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La imperiosa necesidad de definir lo indio

Jorge Oviedo Rueda

Noam Chomsky ha dicho, en alguna parte, que los pueblos aborígenes están
llamados a salvar a la humanidad. Para que esta afirmación tenga valor político
real, se tendrá primero que aceptar que, más allá de la filosofía occidental, existen
otras filosofías, independientes, que han nacido y florecido fuera de los cánones
gnoseológicos de las matrices griega, romana, hebrea o musulmana. Existen en
Asia, África, en el Abya Yala, ahora América y otras partes del planeta. No “para-
filosofía”, no “etno-filosofía”, no “cosmovisión” o “seudo-filosofía”, sino filosofía,
entendida como “un conjunto de saberes” que organizan la comprensión de la
realidad, así como el “sentido del obrar humano”, según definición de la Real
Academia de la Lengua.

El haber negado la existencia de


otras raíces gnoseológicas ha
sido, a través del tiempo, la forma
más eficaz de quitarle la voz “al
otro”, al diferente, que equivale a
haberlo, no sólo invisibilizado, sino
negado en sus derechos
culturales, políticos y económicos.
La negación de la “alteridad” es,
sin duda, la raíz de los
fundamentalismos y se constituye
en el germen nocivo de todas las
formas de colonialismo que
existen. Aceptar la existencia de
otras filosofías comienza a ser, en
la actualidad, un acto
revolucionario además de justicia
histórica, cuya comprensión y
desarrollo será el punto de partida
de la salvación a la que Chomsky
se refiere.

El haber negado la existencia de otras raíces gnoseológicas por parte de los


colonialistas europeos fue un acto brutal de fuerza ejercido por ellos, sin
excepción, para desconocer el pasado de los sometidos y borrar de su memoria
todo mérito de su grandeza histórica. Durante quinientos años se ha ido
elaborando, en todos los niveles, un edificio de silencio en torno a los pueblos

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originarios que ha sido imposible de desmontar porque, al no reconocer su
episteme, no era posible demostrar su existencia.

Esta realidad ha comenzado a cambiar. Poco a poco vamos descubriendo que


tenían otra forma de vida que, como es lógico, respondía a bases epistemológicas
opuestas, en todos los sentidos, a las de Occidente. La cultura invasora no podía
negarse a sí misma reconociendo méritos o valores en la cultura sometida, de ahí
que su anulación es uno de los primeros actos de guerra que los colonialistas
ejercen sobre los colonizados y que está simbolizado en la bárbara incineración
que el cura inquisidor Diego de Landa hace de los códices Mayas y Aztecas en
1562. Con ello se pretendió borrar la memoria histórica de pueblos milenarios que
habían aprendido a relacionarse con su entorno natural y cósmico y que habían
organizado un sistema productivo que les permitía satisfacer sus necesidades
materiales y espirituales.

Antes de preguntarnos si el colonialismo logró su objetivo, acerquémonos


brevemente a aquellos aspectos que el colonizador pretendió destruir, primero, y
ocultar, después

La base productiva de las sociedades precolombinas

Las sociedades del Abya Yala, todas, sin excepción, no llegaron a superar el nivel
de desarrollo de la Comunidad Primitiva. Se han encontrado vestigios que van
desde sociedades nómadas y recolectoras hasta grandes imperios organizados en
torno a un colectivismo agrario, sin que en ninguna de ellas haya surgido la
propiedad individual de la tierra. Fueron sociedades jerárquicas y verticales en las
que la disciplina del trabajo servía de argamasa para la cohesión social. Sus jefes,
reyes o mandatarios -en los imperios que llegaron a organizarse-, no sólo eran
representantes de la divinidad a la que adoraban, sino que eran la misma divinidad
encarnada en sus personas, lo que las convertía en sociedades teocráticas en las
que la conducta de sus individuos respondía, dualmente, al miedo y al amor,
miedo a la autoridad indiscutible del rey-dios y amor a su divina sabiduría y
bondad. Los grandes imperios del Abya Yala, Maya y Azteca en el norte e Inca en
el sur, se construyeron sobre estos pilares.

Las sociedades que encontraron los europeos no eran sociedades improvisadas.


Por lo menos cincuenta mil años de historia les antecedían. En ese largo periodo
de tiempo llegaron a dominar un conocimiento esencial de la naturaleza, la
sociedad y el ser humano que les permitió vivir en armonía con la naturaleza y sus
semejantes. Construyeron caminos sorprendentes, edificios y fortalezas aún más,
ciudades portentosas, milagrosos complejos productivos, domesticaron plantas,
conocieron el cielo en su infinita vastedad y fueron capaces de trabajar
primorosamente el oro y otros metales. Crearon un tipo de ciencia que no
necesitaba destruir la unidad para desentrañar su esencia, yendo del todo a las
partes, respetando de esta forma el infinito sistema de procesos entrelazados que
constituye, en esencia, la vida en todas sus manifestaciones. No inventaron la

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rueda porque no la necesitaron, ni usaron ningún animal de carga por la misma
razón. Existen muchas fundadas razones para creer que conocían métodos físicos
para mover grandes pesos sin utilizar maquinarias igual que para trasladarlos.
Vestigios pétreos como la ciudad de Machu Picchu y fortalezas como las de
Saccha Huamán, en el sur y monumentos urbanísticos como los de Teotihuacán
en el norte, así lo demuestran.

Las evidencias físicas de estas antiguas civilizaciones son elementos que


sorprenden, pero hay otros aspectos que deben sorprendernos más todavía.
Tenían un sentido de justicia social, por ejemplo, que se reflejaba de manera
práctica en un sistema de repartición justa y equitativa de la tierra. Su sabiduría
había llegado a determinar el tupo como unidad de repartición de la tierra siendo
este la cantidad exacta que un hombre en plena capacidad productiva podía
trabajarla y hacerla producir. En el ayllu, que era el núcleo familiar ampliado, se
otorgaba un tupu por cada miembro varón y medio tupu por cada miembro mujer,
la suma de lo cual constituía la unidad productiva familiar que, a su vez, era la
base estructural de la producción general del imperio, organizada de forma
escalonada desde la base hasta la cúspide. Tierras comunales como las del Sol
en sur América o, en menor grado, las de la familia real, eran trabajadas de forma
rotativa por una parte mínima de los miembros de cada ayllu. El fruto de todo el
trabajo era centralizado para volver a sus productores en un acto justo de
distribución de la riqueza social. Niños, viejos y enfermos eran considerados en la
distribución siempre como una parte integrante del conjunto y nunca como una
carga.

La funcionalidad de este sistema productivo dependía de la existencia de una


especie de método de contabilidad que los incas llamaban quipus. Cuerdas de
colores específicos que servían para registrar y contabilizar casi todos los
aspectos de la vida social. Desde el crecimiento vegetativo de la población, hasta
el movimiento natural de la distribución de la tierra estaba registrado en los quipus,
permitiendo que los funcionarios del imperio llevaran un registro pormenorizado de
todo lo que al poder real le interesaba.

Todo esto era posible porque, al momento de la llegada de los europeos, como
hemos dicho, todavía no se había disuelto la Comunidad Primitiva. Eran
sociedades en transición a sociedades clasistas, probablemente, cuyas
características no podemos imaginar en razón de la “solución de continuidad” que
significó la conquista europea, pero que al momento de suceder conservaban los
fuertes rasgos del colectivismo primitivo. Caso todavía más admirable en razón de
que en el incario, así como en el imperio azteca, no surgió la esclavitud individual,
como si sucedió en Europa, lo cual condiciona la evolución general de las
sociedades occidentales.

Las sociedades americanas eran naturalmente comunitarias, lo cual era una


exigencia del bajo nivel del desarrollo tecnológico que en ellas existió, lo que
forzaba a la colaboración comunitaria, no sólo para producir, sino para vivir. Lo
admirable es que la comunidad humana de entonces, desde el ayllu común hasta

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el ayllu real, así lo entendieron e hicieron de ese rasgo el elemento esencial de la
vida social. El individuo estaba subsumido en la comunidad a tal extremo que la
comunidad era una especie de individuo múltiple.

“Esclavitud generalizada” la llamó Marx, sin tomar en cuenta, en el caso de las


sociedades pre colombinas, la cuota de amor y veneración que las masas
pudieron tener por sus reyes y que los anarquistas modernos siguen analizando
desde la gnoseología occidentali, lo que les niega toda posibilidad de comprensión
de la lógica interna que movía a esas sociedades. Desde la seudo izquierda
latinoamericana y desde el revisionismo marxista actual se incomprende
teóricamente el núcleo de un problema en cuyo interior se encuentra la salvación
de la sociedad humana.

Sociedades como las precolombinas del Abya Yala eran sociedades rituales en las
que el trabajo, como actividad de vida, ocupaba el primer lugar. No existía
desocupación y la ociosidad era castigada con la exclusión del individuo por parte
de la comunidad. Los rituales del Inti Raymi no eran sólo celebraciones de gratitud
al Sol y a la Pachamama, sino actos de reconocimiento a la fuerza de trabajo, es
decir, al mismo ser humano como fuente inagotable de prosperidad y vida.
Trabajar no era una obligación, era un acto de vida tan lógico como respirar o
alimentarse. Las manifestaciones espirituales de mayor relevancia estaban ligadas
al trabajo y como eran sociedades agrícolas a la Pachamama y por su naturaleza
cósmica al Sol. Todo giraba en torno a estos dos elementos constitutivos de su
cosmovisión humana.

Se sabe que las sociedades más equilibradas son aquellas que tienen menor
número de leyes, las sociedades precolombinas se regían más que por leyes por
preceptos morales y éticos que normaban la conducta de sus integrantes, sin
necesidad de cárceles o lugares de “rehabilitación social”. Era la comunidad la que
castigaba o premiaba los méritos o deméritos de sus integrantes. Si alguien
mentía, caía en desgracia, igual si robaba o se comprobaba su ociosidad.
Excluidos de la comunidad estaban destinados al escarnio e inclusive la muerte.
Los castigos por esos vicios podían llegar a ser extremos.

En estas sociedades “Los principios de correspondencia, reciprocidad,


complementariedad y ciclicidad son aspectos que deduce el pensamiento teórico
moderno al estudiar el Sumak Kawsay ancestral y son los que sirven para
oponerse a los de individualismo, lucro, democracia, autoritarismo y totalitarismo
que prevalecen en las sociedades actuales. Ese equilibrio dinámico que ahora se
impone como necesario no es, según la nueva gnoseología en ciernes, un
equilibrio eterno e inamovible, sino que se da en un ciclo de duración temporal
(500 años o un Pachacutik) a cuyo final la sociedad dará un salto dialéctico hacia
arriba y que, en su repetición eterna, va conformando la espiral perfecta de la
Historia.”ii

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Solamente sobre estas bases brevemente pergeñadas es posible acercarnos a
definir “que es lo indio”, no tanto como categoría antropológica, sino como
concepto sociológico.

Qué mismo es lo indio

Dejemos claro que este concepto no ha sido ni inventado ni usado por los pueblos
originarios quechuas que usaban el sustantivo runa para referirse al ser humano.
El concepto indio fue introducido por los colonizadores para identificar
erróneamente a los nativos del Abya Yala y, desde sus orígenes, tuvo una carga
discriminatoria. Indio fue sinónimo de inferior, diferente y, por extensión, vago,
sucio e ignorante. Ha sido un concepto racista impuesto a sangre y fuego que
durante quinientos años fue reforzado por la conciencia vergonzante del mestizo
que quiso identificarse con los sectores dominantes y no con los dominados.
Detrás de esa denominación la sociedad blanca-mestiza enterró la grandeza de
los pueblos originarios, razón por la cual, también es un sintagma político usado
para desconocer a una parte integrante de la sociedad.

En razón de esto y, a pesar de esto, la palabra indio no ha podido ser tirada a la


basura de la Historia y sigue siendo usada de forma indiscriminada para designar
a aquello que es diferente de lo blanco-mestizo. Su obstinada permanencia ha
hecho que la intelectualidad aborigen la use para resignificar su contenido y hacer
de él una bandera de liberación. Y es en ese, exclusivamente en ese sentido, que
en este trabajo tratamos de definir lo indio.

Lo indio son los remanentes vivos que quedan de las comunidades originarias. A
nadie se le puede ocurrir que a estas alturas los diferentes pueblos de los Andes
viven en estado puro la misma vida de sus lejanos antepasados, pero tampoco a
nadie se le puede ocurrir que han renunciado a una forma específica de vida que
les hace diferentes de la sociedad blanco-mestiza dominante. Ileana Almeida,
citando al antropólogo peruano José Matos Mar dice que en las comunidades
centro-andinas se conservan tres rasgos de su pasado histórico: “uno, la
propiedad colectiva de un espacio rural que es usufructuado por sus miembros de
manera individual y colectiva; dos, por una forma de organización social basada
en la reciprocidad y en un particular sistema de participación de las bases; y tres
por el mantenimiento de un patrón cultural singular que recoge elementos del
mundo andino. En síntesis, la comunidad desciende de los antiguos ayllus
andinosiii”. Esto es evidente y nadie lo puede negar, menos el Estado blanco-
mestizo que tiene que repensar, en términos jurídicos, la problemática para
acercarse más, en lo conceptual y práctico, a la definición constitucional de
Plurinacionalidad y Multiculturalidad.

En resumen, para definir lo indio hay que estar claros de que sólo es posible si se
acepta la idea de la existencia de una gnoseología diferente a la que ha definido la
civilización occidental, esto quiere decir, otra forma de conocer, de adquirir

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conocimientos, cuyo núcleo central era la comprensión de que no es necesario
desintegrar la unidad para develar su esencia. Esta actitud científica ante el
conocimiento convertía al sistema en el cual existía en intrínsecamente justo
(bueno) por lo cual todas sus manifestaciones contribuían, desde todos los
ángulos y niveles, a crear la armonía necesaria para una vida plena y satisfactoria
del ser humano dentro de la sociedad que es lo que ahora llamamos el Sumak
Kawsay.

Tomando en cuenta lo que acabamos de decir se puede comprender por qué no


es posible construir el Sumak Kawsay en el seno de la sociedad capitalista,
porque este sistema, por su naturaleza (su episteme) es injusto (malo) lo que hace
que todas sus manifestaciones contribuyan, desde todos los ángulos y niveles, a
crear el caos y la desarmonía. Es este mismo sistema el que fabrica, literalmente,
sus defensores, en el nivel de la producción (los empresarios) y en todos los otros
niveles de la superestructura (soldados, intelectuales, sacerdotes, juristas, etc.,
etc.,) que lo defienden sin tener conciencia de la maldad estructural del sistema. A
esta forma de organización social se corresponde la noción aristotélica del Buen
Vivir, cuya esencia es el consumo, el llegar a ser, que no el estar que es la
esencia definidora del Sumak Kawsay.
Quinientos años después

Quinientos años han pasado desde la llegada de los europeos a tierras del Abya
Yala. El pensamiento occidental ha construido otra civilización sobre las ruinas de
las nuestras. Quinientos años les han tomado a los colonizadores construir lo que
ahora tenemos. ¿Qué tenemos?

Tenemos una sociedad polarizada que concentra en pocas manos la riqueza y


distribuye “igualitariamente” la pobreza entre las grandes mayorías; que concentra
en un extremo el conocimiento y en otro la ignorancia, que a unos pocos les ofrece
oportunidades y a las inmensas mayorías las condena al fracaso, en la que el afán
de lucro ha convertido en fieras a los seres humanos, en la que hasta los sueños
se han convertido en mercancías, en la que la violencia de género ha convertido
en víctima a la mujer, en la que matar por encargo es una práctica común, en la
que se agrede sin compasión a la naturaleza a tal punto que la amenaza del
cambio climático es una triste realidad, en la que se trafican órganos convirtiendo
a los niños en sus víctimas inocentes, en la que producir droga para idiotizar a
millones de personas es el negocio más lucrativo del mundo, en la que las
naciones favorecidas tienen sus arsenales saturados de artefactos nucleares que
en cualquier momento pueden hacer estallar el planeta, que llena de basura
plástica los mares y contamina sin compasión las reservas de agua dulce, una
sociedad que ha cambiado la espiritualidad por la religiosidad que es la forma de
fanatizar a las masas, una sociedad sin ley y con dioses que parecen estar de
acuerdo con el crimen y la desigualdad, en fin, una sociedad caótica y
desordenada en la que es imposible el recogimiento espiritual y la elevación del
pensamiento.

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Paradójicamente esta misma es una sociedad de increíble adelanto científico-
tecnológico. Se ha comenzado a desentrañar los secretos del micro mundo
cuántico, los ordenadores personales dominan el mundo, el internet es un océano
infinito de información y conocimientos al alcance de todos, la biología está a
punto de descubrir los secretos del genoma humano, se viaja a velocidades
supersónicas con lo cual hemos llegado a ser una aldea global y, sobre todo,
existen ya tecnologías capaces de elevar la productividad del trabajo a niveles
suficientes para producir más de lo que la humanidad necesita para vivir. Una
tecnología que, sin embargo, no está al servicio abierto de las necesidades del ser
humano, sino de los intereses privados y del lucro. No de otra forma se explica
que en este año 2019 más de mil millones de seres humanos estén amenazados
de morir de hambre en el mundo y pueblos enteros carezcan de un vaso de agua
potable para saciar su sed.

Esta es la sociedad que tenemos que cambiar, de no hacerlo llegaremos a


matarnos mutuamente a una escala global o, quizás, lo más probable, seremos
víctimas de un holocausto nuclear. La pregunta que surge es: ¿qué tipo de
sociedad puede sustituir a la actual?

Una corriente “pachamamista” entusiasta, soñadora e históricamente intemporal


cree que regresar a nuestras raíces ancestrales significa volver a construir las
sociedades precolombinas, cosa que es históricamente imposible. En el Perú,
autores como R. Reinaga, en Bolivia y en Ecuador muchos de ellos levantan la
bandera del Tahuantinsuyo como símbolo de vida nueva y libertad, creando la
falsa expectativa de que si es posible recrear la organización social de nuestros
ancestros. Esta corriente entraña un revanchismo destructivo que, en la práctica,
se traduce en un racismo al revés y que, lamentablemente, encuentra asidero
entre la población aborigen menos favorecida de los pueblos andinos.

El “pachamamismo” tiene que entender que no es posible reinventar las


sociedades ancestrales por dos razones: 1) La teocracia que las hizo posibles ha
desaparecido después de 500 años de colonialismo y 2) el actual desarrollo
científico-técnico no se corresponde con el nivel de las fuerzas productivas de
entonces, habiéndose creado ya las condiciones históricas para un cambio
cualitativo del sistema.

Por otro lado, están las posiciones pro sistema, aquellos actores sociales que,
siendo fruto del capitalismo, son sus defensores. Hay dos niveles, los que tienen
conciencia de lo que hacen (las grandes potencias del mundo) y los borregos
seguidores de las ideas dominantes. Ellos defienden a capa y espada la sociedad
cloacal que hemos descrito brevemente en líneas anteriores, es más, son sus
creadores.

Pero, si no es una ni otra la sociedad posible, entonces ¿qué es lo que debemos


hacer?

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El punto nodal de la convergencia histórica

El marxismo surge en el siglo XIX como una contra ideología al pensamiento


burgués. Se constituye en la crítica más demoledora de todo el sistema capitalista
desde su base económica hasta las más variadas manifestaciones super
estructurales, pese a lo cual no trasciende la episteme occidental. Es un sistema
de ideas que propone un nuevo tipo de sociedad, basada en la eliminación de la
propiedad privada sobre los medios de producción y la desaparición gradual del
Estado y las clases sociales. La construcción de una sociedad socialista es, para
el marxismo, la superación de la ley de la acumulación capitalista para ser
sustituida por una ley de acumulación social que, estando en manos del Estado,
permite una distribución más equitativa de la riqueza social. Lo que Marx concibió
como una teoría revolucionaria para enterrar al capitalismo, las sociedades pre
colombinas lo hicieron naturalmente en el marco histórico de la Comunidad
Primitiva, es decir, en un momento de bajísimo desarrollo de sus fuerzas
productivas. Ese es el punto que imbrica, atemporalmente, al marxismo con las
sociedades ancestrales del Abya Yala. Este es el núcleo teórico que puede hacer
realidad la afirmación del sabio norteamericano Chomsky de que las sociedades
aborígenes salvarán a la humanidad, porque, el pensamiento de raíces
ancestrales, sólo puede coincidir con lo más avanzado del pensamiento
occidental, que es el marxismo.

No hay lugar a reconstruir el sistema pre colombino de producción, como quieren


los “pachamamistas”, pero tampoco es posible sostener el actual sistema
capitalista que hace agua por los cuatro costados. La solución está en rescatar
aquello que se demuestra positivo del sistema ancestral y lo que se puede
rescatar del capitalismo actual.

Esos elementos nucleares son: 1) De los ancestros: la propiedad colectiva de la


tierra, principalmente; también una forma de organización social basada en la
reciprocidad, un particular sistema de participación de las bases (nueva
democracia) y el rescate de un patrón cultural singular que recoja elementos del
mundo andinoiv. 2) Del capitalismo actual: la libre empresa individual, con límites
en su crecimiento y control del Estado.

La fusión de estos elementos en el marco de un significativo desarrollo científico-


tecnológico hará posible la creación de una sociedad equilibrada en la cual será
un delito la acumulación desmedida y la injusticia social. Desde nuestro punto de
vista toda intención de mejorar el capitalismo es un esfuerzo inútil, porque en su
estructura está la maldad del mismo. Quinientos años después comienzan a
aflorar las virtudes de un sistema sabio que dio alimento y bienestar a millones de
seres humanos y que ahora sus elementos esenciales vuelven para, en una fusión
dialéctica con lo más dinámico del sistema traído por los colonizadores, salvar a la
humanidad. Su triunfo será dar un salto dialéctico para ampliar la infinita espiral de
la Historia, siempre hacia arriba, nunca hacia atrás.

Esa es la dialéctica de la Historia, no otra.

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