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El SUFRIMIENTO DEL SUJETO PSICOTICO

Si no se reconoce el valor humano de la locura, es el hombre


mismo quien desaparece.
Francesc Tosquelles.

En este ensayo se pretende vislumbrar desde varias vertientes, cómo se

produce el sufrimiento y cómo responde y enfrenta esta experiencia el sujeto

psicótico.

Estudiamos al sujeto psicótico como ser humano, relacionándonos con

él en cuanto persona, para dar cuenta y razón de él como individuo que sufre

por su particular vivencia y por el trato que recibe de los otros. Esta postura

pretende romper con otra forma de relación que se establece con el psicótico,

en la que es tratado como objeto de estudio, quitándole su condición de sujeto.

Esto está en concordancia con lo que plantea Laing:

“…uno debe ser capaz de orientarse a sí mismo, en cuanto persona, en el

esquema de las cosas del otro, en vez de ver al otro solamente como un

objeto en nuestro propio mundo, es decir, dentro del sistema total de

nuestras propias referencias. Uno debe ser capaz de efectuar esa

reorientación sin prejuzgar acerca de quién está en lo cierto y quién esta

equivocado. La capacidad de hacer esto es un requisito previo absoluto y

obvio al trabajar con psicóticos.”


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Nos guiamos por la definición de sufrimiento que plantea Le Breton;

este autor entiende el sufrimiento como la significación que un individuo da a

una experiencia que percibe como dolorosa. Afirma que siempre que un

individuo tiene una percepción dolorosa le atribuye un significado; no hay

dolor sin sufrimiento, es decir sin la atribución de un significado, en este caso,

afectivo. Esta vivencia subjetiva se configura en un contexto social y cultural;

por ello la significación que hace la persona, aún cuando es íntima, está

impregnada de materia social, cultural, relacional.

En el psicótico se produce una vivencia particular, en la cual se pierden

los límites que separan su mundo interno---conformado por sueños, fantasías,

anhelos, creencias, mitos, temores, angustias---, del mundo externo; haciendo

que su vivencia sea hostil y amenazante, generadora de sufrimiento para él,

sintiéndose dominado y atormentado por delirios y alucinaciones, que

modifican su modo de estar en el mundo. Además del dolor que genera la

vivencia psicótica por si sola, el sujeto se enfrenta al sufrimiento que le

procura el trato que recibe de los otros: la sociedad, la familia, las

instituciones y hasta el médico psiquiatra, que se ocupa de atenderlos, que en

algunos casos rechazan, excluyen, y estigmatizan al sujeto que la

experimenta.
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El estigma para los griegos se refería a signos corporales consistentes

en cortes o quemaduras en el cuerpo, que señalaban que el portador era un

esclavo, un criminal o un traidor. En la sociedad actual los principales

estigmas son los referidos a defectos físicos, enfermedades, condiciones

raciales, condiciones sociales determinadas y minusvalías físicas.

Las vertientes que se examinarán del sufrimiento del sujeto psicótico

comprenden: la vertiente subjetiva en la que incluimos la vivencia psicótica

como generadora de sufrimiento y la inseguridad ontológica que esta vivencia

genera en la relación que el sujeto establece consigo mismo y con su entorno.

Además la vertiente externa donde incluimos la contribución que tienen los

factores socioculturales y el tratamiento psiquiátrico en aumentar y producir

sufrimiento en el psicótico.

Con esto no pretendemos abarcar todos los aspectos que producen

sufrimiento en el sujeto psicótico, sino hacer una aproximación que genere

discusión y reflexiones sobre el tema. Dejamos el tema de la familia como

productora y contribuyente de la psicosis para otro ensayo, aunque éste ha

sido ampliamente estudiado por el movimiento antipsiquiátrico, por algunas

corrientes psicoanalíticas y psiquiátricas.

En un principio la vivencia psicótica hace que el sujeto se enfrente con

una ruptura de su mundo; este empieza a cobrar nuevas significaciones que le


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generan perplejidad y angustia. Esto lo describen diversos autores como

estado prepsicótico, predelirante, o trema. Siendo los delirios y las

alucinaciones la culminación de acontecimientos anteriores. Este estado

prepsicótico fue descrito metafóricamente por Wetzel en 1922 como

“experiencia de fin de mundo” para denotar como el sujeto vivencia su

mundo bajo un estado afectivo especial de pronóstico siniestro.

En este momento el sujeto trata de encontrar una conceptualización que

le permita asignarle un sentido a este estado inefable con el fin de romper con

la espera angustiosa. Maria, seudónimo de una mujer de 38 años (de aquí en

adelante todos los nombres utilizados para dar cuenta de las vivencias

psicóticas son seudónimos; también se alterarán datos que posibiliten la

identificación de estas personas), asistía al Hospital Psiquiátrico de Caracas

desde su hogar en la Guaira; nos contaba como dejó de venir al hospital y de

salir de su hogar, por que sentía que todo estaba cambiado. En sus palabras:

“de repente veía todo cambiado, los edificios, las calles, las personas, nada

era igual, cuando venia por la carretera sentía todo diferente, la cara de las

personas era terrorifica, me dada miedo, esto me aterraba…pasé meses

encerrada en mi casa, no quería salir…todo eso me indicaba que el mundo

se estaba acabando, que venía el juicio final”.


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Jaspers describe en su “Psicopatología General” la incomprensión que

genera la vivencia psicótica al ser observada por otros, así como el

sufrimiento que le generan al sujeto mismo que la experimenta. El puntualiza

lo siguiente:

“Si intentamos acercarnos a esas vivencias primarias del delirio,


advertimos pronto que no podemos imaginarnos muy concretamente
formas vivenciales que nos son totalmente extrañas. Queda siempre un gran
residuo de incomprensible, de inconcebible, de abstracto…Aparecen en los
enfermos sensaciones primarias, sentimientos vivaces, disposiciones de
ánimo, cogniciones: “Pasa algo, dime qué es lo que pasa”, así se expresa
una enferma a su esposo… Una habitación antes indiferente o amable
provoca ahora un estado de ánimo indefinible. Hay algo en el ambiente de
lo que el enfermo no puede darse cuenta; una tensión desconfiada,
incómoda, nefasta le domina. En el “temple delirante” sin embargo, hay
siempre un “algo”, aunque enteramente oscuro, germen de un valor y una
significación objetiva. Este temple delirante general, sin determinados
contenidos, tiene que ser por completo insoportable. Los enfermos sufren
horriblemente, y ya la adquisición de una representación determinada es
como un alivio”. Muchas veces estos sujetos no encuentran palabras que los
ayuden a describir este estado, no tienen el lenguaje apropiado para
describir su estado interno”.
Una vez instaurado el delirio y las alucinaciones, éstas por lo general

producen vivencias que atormentan y aterran al sujeto, bien por que se siente
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perseguido o por que escuche voces que le ordenan que mate o se mate, o le

anuncian su propia muerte.

También el sujeto puede sentir que su cuerpo no le funciona como antes,

que le han robado algún órgano o está en estado de putrefacción. Rojas

Malpica en nuestro medio, realiza un ensayo sobre las vivencias tanáticas en

la psicosis utilizando como método para la realización del mismo la

fenomenología comprensiva y la analítica existencial, instrumentos con los

cuales puede penetrar en la subjetividad de la vivencia y además entenderlas

en el contexto de la historia biográfica del sujeto.

Este autor conecta la psicosis con el tema de la muerte a través del

suicidio, la violencia y el riesgo homicida. Hace narraciones de experiencias

donde el sujeto atormentando por sus delirios y alucinaciones intenta quitarse

la vida, agredir o matar a otro; estos hechos relacionados todos con el mismo

instinto tanático, tan fuerte en estos enfermos.

Veamos un caso: Ernesto tiene 30 años de edad, se le ha hecho un

diagnóstico de esquizofrenia. Ha estado hospitalizado en hospitales

psiquiátricos más de 8 veces; su hermana menor también sufre de

esquizofrenia. Su primera hospitalización ocurrió a los 16 años en un servicio

para adolescentes. En el primer contacto que tuvimos con él se encontraba

recluido en un servicio para psicóticos del Hospital Psiquiátrico de Caracas.


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En la primera conversación él estaba en el patio encerrado y hablamos con él a

través de las rejas. Gritanba desesperado pidiendo ayuda. Al preguntarle ¿que

te pasa?, responde desesperado y con actitud desconfiada de la siguiente

manera: “Estoy escuchando la voz del diablo…me dice que me mate… yo no

quiero matarme…tengo miedo, ayúdeme…ayúdeme por favor”. La

expresión de su rostro era de terror, estaba desesperado. En otras

oportunidades conversando con él, ya en el consultorio, se muestra temeroso

en las entrevistas e interrumpe su discurso por que las voces lo insultaban.

Señala con respecto a las voces que escucha: “Me están diciendo marico,

poco hombre, se burlan de mi”. Además nos comenta como él, no puede ver

televisión, ni escuchar la radio, ya que siente como constantemente le envían

mensajes y esto lo perturba. En la sala de hospitalización había un televisor y

una radio que utilizaban a determinadas horas los sujetos hospitalizados. Y

Ernesto tenia que apartarse del lugar porque si no sufría una crisis, se ponía

intranquilo, gritaba, se desesperaba. En varias oportunidades lo encontré en el

cuarto de aislamiento después de una de sus crisis, gritando: “No puedo ni ver

televisión, me mandan mensajes, había una noticia donde decían que la

policía me estaba buscando…yo no se porque, yo no he hecho nada,

también en la radio… no se, yo soy un pobre hombre”.


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Siguiendo con la vertiente subjetiva utilizaremos el concepto de

inseguridad ontológica, descrito por Laing en su libro “El Yo Dividido”. Este

autor utiliza la analítica existencial como método de trabajo con sus pacientes

y afirma que:

“En la fenomenología existencial la existencia en cuestión puede ser la


propia de uno o la del otro. Cuando el otro es paciente, la fenomenología
existencial se convierte en el intento de reconstruir la manera que el
paciente tiene de ser él mismo en su mundo…Uno sabe también que cada
uno de los aspectos de lo que es está relacionado, de alguna manera, con
todos los demás aspectos, aunque quizá no sea nada clara la forma en que
estos aspectos están articulados. Es la tarea de la fenomenología existencial
articular lo que es el mundo “del otro” y su manera de ser en él.”
La inseguridad ontológica hace pues referencia al sujeto cuya vivencia
cotidiana está desprovista de asideros de pertenencia y presencia en el mundo
como un todo real vivo, careciendo de la experiencia de su propia continuidad
temporal, y poniendo su autonomía y su identidad en tela de juicio. Laing
señala también:
“es inevitable que un individuo cuya experiencia de sí mismo es de esta
clase, ya no pueda vivir en un mundo seguro, tal cómo no puede estar
seguro “en sí mismo”. Toda la fisonomía de su mundo será,
correspondientemente, distinta de la del individuo cuyo sentido de sí mismo
está establecido con seguridad, en su salud y su validez. La relación con
otras personas habrá de tener una significación y una función radicalmente
diferentes. Adelantándome a lo que diré más adelante, afirmaré inclusive
que el individuo cuyo propio ser es seguro, en este sentido primario
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experiencial, la relación con otro es potencialmente satisfactoria y


agradable; en tanto que la persona ontológicamente insegura está más
preocupada por preservarse que por complacerse a sí misma: las
circunstancias ordinarias del vivir amenazan su débil umbral de
seguridad”.

De todo esto resulta evidente que para aquellas personas que no han

alcanzado esta seguridad ontológica primaria o la han perdido, como ocurre en

el psicótico, las circunstancias cotidianas de la vida constituyen una amenaza

continua y mortal. Todo esto nos permite comprender como se desarrolla la

vivencia del sujeto en la psicosis, en donde se descata que el individuo se

mantiene en una lucha constante por preservar su identidad.

Va el psicótico experimentando como los sucesos cotidianos que antes

no tenían una significación especial, se tornan significativos en la medida que

le sirven para el sostenimiento de su ser.

Esta resignificación de su experiencia los lleva a “vivir en un mundo

propio”. y esto nos hace percibirlo como indiferente y retirado, pero esta

actitud, puede deberse a que el mundo de su experiencia se convierta en algo

que no puede comunicar a otras personas y por lo tanto su comunicación

aparece limitada.
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Laing identifica tres formas de angustias con las que se encuentra la persona

ontológicamente insegura:

1. Temor a ser tragado: El sujeto teme relacionarse, con otros, con las

cosas y hasta consigo mismo. Para poder relacionarse como ser humano con

otros seres humanos es necesario un firme sentido de la propia identidad

autónoma.

El individuo ontológicamente inseguro teme la relación ya que su

incertidumbre acerca de la estabilidad de su autonomía lo expone a perder en

cualquier relación, su identidad. Por lo que solo puede ser salvado de no ser

tragado y perecer mediante la más constante, fatigante y desesperada

actividad.

Esta persona utiliza como principal maniobra para preservar la identidad

ante el temor de ser tragado, el aislamiento. Con respecto a esta forma de

angustia dice Laing lo siguiente:

“Esta angustia explica una forma de la llamada “reacción terapéutica


negativa” a una interpretación aparentemente correcta en psicoterapia. Ser
entendido correctamente es ser tragado, encerrado, absorbido, ahogado,
comido, asfixiado, sofocado por la supuestamente total comprensión de
otra persona. Es triste y penoso que nunca lo entiendan a uno bien. Pero,
desde este punto de vista, hay una pizca de seguridad en el aislamiento…
Existen muchas imágenes utilizadas para describir otras maneras
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semejantes en que la identidad se ve amenazada, y las cuales pueden


mencionarse aquí por estar estrechamente relacionadas con el temor de ser
tragado, por ejemplo: ser enterrado, ser ahogado, quedar atrapado y
sumirse en arenas movedizas. La imagen del fuego se presenta
repetidamente. El fuego puede ser el vacilante aleteo de la propia vida
interior del individuo. Puede ser un poder extraño y destructor, que lo
devastará. Algunos psicóticos, en la fase aguda, dicen que se sienten en
llamas, que sus cuerpos se están quemando. Un paciente se describe a sí
mismo como frío y seco. Sin embargo, teme todo calor o toda humedad.
Sería tragado por el fuego por el agua y, de cualquiera de las dos maneras
destruido”.

2. Implosión: con esta palabra se quiere expresar el terror que genera la

experiencia de que en cualquier momento el mundo pudiera caerse y borrarle

toda su identidad. Que violentamente lo aniquilará. Sintiendo el individuo

que esta vacío. Experimentando cualquier contacto con la realidad como una

terrible amenaza, tornándose la realidad implosiva y amenazante de la

identidad que el individuo supone que tiene. Por lo que se percibe la realidad

como perseguidora.

3. Petrificación y despersonalización: entendiendo petrificación por: una

forma de terror, en la cual uno es convertido en piedra. Temor a la posibilidad

de convertirse o ser convertido, de persona viva a una cosa muerta, piedra, a


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perder la autonomía a convertirse en un ello sin subjetividad. O también el

acto mágico de convertir a alguien en piedra petrificándolo, negándole su

autonomía, ignorando sus sentimientos, considerándolo una cosa, matándole

la vida que tienen. En suma quitándole su condición de persona,

despersonalizándolos. Señalando este autor lo siguiente:

“La cuestión es, en principio, directa. Uno puede descubrirse


vitalizado, y que el otro realza el sentido del propio ser, o uno puede
experimentar al otro como si matara y empobreciera. Una persona puede
haber llegado a creer que cualquier relación posible con otro tendrá las
últimas consecuencias mencionadas. Así, pues, cualquier otro es una
amenaza a su “sí mismo” (a su capacidad de obrar autónomamente), no por
razón de algo que él o ella hagan o dejen de hacer específicamente, si no en
virtud de la existencia de él o de ella”.
Nuestro paciente: Ernesto después de la hospitalización, fue llevado a
un asilo para ancianos. Los familiares no lo podían tener en sus hogares. Pasó
los primeros 6 meses sin ningún problema, se había recuperado, estaba
comiendo bien y se sentía seguro.
El hermano decía que el ancianato estaba ubicado en una zona
montañosa, era un sitio tranquilo, atendido por monjas, solo había personas
mayores. Aceptaron a Ernesto porque lo vieron tranquilo.
La situación cambió cuando Ernesto vio a uno de los ancianos morir.
Empezaron las alucinaciones, sentía presencia de muertos, las voces le
anunciaban su muerte. Ya no pudo estar más en ese lugar y fue llevado de
nuevo al hospital. Después de dos meses de hospitalización, cuando la fase
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aguda estaba en remisión se subió al techo y se lanzó, fracturándose las dos


piernas.
En la entrevista se hizo manifiesta la inseguridad que sentía en relación
a la vida que podría tener. Esto lo llevó a querer quitarse la vida. “Me puse a
pensar que iba a hacer yo, tengo 30 años, no me he casado, ni siquiera he
estado con una mujer... y si me caso, yo nunca he trabajado…no voy a
poder mantenerla, va a tener que trabajar ella…y si tengo hijos pueden salir
enfermos como yo, como un enfermo va ha cuidar a otros enfermos…estaba
pensando todo eso y me quise matar…pero no pude, ni eso puedo hacer
bien”.
Esta reflexión sobre la vivencia psicótica pretende resaltar la
importancia de no quedarse solo con el síntoma del paciente, con el registro
de su frecuencia de aparición, sino en hacer el esfuerzo de considerar su
significado en la historia de vida del sujeto, para con ello encontrar claves que
faciliten el proceso psicoterapéutico.
En sus memorias Jung dice lo siguiente: “En muchos casos
psiquiátricos el paciente tiene una historia que no se relata y que por regla
general nadie conoce. Para mí la verdadera terapéutica comienza sólo
después de la investigación de dicha historia personal. Constituye el secreto
del paciente en el cual éste se ha destrozado. A la vez encierra la clave para
su tratamiento. El médico sólo debe saber cómo averiguarlo. Debe plantear
las preguntas que afectan a todo el hombre y no sólo a sus síntomas”.
Estas vivencias psicóticas que pueden hacer sufrir a la persona que las
experimenta, también pueden llevarlo a un desarrollo creativo que les permita
indagar sobre su ser, cuestionarse y cuestionar el mundo. Ida Gramcko,
ensayista, cronista y excelsa poetisa venezolana, experimentó crisis psicóticas.
En uno de sus libros de poesía: “Poemas de una psicótica” ella nos dice: “Los
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poemas comprendidos en “DIABLOS”, “EL ÁNGEL” y


“ESPECTRO”pertenecen a la psicosis que padecí. “PLEGARIA”, “CASI
SILENCIOS” Y “LO MAXIMO MURMURA” son los poemas de mi
curación. Lo fugitivo, porque se agota, se repite. Sólo lo verdadero
permanece. Me alegra saber que, aún durante el sufrimiento de mi
enfermedad, yo continué siendo poeta”.
De la poesía de Gramcko dice Arráiz Lucca lo siguiente: “Es como que
para entrar en su casa se necesitase un alfabeto adecuado para decodificar
un lenguaje de elaboradísimas vueltas laberínticas. Poesía, pues, que exige
mucho al lector. Poesía compleja tanto en su elaboración (especialmente en
ella) como en sus obsesiones temáticas de diversa naturaleza. Poesía que
surge como de los pantanos del delirio y busca la difícil claridad, pero no a
través del conducto de la claridad misma, sino del intrincado crucigrama
del caos y de las palabras. Experiencia de la oscuridad en la aventura de la
búsqueda de la luz”.
El dolor y la psicosis pueden llevar a los individuos especialmente
dotados a la creación, este es el caso de Ida Gramcko, Artaud, Nietzsche en las
letras, y de Van Gogh, y Reverón en las artes, nombrando solo algunos de
ellos. Concluimos estas reflexiones sobre la vertiente subjetiva del sufrimiento
del sujeto psicótico con las siguientes palabras de Foucault:
“Astucia y nuevo triunfo de la locura: este mundo que cree medirla,

justificarla por la psicología, es ante ella que debe justificarse, ya que en su

esfuerzo y sus debates se mide con la desmesura de obras como la de

Nietzsche, Van Gogh o Artaud. Y nada en él le asegura---y lo menos, aquello

que puede conocer de la locura---que estas obras de locura le justifiquen”.


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En la vertiente externa examinamos, de forma sucinta, la influencia que

tienen los factores socioculturales y la actuación psiquiátrica como

generadores de sufrimiento en el sujeto psicótico.

Alexander Leighton estudia la relación de la integración y la

desintegración socioculturales como factores contribuyentes en la enfermedad

mental. Este autor considera que relacionar el proceso social con el proceso

psicológico tiene interés teórico con aplicabilidad práctica en psiquiatría

preventiva. Realiza las siguientes proposiciones, obtenidas en sus

investigaciones, que nos parece importante citar:

1. “Los acontecimientos poseen fuerza, durante el curso entero de la

vida, para producir trastorno psiquiátrico.

2. Una vez manifiestos, los síntomas psiquiátricos se convierten, por

regla general, en parte de la estructura de la personalidad del

individuo, no siendo frecuente que desaparezcan por entero.

3. La incapacidad social y psicológica que resulta de los síntomas

fluctúa pronunciadamente, por otra parte, entre nula o mínima y

grave.

4. Los procesos y las situaciones socioculturales contemporáneos

pueden producir un alto nivel de incapacidad o, inversamente,


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pueden reducir pronunciadamente el nivel de incapacidad debido a

los síntomas psiquiátricos.

5. Las condiciones socioculturales que más tienden a fomentar los

síntomas y la incapacidad son aquellas que ponen al individuo en

posición desventajosa en términos de amor, normas para la adopción

de decisiones, de la posición ocupada en el sistema social, para

conservar un grado de autodeterminación y sentir respeto por lo que

él es y lo que hace.

6. Debido a lo que precede, un cierto grado mínimo de integración en

un sistema sociocultural constituye una condición necesaria para la

salud mental de los miembros que lo forman.

7. La desintegración sociocultural constituye la causa, en gran parte,

del predominio del trastorno psiquiátrico en los grupos

socioeconómicos inferiores, en situaciones de conflicto entre

culturas, y en sociedades en vías de cambio rápido, como las de los

países subdesarrollados”.

Las sociedades occidentales han tenido poca tolerancia hacia el sujeto

psicótico, al que han rechazado, excluido y estigmatizado. El estigma de la

enfermedad mental fue estudiado en todas su facetas por Goffman. De todos


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los estigmas que ha creado y mantenido nuestra sociedad, los referidos a la

enfermedad mental son los más arraigados y extendidos. El estigma de la

enfermedad mental mantiene en la actualidad su primitiva capacidad de

significar el mal en el ser humano. En un reciente articulo publicado por La

revista World Psychiatry titulado “Estigmatización de las personas que sufren

enfermedades mentales: un estudio de seguimiento en el contexto de la

campaña “Cambiemos nuestras mentes” del Royal College os Psyquiatrists”

se realizó una encuesta a la población general en donde se demostró la elevada

frecuencia de las opiniones negativas respecto a las personas que sufren

enfermedades mentales. Citamos de este artículo lo siguiente:

“la estigmatización de las personas que sufren enfermedades


mentales es estimulada por numerosas actitudes. Todavía es frecuente que
los medios de comunicación centren la atención del público sobre los
atributos más negativos de las enfermedades mentales. Si Murria y López
están en lo correcto, entonces “uno de cada cuatro” de nosotros va ha sufrir
personalmente una enfermedad mental a lo largo de su vida. Por la misma
razón, es posible que encontremos este tipo de enfermedad en “una de cada
cuatro” personas que nos rodean o bien, tal como señala el lema del Royal
College of Psychiatrists, “un paciente en cada familia”. Las
estigmatizaciones de los demás se pueden sumar a las
autoestigmatizaciones…En conjunto, pueden dificultar en gran medida que
las personas que sufren una enfermedad mental reconozcan su problema y
soliciten ayuda. Los progresos reales en la atención de las personas que
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sufren enfermedades mentales requieren una reducción de la


estigmatización, junto con una mejora en las estrategias de prevención, de
tratamiento y de autoayuda”.

Foucault en su libro historia de la locura en la época clásica, establece

una cronología de cómo es percibida la locura por la sociedad y que trato le

da ésta en su devenir histórico. En el renacimiento la locura pierde su

inocencia, anteriormente estaba ligada al orden de lo sobrenatural.

Este autor utiliza la imagen de la nave de los locos para representar

como la locura surge como objeto especifico al cual hay que excluir. Los locos

son abandonados a su suerte en una serie de barcazas, que recorren los ríos en

un siniestro peregrinaje.

Esta representación mítica de la nave de los locos esta asociada con el

peregrinaje, el pasaje, el viaje iniciativo, que busca conseguir o recobrar el

pudor, la virtud, que se piensa perdida en el loco.

Con el clasicismo la locura va perdiendo toda relación con lo sagrado y

se descalifica. Un hecho resaltante es que se produce el “gran encierro”. El

edicto real de 1656 prohíbe mendingar en la ciudad y barrios de Paris. Se

encerraba en el Hospital General, ociosos, pobres y mendigos junto con los

locos.
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El trato inhumano que se le daba al sujeto psicótico era el mismo en

cualquier lugar del planeta. Guillermo Vidal señala con respecto a esto lo

siguiente:

“…hasta fines del siglo XVII---digamos, hasta la época de las

revoluciones burguesas---el espectáculo de la práctica psiquiátrica, el

tratamiento que se le dispensaba a los pobres locos era deplorable,

desgarradoramente inhumano a los ojos de un observador actual, tanto

allende como aquende el atlántico. En 1800---por poner una fecha---la

suerte de un enfermo de la mente no era mejor en París que en Buenos

aires o Nueva York. La misma incomprensión, la misma ignorancia, el

mismo trato brutal se prodigaba en todo el mundo. El demente o lunático

participaba de un grado de marginación social semejante a la de los

vagabundos, delincuentes y otros desahuciados de la comunidad”.

La liberación de los encadenados de Bicetre (1794) protagonizada por

Pinel marca el nacimiento de la psiquiatría como una especialidad de la

medicina, quedando el loco, ahora denominado enfermo mental, al cuidado

del médico.

Se crean grandes manicomios haciendo modificaciones estructurales en

edificaciones militares, eclesiales o cárceles, que ahora bajo el cuidado del

psiquiatra se utilizan para que se interne al enfermo mental.


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Se crean las cátedras de psiquiatría y las clínicas universitarias. El

sujeto psicótico es tomado como objeto de estudio y experimentación.

Kraepelin en su libro “Cien años de psiquiatría” señala: “La historia de

la psiquiatría es una lección de modestia. Pocas cosas enseña sobre los

mecanismos infinitamente sutiles del alma humana y mucho acerca de la

inhumanidad fundamental del hombre respecto al hombre”.

Describe en esa misma obra una serie de tratamientos inhumanos que se

le aplican al sujeto psicótico, así como la horrible condición a la que son

sometidos durante su reclusión. Encadenados en diversas posiciones, en sitios

malolientes, revolcándose entre inmundicias y hasta sus propias orinas y

heces, apartados y olvidados por el mundo exterior.

Kraepelin también dice en esta obra lo siguiente: “El comportamiento

del enfermo, ya fuera ridículo y degradante, o peligroso y exasperante, le

rebajaba a los ojos de sus parientes y mancillaba también a sus familiares.

Así es como nació un prejuicio que ni siquiera hoy en día está del todo

superado, según el cual la afección psíquica es más una vergüenza que una

desgracia para el enfermo y para su familia. Este punto de vista fue también

dominante en el tratamiento de los enfermos, considerados como criaturas

moralmente descarriadas, desconfiadas y a menudo maliciosas. Se

pretendía, pues, ante todo librarles de sus insanias y amarguras


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infligiéndoles todo tipo de malos tratos y de castigos. Cuando esto no

bastaba, había que adoptar con ellos medidas de seguridad, limitando al

máximo su libertas de movimiento y manteniéndoles bien vigilados, como

animales salvajes”.

A partir de 1950 los psicotrópicos, modifican el paisaje de la locura,

permitiendo que disminuya la cronificación del enfermo mental, y que

disminuyan los medios de contención física y los tratamientos de shock,

cambiados ahora por la envoltura química de los medicamentos; este valioso

recurso ayuda a que se pueda normalizar la conducta del sujeto y a suprimir

los síntomas más doloroso del sufrimiento físico. Pero también produce un

nuevo tipo de alienación en el psicótico, que es la de reducir sus síntomas sin

buscarle su significación. Elizabeth Roudinesco plantea esto de la siguiente

forma:

“Sin embargo, a fuerza de creer en el poder de sus pociones, la


psicofarmacología terminó por perder una parte de su prestigio a pesar de
su formidable eficacia. Encerró, en efecto, al sujeto en una nueva
alienación pretendiendo curarlo de la esencia misma de la condición
humana. También alimentó, con sus ilusiones, un nuevo irracionalismo.
Pues cuanto más se promete el fin del sufrimiento psíquico por medio de la
absorción de pastillas, que no hacen más que quitar síntomas o transformar
una personalidad, más el sujeto, decepcionado, se vuelca luego hacia
tratamientos corporales mágicos… Sin embargo, la psicofarmacología se
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ha convertido hoy, a su pesar, en el estandarte de un tipo de imperialismo.


Permite, en efecto, a todos los médicos---particularmente a los clínicos---
abordar de la misma manera a toda clase de afecciones sin que sepamos
jamás a qué tratamiento responden”.
Con estas reflexiones inacabadas se ha revisado algunas de las
vertientes causales de sufrimiento en el sujeto psicótico, para concluir citamos
a Carl Jung que expresa lo siguiente:

“De repente, la serie de acontecimientos aparentemente sin sentido, las


llamadas “locuras”, adquieren un significado. Comprendemos el método en
la locura y el enfermo mental se vuelve más humano para nosotros. Es una
persona como nosotros, acosada, al igual que nosotros, por problemas
humanos comunes y no es una máquina cerebral que ha sufrido un
desorden. Hasta ahora pensábamos que el enfermo mental no nos revelaba
nada con sus síntomas, excepto los productos sin sentido de sus células
cerebrales desordenadas; pero se trataba de una sabiduría académica
proveniente únicamente de estudios en el claustro. Cuando penetramos en
los secretos humanos del enfermo, también la locura revela su sistema y
reconocemos que la enfermedad mental es simplemente una reacción
inusual a problemas emocionales nada extraños para nosotros…Aunque
todavía no estamos, ni remotamente, en condiciones de explicar todas las
relaciones de este mundo oscuro, podemos afirmar con toda seguridad que
en la demencia precoz no existe ningún síntoma que pueda describirse
como sin fundamento y sin sentido desde el punto de vista psicológico. Aun
las cosas más absurdas son símbolos de pensamientos, que no sólo son
comprensibles en términos humano, sino que se encuentran presentes en
todo ser humano. En el enfermo mental no encontramos nada nuevo y
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desconocido; observamos los fundamentos de nuestro propio ser, la matriz


de aquellos problemas vitales con los que estamos todos comprometidos”.

Bibliografía

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Eclepsidra, Caracas.
24

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Estigmatización de las personas que sufren enfermedades mentales: un estudio
de seguimiento en el contexto de la campaña, Cambiemos nuestras mentes”
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