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Noam Chomsky ha dicho, en alguna parte, que los pueblos aborígenes están
llamados a salvar a la humanidad. Para que esta afirmación tenga valor político
real, se tendrá primero que aceptar que, más allá de la filosofía occidental, existen
otras filosofías, independientes, que han nacido y florecido fuera de los cánones
gnoseológicos de las matrices griega, romana, hebrea o musulmana. Existen en
Asia, África, en el Abya Yala, ahora América y otras partes del planeta. No “para-
filosofía”, no “etno-filosofía”, no “cosmovisión” o “seudo-filosofía”, sino filosofía,
entendida como “un conjunto de saberes” que organizan la comprensión de la
realidad, así como el “sentido del obrar humano”, según definición de la Real
Academia de la Lengua.
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originarios que ha sido imposible de desmontar porque, al no reconocer su
episteme, no era posible demostrar su existencia.
Las sociedades del Abya Yala, todas, sin excepción, no llegaron a superar el nivel
de desarrollo de la Comunidad Primitiva. Se han encontrado vestigios que van
desde sociedades nómadas y recolectoras hasta grandes imperios organizados en
torno a un colectivismo agrario, sin que en ninguna de ellas haya surgido la
propiedad individual de la tierra. Fueron sociedades jerárquicas y verticales en las
que la disciplina del trabajo servía de argamasa para la cohesión social. Sus jefes,
reyes o mandatarios -en los imperios que llegaron a organizarse-, no sólo eran
representantes de la divinidad a la que adoraban, sino que eran la misma divinidad
encarnada en sus personas, lo que las convertía en sociedades teocráticas en las
que la conducta de sus individuos respondía, dualmente, al miedo y al amor,
miedo a la autoridad indiscutible del rey-dios y amor a su divina sabiduría y
bondad. Los grandes imperios del Abya Yala, Maya y Azteca en el norte e Inca en
el sur, se construyeron sobre estos pilares.
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rueda porque no la necesitaron, ni usaron ningún animal de carga por la misma
razón. Existen muchas fundadas razones para creer que conocían métodos físicos
para mover grandes pesos sin utilizar maquinarias igual que para trasladarlos.
Vestigios pétreos como la ciudad de Machu Picchu y fortalezas como las de
Saccha Huamán, en el sur y monumentos urbanísticos como los de Teotihuacán
en el norte, así lo demuestran.
Todo esto era posible porque, al momento de la llegada de los europeos, como
hemos dicho, todavía no se había disuelto la Comunidad Primitiva. Eran
sociedades en transición a sociedades clasistas, probablemente, cuyas
características no podemos imaginar en razón de la “solución de continuidad” que
significó la conquista europea, pero que al momento de suceder conservaban los
fuertes rasgos del colectivismo primitivo. Caso todavía más admirable en razón de
que en el incario, así como en el imperio azteca, no surgió la esclavitud individual,
como si sucedió en Europa, lo cual condiciona la evolución general de las
sociedades occidentales.
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el ayllu real, así lo entendieron e hicieron de ese rasgo el elemento esencial de la
vida social. El individuo estaba subsumido en la comunidad a tal extremo que la
comunidad era una especie de individuo múltiple.
Sociedades como las precolombinas del Abya Yala eran sociedades rituales en las
que el trabajo, como actividad de vida, ocupaba el primer lugar. No existía
desocupación y la ociosidad era castigada con la exclusión del individuo por parte
de la comunidad. Los rituales del Inti Raymi no eran sólo celebraciones de gratitud
al Sol y a la Pachamama, sino actos de reconocimiento a la fuerza de trabajo, es
decir, al mismo ser humano como fuente inagotable de prosperidad y vida.
Trabajar no era una obligación, era un acto de vida tan lógico como respirar o
alimentarse. Las manifestaciones espirituales de mayor relevancia estaban ligadas
al trabajo y como eran sociedades agrícolas a la Pachamama y por su naturaleza
cósmica al Sol. Todo giraba en torno a estos dos elementos constitutivos de su
cosmovisión humana.
Se sabe que las sociedades más equilibradas son aquellas que tienen menor
número de leyes, las sociedades precolombinas se regían más que por leyes por
preceptos morales y éticos que normaban la conducta de sus integrantes, sin
necesidad de cárceles o lugares de “rehabilitación social”. Era la comunidad la que
castigaba o premiaba los méritos o deméritos de sus integrantes. Si alguien
mentía, caía en desgracia, igual si robaba o se comprobaba su ociosidad.
Excluidos de la comunidad estaban destinados al escarnio e inclusive la muerte.
Los castigos por esos vicios podían llegar a ser extremos.
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Solamente sobre estas bases brevemente pergeñadas es posible acercarnos a
definir “que es lo indio”, no tanto como categoría antropológica, sino como
concepto sociológico.
Dejemos claro que este concepto no ha sido ni inventado ni usado por los pueblos
originarios quechuas que usaban el sustantivo runa para referirse al ser humano.
El concepto indio fue introducido por los colonizadores para identificar
erróneamente a los nativos del Abya Yala y, desde sus orígenes, tuvo una carga
discriminatoria. Indio fue sinónimo de inferior, diferente y, por extensión, vago,
sucio e ignorante. Ha sido un concepto racista impuesto a sangre y fuego que
durante quinientos años fue reforzado por la conciencia vergonzante del mestizo
que quiso identificarse con los sectores dominantes y no con los dominados.
Detrás de esa denominación la sociedad blanca-mestiza enterró la grandeza de
los pueblos originarios, razón por la cual, también es un sintagma político usado
para desconocer a una parte integrante de la sociedad.
Lo indio son los remanentes vivos que quedan de las comunidades originarias. A
nadie se le puede ocurrir que a estas alturas los diferentes pueblos de los Andes
viven en estado puro la misma vida de sus lejanos antepasados, pero tampoco a
nadie se le puede ocurrir que han renunciado a una forma específica de vida que
les hace diferentes de la sociedad blanco-mestiza dominante. Ileana Almeida,
citando al antropólogo peruano José Matos Mar dice que en las comunidades
centro-andinas se conservan tres rasgos de su pasado histórico: “uno, la
propiedad colectiva de un espacio rural que es usufructuado por sus miembros de
manera individual y colectiva; dos, por una forma de organización social basada
en la reciprocidad y en un particular sistema de participación de las bases; y tres
por el mantenimiento de un patrón cultural singular que recoge elementos del
mundo andino. En síntesis, la comunidad desciende de los antiguos ayllus
andinosiii”. Esto es evidente y nadie lo puede negar, menos el Estado blanco-
mestizo que tiene que repensar, en términos jurídicos, la problemática para
acercarse más, en lo conceptual y práctico, a la definición constitucional de
Plurinacionalidad y Multiculturalidad.
En resumen, para definir lo indio hay que estar claros de que sólo es posible si se
acepta la idea de la existencia de una gnoseología diferente a la que ha definido la
civilización occidental, esto quiere decir, otra forma de conocer, de adquirir
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conocimientos, cuyo núcleo central era la comprensión de que no es necesario
desintegrar la unidad para develar su esencia. Esta actitud científica ante el
conocimiento convertía al sistema en el cual existía en intrínsecamente justo
(bueno) por lo cual todas sus manifestaciones contribuían, desde todos los
ángulos y niveles, a crear la armonía necesaria para una vida plena y satisfactoria
del ser humano dentro de la sociedad que es lo que ahora llamamos el Sumak
Kawsay.
Quinientos años han pasado desde la llegada de los europeos a tierras del Abya
Yala. El pensamiento occidental ha construido otra civilización sobre las ruinas de
las nuestras. Quinientos años les han tomado a los colonizadores construir lo que
ahora tenemos. ¿Qué tenemos?
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Paradójicamente esta misma es una sociedad de increíble adelanto científico-
tecnológico. Se ha comenzado a desentrañar los secretos del micro mundo
cuántico, los ordenadores personales dominan el mundo, el internet es un océano
infinito de información y conocimientos al alcance de todos, la biología está a
punto de descubrir los secretos del genoma humano, se viaja a velocidades
supersónicas con lo cual hemos llegado a ser una aldea global y, sobre todo,
existen ya tecnologías capaces de elevar la productividad del trabajo a niveles
suficientes para producir más de lo que la humanidad necesita para vivir. Una
tecnología que, sin embargo, no está al servicio abierto de las necesidades del ser
humano, sino de los intereses privados y del lucro. No de otra forma se explica
que en este año 2019 más de mil millones de seres humanos estén amenazados
de morir de hambre en el mundo y pueblos enteros carezcan de un vaso de agua
potable para saciar su sed.
Por otro lado, están las posiciones pro sistema, aquellos actores sociales que,
siendo fruto del capitalismo, son sus defensores. Hay dos niveles, los que tienen
conciencia de lo que hacen (las grandes potencias del mundo) y los borregos
seguidores de las ideas dominantes. Ellos defienden a capa y espada la sociedad
cloacal que hemos descrito brevemente en líneas anteriores, es más, son sus
creadores.
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El punto nodal de la convergencia histórica