pero está afectado por variaciones
estacionales. Casi llegando a Trujillo, en el norte de Perú, ya se puede
sentir el “Sur”.
Hay otra diferencia relacionada con los Andes intertropicales y tropica­
les. En Perú y Bolivia la población indígena generalmente está asentada
sobre los 3500 metros sobre el nivel del mar, en donde se encuentra la
puna. En contraste, en Colombia el límite del bosque es el páramo, entre
2800 y 3500 metros sobre el nivel del mar. Mientras que la puna es seca, el
páramo es húmedo y puede ser considerado como una especie de fábrica de
agua (Guhl, 1991,1995). La distinción entre tierras altas y bajas sin especi­
ficar primero su variabilidad ecológica tiende a hacer difícil y confusa la
discusión.
A lo anterior hay que agregarle lo siguiente: en Colombia las barreras
geográficas de las selvas tropicales interandinas y las cordilleras, bajo cier­
tas condiciones, obviamente tecnológicas, favorecían el aislamiento. Debi­
do a que los grupos étnicos eran independientes y dispersos, no había un
esquema político que sostuviera relaciones de reciprocidad capaces de co­
nectar el archipiélago andino colombiano. Esto no implica que en Colombia
no hubiera conexiones entre las tierras altas y las tierras bajas andinas,
sino que no existía un sistema integrado de reciprocidad como en el caso de
los incas. Un mecanismo rudimentario de intercambio y trueque era la
forma predominante de relaciones entre diferentes grupos étnicos. En el
siglo XVI un indio de Honda, en el río Magdalena, afirmaba que cuando la
pesca era buena, ellos se la vendían a otros indios de la provincia de Mari­
quita y de otras partes, y que intercambiaban pescado por camisetas y por
mantas (Tovar, 1996, p. 53). Los chibchas de tierras altas también
intercambiaban algodón y oro por sal (p. 53).
34 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

La dispersión política estaba acompañada de desintegración territorial.


De hecho, Cieza de León se refiere a la provincia de Popayán como el
límite extremo del Virreinato de Perú debido a que Belalcázar, que era un
terrateniente de Pizarro, fue el conquistador de esa provincia. Él también
incluye a Antioquia dentro de estos límites porque otros conquistadores
que venían de Urabá con Jorge Robledo se sumaron a las tropas de la
Corona para controlar la guerra civil entre pizarristas y almagristas en
Perú, a fin de reimponer la autoridad de la Corona. Sin embargo, a pesar
de su instinto geográfico, Cieza no es completamente consciente del perfil
del territorio de la Nueva Granada. Cieza viaja por las montañas de Colom­
bia y alcanza el valle del río Cauca sin tener conciencia de las característi­
cas de las selvas del Chocó biogeográfico. Lo anterior no obsta para que
describa el litoral del Pacífico colombiano. Cuando Pizarro, Pedrarias y
Almagro deciden explorar lo que más tarde será llamado Perú, en el co­
mienzo del volumen tres de su Crónica Cieza menciona el acuerdo entre
estos tres conquistadores y dice que “las noticias se difundieron en el ámbi­
to de Panamá y la mayor parte de los vecinos estaban riéndose; y burlándo­
se de ellos, considerándolos locos porque querían gastarse el dinero
explorando manglares y siborucos” (Cieza de León, 1944, p. 44), lo que
precisamente constituía la costa del Pacífico colombiano, que era lo que se
conocía en las expediciones que se lanzaban por el litoral hacia el sur desde
Panamá.
Si las características de las montañas son impresionantemente dife­
rentes entre Perú y Colombia, la importancia de los ríos enfatiza aún más
esta diferencia. Colombia no puede ser pensada en términos materiales sin
los ríos Cauca, Magdalena, Sinú, San Jorge, Patía y Atrato (Twinam, 1982).
Más aún, el paisaje colombiano no puede ser pensado sin la importancia
simbólica del río Amazonas y de ríos como el Caquetá y el Putumayo; lo
mismo se puede decir del río Orinoco y de los ríos Arauca, Meta y Vichada.
No estoy olvidando la gran importancia que tiene el Amazonas para Perú,
incluso mucho más que en Colombia; sin embargo, el contraste sigue sien­
do formidable. Dos mares, montañas abruptamente cortadas y ríos inmen­
sos hacen del paisaje humano colombiano un tipo diferente de país andino.
Durante los periodos de la Conquista y la Colonia tiene sentido abordar
a la población nativa bajo el criterio de contrastarla con los recién llegados.
Sin embargo, después de las reformas del virrey Toledo, la noción de “in­
dio” se convierte en una categoría étnica que es reforzada y mantenida por
el sistema de dominación que combina los tributos con la encomienda y la
mita, es decir, por razones fiscales y de organización social del trabajo. En
este contexto, en un territorio que está débilmente estructurado, el mesti­
zaje como disolución de los lazos étnicos tiene más sentido en Colombia
que en el territorio sólidamente organizado de ayllus del Perú. El mestiza­
LA CONSTRUCCIÓN DEL TERRITORIO COLOMBIANO 35

je colombiano tiene como razón de ser la posibilidad de escapar a la domi­


nación, evitando ser contado como tributario. En este mismo contexto,
Cieza de León proporciona otra clave para explicar este problema al real­
zar el territorio diverso y complejo de Popayán y Antioquia, en los cuales
las vías de escape son numerosas.
Si la dominación española fue construida sobre las ruinas del imperio
Inca, ésta tuvo que ser inventada en la Nueva Granada. Mientras que en
Perú el centro del sistema político y burocrático fue construido por los
españoles en la costa pacífica, en la Nueva Granada este centro fue edifica­
do en las tierras altas chibchas. Estas eran las tierras más fértiles de todo
el país junto con las del Valle del Cauca y las del Sinú-San Jorge, pero
tenían otras dos ventajas ambientales para el asentamiento europeo sobre
el Valle del Cauca y el Sinú. El clima en el altiplano chibcha era el más
“templado” y adaptable al crecimiento del trigo y otras plantas europeas, y
también al ganado, pero igualmente importante era la presencia de una
población agrícola densamente concentrada con un potencial alto como tri­
butarios y como fuerza de trabajo, que hacía que los altiplanos de Bogotá y
Tunja fueran atractivos para la dominación española. Estos españoles so­
brevivieron más confortablemente en los altiplanos centrales de Colombia
que en los duros climas de los altiplanos de Perú, habiéndose adaptado
rápidamente a la papa y al maíz.
Al final del periodo colonial en Perú, la mayor parte de la población
indígena permaneció concentrada en las tierras altas, pero la población
española, criolla y afroperuana se concentraba en la costa. El caso de la
Nueva Granada era diferente. La mayor parte de los indios, mestizos y de
la población europea permanecía en las tierras altas. En 1750, más del 60
por ciento de la población vivía en la Cordillera Oriental, en las regiones
que más tarde serían Cundinamarca, Boyacá y Santander, y en las tierras
altas de Cauca y Nariño, en la frontera de lo que era el imperio Inca. Las
tierras pobladas calientes fueron excepciones que tenían funciones portua­
rias o militares como Cartagena, Santa Marta, Mompox y otras regiones
productoras de oro tales como Santa Fe de Antioquia y las regiones del
Chocó, en las cuales los africanos se convirtieron en la población más im­
portante. La población india pijao en las tierras calientes del alto Magdale­
na, Neiva e Ibagué, permaneció en un estado de guerra hasta el siglo XVIII
a pesar del crecimiento de las actividades ganaderas (Zambrano y Olivier,
1993). La región amazónica en Perú nunca fue conquistada por los incas, y
fue superficialmente explorada por los españoles: ésta es la única caracte­
rística común entre Perú y la Nueva Granada. Si la dominación española
cambió el paisaje del Nuevo Mundo, los criollos y la elite republicana na­
cional también jugaron un rol muy particular en la reorganización del pai­
saje humano durante el siglo XIX.
36 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

El paisaje humano en movimiento

En Suramérica los movimientos de independencia se originaron prime­


ro en regiones semiperiféricas como en los casos de Caracas y del río de la
Plata. De hecho, los dos más importantes líderes de Suramérica hispánica
fueron el venezolano Simón Bolívar y el argentino José de San Martín, y
no proceres peruanos o granadinos que constituían el centro de las colo­
nias suramericanas. Mientras en el Virreinato de la Nueva Granada los
criollos se unieron a las tropas de Bolívar, la última resistencia importante
a la dominación española tuvo lugar en el centro de las colonias
suramericanas en el Virreinato de Perú. La independencia fue sellada cuando
Bolívar y San Martín se reunieron en Guayaquil y este último aceptó todas
las condiciones de Bolívar por el empantanamiento político que sufrió con
los criollos limeños. El último esfuerzo del imperio español se concentró
entonces en el altiplano del Perú indígena, hasta cuando José Antonio Sucre
derrotó al ejército español en la batalla de Ayacucho.
Una mezcla de restricciones geográficas y sociopolíticas limitaron los
sueños de unificación de estos extensos territorios. De una parte, el pro­
yecto grancolombiano se confrontó con sueños o luchas regionales por au­
tonomía. De otro lado, las elites del río de La Plata tuvieron que afrontar
la lucha victoriosa de independencia paraguaya. También ellos perdieron
el Alto Perú, que había sido separado del Virreinato a fines del siglo XVIII;
además, Brasil e Inglaterra se opusieron a un monopolio en el río de La
Plata, lo que aseguró la independencia uruguaya. Aunque San Martín soli­
citó a Bolívar le otorgara el puerto de Guayaquil a Perú, éste ya le había
hecho esta concesión a las elites quiteñas. La Gran Colombia finalmente
se desintegró en 1830. Las elites criollas regionales quedaron exhaustas
por las guerras de independencia; muchos de los más ilustres líderes fue­
ron asesinados, y los caudillos militares llenaron el vacío por el colapso del
régimen colonial. En este contexto, y sin la vieja contradicción entre pe­
ninsulares y criollos, el proyecto poscolonial tuvo que inventarse nuevas
identidades, reconstruir vínculos internos y reconectar las nuevas repúbli­
cas con el mundo exterior.
Este capítulo argumenta que las tareas de las elites triunfantes se lle­
varon a cabo en el contexto de una transformación ambiental, esto quiere
decir, de un cambio en la relación naturaleza y cultura, lo cual constituye
el paisaje humano politizado. La redefinición de la naturaleza americana
fue inspirada por figuras científicas como Alexander von Humboldt; la
redefinición cultural estaba basada en el modelo de identidad nacional. Los
análisis previos sobre redefinición cultural que hemos hecho aquí empeza­
ron con la descripción de Perú colonial, contrastando sus características
con las correspondientes a la zona andina de la Nueva Granada. Para este
nuevo periodo, que comienza con la crisis del régimen colonial, vamos a
LA CONSTRUCCIÓN DEL TERRITORIO COLOMBIANO 37

invertir el procedimiento, enfatizando primero en la Colombia andina y


luego presentando algunas características del Perú republicano, con la única
pretensión de hacer más claro el caso colombiano.
Hacia una nueva identidad

Es bien conocido que la nueva elite liberal de mediados del siglo XIX
justificaba su intención de transformar los países recién descolonizados en
términos de la lucha contra un enemigo: la vieja y atrasada tradición colo­
nial. Sin embargo, el modelo de este enemigo ideológico estaba más cerca­
no al sistema colonial de los austrias que al sistema progresista de los
borbones. Con excepción de algunas políticas fiscales que en el caso borbón
debían apoyar al imperio, la nueva elite estaba conectada con la ilustración
borbona dado que esta dinastía estaba mucho más orientada hacia el mer­
cado, estimulaba la educación secular y desafiaba el poder tradicional de la
Iglesia. A diferencia de las estrategias imperiales en las colonias, estas
nuevas políticas de las repúblicas recientemente nacidas de la Independen­
cia se basaban en las enseñanzas de la economía política clásica, con su
inclinación hacia un Estado liberal anti-intervencionista. En varios aspec­
tos, la nueva elite liberal estaba reconstruyendo o reforjando los lazos ro­
tos debido a la guerra de independencia. La retórica contra los tiempos
coloniales era, en cierto sentido, más crítica de las políticas coloniales de
los austrias que de las políticas borbonas.
En la segunda parte del siglo XVIII, la minería tradicional y los siste­
mas de encomienda y mita eran ya anacrónicos en el contexto de la econo­
mía atlántica, debido al vigor del sistema de plantaciones británico o francés,
al potencial de transformación industrial en Europa Occidental, e incluso,
al imperio comercial construido por los holandeses (Wallerstein, 2003). Las
expediciones naturalistas y científicas apoyadas por la Corona española, a
fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, deben ser vistas en el con­
texto de estos intentos de la Corona por actualizarse o por alcanzar a sus
competidores europeos. La actividad científica estaba apoyada en la espe­
ranza de encontrar nuevas posibilidades de empresas rentables; éste es el
contexto de empresas científicas tanto de peninsulares como de otros euro­
peos. Una de las más importantes iniciativas al respecto fue la de Hipólito
Ruiz y José Antonio Pabón, además de José Celestino Mutis, con sus expe­
diciones botánicas, los primeros en Perú y el segundo en la Nueva Grana­
da. La otra expedición encabezada por europeos fue la de Humboldt y
Bomplant a las tierras equinocciales de Suramérica (Valenzuela, 1983), caso
especial debido a que los no peninsulares, en principio, no estaban autori­
zados para visitar las colonias españolas. Aunque en este documento no se
pueden exponer los matices de esta experiencia, dichas expediciones sumi­
nistraron un modelo dual para la construcción social de la naturaleza en la
38 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

primera parte del siglo XIX, basadas tanto en un sistema clasificatorio na­
turalista de la Ilustración como en una visión romántica y cósmica de la
naturaleza.
Tiempo atrás los naturalistas occidentales modernos encontraron en
Linneo, un científico sueco, el primero y quizá más importante esquema
clasificatorio para poner orden en la naturaleza utilizando el latín como un
lenguaje neutral europeo a fin de estandarizar el conocimiento científico.
Los naturalistas tuvieron desde entonces un mecanismo poderoso y
despolitizado de comunicación internacional en el siglo XVIII. En realidad,
era despolitizado en el contexto europeo, pero no lo era en el colonial como
lo ha mostrado para el caso colombiano Mauricio Nieto (2000). La flora y la
fauna fueron, desde entonces, puestas una tras de otra en un sistema cla­
sificatorio abierto a nuevos descubrimientos que no prestaba atención a su
existencia precisa en el mundo real. El progreso en el conocimiento de los
seres vivientes (no humanos) estaba firmemente asentado a través de este
instrumental clasificatorio. Ruiz-Pabón en Perú, y Mutis en la Nueva Gra­
nada, asumieron esta empresa científica aunque en realidad Humboldt hizo
mucho más que ellos.
AAlexander von Humboldt no sólo hay que darle crédito por su trabajo
científico sino por lo que simbólicamente inventó. Fue el inspirador de un
nuevo sentido de la naturaleza: un sentido científico, pero al mismo tiempo
romántico. Más aún, él ofrecía una visión europea de la naturaleza, en
cierto sentido, una visión sacralizada de la misma. Fue también un punto
de referencia intelectual para los criollos, patriotas y luchadores de la In­
dependencia en la primera parte del siglo XIX. Bolívar, por ejemplo, man­
tuvo una correspondencia profusa con Humboldt. Su visión constituyó, pues,
la base de la construcción de la nueva identidad de los países de América
tropical (Pratt, 1992).
Humboldt describió un paisaje diferente al que los primeros conquista­
dores encontraron y que hemos visto reflejado en las palabras de Pedro
Cieza de León. El colapso demográfico, ya documentado para varias partes
de América, abrió la posibilidad del crecimiento de bosques y de vegeta­
ción, en un tiempo en que la población indígena alcanzó su punto más bajo
a mediados del siglo XVIII. El proyecto criollo de independencia fue más
allá, al intentar reconstruir la identidad de estos nuevos países con base en
la idea de una América concebida como una naturaleza abundante, en lugar
de una tierra que era receptáculo de un importante pasado español o indio.
Cuando comenzaron las guerras de independencia en 1810, el interés
por el estudio de la naturaleza tuvo que posponerse ya que muchos de los
naturalistas criollos participaron activamente en este conflicto. Este es el
caso, entre otros, de Francisco José de Caldas, Jorge Tadeo Lozano, José
Manuel Restrepo, Joaquín Camacho o Pedro Fermín de Vargas. Ellos sen­
LA CONSTRUCCIÓN DEL TERRITORIO COLOMBIANO 39

taran las bases del desarrollo científico en el país. Este capítulo no se pue­
de dedicar a examinar esta contribución porque lo relevante para este tex­
to es la transformación territorial que estaba ocurriendo a través de las
guerras.8 Baste con decir que Caldas, el más destacado naturaiisaa criollo,
recomendaba en las páginas del Semanario del Nuevo Reino de Granada,
hacer el mapa de la Nueva Granada con la descripción demográfica, de
flora, fauna e información económica (Caldas, 1942).
En varios aspectos, la elite liberal en el poder desde mediados del siglo
XIX intentó retomar los vínculos perdidos con los esfuerzos previos a las
guerras de independencia retomando los proyectos progresistas de la Coro­
na. Sin embargo, ellos ya no estuvieron interesados en retomar la veta
romántica de Humboldt sino en civilizar el país que parecía vivir en un
mundo atrasado. Caldas había preguntado en 1811, “¿para hacer el mapa
de nuestro país vamos a esperar hasta que alguien venga de Europa a
hacerlo, y de esta manei^a nos conquiste de nuevo?" (Caldas, 1942, p. 10).
En respuesta a esta pregunta, a mediados del siglo XIX, los liberales orga­
nizaron la Comisión Corográfica con la dirección de Agustín Codazzi para
describir las regiones y hacer los mapas de Colombia (Cruz, 1965, p. 184).
Buscaban una organización territorial más operacional y un conocimiento
de los recursos del país, lo cual le permitió a la elite construir nuevos lazos
con el sistema económico internaci'onal. Hacer los mapas del país sirvió
para esquematizar un nuevo modelo adminií^t.r;t1^ÍTO necesario para balan­
cear el poder de las elites regionales, para hacer un inventario de recursos
y para obtener valiosísima información militar en un periodo de perma­
nentes guerras civiles.
La veta romántica promovida por Humboldt, sin embargo, no se había
perdido completamente. Manuel Ancízar, miembro de la Expedición
Corográfica, y nombrado durante la década de los sesenta del siglo XIX
como primer rector de la Universidad Nacional de Colombia, represente
este otro aspecto de la herencia de Humboldt. Sin embargo, las descripcio­
nes corográficas de Codazzi y sus seguidores sirvieron para alentar la ilu­
sión de una nueva fuente de riquezas para el Estado nacional ya que detectó
como bienes públicos una inmensa porción del territorio colombiano y los
reconoció como baldíos. La segunda conquista del país, el avance hacia las
tierras calientes, estaba apenas empezando.
La segunda conquista

El coronel Agustín Codazzi, de origen italiano, batalló en los ejércitos


de Simón Bolívar durante los años veinte del siglo XIX. Entre 1840 y 1850,

8 Parte de la literatura que se concentra en este tópico es la siguiente Jairo Gutiérrez (1995); Luis
Carlos MantlHa (1992); José Antonio Amaya (1986); Renán Silva (1984); Marcos González Pérez
(19841); José Celestino Mutis (1983); Florentino Vezga (1971).
40 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

viajó alrededor de Venezuela y elaboró una famosa cartografía para este


país. Tomás Cipriano de Mosquera, uno de los más importantes oficiales de
Bolívar, conoció a Codazzi en las batallas de independencia. Cuando Codazzi
tuvo que escapar de Venezuela tras el derrocamiento de su amigo José
Antonio Páez, fue invitado por Mosquera, quien en ese momento era presi­
dente de la Nueva Granada, para hacer el mismo trabajo que ya había
hecho en Venezuela. Codazzi ejecutó sus actividades entre 1850 y 1860. Al
final de la década de 1850 fue invitado a hacer el mismo trabajo en Perú,
pero murió antes de emprender esta nueva empresa geográfica. En térmi­
nos científicos y simbólicos, Humboldt y Mutis (Schumacher, 1988) fueron
los más destacados predecesores de Codazzi. Si estos dos primeros fueron
hombres de ciencia, Codazzi también fue un hombre práctico de armas.
Mientras la mayor parte de los análisis de los procesos de desposei­
miento de las comunidades indígenas en América se han concentrado en
las medidas legales y en las campañas militares que facilitaron la apropia­
ción de la tierra en manos privadas, prácticamente casi nada se ha dicho
acerca de la estrategia corográfica previa. El trabajo de Codazzi permitió a
las elites figurarse con mayor precisión cuáles tierras eran propiedad de la
Iglesia, cuáles eran de comunidades indígenas agrícolas que tenían títulos
legales, como en el caso de los resguardos, y cuáles porciones del territorio
estaban desocupadas o eran baldíos. Esta última categoría, que implicaba
prácticamente tres cuartas partes del territorio, incluía tierras sin ocupa­
ción humana, tierras ocupadas pero sin títulos legales y tierras de pueblos
indígenas nómadas.9 En el artículo 4 del contrato de Codazzi con el gobier­
no granadino se obligaba a “describir caminos en términos de jornadas
diarias de las tropas, en leguas grenadinas para ser utilizadas por puestos
militares” (Codazzi, 1996). En la década siguiente los gobiernos liberales
promulgaron regulaciones para disolver los monopolios, entre ellos el de la
Iglesia y de las comunidades indígenas sobre las tierras, lo que en la prác­
tica indicó una ruptura colectiva con el pasado colonial fundado en el pacto
dual entre la Corona y la Iglesia de un lado, y la Corona y los indios tribu­
tarios del otro.
La privatización de tierras no era novedosa. Durante el siglo XVIII
fueron numerosos los casos de composiciones que repartieron tierras indí­
genas entre colonos.10 El caso de la distribución de tierras en Cundinamarca
ha sido documentado por Thomas Glenn Curry (1981) y el proceso en Boyacá

"Contrato para el levantamiento de las Cartas de la Nación y de las Geografías de la Nueva


Granada," 1° De Enero de 1850 y firmado por José Hilarlo López y Victoriano Paredes", en
Agustín Codazzi (1996, p. 59-61).
Para experiencias coloniales sobre propiedad privada rural, véase el trabajo riguroso de Jorge
Guevara Gil (1993); aunque carente de un esquema teórico coherente, véase el estudio de
Humberto Gutiérrez Sarmiento (1992).
LA CONSTRUCCIÓN DEL TERRITORIO COLOMBIANO 41

hasta pudo haberlo antecedido. La privatización de tierras implicó la conti­


nuación del desorden político y las luchas políticas entre elementos libera­
les y conservadores aliados estos últimos con la Iglesia. También implicó la
disminución de las propiedades más valiosas en los pueblos indígenas agri­
cultores localizados cerca de los más importantes centros urbanos tales
como Bogotá, los pueblos de Boyacá, Vélez, Pamplona, Popayán, Pasto,
entre otros, situados en climas fríos. La privatización de las tierras comu­
nales no fue la única forma de transformación del paisaje. La designación
de tierras baldías fue la base de la expansión de la frontera y del proceso de
transformación de la identidad de los pueblos de tierras templadas y calien­
tes. También implicó que los pueblos nativos de las zonas baldías fueran
invisivilizados. La estrategia cartográfica funcionaba como magia: el paisa­
je humano era transformado en uno nuevo y se convertía en un paisaje no
humano.
Si los líderes conservadores tendieron a apoyar a la Iglesia, algunos de
ellos también vieron la oportunidad de apropiarse de tierras que de otra
manera hubieran pertenecido simplemente a los liberales “ateos”. La he­
gemonía liberal fue desafiada sólo hasta fines de 1880. Entre tanto, las
tierras baldías sustituyeron al oro como la principal fuente de riqueza de la
nación. Interesados en reinsertar al país en una economía internacional
liderada por los británicos y basada en la idea de ventajas comparativas, las
elites colombianas intentaron desarrollar experimentos de agricultura tro­
pical en tierras calientes. Como resultado, pueblos indígenas de los altipla­
nos que fueron desposeídos, y mestizos pobres se desplazaron en búsqueda
de un nuevo futuro, y tuvo lugar un cambio demográfico.
El experimento liberal —desde un punto vista político— no duró por
mucho tiempo, pero el esfuerzo por civilizar al país continuó. El liberal
Rafael Nuñez llegó a ser un líder pragmático y aceptó alianzas con el parti­
do conservador y la Iglesia. Contra el credo liberal, un poco después, la
nueva Constitución de 1886 declaró al catolicismo como la religión oficial
de la República, y en 1889, una nueva legislación fue promulgada proscri­
biendo una mayor división de tierras indígenas; esto sólo implicaba que a
las comunidades indígenas que fueron parte del pacto de reciprocidad con
la Corona española se les garantizara legalmente una protección en el caso
de una disputa judicial. La Iglesia recuperaba también su vieja función
como fuerza civilizadora, lo cual implicaba no solamente un papel en la
educación en general, sino también la continuación de su papel de conver­
sión de las tribus salvajes de las tierras templadas y calientes. Esto coinci­
de con el comienzo de la bonanza cauchera a fines del siglo XIX.
Los prejuicios ambientales fueron parte del proceso civilizatorio de esta
segunda conquista. Las elites bogotanas consideraron que ellas vivían en
el paisaje más europeo, en las analógica y equivocadamente llamadas tie­
42 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

rras “templadas” (températe) de Colombia por algunos observadores ex­


tranjeros. En la década de los noventa del siglo XIX, Francisco Javier
Vergara y Velasco pintaba el mapa de Colombia hundido dos mil metros
(Vergara y Velasco, 1901). Medardo Rivas describe la transformación de las
tierras bajas en su libro Trabajadores de tierra caliente (Rivas, 1946). “Tie­
rra caliente” es la mejor forma de describir las tierras bajas del paisaje
interandino colombiano. Al final de la Guerra de los Mil Días en 1902, y con
la secesión de Panamá en 1903, Rafael Reyes, un conservador positivista,
admirador del presidente mexicano Porfirio Díaz, abrió la posibilidad de
administar el país dejando de lado el sectarismo político entre liberales y
conservadores. Los presidentes subsiguientes intentaron también relegar
esta política partidista extrema a un lugar secundario. Con estos elemen­
tos se puede pasar a comparar el caso colombiano con el peruano.
Comparaciones republicanas

La República de Perú comparte importantes similitudes con el caso


colombiano pero también muestra no menos importantes diferencias. Bolí­
var introdujo el proyecto criollo en este país. La elite peruana abolió los
tributos que, al menos en el papel, pretendían eliminar la discriminación y
terminar la república dual de españoles e indios. Los indios se convirtieron
en peruanos, pero ellos no confiaron en los nuevos acontecimientos y deci­
dieron mantener sus tributos cambiando su nombre a “contribuciones vo­
luntarias” (Turner, 1997, p. 22). En contraste con Colombia, en Perú la
abolición de las identidades étnicas no era un asunto de corto plazo, no
solamente porque la mayor parte de la población era indígena, sino porque
el altiplano concentraba esta población y hacía que estos lugares fueran
poco atractivos para las poblaciones criollas y europeas. Como se explicó,
las tierras altas y bajas en Perú y Colombia son ecológica y culturalmente
diferentes. Esta diferencia cultural contribuyó a marcar las trayectorias
divergentes de los dos países.
Como en el caso colombiano, los liberales peruanos se beneficiaron de
la reinserción de la economía en el mercado internacional. Sin embargo, a
diferencia de Colombia, la clave de esta inserción no fueron los productos
agrícolas, sino un proceso extractivo que se ajustaba a las necesidades de
expansión de la agricultura europea: el guano, abono que incrementó la
productividad de la agricultura europea. A diferencia de Colombia, este
producto estaba localizado en la costa listo para ser exportado. Por razones
diferentes, incluyendo la resistencia hipotética de la población indígena, y
una visión del pasado de los pueblos indígenas como un paraíso perdido y
sin retorno, la elite peruana decidió no movilizar el trabajo indígena de los
Andes. En lugar de eso, intentaron traer una nueva fuerza de trabajo des­
de Asia y por ello llegó la migración china. Parafraseando a Mark Turner,
LA CONSTRUCCIÓN DEL TERRITORIO COLOMBIANO 43

la república colonial dual de españoles e indios se convirtió en la república


liberal unitaria pero dividida, en la república poscolonial liberal (Turner,
1997, p. 22).
A través de la ley de 27 de 1828 de la república del Perú se determinó la
división de las tierras comunales en Perú. Es difícil creer que esta ley
funcionó exitosamente en los altiplanos indígenas. En realidad, es más plau­
sible pensar que la bonanza del guano disminuyó la necesidad de las elites
peruanas de contar con la fuerza de trabajo de los altiplanos. Más tarde,
ésta se dio cuenta de la necesidad de mantener la lealtad de los pueblos
indígenas en los altiplanos, cuando tuvieron que confrontar la derrota a
manos del ejército chileno en la lucha junto con Bolivia por el salitre. De
hecho, la segunda conquista de Perú no fue la conquista de los pueblos
indígenas de las tierras altas, sino la de las tierras bajas indígenas de la
región amazónica con la bonanza del caucho, desde la segunda parte del
siglo XIX y comienzos del XX.
Mark Turner afirma que el periodo poscolonial debe ser leído como “la
negación liberal de los indios” (1997, p. 22). El trata de recuperar el pasado
indígena buscando en los juzgados locales y en las notarías públicas de los
pueblos. Sin embargo, lamenta afirmar que “los inspectores coloniales ha­
cían mejor de etnógrafos que los burócratas poscoloniales” (p. 13). Sus fuen­
tes de información, por fuerza, tienen que fallar. Debido a que durante el
régimen republicano el nuevo sistema legal es diseñado bajo la lógica de la
igualdad formal en contraste con el sistema legal español, las fuentes no
permiten generar lo que se llamarían odiosas “distinciones” entre ciudada­
nos por razones de color o de raza, bajo una lógica liberal, borrando las
leyes de una sociedad estratificada. Muy al contrario, la misión cartográfica
de Agustín Codazzi, primero en Venezuela y luego en Colombia, implicaba
una tarea de descripción “objetiva” de pueblos y territorios en sus relatos,
que tiene que ser por naturaleza etnográfica. Tanto en Perú como en Co­
lombia los archivos legales dejaron de hacer consideraciones en términos
de pueblos indígenas, con excepción de la descripción de litigios y reclamos
relacionados con disolución de tierras comunitarias. En vez de prestar aten­
ción a estos archivos legales, es necesario explorar en la colección Guido
Cora, del Archivo General de la Nación en Colombia, la cual recoge la docu­
mentación de la Comisión Corográfica liderada por Agustín Codazzi. Mi
hipótesis es que éste también podría ser el caso de Perú. El caso colombia­
no pudo haber empezado a cambiar por las leyes que a fines de siglo legali­
zaron nuevamente la propiedad de los resguardos.
Conclusiones

Después de 1850, las reformas liberales permitieron que la elite criolla


y mestiza se lanzara a conquistar las tierras templadas y calientes. Este
44 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

proceso fue enfatizado por intentos de articular al país con el mercado


Atlántico. El resultado más importante de este movimiento fue un nuevo
cambio en el paisaje humano. Luis López de Mesa, intelectual y político
destacado durante la primera parte del siglo XX, describió a Colombia como
una “civilización de vertiente” (López de Mesa, 1934). El nuevo balance
económico, social y demográfico cambió desde las montañas de la Cordille­
ra Oriental relativamente frías hacia las vertientes de la región cafetera de
la Cordillera Central. La estratificación étnica que marcó el periodo colo­
nial fue disuelta en su mayoría. El mestizaje dejó de ser un referente étni­
co y empezó a convertirse en una especie de referente nacional, es decir,
un referente político. Los indios supervivientes fueron invisibilizados por
este cambio étnico y por la estrategia cartográfica que hemos mencionado.
El gobierno conservador, atendiendo al Concordato, tratado firmado con el
Papado, reconoció la indivisibilidad de tierras comunales de aquellos pue­
blos indígenas que sobrevivieron al ataque liberal. En general, el gobierno
conservador apoyó de nuevo la misión civilizadora de la Iglesia en relación
con la población indígena.
Los criollos peruanos se dieron el lujo de olvidar a los indios de las
tierras altas en la medida en que la bonanza del guano duró, no más allá de
1870. El territorio peruano entonces fue fuertemente dividido por el con­
traste entre la costa y el altiplano. Este no había sido el caso ni durante el
imperio Inca, ni durante la Colonia española. Temiendo quizá la tradición
andina de lucha y resistencia al régimen español, y tratando de ser consi­
derados lo suficientemente civilizados por los europeos, la elite peruana
intentó conquistar la región amazónica desde mediados del siglo XIX bus­
cando una salida hacia el Atlántico. El paisaje humano en Perú había cam­
biado varias veces durante todo el proceso.
Primero, la dirección del vector de la verticalidad andina en Perú cam­
bió de las tierras altas a la costa, de Cuzco a Lima al final del periodo
colonial. Si la Corona española se benefició de las estructuras del imperio
Inca, la victoriosa elite criolla de la posindependencia rompió los vínculos
de reciprocidad e incluso de mercado, por un tiempo, entre la gente de las
tierras bajas costeras con la gente del altiplano. En el caso de Colombia, la
Corona española no encontró una organización política integrada que la
precediera y sobre la cual pudiera construir su sistema de administración y
de extracción de recursos. Aquí, el principio de verticalidad ecológico andino
era débilmente atado por vínculos de trueque, antes que de reciprocidad.
En contraste con el caso peruano, al final del periodo colonial, el sistema
inventado por los españoles en la Nueva Granada, precariamente concen­
traba un poder administrativo en el altiplano. También en contraste con
Perú, Colombia intentaba conquistar las tierras templadas y las tierras
bajas calientes.
LA CONSTRUCCIÓN DEL TERRITORIO COLOMBIANO 45

Los obstáculos y las dificultades de este proceso fueron inmensos. En


Colombia, la segunda conquista fue más exitosa en las tierras de mediana
altitud; en ellas, cuando se desciende desde los altiplanos se siente la tierra
caliente pero no son ardientes ni bajas. Incluso a comienzos del siglo XX, la
elite colombiana no había abandonado completamente sus esperanzas de
conquistar las tierras calientes. A fines del siglo XIX, por ejemplo, Rafael
Reyes, que en un principio fue conocido como un bravo explorador amazónico
y quien estaba proponiendo nuevas y ambiciosas empresas para conectar
Brasil con Colombia, posteriormente se convirtió en presidente. Estas ex­
pectativas, sin embargo, no fueron apoyadas por éxitos domésticos sino por
la construcción estadounidense del Canal de Panamá a comienzos del siglo
XX, que probó que las tierras calientes bajas podían ser conquistadas. Los
franceses habían sucumbido a los mosquitos y la malaria, pero los estado­
unidenses resultarían triunfantes en la construcción del canal. De hecho,
el canal de Panamá también reimpulsó a la elite peruana facilitando sus
exportaciones hacia la costa oeste de Estados Unidos y Europa.
En contraste con la idea de “civilización de vertiente”, Carlos José
Mariátegui lamentaba en la misma época que Perú era una “civilización
costera” (Mariátegui, 1989, pp. 204-205, citado por Turner, 1997, p. 147).
Sin embargo, a fines de 1920, debido a la Gran Depresión, las elites perua­
nas y colombianas reconcentraron el proceso económico bajo una estrate­
gia de sustitución de importaciones. Los colombianos olvidaron de nuevo a
los pueblos y las tierras bajas, sobre todo las regiones amazónicas,
orinocences y pacíficas. Desde entonces, el paisaje humano empezaba a
cambiar de nuevo, esta vez impulsado por un proceso de industrialización y
urbanización. En el siguiente capítulo se verá este proceso detallando sus
especificidades y variaciones. Antes de concentrarse en la región amazónica,
los casos de Cundinamarca y Valle del Cauca servirán de contraste.
Libro: Caminos Reales de Colombia, Directores del proyecto: Pilar Moreno de Án­
gel, Jorge Orlando Mela González. Editor Académico: M.arian.o /Useche Losada
ISBN 958-9129-34-X, OP Gráficas Ltda. pg. 271 Las dificultades de la navega­
ción ante la agreste vegetación selvática, testimoniadas en el grabado de Riou.
Tomado de América pintoeesca. Tomo 1,1884. Edición facsimilar de Carvajal y Cía.
1980-1982. Biblioteca particular de Pilar Moreno de Ángel).
CAPÍTULO 2

Imaginarios políticos y transformación de las


fronteras de tierra caliente, 1850-1920.

INTRODUCCIÓN

Pn 1867, Miguel Samper, ilustre abogado, político liberal y


tperiodista, narraba el movimiento de la gente de los altiplanos fríos de
Colombia hacia las tierras bajas y calientes así:
(...) Una inmensa corriente de jornaleros y trabajadores de todas las
clases y categorías se desplazaron desde los altiplanos y las vertien­
tes hacia las riberas al Alto Magdalena y sus tributarios. El hacha y
la azada resonaron por todas las selvas; los pantanos se desecaron;
los caneyes, las habitaciones, las plantaciones de tabaco y de toda
clase de frutos se veían brotar de cada estación de siembras; las
factorías se levantaban y se llenaban de obreros de ambos sexos; las
tiendas y los buhoneros se multiplicaban; todo era movimiento, ac­
ción, progreso y trabajo (Samper, 1925a, 1, p. 36).
Este capítulo presenta los intentos de transformación del paisaje co­
lombiano, particularmente las tierras calientes, a través del movimiento
de gente que se vinculó a la agricultura o a la extracción de productos
tropicales para la exportación. Aunque se trató de un esfuerzo generaliza­
do para el conjunto del país, sólo transformó el paisaje en regiones precisas
y localizadas (Palacio, 2004; Márquez, 2004). Los mejores ejemplos de este
proceso fueron la colonización antioqueña o la colonización de la vertiente
que desciende desde la sabana de Bogotá hacia el río Magdalena, para citar
sólo dos casos.
Decisiones motivadas políticamente acerca de regulaciones forestales
tuvieron un impacto en el conjunto del proceso. Este capítulo presenta las
visiones de la elite en torno a la idea de la frontera y las dos perspectivas
políticas predominantes en el país, la liberal y la conservadora, que inten­
taron administrar la explotación de los bosques de las tierras templadas y
calientes. En consecuencia, primero se presenta la localización y distribu­
50 "FIEBRE DE TIERRA CALIEN^UNA HISTOFUA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850--990".

ción de la población en tierras frías y calientes desde fines del periodo


colonial para poder comprender el desplazamiento de la población de tierra
fría hacia la tierra caliente en la época republicana
Enseguida se exploran las posiciones liberales y conservadoras relacio­
nadas con el manejo de los bosques. Finalmente, se discuten los intentos
de “civilizar”1 el paisaje en términos materiaies y simbólicos. Esta perspec­
tiva ambiental no puede dejar de intenaar comprender las implicaciones de
las variaciones de la ideología política dominante. Dicho de otra forma, una
perspectiva de ecología política puede ayudar a entender las raíces o moti­
vaciones del cambio ambiental.
La Colonia y la República: las tierras frías y las calientes

En contraste con la fiebre de apropiación de las tierras calientes duran­


te la segunda parte del siglo XIX, los españoles en la Colonia se enfocaron
en el poblamiento de los altiplanos, por dos razones principales: en primer
lugar, por los alicientes laborales y fiscales de una fuerza de trabajo even­
tualmente disponible y, en segundo lugar, por razones climáticas y de sa­
lud: las tierras frías eran más afines al clima al que los colonizadores estaban
habituados. Estas regiones eran más susceptibles de ser convertidas en
“Neo-Europas”, para usar la expresión de Alfred Crosby (1988), es decir,
sitios en los que los ecosistemas y los paisajes podían parecerse o adecuarse
más a las plantas y animales europeos. Los altiplanos cundiboyacenses, de
Nariño o Quito tenían estas característiaas, aunque su alta población indí­
gena hacía difícil esta similitud en todos los aspectos. Estas tierras frías
favorecían, por ejemplo, la siembra de trigo, avena, cebada y hortalizas
provenientes de Europa. De hecho, los indígenas de la región eran agricul­
tores sedentarios. Además, los españoles rápidamente se acostumbraron a
comer algunas de las cosas que mejor domesticaron los pobladores nativos:
papa y maíz. Ya en la Independentia los viajeros no dejaron de comparar a
la sabana de Bogotá, por ejemplo, con zonas europeas tales como Suiza o
Inglateraa (RotMisberger, 1963; Carnegie-Williams, 1882).
La preferencia española por los altiplanos estaba asociada al temprano
proceso de colonización. En efecto, una Ordenanza de Felipe II dirigida a
los colonizadores de la penír^^ua ibérica inducía a escoger lo que conside­
raban las tierras frías y sanas que estaban principalmente localizadas en
los altiplanos:
1 Civilización es una expresión que ha variado de época en época A la llegada de los europeos a
América, además de hacer poblados quería decir cristianizar. Desde el siglo XVIII tuvo connota­
ciones ambientales reforzadas por el barón de Montesquieu quien sentenció que los climas
tropicajes no eran lugares fértlles para el florecimiento de la civilización. An1:oa|^<:^lggOT de fines
de siglo XIX ampiiaron y precisaron esta noción y se contrastó regularmente con la idea de
barbare y salvajismo. Norbert Ellas (-989), en un renomibrado libro, contó el proceso civilizatorio
y le añadió la noción de las "buenas maneras".
IMAGINARIOS POLÍTICOS Y TRANSFORMACIÓN DE LAS FRONTERAS DE TIERRA CALIENTE, 1850-1920. 51

Ordenamos que habiéndose resuelto de poblar alguna provincia o


comarca de las que están a nuestra obediencia, o después
descubrieren, tengan los pobladores consideración y advertencia a
que el terreno sea saludable, reconociendo si se conservan en él hom­
bres de mucha edad, mozos de buena complexión, disposición y color;
si los animales y ganados sanos y de competente tamaño, los frutos
y nacimientos sanos y abundantes, y de tierras a propósito para
sembrar y coger; si se crían cosas ponzoñosas y nocivas; el cielo es de
buena y feliz constelación, claro y benigno, el aire puro y suave, sin
impedimentos y alteraciones; el temple sin exceso de calor y frío (y
habiendo de declinar a una u otra calidad, escojan el frío)', si hay
pastos para criar ganados, montes y arboledas para leña, materia­
les de casas y edificios; muchas, y buenas aguas para beber y regar;
indios y naturales a quienes se pueda predicar el Santo Evangelio,
como primer motivo de nuestra intención, y hallando que concurran
éstas o las más principales calidades, procedan a la población, guar­
dando las leyes de este libro (Cit. en Nieto-Arteta, 1983, p. 29-30).
Sin embargo, los españoles no dejaron de poblar tierras calientes por
razones específicas, en particular, los puertos en el Caribe, tipo Cartagena
o Santa Marta, necesarios para la recepción de mercancías y la exportación
de metales y otros productos apreciados como el comercio de esclavos; por
haber encontrado oro, como en Santa Fe de Antioquia, las regiones fluvia­
les del Pacífico, Mompox o Mariquita, situadas en el ardiente río Magdale­
na. También hubo poblamiento en tierras calientes en lugares obligados de
tránsito necesarios para garantizar la dominación colonial que conectaba
con los puertos de la costa y con los lugares de asentamiento de las autori­
dades, como es el caso de Honda en el río Magdalena o la Plata, que conec­
taba a Santa Fe de Bogotá con Popayán. Sin embargo, sin duda las tierras
frías capaces de producir comida parecida a la de la madre patria de los
colonizadores, con un clima similar considerado más sano, y pobladas de
mano de obra eventualmente disponible y susceptible de ser enlazada den­
tro del sistema tributario, fueron los destinos favoritos de los colonizado­
res españoles.
Como Fabio Zambrano y Olivier Bernard han establecido, en 1777 el
58% de la población de la Nueva Granada estaba concentrada principal­
mente en la Cordillera Oriental, que la convertía en la región de clima frío
más densamente poblada, junto con otra serie de lugares fríos en Cauca y
Nariño (13%). Entretanto, las cálidas zonas de la costa Atlántica contaban
con el 20% y Antioquia con el 6%, siendo una región poblada en climas
calientes, templados y fríos. Mirados en su conjunto se trataba de territo­
rios ocupados de manera dispersa y fragmentada a lo largo del país, aunque
su poblamiento favorecía las tierras frías. En comparación con el censo de
1777, para 1851 las cosas habían cambiado un poco: el 17,59% de la pobla­
ción estaba situada en las montañas santandereanas y el 33,39% en los
52 "FIEBRE DE TIERRA CA^I_H^ITTE. UNA HISTORjA A^MBE^IENTM DE COLOMBIA 850-1930".

altiplanos de Cundinamarca y Boyacá, lo que arrojaba que el 51% de la


población estaba asentada en la Cordillera Oriental. Si a ello se adicionaba
la gente que vivía en Cauca y Nariño, pri^cip^aln^t^nte en tierra fría, ello
implicaba que casi el 70% de la población del país vivía en tierras frías. De
otro lado, la costa Atlántica perdió participación en el balance demográfico,
quizás por efecto de las guerras de Independen^a, descendiendo de 20% a
11% su participacíin demográfica en el país. Nat^u^i^ameer^te que a estos
censos no se les puede pedir precisión pero sí sirven para hacerse una idea
general estimada (Zambrano y Bernard, 1993, p. 65-66). No obstante, al
final del siglo XIX el proceso de poblamiento se dirigió y expandió acelera­
damente hacia las tierras templadas y calientes de Cundinamarca, y hacia
las vtttientes de la Cordillera Central, que con el paso del tiempo tendió
equiparar la primacía demográfica de las tierras frías de la Cordillera Orien­
tal. Para esta época, los cambios también se sintieron en la costa Atlántica,
en parte, como efecto de la transformación en el poblamiento y la econo­
mía de los Andes colombianos. Batranquilia, una aldea a comienzos del
siglo XIX, se convirtió en el principal puerto fluvial cerca al mar Caribe y
desplazó a Cartagena y Santa Marta en importan^a, en la medida que se
constituyó en el eje de la exportación de productos tropicales tales comí”
tabaco, índigo, cacao, quina, la tagua, el café o el caucho, entre otros (p. 92-Í95).
Cuadro 1. Población colombiana, 1843-1912

EsCscís 1843 1851 1870 1912 Crecimiento ("reeineenti)


1825-70 1870-12

Antioquia 189.534 243 .388 365.974 1’082.135 261.721 716.161


Bolívar 191.708 205 .697 241.7 04 535.617 120 .041 293.913
Boyacá 331.887 379 .682 498.541 620.730 289.779 122.189
Cauca 268 6^07 323.574 435 0^'^8 865.728 285.300 430.650
Cuediecmctrc 279.032 317 .351 413 .658 717.714 224.963 304.0.56
Magdalena 62.764 67.764 88.928 202.560 32.608 113.6312
Santander 360.148 360.148 433.178 604 .465 231 .971 171.287
TcCima 208.108 208.108 230.891 440 6117 132.395 209.7 26
Total 2’105.622 2’105 9122 2’707.962 5’069.566 1’578.778 2’361.614
FuenLe: Lmis CarOos Palado CcsCñeeda (ZC^C^t),.

Tierras, mercados y civilización

A pesar de los desafíos climáticos, sanitarios y geográficos, la “fiebre"


de tierra caliente irrumpí) desde mediados del siglo XIX con las reformas
liberales y los intentos más sistemáticos de reconectar a la nación con el
mercado internacional a través de la exportación de productos tropicales.
Basado en las descripciones y mapas de Agustín Codazzi, realizados en la
década de los cincuenta del siglo XIX, Ramón Guerra Azuola, un entusiasaa
IMAGINARIOS POLÍTICOS Y TRANSFORMACIÓN DE LAS FRONTERAS DE TIERRA CALIENTE, 1850-1920. 53

promotor de la “profesionalización” de la agricultura durante el siglo XIX,


anotaba que: Los baldíos ocupan las cuatro quintas partes del territorio de
la República. Inmensos desiertos no horadados por la planta humana, y
poblados únicamente por animales que huyen al acercarse al hombre, ó
por fieras que le hacen frente y desafían su fuerza y valor (Guerra, 1892).
La tierra en general, no solamente las partes no cultivadas, tendieron
a ser comercializadas. Desde una perspectiva legal, las tierras baldías, es
decir, sin propietario legalmente reconocido, cultivadas o no, pertenecían a
la nación y fueron susceptibles de apropiación a través de un proceso de
adjudicación dirigido por el Estado y sustentado en el mecanismo material
y jurídico de la “posesión”.2 La comercialización y privatización de tierras
se aplicó a las dehesas, ejidos, pastizales de uso común y resguardos en un
proceso que tendió a abolir la propiedad comunal. La misma suerte corrió
la propiedad eclesiástica cuya negociabilidad, hasta entonces, había sido
restringida. La disolución de los resguardos y la abolición de la esclavitud
fueron medidas que tendieron a liberar fuerza de trabajo eventualmente
disponible a fin de trabajar para los empresarios de las tierras calientes.
En estos casos se notaba la impaciencia de las elites dada la necesidad de
ocupar las tierras calientes cuya importancia era crucial para colocar al
país en la senda del progreso. En un texto fechado en 1867, Miguel Samper
decía:
Las costas y las hoyas de los ríos continúan brindándonos con la
riqueza natural en todas sus formas, las mayores facilidades para el
cambio interior y exterior de los productos de la industria; pero la
población no baja de las faldas y mesetas de la cordillera sino con
lentitud y precaución, porque allí donde está la riqueza fácil la muer­
te ha establecido también su imperio. Nuestras cordilleras son ver­
daderas islas de salud rodeadas por un océano de miasmas (Samper,
1925a, 1, p. 15-16).
La apropiación de las tierras en zonas templadas y calientes generó un
notable movimiento de la población. Colocado en perspectiva histórica,
Michael Jiménez, historiador colombiano, describió esta movilización de la
manera que sigue:
Inicialmente este desplazamiento fue llevado a cabo por unos pocos
campesinos, pero el flujo migratorio se amplío y, así, los habitantes
de los altiplanos descendieron de las tierras frías a trabajar en el
cultivo del tabaco, el azúcar, el cacao, el algodón, el índigo y el café, en
las florecientes propiedades localizadas al pie de la Cordillera Orien­
tal o que se unía a los grupos en busca de los ordeñadores de caucho,
los descortezadores de quina en las junglas del Sumapaz el Magda­
lena Medio (Jiménez, 1996, p. 164-165).

Apropiación material de una cosa, en este caso inmueble, con "ánimo de dueño y señor".
54 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

Jiménez agrega que la población empezó a descender lentamente, de


los altiplanos al piedemonte, al principio, y de allí a los valles, tomando
posesión de la tierra a través de su cultivo. La libertad para plantar tabaco
aceleró prodigiosamente este movimiento. Poco a poco la gente encontró
que la vida en las tierras calientes era mucho más fácil. Por ejemplo, Samper
(1925a) anotaba que:
La población de Antioquia toma posesión de las faldas orientales de
la Cordillera Central, mientras que la de Cundinamarca tiene ya
cultivada la ribera del río Magdalena, y el Tolima ha desarrollado en
el valle su rica agricultura. En Santander el avance es lento por la
hoya del Carare, algo menos por la del Sogamoso y muy importante
por las del Lebrija y el Zulia. Falta que la población de Pasto y de
Túquerres baje a las hoyas del Patía y del Caquetá, lo que empezará
a suceder si se abren buenos caminos de herradura.
El tabaco fue crucial en la configuración del espacio nacional republica­
no ya que gracias a la economía tabacalera el país se pudo mover hacia la
superación del archipiélago regional, integrando el centro andino con la
costa caribeña (Nieto, 1983, p. 264). Debido al tabaco se logró una mayor
estabilización de la navegación a vapor por el río Magdalena y proyectó a
Barranquilla, que fue oficialmente considerada ciudad en 1857, como cen­
tro urbano y pronto se convirtió una ciudad modernizante, sustituyendo a
las ciudades tradicionales de la región de origen colonial, como fueron
Cartagena, Santa Marta y Riohacha.
Durante el siglo XIX, Barranquilla fue el puerto principal de exporta­
ción del país impulsado por el tabaco (agricultura) y la cinchona
(extractivismo). Junto con estos productos y la exportación de café en el
cambio de siglo, revelan el cambio demográfico y ambiental que se produjo
desde los altiplanos fríos hacia las vertientes andinas y las tierras calientes
(Nieto, 1983, p. 310-326). Este proceso está fuertemente atado al debate
ideológico que dominó la época.
La ideología liberal que estimuló la apropiación de las tierras calientes
abogó por un proceso civilizatorio secular con concepciones que vinculaban
el desarrollo de la ciencia y la tecnología al progreso, y que apuntaba a la
explotación y extracción de la naturaleza (tierras y bosques, principalmen­
te). Salvador Camacho Roldán, uno de los más distinguidos liberales de la
época, describió con admiración la conquista de la naturaleza por las fuer­
zas del progreso de la siguiente manera: “Las conquistas de la inteligencia,
ayudadas por la panacea del capital, arrancaron las montañas de sus funda­
ciones eternas y lograron el prodigio prometido antes solamente a la fe”
(Camacho, 1936, p. 52-53).
Para lograr aquello que maravillaba a Camacho Roldán y sus contem­
poráneos, los liberales primero trataron de expandir el sistema de propie­
IMAGINARIOS POLÍTICOS Y TRANSFORMACIÓN DE LAS FRONTERAS DE TIERRA CALIENTE, 1850-1920. 55

dad privada sobre las zonas que contenían todavía tierras incultas. Aunque
algunos miembros de la elite pudieran haber tenido en mente la idea de
construir una sociedad de propietarios, los efectos de la división y apropia­
ción de tierras dieron lugar a la consolidación, en buena parte de ellas, de
unos cuantos empresarios territoriales que marcharon junto con o detrás
de los migrantes y empezaron a apropiarse, poco a poco, de grandes exten­
siones de tierras. La expansión hacia la zona cafetera antioqueña fue qui­
zás una excepción parcial a esta regla general, en la medida que en este
caso, pequeños y medianos propietarios tuvieron la oportunidad de consoli­
dar sus posesiones (Palacios, 1980).
La ideología liberal también abogaba por una forma de organización
estatal que dejara en manos de los propietarios privados la dinámica econó­
mica y, en consecuencia, los cambios en el paisaje. El motor la transforma­
ción económica y demográfica lo constituyó la dinámica “externa”, a la cual
intentaron acoplarse los reformadores liberales en América, que ambicio­
naban la apropiación, nacionalización y explotación de nuevas porciones
del territorio, que hasta la dominación colonial seguían siendo áreas de
frontera.3 La “división internacional del trabajo” a la “inglesa” -el mayor
jugador en los procesos de globalización de la época—, que abogaba por el
intercambio de productos tropicales por bienes manufacturados implicaba
de rebote, en el caso colombiano cuando menos, el descenso de las pobla­
ciones de las tierras altas y frías a las tierras calientes. La apropiación de
estas tierras fue el prólogo del conflicto agrario en Colombia durante el
siglo XX.
Los bosques de las tierras templadas y los valles calientes de la región
andina sufrieron primero los rigores de una economía extractiva (Márquez,
2001). Las maderas más finas fueron cortadas para proveer los travesaños
de los rieles de ferrocarril, y para alimentar sus maquinarias y las de los
barcos de vapor. Un cándido sinsentido sobre el carácter inagotable de los
bosques fue parte del pensamiento hegemónico de la época, lo que incluía
a pobres y ricos, todas las capas de la población. Entretanto, de las zonas
templadas del planeta fueron traídos pinos, y de Australia llegaron eucalip­
tos que tomaron posesión de buena parte de las tierras frías. Estos fueron
subsidiados por leyes liberales del siglo XIX y transformaron
significativamente los ecosistemas de los altiplanos andinos. La Ley 56 de
1884, sobre la promoción nacional de la agricultura, prescribía en su artí­
culo 3o. que el poder ejecutivo proveería un bono de 500 pesos a todos los

Si bien los españoles y portugueses reclamaron el dominio de extensos territorios e hicieron la


cartografía de sus encuentros y desencuentros fronterizos, ellos no lograron apropiarse o
tomar posesión indisputada en muchos de ellos. En 1837, Domingo Sarmiento en Argentina,
por ejemplo, lamentaba que los indios merodeaban como hienas a menos de 50 kilómetros de
Buenos Aires. Extensas fueron las zonas de frontera no apropiadas materialmente por los
españoles en Colombia. Aguise debería incluir la mayor parte de las tierras calientes.
56 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

plantadores de eucaliptos por cada 10.000 árboles de más de 4 metros de


alto que presentaran. No sabemos del efecto inmediato de tal estímulo,
pero podemos inferir que jugó un rol clave en lo que se constituyó en una
transformación de la sabana de Bogotá y otros altiplanos por encima de los
dos mil metros de altura. Los pinos y eucaliptos sirvieron para desecar los
suelos pantanosos y húmedos y para producir madera a ritmos más rápidos
que los árboles nativos.
La reacción conservadora

Desde 1886,,el periodo de la Regeneración empieza a revertir, en algu­


nos aspectos, los ideales liberales. Se trataba de una reacción conservado­
ra. Vehiculizada por un liberal, Rafael Núñez, empezó a modificar el énfasis
del proceso civilizatorio liberal. En particular, la emulación de países como
Francia e Inglaterra empieza a ser sustituida por la nostalgia por el pasado
español. La noción de civilización promovida por la reacción conservadora
retoma esta idea bajo el sentido de la conversión al cristianismo bien ex­
presada por Sergio Arboleda, Miguel Antonio Caro, Rafael María Carrasquilla
y otros.
La recién instaurada hegemonía conservadora ayudó a generalizar un
sentimiento de fracaso de los reformadores liberales en el periodo que los
antecedió. Los liberales confiaban en fomentar el progreso pero no fueron
lo suficientemente exitosos. Ellos le apostaron al rol transformador de la
ingeniería, pero las relaciones sociales hacendarías patriarcales, las gue­
rras civiles y, en consecuencia, la carencia de capital disponible limitaron
el crecimiento de la influencia de los ingenieros. Si los liberales pretendie­
ron, en la retórica, convertir a los indígenas en ciudadanos, algunos de
ellos terminaron arrebatándoles masivamente las tierras, arrojándolos en
calidad de población excedente hacia la conquista de las vertientes o
“campesinisándolos”, convertidos en pequeños propietarios en los altipla­
nos. Si los liberales decretaron la prohibición de la esclavitud, en vez de
convertirse en dócil fuerza de trabajo, muchos de los afrocolombianos hu­
yeron, especialmente en las selvas del Pacífico, a lo largo de los ríos. Las
reformas liberales de la década de los sesenta del siglo XIX pusieron fin a
los latifundios confesionales pero no sólo dejaron a los seculares intactos,
sino los acrecentaron. Los conservadores empezaron a rechazar la idea de
que la “Colonia” (Kóning, 1994) era la culpable del atraso de Hispanoaméri­
ca, por lo cual los liberales estigmatizaron el legado español, a la luz del
progreso de los países anglosajones. Sin embargo, los liberales no lograron
colocar el país en la senda de un más vigoroso desarrollo capitalista sino
que lo articularon a la globalización de la época en un esquema hacendario
dentro del cual la posesión de tierra se convirtió en el símbolo principal de
prestigio. Sin pretenderlo, fertilizaron la reacción conservadora. Teñida en
una lógica patriarcal de hacendados, recuperando la importancia institucional
IMAGINARIOS POLÍTICOS Y TRANSFORMACIÓN DE LAS FRONTERAS DE TIERRA CALIENTE, 1850-1920. 57

de la Iglesia y su contribución al proceso civilizatorio, los conservadores


recobraron buena parte de la ideología colonial y rescataron el pasado his­
pánico
De la mano de un líder liberal, Rafael Núñez, a fines de la década de los
ochenta los conservadores desbancaron los proyectos ideológicos libera­
les. Algo más de dos décadas antes, en La República en América Española,
Sergio Arboleda (1951), prominente político e ideólogo conservador, resal­
tó, en la época del dominio liberal, su adherencia a la tradición religiosa
española y propuso el mantenimiento de los lazos con la Iglesia, vis-vis los
asuntos del Estado. Escribió lo siguiente: “España nos dejó buenas costum­
bres, una familia admirablemente constituida, establecidos hábitos de res­
peto por la autoridad y la consideración por las mujeres, un clero virtuoso,
una religión uniforme con creencia morales, indios y negros cristianizados
y colocados en el camino de la civilización. Portentos del trabajo del Cato­
licismo” (p. 194). Arboleda confiaba en la flexibilidad del pensamiento cató­
lico y su capacidad para ensamblar la tradición hispánica con el progreso.
Más tarde, Miguel Antonio Caro sería el ejemplo más transparente de la
defensa de los valores hispánicos.
Para Caro, un distinguido gramático y presidente a fines del siglo XIX,
la independencia política fue necesaria pero la ruptura con la tradición fue
una catástrofe. No se refirió en sus escritos a los criollos sino a los hispano­
americanos o españoles americanos. La constitución de la nación no podía
provenir de los postulados igualitarios del pensamiento liberal. Ensalzaba
a los misioneros quienes armados únicamente con la insignia del martirio
domesticaron a los hijos de la selva. Pensaba que América les debía todo a
los españoles. Puso patas arriba la visión liberal sobre ciencia y cultura.
Pensaba que “la ciencia no estaba limitada al campo de la naturaleza”. En
consecuencia, escribió lo siguiente:
La ciencia es el resultado del espíritu cristiano pero no se puede
reducir a las ciencias naturales. Yo creo, como aquél gran poeta, que
más vale el Evangelio que cuantos libros antes y después de él se
han escrito; y que el Decálogo, que sólo consta de diez renglones, ha
hecho más bien a la humanidad que todos los ferrocarriles y telégra­
fos, y velas y vapores, y máquinas, cuyas restricciones, si no invencio­
nes, aprecio como es justo y disfruto agradecido (Caro, 1952, p. 28).
Sergio Arboleda creía que el hombre no se definía como un animal
racional sino como un animal religioso; creía también que eran erróneos y
desproporcionados los ataques al clero, que más bien lo consideraba como
la única clase dirigente con experiencia en el país. La historiadora Diana
Obregón narra esa tortuosa relación entre ciencia y religión. Dice que, a
pesar de los esfuerzos liberales del siglo XIX, el reconocimiento de la cien­
cia como una actividad no sólo importante sino útil no cristalizó en buena
medida debido a que los conservadores se interpusieron en ese propósito
(Obregón, 1992, p. 72-77).
58 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

La nueva alianza antiliberal consolidó una contrarreforma que algunos


historiadores han llamado la República Señorial. Sería esta una figura his­
tórica que combina una especie de “feudalización” de la fuerza de trabajo
campesina en las haciendas, la concentración de la propiedad raíz con un
extensivo acaparamiento de recursos naturales, y una hegemonía directa
de una aristocracia latifundista sobre el aparato de Estado (García, 1989).
La elite política dominante al fin del siglo, rescatando la importancia de la
lengua castellana, prefirió el desarrollo de las habilidades gramáticas y la
filología al cultivo de las ciencias naturateB, pero sobre todo, al desarrollo
de los campos de la aplicación tecnológica. Una vez reconocido el mérito de
la función crietianizadots, la Iglesia regresó a su trabajo misionero.
Ese regreso al poder de primera clase de la Iglesia, entroncado con el
retorno del aprecio por la herencia española, enmai^có la ideología de la
Ley 89 de 1889 que declaró que los reeguarfes eran inemhargbbles,
inalien atoes e imprescriptibies, lo que permitía reconstruir la relación
paternafitaa heredada de España con los pueblos indígenas sujetos a su
dominio y que obtuvieron títulos de la Corona. A diferencia de los liberales
radicales, acepta ron esta importante excepción a la puesta en circulación
de las tierras. Al entronizar a la Iglesia en los asuntos del Estado, le conce­
dieron jurisdicción en asuntos de familia, garaniitan.fo las relaciones
patriarcaies, bien sintonizadas con el régimen hacendarte y señorial. Los
conservadores también patrocinaron con entusiasmo las labores misione­
ras en las regiones de frontera de colonización, muchas de las cuales eran
también zonas de frontera externa. Asímismo le otorgaron otras funciones
estafatos concediéndole poder político y jurisdiccional en esas regiones fron­
terizas, convirtiendo la labor civilizatoria en un asunto católico. Finalmen­
te, los conservadores empezaron a expedir legislación que apuntaba a reducir
la explotación indiscriminada de los bosques, más que simplemente en un
intento por protegerlos en sí mismos, en búsqueda de ampliar los ingresos
del Estado, siendo los bosques propiedad pública. Para traducirte a un len­
guaje contemporáneo, se trataba menos de una actitud proteccionista y
más de un asunto de conservación, o dicho de otro modo, de sostenibilidad.
De esta manera, el presidente Rafael Núñez empezó a promover nor­
mas restrictivas de la libertad económica individual, estableciendo licen­
cias (Decreto 935 de 1884) para regular la explotación de bosques y
demandando que, cuando fuere necesario descuajar un planta para derivar
productos medicinales, se deberían sembrar a cambio nuevos retoños; igual­
mente se debería limitar el otorgamiento de la explotación de baldíos a
5000 hectáreas, estableciendo esta condición en las licencias de explota­
ción forestal. El Decreto 473 de 1899 establecía en su “considerando” lo
siguiente:
IMAGINARIOS POLÍTICOS Y TRANSFORMACIÓN DE LAS FRONTERAS DE TIERRA CALIENTE, 1850-1920. 59

lo. Que ha llegado a conocimiento del gobierno que muchos explota­


dores de bosques nacionales, especialmente de caucho con la mira de
obtener mayores rendimientos en la industria, tienen el sistema de
derribar y destruir los árboles sin tomar las precauciones necesarias
para que se reproduzcan.
2o. Que si tal sistema de explotación hubiere de continuar, y no toma
el gobierno providencias eficaces para impedirlo, no muy tarde ha­
brán sido talados y destruidos por completos los bosques y elimina­
dos de la industria los productos vegetales exportables que
constituyen una de las riquezas de la Nación.
No es tan sorprendente que durante la era Conservadora se hayan
expedido la mayor parte de las normas que restringían la tala indiscriminada
de árboles. Una concepción diferente sobre la relación entre el Estado y el
mercado separaba a liberales y conservadora de la época. Para simplificar,
se podría decir que mientras los primeros eran más proclives a rechazar la
intervención del Estado en la economía por razones de parentesco con las
doctrinas económicas liberales, los segundos se inspiraban más en la forma
de intervención de la monarquía en los asuntos económicos. Lo que se
estableció tajantemente en las normas durante el gobierno del conserva­
dor de Rafael Reyes (1904-1909), de conformidad con la Ley 56 de 1905, en
su artículo 24 fue lo siguiente: “la libre explotación de bosques nacionales
está prohibida.”
Más que tener el carácter de una norma que apunta a eliminar la ex­
plotación de los bosques, pretende regularlos. No se trata de la preserva­
ción de la naturaleza, sino de su regulación y explotación más racional. No
apunta a eliminar la iniciativa económica individual, sino a sujetar una
riqueza nacional, los bosques, a una política fiscal. En consecuencia, los
bosques empiezan a ser administrados desde el Ministerio de Obras Públi­
cas, cuando previamente eran manejados desde el Ministerio de Indus­
trias. En su primera fase (1886-1904), la era conservadora se oponía a la
ideología liberal e incluso, uno de sus máximos exponentes, Miguel Anto­
nio Caro, era “antiprogresista”. Sin embargo, más tarde, después de la
Guerra de los Mil Días, los gobiernos conservadores no encontraron con­
tradicción entre sus creencias católicas y el progreso económico. Desde
1904, el presidente conservador Rafael Reyes, ferviente admirador del pre­
sidente mexicano Porfirio Díaz, llegó a la conclusión de que el progreso
económico estaba por encima de las divisiones partidistas.
Civilización como apropiación simbólica y material

El historiador ambiental Alfred Crosby propuso que la expansión bioló­


gica de Europa desde el siglo XV, al cabo de los siglos logró transformar
ecológicamente zonas muy distantes que fueron pobladas por descendien­
tes europeos y las convirtieron en una especie de Neo-Europa (Crosby,
60 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 85011330".

1988). Así, Estados Unidos de América, Canadá, Argentina, Uruguay, el sur


de Brasil, Austraiia o Nueva Zelandia son los mejores ejemplos del poder
transOormador de la biota mixta europea.4 Durante esta transformación
distantes ecosistemas, en un proceso complejo de colonización empezaron
a ser lugares rela^1;V,^í^n^i^nte parecidos a sus madres patrias. Crosby tam­
bién reconoció que África fue un continente accesible sólo en pequeñas
cabezas de playa e indomesticable para los europeos. Sus ecosistemas tro­
picales nunca fueron transformados al estilo europeo. Por analogía, se po­
dría decir lo mismo sobre países como México o Colombia. Ellos no son
Neo-Europas. México por el poder su enorme población indígena o mestiza,
entre otras razones.5 En el caso colombiano, además del mestizaje, sus
ecosistemas intertropicales diferían radicalmente de los hogares de los
europeos lo que hizo que el “imperialismo ecológico” fuera una tarea casi
impracticabte. Sin embargo, hay que reconocer que en Colombia, por ejem­
plo, existen importares diferencias regionales que deben ser tomadas en
cuenta para dar un cuadro más preciso de la anterior aseveración. Algunas
regiones del país fueron tan indomables para la expansión europea, comeo
lo fue África; no obstante, en algunas su paisaje fue más fácilmente organi­
zado o tranfoormado a imagen y semejanza del dominio español. Un ejem­
plo del carácter indomable es la franja selvática que se extiende por el
Pacífico colombiano o la Amazonia. Quizás, el ejemplo más europeo podría
ser la sabana de Bogotá. Al menos así lo creyeron muchos bogotanos du­
rante la segunda parte del siglo XIX y la primera del siglo XX. La sabana se
asemejaba a la campiña inglesa o a un paisaje suizo dijeron varios viajeros
de europeos de la época (RotMisberger, 1963; Carnegit-Williame, 1882). De
hecho, en la sabana crecía fácilmente el trigo, la avena o el centeno, y tuvo
éxito el ganado destinado a la industria lechera. En contraste, los climas
templados fueron difíciles de domesticar y las tierras calientes definitiva­
mente se resistieron al dominio de la biota mixta europea.
En consecuencia, de un lado, la apropiación y domesticación al estilo
peninsular de las tierras frías ocurrió más temprano y fueron lugares pre­
feridos por los españoles en la era colonial. De otro lado, el proceso de
apropiación de las tierras calientes tendría que hacer un largo recorrido
que todavía no ha concluido, particuiarmnnte las selvas húmedas. Durante
el siglo XIX, los colombianos trataron de tomar el control de las tierras
calientes con un éxito muy limitado. Vista como un todo, la apropiación de
la naturaeeza en la época fue más simbólica que material (Palacio, 2004).
EntreCanfo, la apropiación tecnológica de la tierra y el suelo tendría que

Biota mixta, es decir seres humanos acompañados de su fauna, flora, enfermedades, malas
hierbas, bacfer¡as y virus coressaondientes.
Melville (1994) trata de sacavar el argumai^-j de Crosby mosirando carao las animales can
pezuñas contrlbeyeron a garantizar la dominación española ea México ceniral.
IMAGINARIOS POLÍTICOS Y TRANSFORMACIÓN DE LAS FRONTERAS DE TIERRA CALIENTE, 1850-1920. 61

esperar el éxito de la transformación cafetera a comienzos del siglo XX y


mucho más en la era del “desarrollo”, cuando la Revolución Verde tuvo
lugar desde mediados del siglo XX, y a los valles del tierra caliente se le
incorporó el ganado cebú y los pastos braquiaria, imperial, kingrass.
La apropiación simbólica del paisaje a que se hace referencia acá tiene
una veta literaria. Por ejemplo, la región del Caquetá -es decir la actual
Amazonia colombiana- pasó de ser una especie de Eldorado, en la época de
las expediciones de Rafael Reyes, a comienzos de la década de los ochenta
del siglo XIX, a convertirse en un “infierno verde” a mediados de la década
de los veinte del siglo pasado, con el éxito literario de José Eustasio Rivera
y su Vorágine. No obstante, esa transformación simbólica no sólo responde
a imaginarios literarios sino a otros de variado carácter. Las descripciones
corográficas y cartográficas asociadas a Agustín Codazzi y sus colaborado­
res y, posteriormente, a otros aprendices de geografía, tales como Tomás
Cipriano de Mosquera y José María Vergara y Velasco jugaron un papel
importante. Igual ocurrió con las transformaciones legales asociadas a la
implantación del Código Civil. Lo mismo puede decirse de los imaginarios
políticos asociados a variaciones entre liberales y conservadores (Palacio,
2004). El avance económico norteamericano le dio mucho que pensar a los
líderes colombianos.
Perplejos por lo que consideraban fracaso y atraso hispanoamericano
frente al avance anglosajón, líderes nacionales elaboraron explicaciones
para contrastar y entender las diferencias entre este país intertropical y
Norteamérica durante el siglo XIX. Algunos pensaron que habían encon­
trado la clave de la explicación en el proceso colonizador. En su Ensayo
sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas co­
lombianas, el ideólogo José María Samper (1861) presenta muchos de los
conceptos centrales de los liberales a este respecto: primero, la idea de que
la conquista de la frontera en Estados Unidos fue lograda a través de colo­
nizadores libres; segundo, la noción -desinformada- de que la Unión Ame­
ricana nació no de la conquista armada sino de un proceso espontáneo de
colonización; tercero, la idea de que “las razas germánicas o nórdicas po­
seen el genio de la colonización, esto es, el establecimiento de sociedades
civilizadas en regiones bárbaras, mientras que los latinos o razas sureñas
son las que poseen el genio de la conquista, es decir, del dominio (a través
de la asimilación) sobre pueblos ya civilizados” (p. 67).
En contraste, y como se ha descrito, los conservadores dejaron de ver a
los países anglosajones como el ejemplo a emular y empezaron a rescatar
la tradición hispánica. De la mano de un líder liberal, a fines de la década
de los ochenta del siglo XIX los conservadores desbancaron los proyectos
ideológicos liberales. La actitud prohispana empezó a ser rescatada bajo
nuevos tintes racistas, tras el supuesto de que lo mejor del país se debía a
62 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850 1930".

que parte de la población tenía una herencia española. Los conservadores,


más fácilmente que sus contradictores, articularían un ideal de lo “agrario
como una forma auténtica de vida” (Samper, 1861, p. 29). El amor por la
tierra, la idea de que sólo la tierra era algo “estable, duradero, gratificante
y noble” fue conocido como integrismo hispánico. Esto no debería sonar
extraño en la medida en que la doctrina fisiocrática, en contra de las ideas
más popularizadas en las historias económicas, nació en España, antes de
ser popular en Francia. El vitalismo agrario resultó de la transfiguración
de la tierra en un elemento de dominio y distinción desde el siglo XVIII,
felizmente recogido por la aspiración hacendaría cristalizada en la segunda
parte del siglo XIX (p. 30-32).
Cambiando su enfoque social, o quizás complementándolo con anota­
ciones ambientales, en su libro Libertad y Orden, Samper (1925b, p. 85)
basa su argumentación en la comparación entre la colonización anglosajona
e hispánica, la cual es la clave para entendernos a nosotros mismos. Empe­
zaba por rechazar los argumentos racistas que flotaban en la época en Eu­
ropa y Estados Unidos sobre la incapacidad de la América ibérica para
prosperar. Sugiere, más bien, que elementos geográficos ayudan a com­
prender las diferencias: las redes hidrográficas, el territorio plano y el cli­
ma templado norteamericano son elementos claves para comprender el
contraste; añade argumentos demográficos, tales como la carencia de pue­
blos indígenas de gran magnitud. Enseguida de haber establecido argu­
mentos ambientales recorre otros argumentos correlativos. Entre ellos
menciona razones económicas que resultan del contraste en la significa­
ción de las minas en España frente a la industria en Inglaterra; argumen­
tos políticos tales como la búsqueda de libertad y tolerancia de la clase
media anglosajona, mientras que el dominio de la dinastía de los Austrias
en España implicó el fin de las libertades personales y municipales, lo que
generaba un grave problema para la formación de regímenes representati­
vos democráticos. El supuso también que en los ámbitos sociales y cultura­
les, la Ilustración fue muy restringida por la imposibilidad de acceder a
cargos públicos y por el rol de la Inquisición. Lo que es interesante subra­
yar es que las diferencias geográficas -tanto en términos de paisaje y cli­
ma- son condiciones que, en su opinión, deben ser tomadas en consideración
Para el pensamiento de la Ilustración que mejor reflejaban los liberales,
éstas son dificultades naturales que deben ser derrotadas por la acción
humana. Era lo que se tenía que hacer en la expansión hacia la tierra
caliente.
Las grandes extensiones de zonas de frontera en Colombia fueron cons­
truidas ideológicamente como “desiertos”, territorios desocupados, baldíos,
sin propietarios (Palacio, 2004 a y b). Cuando Samper describe la natural
aptitud y genio de las culturas anglosajonas y nórdicas a la colonización,
IMAGINARIOS POLÍTICOS Y TRANSFORMACIÓN DE LAS FRONTERAS DE TIERRA CALIENTE, 1850-1920. 63

suele desocupar de tribus indígenas y de bisontes el oeste de los Estados


Unidos. Estas regiones empiezan a ser constituidas como territorios des­
ocupados o al menos no apropiados, regiones de bosques prístinos, de don­
de deriva buena parte del imaginario americano sobre sus parques naturales
(Palacio, 2003). Como el reconocimiento de la propiedad en esa cultura
legal anglosajona proviene del sedentarismo o el cultivo de la tierra, a los
indígenas no se les reconocían títulos o argumentos para sus reclamamos
legítimos. “Desiertos” llamaron durante el siglo XIX a todas esas tierras no
apropiadas bajo la lógica legal de la propiedad privada. En el sistema legal
colombiano se llaman baldías esas tierras 0, ñ. Pero la realidad siempre
acaba siendo terca. Cuando la historiadora Katherine LeGrand presenta la
historia del conflicto agrario colombiano entre 1850 y 1950, describe la
segunda parte del siglo XIX como el prólogo de las luchas que estallaron
durante el siglo XX y se convirtieron abiertamente en conflictos violentos
(Legrand, 1988).
Cuando se observan las transformaciones ambientales, los cambios
políticos de corto plazo no parecen marcar o influir demasiado. En un lapso
más grande, sin embargo, las variaciones de ideología política sí pueden
contar, tal como hemos visto en las diferencias entre las visiones liberales
y conservadoras en torno de las nociones de progreso, los ideales
hacendarios, la explotación de los bosques, la idea de frontera, y los proce­
sos de apropiación y transformación de la misma. Las diferencias, no obs­
tante, pueden ser conciliables en la práctica. Como hemos visto, el católico
y conservador Rafael Reyes fue uno de los visionarios del progreso y quien
intentó relegar divisiones ideológicas al avance económico. También es el
caso de quienes lo sucedieron ya en el siglo XX, conservadores provenien­
tes de Antioquia. Carlos E. Restrepo, Pedro Nel Ospina y Marco Fidel Suárez
provenían de la exitosa, para la época, región cafetera a la cual se le atribu­
ye buena parte de los méritos de haber sentado las bases del proceso de
industrialización del país y de la integración del mercado interno, difícil
tarea en medio del archipiélago ecológico y regional colombiano. Se trató
de un avance en la colonización de tierras de mediana y baja altitud.
Medardo Rivas, cronista de fines del siglo XIX, llamó a los líderes de
esta aventura, los “trabajadores de tierra caliente” (Rivas, 1983). La verdad
es que esta épica narrativa sólo alcanza a dar cuenta de una porción redu­
cida y fragmentada del territorio colombiano, principalmente la vertiente
occidental de la Cordillera Oriental y las tierras de mediana altitud de la
región central andina conocida como la región cafetera. Si se evalúa al
discurso liberal por lo que en la realidad lograron, la transformación mate­
rial del paisaje se concentró en regiones específicas y localizadas.
En vez de hablar de desarrollo, en esta época la metáfora correspon­
diente se asocia a la idea de civilización. Se trataba de un intento de domes­
64 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 1850-1930".

ticar el paisaje, generar excedentes, construir obras de infraestructura y


comunicación, cristianizar indios, consolidar el Estado y el derecho, expan­
dir la agricultura, entre otras metas. La verdad es que este envión
civilizatorio no transformó la mayor parte del paisaje nacional. Desde esa
lógica civilizatoria, más fracasos que éxitos podrían detectarse. En una
mirada rápida al dosel del bosque, no sólo el Chocó biogeográfico o la re­
gión amazónica serían evidencias de esta afirmación. Otros ecosistemas
boscosos, con menos publicidad en la actualidad, atestiguarían lo mismo.
Habría que esperar las reformas agrarias de los años treinta, incluyendo la
idea de que la tumba del bosque era sinónimo de “mejoras” y por tanto
prueba de “posesión”, y la segunda parte del siglo XX con la llegada de la
era del desarrollo y su apuesta a la megaurbanización, la industrialización
y la Revolución Verde para detectar una ofensiva más voraz y exitosa con­
tra la naturaleza intertropical del país. En este caso, variaciones en los
imaginarios políticos, seguramente también tendrán su papel, que al igual
que en este caso, no son divisiones radicales y definitivas, pero sí marcarán
tendencias que la historia no puede impunemente descuidar.
Libro: Caminos Reales de Colombia, Directores del proyecto: Pilar Moreno de Án­
gel, Jorge Orlando Meló González. Editor Académico: Mariano /Useche Losada
ISBN 958-9129-34-X, OP Gráficas Ltda.. pg. 276, Puente de bejucos. Grabado de
Riou. Tomado de América Pintoresca tomo 3, 1884. Edición facsimilar de Carvajal
y Cía. 1980-1982. Biblioteca particular de Pilar Moreno de Ángel).
CAPÍTULO 3

Civilización como domesticación del paisaje:


Cundinamarca y Valle del Cauca

LA HISTORIA DEL ÉXITO: DE LA SABANA DE BOGOTÁ AL


RÍO MAGDALENA

pesar del discurso liberal progresista y de los intentos civilizado


A res de los proyectos dominantes de la segunda parte del siglo XIX, la
transformación del paisaje nacional fue más simbólica que material. El
arquetipo por excelencia de tal situación es precisamente la región
amazónica colombiana, esas “dilatadas soledades” del Caquetá. Esto no
quiere decir que en la época no ocurrió ninguna transformación material
del paisaje. El ejemplo más conocido y divulgado de tal cambio fue la famo­
sa colonización antioqueña. Menos celebrada en la literatura, aunque no
menos importante, es la transformación de la vertiente de Cundinamarca
que se vuelca hacia el río Magdalena. Mientras que la colonización
antioqueña, con la expansión de la economía cafetera, domesticó la franja
localizada entre los dos mil y los mil metros de altura en la Cordillera
Central de los Andes colombianos, la transformación de la tierra caliente
cundinamarquesa incluye la zona templada así como la zona caliente en
sentido estricto (por debajo de los mil metros de altura) de la Cordillera
Oriental. La articulación al mercado mundial durante la segunda parte del
siglo XIX implicó una integración y organización de la verticalidad andina
bajo la hegemonía de los intereses dominantes de los pobladores de la tie­
rra fría.
A diferencia de la región amazónica, las guerras de independencia no
produjeron una desconexión drástica entre la tierra fría de la sabana de
Bogotá con las tierras calientes de la vertiente que conduce al río Magdale­
na. Esta conexión era fuerte desde tiempos coloniales, de un lado, debido a
que era el paso obligado por el que debía transitar la administración impe­
rial española para arribar a la capital del virreinato; de otro, era también el
68 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

tránsito entre Santa Fe, Popayán y Quito cruzando las regiones ganaderas
de la tierra caliente del Tolima Grande que abastecía el mercado de Bogotá
y otros pueblos de la populosa sabana (Yepes, 2001, p. 141).
La pendiente que conduce de la sabana hacia el río Magdalena es muy
inclinada. Medardo Rivas la describe como un “descenso tan vertical que al
pie mismo de la entrada se ve el camino que hay que recorrer, y a lo lejos
se divisa, dominándolo, un vasto y hermoso horizonte iluminado por el sol
de la tierra caliente (sic)” (Rivas, 1893, p. 7). Desde tiempos precolombinos
los intercambios comerciales eran frecuentes. La sal fue un producto que
la fría sabana intercambió por algodón con los habitantes de tierra calien­
te. Pero el oro también lo traían de tierra caliente y los orfebres de la
sabana lo trabajaban exquisitamente. Con la llegada de los europeos, el
intercambio de sal y miel de caña de azúcar fue permanente entre la tierra
fría y la caliente. Contamos con la memoria de Medardo Rivas quien nos
narra cómo desde la segunda parte del siglo XIX, los intercambios comer­
ciales regionales se intensificaron. La verdad es que también el flujo de
productos de importación y exportación se acrecentó transformando, debi­
do a este doble movimiento, el paisaje de la vertiente cundinamarquesa.
Ello fue un logro, según Rivas, de “los titanes que abatieron las selvas
primitivas que cubrían esas regiones hasta hace pocos años; los que lleva­
ron allí el cultivo, la riqueza y la civilización” (p. 8). Pero antes de detener­
nos en detalles de esta domesticación del paisaje, vale la pena recordar que
dentro de la empresa de reconocimiento y observación corográfica, esta
región fue también descrita a mediados del siglo, en sus primeros periplos,
por el coronel Codazzi.
En su viaje por el estado de Cundinamarca Codazzi nos describe el país
de las “comarcas sometidas ya al dominio de la civilización, y la otra parte
que aún se mantiene en el estado de salvajismo de los tiempos primitivos”
(Codazzi, s.f., folio 39). La parte civilizada comprende tanto la sabana de
Bogotá y la vertiente que desciende al Magdalena, como el Tolima Grande
que incluye los actuales departamentos de Tolima y Huila. La parte “salva­
je” cubre los llanos orientales, en particular lo que hoy conocemos como
los departamentos de Meta y de Vichada. Como en el resto de su narrativa
corográfica, Codazzi describe tanto la geografía física como la humana.
No se trata de describir aquí la sabana de Bogotá, intensamente trans­
formada por la agricultura precolombina, sino la zona de selva altoandina y
de bosque húmedo tropical que desde los tres mil metros cae hasta el río
Magdalena en los 458 metros sobre el nivel del mar (Codazzi, s.f., folio 16).
Los viajeros del siglo XIX encontraban a la sabana de Bogotá como un
hermoso paisaje que semejaba algunas regiones de Europa. Desde la se­
gunda parte de este siglo esta semejanza se incrementó debido a la intro­
ducción del pasto de origen africano kikuyo para acondicionar razas de
CIVILIZACIÓN COMO DOMESTICACIÓN DEL PAISAJE: CUNDINAMARCA Y VALLE DEL CAUCA 69

ganado europeo tales como el normando, hereford, durham y posterior­


mente holstein desde 1859 a 1875 (Yepes, 2001, p. 148). También se intro­
dujeron pinos y los australianos eucaliptos -que acompañaron y luego
sustituyeron a robles, cedros y nogales-, de rápido crecimiento en el trópi­
co y que a la vez sirvieron para despejar los humedales que se convertían
en gigantescos lodazales en épocas de invierno y hacían casi intransitable
buena parte de la sabana. Esa es la apariencia que tomó esta tierra hasta
casi la década de los setenta, y que todavía conservan en su memoria los
habitantes del altiplano, época en que fue significativamente modificada
por una acelerada urbanización de las zonas rurales de Bogotá y los muni­
cipios sabaneros.
Este texto se concentra en la sección del texto de Codazzi que enlaza a
la sabana con la vertiente que cae al río Magdalena, es decir, aquella parte
que expresa la integración vertical de ecosistemas andinos, dejando de lado
la zona “salvaje”. ¿Cómo nos describe Codazzi esa relación fundamental
entre tierra fría y caliente? Como la influencia desde “el centro de la civili­
zación (que) reside en esas mismas alturas y de ellas recibe el valle del
Magdalena su impulso industrial” (Codazzi, s.f., folio 2). Ese impulso estaba
orientado a la exportación que es el tema en el que se ha concentrado la
historiografía económica. Pero la relación es de doble vuelta. La tierra
caliente recibe productos de la tierra fría, sobre todo hortalizas, pero la
tierra fría recibe también muchos productos de tierra caliente. Quizás la
expresión condensada de tal integración vertical de doble sentido se obser­
va en el abigarrado y multicolor mercado principal de Bogotá. Dice Codazzi:
“En el mercado se encuentra todo lo que la tierra fría, templada y caliente
puede producir en clase de granos, verduras y frutas” (folio 89). Por ejem­
plo, en materia de frutas dice:
Así es que junto a las fresas que fructifican silvestres en los cerros
altos, se hallan los guineos y el plátano de tierra caliente, las cere­
zas, duraznos y manzanas, al lado de las piñas, mangos y melones,
los pepinos de tierra fría y caliente, la parcha badea, las granadas y
granadillas con la treja de chila, moras y curubas, los higos de tierra
fría y caliente, las ciruelas, guavitas y tunas, nísperos, mameyes,
zapotes y anones; las uchuvas, las uvas caimaronas, y de anís, con la
pomarrosa, uva de parra y papayas; la nuez, arrayanes y mortiño con
el coco, guanábanas y chirimoyas; las naranjas, cidras, limones y
limas con dátiles, granates, caimito y aguacates, pan de palo,
cachipai, higos, higuillos, madroño, y tomate arbóreo; mararay, gua­
yabos, hícaro, sandías, pitahaya, mamones, tamarindo y guamas de
varias clases (Codazzi, s.f., folio 89).
La zona tropical es definida astronómicamente como esa franja com­
prendida entre las líneas que demarcan los trópicos de Cáncer y de Capri­
cornio. También, con una percepción más directa, el trópico es
70 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

superficialmente identificado por sus altas temperaturas. En realidad el


trópico andino no se puede reducir a ser descrito como un lugar de altas
temperaturas y sin invierno (Hallé, 1999). Más bien, en particular en el
estado de Cundinamarca y varios de los demás estados de la república, se
trata de un “territorio tan accidentado, que en él se notan todas las presio­
nes atmosféricas desde los hielos eternos hasta los calores del senegal”,
como afirma Codazzi (s.f., folio 2). Aunque la relación entre presiones at­
mosféricas y climas variados sea inadecuadamente expresada por el coro­
nel-geógrafo, la idea es esa: el trópico andino se caracteriza por una
impresionante variación climática en un territorio pequeño. En el descen­
so de la Boca del Monte, en las afueras de la sabana pasando por Tena -la
primera zona en la que se percibía la tierra caliente-, transitando por un
sendero trazado por indígenas, le sorprendían “al viajero del interior las
matas de plátano, los árboles de guayaba y los naranjos cubiertos de azaha­
res y de frutas”, nos dice Rivas (1946, p. 13). Para quienes vivieron su
infancia en Bogotá, quizás no haya recuerdo más vivido que -además de un
cambio de temperatura a un poco más de media hora de Bogotá- cuando se
desciende de la sabana, la tierra caliente, antes que medirse en los altímetros,
se siente en el cuerpo y se percibe por los aromas de las flores.
Los “titanes” que llevaron la civilización no se contentaron con ese
sendero indígena. Por ejemplo, para abrir el camino hacia La Mesa, al
señor Lino Mesa se le concedió la utilización de presidiarios quienes bajo
su dirección no sólo abatieron los grandes árboles bajo “los golpes del ha­
cha civilizadora” (Rivas, 1946, p. 10), sino que ayudaron a reventar con
pólvora enormes piedras que se interponían en el camino. “Cuanto existía
desde el principio del mundo: la montaña abrupta, la selva sombría, los
árboles gigantescos”, todo fue despejado (p. 11).
La tumba de la montaña era sólo el comienzo de un proceso de trans­
formación del paisaje. Rivas nos describe el caso de unos antioqueños habi­
lidosos en el desmonte que vinieron a esta vertiente cundinamarquesa.
Ellos “empezaron la tala y devoraban la montaña como por encanto. Los
gigantescos cumulaes, los guayacanes y hobos se doblaban a su paso y caían
dejando una amplia huella y un ancho vacío de un lado al otro de la monta­
ña. A los tres meses el bosque íntegro había desaparecido, a los seis meses
se recogían mil cargas de maíz, al año estaba formado el potrero de Lurá
para cebar quinientas reses” (Rivas, 1946, p. 11). Esa es la descripción resu­
mida del proceso de potrerización del paisaje colombiano que en lo sustan­
cial no ha cambiado hasta el día de hoy. El dinamismo comercial volvió el
desmonte mismo un verdadero negocio. Rivas nos describe el caso de Anto­
nio Toledo y Cuervo, natural de tierra caliente de Tocaima, quien “abatió
más montaña que todos los otros plantadores juntos; y apenas abría una
parte del bosque, provocaba compradores, vendía y se iba a otra” (p. 19).
CIVILIZACIÓN COMO DOMESTICACIÓN DEL PAISAJE: CUNDINAMARCA Y VALLE DEL CAUCA 71

Parte esencial de este proceso de praderización implicó la introducción de


pastos tropicales traídos de otros confines, en particular el pasto guinea y
pará, que acompañaron y sustituyeron al gramalote nativo (p. 32-36).
La historiografía económica colombiana ha mostrado hasta la saciedad
el proceso de auge y caída de ciertos productos de exportación que, sin
duda, fueron un motor de la transformación que se describe en este texto.
Con la abolición del monopolio del tabaco, los bogotanos se dieron a la
tarea de sembrarlo y exportarlo. Otros productos alternativos se exporta­
ron con mayor o menor éxito cuando el tabaco decayó a mediados de 1870.
Se ensayó entonces con añil, caña de azúcar y finalmente con café, que fue
el arbusto responsable de la estabilización de la economía exportadora del
país que consolidó el mercado interno nacional.
La apropiación material de la tierra caliente desde la segunda parte del
siglo XIX fue precedida y acompañada por el proceso de división de resguar­
dos y las composiciones de tierras que tuvieron lugar tempranamente des­
de fines del siglo XVIII; también por la expulsión de jesuítas con la
consiguiente pérdida de sus haciendas en la segunda parte del mismo siglo;
posteriormente, después de la Independencia, por la abolición de los mayo­
razgos, y desde las reformas liberales de mediados de siglo XIX por la mo­
vilidad de la tierra generada en las reformas de bienes de manos muertas,
y la abolición de los resguardos. Rivas dice: “los resguardos de indígenas
eran tan extensos, que su división dio trabajo por muchos años a los agri­
mensores” (Rivas, 1946, p. 34). Es así como se debe entender la norma de
mediados de 1870 que reconoce derechos sobre las tierras a los poseedores
que las explotan. Catherine Legrand (1988, 1980) la presenta como una
norma a favor del campesinado que ya a mediados de los años veinte se
enfrentó a los que ella llama empresarios territoriales. En cambio, se po­
dría pensar como una norma que dio lugar a la conformación de empresa­
rios territoriales de tierra caliente, en parte, a costa de las propiedades
colectivas indígenas. El libro de Rivas citado profusamente en este texto se
llama Trabajadores de tierra caliente, pero la gran sorpresa de su lectura
es que en realidad no habla de campesinos o trabajadores rasos, como a
primera vista se pudiera pensar sino, en primer lugar, de esos empresarios
que descendieron de las tierras frías a domesticar la tierra caliente y a
ponerla al servicio de la civilización.
El proceso de domesticación de las zonas calientes implicó, por lo regu­
lar, una lucha a muerte contra las enfermedades tropicales. Buena parte
de las riberas del Magdalena se consideraban malsanas, siendo zonas sel­
váticas y llenas de enfermedades tropicales como malaria o paludismo, fie­
bre amarilla, dengue, entre otras. En este sentido, el prejuicio eurocentrista
coincide con la percepción del habitante de tierra fría sobre que el trópico
es malsano, fuente de enfermedades y obstáculo a la civilización. Pero las
72 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930”.

visiones criollas son, en realidad, más complejas cuando se revisa el pano­


rama de la tierra caliente tal como se desprende del texto de Rivas. Muchas
de las regiones descritas son zonas reconocidas como lugares en donde los
“paramunos” de las tierras altas pueden ir a recuperar la salud. Anapoima,
por ejemplo, con una temperatura promedio de 25 grados centígrados en el
año es “un lugar admirable para temperar; y allí ocurren en busca de salud
o de alivio los enfermos de la capital y de otros lugares fríos; así es como la
sociedad se está constantemente renovando, y puede asegurarse que mu­
chos deben a este temperamento la vida y la salud de que disfrutan” (Rivas,
1946, p. 50, 51). Los paramunos van a “veranear”, que es una palabra
recurrentemente utilizada por ellos. No hay que creer que la salud sólo se
encuentra en la zona entre los mil y dos mil metros en la que está ubicada
Anapoima. Rivas también cuenta de aquellos que van hasta Tocaima, rela­
tivamente cerca del río Magdalena, por debajo de los mil metros, a recupe­
rar la salud (p. 121).
Aunque la relación entre la tierra fría y la tierra caliente es de doble
vía, se percibe un dejo de superioridad de los bogotanos sobre la gente
calentana, que Rivas nos describe como el proceso a través del cual los
bogotanos llevan las industrias al río Magdalena. Desde aquella época exis­
te el dicho de “descrestar calentanos”, que es algo así como impresionar a
la gente de tierra caliente que no conoce los avances de la civilización que
estaría supuestamente afincada en tierra fría. Literalmente Rivas dice: “a
mi juicio, la raza existente a orillas del Magdalena tiende a desaparecer
porque es muy débil, porque sin tener los hábitos de los salvajes que los
vigorizan y les dan fuerza para luchar contra los elementos de la naturale­
za, son, como ellos, abandonados e indolentes” (Rivas, 1946, p. 213).
Aunque hoy en día vemos el bosque húmedo tropical amazónico como
un espacio privilegiado por la biodiversidad, es probable que la biodiversidad
proveniente de la verticalidad que une a las tierras altas andinas con los
valles de los ríos Cauca y Magdalena haya sido comparable y, en ocasiones,
superior. Esta es otra razón para no simplificar el trópico como un espacio
sin invierno y con altas temperaturas. La mencionada verticalidad es una
sucesión de ecosistemas variados. Eso lo sabían los colombianos y por ello
se enorgullecían y lo enseñaban desde la primaria en las clases de geogra­
fía. No pasó en vano la Expedición Botánica de fines del siglo XVIII o la
estrecha relación epistolar de nuestros proceres, el mismo Simón Bolívar
con el barón Alexander von Humboldt. Rivas describe esta biodiversidad
sin saber que un siglo después sería llamada umversalmente de esa mane­
ra. En su lenguaje cuasiliterario la designa como una “infinita confusión”
en donde en “un extremo de la casa está la huerta, y uno se pasea debajo de
los inmensos mangos cuyas frutas tapizan el suelo; o se sienta al pie de las
palmas de cuescos y de coco que airosas se levantan. Allí en infinita confu­
CIVILIZACIÓN COMO DOMESTICACIÓN DEL PAISAJE: CUNDINAMARCA Y VALLE DEL CAUCA 73

sión hay naranjos, chirimoyos, papayos, pamplemusas y todos los árboles


frutales que se producen en tierra caliente y todos cargados o llenos de
flores” (Rivas, 1946, p. 58).
El proceso de domesticación del paisaje por parte de los habitantes de
tierras frías fue descrito en algunos casos con metáforas análogas para la
región amazónica del Caquetá, tales como soledades y desiertos. Una con­
clusión provisional a que se puede llegar es que estas metáforas tienden a
presentar el sentimiento de viajeros y aventureros, así como cultivadores
que han tomado la decisión de apartarse, así sea transitoriamente, de los
poblados fundados por españoles en la Colonia para hacer sus fincas, y
expresan el alejamiento de esos lugares de socialización de donde prove­
nían. Por ello, Los trabajadores de tierra caliente también está plagado de
estas expresiones. En la descripción de las zonas aledañas del río Magdale­
na Rivas, en tono romántico, habla de la “majestad, la belleza imponente y
la admiración que despierta este templo suntuoso del desierto selvático”
(Rivas, 1946, p. 205). En un rodeo de su descripción de la domesticación de
la tierra caliente, y contra toda evidencia, rememorando la conquista espa­
ñola habla de la fundación por Gonzalo Jiménez de Quesada “de un reino
civilizado en medio de los desiertos y de las soledades” (p. 230). Tan contra­
dictorio es este tipo de afirmaciones que es capaz de sentenciar sin pudor
que el proceso de fundación de Bogotá implicó una “ceremonia imponente,
en medio de las soledades del Nuevo Mundo y en presencia de un millón de
indios” (p. 251).
La articulación al mercado mundial generó una movilización demográ­
fica y social. Aparecieron nuevas formas de acumular capital y los bogota­
nos que quisieron montar empresa y tuvieron éxito prosperaron
aventurando por fuera de la sociedad burocrática bogotana. La civilización
en esta vertiente cundinamarquesa fue una verdadera domesticación del
paisaje. Ello implicó construir caminos que tuvieron un gran impulso des­
de 1850. Los ferrocarriles, en cambio, tardaron más en llegar. El de la
sabana primero conectó a Bogotá con Facatativa, pero sólo se terminó en
1889. En 1884 se empezó a construir el de Girardot, en las orillas del río
Magdalena, pero sólo hasta 1925 se logró terminar el que conectó a
Facatativá con Puerto Salgar (Carrizosa, 2001, p. 200), que a su vez aligera­
ría el transporte de mercancías y personas desde Bogotá hasta el río Mag­
dalena, ruta que sirvió de conexión con el puerto exportador de Barranquilla
cerca del mar Caribe. Por ello, el movimiento exportador de las industrias
de la tierra caliente dominadas por Bogotá se hizo durante este periodo a
través de la construcción de caminos y, poco a poco, el ferrocarril comple­
mentaría esta ruta de comunicación que no sólo implicaba el avance hacia
la tierra caliente, sino la exportación de productos tropicales. La domesti­
cación de la tierra caliente cundinamarquesa es un ejemplo específico de
74 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

transformación material del paisaje, aunque muy localizado en una región.


El caso del Valle del Cauca es diferente.
Una promesa del futuro: el Valle del Cauca y la salida a
Buenaventura

La fiebre de la tierra caliente dio lugar a la colonización antioqueña; al


proceso de domesticación de la vertiente cundinamarquesa que baja al
Magdalena desde la sabana de Bogotá; a los intentos de conquista y civiliza­
ción fracasada de la región amazónica de los ríos Putumayo y Caquetá, así
como de otras regiones del país. Distinto fue el caso del Valle del Cauca en
su conexión con el mercado internacional. Y es diferente dado que el Valle
del Cauca es una región ubicada en los mil metros de altura, y en ese
sentido es “tierra caliente”. También diverge porque, a diferencia de la
tierra fría del altiplano cundiboyacense (donde queda ubicada la sabana de
Bogotá), fue poblado por esclavos africanos traídos durante el siglo XVII y
XVIII (Mosquera et al., 2002). Por esta razón no sería certero hablar de un
proceso de civilización de los pobladores de tierra fría a la tierra caliente
como en la vertiente de Cundinamarca.
Además, el Valle es distinto a la región de Cundinamarca ya que su
ubicación geográfica, entre otros factores, limitó o suspendió por un tiem­
po su transformación y prosperidad económica. Mientras no se construye­
ron los caminos, las carreteras y el tren hacia la costa pacífica; mientras la
economía cafetera afincada en la Cordillera Central no se consolidó, y si­
multáneamente no se estableció la conexión entre el Valle y Bogotá por el
paso del Quindío, el Valle del Cauca fue sólo un lugar de los más bellos y
fértiles de Colombia, casi encerrado en sí mismo. Siendo Cali la ciudad más
importante de esta región “es no sólo una de las ciudades mejor situadas y
más pintorescas de la Nueva Granada, sino también una de las más anti­
guas, excepto a las de Panamá, Santa Marta y Cartagena”, dijo Codazzi en
su reporte sobre la provincia de Buenaventura que hacía parte del estado
del Cauca al que pertenecía Cali (Codazzi, 2002, p. 135). Con una tempera­
tura media de 22,6 grados, con máximas de 30 y mínimas de 18 (p. 151),
prometía un futuro próspero.
El Valle del Cauca1 está separado del valle del Magdalena por la formi­
dable Cordillera Central, con alturas de más de cinco mil metros y, por
ello, también está desconectado de la sabana de Bogotá. A su vez, aunque
relativamente cercano a la costa pacífica -hoy en día el viaje de Cali al
puerto de Buenaventura toma dos horas-, está separado del mar por la
Cordillera Occidental y por las magníficas selvas del Chocó biogeográfico.*

Aquí usamos Valle del Cauca para referirnos a la reglón que se convirtió en departamento en
1908, y usamos valle del Cauca, en sentido genérico, para el valle del río Cauca.
CIVILIZACIÓN COMO DOMESTICACIÓN DEL PAISAJE: CUNDINAMARCA Y VALLE DEL CAUCA 75

El recorrido de Cali a Buenaventura se hacía, según un viajero en 1823, en


seis días, tres a lomo de muía en ascenso y otros tres descendiendo por el
río Dagua en canoa (Mollien, 1824, p. 294). Por su parte, en la época, el río
Cauca no conectaba el conjunto del estado sino que en cierta forma lo sepa­
raba (Barona, en Codazzi, 2002, p. 46).
Por ejemplo, Cali y Palmira -que son ciudades vecinas y hoy en día
están unidas por una carretera de sólo treinta minutos- pertenecían a pro­
vincias distintas, la primera a la de Buenaventura y la segunda a la de
Popayán, por la sencilla razón de que estaban localizadas en las dos bandas
del río. La banda occidental no se inundaba extensa o frecuentemente,
pero la otra banda sí (Barona, en Codazzi, 2002, p. 46). Codazzi nos cuenta que
de la provincia de Buenaventura originalmente hacían parte los can­
tones de Cali, Raposo y Roldanillo. No obstante que para 1855 esta
provincia contaba en su parte llana con las mejores haciendas y un
relativo activo comercio, se encontraba aislada de Panamá, del Valle
del Tolima y del centro de la República, porque la calidad de sus
caminos, en todas las direcciones en que la mirada se podía desple­
gar, era despreciable, principalmente en los periodos de lluvias. (...)
La mayor parte de los ríos debían ser vadeados, a pie o a caballo, o se
cruzaban por puentes de troncos o de guadua, muchos de los cuales sólo
eran cruzados por el jinete mientras las bestias nadaban a través de la
corriente (Barona et al., en Codazzi, 2002, p. 36, 46).
Isaac Holton describe el paso entre Cali y Palmira en 1853 diciendo que
“Entre este lugar y el río se encuentra el peor de los caminos del mundo,
en cuanto a barro se refiere. La distancia entre Palmira y Cali es de diecio­
cho o diecinueve millas, pero es difícil que haya un caballo capaz de
recorrerla en un día” (Holton, 1981, p. 136). Algunos analistas se sorpren­
dían de que no hubiera vías carreteables entre Cali y Buenaventura, que
era la salida de la región al océano Pacífico, o entre Cartago y el río Magda­
lena, que era la salida exportadora al mar Caribe, misma que usaban los
cundinamarqueses, tolimenses, antioqueños o santandereanos. El “trans­
porte se realizaba a espalda de cargueros humanos y en peligrosas canoas”
(Barona, en Codazzi, 2002, p. 47). “Sólo hasta 1866 hubo posibilidad de tran­
sitar por el camino de herradura entre Cali y el bajo río Dagua”, de tránsito
a Buenaventura (Eder, 1981, p. 136). El trazo de Codazzi para conectar a
Cali con Buenaventura a través de La Cumbre y el Dagua fue usado para la
construcción del ferrocarril que se terminó en 1915 (Barona, en Codazzi,
2002, p. 47). Había un tráfico relativamente restringido por el río Cauca
dado el costo de los fletes, ya que había que cruzar hasta Buenaventura por
el Dagua que es el segundo río del departamento en importancia (Codazzi,
2002, p. 138). “En el Dagua se navega por canoas largas y estrechas que los
negros conducen con mucha destreza, salvando los peligros de la impetuo­
sa corriente que se precipita por entre rocas y remolinos” (p. 138).
76 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

Un obstáculo importante para la domesticación paisaje fueron los así


llamados climas malsanos. Los climas tropicales gozaron de esa mala repu­
tación en parte por el prejuicio europeo difundido por todo el siglo XIX, y
poco controvertido hasta que no fue inaugurado el canal de Panamá en
1915. Hasta que los estadounidenses no terminaron el Canal de Panamá
no fue tan claro que se podía sortear el obstáculo del clima tropical. Es de
esperar que el clima cálido pueda ser malsano para los habitantes de los
climas templados o fríos del planeta o para los habitantes de clima frío
andino, así como el clima frío puede ser terriblemente malsano para los
habitantes de climas tropicales calientes. Los climas fríos, como en el caso
de la sabana de Bogotá, tenían la reputación de ser sanos en contraste con
los cálidos considerados malsanos. En cierta forma, el Valle era una región
similar a las calientes de vertiente ya descritas para el caso cundinamarqués,
de clima más bien sano. Tanto en el caso de Cundinamarca como en el del
Valle, la figura es más compleja y lo era para Codazzi quien dividía a la
provincia de Buenaventura2 en dos secciones: “La de la parte sana y habita­
da y la de la enfermiza casi desierta. En aquella abundan las gramíneas
para pasto de ganados, en éstas las selvas para el abrigo de las fieras”
(Codazzi, 2002, p. 140). La primera es la de los pastos y el cultivo que es
donde queda Cali, y en la segunda queda Buenaventura. La humedad esta­
ba asociada al supuesto carácter enfermizo del clima, y “en Buenaventura
llueve, al menos, trescientos días al año” (Crist, 1952, 58).
El coronel geógrafo italiano compartía la teoría ambiental higienista
que predominaba en el siglo XIX para explicar el carácter malsano del cli­
ma que era, según ellos, la fuente de las enfermedades. Por ello añade que
la parte sana del Valle, en las riberas del río Cauca en donde se forman
cuerpos de agua y ciénagas, también es una zona malsana. Dice: “Las plan­
tas que se encuentran en estas aguas estancadas, contribuyen a descompo­
nerlas despidiendo estas materias miasmas insalubres que se alzan a la
atmósfera y producen las calenturas tercianas de que se ven atacadas cons­
tantemente las gentes de aquellos lugares cenagosos o las que están bajo
la influencia de los vientos que pasan por los puntos infectados” (Codazzi,
2002, p. 143). Esas “miasmas insalubres” serían las culpables del paludis­
mo, y no el mosquito anofeles, ya que en aquella época no distinguían
entre el medio y el vector.
En aquella época el Valle dependía administrativamente del Cauca,
quizás el estado más importante de la república durante el siglo XIX. Dete­
nerse en la relación entre Cali y Palmira de un lado, y Cali y Buenaventura
de otro, sirve para descifrar algunos elementos importantes de lo que llegó

Hay que distinguir entre la provincia de Buenaventura, que en el siglo XIX pertenecía al Cauca,
de la ciudad de Buenaventura. Tanto Buenaventura como Cali correspondían a la provincia de
Buenaventura, no así Palmira que pertenecía a Popayán.
CIVILIZACIÓN COMO DOMESTICACIÓN DEL PAISAJE: CUNDINAMARCA Y VALLE DEL CAUCA 75

El recorrido de Cali a Buenaventura se hacía, según un viajero en 1823, en


seis días, tres a lomo de muía en ascenso y otros tres descendiendo por el
río Dagua en canoa (Mollien, 1824, p. 294). Por su parte, en la época, el río
Cauca no conectaba el conjunto del estado sino que en cierta forma lo sepa­
raba (Barona, en Codazzi, 2002, p. 46).
Por ejemplo, Cali y Palmira -que son ciudades vecinas y hoy en día
están unidas por una carretera de sólo treinta minutos- pertenecían a pro­
vincias distintas, la primera a la de Buenaventura y la segunda a la de
Popayán, por la sencilla razón de que estaban localizadas en las dos bandas
del río. La banda occidental no se inundaba extensa o frecuentemente,
pero la otra banda sí (Barona, en Codazzi, 2002, p. 46). Codazzi nos cuenta que
de la provincia de Buenaventura originalmente hacían parte los can­
tones de Cali, Raposo y Roldanillo. No obstante que para 1855 esta
provincia contaba en su parte llana con las mejores haciendas y un
relativo activo comercio, se encontraba aislada de Panamá, del Valle
del Tolima y del centro de la República, porque la calidad de sus
caminos, en todas las direcciones en que la mirada se podía desple­
gar, era despreciable, principalmente en los periodos de lluvias. (...)
La mayor parte de los ríos debían ser vadeados, a pie o a caballo, o se
cruzaban por puentes de troncos o de guadua, muchos de los cuales sólo
eran cruzados por el jinete mientras las bestias nadaban a través de la
corriente (Barona et al., en Codazzi, 2002, p. 36, 46).
Isaac Holton describe el paso entre Cali y Palmira en 1853 diciendo que
“Entre este lugar y el río se encuentra el peor de los caminos del mundo,
en cuanto a barro se refiere. La distancia entre Palmira y Cali es de diecio­
cho o diecinueve millas, pero es difícil que haya un caballo capaz de
recorrerla en un día” (Holton, 1981, p. 136). Algunos analistas se sorpren­
dían de que no hubiera vías carreteables entre Cali y Buenaventura, que
era la salida de la región al océano Pacífico, o entre Cartago y el río Magda­
lena, que era la salida exportadora al mar Caribe, misma que usaban los
cundinamarqueses, tolimenses, antioqueños o santandereanos. El “trans­
porte se realizaba a espalda de cargueros humanos y en peligrosas canoas”
(Barona, en Codazzi, 2002, p. 47). “Sólo hasta 1866 hubo posibilidad de tran­
sitar por el camino de herradura entre Cali y el bajo río Dagua”, de tránsito
a Buenaventura (Eder, 1981, p. 136). El trazo de Codazzi para conectar a
Cali con Buenaventura a través de La Cumbre y el Dagua fue usado para la
construcción del ferrocarril que se terminó en 1915 (Barona, en Codazzi,
2002, p. 47). Había un tráfico relativamente restringido por el río Cauca
dado el costo de los fletes, ya que había que cruzar hasta Buenaventura por
el Dagua que es el segundo río del departamento en importancia (Codazzi,
2002, p. 138). “En el Dagua se navega por canoas largas y estrechas que los
negros conducen con mucha destreza, salvando los peligros de la impetuo­
sa corriente que se precipita por entre rocas y remolinos” (p. 138).
76 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

Un obstáculo importante para la domesticación paisaje fueron los así


llamados climas malsanos. Los climas tropicales gozaron de esa mala repu­
tación en parte por el prejuicio europeo difundido por todo el siglo XIX, y
poco controvertido hasta que no fue inaugurado el canal de Panamá en
1915. Hasta que los estadounidenses no terminaron el Canal de Panamá
no fue tan claro que se podía sortear el obstáculo del clima tropical. Es de
esperar que el clima cálido pueda ser malsano para los habitantes de los
climas templados o fríos del planeta o para los habitantes de clima frío
andino, así como el clima frío puede ser terriblemente malsano para los
habitantes de climas tropicales calientes. Los climas fríos, como en el caso
de la sabana de Bogotá, tenían la reputación de ser sanos en contraste con
los cálidos considerados malsanos. En cierta forma, el Valle era una región
similar a las calientes de vertiente ya descritas para el caso cundinamarqués,
de clima más bien sano. Tanto en el caso de Cundinamarca como en el del
Valle, la figura es más compleja y lo era para Codazzi quien dividía a la
provincia de Buenaventura2 en dos secciones: “La de la parte sana y habita­
da y la de la enfermiza casi desierta. En aquella abundan las gramíneas
para pasto de ganados, en éstas las selvas para el abrigo de las fieras”
(Codazzi, 2002, p. 140). La primera es la de los pastos y el cultivo que es
donde queda Cali, y en la segunda queda Buenaventura. La humedad esta­
ba asociada al supuesto carácter enfermizo del clima, y “en Buenaventura
llueve, al menos, trescientos días al año” (Crist, 1952, 58).
El coronel geógrafo italiano compartía la teoría ambiental higienista
que predominaba en el siglo XIX para explicar el carácter malsano del cli­
ma que era, según ellos, la fuente de las enfermedades. Por ello añade que
la parte sana del Valle, en las riberas del río Cauca en donde se forman
cuerpos de agua y ciénagas, también es una zona malsana. Dice: “Las plan­
tas que se encuentran en estas aguas estancadas, contribuyen a descompo­
nerlas despidiendo estas materias miasmas insalubres que se alzan a la
atmósfera y producen las calenturas tercianas de que se ven atacadas cons­
tantemente las gentes de aquellos lugares cenagosos o las que están bajo
la influencia de los vientos que pasan por los puntos infectados” (Codazzi,
2002, p. 143). Esas “miasmas insalubres” serían las culpables del paludis­
mo, y no el mosquito anofeles, ya que en aquella época no distinguían
entre el medio y el vector.
En aquella época el Valle dependía administrativamente del Cauca,
quizás el estado más importante de la república durante el siglo XIX. Dete­
nerse en la relación entre Cali y Palmira de un lado, y Cali y Buenaventura
de otro, sirve para descifrar algunos elementos importantes de lo que llegó

2 Hay que distinguir entre la provincia de Buenaventura, que en el siglo XIX pertenecía al Cauca,
de la ciudad de Buenaventura. Tanto Buenaventura como Cali correspondían a la provincia de
Buenaventura, no así Palmira que pertenecía a Popayán.
CIVILIZACIÓN COMO DOMESTICACIÓN DEL PAISAJE: CUNDINAMARCA Y VALLE DEL CAUCA 77

a convertirse, a comienzos del siglo XX, en el departamento del Valle del


Cauca. Cali tenía una posición estratégica en el valle pero también era la
puerta hacia Buenaventura. Codazzi cuenta que “en 1826, el puerto de la
Buenaventura ha sido declarado puerto franco. Por él afluyen actualmente
las abundantes y excelentes quinas de las cordilleras de Popayán, y por
este punto llegan las mercancías europeas que anteriormente venían por
el Magdalena y por la vía de Neiva y Guanacas a Popayán” (Codazzi, 2002,
p. 136).
Codazzi contrastaba el Valle del Cauca con la región de bosque húmedo
tropical que descendía de la Cordillera Occidental hacia el océano Pacífico
y llegaba al puerto de Buenaventura. En el Valle “predomina la raza
caucásica y la negra”, pero no la aborigen que está en esta zona casi desti­
nada a desaparecer (Codazzi, 2002, p. 140). En cambio, la negra es predomi­
nante en la zona de selva donde “el clima de todo el cantón en la parte
habitada es cálido, húmedo y malsano”, dice Codazzi (p. 156).
La dificultad para civilizar el paisaje no dependía solamente de las en­
fermedades o del clima malsano. La verdad es que los obstáculos geográfi­
cos también eran formidables, y los analistas han señalado los factores que
explican el retraso en la construcción de vías mostrando la pobreza de los
fiscos regionales y la oposición de fuerzas sociales asociadas al transporte,
comerciantes, cargueros y bogas, dueños de muías y embarcaciones (Barona
et al., citado en Codazzi, 2002, p. 47). Aunque había resistencias al mejora­
miento de las vías de comunicación, también había fuerzas sociales y algu­
nas inversiones que intentaron remontar las dificultades, así como
importantes empresarios tales como Santiago (James) Eder, el cubano Fran­
cisco Javier Cisneros (Horna, 1970), Jesús Sarmiento (Rojas, 1983, p. 83),
Julián Trujillo, Carlos Simmonds (p. 93) o Hernando Caicedo (p. 99) que
intentaron cambiar el rumbo económico del Valle.
Santiago Eder, por ejemplo, nació en la frontera entre Rusia y Alema­
nia pero antes de los veinte años migró a Estados Unidos y se enroló en el
programa de derecho en Harvard. Rápidamente obtuvo su título y después
de hacer unos negocios en California decidió acompañar a su hermano quien
tenía una empresa de importaciones y exportaciones en Panamá. Al cabo
de un breve lapso obtuvo las credenciales como cónsul de Estados Unidos
en Buenaventura, y desde 1856 desempeñó este cargo al que sumó poste­
riormente el de cónsul de Chile en la misma ciudad y más tarde en Palmira.
A comienzos de la década de los sesenta del siglo XIX, en un viaje rápido al
Valle, se hizo amigo del lugareño y hacendado Pío Rengifo con quien com­
pró al padre de Jorge Isaacs las haciendas La Manuelita y El Paraíso en
Palmira, que era una ciudad de fundación reciente. Codazzi dice sobre
Palmira que “en 1794 no se mencionaba ni como aldea en la Guía del
Virreinato de Santa Fe de Bogotá. Debe su incremento a la fertilidad de sus
78 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

tierras para la cría y para la agricultura, y sobre todo a las plantaciones de


tabaco” (Codazzi, 2002, p. 188). Estas alianzas entre colombianos y migrantes
extranjeros eran relativamente frecuentes debido a que las guerras civiles
entre liberales y conservadores fácilmente podían conducir a procesos de
confiscación del bando derrotado en las guerras. La sociedad con un ex­
tranjero de una nación poderosa era una especie de seguro para los bienes
de propietarios colombianos.
Después de la muerte de Rengifo, Eder fue incrementando sus propie­
dades; se desempeñó como interventor de la carretera y del ferrocarril a
Buenaventura y, en asocio con otros inversionistas del Valle y de Bogotá,
invirtió con Cisneros en una compañía de navegación de vapor por el río
Cauca que, en no mucho tiempo, fracasó. Eder no participó en política pero
sí se rodeó de algunos políticos importantes, quizás el más amigo y querido
fue el mismo general Reyes que desde su regreso del Caquetá en 1885
participó en primera fila en la política partidista. Aunque Palmira fue fa­
mosa por su producción tabacalera de exportación durante el siglo XIX,
Eder ensayó otros productos como café, caña de azúcar y cacao (Rojas,
1983, p. 19). No obstante, a principios del siglo XX se decidió por la produc­
ción azucarera, invirtiendo un importante capital en maquinaria que fue
importada de Estados Unidos y traída a través del río Dagua por bogas
negros y subida por los despeñaderos de la Cordillera Occidental, episodio
sobre el cual se conserva material fotográfico. La tecnificación le permitió
refundar el más exitoso y duradero emporio azucarero conocido como el
Ingenio Manuelita. Desde entonces cambió la hacienda tradicional que, si
bien regularmente contó con varios cultivos, siempre los combinó con ga­
nado (p. 52-53; Crist, 1952, p. 12), y paulatinamente trasformó el paisaje
del Valle en un monocultivo de caña de azúcar.
Nos detenemos en Eder sólo como un ejemplo de empresarios destaca­
dos que en cierta forma controvierten la tesis de Paúl MacGreevy sobre
que el fracaso económico de Colombia durante el siglo XIX se debió a la
falta de cultura e iniciativa empresarial. La explicación del fracaso econó­
mico de los abanderados de la Nueva Historia3 fue más bien el argumento
marxista que propone que las atrasadas relaciones sociales que dominaron
el campo colombiano fueron las responsables del exigüo desarrollo capita­
lista. Otros escritores y ensayistas colombianos argumentaron que las difi­
cultades geográficas, en parte, y las guerras civiles fueron los obstáculos
más grandes para el débil desarrollo económico colombiano. Así, Eder atri­
buía a las guerras civiles y los conflictos internos los fracasos para arraigar
el progreso en el país y por ello elogiaba a Rafael Reyes como presidente

3 Corriente historiográfica que introdujo explicaciones económicas y sociales en la historia de


Colombia dominada por los análisis políticos tradicionales, y que rechazó también el deterninismo
geográfico y ambiental de importantes pensadores y políticos colombianos.
CIVILIZACIÓN COMO DOMESTICACIÓN DEL PAISAJE: CUNDINAMARCA Y VALLE DEL CAUCA 79

(Eder, 1981, p. 170). Frank Safford reforzó el planteamiento geográfico,


pero como su texto fue presentado en el contexto del surgimiento de la
Nueva Historia de los años sesenta, su posición fue desestimada (Tirado,
1971, p. 21). Hoy en día el argumento de las dificultades geográficas encaja
bien en las explicaciones ambientales, evitando los determinismos y sin
desestimar otras hipótesis complementarias como las anteriores, bajo la
condición de que estas dificultades ambientales sean colocadas en un con­
texto doble del desarrollo tecnológico y otros factores como el insuficiente
desarrollo de los medios de comunicación y transporte. La geografía por sí
sola no explica nada, sino en su relación con las empresas humanas que se
adaptan, la transforman o se inventan mecanismos para sortear las dificul­
tades. A su vez, la explicación ambiental se complementa con la reflexión
del profesor Raimond Crist sobre el Valle del Cauca, quien ya en la era del
desarrollo, en 1952, decía: “Los países tropicales, a pesar de las creencias
de los deterministas ambientales, están probando cada día que el éxito
agrícola depende ampliamente del acceso a los mercados” (Crist, 1952, p.
58).
Codazzi vislumbraba el esplendor futuro de Cali:
Por su situación casi central en los valles del Cauca y Patía, así como
por estar en la puerta que la naturaleza ha formado rebajando la
cordillera para facilitar la ruta al Pacífico; parece destinada esta
ciudad a ser la escala del comercio de las provincias del Cauca y
Popayán. Cuando se abra una ruta carretera, fácil de hacerse, la cual
tendría 25 leguas para llegar al mejor puerto de la costa del Pacífico,
la riqueza agrícola se desarrollará con vigor en todo el fértil valle del
Cauca, produciendo para el consumo exterior en grande escala, en­
tonces Cali será el emporio del comercio en el sur de la república,
cambiando totalmente la faz del valle... (Codazzi, 2002, p. 141).
Para Cali, Palmira y el resto del Valle la conexión con Buenaventura
fue la clave para romper su aislamiento y proyectarse como región más
allá de sus propios confines. No obstante, los habitantes del Valle no estu­
vieron interesados en la domesticación del territorio que desde la divisoria
de aguas de la Cordillera Occidental conducía a Buenaventura. Las dos
regiones diferenciadas por Codazzi, la malsana y deshabitada, de un lado, y
la sana y cultivada, del otro, son el espacio en que se desarrolla el drama
romántico de la novela María de Jorge Isaacs, publicada en 1867, que tiene
como escenario principal la hacienda El Paraíso, la misma que junto con
Manuelita son las que acabaría adquiriendo Eder del padre de Jorge Isaacs.
Siendo María un lacrimoso romance con final trágico, no por ello deja de
ser la más importante novela romántica colombiana del siglo XIX y una de
las mayores de América Latina. Como romance, el amor de una pareja
constituye su tema central pero el escenario es destacado hasta tal punto
que es reiterativo en la descripción del paisaje, sobre todo de la zona rural
80 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMEEENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

de Palmira y sus alrededores. Se trata de un paisaje domesticado, de un


jardín, en contraste con la selva del Pacífico. Por ejemplo, a su regreso de
Bogotá donde había sido enviado a estudiar en su infancia Efrai'n describe
su nativo valle: “cruzaba planicies de verdes gramales, regadas por riachuelos
cuyo paso me obstruían hermosas vacadas” (Isaacs, 1989, p. 10). Y luego
empieza a describir la hacienda: “En mi ausencia, mi padre había mejorado
sus propiedades notablemente: una costosa y bella fábrica de azúcar, mu­
chas fanegadas de caña para abastecerla, extensas dehesas con ganado va­
cuno y caballar, buenos cebaderos y una lujosa casa de habitación, constituían
lo más notable de sus haciendas de tierra caliente” (p. 17). Y la casa tenía
“un huertecillo donde el perejil, la manzanllta, el poleo y las albahacas
mezclaban sus aromas” (p. 28).
En vez del infierno verde de Rivera en la Amazonia, Isaacs nos habla
del valle, conmovido por el triste destino de una María enferma y condena­
da a morir joven, como “una naturaeeza sollozante” (lsaacs, 1989, p. 40). O,
en un momento de ensoñación por el amor de María nos dice: “La natura­
leza es la más amorosa de las madres cuando el dolor se ha adueñado de
nuesitra alma; y si la felicidad nos acaricia, ella nos sonríe” (p. 86).
Recurr^e^nti^n^i^itte María coloca hermosas flores en la habitación de Efraín,
entre ellas rosas, lirios, azucenas, claveles y campanillas moradas recogi­
das en los campos de los alrededores. Y Efraín despertaba con el sonido de
“las aves (que) cantaban revoloteando en los follajes de los naranj'os,
pomarrosos y azahares” que llenaban de aromas su habitación (p. 14).
Este entorno de jardín y de estancia con agricultura y ganadería no
excluía momentos de cacería en las montañas con jinetes diestros sobre
caballos, acompañados de perros que se abalanzaban diligentes y leales
sobre ciervos, venados y aves en las zonas que rodeaban el valle que ascen­
día por la Cordillera Occidental (lsaacs, 1989, p. 45, 46). Se tr^^^ab^a de un
entorno silvestre, pero relativamente apacible, más un pasatiempo que
una actividad de subsistencia, nada que ver con la cacería de los pueblos
indígenas de las selvas. De vez en cuando se hablaba de la eventual posibi­
lidad de cazar osos y de otros riesgos del cruce de riachuelos y cañadas que
teñían este pasatiempo co.n una dosis de riesgo.
El valle era descrito como un lugar apacible para vivir, engrandecer la
hacienda, tener hijos, amar. En cambio, el trayecto a Buenaventura, des­
pués de sortear la cresta de la cordillera, era una zona de peligrosos despe­
ñaderos que conducían a una selva que sólo era concebida como lugar de
paso. Por allí cruzó Efraín después de regresar de Londres donde estaba
estudiando al enterareo que el estado de salud de María ya no daba espera
y estaba en trance de morir. Después de desembarcar en Buenaventura
inició su recorrido de regreso en búsqueda de las tumultuosas aguas del río
Dagua para penetrar en la selva y ascender por la cordillera oc^^^^e^'tal.
CIVILIZACIÓN COMO DOMESTICACIÓN DEL PAISAJE: CUNDINAMARCA Y VALLE DEL CAUCA 81

“Los bosques iban teniendo a medida que nos alejábamos de la costa, toda
aquella majestad, galanura, diversidad de tintas y abundancia de aromas
que hacen de las selvas del interior un conjunto indescriptible. Mas el rei­
no vegetal imperaba casi solo” (Isaacs, 1989, p. 302). “Casi solo” ya que
habría que tener en cuenta rocas, aguaceros torrenciales, víboras, mosqui­
tos y zancudos, alacranes y hormigas, además de los bogas negros que
transportaban a los ocasionales viajeros y comerciantes. Pero aún así, la
selva no es descrita en Isaacs como un infierno verde, sino más bien como
una expresión majestuosa y relativamente armonizada del poder de la na­
turaleza.
Pues bien, el Valle que llegamos a conocer desde las transformaciones
de los ingenios azucareros en la segunda década del siglo XX y hasta casi la
de los años setenta, está marcado por dos características básicas: primero,
el desarrollo de las grandes plantaciones de la caña azúcar y sus ingenios
procesadores; y segundo, el intenso tráfico que cruza Cali trayendo y lle­
vando productos desde la sabana de Bogotá y el eje Cafetero hasta el puerto
de Buenaventura, incluyendo los productos del complejo industrial centra­
do en Cali y sus alrededores. A diferencia del territorio del Caquetá, se
realizó así en el Valle la visión de Codazzi. El dijo: “Lo poco que se cultiva
es para el consumo del país, no para llevar a los mercados europeos. Pero
cuando esta provincia tenga una vía al Pacífico y carreteras o ferrocarriles
por todo el extenso valle, y aproveche la navegación por el río Cauca” la
suerte de la región será distinta (Codazzi, 2002, p. 143).
En 1935 Barranquilla, el puerto fluvial sobre el río Magdalena, situado
a media hora del mar Caribe, era una ciudad más populosa que Cali. Hoy
en día Cali puede llegar a ser la segunda ciudad del país cuando, después de
1950 ya ocupaba el tercer lugar detrás de Bogotá y Medellín. Pero ello sólo
fue posible porque el camino de Cali a Buenaventura, al igual que el ferro­
carril, fue terminado en 1915, fecha de otra feliz coincidencia: ese mismo
año fue abierto al comercio el Canal de Panamá. Sin esas vías de comuni­
cación y, por tanto, sin haber roto ese aislamiento geográfico que permitió
a su vez proyectar el desarrollo económico y tecnológico, el Valle seguiría
siendo solamente una promesa para el futuro.
Tanto los cundinamarqueses del altiplano como los habitantes del Valle
del Cauca, debido a que encontraron dos planicies con un paisaje transfor­
mado y, en buena medida, domesticado, se enfrentaron a situaciones simi­
lares. Sin embargo, los primeros tuvieron que bajar al río Magdalena a
organizar empresas con productos tropicales y, simultáneamente, debie­
ron encontrar o construir las vías de comunicación que los llevarían a ex­
portar sus productos y que los forzarían a domesticar el paisaje de tierra
templada y caliente que encontraron en su paso hacia el Magdalena. Los
habitantes del Valle, en cambio, debieron sortear la trepada de la Cordille-
82 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 1850-1930".

ra Occidental y luego descender atravesando las selvas entre la cordillera y


el océano Pacífico en ruta hacia Buenaventura. Esta salida al mar tardó
mucho tiempo en convertirse en una realidad económicamente eficiente.
Los vallunos, en contraste con los bogotanos, no transformaron ese paisaje
que encontraron. Su esfuerzo se centró en buscar y construir la ruta de
salida. Hasta que no lo lograron, el fértil valle del Cauca permaneció ence­
rrado en sí mismo con una economía estancada.
Ni en el Valle ni en el Amazonas el paisaje selvático fue domesticado,
pero entre ambos casos hay importantes diferencias. Los vallunos no bus­
caron domar el paisaje y no transformaron las selvas que encontraron a su
paso. Ellos sólo aprovecharon las potencialidades de su ventajoso entorno
cuando lograron conectarse con el Pacífico, y con Bogotá y el eje cafetero,
pero nunca domesticaron el paisaje selvático que se interponía entre ellos
y el mar. En el Amazonas, a pesar de los intentos, ni las misiones, ni los
caucheros lograron transformar significativamente el paisaje. El que la
civilización de la tierra caliente fuera un éxito en las laderas
cundinamarquesa o antioqueña no permite afirmar que durante el siglo
XIX se domesticó el paisaje en el país, a pesar de la lógica y el discurso
progresista y civilizador de la época. En cambio, los extensos territorios de
la Amazonia, de la Orinoquia, del Chocó biogeográfico y de otros ecosistemas
regionales del archipiélago ecológico del país permanecieron, por regla
general, durante el periodo que nos ocupa, inmodificados o transformados
someramente por unos pobladores sobreviviendo en economías de subsis­
tencia. Por ello, el capítulo del Caquetá que sustenta el argumento princi­
pal de este trabajo se llama la “historia del fracaso”; el caso cundinamarqués,
la “historia del éxito”, y el caso del Valle, la “promesa del futuro”.
Libro: Nación y Etnias Los Conflictos Territoriales en la Amazonia 1750-1933 -
AMAZONAS. Autores: Camilo Domínguez, Augusto Gómez
ISBN 958-95596-4-6, Primera Edición Julio de 1994, Disloque Editores Ltda.
Pg. 165, Vivienda de indios civilizados en Cuemby (Río Lza) (Crévaux, 1980. 236)
CAPÍTULO 4

Introducción a la región del Caquetá

AMAZONIA, COMERCIO MUNDIAL Y CONTRASTES


ANDINOS

E n 1911, Rafael Reyes cuenta en sus memorias escritas en un viaje por


el Mediterráneo, el Danubio y el Mar Negro (Gómez, 1986), que los
colombianos del sur del país pensaban, a comienzos de 1870, que después
de Sibundoy y, a lo más, después de Mocoa, en el actual departamento de
Putumayo, quedaba el reino de Portugal, dado que lo confundían con el
imperio del Brasil (Reyes, 1986, p. 109). No debería sorprendernos este
desconocimiento. Desde la segunda década del siglo XIX, las guerras de
independencia acentuaron el aislamiento relativo de la Amazonia debido a
los fracasos misioneros que se habían evidenciado ya a fines del siglo XVIII.
No obstante, esta situación de desconexión relativa con el resto del país
fue reversada por la explotación de la quina después de 1870, aunque en el
largo plazo, durante el siglo XX, los lazos volvieron a hacerse relativamen­
te tenues hasta después de mediados de siglo en que volvieron a acentuarse.
Al igual que otras regiones del interior andino, en la época liberal de la
segunda parte del siglo XIX, la Amazonia colombiana se integró parcial­
mente a la economía nacional y se vinculó al comercio mundial. Este vín­
culo integrador, expresado en momentos específicos de bonanza económica
de quina y caucho fue, cuando se le compara con la costa Atlántica o el
interior andino, frágil y reversible. Aunque el gobierno central y los gobier­
nos regionales llegaron a expresar su preocupación por la destrucción de
estos dos recursos, en su conjunto la alteración de los ecosistemas fue de
menor importancia ya que la apropiación del territorio por la oleada de
colonización proveniente de tierras frías y calientes de los Andes fue rever­
tida una vez terminada la bonanza. A su vez, los destrozos ambientales
fueron localizados y restringidos de tal manera que la recuperación de los
86 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

ecosistemas se logró en un tiempo relativamente corto. La casi totalidad


del bosque amazónico se mantuvo y la conquista de la tierra caliente
amazónica colombiana por la oleada civilizadora fracasó.
A pesar de la simultaneidad en la integración al mercado mundial entre
la región andina y la amazónica con posterioridad a 1850, la permanencia
de estos enlaces y la contribución de estas dos regiones a la formación de la
nación difirió radicalmente. La apropiación y transformación del territorio
amazónico bajo el proyecto progresista quinero y cauchero fracasó en el
largo plazo, y la civilización de la población indígena por medio de la labor
misionera se restringió, a pesar de sus promotores, a las tierras altas de la
vertiente andina de la cuenca amazónica. El resultado ambiental del proce­
so de colonización y transformación del paisaje amazónico no puede ser
comparado con lo que ocurrió con las vertientes andinas, por ejemplo, aqué­
llas asociadas a la economía tabacalera o cafetera, en donde la colonización
construyó un paisaje marcadamente diferente al recibido a comienzos del
periodo que acá se trata.
Se debe tener en cuenta otro contraste. Mientras que las regiones cafe­
teras andinas y la costa Caribe vieron crecer su población bajo un empuje
de prosperidad, a pesar de las guerras en el país, particularmente desde la
segunda década del siglo XX, la catástrofe demográfica de la población indí­
gena en la Amazonia, por razones varias -enfermedades, esclavización, vio­
lencia genocida, desplazamiento o sedentarismo forzado-, tendió a acentuar
el despoblamiento del territorio amazónico. Como consecuencia de este
aspecto demográfico se reforzó la visión que reduce a la Amazonia a un
espacio libre de humanización. Como si el colapso demográfico experimen­
tado en los primeros siglos de la Conquista y la Colonia en tierra firme se
hubiera repetido en el territorio amazónico colombiano durante el cambio
del siglo XIX al XX (Gómez et al., 2000). Si ambas regiones compartieron la
catástrofe demográfica con la invasión europea, la zona andina y la costa
Atlántica obtuvieron una recuperación demográfica ininterrumpida desde
la segunda parte del siglo XVIII, mientras que la Amazonia, con la bonanza
quinera, y sobre todo del caucho, no experimentó un crecimiento de la
población.
Imaginarios

Este efecto de la economía de extracción en la Amazonia, desde co­


mienzos de la década de los setenta, reforzó un imaginario popularizado
durante la crisis ecológica global que tendió a acentuar una visión
reduccionista, como prejuicio o como ideal, de que la Amazonia es un
reservorio de naturaleza intocada o “prístina”. Esta reducción debe ser
problematizada considerando las complejas relaciones, cambiantes históri­
camente, entre naturaleza y sociedad. Es cierto que esta reducción tuvo
INTRODUCCIÓN A LA REGIÓN DEL CAQUETÁ 87

asidero en importantes antecedentes documentales, particularmente en


algunos relatos de viajeros del siglo XIX y en las descripciones de la Comi­
sión Corográfica en que se presenta a la Amazonia, de manera paradójica,
como un inmenso desierto. No cabe duda que la Amazonia tenía la más
baja densidad poblacional del país en la época, pero el país mismo podría
ser considerado, en esos términos, despoblado. Frank Safford (1989), por
ejemplo, sostiene que la población colombiana en 1830 era de un millón
seiscientos mil habitantes y de dos millones doscientos mil a mediados de
ese siglo. Cuando se contrasta con la población de fines del siglo XX, que es
de cuarenta millones aproximadamente, podría decirse, en general, que el
país era despoblado y la Amazonia lo más despoblado. Dos preguntas sur­
gen de la construcción del paisaje amazónico como un gigantesco bioma
despoblado. Primero, ¿cómo explicar esta curiosa inversión metafórica de
selva en desierto? Segundo, si en gracia de discusión se aceptara que la
Amazonia era una región despoblada, ¿con qué fuerza de trabajo se realizó
la bonanza quinera y cauchera?
La respuesta a estas preguntas debe ponerse más bien en el ámbito de
las representaciones mentales asociadas a aspectos ambientales. Históri­
camente, la Amazonia ha estado sujeta a representaciones variadas con
contenidos ambientales. Si en las descripciones de la época del reconoci­
miento y la exploración de la Amazonia en el siglo XVI, ésta se figuró como
una naturaleza que ofrecía riquezas, sólo soñadas (El Dorado), nunca reali­
zadas, pero también como una región densamente poblada, en la época que
nos convoca -en el periodo neocolonial, tanto en la fase liberal como con­
servadora-, la naturaleza amazónica sigue siendo vista como plena de po­
tencial económico ya no por razones metálicas sino por su aparente
disponibilidad para la agricultura o la extracción de productos vegetales. Si
el imaginario de tierra de riquezas se mantiene, contrasta en cambio que
la Amazonia, durante el periodo en que este estudio se concentra, tiende a
presentarse como despoblada, con presencia sólo de unos cuantos salvajes.
El paso del tiempo y de la interacción humana -recién llegados y nativos-
acabó generando un cambio en la representación: de ubérrima y despobla­
da, a pobre y deshumanizada. En este proceso de cambio ambiental se con­
centran estos capítulos.
Estos imaginarios no dejan de tener asideros en la realidad material.
Primero, uno de los resultados de la bonanza del caucho fue el estanca­
miento demográfico y, en algunos casos, la catástrofe de la población indí­
gena, que permite aferrarse a la idea de que la Amazonia ha sido por siempre
una región despoblada. Adicionalmente, la caída de los precios del caucho
en 1910 generó una crisis prolongada en la Panamazonia de la cual no pudo
recuperarse rápidamente por la dificultad de montar plantaciones que com­
pitieran con las instaladas por los británicos en el Lejano Oriente. En la
88 "FIEBRE DE TIERRA CALIENEE. UNA HISTORIAAMErENTAL DE COLOMBIA 850--930".

década de los veinte del siglo pasado, la deshumanización de la naturalera


en la Amazonia colombiana ya no significaba solamente despoblamiento
sino resistencia de la selva a su tranátormación y domesticación bajo un
formato de lucha a muerte entre civilización y naturalera.
El éxito cafetero colombiano de comienzos del siglo XX reconcentró las
energías nacionales en el poblamiento de las regiones de vertiente andina
y en las regiones propicias para la exportación, particuiarmnnte los puer­
tos del Caribe y la región occidental conectada por el corredor que conduce
a Buenaventura en el océano Pacífico. Debido a esto, tales energías tendie­
ron a “olvidar” a la Amazonia, abandonándoaa a su propia suerte. Corrijo:
las energías del Estado colombiano se concentraron en la apropiación
cartográfica y diplomática del territorio amazónico, pero dejaron práctica­
mente intacto el paisaje. Los cambios ambientaees fueron más simbólicos
que materiates.
Aunque las ideas de El Dorado y de Edén fueron una ensoñación de los
primeros invasores europeos, éstas difieren, aunque sean confundidas fre­
cuentemente por los autores. Mientras un arquetipo de Edén son las islas
del Caribe, uno de El Dorado es el Amazonas. La imagen de El Dorado
prevaleció en los primeros siglos de la invasión europea. Los portugueses
le otorgaron mucha más importancia a esta región que los españoles y se
adentraron vigorosamente desde la boca del Amazonas hacia la confluencia
del río Negro en el puerto de Manaos, y desde allí hacia el Vaupés, subien­
do por la continuación del Amazonas que los brasileros llaman Sollmooss,
hacia el Putumayo y el Caquetá. La idea de El Dorado renació con el empu­
je agrario de la época liberal en el periodo republicano del siglo XIX. No
obstante, a mediados de los años veinte esta ficción se tranátormó. Los
informes sobre el caucho, en el contexto de la rivalidad con Perú, pero
sobre todo a raíz del impacto en el imaginario nacional de La Vorágine de
José Eustasio Rivera, cambiaron esta imagen por la idea de que laAoazonia
era un “infierno verde”. Décadas más tarde, el descubrimiento de la pobre­
za de los suelos amazónicos ahogó el sueño de que la Amazonia ofrecía un
nuevo “Dorado” agrícola. La idea de la Amazonia como Edén sólo se produ­
ce con la crisis ambiental global de fines de la década de los sesenta del
siglo pasado, en que el ecologisoo, de veta neorrooánrica, convierte el
bosque húmedo tropical en un valor idealiz.ado. Las corrientes ambientalistas
también recuperan la Amazonia como un nuevo “Dorado” debido a los desa­
rrollos biotecnológicos, y hacen renacer la esperanza de que la biodiversidad
es una importante fuente de riqueza.
La discusión académica

Aunque la historia ambiental de la Amazonia colombiana, en sentido


estricto, está apenas escribiéndose, ya han sido elaboradas importantes
INTRODUCCIÓN A LA REGIÓN DEL CAQUETÁ 89

historias regionales con énfasis en asuntos económicos y sociales. De estos


trabajos, quizás el primer texto que se ha hecho una pregunta explícita
sobre el tema de historia ambiental es el de Camilo Domínguez y Augusto
Gómez sobre la extracción (Domínguez y Gómez, 1990). La anterior afir­
mación requiere de dos precisiones. Primero, hay un intento por realizar
una historia que relaciona etnias y nación en el contexto amazónico, rela­
ción que es fundamental para comprender el cambio ambiental. Pero la
pregunta ambiental en este texto es más bien tangencial o secundaria
(Domínguez y Gómez, 1994). Segundo, numerosos textos antropológicos
son de carácter ambiental, en la medida que han sido iluminados por la
ecología cultural y humana. Pero regularmente no son textos de historia
ya que tienden a asumir que las sociedades que analizan en el presente son
el retrato de sociedades tradicionales, sin historia (Mora, s.f.). Incluso, cuan­
do se incorporan datos históricos en estos trabajos etnográficos, ellos cons­
tituyen un simple brochazo rápido para contextualizar. Sin embargo, hay
que reconocer que, en sentido estricto, no es su responsabilidad disciplina­
ria, y la historia amazónica en Colombia es relativamente reciente.
El texto de Domínguez y Gómez sostiene que los efectos económicos,
sociales y ambientales de la extracción fueron desastrosos para la Amazonia.
Para el caso ambiental estas evidencias son dispersas y poco concluyentes.
Ellos entienden lo ambiental en contraste con lo social y económico (aun­
que relacionado), como el bosque o la fauna. Acá, en cambio, se sostiene
que si el recurso —quina y caucho— fue excesivamente explotado, los
ecosistemas no fueron destruidos por esta explotación. Más bien, la tumba
y explotación de quina y caucho, así hubiera sido irracional o insostenible,
no cambió de manera fundamental los ecosistemas amazónicos en el perio­
do en estudio. Además, el problema ambiental no puede ser reducido a
probar o improbar la explotación y destrucción de árboles de quina o cau­
cho. No obstante, esto no nos podría llevar a concluir que la extracción de
estas materias primas no produjo ningún efecto ambiental relevante que
no se relaciona exactamente con la deforestación. Uno de los cambios am­
bientales más dramáticos tuvo que ver con que el ataque a los pueblos
indígenas generó una desvalorización y consiguiente disminución del cono­
cimiento social sobre el manejo y la utilidad del bosque. En adición al ante­
rior efecto ambiental, la construcción y definición político-administrativa y
cartográfica del territorio amazónico enmarcada en la rivalidad ecuatoria­
na-peruana-colombiana-brasilera constituye el segundo efecto ambiental
de importancia ya que, al delinear formalmente las fronteras, organizó el
espacio y, por tanto, sujetó la naturaleza amazónica a nuevas determina­
ciones territoriales.
Un último efecto ambiental se refiere a que, con la extracción de qui­
na, se establecieron rutas de comunicación entre los Andes y la Amazonia
que fueron utilizadas luego en la época de expansión cauchera, que en el
90 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE, UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

mediano plazo sirvieron de base para la apropiación nacional del territorio


amazónico y, en el largo, para una transformación material más profunda
de su piedemonte, es decir, la vertiente oriental de los Andes que cae sobre
la llanura amazónica. El texto de Carlos Zárate, La extracción de quina
(2001), llama la atención sobre este efecto ambiental de la explotación de la
quina desde 1870, sentando importantes lazos entre el boom quinero y el
cauchero. No sobra recordar que buena parte de estas rutas de penetra­
ción fueron construidas por el intercambio nativo entre los Andes y la
Amazonia que tiene una historia que se remonta a épocas prehispánicas.
Y, aunque se reconoce la importancia del impacto destructivo de la explota­
ción de la quina y el caucho, se puede seguir manteniendo que el principal
efecto ambiental de estas actividades extractivas no fue la destrucción del
bosque, sino otros aspectos que tienen un cariz demográfico, social o
geopolítico con implicaciones ambientales.
Antecedentes y prejuicios

Si durante el siglo XIX en la literatura latinoamericana fue común con­


trastar la civilización con la barbarie, como lo hace el más divulgado y
popularizado texto de Domingo Sarmiento para analizar Buenos Aires y la
pampa argentina, el contraste más apropiado para la Amazonia sería entre
la civilización y el salvajismo. En los estereotipos del siglo XIX, mientras el
salvajismo se asocia con el bosque como hábitat humano, la barbarie no
está idealmente relacionada con la vida en el bosque sino en planicies, con
dominio del caballo, inmersas en una formación social pastoril y un régi­
men político tiránico. El salvajismo, en contraste, se asocia con un sistema
de comunismo primitivo, con presencia de fieras, caza y recolección en vez
de equinos o bovinos (Sarmiento, 1979).
Las ideas sobre el salvajismo de los pueblos amazónicos se sustenta­
ron, por mucho tiempo, en prejuicios con estatus científico, pero también
en descripciones etnográficas de viajeros y diplomáticos, corografías y rela­
tos de naturalistas. Para comenzar y advertir al lector desprevenido, en las
últimas décadas una serie de supuestos sobre la Amazonia, que reforzaron
“científicamente” estos prejuicios, han sido controvertidos. Entre ellos que
los indios amazónicos son habitantes de la edad de piedra y que así se han
mantenido por los siglos de los siglos (Roosevelt, 1992). De hecho, por mucho
tiempo, incluidas las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX, el obje­
tivo de los antropólogos era hacer trabajos de campo en un medio lo más
primitivo, lo más cercano a la vida arcaica de la humanidad, bajo el supues­
to de un enfoque evolucionista que marchaba inexorablemente del salva­
jismo a la civilización pasando por la barbarie (Jackson, 2001).
Controvirtiendo esta divulgada sabiduría popular, dice Roosevelt, el
estudio de la historia humana en el Amazonas en los últimos 11.000 años
INTRODUCCIÓN A LA REGIÓN DEL CAQUETÁ 91

presenta evidencias de sociedades complejas, con cacicazgos y poblaciones


de hasta 100.000 habitantes. Fray Gaspar de Carvajal, miembro de la expe­
dición de Orellana de 1541 (Carvajal, 1894), hizo descripciones de impor­
tantes poblados y dio cuenta de lugares donde por varias leguas no había
espacio entre casa y casa a la orilla del río. Por mucho tiempo estos escri­
tos fueron considerados exageraciones sin fundamento, pero han sido res­
catados recientemente por trabajos etnohistóricos. Estudios pedológicos
muestran que la Amazonia, a pesar de la pobreza o acidez de una parte
considerable de sus suelos, también posee importantes zonas fértiles como
las várzeas (vegas de ríos de aguas blancas) y otras zonas enriquecidas por
una alta carga sedimentaria. Estudios arqueológicos también muestran que
hay zonas de suelos antrópicos o antropogénicos que han sido enriquecidos
con el paso del tiempo por la ocupación humana (Roosevelt, 1992, p. 22;
Mora, 2003).
Cuando, durante la década de los sesenta del siglo XX, en contra del
etnocentrismo subyacente a la concepción de los pueblos indígenas como
salvajes, Betty Meggers y Clifford Evans, pupilos de Julyan Steward plan­
tearon que los nativos amazónicos desarrollaron estrategias admirables de
adaptación al medio amazónico, reforzaron en parte la idea de una baja
densidad demográfica ya que consideraron que se trataba de una estrate­
gia adaptativa a los pobres suelos tropicales. Suponían, con un cierto sabor
de determinismo ambiental del ecologismo cultural, que el bioma amazónico
imponía unos límites a un mayor poblamiento, resultado del estrecho mar­
gen de resiliencia de los ecosistemas amazónicos.
Desde este paradigma, los signos encontrados de cerámica, trabajo en
piedra, horticultura, poblados u obras monumentales, dice Roosevelt, se
entendieron como importaciones de fuera de la región, regularmente de
los Andes, donde se reconoce la existencia de civilizaciones precolombianas
avanzadas (Roosevelt, 1992, p. 24). Lo cierto es que el trabajo arqueológico
ha encontrado cerámica, asentamientos, formas de agricultura y canales
de drenaje, que son algunos de los indicadores de civilización (p. 26). Así
Roosevelt, cerca de Santarem, descubrió cerámica que se remonta a unos
6 a 7 mil años de antigüedad antecediendo a la cerámica en los Andes. A
pesar de lo polémico de este descubrimiento la discusión no está finiquita­
da, pero no parece completamente inverosímil que formas importantes de
civilización prehispánica hayan surgido de la misma Amazonia.
En un texto sintético reciente sobre el trabajo arqueológico en la
Panamazonia y, en particular, en la Amazonia colombiana, Santiago Mora
(s.f.), un reconocido arqueólogo colombiano, sostiene que la existencia de
sociedades que hoy parecen “primitivas” es más bien el resultado no sola­
mente de una adaptación al ambiente del trópico húmedo sino un proceso
de transformaciones sociales, políticas y económicas. Roosevelt afirma que,
92 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

a fines del siglo XVII, desaparecieron los cacicazgos o jefaturas y algunas


tribus se volvieron nómadas (Roosevelt, 1992, p. 26). Un caso especialmen­
te ilustrativo puede ser el de los nukak-makú que, siendo en la actualidad
un pueblo de cazadores y recolectores de la región del Guaviare, recurrió o
regresó a esta forma de vida como una estrategia de resistencia a la domi­
nación de misioneros, de expedicionarios y conquistadores. De hecho, por
mucho tiempo prefirió evitar el contacto, hasta relativamente hace poco
tiempo, cuando la expansión de la colonización campesina alentada por el
cultivo de la coca durante la década de los ochenta los acercó cada vez más
a los poblados de expansión de la frontera agrícola. Santiago Mora afirma
que:
los nukak habían estado en contacto con grupos religiosos que se
habían aproximado a ellos para rescatar sus almas; inclusive algu­
nos misioneros hablaban su idioma. Ahora bien, ante las dificulta­
des que afrontaban al percibir que una sociedad extraña se internaba
en su territorio, transformándolo profundamente, y viéndose dismi­
nuidos, habían decidido emprender un épico viaje en busca de otros
grupos emparentados. Para ello habían recurrido al estudio de la
tradición oral. A través de ella habían logrado determinar la ruta
que debían seguir y de este modo se internaron en otro mundo (Mora,
s.f., p. 30).
Mora agrega que esta idea que controvierte la sucesión mecánica de
estadios de evolución permite convertir en “alternativa aceptable el supo­
ner que los grupos de cazadores-recolectores habrían surgido tardíamente
y, por qué no, como una transformación de grupos que previamente habían
sido agricultores” (Mora, s.f., p. 36). Desde el siglo XVII, agrega Mora, “con­
tamos con registros para los Llanos Orientales colombianos en los cuales
comunidades de agricultores -por ejemplo, Saliva y Achagua- se incorpo­
ran a la vida nómada como consecuencia de las presiones ejercidas sobre
ellas por misioneros, esclavistas y colonos” (Morey y Morey, s.f., 229-246).
Este fluido entre formaciones sociales también se aplica para los Yupí de
Bolivia o la Baníhua de Tunuhy, de lengua arawak, entre otros (Mora, s.f.,
p. 39).
En la región andino-amazónica se podría aceptar la importancia de in­
tercambios entre los pueblos de tierras altas y de tierras bajas, cosa que de
hecho está siendo documentada por arqueólogos y antropólogos de estas
regiones, y con la ocurrencia eventual de importaciones desde la Amazonia
hasta las tierras altas, lo cual ha sido de doble vía. Lo que es discutible, en
el contexto de las investigaciones recientes, es pensar que en los Andes sí
floreció la civilización, mientras que en la Amazonia todo vestigio de ella
deba ser atribuido a influencias externas. Este supuesto está enraizado en
uno de los prejuicios deterministas ambientales discutidos en otros textos
y que asumen que la civilización requiere de climas fríos y está vedada en
INTRODUCCIÓN A LA REGIÓN DEL CAQUETÁ 93

climas calientes y, especialmente, en el trópico húmedo. Quizás lo que se


debería aceptar es que el tipo de suelos y el clima húmedo tropical hacen
muy difícil la pervivencia de huellas que muestren los vestigios humanos.
Se sabe que hoy en día las mayores planicies inundables amazónicas
son ocupadas por mestizos y blancos y, en menor medida, por indígenas.
Por ello, como los nativos que encontraron Meggers y Evans estaban loca­
lizados en interfluvios, en áreas remotas como lo recomendaban las pres­
cripciones etnográficas de entonces, que intentaban asegurar que los estudios
dieran cuenta de los “orígenes”, con lo cual encontraban, en realidad,
asentamientos nativos de refugiados entre los bosques, pensaron que esas
fueron las tierras que los indígenas adaptaron durante siglos e incluso
milenios. Pero hay otras tierras del Amazonas que son de origen volcánico
y calizo (limestone), ricas en nutrientes. En particular, se descuida el po­
tencial de las planicies ribereñas. En varios casos, Roosevelt afirma: “Lo
que aparece como bosques vírgenes fueron formados hace mucho tiempo
por actividades agrícolas” (Roosevelt, 1992, p. 28). Bajo este supuesto, y por
razones probablemente metodológicas asociadas a la separación entre cien­
cias naturales y sociales, buena parte de los ecologistas creen todavía que
los ecosistemas tropicales fueron formados por completo por fuerzas natu­
rales diferentes a la intervención humana.1 Los estudios arqueológicos
demuestran lo contrario. Por ejemplo, ciertas zonas de planicies inundables,
así como algunos bosques en tierra firme, son fértiles y fueron cultivadas
con maíz, yuca o algodón (Mora, s.f., p. 28).
Otros ejemplos de esta variedad de suelos se fundamentan en el hecho
de que hay suelos negros antrópicos que tienen amplia distribución en la
Amazonia (Mora, s.f., p. 74). Mora también afirma que en la región de
Araracuara, en el año 800 d. C., la necesidad de controlar el río en un
punto clave para la navegabilidad generó una intensificación de los rendi­
mientos agrícolas (p. 75). En esta región, con el propósito de controlar el
derrumbe de las pendientes y el efecto erosivo de las lluvias, se sembraron
árboles frutales (p. 78). Asimismo afirma, basado en los trabajos sobre el
Vaupés, que para los tukano los suelos negros son propiedad de los progeni­
tores ancestrales (p. 78).
En la Amazonia, las divisiones tajantes entre recolectores-cazadores y
pueblos agrícolas han sido puestas en duda hoy en día (Mora, s.f., p. 47).
Los trabajos de Inés Cavalier y otros han probado que no siempre existen
fronteras tajantes entre lo silvestre y lo cultivado, como suelen existir en
plantaciones modernas. En cambio, las plantas domesticadas coexisten con
semidomesticadas, manipuladas y silvestres (Cavelier et al., 1995, p. 27-

Ver por ejemplo el artículo del profesor de la Universidad Nacional de Colombia Thomas Defler
(2001), experto en primates.
94 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930"

44). Esta carencia de fronteras tajantes entre lo domesticado y lo silvestre


se observa también en ejemplos que muest^i^í^n que mientras que muchas
sociedades amazónicas se ven como cazadoras-recolectoras, la mayor parte
de su dieta se basa en la agricultura; en contraste, otras sociedades que
son agricultoras observan una vida eri^^nte durare meses del año. Otros
casos muestran que ciertas siembras se realizan para generar recursos a
fin de mejorar la caza (Mora, s.f., p. 60), y se abren chagras de lugar en
lugar para combinar horticultura con nomadismo (p. 66).
La movilidad de los cazadores-recolectores no se funda en razones am-
biental.es exclusivamente. Hay también motivaciones políticas, sociales y
culturales que prueban la complejidad de estas sociedades. El repunte de la
etnohistoria no sólo le ha dado credibilidad a la idea de cacicazgos y altas
densidades poblacionales, sino también a estudiar la complejidad de estas
sociedades que con un bajo nivel de división en clases mostraban socieda­
des de rango (Mora, s.f., p. 79), con capitanes y curanderos o shamanes, y
algunas malocas bastaje grandes cuyo interior reflejaba, hasta hace poco,
más que una vivienda, un sistema de reproducción social.
En síntesis, los prejuicios sobre el Amazonas como una región de socie­
dades atrasadas, sin civilización y poblada de salvajes deben ser rechazados
en varios sentidos: primero, que el supuesto salvajismo debe mirarse como
una versión avanzada de adaptación creativa al medio. Segundo, esta adap­
tación creativa no debe ser pensada en términos exclusivos de deterninismo
ambienta,, ya que la Amazonia ha sido lugar de asentamiento de socieda­
des complejas con variadas determinaciones culturaies, sociales y políti­
cas. Tercero, la limitación de la agricultura, por principio, debido a la supuesta
pobreza de los suelos, debe ser relativizada ya que hay una variedad de
formaciones de los suelos que incluyen antrosoles. Cuarto, el evolucionis­
mo simplista descrito como el avance del salvajismo al sedentarismo -de la
caza y la recolección a la agricultura- debe ser problematizado ya que el
mismo nomadismo es también una opción histórica y no sólo la réplica de
un pasado. Por último, a pesar de los imaginarios recientes producidos en
Europa y Norteamérica, y reproducidos en zonas urbanas de América Lati­
na y otros lugares, tanto en la actualidad como en el pasado, la Amazonia
no es sólo un inmenso bosque despoblado de seres hum^r^os sino que, ade­
más, buena parte de la población amazónica es también urbana. Como dice
Mora: “la historia de la selva no es corta sino desconocida” (Mora, s.f., p. 40).
Panamazonia y Amazonia colombiana

Según Camilo Domínguez, mientras que la región amazónica compren­


de una cuenca de 6'896.344 km2, la Amazonia colombiana actual cubre
336.583 km2, aunque en el siglo XIX la aspiración colombiana era mayor.
Este autor señala que a Brasil le corresponde en la actualidad el 72,6 %, a
INTRODUCCIÓN A LA REGIÓN DEL CAQUETÁ 95

Perú el 11,1%, a Bolivia el 8,7%, a Colombia el 5,0%, y el resto se lo distri­


buyen Ecuador, Venezuela, Guyana, Guayana y Surinam en proporciones
menores al 2%. Los porcentajes varían levemente bajo el Tratado de Co­
operación Amazónica en que se calcula un área de 7T86.750 km2. En con­
traste con la gran llanura amazónica brasilera, la Amazonia del macizo
central brasilero o la subregión que proviene de los macizos guyaneses, el
resto de la región amazónica se la considera “andino-amazónica”, a la cual
pertenece la colombiana.
La proximidad a los Andes implica unas características particulares en
lo relacionado con los ríos. Los estudios en limnología distinguen entre
ríos de aguas claras, blancas y negras, siendo las aguas blancas proceden­
tes de los Andes las que mayor sedimento vierten al Amazonas y, por tanto,
las más ricas en nutrientes. En contraste, los ríos de aguas claras son
arenosos, nacidos en la misma Amazonia, y los provenientes de los escudos
guyaneses son pobres en nutrientes. Incluso la lluviosidad andino-amazónica
colombiana es más alta que la de la llanura amazónica. Los estudios
pedológicos muestran que las áreas de várzeas o vegas, a su vez, son más
ricas en nutrientes y son bastante aptas para la agricultura estacionaria
que depende de las crecientes y bajantes de los ríos. La Amazonia colom­
biana cubre la región que se extiende desde el río Guaviare, en el norte,
que en realidad desemboca en el Orinoco, y el río Amazonas en el sur, que
en los estimativos de Mario Mejía comprende 403.000 kilómetros cuadra­
dos (Mejía, 1990, p. 56-76).
Un contraste adicional entre la región andino amazónica y, en particu­
lar, la colombiana, conocida en el contexto panamazónico como Amazonia
noroccidental, y la llanura amazónica brasilera está asociada a razones
histórico-culturales de la colonización lusitana e hispana. Mientras que la
colonización portuguesa estuvo permanentemente inclinada a desarrollar
la economía extractiva de la región, lo cual incluyó extracción con fines de
esclavización de mano de obra nativa, la española, en la medida que se
concentró más en los Andes, dejó a los misioneros la función de ir pene­
trando la frontera. En el caso de las instituciones de frontera portuguesas
fueron menos las misiones que los presidios o fortines de avanzadas milita­
res, además de las expediciones extractivas y comerciales (Franky y Zárate,
2001, p. 236).
La expansión portuguesa en el Amazonas está asociada a la decisión
lusitana de colonizar como precaución frente a los intentos de invasión de
otras potencias, entre ellas los franceses, pero sobre todo los holandeses,
atraídos por las maderas finas, el azúcar y el tabaco. Primero, los franceses
fundaron Río de Janeiro como capital de lo que llamaron la Francia Antártica,
pero fueron expulsados en 1567 (Keen y Haines, 2000). Como se sabe, los
holandeses se tomaron el nordeste brasilero por un cuarto de siglo, entre
96 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

1637 y 1654, hasta que los portugueses reconquistaron el territorio y los


expulsaron. Años atrás, los portugueses avanzaron de manera pujante ha­
cia el interior del territorio hasta encontrarse con las posesiones españo­
las, incursión que no encontró resistencias debido a que los españoles se
concentraron en la frontera del norte de México y en la fiera disputa en el
Caribe con ingleses, franceses y holandeses. Los portugueses contaron con
un elemento adicional a su favor en la Amazonia en contraste con los espa­
ñoles. El avance sobre el Amazonas es más fácil desde la desembocadura,
río arriba, mientras que sólo existen difíciles conexiones entre los Andes y
el Amazonas por tortuosas y lluviosas trochas de descenso desde la cordi­
llera hasta llegar a ríos navegables, algunos de ellos con peligrosos rápi­
dos, como es el caso del Caquetá. Un indicador de la dificultad de apoderarse
de la Amazonia partiendo de los Andes se funda en el hecho de que ni
siquiera los incas habían logrado domeñar los pueblos amazónicos, sino
que se habían extendido por la cordillera y sobre la costa seca peruana
(Zárate, 2001).
La apropiación del territorio amazónico controlado por los españoles
fue así bastante precaria. Éstos decidieron ponerle coto a la expansión por­
tuguesa a través de la firma de unos tratados —el de Madrid en 1750 y el de
San Idelfonso 1777—, por la alegada incertidumbre, según los portugueses,
generada por el Tratado de Tordesillas, que trazaba un meridiano desde las
Islas Canarias, sin definir desde cuál con exactitud (Franky y Zárate, 2001,
p. 250). No obstante, este proceso de delimitación lo asumieron los españo­
les en condiciones desfavorables. Mientras que el tratado de Madrid nunca
tuvo efectos jurídicos, el tratado de San Idelfonso, conducido por Francisco
Requena, por el lado español, y Teodosio Constantino de Chermont, del
portugués (p. 252), fijó los límites, aunque algunas de sus cláusulas nunca
se cumplieron. Por ello los portugueses fueron capaces de mantener posi­
ciones más allá de los límites aceptados, sin revertir el control de algunos
lugares reconocidos como españoles en los Tratados. Tal es el caso de
Tabatinga, población que hoy en día hace frontera con Leticia en Colombia
y Santa Rosa en Perú.
Las posiciones españolas se debilitaron en la Amazonia aún más, cuan­
do a comienzos de 1790, las misiones del virreinato de la Nueva Granada
fracasaron por completo en la región amazónica. Las guerras napoleónicas,
primero, y luego las guerras de independencia hispanoamericana dejaron
la Amazonia colombiana relegada al olvido. El proceso de independencia
brasilero ocurrió como una transición pacífica de monarca a heredero, en
contraste con el hispanoamericano. Aunque los patriotas triunfantes asu­
mieron que los límites coloniales les serían reconocidos sin discusiones
bajo la noción de uti possidetis iure, la frontera amazónica no tenía unos
límites claros, lo que acabó favoreciendo las posesiones brasileñas.
INTRODUCCIÓN A LA REGIÓN DEL CAQUETÁ 97

Algunas tesis

Una vez sentadas las premisas sobre la geografía, el poblamiento de la


Amazonia y los antecedentes coloniales, este texto se concentra en el pro­
ceso civilizatorio de la segunda parte del siglo XIX, que incluye, en primer
lugar, la apropiación geográfica del territorio; pasa por el avance y declive
del impulso civilizatorio bajo el auge de la explotación de la quina, y termi­
na con el reverdecimiento y marchitamiento de la modalidad de civiliza­
ción entendida como cristianización. Un capítulo siguiente retoma este
proceso a través de la bonanza y la caída del caucho y sus efectos ambienta­
les para la región, para terminar con el proceso diplomático-militar de de­
limitación de las fronteras y la construcción del espacio amazónico. En un
apartado final se analizan los impactos específicos del proceso en su con­
junto. En particular, se ilustra la conversión de El Dorado amazónico en un
“infierno verde”.
El argumento fundamental de estos dos capítulos es el siguiente: el
impulso progresista y civilizatorio propio de la fase ambiental entre 1850 y
1930 fracasa, ya que la pretensión de dominación y control de la naturaleza
por la sociedad andina, después de sucesivos intentos, se revierte con la
crisis del caucho y el cambio de percepción en Colombia de lo que represen­
ta la Amazonia. No significa lo anterior que, en esta época, no ocurrieron
cambios ambientales duraderos. El más importante consiste en el proceso
de estancamiento del crecimiento poblacional real y simbólico de la región
que, con el paso del tiempo, acabó convirtiéndola en el ejemplo clásico del
paraíso de los preservacionistas. Este cambio fue, pues, no tanto una trans­
formación material sino simbólica, un cambio en la representación.
La visión que reduce la Amazonia a un gigantesco bosque sin gente se
funda en un modelo conceptual que divide y separa la naturaleza frente a
la cultura, y el bosque frente a los pueblos que lo habitan. Supone que la
naturaleza amazónica no ha sido históricamente cambiada por el accionar
humano, sino hasta muy recientemente cuando las estadísticas prueban la
deforestación acelerada a gran escala. Lo que acá se sostiene, en cambio,
es que las poblaciones que habitan la Amazonia han transformado el medio
constantemente, pero que la conquista de las tierras bajas calientes
amazónicas por parte de las poblaciones foráneas provenientes de los An­
des, bajo la avanzada progresista y civilizatoria, fracasó. Estos grupos hu­
manos fallaron en su intento de cambiar drásticamente el paisaje amazónico
colombiano, y el esfuerzo de dejar una impronta imborrable del progreso
se desvaneció.
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Libro: Nación y Etnías Los Conflictos Territoriales en la 1750-1933 -
AMAZONAS. Autores: Camilo Domínguez, Augusto Gómez
ISBN 958-9.5596-4-6, Primera Edición Julio de 1994, Disloque Editores Ltda. Pg.
41, Huitotos congregados para la guerra (Whiffea| 1915, P. 120, Placa No. 22)
CAPÍTULO 5

Amazonia: corografía, quina y catequización*

AGUSTÍN CODAZZI: LA APROPIACIÓN SIMBÓLICA POR


MEDIO DE LA COROGRAFÍA

espués de las guerras de independencia, los patriotas triunfantes


D fracasaron en el proyecto de construir unas confederaciones fuertes
y, en cambio, las antiguas colonias españolas se fueron fragmentando. In­
capaces por un tiempo de pagar sus deudas contraídas con Inglaterra, tar­
daron en reorganizarse como países independientes y reconstruir sus
finanzas. La discusión entre bolivarianos y santanderistas en la Gran Co­
lombia y en la Nueva Granada consumió las energías de las elites hasta
bien entrada la década de los cuarenta del siglo XIX. Desde la década si­
guiente y, sin duda, desde la de los sesenta, el proyecto liberal que preten­
día atraer el progreso, sacudirse del poder de la Iglesia, dejar atrás el pasado
colonial, implantar el librecambismo, desarrollar la educación pública, etc.,
se arraigaría en el país. Pero el descenso de las exportaciones de oro y el
auge de la esperanza de poder exportar productos tropicales reconectaría
al país con el mercado mundial respondiendo a la aspiración de la elite
criolla de hacerla parte del concierto de naciones civilizadas. Una
precondición era el conocimiento de las riquezas que el país poseía que, de
un lado, podría atraer la inversión extranjera y, de otro, ofrecería a los
nacionales nuevas tierras para poblar. Aprovechando el caos generado en
Venezuela provocado por la insurrección contra José Antonio Páez, Tomás
Cipriano de Mosquera, presidente de la Nueva Granada, a fines de la déca­
da de los cuarenta decide invitar al geógrafo italiano Agustín Codazzi a
elaborar la cartografía y corografía de la Nueva Granada. Codazzi ya había
realizado ese mismo trabajo en Venezuela y era, quizás, el mejor candidato
para asumir esa tarea en la Nueva Granada. Su labor, al igual que en el
caso venezolano, tomó toda una década, comenzando en 1850 hasta su
muerte en 1860.
102 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORAA AMBIENBAL DE COLOMUA 850-9 930".

Codazzi organizó sucesivas expediciones para dar cumplimento al con­


trato firmado con el gobierno noaional.. En 1857, en el marco de este es­
fuerzo, el coronel-geógrafo italiano decidió visitar la región omozóniatl,
dependiente desde un punto de vista político-odministtrtioo del estado del
Cauca, el más grande del país en términos de territorio. Esta visita hacía
parte del contrato firmado con el gobierno de la Unión para realizar el
trabajo corográfico y cartográfico de la Colombia de entonces, la Nueva
Granada. Su reporte fue el resultado de una visita circunscrita a la parte
alta de los ríos Putumayo y Caquetá (Codazzi, 2000, p. 45). Codazzi habí'a
propuesto y exigido visitar solamente los lugares ocupados por pueblos bajo
el gobierno comisarial o el control misionero, y así lo hizo (p. 65).
Buena parte de su trobajo ut^^l^i^^ó la información de primera mano que
colectó en este viojt) pero la mayor parte de ella se basó en tres fuentes
escritas: la “Descripción” de Pedro Mosquera hecha en 1847; la del presbí­
tero Manuel María Albis llamada “Curiosidades de la Montaña”1 fechada en
1854; y la de José María Quintero: “Informe sobre el territorio del Caquetá”,
de Mocoa, 5 de marzo de 1857. En particuiar, Codazzi les concede crédito a
Pedro y Miguel Mosquera, dos ofrtcolombionts (Codazzi, 2000, p. 187), que
le suministoatm información acerca de pueblos indígenas.
Uno de los efectos más importantes de este ti•obajo consiste en una
curiosa construcción del paisaje amazónico bajo la letra del coronel Codazzi.
“Teniendo que caminar a pie por medio del desierto” (2000, p. 143), recono­
ce los territorios de los andaquíes, en las riberas del río Caquetá y sus
alrededores. Esta aaroateristita demográfica lo lleva a afirmar que el terri­
torio del Caquetá, que es como se conocía a la región amazónica de la
Nueva Granada, es “la más desierta y salvaje, la menos habitada y conocí-
da de la República” (p. 151). Codazzi, además de reiterar estas expresiones
hablando de la Amazonia como una región de “vastos desiertos” (p. 66), la
considera de gran potencial por ser inmensamente rica en terrenos baldíos
(p. 66). Como se ve, Codazzi no consideraba estas tierras de propiedad de
los indios, seguramente porque siempre fue una región de frontera del
virreinato y, a diferencia de los andinos o caribeños, los indios amazónicos
no contaban con títulos otorgados por la Corona. Codazzi se expresa, como
hablan y hablarán muchos otros visitantes sobre el carácter “desierto” de
estas tierra,, de “inmensas soledades”. Pero estas expresiones líricas ten­
drán dramáticos efectos jurídicos. Las tierras baldías son propiedad del
Estado y se someten a un régimen jurídico especial. Si la riqueza del Esta­
do se basaba en los tributos o en la propiedad de las minas durante la

1 Albis utiliza la expresión "montaña", que es la manera como en Perú, en el siglo XIX y buena
parte del siglo XX, se le dice a la selva. La tierra de los incas se divide en tres principáis
mccrorreg¡obes: costa, sierra y montaña. En Colombia "monraaa'' reguiam^e^irte se entiende
como la región andina que en Perú se llama "sierra" (Albis, citado en Codazzi, 2000, p. 79-129).
AMAZONIA: COROGRAFÍA, QUINA Y CATEQUIZACIÓNNOS 1 03

mayor parte del periodo colonial, los baldíos se constituyeron, quizás, en la


mayor riqueza del país republicano.
Codazzi sólo recorrió un pequeño fragmento de la región que
circunscribe al área inmensa del tamaño aproximado de una cuarta parte
del país, cubriendo desde la desembocadura del río Guaviare en el Orinoco
a la desembocadura del río Putumayo en el Amazonas. Como vimos en la
sección anterior, los portugueses habían avanzado más arriba de la desem­
bocadura del Putumayo, hasta el río Yavarí, que lo consideraron como la
frontera con Perú. Codazzi nunca llegó a este punto y, por tanto, se puede
inferir que su información geopolítica se basaba en el Tratado de San
Idelfonso del 1" de octubre de 1777 celebrado entre España y Portugal. A
pesar de las insuficiencias de su información geográfica por no ser testigo
ocular, Codazzi sí menciona a Tabatinga (Codazzi, 2000, p. 155), fuerte loca­
lizado más arriba de la desembocadura del Putumayo y que acabará por ser
un lugar de importancia ya que en 1850, en un tratado secreto entre Perú
y Brasil, Tabatinga sirvió de punto de referencia para dividirse la región
amazónica entre estos dos países. Luego, durante la década de los veinte
del siglo XIX servirá para dividir los territorios de Brasil, Perú y Colombia
en lo que se conoce como el Trapecio Amazónico. Codazzi, sin embargo,
afirma que Tabatinga es un fuerte portugués localizado en territorio co­
lombiano (p. 210).
Codazzi calcula que la población de la región es de 50.000 almas, todas
ellas salvajes, pero especula que la región podría contener 23 millones
debido a que se pueden obtener de dos a tres cosechas en el año (Codazzi,
2000, p. 155). Como se observa, Codazzi no es consciente de las limitacio­
nes que, eventualmente, puedan ser impuestas por el carácter de los sue­
los y el desconocimiento del sistema de reciclaje del bosque amazónico,
documentado por los ecólogos amazónicos. Este territorio, en la versión de
Codazzi, es incluso más despoblado que la pampa argentina.
Codazzi hace descripciones geográficas, enuncia los límites, las monta­
ñas y los ríos, los lagos y las ciénagas amazónicas. Como la corografía
también es etnografía, cuenta que los indígenas deben ser vistos más como
tribus que como individuos, siguiendo en sus comentarios a Humboldt
(Codazzi, 2000, p. 188). El comentario de Codazzi lleva implícito que la
noción de salvajismo está asociada al hecho de pertenecer a una entidad
colectiva, desprovista de procesos de individualización. Describe los luga­
res en que viven los nativos y sus costumbres. Comenta que ellos viven
desnudos (p. 188), confiando en la información del presbítero Alvis que afir­
maba que “los Guajes y Tamas están desnudos como los parió su madre” (p.
76). Codazzi no deja de presentar explicaciones pseudo-científicas sobre la
supuesta superioridad de la raza blanca en apariencia o aspectos fisonómicos
con base en el conocimiento del “sistema dormoidal por la sangre” (p. 188).
104 "FIEBRE DE TIERRA CALIENEE. UNA HISTORY AMBIETJTAL DE COLOMUA 850-1930".

Las diferencias culturaees no acaban allí, afirmando algo curioso: la salvaje


tranqulriddd de los indios está acompañada por la carencia de actividad
rural (p. 198). Se debería entender la acepción de rural usada por Codazzi,
más bien como agraria.
No desconoce Codazzi que los indios también sufrieron de las enferme­
dades importadas por los europeos y reseña epidemias de viruela en las
misiones de Marañón y Napo en 1589, 1669, 1680; sarampión en 1749,
1756, 1762, cuando estima que murió muchísima gente del Amazonas
(Codazzi, 2000, p. 151; Gómez, 2000), Pero no sólo los indígenas fueron
víctimas de la invasión española. Según Codazzi, los conquistadores que
ensoñaron el Amazonas menos como un Edén que como El Dorado “encon­
traron, en vez del anhelado oro, la resisten^a de los radroe| las enfermeda­
des del clima y la miseria del desierto que los arrasrraaa hacia la muerte”.
A diferencia del trópico caribeño de bosque seco, el bosque húmedo tropical
se constituyó en una formidable barrera para los conquistadores y coloni­
zadores los cuales fueron derrotados por las inclemencias del clima, los
insectos, las enfermedades y la resisten^a de los nativos. La dificultad de
hacer un poblam^nte europeizado, e incluso mestizo, hacía sentir a los
europeos y a los mismos andinos en una condición de extraños foráneos
aislados y solitarios. Según Codazzi, el único remedio para la soledad se
encuentra en el futuro, ya que cree que la gente europea vendrá en algún
momento, aunque aspira, al menos, a que la gente del altiplano colombia­
no venga antes “descuajando selvas, abriendo caminos y fundando pueblos”
(Codazzi, 2000, p. 199).
Codazzi tiene en mente, cuando observa la Amazonia colombiana, la
idea de El Dorado, una esperanza de riqueza no basada en la extracción
sino en la agricultura. Describe algunos de los recursos de la región que
incluyen madera, fauna, plantas y minas. También presenta información
sobre climas, estaciones, agricultura y manufactura, con lo cual le augura
a la región un futuro fabuloso (Codazzi, 2000, p. 302). Con la llegada de la
civilización aspira a que ocurran dos cambios importantes: el primero, típi­
camente ambiental ya que pronostica que el clima se volverá saludable
junto con la llegada del café, el cacao, la canela y otras especies que serán
cultivadas. El segundo, comercial ya que se juntarán las cuencas del Orinoco,
Amazonas y el río de la Plata, sentando las bases de un gigantesco mercado
euramericano. Informa que hay una situación de guerra entre los indios y
que los portugueses son abanderados en el comercio y la esclavitud de los
mismos, sin comprender o desconociendo las conexiones entre uno y otro.
En síntesis, Codazzi describe un territorio que aunque poblado de “sal-
vajes“| declara desierto y baldío pero lleno de potenciales tesoros con lo
cual, cuando sea poblado por los habitantes provenientes de los Andes y,
con mayor razón, por nueva sangre europea, se hará realidad todo el po­
tencial de la Amazonia. Agustín Codazzi fecha una carta escrita en Timaná,
AMAZONIA: COROGRAFÍA, QUINA Y CATEQUIZACIÓNNOS 1 05

el 4 de abril de 1857 en la que afirma: “He dejado felizmente los Andaquíes


y he dibujado el mapa de ese extenso y malsano desierto” (2000, p. 237).
Codazzi, con sus trabajos corográficos y cartográficos, sienta las bases de la
apropiación del territorio amazónico colombiano. No obstante, su trabajo
sólo implica un cambio puramente simbólico del paisaje de la región. En
cambio, otra figura destacada de la elite colombiana de la segunda parte
del siglo XIX, Rafael Reyes, le apostará a realizar cambios efectivamente
materiales.
Rafael Reyes: la civilización a través de la extracción de quina.

Quizás el empobrecimiento de las familias caucanas en las guerras de


la década de los sesenta del siglo XIX, según Reyes, las había empujado a
buscar nuevas fuentes de riqueza (Codazzi, 2000, p. 189). La existencia de
quina en la vertiente andina de la cuenca amazónica permitió recuperar
los lazos sociales perdidos entre estos dos formidables biomas: los Andes y
la Amazonia colombiana. En el mediano plazo, la explotación de la quina
implicó tanto una reconexión de la Amazonia con el mercado mundial al
tiempo que con el conjunto de la nación. El epílogo de esta historia es la
definición diplomática de los límites entre Brasil, Perú y Colombia: no hubo
cambio del paisaje, pero sí redefinición del territorio.
Dentro del marco de los esfuerzos de las elites nacionales orientadas a
reconectar el país al mercado mundial y a la civilización, como se diría en
la época, la quina tuvo un valor geoestratégico para la expansión del impe­
rialismo europeo al permitir su acceso a tierras africanas y asiáticas tropi­
cales. La extracción de quina, así como el cultivo del tabaco, el café o el
henequén reactiva lo que Stephen Topik y otros (1998) han llamado la “se­
gunda conquista de América Latina”.
La quina no es sólo clave para comprender la historia global. Tan im­
portante puede ser la quina para la historia de la Amazonia colombiana en
el siglo XIX que, analógicamente hablando, se puede decir que la quina es
al caucho lo que el tabaco fue al café en términos de las conexiones que se
hicieron a través de estos dos productos por medio de las arterias que co­
municaban con el mercado mundial. El tabaco conectó el centro andino con
el río Magdalena a través de la navegación de vapor, como la quina conectó
los Andes con el Putumayo y a su vez éste con el Amazonas también por
vapores. Si este paralelo es legítimo, desde el punto de vista del proceso
productivo las analogías son espurias. En contraste con el tabaco y el café,
tanto la economía quinera como la cauchera tuvieron un carácter extractivo
(Domínguez y Gómez, 1990). En particular, la extracción de este producto
vegetal en la alta Amazonia tiene el mérito de haber reconectado los Andes
con esta región, y estableció unos lazos que aunque débiles fueron perma­
nentes. Sin considerar la explotación de la quina como un completo fracaso
106 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

debido al ciclo de expansión y recesión de esta actividad -lo cual es compor­


tamiento típico de los productos de exportación del siglo XIX-, la quina
sentó las bases de la siguiente expansión cauchera y cambió el paisaje, en
parte, por el arribo de sucesivas oleadas de colonizadores (Zárate, 2001). A
través de uno de los más famosos pioneros de la explotación de quina,
Rafael Reyes, puede recorrtruiste buena parte de este ciclo de expansión y
recesión, así cromo los temas que alientan esta investigación: el descenso
de los Andes y el intento de conquista de la tierra caliente, el proceso
civilizatorio, la apropiación de tierras y la construcción de territorío, así
como la tr^a^r^isoí^i^n^ack^n simbólica y material del paisaje.
Reyes nació en tierra fría, en Santa Rosa de Viterbo, Boyacá, en 1851. A
los 17 años, después de haber sido maestro de escuela y secretario de juez,
se decidió a visitar a su hermano Elías que vivía en Popayán, una de las
más importantes ciudades neogranadinas del siglo XIX. Allíhabía fundado,
desde 1858, un negocio de importaciones y exportaciones. Se desplazó a pie
por el montañoso, casi intransrtabte y con fama de peligroso -por estar
atestado de salteadores y precipicios- paso del Quindío (Reyes, 1986, p. 41).
Ésta era la primera vez, según Reyes, que pisaba tierra caliente (p. 41).
Pocos días antes de su salida había leído María de Jorge Isaacs (1972) y
dormiría en la hacienda El Parai'so a su paso por el valle del Cauca, una
estancia llena de ceibas, naranjos, jazmines y pomarrosos; en todo el valle
había también “cacao, cachimbos, gualandayes, guaduales, buriticales, ex­
tensas praderas con grandes potreros de pará y guinea, ganado vacuno y
caballar” (Reyes, 1986, p. 98), un paisaje más bien bucólico, completamente
distinto al que más tarde se enfrentaría cuando empezara a bajar la cordi­
llera saliendo desde Pasto, pasando por los páramos que circundan a La
Cacha, cruzando por Sibundoy y bajando hasta encontrar el río Putumayo.
Una vez acoplado al trabajo con su hermano Elías, empezó a planear y
realizar sus primeras exploraciones en busca de quinas, entre 1869 y 1873.
Recorrió los bosques de la cordillera del Patía, de la provincia de Túquerres,
de la zona de Santa Rosa cerca de San Sebastián en Sibundoy; además
recorrió El Diviso entre la Cruz y Buesaco (Reyes, 1986, p. 71). Muy rápida­
mente se hizo socio del negocio de su hermano, adquiriendo el 20% de la
empresa, y entrambos lograron traer a sus hermanos Enrique, primero,
para cuidar la recién comprada hacienda productora de cacao en el valle
del Cauca, y luego a Andrés para los negocios en Pasto, Sibundoy y el
Caquetá. Una vez detectados los quinales, junto con su hermano lograron
hacerse adjudicar importantes porciones de tierras baldías (p. 86), en una
época liberal en que jurídicamente existió un marco de libertad de explota­
ción de bosques.2
2 Ver Ley 11 de 1865, Ley 11 de 1870, Ley 51 de 1871 y 106 de 1873. Ver también Carvajal y Palacio
(2000).
AMAZONIA: COROGRAFÍA, QUINA Y CATEQUIZACIÓNNOS 107

La rentabilidad de la corteza de la quina era del cien por ciento (Reyes,


1986, p. 72). Reyes encontró quinas a 2500 metros de altura pero, poco a
poco, tuvo que ir descendiendo la cordillera en busca de nuevos cargamen­
tos. Los trabajadores que lo acompañaban en las expediciones estaban rea­
cios a descender demasiado hacia las selvas amazónicas. En una ocasión,
dice Reyes, “después de diez días de marcha mis compañeros o peones sig­
nificaron que no seguían adelante, porque ya llegábamos a la región de las
fieras, de los salvajes antropófagos y de los espíritus infernales de esas
selvas” (p. 81). Pero estos temores no amilanaban a Reyes. Dice que “aque­
llas selvas vírgenes y desconocidas, aquellos espacios inmensos me fascina­
ban y atraían para explotarlos, atravesarlos, llegar al mar y abrir caminos
para el progreso y bienestar de mi patria” (p. 81).
Su labor civilizadora no dejaba de tener contrastes. Después de mudar­
se de Popayán a Pasto, en la región fronteriza con Ecuador, exportó quina
desde Tumaco, puerto en el Pacífico, pero su propósito más importante
consistió en encontrar la ruta a través de Brasil para exportar por el Atlán­
tico (Reyes, 1986, p. 100). Esto lo condujo a la exploración de los ríos
Putumayo y Amazonas entre 1874 y 1875 (p. 109 y ss.). Salió de Pasto el 5
de febrero de 1874 con un grupo de cargueros indígenas calzados de alpar­
gatas. Después de pasar La Cocha, descansaron en el valle de Sibundoy
que reunía una importante población indígena variada, desde pueblos liga­
dos a la conquista más septentrional de los incas, hasta un grupo de des­
cendientes de los chibchas traídos por el hermano de Gonzalo Jiménez de
Quezada desde la sabana de Bogotá. En Sibundoy se hospedó en casa de
Pedro Chunduy. Como su propósito era descender a Mocoa, le solicitó que
le prestara un “número suficiente” de cargueros; como a los cinco días no
se los había facilitado insistió, pero el jefe indígena le pidió más plazo que
Reyes no concedió (p. 110). Ante la insistencia de Reyes, Chunduy le dijo
que no le gustaban los blancos, que se regresara a Pasto y lo echó de la
casa. Reyes relata: “comprendí que si no me hacía respetar de este indio
estaba perdida mi expedición” (p. 112). Además de Benjamín Larrañaga,
quien más tarde se convertiría en uno de los importantes caucheros colom­
bianos, Reyes sólo contaba con unos cuantos indígenas traídos desde Pasto.
Ante la negativa del gobernador indígena a colaborarle, Reyes dice que
“me vi forzado a hacer uso de mi revólver y a ordenar a mis compañeros
blancos que estuvieran listos... Disparé al aire un tiro que aterró los indios
y me dio tiempo para derribar al gobernador y ponerlo en el cepo” (p. 112).
En su relato, Reyes había dicho hasta entonces que los indios eran muy
pacíficos, pero después de estos acontecimientos dice: “Llama la atención
lo cobardes y pusilánimes que son...”.
A juzgar por los detalles de las memorias de Reyes, la civilización impli­
caba trabajo forzado para los indígenas. Acompañado por estos indios de
108 "FIEBRE DE T IERRA CALIENTEE. UNA H ISTORIA AMBIENTAL DE COLOM BIA 850-1930"

S^andoy, bajó la cordillera regalando a las tribus que encontró, como era
costumbre, herramíenaas, semillas y gallinas. Pero la misión civilizadora
tuvo también aspectos inesperados, involuntarios. Cuando al regreso de su
viaje pasó por tierras de los indígenas cosacuaty| encontró en la casa del
jefe más de 30 cadáveres apestados por una especie de tisis (Reyes, 1986, p.
11(5). Más adelante dirá: “las tribus salvajes tienden a desaparecer, aniqui­
ladas por las epidemias, abusadas y sacrificadas por los que hacen la caza y
el comercio de hombres como en el África, y por los negociantes en caucho”
(p. 138). Reyes comprendía que el esfuerzo por civilizar “estos inmensos
desiertos” tenía sus costos y estaba dispuesto a pagarlos. La lucha por la
civilización era más dura en el bosque húmedo tropical. Mientras que en el
Caribe el colapso demográfico que coincidió con la Conquista había barrido
a la población nativa y la había sustituido, casi por completo, por población
africana, la lucha contra las enfermedades en la Amazonia ponía a prueba
a la población foránea, blanca y mestiza. Observaba, por ejemplo, “que al
principiar los desmontes en la selva virgen, reaparecía la fiebre amarilla”
(p. 173), debilitando y, eventualmenee, liquidando a sus trabajadoees traí­
dos de tierras calientes del interior y de la costa Caribe y pacífica de Colom­
bia (p. 171). Tan dispuesto estaba Reyes a pagar el precio de la empresa
civilizadora, que sin notoria amarguaa da noticia de que a Néstor, su her­
mano, se lo comieron los huitotos (p. 176). En cambio Enrique, su otro
hermano, sucumbió a un ataque de fiebre amarilla en 1886. De regreso del
II Congreso Paaameriaano de México en 1901, trajo una placa que descan­
sa en la Catedral Primada de Bogotá con la siguiente inscripción: “A Em^-
que y Néstor Reyes, muertos en servicio de la civilización”,
“Pasaron los años, yo me casé, continué con mis exploraciones, fundé
familia, dejé los desiertos del Amazonas y me vi envuelto en política” (Re­
yes, 1986, p. 189). En efecto, Rafael Reyes regresó al interior andino cuan­
do el negocio dejó de ser rentaMe, con ánimo de trasudasen a la envidiable
Argentina, la más pujante nadón hispanoamerianna de la época, pero un
golpe de fortuna lo involucró en la guerra de 1885, quedándose en Cali a
defender a sus copartidaries conservadora.. Entrean^o, unos cuantos
quineros quedaron dispersos en el paisaje amazónico y algunos se convir­
tieron en caucheros. Los liberales rebeldes fueron derrotados y Rafael Re­
yes se convirtió en un prestigioso general conservador en la época en que
Rafael Núñez inició una coalición con los conservadores dando lugar a un
periodo conocido como la Regeneración.
Reyes, en todo caso, era optimista sobre el resultado final de la lucha
civilizadora y sus efectos benéficos. Según el general, gracias a sus herma­
nos y a él se logró terminar el comercio de indios en el territorio colombia­
no (Reyes, 1986, p. 143). Reyes también cree que la expansión de la
civilización dará lugar a la abolición de la fiebre palúdica, como ocurrió a
AMAZONIA: COROGRAFÍA, QUINA Y CATEQUIZACIÓNNOS 1 09

comienzos del siglo XX en Cuba y Panamá (p. 138). En cierto sentido, Re­
yes podría ser considerado un antecesor de los preservacionistas, así como
lo fue su contemporáneo, otro eximio cazador, Theodore Roosevelt. Na­
rrando sus aventuras, dice que sus seres amados lo “acompañaban en aque­
llas inmensas soledades a sentir la intensidad de una naturaleza primitiva”
(p. 128). “A veces oía los lejanos rugidos de las fieras y veía las sombras de
algunas de ellas en los límites del bosque como temerosas del hombre” (p.
128). Allí “me sentía más dueño de mi personalidad y más cerca de Dios” (p.
128). Si bien Reyes arrancó sus aventuras empresariales en una época libe­
ral en que jurídicamente existió un marco de libertad de explotación de
bosques, reconoce el carácter nefasto de esta industria extractiva para la
conservación de los recursos del país: “La extracción de esta corteza se
hacía de un modo bárbaro, por el sistema salvaje de derribar el árbol para
coger la fruta; se derribaba éste y hasta a las raíces se le quitaba la corte­
za...” (p. 72). Unas décadas más tarde, y especialmente en su gobierno que
se extiende entre 1904 y 1909, se expidieron normas para sancionar estas
conductas y enseñar otros medios de explotación de la quina (Zárate, 2001,
p. 137-143). Al igual que Roosevelt, Reyes amaba intensamente la natura­
leza, pero no necesariamente a los indios que la poblaban, a quienes había
que civilizar.
Reyes no deja de hacerse preguntas de más largo alcance para el futuro
de la región. Por ejemplo: ¿cuál es el porvenir de la Amazonia? Y responde,
con un dejo de perplejidad: en las zonas altas, que tienen un buen clima
para los europeos, no hay problema para poblar. Pero en las zonas bajas, de
clima cálido y fiebres palúdicas, se presenta un dilema: dejarlas en el esta­
do de barbarie y salvajismo o procurar la colonización con la raza negra o
amarilla (Reyes, 1986, p. 145-146), ya que “la topografía de Colombia, cuyo
territorio es el más accidentado de toda América...” se divide en dos: uno
pequeño, de clima sano y frío, libre de paludismo, que cubre altitudes de
1000 a 3000 metros. El resto es lo contrario. Por ello, allí la raza blanca no
soporta el clima y por eso “esas regiones están desiertas” (p. 250). Aparte
del caso amazónico, para Reyes el problema de Colombia no era principal­
mente ambiental, como luego pensarían conspicuos ideólogos conservado­
res, incluido Laureano Gómez, hijo de uno de sus socios en compañías
quineras.3 El problema colombiano era más bien político por causa de las
guerras. Citando al célebre estadista argentino Alberdi, para quien “civili­
zar es poblar”, afirma que sin las guerras podría aumentar la población y
extenderse las vías de comunicación (Reyes, 1986, p. 98). Reyes aspira a
que, como en Chile y Argentina, se termine la era de las revoluciones y
comience la de la civilización y el progreso (p. 251).

Con Gómez viajó a Europa. Laureano fue presidente de Colombia a comienzos de la década de
los cincuenta del siglo XX, y Alvaro Gómez, su nieto, escribe el Prólogo de estas Memorias.
110 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

Una vez retirado, tiempo después de sus viajes de exploración vexpoo-


tación de los bosques, cuando pudo desarrollar labores diplomáticas y de
difusión de su empresa progresista, se preciaba de haber contribuido gran­
demente a la civilización de los indios, en dos sentidos: combatiendo el
canibalismo y las guerras entre distintas tribus, así como intentando abolir
el comercio de los mismos. Como católico convencido y buen conservador,
años después de sus expediciones dedicó tiempo para visitar a los papas de
la época, primero a León XIII y luego a Pío X, quienes aplaudieron sus
exploraciones y “nuestro esfuerzo por civilizar a los salvajes”, nos cuenta
Reyes. Con los conservadores nuevamente en el poder la Iglesia, que fue
expropiada durante el régimen liberal, regresa a las más altas esferas de
influencia, remozando un nuevo aspecto del proceso civilizador. La Iglesia
regresa a tranformar a los indígenas de frontera en cristianos.
Civilización como catequización: la Iglesia contraataca

En uno de sus viajes al Brasil, Rafael Reyes encontró en Belém do Pará


a los obispos de Olinda y Pará encarcelados por razones que no tiene el
cuidado de contar. En una cálida conversación discutió con ellos uno de sus
proyectos “visionarios”, muy a su estilo. Se trataba de organiza.r un vapor-
iglesia para hacer trabajo misionero y “civilizar a las tribus salvajes del
Amazonas” (Reyes, 1986, p. 156). Nunca llevó a cabo su proyecto, pero como
líder conservador, en cuanto sus copartidarios coparon el poder estatal,
apoyó el regreso de la Iglesia a sus ancestrales labores civilizadoras. A la
Iglesia le esperaban en el Amazonas infieles, tribus salvajes, para su con­
versión al catolicismo.
Por regla general, durare el siglo XIX los blancos europeos llegaron
masivamente a Argentina, Uruguay, Brasil, Chile, Cuba y, en menor medi­
da a México, pero no llegaron a Colombia. El país a duras penas recibió
una migración de sirio-libaneses a comienzos del siglo XX, que portando
pasaporte del imperio otomano fueron conocidos como “turcos”, quienes se
instalaron en la costa Atlántica. Sin embargo, a la parte alta de la cuenca
del Putumayo sí llegaron unos escasos blancos a civilizar: los misioneros
capuchinos. Desde la derrota liberal en 1885, siendo presidente Rafael Núñez
en alianza con los conservadores, cambió la correlación de fuerzas a favor
de la Iglesia católica y en desmedro del poder del radicalismo liberal. Este
cambio de políticas amerita una revisión del papel del Estado y la Iglesia en
relación con el tratamiento a los indígenas.
Los Estados democráticos liberales del siglo XIX, en su proyecto de
construcción de nación, introdujeron la noción de igualdad ante la ley. Esto
se hacía con el fin de que las políticas públicas contrarresaaaan los privile­
gios de sangre, influencia familiar o prebendas burocráticas de la herencia
colonial. De hecho, se pretendía romper el modelo monárquico dual, de la
AMAZONIA: COROGRAFÍA, QUINA Y CATEQUIZACIÓNNOS 111

república de indios y de españoles. Este propósito de carácter revoluciona­


rio que implicaba la aplicación de un mismo rasero legal para todos, ataca­
ba la sociedad estratificada organizada por los españoles y, de rebote, las
diversidades étnicas y culturales.
Dentro del espíritu de construcción de la igualdad, sobre todo por las
decisiones tomadas durante el periodo de gobiernos liberales, desde mitad
de siglo, se aceleró la política de división de resguardos que apuntaba a
constituir a la población indígena en propietarios plenos e individuales.
Podríamos decir que se produce una transformación doble. De un lado, los
indios empiezan a ser llamados indígenas, considerando los patriotas que
la acepción indio era denigrante. Segundo, la aspiración que anima el cam­
bio es la de convertir a los indígenas en colombianos.
En un comienzo, las medidas patriotas tratan de enderezar algunos
entuertos generados por las guerras de independencia. Así, por ejemplo, el
artículo 8" del 25 de mayo de 1824 ordena devolver las tierras injustamente
usurpadas a los indígenas en Cundinamarca. Sin embargo, esta usurpación
es legalizada cuando se insiste en la disolución de resguardos y en la con­
versión de las antiguas tierras comunitarias en áreas comercializables. En
el caso de Cundinamarca, el proceso de disolución es muy temprano y ocu­
rre antes de la fase liberal de la década de los sesenta del siglo XIX (Glenn,
1981). En Colombia, como por doquier en Hispanoamérica, los procesos de
disolución de resguardos acaban generando la pérdida de las tierras de
numerosos indígenas, quienes terminan despojados, bajo situaciones con­
tractuales legales o ilegales.
La forma como el Estado interpelaba a los indígenas tiene otras impor­
tantes implicaciones. La transformación de indios a indígenas es acompa­
ñada por una modificación impositiva: la abolición de los tributos que también
son considerados denigrantes.4 Esta medida afecta los recursos del Estado
que introduce entonces la figura de las contribuciones: de tributarios los
indígenas pasan a ser contribuyentes.5 Al perder sus tierras algunos indíge­
nas se colocan en una situación de proletarización pasiva, es decir, en la
obligación de prestar sus servicios a quien los requiera. Algunas medidas
gubernamentales apuntan a transformar la formación social servil colo­
nial, convirtiendo el trabajo indígena en trabajo asalariado.6 No hay que
esperar que este cambio legal haya tenido un efecto inmediato, ni amplia­
mente difundido, pero sí señala las intenciones de algunos de los patriotas.
Al intentar convertir a los indígenas en colombianos se tiende a reducir el
paternalismo y el trato como menores de edad, propio del régimen espa­

Ley 11 de octubre de 1821.


5 de octubre de1828, resolución de Simón Bolívar.
Según el Decreto del 20 de mayo de 1820 y 11 de octubre de 1821, artículo 1°.
112 "FITERE DE T IERRA CAL ENTE. UNA HISTOR IA AMBIENTAL DE COLOMBIA 8501'330"

ñol. Estas medidas también apuntan a disminuir el poder de la Iglesia so­


bre los indios, exceptuándolos de los diezmos.7
La disminución del papel dominante de la Iglesia y su función con res­
pecto a los indígenss tiendnn a revertirse con el nuevo régimen
concordatario, desde 1887. Quizás el más importante cambio de la época
conservadora choca con el proyecto liberal dirigido a disolver los resguar­
dos. Desde entonces, el proyecto conservador trata de integrar a los indíge­
nas a la civilización manteniendo la propiedad comunitaria y reformando
el papel tutelar de la Iglesia. Pero lo que es especialmente relevante para
los propósitos de este capítulo, concentrado en la región amazónica, no es
el problema de los resguardos sino precisamente el papel tutelar de la Igle­
sia: siendo los indígenas amazónicos poblaciones de frontera, no habían
gozado de la figura protectora de los resguardos como merced de la Coro­
na. Las instituciones tradicionales de fronteras son los presidios o fortines
militares y las misiones. A ellas se enfrenaaron siempre los pueblos
amazónicos, en particular, en el caso colombiano, a las misiones. Las es­
trategias misioneras buscaron tanto agrupar a los indios, como reducir su
movilidad. Pero el Estado, para estimulalos o presionarlos hacia el aban­
dono de la vida “errante” promovió la adjudicación de ganados y de baldíos.
Por ello, ya desde la Ley 30 de j'ulio de 1824 se promovieron auxilios
incitando a que las poblaciones “errantes” abandonaran este tipo de vidas
con el propósito de ser más convenientemente evangelizadlos. Desde tiem­
pos de la Corona, las así llamadas reducciones tenían este objetivo. Por
ello, en el Decreto de mayo 20 de 1820 se hacía la distinción entre reduci­
dos y no reducidos, también llamados “naturales”. Este propósito se man­
tuvo por mucho tiempo y se idearon nuevas fórmulas para estimular este
proceso. Por ejemplo, se decretó la exención a los indígenas del servicio
militar por la aceptación de la reducción a la vida social.''1 Esta distinción
entre reducidos y no reducidos hace prácticamenee impensable que la le­
gislación relacionada con resguardos o cabildos se aplique para el caso
amazónico. Esta es una región, como el Chocó biogeojgráfico, los Llanos
Orientales o La Guajira, donde existen pueblos con vida errantEe, por exce­
lencia.
No siempre los republicanos criollos ensayaron estrategias suaves para
reducir a los indios al sedentarísmo. Durante la segunda parte del siglo
XIX también se intentaron estrategias abiertamenee bélicas contra los pue­
blos indígenas de las regiones de selva. Se trataba de introducir la civiliza­

Artículo 10 del 11 de julio de 1826.


Septiembre 18 de 1824. Repartidón de tierras, ganaeería, adjudicación de baldíos. Por elío, ya
desde la Ley 30 de julio de 1824.
9 Decreto, mayo 29 de 1848. Artículo 25 de la Ley 39 de 1868.
AMAZONIA: COROGRAFÍA, QUINA Y CATEQUIZACIÓNNOS 113

ción aceptando que, si era necesario, se podían enviar tropas contra las
tribus “insumisas”.10 No obstante, el Estado como tal prefirió recurrir a
mecanismos con una fuerte función simbólica como es el derecho. La Ley
89 de 1890 constituye la política que definitivamente se dirige a ambos
tipos de indígenas, por una parte, limitando la estrategia de liquidación de
los resguardos pero, a la vez, apuntando a la reducción, es decir, al proceso
civilizador, enfatizando nuevamente el aspecto de la conversión al catoli­
cismo. Civilizar, en este caso, no es un fenómeno secular asociado al desa­
rrollo del comercio o a la construcción del Estado, sino religioso. Con esta
ley, además, se reafirma otra división oficial de la época entre salvajes,
semisalvajes y civilizados.
La Ley 89 se enmarcaba dentro de una nueva lógica posliberal. Con el
Concordato de 1887, un verdadero tratado internacional, se sentaron las
bases de una política que implicaba la abrogación del poder del Estado en
más de la mitad del territorio colombiano que era zona de frontera, territo­
rio de misiones (Bonilla, 1972, p. 59-60). La división de la Ley 89 entre
civilizados y salvajes repartía las responsabilidades y la jurisdicción entre
el Estado y la Iglesia. En desarrollo de la potestad que desde entonces se
reconocía a esta última, la Ley 72 de 1892 “autorizaba al gobierno a delegar
a los misioneros poderes extraordinarios para ejercer autoridad civil, pe­
nal y judicial a los catecúmenos, sobre quienes las leyes del resto del país
no se aplicaban” (p. 58). Los padres superiores se consideraron como super­
intendentes en jefe de la Policía (p. 58), y al colocar al país legalmente bajo
la soberanía de Jesucristo, los funcionarios debían ser aceptados por el
padre superior de la Misión (p. 59).
Se confió a los capuchinos lo que en el pasado intentaron con relativa­
mente poco éxito otras órdenes, en particular, franciscanos y jesuítas. Tuvo
que pasar un siglo para retomar el esfuerzo misionero e intentar reversar
las anteriores circunstancias. El Estado era incapaz de civilizar con una
lógica secular. La tarea encomendada a los capuchinos para la región
amazónica por la nueva alianza entre el Estado y la Iglesia comenzaba por
retomar el camino que, previamente, Agustín Codazzi y Rafael Reyes ha­
bían recorrido. Saliendo desde San Juan de Pasto a 2600 metros de altura
sobre el nivel del mar, pasando por la Cocha a 3000, se asomaba la divisoria
de aguas entre el Pacífico y el Amazonas. Bajando nuevamente a 2600
metros estaba el valle de Sibundoy, el lugar más apropiado para reiniciar la
empresa misionera. Los misioneros habían sido exitosos en la “reducción
de indígenas en las tierras altas y frías”. Toda esta región había sido consi­
derada como baldíos por Agustín Codazzi, quien no había visto las misiones
que existieron en los siglos previos.

10 Ley 40 de 1868.
114 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930"

Como el dominio de los capuchinos arraigó en Sibundoy, vale la pena


recordar algunos antecedentes. En efecto, el valle había atestiguado
intentonas misioneras previas. En 1535, los lugartenientes de Sebastián
de Belalcázar persiguieron a los indígenas mocoas que habían desterrado
de Pasto y quienes descendieron de la cordillera, pasando por Sibundoy. El
valle del Sibundoy aparece de nuevo en registros históricos en 1542 con la
expedición de Hernán Pérez de Quesada en su búsqueda de “Eldorado”.
Estos, al llegar al piedemonte putumayense, es decir el valle al que nos
referimos, lucharon contra los mocoa allí refugiados después del despojo
de que habían sido objeto en el altiplano. Los relatos de la época demues­
tran que no fue una selva inhóspita la que encontraron los hombres de
Quesada sino un “valle de cabañas y mucha población” (Bonilla, 1972, p.
21). En el más antiguo relato, fray Bartolomé de Alamo afirma que los
primeros religiosos de Sibundoy y alto Putumayo fueron los franciscanos.
Ellos habían iniciado en 1547 la cristianización del valle emprendiéndola
contra las “impías creencias de los indios”. Estas misiones iniciaron su
trabajo castellanizando el apelativo de los poblados: Monoy, Putumayo y
Sibundoy, los cuales fueron llamados Santiago, San Andrés y San Pablo.
Aparentemente, los indios sibundoyes en el altiplano acataron rápidamen­
te las enseñanzas de las misiones dejando atrás su tradición religiosa, pero
las rebeliones de los indios en el piedemonte andino se prolongaron hasta
muy avanzado el siglo XVII, ocasionando la ruina de las ciudades de Ecija y
Mocoa.
El censo de 1851 arrojó 600 habitantes en Santiago, 837 en Sibundoy y
300 en San Andrés de Putumayo. Para esta época la contribución del régi­
men republicano y eclesiástico al adelanto de las tribus del alto Putumayo
consistía en que, desde 1828, el Estado mantenía en este territorio un pre­
fecto donde había pocas familias establecidas. En 1849 había ya cuatro po­
blados con escuelas. La presencia eclesiástica se reducía a un vicario y un
ayudante. Codazzi pasó por la zona en la visita al Caquetá. Entre 1873 y
1886 pasaron los miembros de la comisión delimitadora de frontera que
recorrió el bajo Putumayo en barcos de vapor, y algunos comerciantes,
entre ellos la familia Reyes, que había obtenido autorización del gobierno
brasilero para exportar por el Amazonas toneladas de quina y productos
putumayenses. Con el crecimiento de la explotación del caucho, en la últi­
ma década de mil novecientos se incrementó la población blanca, justo en
la época en que llegaron los misioneros capuchinos, cuya presencia alteró
las sociedades de ingas y sibundoyes.
Entre 1890 y 1892 se dictaron tres leyes. La primera, facultando al
gobierno acordar con la Iglesia la implantación de misiones en el Putumayo;
la segunda, ampliando tal autorización a todo el país, y la tercera, desti­
nando dinero para el envío de la primera comisión a la región amazónica.
AMAZONIA: COROGRAFÍA, QUINA Y CATEQUIZACIÓNNOS 115

El Estado firmó un acuerdo con vigencia de diez años en donde se dispusie­


ron unas inversiones; en contrapartida, la Iglesia debía rendir informes
anuales de gestión al gobierno y, a su vez, el gobierno debería proporcionar
auxilios económicos a los doctrineros. Los nuevos intentos misioneros as­
piraron a no repetir la fracasada historia de sus colegas de siglos anterio­
res. Actuarían ahora en mejores condiciones, contando con más apoyo del
Estado republicano y con el comercio creciente derivado del caucho que
implicaría el ingreso de una población nueva a la región. Víctor Daniel
Bonilla Sandoval, en Siervos de Dios, amos de indios. El Estado y la misión
capuchina en el Putumayo (Bonilla, 1968), ha documentado el fracaso par­
cial de la empresa misionera capuchina que aspiraba a civilizar a los indios
amazónicos.
La preocupación del Estado por cumplir con los compromisos adquiri­
dos se sostuvo a pesar de los frágiles presupuestos nacionales. En 1902 se
hicieron cambios atribuyéndole al Estado mayores compromisos tales como
la obligación de proveer a las misiones, sin interrupción, de los medios
necesarios para su vida y crecimiento; la dejación en manos de “jefes mi­
sioneros” de la dirección de las escuelas; el compromiso de ceder una can­
tidad de tierras baldías para el servicio y provecho de las misiones, las
cuales se destinaban para huertas, sembradíos, sin exceder la suma de
1000 hectáreas. A cambio, la Iglesia se comprometía a difundir la civiliza­
ción cristiana, apoyar el fomento y la prosperidad material del territorio y
de los indios en él establecidos. Estos acuerdos preparaban una cruzada
misionera en la Amazonia, con lo cual las misiones tenían vocación de con­
vertirse en verdaderos paraestados. La Ley 72 de 1892 había dispuesto que
el gobierno podría “delegar a los misioneros facultades extraordinarias para
ejercer autoridad civil, penal y judicial sobre los nativos salvajes, para lo
cual se suspendía la acción de leyes nacionales hasta que salido del estado
salvaje estén en capacidad de ser gobernados por ellas”.
En 1893, las misiones comenzaron a percibir los auxilios económicos
del gobierno; también se inició la organización de giras apostólicas. La
instalación de un centro misionero en el Valle del Sibundoy se convertiría
en una especie de cuartel general de la penetración. El primer testimonio
optimista sobre el estado espiritual de las tribus sibundoyas lo dio el padre
Benigno de Canet de Mar: “Los indios son todos cristianos y de costumbres
apacibles, no hablan todavía el castellano, por lo menos ordinariamente, si
bien se dan a entender en ese idioma”. Con el refuerzo de nuevos colonos
en Sibundoy, de un lado, migrantes provenientes de damnificados de los
movimientos sísmicos ocurridos en 1897 y 1899, de otro -aventureros que
animados por el caucho y la quina se encaminaron hacia el Amazonas asen­
tándose finalmente en el valle—, la empresa civilizadora podría estar ga­
rantizada. A pesar del énfasis eclesiástico para hacer justicia, civilizar era
116 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930".

no sólo cristianizar sino, como lo decía Reyes siguiendo una idea difundida
en la época, poblar. Pero los misioneros, por tradición, habían defendido
algunas veces los derechos de los nativos. En este contexto se entienden
las palabras en tono de denuncia de fray Canet de Mar:
Y como en aquellos tiempos no existían allí más habitaciones que
las de los indios, los blancos las iban ocupando a manera de arriendo
baladí, como una piedra de sal, telas y otros objetos de bajo precio...
Luego, a medida que iba pasando el tiempo los blancos ponían en
aquellos terrenos animales como vacas, cerdos, y otros semovientes
y por cuanto las sementeras de los indios no estaban defendidas por
cercos, resultaba que con frecuencia causaban daños... y tan pronto
como realizaban las cosechas, aun antes dejaban paso libre al gana­
do. Ante este proceder, los indios viéndose perjudica dos en sus tie­
rras, sementeras y casas comenzaron a alejarse del pueblo y a vengarse
de sus opresores siempre que podían... (Bonilla, 1968, p. 67).
De lo anterior se deduce que los blancos iban apoderándose de terre­
nos, de tal forma que en 1895 el concejo de Mocoa aprobó la segregación de
70 hectáreas para la fundación de un pueblo llamado Molina. Para 1897 los
colonos comenzaban a construir el caserío, pero los indígenas, en defensa
de su patrimonio, intentaron lograr la restitución de sus tierras. Las Mi­
siones llegaron a respaldar a los indígenas contra la invasión, con lo cual se
originó un conflicto. Finalmente en 1902, con la intervención de otro fraile
capuchino, Lorenzo, el cabildo indígena de Sibundoy cedió a los colonos
una zona de terreno en donde se fundó el pueblo de San Francisco. En los
siguientes años se vio cómo los indígenas se alejaban cada día más de los
blancos, muchos para int^^r^mrr^ en las “montañas” (que quiere decir sel­
vas), lo que se consideró como una manifestacínn del salvajismo de
sibundoyes e ingas.
El 20 de diciembre de 1904 Roma estableció la Prefectura Apostólica de
Caquetá y Putumayo. Un salto cualitativo en este proceso civilizador ocu­
rrió con el nombramiento de Fidel de Montclar quien fue designado por la
Santa Sede en enero de 1905 como prefecto apostólico del Caquetá y
Putumayo, el cual a su arribo al valle del Sibundoy declaró:
La conquista del Putumayo para la civilización cristiana requería
cambiar la actitud proindiana y evangelizadora que caracterizaba la
labor de los misioneros criollos allí instalados por una más enérgica
y acorde con los patrones occidentales de vida. Se trataba de introdu­
cir la civilización a las “selvas vírgenes” con un sentido moderno:
propiciando el desarrollo económico del territorio, aperturas de ca­
minos, fundación de poblados, fomento agropecuario y comercial
(Bonilla, 1972, p. 106).
Fray Fidel de Montclar era un agente eclesiástico modernizare: en su
concepción, para civilizar no bastaba catequizar sino impulsar el progreso
material. Con todas estas aspiraciones, el padre Montclar solicitó al Estado
AMAZONIA: COROGRAFÍA, QUINA Y CATEQUIZACIÓNNOS 117

aumento económico para el mantenimiento y la alimentación de las misio­


nes, así como la facultad para crear escuelas y nombrar maestros.
Este cambio también modificó la política misionera relacionada con tie­
rras. El padre Montclar, haciendo uso de las leyes que permitían el reparto
de resguardos, procedió a distribuir tierras adjudicándoselas a los colonos;
la misión capuchina ocupó las mejores tierras de los resguardos. Se reco­
noció como bienes de la misión las donaciones de los indígenas a sus patro­
nos y cuasi-parroquias, lo adquirido en diezmos y demás ingresos
eclesiásticos. Se comprendían aquí también los implementos para la vida
diaria, joyas de ingas y sibundoyes, propiedades urbanas y posesiones rura­
les. Entre tanto, los misioneros incrementaban la producción mediante
imposición laboral. Dice Bonilla que “a los indios se les obligaba a trabajar
los lunes en la construcción de iglesias y edificios para escuelas y para
habitaciones de los padres..."(Bonilla, 1968, p. 77).
El padre Montclar consideraba que la civilización de los indios avanza­
ría más ágilmente con el contacto del hombre blanco ya que así recibirían
lecciones prácticas en maneras y costumbres, las cuales siendo las de los
hombres civilizados son menos repugnantes (Bonilla, 1972, p. 106). Montclar,
además de traer españoles, pensó en traer antioqueños de pura cepa cató­
lica, pero acabó resignándose con traer mestizos y negros provenientes de
la región del Pacífico.11
Los misioneros, con el afán de obtener éxito en sus actividades, em­
pleaban medios tales como premios y castigos. “Todo se utilizaba para for­
zarlos” (Bonilla, 1972, p. 79). Como consecuencia de estos actos, los indios
abandonaban los poblados ya fundados. Según Bonilla, no se puede decir
entonces que el fracaso de las misiones se dio por los problemas entre
indígenas y colonos. Tampoco se podría asegurar que ello ocurrió por la
actitud de rechazo de los aborígenes al cambio progresista. Lo que ocurrió
fue que la política capuchina contribuyó mucho al éxodo de los indios a la
selva. Con el incremento de la invasión criolla, y por los procedimientos
capuchinos, el pacifismo sibundoy pasó a actos violentos encaminados a
desterrar a los colonos y hacer que los misioneros dejaran sus tareas
“reductoras”.
Decir rotundamente que el intento misionero fracasó sería exagerado
o incorrecto. El éxito misionero fue importante en las tierras frías del valle
de Sibundoy. Sin embargo, su intento de extender la civilización cristiana
montaña abajo fue lento, penoso y no pasó de un área restringida. Incluso,
el éxito en el altiplano de Sibundoy acabó convirtiéndose en contra-argu­
mento para los capuchinos. En el informe de 1916 se encontró referencia
cuantitativa a los bienes rurales de la Misión: “Exceden de mil las hectá-*

" Bonilla cita a Montclar en un "Informe de 1916" (Bonilla, 1972, p. 14-15).


118 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 850-1930"

reas de terrenos ocupados en sementeras y potreros, su desarrollo es tal


que puede competir con los mejores centros agrícolas del sur. Se han intro­
ducido 40 novillas de raza Durham para mejorar el ganado existente; así
mismo, se ha introducido la cría de ganado caballar, lanar, mular de cer­
do...” (Bonilla, 1968, p. 151).
Esta prosperidad misionera fue cuestiona da, acusando a los frailes de
enriquecerse con el patrimonio del Estado. En la explicación a la Junta
Arquidiocesana sobre el uso de los fondos recibidos con destino a la evange-
lización del Caquetá y Putumayo se afirma que:
La misión por su cuenta ha seguido con regularidad y constancia
según lo ha permitido los recursos de que hemos podido disponer, la
desecación de una gran extensión de terreno cuyas excelentes condi­
ciones son bien conocidas. Con el fin de aprovecharlo cor^trizamos a
abrir zanjas que debían llevar las aguas estancadas hacia el río San
Pedro. Desde un principio pudimos apreciar los excelentes resulta­
dos de esta obra. Quedaron completamente secos una considerable
extensión de terrenos. Animado por este éxito se ha continuado ex­
tendiendo esta zanja hasta formar una gran red, que ha desecado
una notable extensión de ciénaga, que se ha de convertir en dehesa.
...Desde luego, y nos apresuramos a confesarlo ingenuamente, esta
empresa nos ocasiona grandes gastos de consideración... Se ha pro­
seguido a pesar de eso la obra, porque comprendemos que en ello
existe un seguro porvenir para la misión (Bonilla, 19618, p. 150).
Todos estos actos justificaban las acusaciones sobre la apropiación de
dineros públicos que deberían ser destinados al desarrollo regional. Se sa­
bía que la misión capuchina recibía del gobierno nacional sumas superio­
res a las invertidas en la administración civil del territorio. En 1917, la
crisis fiscal exigió una drástica reducción presupuestal por lo que se exclu­
yó del presupuesto nacional en 1918 el auxilio económico a favor de la
Junta Arquidiocesana de Misiones, lo que constituyó un duro golpe a las
misiones de Caquetá y Putumayo, por cuanto flotaban rumores de malos
manejos o de fracasos en las actividades misioneras. Así se entiende la
solicitud de un alto funcionario en el sentido de que ”se hiciera algo en
vista de que el dinero nacional se empleaba única y exclusivamente en
beneficio particular de las misiones, que era cierto que éstos derribaban
montañas, pero que allí hacían valiosas fincas para ellos, para su propiedad
particular”. Estos acontecimientos y rumores hicieron que se le suspendie­
ra a la Junta Arquidiocesana la ayuda económica.
En su defensa, el padre fray Montclar manifestaba la “poca previsión”
de la Junta Arquidiocesana que impidió la continuación de los auxilios a su
prefectura. Afirmaba que “No somos tan miopes que no veamos con toda
precisión que nos es indispensable procurar vida independiente a la prefec­
tura debido a la posibilidad que algún día surja un gobierno adverso que
AMAZONIA: COROGRAFÍA, QUINA Y CATEQUIZACIÓNNOS 119

retire todo auxilio para la obra de las misiones, y representaría el más


tremendo y seguro fracaso para todo el territorio; no podríamos sostener­
nos en él”.
Si el énfasis civilizador confiado a la Iglesia enfatizaba el aspecto
catequizador, el padre Montclar emparejaba el interés espiritual con el
progreso material ampliando el horizonte del carácter civilizador de esta
empresa. Lo que en la literatura colombiana no se ha reconocido suficien­
temente es que el trabajo de la Iglesia implicaba además una gesta patrió­
tica, ya que estaba orientado a un esfuerzo de nacionalización en unas
regiones remotas que el Estado era incapaz de alcanzar. La alianza del
Estado con la Iglesia le reportaba al primero una herramienta de expan­
sión de su dominio que, debido a que no contaba ni con los recursos ni con
la capacidad humana, aceptaba el apoyo de la Iglesia. La victoria conserva­
dora y el reconocimiento con la Constitución de 1886 del confesionalismo,
no eran un simple triunfo de la Iglesia en contra del Estado. Eran más bien
un reconocimiento de que la Iglesia podía desempeñar con mayor éxito las
funciones del Estado en algunas regiones. Bajo esta lógica se reconoció la
religión católica como la oficial del país.
Esta idea nacionalizadora ha sido documentada en otros países de la
cuenca andina amazónica. Pilar García Jordán y Nuria Sala i Vita en La
nacionalización de la Amazonia (1988) analizan el papel desarrollado por
las misiones católicas en apoyo a los gobiernos como constructoras de la
nacionalidad, y como defensoras de la soberanía nacional en el “oriente”
amazónico. Ellas estudian lo ocurrido entre 1850-1920, y muestran que
esta tarea fue responsabilidad de los misioneros cuando se les confiaron
unas zonas fronterizas como consecuencia de una política que priorizó el
establecimiento de misiones como instrumento más adecuado para nacio­
nalizar territorios. Este estudio se centra en Perú, Ecuador y Bolivia. Jordán
y Sala sostienen que la Amazonia se hizo visible a los gobiernos hacia me­
diados del siglo XIX como consecuencia del proyecto de los grupos dirigen­
tes de organizar el Estado-nación, cuando se aprobaron leyes relativas a la
navegación por río, colonización de territorios, reducción de indígenas y
explotación de los recursos económicos. Esta política, que trataba de hacer
efectiva la ocupación del territorio amazónico, provocó conflictos interna­
cionales. La apropiación simbólica del territorio por Colombia esperaba
una apropiación material. Pero la estrategia nacionalizadora acabó resol­
viéndose, durante las tres primeras décadas del siglo XX, no tanto por
mecanismos misioneros, sino por el bizarro y paradójico entrelazamiento
de sucesos diversos de carácter económico-social, la explotación del cau­
cho, y por vías diplomáticas o militares.
En este sentido se reafirma que las misiones colombianas fracasaron
en su intento civilizador. En resumen, la conversión al catolicismo sí tuvo
120 “FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIAI850-1930".

un éxito relativo, pero en un área geográfica restringida: las tierras altas y


frías del Valle de Sibundoy y sus alrededores. De otro lado, la civilización
como inducción a los valores modernos de carácter económico, al estilo
Montclar, sólo sirvió para hacer prosperar las misiones, pero no para cam­
biar la mentalidad de los nativos. Y por último, la civilización como nacio­
nalización del territorio o construcción de un poder estatal en la región
amazónica fue uno de los aspectos en que las misiones no tuvieron ningún
éxito. Al contrario, la incorporación del territorio amazónico dentro del
poder estatal colombiano ocurrió por una paradoja de la historia. Los
caucheros peruanos introdujeron otra forma civilizadora del capitalismo
salvaje, pero sin pensarlo, acabaron sentando las bases para la posterior
apropiación colombiana de su territorio amazónico, en un proceso de nego­
ciación diplomática que tuvo sus escaramuzas militares. Las vicisitudes de
este otro aspecto del proceso civilizador, el intento de domesticar el paisaje
amazónico, es lo que se estudiará en el siguiente capítulo.
Libro: Nación y Etnias Los Conflictos Territoriales en la Amazonia 1750-1933 -
AMAZONAS. Autores: Camilo Domínguez, Augusto Gómez
ISBN 958-95596-4-6, Primera Edición Julio de 1994, Disloque Editores Ltda.Pg.
185 “Los vigilantes de los huitotos incluían unos 400 adolescentes indígenas
(“boys”) adiestrados desde la infancia para matar” (Collier, 1968, Pp. 128-129).
CAPÍTULO 6

Caucho, geopolítica e imaginarios

espués de haber examinado la descripción de Codazzi, el rol de los


D empresarios colombianos de la quina y de los misioneros, este capítulo
intenta examinar dos nuevos actores durante las tres primeras décadas del
siglo XX. El primero son los barones del caucho y el segundo el Estado
colombiano. El capítulo finaliza presentando los imaginarios colombianos
sobre la Amazonia, los cuales oscilan desde la idea de Eldorado hasta la de
un “infierno verde”. No obstante el efecto profundo de estos imaginarios en
la conciencia colectiva colombiana, ellos acabarán siendo menos duraderos
que las definiciones diplomáticas y cartográficas. Estos instrumentos
geopolíticos constituyeron también otros mecanismos simbólicos que no
cambiaron en términos materiales el paisaje amazónico aunque sí en su
organización territorial.1
Caucho: conquistar, comerciar y civilizar

En 1908, Eugenio Robouchon, un fotógrafo francés, visitó la región del


Putumayo. La Rubber Peruvian Company lo contrató con la intención de
desvirtuar las acusaciones que estaban surgiendo en contra de la compañía
sobre malos tratos a la población indígena, y para que diera fe de los apor­
tes que la empresa cauchera estaba haciendo a la civilización a través de la
extracción de la balata2 y la organización de numerosas casas comerciales.
Cuenta en su relato de viaje que, cuando llegó a una maloca, sólo encontró
dos mujeres y un hombre. Los invitó a salir después de intercambiar cuen­
tas de colores. Procedió a tomarles fotos pero cuando empezó a medirlos,

Ver Mapas 4 y 5.
Uso el término caucho en sentido general, aunque hay importantes distinciones entre varieda­
des La palabra "jebe" es usada en la literatura como el árbol. En cambio "balata" es la leche que
se extrae del caucho.
124 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA INT^ TAI DE COLOMBIA1850-!930".

las mujeres salieron despavoridas. El muchacho se quedó pero temblando


de miedo. Le dio otras cuentas y un cuchillito con lo cual se tranquiiízó y
luego se dejó medir. “Mientras tanto las dos viejas -dice Robouchon- de
regreso del bosque, se habían deslizado en la choza por el lado opuesto y
levantando algunas de las palmas del techo, nos miraban cuchicheando,
muy admiradas de aquellas maniobras, que ciertamente debieron parecer-
les cosas de magia” (Robouchon, 1907, p. 29-31),
Lameetablementa, las prácticas de la civilización occidental que se in­
tensificaron a fines del siglo XIX en la Amazonia, no se reducían a los
divertimientos científicos de Robouchon. Con el auge de la cauchería, desde
1880 las actividades extractivas se acompañaban de intercambios comer­
ciales y de en la región. La expansión de Iquitos permitía un
fluido enlace desde el Alto Srlimoes,3 entre la Amazonia peruana y la
brasilera, a través de Manaos y Belém do Pará. La región del Putumayo y
el Caquetá, relativamenee aislada de los flujos comerciales y misioneros
desde fines del siglo XVIII, empezó a ser más intensame^e reenlazada por
la extracción del caucho. Estos territorios empezaron así a verse más pre-
sirnadre por la penetración de la civilización.
Civilizar no sólo era seguir una serie de rituales científicos, sino tam­
bién “comerciar” en una variante de origen hispanoamericano. En 1910,
Julio César Arana fue interrogado por sir Roger Casement en la investiga­
ción que se inició por las denuncias en Gran Bretaña contra la Rubber
Peruvian Company debido a que los indios del Putumayo eran utilizados
como mano de obra esclava en la industria del caucho. Como en esa compa­
ñía había una fuerte inversión inglesa, la Crrrea había comisionado a
Casement para esclarecer los graves hechos. Arana, como uno de los mayo­
res propietarios y gran magnate de la cauchería peruana, ingenuamente
declaró que él había conquistado a los indios en cuestión. Ante la sorpresa
de Casement por la ingenuidad o desvergüenza del cauchero al utilizar la
palabra “conquistar”, Arana hace dos aclaraciones sobre el uso de la misma
en español: la primera es que conquistar se refiere al juego amoroso a
través del cual un hombre enamora a una mujer. La segunda acepción, es
equivalente a “comerciar” (Taussig, 1987).
Arana había logrado montar un verdadero emporio cauchero a comien­
zos del siglo XX y sus negocios penetraron en un territorio disputado entre
Colombia y Perú, incluyendo la banda norte del Putumayo, llegando hasta
el Caquetá, el Caraparaná y el Igaraparaná, región que a mediados de la
década de los veinte fue reconocida en los tratados firmados entre los dos

3 Como llaman los brasileras a la porción del Amazonas aguas arriba de Manaos, es decir, la zona
que antecede al "Encuentro de dos aguas" que es la ccnfluetcia ente el río Negro y el
Amazonss.
CAUCHO, GEOPOLÍTICA E IMAGINARIOS 125

países como colombiana. Junto con otro legendario cauchero peruano,


Fitzcarraldo,4 Arana se convirtió en uno de los dos más destacados caucheros
de Perú. Independientemente de las definiciones cartográficas y los trata­
dos internacionales, Arana medró sobre un vacío dejado por los colombia­
nos, boquete que se empezó a abrir desde el abandono de Rafael Reyes de
sus actividades comerciales en el Putumayo y el Amazonas.
En efecto, una vez Rafael Reyes obtuvo un capital respetable -con la
extracción de quina- y logró establecer la navegación de vapor desde terri­
torio colombiano por el río Putumayo hasta el Atlántico con la concesión
que le hizo el emperador brasileño Pedro II, decidió marchar a Argentina
en 1885. En vez de llegar a Buenos Aires, con su experiencia tropelera y
empresarial, Reyes se convirtió en uno de los más destacados generales
conservadores, lo cual lo detuvo en territorio colombiano. Para organizar
su viaje al sur del continente había vendido sus derechos de navegación y
comercio por el Putumayo a un peruano de apellido Benavides. Unos cuan­
tos quineros colombianos desperdigados en el paisaje amazónico empeza­
ron a reconvertir sus actividades extractivas que, con el boom del caucho,
desde 1880, se perfilaban como el negocio amazónico de fin de siglo.
Desde entonces, y por casi más de dos décadas, no fue el Estado quien
intentó civilizar sino la Iglesia y la “iniciativa privada”. No se trataba sólo
de desinterés, sino también de incapacidad por parte del Estado de apro­
piarse materialmente de estas dilatadas regiones de frontera. Las energías
del Estado se consumían regularmente en sofocar las constantes rebelio­
nes de alcance regional y nacional producto de las guerras partidistas en­
tre liberales y conservadores. Por ello, la “iniciativa privada”, en este caso
peruana, acabó medrando cuando Colombia se embarcaba en luchas
fratricidas que condujeron a la redefinición de sus fronteras en la esquina
noroccidental y en la suroriental. En un extremo de su geografía, Colombia
vio desmembrar su territorio con la secesión de Panamá, mientras que en
el otro estuvo a punto de perder todas sus aspiraciones de acceder al río
Amazonas. Esto último ocurrió, de una parte, porque los misioneros capu­
chinos, con grandes trabajos y penalidades, apenas se empezaban a asentar
en la zona alta de la cuenca amazónica, en Sibundoy. Tal como lo hemos
narrado en el capítulo anterior, ellos sólo tuvieron éxito en la alta montaña
de la cuenca amazónica, todavía a 2600 metros sobre el nivel del mar, lejos
de la llanura. De otra parte, Arana se convertía rápidamente, en la planicie
amazónica, en amo y señor de vastos territorios, esclavizando a la pobla­
ción nativa. Así, mientras que los misioneros avanzaban lentamente, ade­
lantando dos pasos y retrasándose uno, tratando de descender por la
vertiente oriental andina en su empresa civilizadora, Julio César Arana

4 Inmortalizado en la película de Werner Herzog.


126 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTOR!A AMaiNTA-AL DE COLOMUA^EO-TOO".

venía civilizando, pero como una ráfaga. Si para unos civilizar era cristiani­
zar con una nueva mentalidad modermzadora, para el ambicioso empreí^a-
rio peruano era comerciar y organizar la explotación del caucho.
La región poseía fuerza de íi^^I^^^o abundante sin economía monetari,,
lo que facilitaba el sistema de endeude (Robouchon, 1907, p. 55). Se trataba
de un territorio de refugio de indígenas que escapaban de las “correrías” y
“resgates” de portugue^s, práctica iaveteraaa de secuestro y esclavización
de la población nativa desde épocas coloniales. Mientras a fines del siglo
XIX, en Brasil se abolía definitivamente el sistema esclavista, Arana y otros
caucheras lo oem(^^^nM en el Put:umyyo, Caqueáá, Igarpaaraná y
Caraparaná. A diferencia del Brasll, en HispanoamOrira no fue común la
esclavización de indios durante la Colonia. Para consolidar su poder en la
región, no obstante, Arana tuvo que deshaceree poco a poco de los cauche ros
colombianos a .sangre y fuego.
El proceso a través del cual Arana se apoderó de los inmensos territo­
rios disputados entre Perú y Colombia fue precedido por la pérdida de in­
fluencia de los colombianos en la región. En realidad, Arana no dominó
inmediatarennte el territorio del caucho colombiano con la salida de Reyes
de la región amazónica. Tuvieron que pasar unos quince años, entre 1885 y
1900 para que todas las circunstancias se conjugaran y lo favorecieran.
Unos cuantos caucheros colombianos, tales como Benjamín Laoramaaa ' y
Crioóotomo Hernández, amigos de Reyes, Rafael Tovar y Eladio Trujillo,
entre otros, decidieron continuar comeocir.ado a través de Iquitos (Gómez,
1996; Pennano, 1988, p. 163). Robouchon, el fotógrafo francés contratado
por Arana para mostrar el avance de la civilización en estos territorios,
reconoce la presencta de eotoo caucheros colombianos desde 1880 en el
Caquetá y el Putumayo.
El impulso civilizador del territorio y la gente de la planicie amazónica
-que acabó siendo legal y diplomátícamnnte reconocido a Colombia- fue
peruano y Arana fue figura central en este proceso. Arana era de Rioja,
pueblo de “montaña”, como solían llamar los peruanos a la selva amazónica.
Su familia vendía sombreros de Panamá a los caucheros, entre otros. A los
veinte años colocó un puesto comercial en Tarapoto, en sociedad con su
cuñado Pablo Zumaeta, y se convirtió en un comerciante a “regatón”5 6 en
los oíos Yuvarí, Purús y Acoe' En 1896 ya era un “oubaviador” que se esta­
bleció en Iquitos, pero oápidamnnte, con la compañía Julio Cesar Arana y
H^os^. eotableció conexiones con Lisboa, Nueva York y Londres (Peaaano,
1988, p. 163). Inicialmente Arana -que a fiaeo del siglo XIX ya era un avia­
dor-,7 que hacía la aavegación por el río Putuntayo desde 1896, tuvo que
asociarse con colombianos.
5 Algunas veces es citado como Larraniaga y otras como Larrañaga.
6 Comerciartte al detal.
7 Aviador le llamaban a los empresarios que adelantaban herramétn^^s y remesas a cambio del
caucho.
CAUCHO, GEOPOLÍTICA E IMAGINARIOS 127

No siempre existió esta rivalidad entre peruanos y colombianos. El


general Pedro Portillo, prefecto del departamento de Loreto, la región
amazónica que tiene como capital a Iquitos, nos da unas claves que ayudan
a comprender este proceso. En su reporte sobre los “Acontecimientos rea­
lizados en los ríos Ñapo, Putumayo, Yuruá, y Purús en los años 1901 a
1904”, cuenta que “La casa Larrañaga controlaba el Igaraparaná pero hubo
sublevación de semisalvajes, pero este prefecto ayudó a socavar el levanta­
miento. Después de que los huitotos mataron a dos trabajadores de
Larrañaga, éste se reunió con veinticinco de ellos y los mató. Fue citado a
Iquitos y exonerado de responsabilidad después de hacer sociedad con Ara­
na. Dos años después murió y Arana compró todos los derechos de explota­
ción del caucho en la región”.8 Diversos textos sugieren la hipótesis de un
asesinato cometido por órdenes de Arana.
No se trató de un caso aislado pero tampoco se pretende implicar que
los empresarios peruanos eran sangrientos y los colombianos no. La inde­
finida delimitación fronteriza favorecía la impunidad de unos y otros, los
caucheros colombianos primero, y luego la de Arana. Pablo Zumaeta, cuña­
do y abogado defensor de Arana, en los memoriales presentados ante la
justicia peruana en la investigación contra Arana y la Rubber Peruvian
Company de la cual era el gerente, dice que el inexperto investigador en­
viado por la ilustrísima Suprema Corte de Perú, Joaquín Paredes, nos cuenta
que “las primeras hecatombes” (asesinatos de indígenas), comienzan con el
colombiano Larrañaga, jefe de la Chorrera, y los siguientes con Víctor
Macedo. Esta masacre de huitotos tuvo sus antecedentes: “que en 1901 los
colombianos Rafael Tovar y Eladio Trujillo, Plata y otros fueron puestos
presos a instancia del cónsul colombiano en Iquitos pero fueron puestos en
libertad porque habían cometido delitos en territorio colombiano”. En es­
tos memoriales, Zumaeta trata de argumentar la soberanía peruana en la
región y por ello dice que el concepto del juez peruano en cuanto a que se
trata de territorio colombiano “es erróneo” (Zumaeta, 1913, p. 14).
Ya en 1905 Arana controlaba unas doce mil millas cuadradas que com­
pró a un costo irrisorio de ciento dieciséis mil setecientas libras (116.700),
que compara con las novecientas mil (900.000) ofrecidas al boliviano Nico­
lás Suárez en 1905 o los doce millones que le ofrecieron en 1910 (Pennano,
1988, p. 63). La Casa Arana alcanzó a tener cuarenta casas comerciales
diseminadas por la región. En 1905, con esa inmensa propiedad territorial,
Arana viajó a Londres y en 1907 convirtió la empresa en The Peruvian
Rubber Company con el aporte de capital británico. La jugada de Arana no

Los "Acontecimientos realizados en los ríos Ñapo, Putumayo, Yuruá, y Purús en los años 1901
a 1904, siendo prefecto del Departamento de Loreto el General Pedro Portillo", Archivo de la
Biblioteca Amazónica de Iquitos, p. 25.
1 28 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIAI850-1930".

era completamente original. Con el aporte británico no sólo conseguía ca­


pital sino garantizaba algo que ya conocían las elites latinoamericanas quie­
nes durante el siglo XIX se aliaron con empresarios europeos o
norteamericanos. La presencia de capital y propiedades pertenecientes a
potencias extranjeras eran una especie de póliza de seguro contra posibles
confiscaciones por parte de grupos o partidos insurrectos triunfantes.
Arana construyó un verdadero emporio. Mientras se apoderaba de in­
mensos territorios, ampliaba el número de casas comerciales, contaba con
varios barcos, entre ellos El Liberal -en el que viajó Casement-, El
Putumayo y Preciada, y las lanchas Huitota y Maizán. También había lo­
grado esclavizar y forzaba a trabajar a los pueblos indígenas residentes en
la región, entre ellos andokes, boras, muinanes, nonuyas, ocainas y uitotos,
siendo estos últimos los más numerosos (Robouchon, 1907, p. 42), en total,
entre cincuenta y cien mil indígenas de la Amazonia reclamada por Colom­
bia.
Las virtudes empresariales de Arana se pusieron al servicio de un capi­
talismo poco civilizado, más bien salvaje. La ejecución y tortura de indíge­
nas ha sido documentada hasta la saciedad en diferentes documentos de la
época, en periódicos locales en Perú y Colombia, pero también en Brasil,
Estados Unidos y Gran Bretaña (Pennano, 1988, p. 165).9 Quizás el docu­
mento más famoso es el producido con el reporte de Roger Casement, el
cual ha tenido diferentes versiones. Primero, apareció el llamado el Libro
azul del Putumayo, editado por ingleses; luego, el Libro rojo editado por el
gobierno colombiano, y un libro recientemente publicado bajo la dirección
del irlandés Angus Mitchell, que incluye una serie de documentos clasifica­
dos por el gobierno británico que, en la época, fue acusado de tener su
propio Congo en el Putumayo, en alusión a los escándalos del rey Leopoldo
de Bélgica en ese país (Mitchell, 1997; Zumaeta, 1913, p. 14).10
Prefacio de Mitchell: 1909-1914, documentación del genocidio basado
en Black Diaries. Estos fueron dados a la luz pública en marzo de 1994.
El genio empresarial de Arana se sustentaba en realidad en una infra­
estructura económica y militar peruana que superaba con creces lo que
Colombia tenía en la región. En particular, Iquitos era el eje del dominio
peruano sobre el Amazonas y el enlace con los puertos que lideraban las
exportaciones, es decir, Manaos, en la confluencia del río Negro con el
Amazonas y Belém en la desembocadura de este último. Siendo un poblado

El Comercio de Lima publicó las atrocidades. Benjamín Saldaba Roca, periodista de Iquitos, hizo
lo propio en La Felpay La Sanción. El periodista de Estados Unidos fue otro que realizó denun­
cias tempranas. Los archivos municipales de Iquitos se quemaron en 1991 y con ello se perdie­
ron los periódicos correspondientes que pueden descansar en Lima y en otras bibliotecas.
Prefacio de Mitchell: 1909-1914, documentación del genocidio basado en Black Diaries. Éstos
fueron dados a la luz pública en marzo de 1994.
CAUCHO, GEOPOLÍTICA E IMAGINARIOS 129

de cinco mil habitantes en 1850, Iquitos recibió cuatro corbetas militares


en una decisión del general Castillo, mandatario peruano de la época, y
que los peruanos han considerado una decisión histórica (Morey y Sotil,
2000). Los escritores locales celebran la llegada de la alta chimenea a Iquitos
antes del terminar el siglo XIX como signo de modernidad. Antonio
Raimondi, geógrafo de origen italiano como Codazzi, hacia la década de los
setenta del siglo XIX, celebra que “animados grupos de personas vestidas a
la europea” llegan a Iquitos en los vapores que circulan por el Amazonas.
Agrega que “es un hecho reconocido que toda población habitada puramen­
te con indígenas se halla en decadencia” (Raimondi, 1876: I, p. 400). En
cambio, las ciudades de “blancos y mestizos van progresando con rapidez”
(p. 398). Y prosigue Raimondi: “El terreno cubierto pocos años ha por un
espeso y virgen bosque, se halla transformado como por encanto en una
factoría, donde se ven funcionar admirables máquinas, dirigidas por hom­
bres inteligentes venidos de ultramar”. Y agrega que el “pájaro carpintero
ha sido sustituido por el aserrador y el graznido del inmundo sapo ha sido
sustituido por el ruido de unas hermosas sirenas de vapor...” (p. 400).
Este aparente desarrollo industrial de la región no debería servir para
hacer generalizaciones. Sería completamente erróneo extender esta ima­
gen a la Amazonia colombiana. Como lo explica Wade Davis en su relato
sobre la vida del famoso etnobotánico Richard Evans Schultes,
La Amazonia noroccidental (sic) de Colombia era y sigue siendo el
área más agreste de América del Sur. La cuenca amazónica tiene
ochenta mil kilómetros de ríos navegables y mil afluentes principa­
les, veinte de los cuales son mayores que el Rin. Once de ellos corren
sin rápidos más de mil seiscientos kilómetros. Las tierras bajas de
Colombia, por el contrario, incluyen sólo un río principal navegable,
el Putumayo; raudales y cascadas interrumpen a todos los demás.
Los vapores que hace ciento cincuenta años convirtieron el Amazo­
nas brasileño y peruano en una vía pública, nunca han podido pene­
trar en el corazón de Colombia (Davis, 2001, p. 212).
De hecho, algunas elites colombianas fueron conscientes de las dificul­
tades físicas que otros Estados de la región hubieran tenido en caso de
querer apropiarse de la parte colombiana. Por ejemplo, ya en 1886, José
María Vergara y Velasco en su sección de Geografía Militar afirmaba que
dadas las dificultades topográficas, ni los colombianos pueden enviar tro­
pas allá, ni las regiones arriba de los rápidos podían ser tomadas por ene­
migos brasileros o peruanos (Vergara, 1901, p. 1001).
Pero volviendo al punto, la práctica esclavizadora pareciera ser más
común de lo esperado en unos países que habían abolido la esclavitud. En
particular, en otras partes de la Amazonia peruana, Olivier Ordinaire, un
viajero francés, vicecónsul en El Callao, que decide explorar el paso del
Atlántico al Pacífico saliendo de Perú, en 1882, nota la condición de escla­
130 "FIEBRE DE TIERRA CALIEME. UNA HISTORY AMBIENTAI. DE COLOMBIA 1850-1930".

vitud de los “salvajes”, como se solía decir en la época. En el trayecto del


Pichis al Ucayali, la expedición de Ordinaire encontró tres o cuatro campa­
mentos de indios buscadores de oro. Dos “cashibos” que acompañaban la
expedición les gritaban desde el bote a estos indios, “pero en lugar de gri­
tar: ¿quién vive? O, ¿quién es?, se preguntaban mutuamenee: ¿de quiénes
son? Y respondían somos de fulano (sic)” (Ordinaire, 1988).
La explotación del caucho en una época de esclavización tardía, cuando
desde 1850 había sido abolida por ley en Colombia, es amai^g^í^m^nte recor­
dada en el imaginario eacirnal colombiano, lo cual no ocurre de la misma
maner^a ni en Perú ni en Brasil por diversas razones. Que la economía
extractiva del caucho haya generado importanees procesos de acumulación
en Iquitos, Manaos y Belém do Pará puede ser un factor para que sea
recordada como un triunfo regional, aunque pasajero.11 El hecho de que en
Brasil los siringueiros fueran no sólo grandes empresarios territoriales
sino también pequeños y medianos campesinos, contrasta con los famosos
empresarios territoriaies de los cuales Arana y Fitzcarraldo son sólo dos
buenos ejemplos. El imaginario sobre una Amazonia infernal es otra razón
fundamenaal que exploraremos más adelante en este capítulo. En un re­
porte de un intend^c^nte del Putumayo de 1906, se constata que los caucheros
tienen la fama de ser conquistadores despiadados comparables a los denun­
ciados por Bartolomé de Las Casas en las primeras décadas de la conquista
del Caribe. Dice el citado que la natural suerte de los salvajes
es empeorada por los caucheros:
Pero no debo dejar de informar que sobre ser salvajes los primitivos
hijos de las selvas del desierto oriental de Colombia, además de que
su vida física es la misma que la de los brutos y de que su vida moral
e intelectual es nula como la de los reprobos, de encima, los explota­
dores de caucho los han hecho sus esclavos y de la peor condición. *
12
Además de que el proceso civilizador de los salvajes era forzado a san­
gre y fuego, las características del caucho no facilitaban la sedentarización
de la población, otro de los indicadores occidentales de civilización que re-
gularmenee es asociado con la agricultura. Como los países amazónicos
nunca consiguieron organizar plantaciones, a diferencia de las que Gran
Bretaña logró poner a producir en el sudeste asiático desde comienzos de

Grandes terriCorias en el norte (upriver), lejos de los puertos importantes, y pequeños y media­
nos productotes certa de las tres grandes ciudades. Tesis controversial: a) la industria de caucho
silvestre no fue ineficienee; b) la captura de excedentes fue alta en las tres grandes ciudades; por
último, el problema no estuvo en que todo el dinero se fue para el extranjero, sino en que los
gobiernos no se dedicaron a la industriaiización o diversificación económica si no para asegurar
retlamationes t^i^^io3ri^l« y concesiones, articulación regional y subsidios estatales.
Caucheros: indígena,, p. 45-46. Informe del intendente del Putumayo: los caucheros son
descritos ccmc los conqulstadors■5 de Bartoiomé de Las Casas. Rogerio María Becerra, 1906,
ANC SR FMG S 1’. T. 502, foSs. 23-24.
CAUCHO, GEOPOLÍTICA E IMAGINARIOS 131

la segunda década del siglo XX, y dado que los árboles se encontraban dis­
persos en medio del bosque, los caucheros de los afluentes del norte del
Amazonas peruano y colombiano tendían a convertirse en verdaderos em­
presarios territoriales.
La técnica de explotación se puede resumir en las palabras de otro
explorador que con el paso del tiempo se convirtió en un fiero defensor de
los intereses diplomáticos colombianos. En 1917 dice Demetrio Salamanca,
contemporáneo e inicial compañero de aventura de Rafael Reyes: “La ex­
tensión de la estrada es más o menos de 6 kilómetros según sea la abun­
dancia de los árboles y de la habilidad del que la abre; en 8 días se abre una
estrada, dejando bien limpio el rededor de cada árbol de jeve” (Salamanca,
1994, p. 53). Esta estrada era una especie de trocha limpia que permitía el
desplazamiento de quienes “ordeñaban” el árbol. También existía otro mé­
todo al que se refería como un “procedimiento bárbaro llamado de ‘arroyo’
que seca los árboles en la zona meridional y oriental de Colombia” (p. 56).
Con excepción de algunas regiones específicas, el caucho que se distingue
de la siringa, muy difundida en la región del sur del Amazonas y en Acre,
territorio boliviano en aquella época, no se podía “ordeñar” en la forma que
menciona Salamanca, y se le aplicaba el procedimiento insostenible del
“arroyo”. En cambio, “sucede con el árbol de hevea como con las vacas; esto
es, al principio dan poca leche, y su secreción va aumentando a medida que
se las ordeña. Da jugo durante 30 años” (p. 57). No obstante, los caucheros
del Caquetá y del Putumayo se negaban a seguir indicaciones oficiales so­
bre aniquilamiento de los árboles ya que esto no era rentable. La disper­
sión de los árboles y la dificultad para ordeñarlos forzaba a que los caucheros
utilizaran una fuerza de trabajo cuasi nómada en busca de nuevos cauchales,
y que los empresarios aspiraran a un control territorial, lo que implicaba
inmensas porciones de tierra para ser explotadas.
Así como la labor civilizadora de la Iglesia tenía no sólo el componente
misionero sino también de nacionalización de la selva y su gente, por su
parte, la iniciativa privada alegaba que la empresa cauchera tenía un papel
patriótico. Como hemos visto, Zumaeta, apoderado y cuñado de Arana, en
sus memoriales aducía que el juez peruano había fallado erróneamente
cuando algunos caucheros colombianos fueron dejados en libertad por la
justicia peruana a comienzos del siglo XX aduciendo que se trataba de deli­
tos cometidos en otro país. De hecho, Arana y Zumaeta explotaron la idea
de que eran unos verdaderos patriotas peruanos en la cuestión cauchera, y
que las acusaciones contra la Rubber Peruvian Company estaban asocia­
das a intereses extranjeros en contra de Perú. Dice Zumaeta en los memo­
riales citados que “aprovechándose de esta inexperiencia (del juez peruano)
algunos forajidos colombianos” lograron influir en el proceso. La verdad es
que algo de razón les cabía. A comienzos del siglo XX los colombianos fue­
ron llevados a Iquitos no como enemigos sino como competidores comer-
132 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOM^I3K185^01!390".

ciales. En medio de la Guerra de los Mil Días, para los caucheros colombiía
nos era más fácil aprovisionarse de productos peruanos y brasileros prove­
nientes de lquitxs, en primer lugar, o de Manaos, ya que era muy difícil
tI•ansirar por las vías hacia Pasto, Neiva o Popayán. Ese grano de razón
que asistía a los caucheros tenía que ver con que efectivamente eran los
peruanos quienes estaban civilizando. De esta manera, la labor patriótica
tenía una doble faz. De un lado, implicaba la apropiación nacional de los
territorios y, de otro, la labor civilizadora frente a los salvajes.
El editor peruano del texto de Robouchon cuenta que su trabajo quedó
incompleto ya que desapareció en inmediaciones de El Retiro, a orillas del
Putumayo. Y agrega que los Arana creen que fue víctima de tribus antro-
pófagas (Robouchon, 1907, p. vii). En otras versiones, Robouchon fue asesi­
nado por órdenes de Arana, ya que la información que había recogido era
bartante comprometedora para los intereses del magnate. Por gestión de
la empresa fue publicado post mortem su libro con nutridas fotografías del
periodista francés. El editor que hace la presentadón dice que “los señores
Arana y Hermanos, consultando sus intereses, y movidos a la vez por un
explicable sentimiento patriótico, han puesto el mayor empeño en reducir
a cierto grado de cultura o civilización a los indios salvajes, y en gran parte
antropófagos, que habitan en estas latitude””. La percepción entre los
caucheros era que los salvajes eran animales, no gente.13 Por ello, los
caucheros peruanos también civilizaron en otro sentido: impusieron el es­
pañol sobre el quechua que por un buen tiempo los misioneros españoles
trataron de instaurar como lengua franca. “Por el establecimiento de las
empresas caucheras de Arana sobre el Putumayo y el Caquetá, ha sido
considerado por sus simpatizanees como defensor del teoritor)o nacional”
peruano (Penaaao, 1988, p. 237). La Casa Arana, así como los misioneros
en el Alto Putumayo, fueron una especie de Estado dentro del Estado. Ya
desde 1907, la labor patriótica de Arana se vio recompensada con el apoyo
del ejército peruano.
Con el problema de Arana y la crisis del caucho, los negocios se fueron
enrareciendo y los indios empezaron a resistir la esclavización con más
éxito. Bernardmo Ramírez recoge el informe de la Comisión del Yarí que
cuenta que una cuadrilla de huitotos suelen pasar a trabajar por unos días
pero luego abandonan el trabajo y desaparecen.14 Le pasó también a un
señor de nombre Lisandro Arias, a quien además le asesinaron un auxiliar'.
Constata el citado corregidor que la zona está despoblada y que las anti­
guas factorías caucheras colombianas están desiertas y las de Arana de
Puerto Pizarro y las Delicias están incendiadas.15

'3 "Señor, no son gente, son animales", citado en Roberto Pineda (2000).
’4 AGN, Florencia, 27-09-1912, Sección República, tomo 694, fols. 276-277.
15 AGN, Florencia, 27-09-1912, Sección Repút^ca, tomo 694, fol. 227, trtuío cap. 6.
CAUCHO, GEOPOLÍTICA E IMAGINARIOS 133

Siendo Arana muy influyente, parte de su fortuna se vio menguada por


los escándalos; no obstante, en 1920 fue senador de la República de Perú, a
la vez que contaba con el apoyo de otros dos senadores por la región de
Loreto. Existió un problema técnico jurídico adicional que imposibilitó que
los tribunales peruanos juzgaran a Arana: se establecieron 250 procesos
distintos y, dado que los casos se individualizaron, fue imposible acumular
las evidencias. En 1913, un fiscal peruano ya había determinado que ni
Zumaeta ni Arana eran culpables de lo que hacen sus empleados (Zumaeta,
1913, p. 84). En particular, se culpó a unos 35 barbadianos que hacían parte
del ejército de capataces de Arana de ser responsables de las atrocidades.
La verdad es que estos barbadianos, que eran súbditos de la Corona britá­
nica, fueron los que primero le confesaron a Casement de las torturas y los
asesinatos, con lo cual decidió excluirlos de la Compañía y sacarlos de Perú.
En los años posteriores a la crisis Arana no se resignó a perder buena
parte del trabajo realizado cuando los Estados -el peruano y el colombia­
no- empezaron a tomar cartas formalmente en el proceso civilizador o de
construcción de sus Estados nacionales. Arana empezó a deportar indios al
costado peruano del Putumayo, lo cual constituyó uno más de sus actos
patrióticos. El desplazamiento forzado fue parte de la historia de los pue­
blos indígenas de la región. El esfuerzo civilizador se fue abajo desde la
orilla colombiana. Las caucherías entraron en franca decadencia y un nú­
mero considerable de la fuerza de trabajo sobreviviente fue trasladado a la
orilla peruana. Un aspecto de lo que llaman proceso civilizador es la cons­
trucción de Estado. Ante el fracaso misionero y cauchero por lograrlo, el
Estado colombiano inicia un esfuerzo más agresivo de delimitación fronte­
riza.
Estado: la frontera y el territorio

El territorio amazónico nunca fue claramente demarcado por el impe­


rio español. En contraste con las delimitaciones relativamente definitivas
en otras regiones de Hispanoamérica, en el caso amazónico son tan nebu­
losas como su clima mohoso y húmedo. Cuando Agustín Codazzi describió
la región del Caquetá en 1850, reconoció que el fuerte de Tabatinga estaba
bajo control brasilero aunque se hallaba localizado en territorio colombia­
no; nada hizo el gobierno colombiano para cambiar esa situación y nada
dijo Codazzi sobre la presencia peruana en la región. Las pretensiones de
cada uno de los jóvenes países andino-amazónicos se entrechocaban. Las
aspiraciones ecuatorianas incluían el territorio comprendido entre el río
Ñapo y el Putumayo. Las pretensiones colombianas incluían la franja en­
tre el Ñapo, el Putumayo y el Caquetá, que se extendía a las respectivas
desembocaduras de estos dos últimos en el Amazonas. Los peruanos, que
necesitaban imperiosamente una salida al Atlántico para proyectar sus
1 34 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIAI850-1930"

exportaciones, se habían anticipado a colombianos y ecuatorianos, firman­


do en 1850 un tratado secreto con el emperador Pedro II en el cual se
determinaba que los límites entre Brasil y Perú iban desde Tabatinga has­
ta la desembocadura del Apaporis en el Caquetá. Este tratado secreto de­
marcó el límite de la expansión brasilera, establecida definitivamente desde
mediados del siglo XIX. Al final de este proceso fronterizo, la línea Apaporis-
Tabatinga sirvió para deslindar la frontera entre Brasil y Colombia en la
década de los veinte del siglo XX, precisamente la proyección que los pe­
ruanos demarcaron con Brasil. (Ver mapa No. 6)
Parte de la indefinición jurídica provenía de que a pesar de que los
hispanoamericanos aceptaron el principio de Uti possidetis iurew como cri­
terio de delimitación fronteriza, la provincia de Maynas, así llamada en la
Colonia, fue periferia de Santa Fe de Bogotá, de Quito y también de Lima,
pero tuvo una dependencia informal con las colonias portuguesas de Brasil
(Zambrano, 1996, p. 18). Los peruanos alegan como título, sobre lo que
ecuatorianos y colombianos reclaman, que el 15 de julio de 1802 se conce­
dió al Virreinato de Perú la Comandancia General de Maynas y el Obispado
se segregó de la Nueva Granada (p. 121). Con la firma del tratado secreto
entre Perú y Brasil, el presidente peruano de mediados de siglo XIX, José
Rufino Echenique, acepta el Uti possidetis de facto brasilero en contravía
con la tradición jurídico-diplomática hispanoamericana (p. 135).
Los geógrafos de origen italiano al servicio de colombianos y peruanos
proveyeron una importante base argumentativa en la polémica diplomáti­
ca. Ya sabemos que a fines de la década de los cincuenta del siglo XIX
Agustín Codazzi fue invitado por el gobierno de la república de Perú para
realizar los trabajos corográficos, los mismos que con tanto éxito había
adelantado para Colombia en la misma década, y para el gobierno de Vene­
zuela en la década anterior. Infortunadamente Codazzi murió en un peque­
ño poblado de la costa Atlántica colombiana en 1860 y no pudo realizar la
tarea que el gobierno peruano estaba interesado en contratar. Otro italia­
no, Antonio Raimondi (1876), viajó por el Perú entre 1851 y 1858, escribió
por 17 años y publicó una serie de volúmenes de su geografía. Su trabajo es
una especie de equivalente al realizado por Codazzi para la Nueva Granada
y la Confederación Grancolombiana, nombres con los que se denomina a
Colombia durante la década de los cincuenta del siglo XIX.
En el tomo I, Parte preliminar, Raimondi cita precisamente el título
que respalda las pretensiones peruanas. Se trata de la Real Cédula de 1802
de Carlos IV trasladando la provincia de Maynas al Virreinato de Perú (1876,
p. 16). La fuerza legal de este título es discutida por colombianos y ecuato-

16 Fuente de la soberanía sobre un territorio basado en un título jurídico vigente, en contraste con
la posesión material o física del territorio que no requiere de un título jurídico.
CAUCHO, GEOPOLÍTICA E IMAGINARIOS 1 35

ríanos que consideran que no tiene una fuerza jurídica del mismo nivel que
el Tratado de San Idelfonso de 1776. Raimondi también afirma que con la
Convención especial de comercio, navegación fluvial, extradición y límites
de 1851, en su artículo 7 Perú aceptó el Uti possidetis (de facto) (estatus
quo o modus vivendi). Considera que con este tratado Perú perdió territo­
rio a manos de Brasil ya que aceptó la línea Apaporis-Tabatinga y, en conse­
cuencia, cedió la desembocadura del Caquetá y el Putumayo en el Amazonas
a los brasileros. Raimondi no ignora la presencia de colombianos. En este
tomo reconoce que Pedro Mosquera, afrocolombiano, recorrió la parte alta
del Putumayo acompañando a Agustín Codazzi, y también da cuenta del
viaje de Reyes a comienzos de los años setenta del siglo XIX por el Putumayo
y el Amazonas, y de su regreso en las lanchas Santa Cruz y Tundama, esta
última conducida por Alfredo Simpson. Raimondi sitúa los antecedentes de
los límites de Perú en el Tratado de San Idelfonso de 1776, y acepta la
modificación del Uti possidetis iure diciendo: “Dejemos por ahora esta últi­
ma parte del tratado de San Idelfonso en la que se hayan comprendidos los
límites de la actual república de Perú con el Brasil y los de la Nueva Grana­
da con el mismo imperio; límites que en lo que toca al Perú, han sido
modificados en 1851 en un tratado entre esta república y el Brasil...”
La imperiosa necesidad de la elite peruana de acceder a la economía
atlántica -sólo posible a través de Panamá que en la época era territorio
colombiano, o de un larguísimo rodeo por el sur a través del estrecho de
Magallanes-, y el hecho de que para Colombia la región no tenía importan­
cia estratégica debido a que contaba con su acceso a la costa Caribe explica,
en parte, el que los gobernantes peruanos se hayan adelantado sobre los
colombianos en cuanto a su presencia en la Amazonia. Ya en 1832, Perú y
Ecuador suscribieron un tratado ignorando los derechos de Colombia.17
Parece ser que los colombianos fueron los últimos de los estados ribereños
en darse cuenta de la importancia de la cuenca amazónica. Gracias a las
exploraciones y los negocios de quina de Rafael Reyes, las elites fueron
notificadas sobre el peligro que corrían los intereses colombianos en la
región. Las guerras civiles permanentes en Colombia durante el siglo XIX
colombianizaron el territorio concentrado sobre los Andes y la costa Cari­
be, y desviaron la atención de las elites colombianas de la región amazónica.
Se necesitó que ocurrieran algunos acontecimientos extraordinarios. Y ellos
tuvieron lugar a comienzos del siglo XX. La secesión de Panamá encendió
por primera vez las pasiones nacionalistas y la bonanza de la economía del
caucho que erosionó las pretensiones colombianas en la región por obra y
gracia del predominio peruano fueron los acontecimientos que empezaron
a cambiar la situación de ignorancia y abandono de la región. No obstante,

17
Herrera-Ponte Ribeiro, línea Apaporis-Tabatinga.
136 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIAI850-1930".

los peruanos se habían adelantado, no sólo en términos diplomáticos sino


también militares y económicos. Por ejemplo, ya en 1850 el gobierno pe­
ruano había colocado cuatro corbetas de guerra para proteger sus intere­
ses en el Amazonas.
Aunque los colombianos estuvieran confiados en que bajo el supuesto
de respeto del Uti possidetis iure sus reclamaciones triunfarían, poco era
lo que había hecho el Estado para tener un control material y físico de los
territorios en disputa. En eso, los loretanos iban adelante.18 Un notorio
empresario del Valle del Cauca, Phanor Eder, decía a comienzos del siglo
XX que:
Colombia reclama una parte del río Ñapo y también límites con el
mismo Amazonas en una distancia de 966 kilómetros, pero con estas
regiones al sur del Putumayo nunca ha tenido relaciones comercia­
les, ni enviado colonos, ni ha podido, o intentado siquiera, ejercer
jurisdicción efectiva sobre ellas. Por otro lado, hay reclamos en con­
tra del país respecto del Putumayo y del Caquetá (Eder, 2001).
Arana había realizado su conquista comercial y militar en el Ñapo, el
Caquetá y el Putumayo entre 1898 y 1900 (Salamanca, 1994, p. 8). Hasta
antes de la década de los veinte del siglo XX, época en que se finiquitaron
los tratados fronterizos entre Colombia, Perú y Brasil, el gobierno peruano
insistía en respetar el estatus quo, también llamado modus vivendi, es
decir, la situación de posesión de hecho sobre el territorio que definitiva­
mente respaldaba las aspiraciones peruanas. Ese modus vivendi fue la re­
gla de política exterior con Perú durante la presidencia del general Reyes,
entre 1904-1909, por lo cual Demetrio Salamanca denunció al gobierno de
Reyes por traidor (p. 8).
Arana, por razones de puro enriquecimiento personal, fue ampliando
su emporio entre el río Putumayo y el Caquetá pero, como hemos visto, en
el mediano plazo aspiraba a favorecer las reclamaciones peruanas. Así lo
ha entendido parte de la historiografía loretana que lo pinta como un ver­
dadero patriota. Zumaeta, cuñado y apoderado de Arana, argumenta en
contra de los colombianos y afirma que agentes consulares extranjeros
están actuando a favor de la causa de este país. Zumaeta llega a sostener
que las denuncias de sir Roger Casement prueban que es, simplemente, un
abogado de Colombia (1913, p. 50).
La verdad es que por casi medio siglo esta situación no generó ningún
conflicto de importancia. No obstante, la expansión de la economía cauchera
trastornó el interés de todos los gobiernos interesados y, a comienzos del
siglo XX, los conflictos empiezan a intensificarse. A la vuelta del siglo, las
18 Loreto es el nombre del departamento peruano amazónico que colinda con Colombia y su
nombre deriva del río Loreto-Yacu, que en la actualidad es un afluente del Amazonas en
territorio colombiano.
CAUCHO, GEOPOLÍTICA E IMAGINARIOS 1 37

relaciones entre peruanos y colombianos son amistosas; en cambio, como


lo atestigua el general peruano Pedro Portillo, ya existen numerosos con­
flictos con peruanos y brasileros.19 Remitiéndose a una Convención Arbi­
tral de 1887 entre Perú y Ecuador que propone un estatus quo basado en
una combinación de los principios de Uti possidetis iure y de fado observa
que los peruanos aceptaron la toma por el general ecuatoriano Uquillos de
un puesto en el Alto Ñapo llamado Florencia en 1901.20 Contra su voluntad,
y por imposición de Lima, Portillo acepta también la toma ecuatoriana de
Aguarico en reclamaciones que se proyectan hasta el Marañón, como se le
llama en esa zona al Amazonas. No obstante, Portillo recibe órdenes de no
dejarlos avanzar más allá de esa localidad.21
En crítica velada a su gobierno, afirma que “Debo hacer presente que
antes de 1901, jamás existió pueblo, población ni guarnición alguna en el
río Putumayo, y sólo habían (sic) algunos colombianos y otros tantos pe­
ruanos que extraían jebe y caucho...”22 Y agrega: “Igual pasa en el Caquetá
o Yapurá (sic). Informa que los caucheros despachaban a Europa por la
aduana de Iquitos ya que Brasil tenía el paso cerrado por el Putumayo”.23
Poco después de la renuncia del general Reyes a la presidencia en 1909, los
conflictos fronterizos con los peruanos empiezan a incrementarse. En 1911
se producen combates en La Pedrera en la confluencia del Caquetá con el
Apaporis, y en 1912 hay otro enfrentamiento militar en Puerto Asís, sobre
el Putumayo. Una característica de estos choques es que no se trata más
de disputas entre indígenas sino de enfrentamientos entre “blancos”
(Salamanca, 1994, p. 61-62).
Después de la secesión de Panamá en 1903, y especialmente con la
caída del general Reyes en 1909, el gobierno colombiano empezó a tomar
más en serio la definición jurídico-diplomática de las fronteras como una
forma de anticiparse a situaciones eventuales que desfavorecieran sus as­
piraciones territoriales. Como los caucheros colombianos fueron muy débi­
les frente a los peruanos, la apropiación material del territorio no siguió la
misma ruta peruana. Como ya hemos visto, los misioneros estaban desti­
nados a realizar la tarea nacionalizadora pero tampoco tuvieron mucho
éxito. El intento colombiano de gobernar pasó por un proceso y tuvo mati­

19 Archivo de la Biblioteca Amazónica de Iquitos: Pedro Portillo. "Acontecimientos realizados en


los ríos Ñapo, Putumayo, Yuruá, y Purús en los años 1901 a 1904, siendo prefecto del Departa­
mento de Loreto el General Pedro Portillo". Manifiesta que hay buenas relaciones con los
colombianos, en contraste con brasileros y ecuatorianos.
20 Documento fuente peruana Archivo de la Biblioteca Amazónica de Iquitos: Pedro Portillo.
"Acontecimientos realizados en los ríos Ñapo, Putumayo, Yuruá, y Purús en los años 1901 a
1904, siendo prefecto del Departamento de Loreto el General Pedro Portillo", pp. 3 y 4.
21 Archivo de la Biblioteca Amazónica de Iquitos, pp. 8-10.
22 Archivo de la Biblioteca Amazónica de Iquitos, p. 22.
23 Archivo de la Biblioteca Amazónica de Iquitos,p. 23.
138 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMEBlENTAL DE COLOM^BW18501|^00".

ces variopintos. El gobierno se propuso un mayor control de la región tra­


tando de gobernar sin invertir mayores recursos, es decir, promulgando
legislación y encargando a unos cuantos funcionarios de ejercer jurisdic­
ción y hacer reportes a las autoridades centrales. Por ello no se puede
decir que el Estado estuviera completamente ausente sino que su presen­
cia fue más bien tenue, ineficaz o simbólica. Un ámbito de presencia del
Estado fue el envío de corregidores que regularmente se dedicaban a en­
viar informes a las autoridades centrales. Otra de sus funciones fue la de
informar sobre el uso de los bosques, intentando regular su explotación y
tomando medidas que hoy llamaríamos ambientales.
Este intento de ejercer la soberanía se puede seguir en los archivos.
Durante el año de 1912 se perciben cantidades de oficios para autoridades
regionales y municipales, y respuestas de éstos dando cuenta de numero­
sos conflictos con peruanos.24 Por ejemplo, Rafael Gasca, en carta enviada
al Ministerio de Agricultura, narra la detención de Antonio Ordóñez, Comelio
Osa y otros caucheros colombianos por peruanos. No sólo son llevados a
Iquitos y puestos en prisión sino que además les quitaron todas sus perte­
nencias.25 De la misma maner^a denuncia Bernardmo Ramírez, corregidor
del Yarí, ataques de indios comandados por peruanos en contra de colom­
bianos, con lo cual sus compatriotas son despojados de sus bienes.2 Men­
ciona también el caso de Celiano Gutiérrez, que fue atacado por peruanos
a disparos y trasladado a Las Delicias y El Encanto, zona cauchera domina­
da por Arana, siendo amenazado de fusilamiento si hacía público lo que le
había pasado.
En esta misma información Bernardmo Ramírez propone la fundación
de colonias agrícolas, una en Tres Esquinas, otra en La Tagua y la última
en la boca del Caguán. Más adelante dice que el caucho blanco sólo se
produce en las montañas frías, como la quina, pero que están agotadas y no
se consiguen sino con mucha dificultad. Reporta que los campesinos no se
le miden al caucho porque tarda doce años en producir, y recomienda sem­
brar café y cacao que pueden producir en dos años y medio, lapso en el que
podrían sustituir la producción en Huila y Cauca donde se está agotando a
causa del “insecto que taladra el árbol”.'27
Se ha afirmado que los métodos de extracción de la balata tendieron a
destruir el recurso. Gómez y Domínguez (1990) piensan que se generaron
importantes deterior-ie ambientales. Lo que no se ha dicho es que el go­
bierno colombiano sí prestó atención a estos daños e intentó controlar o

24 AGN, Sección República. Fondo Ministerio de Gobierno 1a., tomo 694.


25 AGN, 10-10-1912. Fondo Ministerio de Gobernó 1a., tomo 694, fol. 2811.
26 AGN, 2--1V1912, Fondo Ministerio de Gobernó, fol. 303.
27 AGN,-3-08-1912,fois. 264-266.
CAUCHO, GEOPOLÍTICA E IMAGINARIOS 139

prohibir la extracción destructiva. No se trata sólo de que el gobierno expi­


dió unas leyes con estos propósitos, sino que hubo intentos de aplicarlas
pero encontraron resistencia como se desprende de la documentación de la
época.
En el Archivo General de la Nación se puede rastrear este proceso de
negociación. Dentro de una nutrida correspondencia telegráfica se encuen­
tran cosas como éstas: Braulio Erazo Chávez, alto funcionario del Ministe­
rio de Agricultura, dirige telegrama a la Comisaría del Putumayo el 17 de
junio, diciendo: “Desde abril de 1919 este despacho dictó decreto número
225 aprobado por ejecutivo 1367 prohibiendo explotar bosques bárbaro sis­
tema cortar árboles”. Le solicita que investigue los hechos.28 Los hechos
eran las denuncias que se habían recibido previamente. En telegrama en­
viado desde Puerto Asís el 19 de junio el comisario dice que “cuanto corres­
ponde este corregimiento tengo conocimiento no haberse derribado ningún
árbol gomas. Enteramente inexacto suscrito, jefe policías toleren, protejan
individuos derriben árboles; varias ocasiones ha insistido publicación bajo
tal prohibición”.29 En otro telegrama fechado el 22 de junio de 1922, el
corregidor del Bajo Putumayo afirma: “No tengo conocimiento tal viola­
ción; balata pasa Guapi es de bosques ecuatorianos”.30
La explotación de los recursos naturales en la región tiene tintes espe­
cíficos por su carácter fronterizo. La poca presencia del Estado inclinó a los
gobernantes colombianos a expedir legislación relativamente más estricta
que los otros gobiernos de la frontera -Ecuador, Perú y Brasil-, con la
esperanza de salvaguardar estos recursos que algún día, eventualmente,
serían explotados. Los moradores colombianos piden la libre explotación
del bosque, niegan que tal explotación se produzca extrayendo los recursos
por “debajo de cuerda” o alegan, con razón, que el recurso se extrae en el
país vecino. Esta situación no ha cambiado del todo, ni siquiera en la actua­
lidad, en estas zonas fronterizas, tal es el caso del Trapecio Amazónico.
Veamos otros ejemplos de esta misma situación. En carta del 30 de
junio de 1922 escrita por Guillermo Gamba y dirigida al ministro de Agri­
cultura y Comercio se cuenta que se envió telegrama a la Policía de Fron­
teras de Puerto Asís: “A Ministerio Agricultura y Comercio elevóse queja
contra esa Sección, porque cortando árboles balata, caucho, cascarilla, cau­
sando ruina bosques nacionales. Prohíbole terminantemente continuar esta
práctica y adviértole contravención esta orden, corregirse severamente...”31

88 Sección República, Fondo Baldíos, torno 50, fol. 92.


29 Sección República, Fondo Baldíos, tomo 50, fol. 93, firmado por elCoronel Otoniel Díaz.
30 Sección República, Fondo Baldíos, tomo 50, fol. 94.
31 Se refiere al corregimientode Sucre. Sección República, FondoBaldíos,tomo-legajo 49, fol. 87.
140 "FIEBRE DE T IERRA CAL ¡ENTE. UNA H ISTOR IA AMBIENTAL DE COLOMBIA1850i1990".

Los intentos gubernamentales empiezan a tropezarse con una mai^a^i^a


de obstáculos que hace que las normas no se apliquen. Así, en respuesta,
un Comisario envía un telegrama el 5 de agosto. Dice que los informes que
surgen de un señor Terán Puyana “carecen de autoridad por tr^^^^r^ ene­
migo persona,, político jefe de Policía de Frontera””.32 El señor Terán le
había escrito al Ministerio de Agricultura en julio 22: “Comisario especial
desatiende cumplimiento salvar Bosques Nacionales... Forma salvar re­
gión comizar (sic) balata pase por corregimientos”.33
En cambra, otras persnnas pienaan que la mejor forma de
“coiombiaaizar” es decretar la libre explotación de los bosques. Por ejem­
plo, en telegrama dirigido al ministro de Agricultura por Jorge Mora el 20
de abril de 1923: “Felicítalo por sus iniciativas, favor libre extracción go­
mas, ella será vida región. Con impedimentos actuales están pasándose
trabaradatrs al Ecuador donde dánle facilidades”:3435 *Arceaio Figueroa y
Emiliano Benavides, en telegrama del 31 de mayo de 1923 dirigido al mi­
nistro Agricultura solicitan hacer lo necesario para modificar la Ley 11 de
1919 “en sentido libre explotación gomas de territorio por nacionales, por
ser ello única vida de esta región”. De no hacerse así, “nos veremos obliga­
dos abandonario, perdiendo intereses tenemos, siguiendo ejemplo muchos
conciudadanos que han tenido que hacerlo ya, por la falta actual de traba­
jo’^. El ministro, en Memoria para el Congreso, dice que aquí “se expone
la necesidad y conveniencia de declarar libre para los nacionales la explota­
ción de los bosques situados en regiones despobladas o lejanas’”'33 Un lista­
do largo, de por lo menos 46 moradore,, dirigen carta al ministro de
Agricultura diciendo: “Apoyamos decididamente peticiones Comisaría libre
explotación bosques”?7 Estos mensajes se reiteran, lo cual consta en los
archivos, e insisten en la “libre explotación bosques, caso contrario, bos­
ques Putumayo, Caquetá, extranjeras continuarán explotando con men­
gua soberanta Firman otra vez muchos de los anterioras
moradores.38 También se reitera que hay peligro de que indios colombianos
se vayan a Ecuador a buscar balata.39
De una situación rel^^í^^mnr^te amistosa entre peruanos y colombia­
nos se pasó a una creciente hostilidad. En los archivos consta un telegrama
publicado en los diarios de Bogotá, El Tiempo, El Espectador y Nuevo Tiempo
32 Sección República, Fondo Baldíos, fot 97.
33 Sección Repúbliaa, Fondo Baldíos, fot 499.

3 Sección República, Fondo Baldíos, tomo 54, fot 299E.


35 Sección RepúbHca, Fondo Baldíos, tomo 54, fot 214.

3 Sección RepúbHca, Fondo Baldíos, fot 214 A.


3 Sección Repúbíica, Fondo Baldíos, fot 215.
3 23 de junio 1923. Fol. 218. Se reitera 219E.
3 Sección RepúbHca, Fondo Baldíos, fot 220.
CAUCHO, GEOPOLÍTICA E IMAGINARIOS 141

del 16 de abril y atribuido a Alfredo Uribe White y Azael León: “Colombia­


nos explotadores de balata emigran Ecuador a buscar trabajo y protección
para evitar las persecuciones originadas por la malhadada ley que restrin­
ge la extracción de la goma; peruanos están tranquilamente explotando los
cauchos y balata territorio colombiano del Putumayo sin ser molestados”.40
Las denuncias contra peruanos se incrementan. Por ejemplo, el comisario
Jorge Mora insiste y denuncia peruanos en el Putumayo y Caquetá,41 pero
también hay denuncias sobre los ríos Ancuisilla y Yuricaya.42
El mismo Jorge Mora, comisario especial en Mocoa, Putumayo, refiere
denuncias sobre peruanos que se benefician de balata en la margen dere­
cha del Putumayo, incluso en territorios ecuatorianos. Dice que utiliza en
sus visitas el concurso de Alfredo Uribe White para que le colabore con
estudios científicos.43 Mora dice también: “Indios Putumayo piensan emi­
grar Ecuador busca balata, blancos llévanlos fin pagar deudas aquellas re­
giones cauchando”.44 Después de una visita por la región dice Uribe White
que “peruanos, sobre todo de la Casa Arana, explotan todo el territorio
comprendido entre Putumayo y Caquetá... Tienen en su poder más de trein­
ta mil indios que naturalmente deben ser colombianos”.45 El 19 de noviem­
bre de 1923, el ministro de Agricultura le pide al comisario del Putumayo
que informe acerca de un proyecto presentado al Congreso en que se con­
fieren autorizaciones para regular la explotación de bosques en regiones
fronterizas.46
En contra de las ideas de los liberalizadores de la explotación de bos­
ques también había puntos de vista preservacionistas. Por ejemplo, Cornelio
Terán Puyana denuncia reiteradamente que con Jorge Mora -que fue co­
misario en distintos momentos en las décadas de del diez y del veinte del
siglo pasado-, sí se respetaban los bosques pero se estaban volviendo a
derribar árboles de balata con sistema salvaje.47 Es más radical el cónsul
general de Colombia en Iquitos, Carlos Uribe, quien en febrero de 1928 le
escribe al ministro de Industrias lo siguiente: “soy de opinión que el gobier­
no debe prohibir terminantemente la explotación de balata en el Caquetá y
el Putumayo, sin tener en cuenta las protestas que esta medida habrá de
suscitar”.48

40 Sección República, Fondo Baldíos, fol. 221.


41 Sección República, Fondo Baldíos, fol. 222.
42 Sección República, Fondo Baldíos, fol. 22 y ss.
43 2 0 abril 1923. fol. 211.
44 Mocoa 7 de mayo de 1923. Fol. 213.
45 Mocoa 27 de abril de 1923. Fol. 212.
46 Sección República, Fondo Baldíos, fol. 378.
47 Sección República, Fondo Baldíos, tomo 63, fol. 340.
48 Sección República, Fondo Baldíos, tomo 68, fol. 300.
142 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE CQLOMBIA1850-1930".

En 1922 se firmó un tratado de límites colombo-peruanos, en donde


estos últimos renunciaron a las áreas del norte del río Putumayo. En la
zona colindante entre los dos países se produjo una avalancha de desalojos,
trasladan(to a los indígenas de los ríos Igarapaaaná (Abisinia y Chorrera,,
Caraparaná y Cahuinari, hacia Perú. También persiguieron a los indígenas
ubicados en el Caquetá mas^cr^^r^í^o a la población indígena que se resistía
a abandonar su territorio. Dicha violencia provocó acciones de defensa por
parte de los indígenas y grandes migraciones. Los indígenas del Caquetá
que lograron huir se refugiaron en la parte alta del río Mirití-Paraná en
donde fueron acogidos como trabíij adores por Oliveiro Cabrera (a)m(^roze-
te cauchero), quien tenía su actividad extractiva bien establecida. Éste,
además de recibir a los indígenas como patrón, también colaboró en la
guerra contra el Perú de 1932. Cuando terminó el conflicto los indígenas
regresaron a su territorio, el cual sufrió procesos de descomposición social.
Algunos de ellos se asociaron en las riberas del bajo río Caquetá y sus
afluentes. Los nuevos asentamientos (Araracuara, El Sol, San Francisco,
Las Palmas) se unieron sobre bases de identidad étnica aunque incorpora­
ron elementos socioculturales externos que combinaron la economía de
subsistencia con la economía del mercado.
Con el tratado de 1922, Colombia asegura su acceso directo al Amazo­
nas. Desde entonces el Trapecio Amazónico es colombiano. Perú cedió el
puerto ribereño de Leticia que constituye frontera con Tabatinga. Arana
tuvo imprrtancia no sólo regional sino nacional. Dos senadores patrocina­
dos por Arana fueron ministros durante la administradón de Leguía en la
década de los veinte, los de Gobierno y Fomento. El mismo Arana fue sena­
dor y tuvo que ver con el alzamiento de 1932 contra Colombia por el traspa­
so de la zona cauchera al país: la historiografía peruana divulga la idea de
que Perú perdió tierras con Bolivia, Brasil y Co-ombia (Peenaeo, 1988, p.
167-168). La guerra de 1932 entre Colombia y Perú resulta del rechazo
loretano a la entrega de Leticia, lo cual fue presentado por Arana como una
traición a la patria.
Imaginarios
Joaquín Rocha, un viajero de comienzos del siglo XX, cita al sacerdote
Francisco de Vilanova quien afirma que: “La selva es una degeneración del
espíritu humano que desfallece en improbables pero reales circunstancias”
(Rocha, 1905, p. 74). José Eustasio Rivera, en La Vorágine, nacionalizó este
etetimit‘nto y convirtió al Amazonas colombiano en un caso paradigma 01^0
de una eaturaleza salvaje, peligrosa o inferna,, intrínsecamente opuesta a
las fuerzas humanas.
Esta idea sobre la región amazónica primó sobre otro imaginaríri atri­
buido a la naturaezza americana, la imagen edénica. En sus diarios, Cristo-
CAUCHO, GEOPOLÍTICA E IMAGINARIOS 143

bal Colón y los navegantes portugueses sentaron las bases de la descrip­


ción edénica y prefirieron mirar a sus pobladores como nobles salvajes. La
expresión, en realidad, fue popularizada por Michel de Montaigne en un
viaje al Brasil a fines del siglo XVI. Más tarde Jean Jaques Rousseau, a
fines del siglo XVIII, retomó la imagen del buen salvaje y los figuró como
poblaciones que precedieron a la organización del Estado y quienes subsis­
tían en una condición prejurídica determinada por la propiedad privada en
que se basaba el origen de la desigualdad entre los hombres. La visión de
una naturaleza edénica se complementaba desde mediados del siglo XVIII
con la idea de que sus pobladores, si bien incivilizados, eran unos nobles
salvajes, sujetos ingenuos y libres de maldad, con vida comunitaria, exen­
tos de Estado y propiedad privada.
Aunque los pobladores de la Amazonia podrían encajar fácilmente en
este estereotipo, por regla general esta región no fue especialmente conce­
bida como un paraíso.49 La imagen de Edén ha sido particularmente asocia­
da al paisaje caribeño con sus palmeras, playas blancas y ritmos cadenciosos
y festivos. Esta visión le cabe también a la costa tropical de Brasil. No
obstante, la Amazonia sí fue vista de tiempo atrás como El Dorado.
La idea edénica, de un lado, y la que prefigura la región como escon­
diendo un tesoro, no deben ser confundidas. Mientras que el paraíso incita
a establecerse en él, El Dorado estimula a buscar y extraer sus recursos y
no necesariamente a establecer una residencia permanente. El elusivo
Dorado metálico de los conquistadores españoles fue renovado durante el
siglo XIX con la bonanza de la quina y el caucho por un Dorado agrícola o,
más bien, extractivo, de productos de origen vegetal. Antes, este imagina­
rio dorado había sido retomado por los portugueses desde el siglo XVII
reforzándolo en un nuevo sentido. No sólo un Dorado, el de las minas, sino
también el del azúcar, el tabaco y, en el Amazonas, el de las numerosas
especies y productos vegetales (De Holanda, 1987, p. 406).
Mientras que estos imaginarios hacían parte del mundo colonial,
Humboldt influyó mucho en la creación de imaginarios propiamente ame­
ricanos, que impresionaron a los europeos y tuvieron una entusiasta re­
cepción por parte de los patriotas. Con esta herramienta simbólica, los
patriotas cargaron sobre sus hombros la tarea de construir no solo nuevas
naciones sino la identidad tropical americana, tanto en relación con su
naturaleza como con sus gentes. Como es sabido, la concepción humboldtiana
de veta romántica construyó la idea de una naturaleza tropical exuberan­

Este comentario se restringe a la Amazonia, pero no es válido para la costa Atlántica brasilera en
la época del descubrimiento y la colonización. Ver De Holanda (1987). Aunque el proyecto de De
Holanda es probar la omnipresencia de los imaginarios edénicos, su caso más difícil es el de la
Amazonia. Reconoce explícitamente que el mito de la Amazonia con sus mujeres guerreras "es
el que menos se afilia, en apariencia, con los motivos edénicos" (p. 60-61).
144 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA1850-1930".

te, abrumadora y cargada de connotaciones cósmicas, pero prácticamente


virginal, casi desprovista de gente: una 0010^116^1 prístina. Una especie de
paraíso para el estudio de ecologistas que ven en los seres humanos un
disturbóo del genial trabaío armonioso divino sobre la Naturateaa. 0, de la
naturalera como expresión divina. Los seres humanos, en las descripcio­
nes 1^011)0^110^8 están practicamente ausentes. Esta ausencia no resul­
ta sólo de un capricho de Von Humboldt, sino de dos factores materiate..
Un contrasee con los paisajes europeos relativamente sobrepoblados, y la
catástrofe demográfica que desocupó América hasta mediados del siglo XVHI,
y que se fue reversando sólo muy lentamenee, hasta bien entrado el siglo
XX.
Para la época que nos convoca, 1850-1930, la Amazonia colombiana no
estaba completamenee despoblada y, en realidad, había sobrevivido a la
política esclavista portuguera que, por acción o por omisión, había funcio­
nado como un embudo, con las políticas del Directorado del marqi^e^s de
Pombal, que succionaba las poblaciones am^z^ó^ú^^s forzando su desplaza­
miento hacia Mancos en la confluencia entre el río Negro y el Amazonas, y
Belém do Pará en la desembocadura de este último íHomming;, 1995, p. 19
y ss.). Desde 1798, el gobierno portugués premiaba a quienes lograban
hacer “descender” nuevas tribus (p. 81). Hay un curioso contrasee entre
Hispanoamérira y Brasil. Las políticas indígenas del Amazonas se exten­
dieron y sirvieron de modelo para el resto de Brasil. En Hispanoamérira
ocurrió a la inversa: esas políticas se diseñaron en los Andes y sólo tardía­
mente se implemenaamn en la Amazonia.
El proceso de desocupación de una serie de regiones dentro de la
Amazonia, y la concentradón de la población en un par de ciudades, reforzó
los imaginarios h^mb^c^ldtúno^ sobre una región prístina y deshabitad.!.
Un pequeño ejemplo que ilustra este fenómeno está contenido en el Decre­
to 645 de 1900, promulgado el 9 de febrero, y dice así: “El Presídele de la
República Considerando: 1°. Que las regiones desiertas de la República,
asiento de la población indígena no civilizada, han permanecido hasta hoy
improductivas para la Nación”.
Para evitar confusiones, un tipo de imaginario diferente se puede se­
guir en Perú, y es necesario tenerio en cuenta por su contrasee con el caso
colombiano. Ellos usan la expresión “montaña” por selva; este uso es colo­
nial. Por ejemplo, en los documentos enviados por Pablo de Torrijones,
procurador de Misiones, en diciembre 3 de 1753, al hablar de las Misiones
de Sucumbís a orillas del Napo afirma que las “entradas a dichas monta­
ñas y misiones del Putumayo y gran Caquetá, una por Sucumbíos en la
jurísdicción de Pasto, de esta gobernación, otra por la Ceja de Timaná del
gobierno de Neiva hay crecida dtstmcía”. Y enseguida dice que el “pueblo
de Sucumbí ios distaMe de la ciudad de Pasto cosa de ocho jornadas, sin
CAUCHO, GEOPOLÍTICA E IMAGINARIOS 145

embargo de ser el puerto o boca de la montaña tiene malísimo camino”.60


Desde el siglo XIX los peruanos, groso modo, dividen su territorio en tres
regiones: la costa, la sierra y la montaña, que es lo que reconocen como
selva. Según Raimondi, “la Montaña es el Perú de los bosques” (1876:1, p.
51). La montaña es el lugar “donde la selva virgen toma sus proporciones
más colosales y constituye uno de los valles más prodigiosamente fértiles y
menos poblados del globo” (p. 84-88). Esta constatación resultaba más bien
paradójica. ¿Cómo entender semejante fertilidad y la carencia de población
humana? La Amazonia es fértil y ubérrima pero despoblada, como en la
América tropical humboldtiana, pero ya lejos de la corriente romántica, es
una especie de Dorado verde, más que un paraíso cósmico.
La carrera imperialista europea, que aceptó formalmente la indepen­
dencia política de las naciones americanas pero que decidió penetrar en
Africa y Asia durante el siglo XIX, trastocó estos imaginarios y los convirtió
prácticamente en su contrario. Los trópicos eran atractivos por sus rique­
zas potenciales de carácter vegetal —un nuevo El Dorado—, pero resultaron
malsanos, reacios a la civilización y llenos de gente indolente, perezosa y
también bárbara o salvaje: lugares donde la civilización europea debía im­
ponerse. Por ello, El Dorado del bosque húmedo tropical fue extractivista
y, con excepciones muy localizadas, no tendió a generar recursos para la
propia región.
A pesar de la supuesta fertilidad de la región, no parece ser igualmente
propicia para la migración de la población europea. Allí, Olivier Ordinaire,
un agente diplomático francés radicado en Perú dice, por ejemplo, que “El
hombre de raza blanca se siente impotente frente a esta vegetación colo­
sal, está aplastado por este sol ardiente bajo el cual el indígena trabaja con
la cabeza descubierta y sin sudar. Por tanto, la Amazonia brasileña es más
bien un país de explotación que de colonización propiamente dicha” (1988,
p. 52). La Amazonia no parecería ser un lugar para europeos por lo cual el
proceso de poblamiento es un verdadero quebradero de cabezas para las
elites latinoamericanas, conscientes de que los pueblos nativos son salva­
jes, pero que no es fácil poblar con europeos.
Las elites latinoamericanas del siglo XIX repitieron, con pocas excep­
ciones, los imaginarios que asociaban a la naturaleza amazónica como un
Dorado y a su gente como salvajes atrasados. En el caso del Amazonas
colombiano, desde los viajes de exploración de Rafael Reyes en la década de
los setenta del sigloXIX, fue mirada esperanzadoramente para quienes
buscaban enriquecerse con la naturaleza tropical, como un espacio donde
era posible reencontrar un Dorado. Este retraimiento del imaginario ro­

so Fondo Miscelánea Misiones, tomo 2, indios de Icabates y Payaguas, Jurisdicción franciscana, fol.
512.533.
146 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA1850-1930".

mántico en relación con la naturaleza, y su sustitución por el imaginario


capitalista sobre la naturaleza como un objeto fundamentalmente explota­
ble puesto al servicio del hombre emprendedor, abarca también un viraje
sobre la población nativa no civilizada. El entusiasmo romántico por la
natm^^a tropical ameiic^^a y sus pueblos nativos no perduró.
Si la Amazonia no fue vista, por regla general, como un Edén, sus po­
bladores tampoco fueron el prototipo de "nobles salvajes”. Más bien, la
normatívidad jurídica reforzó la idea de los indígenas amazónicos comeo
salvajes a secas, pero durante la época de las caucherías crecientemente
fueron estigmatizados como caníbales como ha sido estudiado por Michael
Taussig y Roberto Pineda, entre otros (Taussig, 1987; Pineda, 2001).
Su carácter nómada fue perseguido desde comienzos de la República.
Desde la Ley 30 de julio de 1824, se promovieron auxilios incitando a las
poblaciones “errantes” a abandonar este tipo de vida51 con el propósito de
ser más convenientemente evangelizados. Desde tiempos de la Corona, las
así llamadas reducciones tenían este objetivo. Por ello, en el decreto de
mayo 20 de 1820 se hacía la distinción entre reducidos y no reducidos,
también llamados “eaturales”. Este propósito se mantuvo por mucho tiem­
po, y se idearon fórmulas para estimular este proceso. Por ejemplo, se
decretó la exención del servicio militar a los indígenas por la aceptación de
la reducción a la vida social.52
Pero no fue simplemente este contacto de los “salvajes” con los blan­
cos, por sí sólo, lo que originó la más importante transformación de la
Amazonia en el imaginario coiombiaeo. Mientras los mercados europeos
fueron proclives a la importación de productos del bosque húmedo, en par­
ticular el caucho, el imaginario de El Dorado se sostuvo. Sin embargo,
cuando en el mercado mundial se deterioraron los precios de estos produc­
tos vegetales, esta visión se trastocó. La derrota de los empresarios colom­
bianos a manos de Arana, la peruanizarión de estas regiones a costa de las
aspiraciones geopolíticas colombianas, y la esclavización y destrucción de
pueblos indígenas preparó los ánimos para que José Eustasrn Rivera, el
más célebre novelista colombiano de la primera mitad del siglo XX, difun­
diera la imagen de la región amazónica como un “infierno verde”.
No se trataba de una idea original, y de hecho podía haber tenido un
uso coloquial entre los conocedores. Rivera la popularizó. En La Vorágine,
publicada en 1923, la selva es una verdadera prisión. Cuando Arturo Cova,
el protagonista, se interna por el Vichada en busca de su amada atrapada
por un mercachifle tratante de esclavos y blancas, exclama: “¡Oh selva,

51 Por ello, ya la Ley 30 de julio de 1824 promovía la repartición de tierras para ganadería y la
adjudicación de baldías.
52 Decreto, mayo 29 de 1848, artículo 25, Ley 39 de 1868.
CAUCHO, GEOPOLÍTICA E IMAGINARIOS 147

esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina! ¡Qué hado maligno


me dejó prisionero en tu cárcel verde?” (Rivera, 1997, p. 109). Y casi ense­
guida agrega: “Tú eres la catedral de la pesadumbre” (p. 108).
Como se observa, esta noción de selva es muy distante de aquella que
asume que la naturaleza es sabia, armoniosa o maternal, heredera de Von
Humboldt y retomada por el ecologismo proveniente de la década de los
sesenta. La selva, en esta representación, es imponente pero pavorosa. La
guerra que libran con ella los humanos es a muerte. En tono un poco de
mofa hacia otra novela magistral de la literatura colombiana y latinoame­
ricana de la segunda parte del siglo XIX, María de Jorge Isaacs, Rivera
dice: “¿Cuál es aquí la poesía de los retiros, dónde están las mariposas que
parecen flores traslúcidas, los pájaros mágicos, el arroyo cantor? ¡Pobre
fantasía de los poetas que sólo conocen las soledades domesticadas!” Y agrega:
“¡Nada de ruiseñores enamorados, nada de jardín versallesco, nada de pa­
noramas sentimentales! Aquí los responsos de sapos hidrópicos, la maleza
de cerros misántropos, los rebalses de caños podridos” (Rivera, 1997, p.
200). Por ello, no puede dejar de afirmar: “Esta selva sádica y virgen procu­
ra al ánimo la alucinación del peligro próximo” (p. 201).
Y si en algún momento los humanos ganan la batalla contra la natura­
leza, este triunfo no los deja incólumes. Deben pagar un alto costo: “La
selva trastorna al hombre desarrollándole los instintos más inhumanos: la
crueldad invade las almas como intrincado espino, y la codicia quema como
fiebre” dice Rivera (1997, p. 153). Esa especie de venganza de la naturaleza
no viene asociada a catástrofes, contaminación y sequías, sino relacionada
con deshumanización. Tal es la visión de la selva en una época marcada por
las heridas de la, ahí sí, “salvaje” explotación del caucho por los civilizados
en Colombia, especialmente en la región del río Putumayo. Cierto es que
las visiones brasileras de la extracción de la “borracha” son mucho más
épicas que la tragedia colombiana. De hecho, décadas más tarde, bien avan­
zado el siglo XX, la historia de Chico Méndes, el seringueiro amazónico
brasilero, es el cuento de un humilde extractor del caucho y, al mismo
tiempo, un protector de la selva y, por tanto, símbolo de la alianza entre
ecologistas y campesinos, quien es asesinado por las bandas armadas que
responden a los intereses de hacendados expansionistas y ganaderos.
En las anteriores condiciones, las representaciones de alcance nacio­
nal empiezan a imaginar la selva amazónica colombiana, en vez de un Edén
o una región privilegiada por una naturaleza ubérrima, como un infierno.
El éxito cafetero colombiano de comienzos del siglo XX reconcentró las
energías nacionales en el poblamiento de las regiones de vertiente andina
y en los lugares propicios para la exportación, particularmente los puertos
del Caribe y la región occidental conectada por el corredor que conduce a
Buenaventura en el océano Pacífico. Debido a esto, y a las encarnizadas
148 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 1850-1930".

guerras civiles, las energías nacionales tendieron a “olvidar” a la Amazonia,


abandonándola a su propia suerte. Corrijo: las energías del Estado colom­
biano se concentraron en la apropiación cartográfica y diplomática del te­
rritorio amazónico, pero dejaron prácticamente intacto el paisaje como tal.
Los cambios ambientales fueron más simbólicos que materiales.
Conclusión: de la región del Caquetá a la Panamazonia

La expansión de Arana sobre el Putumayo y el Caquetá, en la práctica,


erosionaba las pretensiones colombianas sobre un extenso territorio. Los
colombianos en la primera y segunda década del siglo XX no tenían mu­
chas posibilidades de posar de nacionalismo excesivo en esta región ya que
en estas dos décadas la supremacía peruana en la región era evidente. En
una guerra no eran muchas las posibilidades de victoria. La negociación
diplomática era el mejor camino para salvaguardar la pretensión de man­
tener una cabeza de playa en el Amazonas. Los colombianos probablemen­
te llegaron a la conclusión más pragmática de que lo importante no era
salvaguardar el conjunto del territorio sobre el cual, de hecho, no se hacía
posesión (Eder, 2004). Demetrio Salamanca, amazónico por adopción, cote­
rráneo por nacimiento y compañero de aventuras de Rafael Reyes, expuso
el punto claramente en 1917. Remontándose al Tratado de Viena de 1815,
que reconocía el derecho de libre comercio y navegación sobre ríos comu­
nes, postulaba que lo que era irrenunciable era el derecho colombiano a la
salida al Amazonas. Con ello Colombia lograba participar en el conjunto del
comercio amazónico y la salida al Atlántico de sus productos por esta vía.
La región colombiana conocida como el territorio del Caquetá debía ser
desde entonces la Amazonia. Pero la idea de Salamanca tenía más
implicaciones. Al postular que lo estratégico era el acceso al río-mar y al
conjunto de su comercio, la Amazonia colombiana era en realidad parte de
un territorio mayor, la Panamazonia (Salamanca, 1994).
Una vez pasado el entusiasmo nacionalista colombiano de comienzos
de los años treinta, la Amazonia colombiana no se integró rápidamente a la
economía del país. En contraste con Brasil, Perú y Bolivia, no tuvo ni
caucheros fuertes, ni un aparato militar que los respaldara. Lo que Perú
trató de hacer con soldados y caucheros, Colombia quiso hacerlo con misio­
neros (Ordinaire, 1996, p. 131). Al final Colombia logró salvar el Trapecio
Amazónico abandonando sus pretensiones sobre el río Ñapo y renunciando
a la desembocadura del Caquetá y el Putumayo. La verdad es que estos
territorios vivieron, los primeros bajo control de los caucheros peruanos, y
los segundos bajo el control de portugueses primero y de brasileros des­
pués.
EPÍLOGO

En 1904, después del fin de la Guerra de los Mil Días y de la secesión de


Panamá, el balance de casi un siglo de vida independiente sólo podría pro­
ducir desaliento entre los líderes del país. La compleja geografía intertropical
andina, y las permanentes guerras civiles fueron duros enemigos del pro­
ceso civilizador. Para poner sólo un ejemplo, en términos de inversión ex­
tranjera, durante las dos primeras décadas del siglo XX la posición
colombiana estaba por debajo de la mayoría de países latinoamericanos,
incluidos países pequeños como Costa Rica y Guatemala (Rippy, 1959, p.
37-67). De otro lado, las relaciones productivas hacendarías en extensas
zonas rurales tampoco contribuían a mejorar la dinámica económica. Sin
embargo, en una entrevista concedida por Rafael Reyes en 1919 de manera
optimista afirmaba, en su encumbrado estilo, que debido a la construcción
del Canal de Panamá, el potencial económico de la patria se va a desarro­
llar y “Colombia va a ser conocida como la Argentina tropical” (Reyes, 1920,
p. 5).
A comienzos del siglo XX, Argentina era el país hispanoamericano más
exitoso y rico, un ejemplo envidiable para la elite latinoamericana acos­
tumbrada a contrastar el avance de angloamérica con las pobres y conflic­
tivas repúblicas del sur del Río Grande. Las transformaciones materiales
de los ecosistemas en Argentina y en Estados Unidos eran tan impresio­
nantes que el historiador Alfred Crosby las llamó “Neo-Europas.” Ambos
países fueron capaces de conquistar sus fronteras, eliminar o arrinconar a
sus poblaciones indígenas y hacer productivas las nuevas tierras conquis­
tadas. Esta transformación material del territorio fronterizo fue apoyada
por “ficciones guías” (Shunway, 1991), imaginarios o sueños, si se quiere,
que llegaron a convertirse en realidades materiales, situación opuesta al
caso colombiano. En el caso de Estados Unidos, la distribución de la tierra
entre migrantes recién llegados reforzó las bases del sueño “democrático”.
1 50 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 1850-1930".

Claro, democrático cuando se olvida que existían indios en esas tierras. En


contraste, la elite argentina consolidó el latifundio. Su “ficción guía” no era
democrática, como en Estados Unidos, sino que estaba arraigada en la opo­
sición binaria entre civilización y barbarie claramente establecida en 1845
por Domingo Sarmiento (1971).
El entorno ambiental descrito por Sarmiento en términos del conflicto
entre barbarie y civilización proporciona un modelo lingüístico para la com­
prensión por parte de los líderes de América Latina del problema de la
frontera durante la segunda mitad del siglo XIX. En su famoso ensayo so­
bre el caudillo Facundo Quiroga, Sarmiento subraya el conflicto entre la
Buenos Aires civilizada al estilo europeo, y las bárbaras pampas pobladas
por indígenas y gauchos, producto del mestizaje entre indígenas y españo­
les, para algunos una mala mezcla. La barbarie de las pampas estaba arrai­
gada en el supuesto de que se daba en espacios abiertos, con baja densidad
poblacional, que llamaban “desiertos”. He insistido en el uso común de la
palabra desierto durante el siglo XIX para referirse a las tierras más allá
de las fronteras, que eran vistas como lugares sin agricultura, tierras aban­
donas, baldías. No interesaba si esas regiones eran bosques húmedos: eran
“desiertos”. Una explicación del uso de tal metáfora es importante para
comprender una denominación que hoy en día suena extraña.
Si para los estadounidenses la frontera era lo silvestre y lo agreste
(wilderness), para Sarmiento era el encuentro con el desierto. Esta afirma­
ción contraevidente en la mayor parte de los casos, en el sentido de que la
pampa argentina era todo menos un desierto, es el producto de la destreza
literaria de Sarmiento y su generación. De hecho, en las primeras páginas
de Facundo, Sarmiento hace una extraña analogía “asiática” al describir
nómadas en un desierto. Para él, como para otros pensadores europeos,
Asia arábiga y el norte de “Africa eran el epítome de la barbarie y el despo­
tismo, con sus camellos, nómadas y las huellas de una sociedad estancada
que fracasaba en avanzar hacia la civilización” (Said, 1978). “La vida pasto­
ril nos recuerda a las planicies asiáticas, que la imaginación las cubre de
pobladores Kalmuc, cosacos o árabes”, dice Sarmiento (1971, p. 15).' Mien­
tras que el sedentarismo es una precondición de civilización, la vida nóma­
da es una característica de sociedades despóticas, que él atribuía a Asia.
Sarmiento afirma que “desde estas características en que se levanta la vida
de la gente argentina reina la fuerza bruta, la supremacía del más fuerte,
la absoluta e irresponsable autoridad de los que dominan y la administra­
ción de justicia sin formalidades ni discusión” (Sarmiento, 1896, p. 9).

"En la tribu árabe que vaga por las soledades asiáticas... el progreso está sofocado porque no
puede haber progreso sin la posesión permanente del suelo, sin la ciudad" (Sarmiento, 1896, p
29).
151

La comparación es social y paisajística. En contraste con Europa, estas


sociedades asiáticas estaban estancadas. Afirma que en la tribu árabe, “el
progreso es imposible, debido a que no puede haber progreso sin perma­
nente posesión del suelo o sin ciudades” (Sarmiento, 1896, p. 15). Reconoce
que la situación en Argentina no es exactamente la misma, y agrega que la
diferencia es que “en las planicies argentinas el pastor es un propietario
que vive en su propia tierra; pero esta condición hace la asociación imposi­
ble y tiende a dispersar y separar a las familias sobre una inmensa exten­
sión de la superficie” (p. 15). En Argentina la barbarie es normal por la
dispersión (p. 18). Sin embargo, nota que la propiedad y el desierto no se
excluyen: “la producción de bienes muebles no es imposible, el disfrute del
lujo no es completamente incompatible con el aislamiento; la riqueza pue­
de levantar un edificio en el desierto” (p. 16). Las ciudades, según Sarmien­
to, son como “oasis de civilización en medio del desierto” (p. 16). Los
paralelismos con Asia no se restringen a los comentarios sobre organiza­
ción social. Sarmiento también compara Argentina con Asia en términos
paisajísticos; se parecen no solamente en términos de nómadas y despotis­
mo, sino en que “hay algo en los desiertos del territorio argentino que lleva
la mente a los desiertos de Asia” (p. 8). En Argentina la barbarie es normal
por la dispersión (p. 18). Así, agrega que los argentinos se parecen a los
beduinos en algunos aspectos.
¿Cómo podría haber una similitud ecológica entre Argentina y el paisa­
je árabe? Porque el mal argentino descansa en la extensión y el desierto
que lo rodea, responde Sarmiento. Sin embargo, la idea de desierto no
puede ser tomada en el sentido ecosistémico preciso. En vez de eso, Sar­
miento la usa metafóricamente y afirma que “el desierto penetra en todos
los lados y penetra el corazón; baldíos que no contienen asentamiento hu­
mano” (Sarmiento, 1896, p. 2). No obstante, este desierto argentino no
está completamente desocupado. Sarmiento dice que, “en el sur y en el
norte hay salvajes vigilando atentos que se aprovechan de la luz de la luna
para atacar como hienas sobre los rebaños y sus pastos y sobre los poblados
indefensos” (p. 2).
Esta analogía entre zonas rurales de frontera y desiertos sirvió duran­
te el siglo XIX como base semántica para realizar excursiones militares
contra pueblos indígenas. Estas expediciones fueron conducidas en el pe­
riodo de posindependencia desde 1820 en adelante. Durante el periodo del
dictador Rosas, antes de 1850, se lanzaron expediciones militares. Sin em­
bargo, la más infame fue la llamada “Campaña del desierto”, que tuvo lugar
durante la presidencia de Sarmiento y fue comandada por el general Julio
Roca. El énfasis de Sarmiento en educación no contradice otras tácticas
para civilizar su país. Como Shunway lo ha dicho:
152 "FIEBRE DE TIERRA CALIERE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 1850-1930".

Ya desde 1844, cuando Sarmiento vivía en Chile, respondió al escri­


tor chileno José Victorino Lastarria, quien recordaba la crueldad
española durante la Conquista, que “debemos ser justos con los es­
pañoles; con el exterminio de gente salvaje de unos territorios que
ellos iban a ocupar, solamente hicieron lo que cualquier pueblo civili­
zado habría hecho con los salvajes, lo que la colonización hizo cons­
ciente o inconsctentemette: absorber, destruir y extermmar”
(Shunway, 1991, p. 255; Sarmiento, 1909, p. 219).
Durarle la presidencia de Sarmiento (1868-1874) fueron enviadas va­
rias misiones oficiales a Estados Unidos a aprender cómo manejar el “pro­
blema” indígena. En 1879, después de varios intentos durare los años
previos, incluido el periodo presidencial de Sarmiento, ~1 general Roca lan­
zó la última y definitiva expedición contra las tribus tehuelchen y araucanas
al sur de Buenos Aires. Según Roca, ellos fueron “subyugados, desplazados
o extermíadoos... Los indios sobrevivintres fueron conducidos a
reservaciones” (Rock, 1985).
Sarmiento proporciona el instrumento más importante para compren­
der la apropiación simbólica del paisaje, en términos de organización social
y geografía física. Sarmiento vivió una época en Santiago como académico
en la Universidad de Chile, obtuvo su título de abogado en la Universidad
de Michigan, y fue a Estados Unidos a estudiar el problema de la frontera
pero luego se convirtió en presidente de Argentina. Es recordado como un
incansaMe promotor de la educación y sus descripciones llegaron a ser
parte de la imaginación de la elite, y sentaron las bases para la toma de
decisiones de política orientadas a tra.nsoormar el aspecto americano de
Argentina en una neo-Europa. Cuando los migrantes llegaron a Argentina
después de 1880, las pampas y el más remoto hinterland -el “desierto”-,
estaba desierto precisa^me^nte porque ya no quedaba casi gente allá. Los
pueblos indígenas -que ya habían sido eliminados o removidos y confina­
dos en reservaciones-, y los gauchos fueron desplazados a la más alejada
periferia (Slatta, 1983).
Este texto ha presentado algunas analogías del proceso de expansión
en Argentina y algo de Estados Unidos piara iluminar algunos parecidos y
diferencias con la frontera colombiana. De maner^a similar al caso de Esta­
dos Unidos, la expansión de la frontera en Argentina fue simultáneamrnte
la extensión de un sistema de propiedad privada sobre tierras “baldías”.
Este proceso puede ser visto como la intersección de tres factores. Una
campaña militar contra las poblaciones indígenas; un proceso de expedi­
ción de regulaciones legales, en particular un código civil y, finalmente, la
consolidación de un sueño cultural: el sueño del triunfo de la civilización
sobre la barbarie (gauchos) y el salvajismo (indígenas). Esta infraestrucuu-
ra simbólica fue complementada tanto en Estados Unidos como en Argenti­
na con trabajos de ingeniería, desarrollo urbano, inversión extrajera en
153

infraestructura, avances en la agricultura y en medios de comunicación,


particularmente trenes. Los cambios simbólicos fueron acoplados con trans­
formaciones materiales. Uno de los efectos materiales de la apropiación
simbólica de la frontera argentina como desierto fue invisibilizar a los indí­
genas.
Contrastar a Colombia con Estados Unidos y Argentina es útil. En Es­
tados Unidos los indígenas fueron retratados en las películas de Hollywood
como los “tipos malos”, y en Argentina se cambió totalmente el balance
demográfico por la migración europea. Colombia, en cambio, no fue capaz
de atraer inmigrantes, pero algunos intelectuales, Codazzi por ejemplo,
pensaban que la gente de los Andes poblaría las dilatadas regiones baldías
de Colombia. Rafael Reyes trajo “calentanos” del Huila y Tolima en la épo­
ca de su trabajo pionero de extracción de quina. Más tarde aspiró a nacio­
nalizar al país con los laboriosos y exitosos antioqueños. Sin embargo, no
todos los conservadores fueron optimistas en este aspecto. Ni nuestra “raza”,
como dijo en la tercera década del siglo XX Laureano Gómez, ni nuestro
suelo, tienen posibilidades de compararse con Argentina. Unas pocas islas
frías y una minoría de gente de origen español no pueden cambiar el hecho
de que Colombia es simplemente un país tropical sin gente que encaje en
el ideal de civilización. En contraste, el más influyente liberal de comien­
zos del siglo XX ofreció una solución diferente.
En febrero de 1907, en Río de Janeiro, el general Rafael Uribe Uribe
impartió una conferencia llamada “Reducción de salvajes” (Uribe, 1907).
Señaló que, a pesar del amplio mestizaje de Colombia, la raza indígena ha
sobrevivido porque han aprendido el lenguaje civilizado de los españoles.
De otra manera, sólo habría otras dos opciones cuando las razas civilizadas
se encuentran con las salvajes: exterminio, como en Estados Unidos, Ar­
gentina o Chile; o esclavitud (p. 4-5). Bajo estas premisas, Uribe Uribe
propuso la necesidad de integrar la importante población “salvaje” que él
calculaba en 321.000, es decir, seis por ciento del total de la población co­
lombiana (p. 6-7). Creía que había tres métodos que, en conjunto, podrían
lograr un buen resultado. Dos de ellos eran los clásicos usados por los
españoles: las colonias militares y los misioneros; el otro era la creación de
un cuerpo de traductores. En este aspecto, en realidad, Uribe no era origi­
nal: los traductores los usaron todas las potencias colonizadoras: españo­
les, ingleses, portugueses, franceses y holandeses (Lúea, 2003).
En otro aspecto sí: en lugar de proponer la migración extranjera, Uribe
pensó en cuatro justificaciones para perseguir el objetivo de “reducir” a los
salvajes (Uribe, 1907, p. 11-14, 39), éstas son: la cristianización, el incre­
mento de la fuerza laboral, la obtención de nuevos productos del suelo
ocupados por ellos, y la conquista de territorios que permitieran prevenir
futuros alegatos con países vecinos. En relación con estos últimos dos pun­
154 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTEE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 1850-1930"

tos, primero, Uribe reconocía que si no hubiera esta población aborigen en


el Caquetá, el caucho “no habría podido ser extraído o habría sido extraído
en una cantidad insignificante” (p. 9). Segundo, creía que lo más problemá­
tico de estos aborígenes era que estaban localizados en las fronteras de
países vecinos (p. 10).
Como complemento de estos argumentos, Uribe dedicó una sección de
su discurso a mostrar la importancia económica de los salvajes, y rechazó
la supuesta necesidad de que fueran sedentarios proponiendo una visión
bastante inusual en su época. Era consciente de las claras distinciones
entre los indígenas de tierras altas, agricultores y sedentarios, y aquéllos
de tierras calientes y bajas que eran nómadas. Decía que el intento de
concentraras en pueblos acabaría degradándoos y destruyéndoos. Al con­
trario, ellos deberían mant^t^nt^r sus costumbres y su dieta alimenticia. Vis­
a-vis los migrantes europeos, el costo de los indígenas era menos que una
décima parte y ellos podrían adaptasee mejor en las duras y malsanas con­
diciones del clima tropical que los blancos porque “no todas las razas tienen
iguales aptitudes para adaptaree a los climas tropicales” (Uribe, 1907, p.
46). Aunque pensaba que el mestizaje era la mejor forma de conquistar los
trópicos, creía que los salvajes estaban mejor adaptados para “poblar las
regiones desiertas” donde ellos ya han vivido (p. 41).
Infortunadamnnte, ni la fórmula de Uribe fue acogida, ni la gente de
los Andes en esa época pobló la Amazonia en una escala considerable, a
pesar de los intentos de Reyes, quineros y caucheros, y a pesar de los inte­
reses piadosos de los misioneros. Los migrantes extranjeros tampoco vi­
nieron a Colombia, con la excepción de los así llamados “turcos”, libantes
y sirios que viajaban con pasaporte otomano, y que en su mayor parte
perm^n(^cit^t^on en la costa Caribe. Sin embargo, incluso la región Caribe
fue subsumida dentro del estereotipo que veía a la región andina como la
verdadera Colombia (Posada-Carbó, 1996). De hecho, la fiebre de tierra
caliente que recorrió el país desde 1850 sólo logró integrar a los Andes con
la costa Caribe a través del río Magdalena.
Durante el periodo que cubre este estudio el paisaje colombiano en
cuanto a su cobertura vegetal no cambió mucho. Sin embargo el territorio
sí fue reorganizado. Esto quiere decir que, en una visión general del país,
desde el punto de vista espacial, los ecosistemas permanecieron intactos
pero la organización política y el perfil del país cambiaron considerable­
mente. El río Grande de La Magdalena, como era conocido desde tiempos
coloniales, se constituyó de hecho en el eje de la organización del territorio
colombiano. En la década de los noventa del siglo XIX, Eliseo Reclús, el
famoso geógrafo anarquisto, dijo que “el río Magdalena es la principal arte­
ria de la República, su principal ruta de comercio, el vínculo natural que
une las diversas provincias y, finalmente, la principal causa de unidad na­
155

cional” (Reclús, 1958, p. 186). De hecho, todas las divisiones políticas de la


nación lucharon para lograr al menos una cabeza de playa sobre el río
Magdalena con lo cual quedó determinada la más estable configuración
político-administrativa del país en departamentos después de 1910, como
se ilustra en el mapa correspondiente.2 El Valle del Cauca fue una región
que permaneció estancada durante el periodo en estudio hasta que final­
mente desde 1915 mejoró sus conexiones con el océano Pacífico y con la
región cafetera del Quindío. El principal ganador del proceso, en términos
espaciales, fue Antioquia, la región cafetera e industrial que inició desde la
Independencia como una pequeña porción del territorio, encerrada entre
montañas de la Cordillera Central.3 El principal perdedor fue el Cauca, la
región que al principio del proceso poseía la mitad del territorio, incluyen­
do las regiones del Caquetá y el Valle del Cauca, el cual se convirtió en
departamento desde 1908.4
El éxito de los antioqueños desafiaba el determinismo ambiental de
Laureano Gómez que no le encontraba espacio a la civilización en la Co­
lombia tropical. Cuando en 1928, en un auditorio repleto con la “crema” de
la sociedad bogotana, dijo que ningún país situado en la latitud de los trópi­
cos había sido capaz de crear una verdadera cultura, contrarió a muchos
optimistas. Para empeorar las cosas, también despreció a quienes con bue­
nas razones -antioqueños y costeños— rechazaban el dejo de superioridad
de la alta sociedad bogotana cuando añadió que gracias a los altiplanos de
Ecuador, Colombia y Venezuela estos países habían superado a los africa­
nos en la misma latitud. Infortunadamente, dijo, la mayoría del territorio
colombiano queda localizado fuera de los altiplanos. En realidad, Gómez no
estaba improvisando. Una década antes, en julio 20 de 1917, durante la
inauguración de la Estación ferrocarrilera de La Sabana, dijo que este edi­
ficio “es una bienvenida alegre y magnífica de una ciudad hospitalaria a los
hijos de la nación que llegan desde todos los confines del territorio para
gozar de los beneficios indefinidos de una más avanzada civilización” (Gómez,
1970, p. 197). En corto tiempo, un intelectual antioqueño contestó este
impotable discurso. (Ver mapas No. 12 y 13)
En su Escrutinio sociológico de la historia de Colombia, el historiador,
diplomático y político Luis López de Mesa (1936) describió a unos inmigrantes
(sic) colombianos en lucha contra una naturaleza hostil. López de Mesa
dijo que la gente de Colombia que se ubicó en los altiplanos, lejos de esa
destructora patología tropical de las planicies tórridas se desplazó a las
vertientes y valles de mediana altitud en medio de las montañas (p. 104).

2 Ver Mapas 7
3 Ver Mapa 8
4 Ver mapa 9, 10 Y 11
156 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 1850-1930".

Esta es la “civilización de vertienee’,, donde los pueblos de montaña y los


cultivadores de café prosperan. Los colombianos tuvieron que destruir y
recrear su ambiente para ajustarlo al hombre culto (p. 105). Lo que ocurrió
fue que si al comienzo del siglo Colombia estaba atrasada con respecto a
muchos países latinoamericanos, durante las siguientes dos décadas, parti-
cularmenee duranee la década de los veinte, importanees transibrmariones
ocurrieron y un nuevo optimismo invadió a los colombianos. López de Mesa
estaba simplemente expresando lo que él entendió como los logros de al­
cance nacional de los cultivadores de café.5
La idea de Reyes sobre Colombia como una Argentina tropical era poco
práctica o aplicable sólo a regiones específicas, como el Valle del Cauca, ya
que Argentina requirió de un grupo sustancial de inmigranees que Colom­
bia nunca recibió, y unas tierras .i.ncreíblemenee fértiles. La visión de Gómez
era la perspectiva más eurocéntríca, elitista y derrotista. La de López de
Mesa era una idea interesanee que ayudaba a poner fin a una Colombia
fragmtntads, integrándoaa a través de una simplificación cultural basada
en las transtormarionos de las vertienees andinas por medio del café. Sin
embargo, no todo el mundo se estaba devanando los sesos para caracteri­
zar el tipo de civilización a la que Colombia se ajustaba. Hubo voces que
simplemente rechazaron la idea de civilización: las voces de la gente de los
bosques.
Manuel Quintín Lame, un líder indígena que desde 1910 participó en
una guerra prolongada contra la “civilización blanca colombiana”, como él
la llamaba, opinaba algo por completo distinto a todos los personajes men­
cionados anteriormenee. Solía decir que él era el “Indio lsiel que vino de la
montaña (bosque) al valle de la civilización”.6 En uno de los pocos estudios
acerca de Quintín Lame, Gonzalo Castillo-Cárdenas dice que en Lame “mon­
taña” quiere decir “conoccmiento y sabiduría a la manei^a de los indios”
(Castillo-Cárdena,, 1987, p. 82).
Debió añadir que “montaña” debe entendesee también como bosque y,
si se quiere, selva. El uso de “montaña” tiene antecedenecs coloniales. Por
ejemplo, en los documentos escritos en diciembre de 1753 por Pablo de
Torrijones, procurador de Misiones, se describe la misión de Sucumbíos en
las orillas del río Napo (en lo que es hoy en día confluencia entre la Amazonia
ecuatoriana, colombiana y peruana). Afirma que “las salidas de estas mon­
tañas y misiones del Putumayo y el Caquetá, son una por Sucumbíos, bajo
la jurisdicción de Pasto, y otra por la Ceja de Timaná, en la de Neiva”.
Agrega que “el pueblo de Sucumbíos tiene un muy mal camino, a pesar del

Manuccript: "Los pensamientos del indio que se educó dentro de las selvas colombianas" ("The
Tought oí the Indian Educated in the CoR^mten Forest"). Una vessión pt^loli^^^ en ingms
puede verse en Gonaalo Cbtt¡lio-Cátdbnas (1987, p. 97-153").
157

hecho de que es el puerto o boca de la montaña".1 Siguiendo a Raimondi, el


Codazzi peruano, “la montaña es el Perú de los bosques” (Raimondi, 1876:
I, p. 51). La montaña es el lugar “donde los bosques vírgenes tomas las
proporciones más colosales” (p. 84-88). El padre Manuel María Albis tituló
uno de los reportes en que Codazzi basó su información sobre el Caquetá,
“Curiosidades de la Montaña”.8 Cuando Lame dijo “montaña”, probable­
mente estaba connotando los tres significados: sabiduría, lomas y bosques.
Lame nació en 1883 en el seno de la etnia Páez del departamento del
Cauca, aunque su madre era guambiana. En su juventud sirvió en el ejér­
cito colombiano, participó en la Guerra de Los Mil Días, y como soldado fue
a Panamá (Castillo-Cárdenas, 1987, p. 30-31). Cuando regresó a su terruño
nativo en 1910, fue elegido por los cabildos del Cauca como su líder. Desde
este momento hasta 1917, luchó por las tierras indígenas contra los hacen­
dados. En ese año fue encarcelado porque se convirtió en su gran enemigo.
En 1922 fue dejado en libertad y se desplazó hacia el valle del Magdalena
en el departamento del Tolima, una región de tierra caliente, y allí luchó
para reconstituir el viejo resguardo de Ortega y Chaparral que había sido
disuelto durante el tiempo de las reformas liberales del siglo XIX. A pesar
de las connotaciones racistas y discriminatorias, armado con la Ley 89 de
1890 que proscribía una mayor división de los resguardos, luchó contra
todo el sistema legal que, a pesar del texto de la ley, funcionaba en favor de
la expansión de los propietarios territoriales. Un texto escrito por Lame y
firmado por mujeres indígenas provenientes de ocho departamentos decía:
“Este es el momento en que las hijas de los bosques y de las selvas desier­
tas lanzan un grito de justicia a la civilización del país” (Lame, 1973).
Metáforas, regulaciones legales, descripciones corográficas, mapas,
miradas sobre el paisaje, imaginarios, y así sucesivamente, son parte de
un arsenal de transformaciones simbólicas que ocurrieron en Colombia.
Estos instrumentos también jugaron un rol en los localizados cambios
materiales del paisaje y en las transformaciones futuras. Como valiente­
mente lo denunció Quintín Lame, la Ley 89 de 1890 parecía más una burla
para los indígenas. Sin embargo, después de varias décadas, prácticamente
no hay un reclamo indígena sobre tierras que no se base en esta ley. Y, si
los indígenas han preservado un viejo mapa del resguardo para presentar­
lo a la policía o los funcionarios de áreas remotas, sus reclamos pueden ser
casi incontrovertibles desde un punto de vista legal.

Fondo Miscelánea Misiones, tomo 2, Indios de Icabates y Payaguas, Jurisdicción Franciscana,


fol. 512.533.
Albis usa la expresión "montaña" la cual es la manera como es llamda la selva en Perú durante
el siglo XIX y buena parte del siglo XX. La tierra de los incas estaba dividad en tres principales
macro-regiones: costa, sierra y montaña. En Colombia, "montaña" regularmente se refiere a la
región andina, lo que en Perú es la "sierra." Ver Manuel María Albis, en Agustín Codazzi (2000,
p. 73-123).
158 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTEE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 1850-1930".

Las metáforas pueden ser también "armas de difusión masiva”.9 La


“civilización”, como metáfora de cambio, por ejemplo, tiene una connota­
ción ambiental eurocéntrica consolidada en tiempos de la expansión impe­
rial europea en el siglo XIX, con significaciones despectivas hacia los trópicos.
Esta metáfora fue definitivamente cuestionada y sustituida por la de "desa­
rrollo” cuando Europa se descompuso duraMe la Segunda Guerra Mundial,
y fue sustituida como poder dominante por Estados Unidos de América.
Sólo recienteme^e ha sido revivida en los labios del presidente de la su-
perpotencia de esta época, sorprendida por un improbable ataque en su
propio territorio. Mientras sus matices ambientales han sido diluidos, sus
raíces imperiales permanecen firmes.

En la época en que estaba escribiendo este texto, el presidente George Bush decidió invadir Irak
con el pretexto de que poseía "armas de destrucción masiva".
159

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Zárate, Carlos (2001). La extracción de quina. Bogotá: Universidad Nacional de
Colombia-Sede Leticia.
MAPAS
171

Mapa No. 1

Cobertura de vegetación 1850


Modificado y adaptado de Germán Márquez, en Germán Palacio (2000)
Océano Pacific

Fuente: Germán A. Palacio Castañeda


172 "FIEBRE DET IERRA CALIENTEE. UNAH ISTORIA AMBIENTAL DE COLOM BIA 1850-1930".

Mapa No. 2

Cobertura de vegetación 1920


Modificado y adaptado de Germán Márquez, en Germán Palacio (2000)

Fuerrte: Germnn A. Palacio Castañeda


173

Mapa No. 3

Colombia hundida 2.000 mtrs

Fuente: José María Vergara y Velasco. Nueva geografía de Colombia.


(Bogotá: imprenta de Vapor. 1901)
174 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 1850-1930".

Mapa No. 4

Fuente: Domingeez Camilo, Gómez Augusto, 1994.

Nación y Etnias: Los Conflictos Turritorieles en la A^tazoaia


175

Mapa No. 5

Estado del Cauca, 1857

cí>

o
Mar Caribe

C"
Océano Pacifico

Fuente: Germán A. Palacio Castañeda


176 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOM BIA 18501930".

Mapa No. 6

Pretensiones Colombíanss a mediados del siglo XIX


Océano Pacifico

Fuente: Germán A. Palacio Castañeda


177

Mapa No. 7

Organización territorial, centrada en el río Magdalena

Fuente: Germán A. Palacio Castañeda


178 "FIEBRE DE TIERRA CA^Li^^ETEE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 1850-1930".

Mapa No. 8

Extensión del país y de los Estados (1857)

Fuerce: José María Vergara y Velasco. Nueva geografía de Colombia.


(Bogotá: intenta de Vapor. 1901)
179

Mapa No. 9

Gran estado del Cauca, 1860


(Pretensión, aproximado)
Océano Pacifico

Fuente: Germán A. Palacio Castandla


180 "FIEBRE DE TIERRA CALIENEE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 1850-1930".

Mapa No. 10

Cauca y Valle del Cauca, después de 1908


Océano Pacífico

Fuente: Germán A. Palacio Castañela


181

Mapa No. 11

Organización territorial, centrada en el río Magdalena,

Fuente: Germán A. Palacio Castañeda


182 "FIEBRE DE TIERRA CALIENTE. UNA HISTORIA AMBIENTAL DE COLOMBIA 1850-1930".

Mapa No.12

Bogotá como Centro del País

Fuente: José María Vergara y Velasco. Nueva geografía de Colombia.


(Bogotá: imptenía de Vapor. 1901)
183

Mapa No. 13

Colombia hundida 2.000 mtrs

Isla Santa Marta

Islas Panameñas

OCÉANO

Estrecho de Cali

Estrecho de la Providencia

Estrecho del Pal ia

, 4 - rsirec
lismo de Aponte

Fuente: José María Vergara y Velasco. Nueva geografía de Colombia.


(Bogotá: imptenía de Vapor. 1901)
LIGRANA
■■ LIBRERÍA Y EDITORIAL E.U.

Esta publicación se termino de imprimir


en Octubre de 2006
en la Librería y Editorial Filigrana
Este texto plantea que, a pesar de variados intentos para
realizar transformaciones materiales del paisaje colombiano
durante la época en estudio, muchos de los cambios
sustanciales reflejados en procesos de deforestación fueron
localizados y circunscritos a la región andina y, en un segundo
y relegado lugar, al Caribe. En contraste, en la región
amazónica, por sólo mencionar un caso, los cambios
permanentes fueron principalmente simbólicos y consistieron
en reorganización territorial y transformaciones en los
imaginarios. Por ejemplo, si a comienzos del periodo la región
del Caquetá -como se conocía en aquel entonces- se percibía
como un El Dorado, a fines del mismo se había convertido en
un "infierno verde".

El hecho de que los bosques amazónicos no fueron


talados de manera significativa e irreversible implica
decir que los agentes externos a la región fracasaron
en "civilizar" estas tierras húmedas y calientes. Si
tomamos esta afirmación desde el otro lado de la
moneda, se podría decir que los "bosquesinos" y los
bosques mismos resistieron y sobrevivieron a los
ataques de las fuerzas civilizadoras, lo
cual es otra forma de decir que ellos fueron
vencedores en esa pequeña y sufrida pero
significativa historia.

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