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DEPARTAMENTO DE LETRAS
ORALITURA DE EL SALVADOR:
ÍNDICE
PARTE I
NARRACIONES DE RAÍZ INDÍGENA................................................................ 28
De La Sigüanaba.................................................................................................. 29
Los Brujos.................................................................................................... 30
Leyenda de la Sigüanaba de San Juan Opico............................................. 31
La Sigüanaba............................................................................................... 35
La Sigüanaba............................................................................................... 37
La Sigüanaba de Nahuizalco....................................................................... 38
La Sigüanaba y la tunca............................................................................... 41
Leyenda de la Sigüanaba de Santiago Nonualco........................................ 43
De la mujer infiel...................................................................................................70
Suntecomate................................................................................................ 71
La calaverita.................................................................................................79
La bruja.........................................................................................................84
De lugares encantados........................................................................................88
Volcán de Izalco...........................................................................................89
El arco..........................................................................................................92
De animales..........................................................................................................101
El gigante y el conejo...................................................................................102
El muchacho, tío conejo y el gigante............................................................110
El Sisimite.....................................................................................................119
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PARTE II
NARRACIONES DE RAÍZ COLONIAL...............................................................151
De Santos y milagros...........................................................................................152
San Pedro....................................................................................................153
La Virgen de la Perla....................................................................................154
El Santo de La Yesera.................................................................................155
La candela....................................................................................................160
La procesión de los muertos........................................................................163
San Antonio de Padua.................................................................................164
Los dos milagros de Santa Lucía.................................................................166
El pacto.........................................................................................................168
ANEXOS................................................................................................. 222
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ORALITURA DE EL SALVADOR
(Estudio introductorio)
Presentación
las expresiones orales a las escritas”. “Con este tránsito podremos continuar el
diálogo entre el espíritu y el corazón”, dijo el poeta mapuche Elicura Chihuailaf,
coordinador del encuentro. Se buscaba “sembrar la semilla del diálogo sobre la base
de la fuerza de la palabra que legaron nuestros antepasados”.
Hemos ordenado los relatos por temas específicos, tratando de interpretar los
campos semántico–ideológicos o cosmovisiones que dominan en la cultura popular. A
continuación comentaremos brevemente la significación narrativa y semiótico–
antropológica de cada temática establecida, para ofrecer al lector una mínima
caracterización de cada serie de relatos:
De la Cigüanaba:
Entre los mitos que se reiteran una y otra vez en la narrativa popular, el primer
lugar, sin duda alguna, lo ocupa el de la Cigüanaba, la Mujer–Nahual (según Benjamín
Palomo), el espíritu maligno femenino que castiga a los tunantes y trasnochadores
apareciéndoseles como una joven bonita o en la figura de la mujer con la cual tienen o
buscan una relación amorosa, seduciéndolos, para luego, en el momento más álgido,
repentinamente tornarse en monstruo: una vieja de descomunales tetas, dientes y
uñas que clava en la víctima, carcajeándose de lo lindo, lanzando sus estrepitosos
“jajayos”, dejando “jugado” (enfermo, idiotizado, o en trance de muerte) al infeliz que
cae en sus garras.
Los Duendes anteriores han sido llevados a la literatura escrita por notables
autores nuestros tales como Salarrué, Roque Dalton, Miguel Ángel Espino, Miguel
Ángel Chinchilla y Benjamín Palomo, entre otros.
También las brujerías son una temática muy socorrida en la narrativa oral
cuscatleca. Abundan historias de brujos que se convierten en micos, cerdos, toros, o
se hacen los muertos en algún cruce del camino. En lugares de sustrato pipil, como
Teotepeque, hemos encontrado historias de hechicerías contadas por nietos o
parientes de brujos. El de este pueblo era capaz de convertirse hasta en un racimo de
guineos, de meterse en la cama de alguna muchacha de su preferencia o de
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aparecérsele a su nieto después de muerto. Tales relatos no los dan estos cuenteros
como ficciones sino como hechos reales a ellos acontecidos, como testimonios
autobiográficos.
De la mujer infiel:
El valor cultural, étnico, de las narraciones sobre la mujer infiel, radica sobre
todo en su simbolismo ético y cosmogónico, que nos da una panorámica del
pensamiento y del imaginario de nuestros ancestros indígenas. En su conjunto, estas
historias conservan elementos de la memoria colectiva acerca del tránsito de la caza
a la agricultura, y hacen sentir el culto que los pueblos autóctonos mantenían a la
naturaleza por cuanto veían fuerzas divinas o cósmicas en la flora, la fauna, los
fenómenos celestes, la madre tierra.
De lugares encantados:
El imaginario rural, sobre todo, tiene varios lugares de su entorno natural, por
encantados: el interior del volcán, así como su cumbre; las cuevas, las quebradas, las
pozas, pueden ofrecer apariciones o dones especiales, pero también riesgos para la
vida o para la salud de quienes se atreven a tales sitios.
azteca). Varias versiones obtenidas en sitios aledaños cuentan cómo el dueño del
volcán (el Diablo) ha llevado a su interior a hombres vivos quienes han reconocido ahí
a parientes suyos ya difuntos que cumplen trabajos horrorosos como castigo por sus
pecados en el mundo. Tales testigos han podido escapar y luego han narrado su
experiencia. El libro de Schultze Jena (texto No. 38, p. 98) refiere el caso de un
hombre que tenía pacto con el dueño de “la montaña de fuego” (es decir, el Izalco,
antes un volcán activo), y es milagrosamente transportado a su interior:
“Cuando abrió los ojos de nuevo, ya estaba adentro de la montaña. El vio una
gran hacienda con mucha gente... Vio que un día se comieron a uno de los suyos, otro
día a otro, y al siguiente a otro... Pero la cabeza la rajaban y le sacaban los sesos, y
se la daban a la molendera: ella debe prepararla para darle a todos un poco... (p. 98)
Este mito del volcán encantado de los pipiles le sirvió de trasfondo a Salarrué
para su magnífico cuento “El ángel del espejo” en que del fondo de aquel emana un
espíritu en forma de “carbúnculo” o fuego fatuo rubicundo, que es el alma colectiva de
los indios asesinados en Izalco en 1932. También Roque Dalton le dedica un texto en
su poemario más indigenista, Los testimonios (p. 67), en parte del cual dice:
“El volcán apagado gran herida / de sombra presa entre las hondas piedras... /
presa derrota de la madre tierra / que les deja su cólera a los hombres...”
“... los soldados del gobierno nunca podían alcanzarlo porque antes de llegar a
la cueva hay una poza que llaman “El salto”... Esa poza es encantada porque Aquino
se hundía ahí y venía a salir por el río Jiboa”.
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De animales:
Entre los héroes del bestiario autóctono, el campeón resulta ser el conejo,
frecuentemente presentado como el “Tío Conejo”, cuyas características reales y
míticas se conjugan graciosamente para conformar una metáfora – símbolo: el
pequeño roedor representa al indio, a los débiles pero también astutos aborígenes
que han sobrevivido gracias a su sagacidad y valentía, frente a la ferocidad de sus
enemigos, los tigres o jaguares y los coyotes, quienes a su vez simbolizan a las
fuerzas depredadoras de los extranjeros o de los vendepatrias.
Este otro nagual figura en algunos de los relatos orales, y en las famosas
danzas o piezas de teatro popular de “El tigre y el venado”, en que estos animales
representan, respectivamente, al español y al indio. Según el eminente crítico
salvadoreño Rafael Lara Martínez, el venado simboliza a la raza indígena exterminada
en Izalco en 1932; y el tigre a la sociedad mestiza salvadoreña. (cfr. Salarrué o el mito
de la creación de la sociedad mestiza salvadoreña, CONCULTURA, San Salvador,
1990).
Varios otros escritores, entre ellos Roque Dalton, Oswaldo Escobar Velado,
Pedro Geoffroy Rivas, le dan un sitio prominente en sus escritos.
Las seis series anteriores reúnen relatos en que el sustrato cultural indígena se
muestra dominante, tanto por el tipo de personajes como por la visión de mundo que
conllevan, naturalista y mágica. Sin embargo, como el lector podrá apreciar
fácilmente, también contienen signos o valores heredados de la colonia española, si
bien en una proporción notablemente menor, pues sería imposible encontrar en la
actualidad una literatura oral, ya sea narrativa o lírica, que no tuviese algún grado de
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sincretismo o mestizaje cultural, ya que en nuestro caso la fusión de las dos raíces
etno–históricas fundamentales, la hispánica y la indígena, viene dándose
ininterrumpidamente desde el siglo XVI, a partir de la conquista de Cuscatlán por
España (1524).
A la inversa, las otras dos series, a que nos referimos en seguida, agrupan
narraciones en que la huella colonial, católica, es bastante más notoria que la
aborigen, pues sus personajes, creencias o símbolos dominantes pertenecen a la
cultura española y europea, impuesta durante los tres siglos de dominio sobre
América, bien que a la vez ofrecen en menor escala elementos típicos de las culturas
indígenas.
De santos y milagros:
El hibridismo religioso crece de punto en los relatos sobre las ánimas benditas
del purgatorio, que unen las creencias católicas con el culto a los muertos de los
antiguos indios mesoamericanos, conjunción de donde emanan numerosas historias
sobre la procesión de las ánimas en pena, a la media noche; la carreta chillona o
carreta nahua; la candela que regalada al mirón o mirona por alguno de los muertos
de la procesión, al día siguiente aparecerá hecha un hueso.
Valores lingüísticos.
–– “En esa quebrada había un salto como ver esa pared diay, mire...”
–– “... onde me vido, se paró, se hizo así el pelo, estaba así con el pelo, se hizo
así, ve?
Otro distintivo frecuente de nuestra narrativa oral son los arcaísmos o formas
caídas en desuso en el habla urbana o estándar, que se conservan sobre todo entre
los ancianos del medio rural. Entre ellos se muestran muy persistentes las formas
arcaicas del verbo “ver”: vide y vido (por “vi” y “vio”), que corresponden al español
antiguo y son directamente derivadas del latín: vidi, vidit.
Valores literarios.
Ahora bien, los valores poéticos más notables en esta oralitura corresponden al
nivel semántico, particularmente a los juegos metafóricos y simbólicos que
encontramos en los relatos. A diferencia de la literatura escrita, las metáforas o
códigos analógicos no se agotan en la frase sino que se irradian a todo el texto, de tal
modo que sólo entendiendo las connotaciones ancestrales, sus correlaciones y
oposiciones, es posible captar la atmósfera poética de que habla Schultze Jena. Por
ejemplo, en el magnífico cuento “El gigante y el conejo” (de la serie “De animales”), el
gigante simboliza a las clases ricas terratenientes y el conejo a la astucia de las
clases populares; en “Las aventuras de un pobre cazador” (de la misma serie), la
dialéctica del bien y el mal está dada mediante una antítesis al mismo tiempo
metafórica y metonímica en que el carbón simboliza la virtud, lo que más tarde será
riqueza real, y el oro simboliza el engaño, la falsa riqueza, como parte de los recursos
que emplea el Diablo para atrapar a los que llegan a sus dominios.
En los relatos de “La mujer infiel” también advertimos símbolos y metáforas que
sólo pueden interpretarse en la totalidad de cada texto y no a nivel de cada frase o
segmento como es lo usual en la literatura estándar. Entre los símbolos
sobresalientes encontramos aquí al venado y al morro. El animal significa el vehículo
de redención para que la mujer despedazada deje de sufrir y alcance el reposo: es un
salvador mágico que la libera del dolor y le permite convertirse en un árbol de morro.
Este a su vez, relacionado con los mitos del agua y de la fecundidad, simboliza la
planta original de donde nacen los muchachos del maíz y de la lluvia.
Decíamos que la narrativa oral es uno de los sistemas más ricos de la cultura
nacional popular, fácil de encontrar entre los pobladores rurales o aldeanos, por el
reconocimiento de que gozan los cuenteros y su disposición a entregar su saber
mítico y su imaginación comunitaria a quien se lo solicite, como hemos podido
comprobar en nuestras indagaciones. De hecho, abundan más, se recaban con mayor
prontitud las narraciones que las composiciones líricas (bombas, oraciones
autóctonas, refranes, adivinanzas), como si nuestros campesinos se sintiesen más
cómodos y motivados contando historias que recitando versos. Estos quizás tenga
que ver con la ritualidad más codificada que rodea a la lírica, es decir, con su
inserción en reuniones familiares o comunitarias, por lo cual los informantes orales no
se sienten cómodos diciendo formas líricas fuera del contexto ritual. Habría que
investigar específicamente esta diferencia, que aquí consideramos por ahora sólo
como una hipótesis primera.
sistema primario del idioma, un sistema artístico de la palabra sin dejar de ser un
sistema lingüístico. Se trata de códigos centrales en cualquier cultura, plenos de
significación antropológica e histórico–social. Cada uno de ellos modeliza el mundo de
diferente manera: el idioma provee por sí mismo una organización del conocimiento,
una filosofía de la vida y del cosmos: los nombres, el léxico, las fraseologías, las
denotaciones y las connotaciones conllevan una carga cultural e histórica que se
impone al hablante como instrumento principal de relación con la realidad exterior:
personas, acciones, instituciones, ámbitos.
A diferencia del idioma, la literatura, como arte que es, reelabora creativamente
los materiales lingüísticos y produce representaciones imaginísticas, ideo–sensibles,
de la vida socio–histórica y del ser humano. En el caso de la narrativa oral, el arte
consiste en la fabulación (estructurar historias), por un lado, y en el estilo poético del
habla del cuentero, por otro lado.
No creemos que la presente antología sea la mejor posible, puesto que hay
mucho más que recopilar, estudiar y caracterizar con respecto a la narrativa oral
salvadoreña, amplísima y rica en valores de nuestro pueblo. Tampoco nos damos por
satisfechos del todo con este breve estudio preliminar, pues obviamente podría
profundizarse en cada tema general así como afinar los análisis y las mostraciones,
reforzar las referencias bibliográficas, documentales y personales que nos han
servido de base para las consideraciones aquí expuestas. Sin embargo, estamos
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seguros de que esta publicación constituye un aporte, mejorable sin duda pero de
mucha validez en cuanto muestra literaria y antropológica, para la reconstrucción del
sentido o conciencia de la nacionalidad, de la identidad salvadoreña y centro o
mesoamericana. Aunque sólo entregamos una parte pequeña de ese venero
inagotable que es la tradición oral, sabemos que se trata de textos modélicos, plenos
de mestizaje histórico y simbólico, que en conjunto podrán ser un asidero de la
memoria colectiva, sumados a trabajos similares de otros investigadores, frente a la
transculturación globalizante que nos deja sin raíz, sin base cultural propia.
Esperamos que esta oralitura salvadoreña será de principal utilidad para los
estudiosos de las letras nacionales y para nuestro sistema escolar en las materias de
lenguaje y literatura, a cuyos profesores podrá servirles como material de
aproximación al ser social y cultural de nuestra población mayoritaria, que puede
luego contrastarse con la literatura escrita de nuestros clásicos nacionales. También
facilitará el paralelismo entre el habla popular y el habla estándar, si profesores y
alumnos saben comprender la necesidad de profundizar en nuestro patrimonio
lingüístico.
PARTE I
DE LA SIGÜANABA
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LOS BRUJOS
Dicen que cuando fue el diluvio, después de eso, un hijo de Noé que se
llamaba Cam, era mágico y había extendido por todos los rincones esa enseñanza de
brujería, de mágico. El que no le pedía, no valía nada, el que no podía ser brujo no
tenía como religión, algo así.
Entonces, estos brujos cuando fue el diluvio se dieron cuenta que a Noé le
había hablado el señor Yavé, Dios iba a venir, el Señor. Ellos empezaron a trabajar
las rocas, cerros, peñas; empezaron a taladrar, a hacer excavaciones adentro.
Cuando vino el diluvio, ellos tenían grandes concavidades dentro de las peñas, de las
rocas, de los cerros; ya metieron todo lo que iban a utilizar y lo taparon, allí quedaron.
¿Quiénes son? Ahora viven todavía, allí están, porque el Señor no les permitió
que se murieran ni que salieran, hoy se llaman: Sigüanaba, Pepechanas, Espíritus
Malignos; esos son seres que allí andan: Sigüanaba…, salen por allí, andan
encerrados.
LEYENDA DE LA SIGÜANABA
Mi nana que me bía criado –porque otra gente me crió, no mis tatas– me dijo:
— Tomá este bote y vas onde la comadre Alejandra a que te venda café.
Fíjese, habiendo todo en la casa, ella no moliya, sino que iba a comprar. Pues
ese día vengo yo y agarro el bote y me voy al camino. Habían cinco quebradas, cinco
riyitos; al último le decían la Quebrada del Mango. En esa quebrada había un salto
como ver esa pared diay, mire. Allá arriba había una poza y unos lavaderos. Cuando
yo venía como aquí, por la vuelta me habló una muchacha linda, no era feya.
— ¡Oye! –me habló la muchacha. Eran como las ocho del día. Tenía unos trapos
tendidos en los paredones, y ella cuando me vido se paró y se hizo así el pelo, estaba
así con el pelo, se hizo así, ¿ve?, para la cara a modo de taparse.
— No, –me quedé mirándola- no me queda lugar de andar jugando porque mis
tatas no me dejan estar a gusto.
— Ah, pues si no venís a traerlos vos –me dijo- yo te los güa llevar.
Mirando yo, venía apiándose, andando con los colguiyos. Onde yo la ví que ya
venía medio andando, salgo yo a la carrera, huyendo. Mire, cuando llegué a la casa
onde mi nana de crianza, me dijo:
Agarra un asial y me agarra mire, quitándome el miedo, pero con los vergazos,
mire. Ya no pensé nada y me reventó por aquí, en la mejilla, un correyazo que me
reventó.
Y nos hemos ido, mire, yo adelante y ella detrás de mí, andi y andi y andi y yo
con el bote agarrado aquí, mire. Pues cuando llegamos a la Quebrada del Mango, allá
estaba la mujer bañándose, echándose agua de la poza. Así se le miraban las
nalgotas. Allí estaba ella bien desnudita, pero chelita, chelita, con un trapo aquí y ya
echándose agua.
Me los vuelve a enseñar, cuando ella se venía bajando otra vez, salgo yo
escupido y mi nana allí mirando. Pero mire, yo iba adelante a la carrera y se miá
pasado ella, mi nana, porque la Sigüanaba la venía siguiendo, iba haciéndole como
que le iba a pegar por detrás.
Ella decía que la había visto con la boca grande y con los dientes así: dos para
arriba y dos para abajo. Dijo que le había visto los dientes negros. Y yo no, yo la
miraba bien linda. Entonces cuando llegamos a una quebrada que le decían la
Quebrada de la Puerta había una poza. Entonces yo venía aquí dando la vuelta y mi
nana no dijo a dar la vuelta, sino que recto a la poza se tiró, ella decía que la
Sigüanaba la llevaba agarrada y la había metido a la poza. Entonces yo vine y di la
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vuelta y salí al otro lado. Yo la miraba: zumbluque, zumbluque. A ella sola la miraba,
la miraba que se sumía en el agua y saliya en la poza; y onde lagarré de la mano me
hizo ella fuerza y yo también y salió bien mojadita. Entonces salió en carrera y yo
detrás y ella hecha chupón teniéndose la ropa en carrera. Cuando hemos llegado a la
casa dijo:
— Vaya, como usté mia castigado, sangre tengo aquí, mire, me reventó con la
correya. La Sigüanaba, para que mire que a mí me quiere, la ha castigado a usté;
pues entonces hoy no me ande molestando porque la va andar llevando del pelo.
Así que se quitó la ropa y dijo a ponerse otra. Era un gran temblor y friyo.
Cuando vino mi papá ella estaba que era un gran temblor. Nuabiya almuerzo,
nuabiya nada y me dijo:
Vino él y le dijo:
— Vaya, ái te voy a dejar, si seguís mal –le dijo– mañana voy a volver, pero hoy
ya me voy porque Juan va a llegar a comer y ya son las cuatro.
Mi papá le dijo:
— Yo te voy a ir a dejar.
Se montaron en la yegüa y los dos salen; a todo eso sin comer nadie, entonces
llegó una señora amiga de ella a verla y me dijo:
LA SIGÜANABA
Tenemos otra historia de aquí, en una Hacienda del Tunco. Dicen que
allí había un tablón, que allí habían unos zapotes, que allí sólo uno no podía cruzarse
porque se perdía. Y allí tenía parte el Enemigo (*), por eso cuando entraban a peinar allí
a ese tablón, dicen que todos reunidos andaban, el que salía primero con su tarea
tenía que ayudarle a otro, allá cuando terminaba el otro, y así sucesivamente, hasta
salir todos en grupo.
Un día un pobre joven se quedó de último y les habían advertido que nadie se
quedara atrás y ese pobre que se quedó de último, tenía que ir a ver todo el zapote.
Llegó y va viendo –dicen– que allí andaba una jovencita pero bien simpática y le dijo:
Y vio un canastillo que tenía allí, y un zapote bien hermoso que allí lo tenía
adentro.
— Sí, es verdad, usté –le dice– pero véngase más acá, porque ahí nomás hay
casas y nos pueden ver.
Y aquél con el entusiasmo fue que la siguió. Y que, en realidad dicen,… cuando
ellos se pusieron a hacer, pues sí… cuando va viendo…, dice que él la estaba
(*)
Al Diablo se le llama unas veces el Enemigo y otras el Amigo.
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abrazando, y que estaba en lo mejor, y dicen que va viendo los colmillotes que, lo
paró encima al pobre hombre y como vio que le tiró la mano, así lejos, el pobre
hombre ya no pudo levantarse, se quedó allí. Ya a la hora de repartición de cena el
caporal buscaba al muchacho y vieron luego que él había pasado en ese lugar, fue
que lo fueron a buscar al montecito, ¡y cabal, allá lo fueron hallar! el pobre no podía
salir, bien desrrabadillado, y lo sacaron para la hacienda: no aguantó el pobre, otro día
se murió.
Allí es donde trabajaba el Enemigo, porque uno da lugar también, no clamamos
a Dios.
Y él sentado a la par de ella, igualita como la tal novia, pero lo fregado fue,
dice, cuando él, platicándole, y la quiso abrazar. Cuando le echó el brazo, dice que
sintío el lomo todo hueco y el candil se apagó y desapareció, y él quedó en una
oscuridad. Entonces, dice que lo que oyó fueron unas risadas por un callejón, así para
bajar por una quebrada. ¡Ay! de ver que era la Sigüanaba, ¡ah! dice él que en ese rato
se fue de regreso porque le dio miedo. Llegó con calentura.
LA SIGÜANABA DE NAHUIZALCO
Cuando se fue el camión, fue llegando ella, fue llegando. Y como está el fogón,
veá, aquella llamarota… porque el fuego no deja acercar ningún espíritu malo. Llegó
como de aquí a aquellos palos. Sólo vueltecitas pegaba al centro de la calle. Así, así,
…
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— ¡Véngase, véngase, véngase! ¿A quién anda buscando? –le dije yo, y ella no
hablaba– ¿A quién anda buscando? Mire, joven, acérquese aquí. Si, aquí, no pasa
nada –le dije yo.
— Mire –le dije yo–, ¿A quién busca? ¿A mí me busca? Ahí tengo comida.
Bueno, nada. Ella sólo agachada, pero con una risita nerviosa… yo tenía el valor
de acercármele y ella me buscaba la espalda. La espalda me buscaba, porque ellos,
los malos espíritus la espalda buscan, para ver si ella lo gana o no a uno.
Entonces, llegó amaneciendo, cuando pitó una sirena de las cruces. Eran las
cuatro de la mañana.
— Mire, joven –le dije yo–, ¿por qué no se va para mi cuarto? Alli’stá sólo. Yo no
puedo ir porque tengo aquí cargo.
estaba onde quedó sentada, mire. Entonces, sigo yo para arriba…para arriba. Allá,
encuentro un señor.
La barranca quedaba algo cerca, como a una cuadra. Ah, pues, platicando
estábamos cuando pegó la carcajada.
Bueno, allá cuando pegó la carcajada, digo a jalarle el gato al fusil, cuando fue
el bombazo. Como un cartucho, así de grueso fue el bombazo. Allá, más arriba, pegó
otra carcajada…
LA SIGÜANABA Y LA TUNCA
— ¡Uf! ¡uf!…
— Puta –dije yo– ya me llevó el Diablo, pero el Señor está conmigo.
La agarré a vergazos, se fue la tunca haciéndole ¡of! ¡of! hacia el sur, veá. Me
fui con el pelo parado.
Cuando dirigí la vista hacia una cuadra, estaba una mujer con una bolsa en la
mano, tenía un vestido verde y un mantel blanco, dije:
Cosa que fue mentira, eran las doce de la noche; cuando me faltaba media
cuadra para encontrarme con esa mujer, caminé un poquito y se me pararon los pelos
de la cabeza, me entró un escalofrío, cosa que me quedé parado:
Me vine de regreso de espaldas, veá, volví a ver a media cuadra donde hay
foco, la vi pasar; en un abrir y cerrar de ojos la mujer ya estaba en la esquina, cuando
me dice:
— ¡Hey! ¡Hey!
— Comé mierda, hija de la gran puta, vos sos la Sigüanaba, cabrona, anda jodé
a la puta que te parió, sos mi comadre ante Dios, sos mi comadrita y no me hacés
nada.
Me dio un trago, después me llevó a comer ticucos a una ticuquería, cosa que
allí amaneció. Compramos otro trago.
Informante: Carlos R.
Municipio: Nahuizalco,
Sonsonate.
Año:
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Pues, fíjese que mi tío estaba de novio de tiya Angela. Estos días jue pa’ las
flores de mayo. Entonces viene y le dice:
Le dijo ella:
— Miré, véngase más temprano porque no vaya a ser que salgamos más
temprano.
— No –le dijo– si voy a venir a tiempo.
Viene y llega al lugar donde estaba la flor y mi tiya Angelita ya se había ido.
Esto fue en la Hacienda Vieja. Ah, pues, dice que llega él y se la encontró:
— Pero, Angelita, ¿por qué me ha estado esperando? ¿Por qué no se jue con la
flor, si yo allá iba llegar a la iglesia?
— No, si yo ganas de esperarlo.
Pues, mire, él iba montado en un caballo. Ah, pues, viene y se puso a platicar
y dice:
Y cuando él volteaba a ver pa’tras, bien parecidita a tiya Angelita. Ah, pues,
dice que seguían platicando y de presto ¡tas!, las uñas de nuevo en la costilla.
— ¡No! –dice que dijo él. Y se tira del caballo, mire, y empieza a relinchar el
caballo.
— De todas maneras me toca que pagar. ¡Más vale que no hubiera venido a
esta flor! –dijo así.
Y llega al río y se quitó la ropa y dice a lavar. Jue metiéndola al río y dice que
en una lomita le hizo la mujer:
Y dice que se enfurece. Sale de vuelta donde metió la ropa y la sacó: ni una
gotita de sangre había, nada, nada, nadita, pues. Mire, dice que vuelve a pasar por la
parrita de bambú, pues era la única salida que teniya. Entonces, dice que agarró el
caballo y se monta todo mojado y vuelve a pasar el gran ciclón de viento. Entonces sí
que el mentado charral de parras lo maniaron allí…
Y se arriesgó y se fue por una quebrada, para poder llegar a su casa que
estaba como a una cuadra; pero el hombre no veía nada, todo estaba nublado, los
árboles se le venían encima, lo que hacía era correr. Los zarzales los veía como
tunas.
Como a las nueve de la noche pasó el susto y todo volvió a la normalidad. Lo
que el hombre caminaba eran como diez metros de su casa al linero (límite de la
propiedad). En esa parte del terreno estuvo como dos horas. El dice que la mujer le
estaba haciendo un “trabajo”. El hombre había vivido con esa mujer y recién la había
dejado. Y la mujer había ido a un lugar donde hacen trabajos de brujería.
Informante: Anónimo.
Lugar: Santiago Nonualco,
La Paz.
Año:
48
EL DUENDE
Pues, como era casa de tabanco, estaba ella sola cuando llega él, Silverión y le
dijo que si no queriya por bien, iba querer a la juerza. Cuando oyó que li’hablaron en
el tabanco:
— ¡Agarrala! –le dijo–, que si no tian vergüiado, este diya te van a vergüiar.
— No te corrás, hombre. Sólo yo estoy aquí, hombre –le dijo–. Yo soy familia, soy
hermano y soy enamorado también de la Rumualda.
Entonces, habló:
Y ella, en la noche biya sentido, ciertamente, el bulto del hombre junto a ella.
Ella lo sintió, pero no dijo nada, veá. Allá, cuando el tata della vino, el Duende li’habló
que ya era suegro.
— Pues –le dijo–, di’aquí para allá, desde hoy, yo voy a cuidar a la Rumualda,
porque la Rumualda es miya ya. Anoche dormí con ella; no la’stuve tentando, pero
‘stuve junto con ella –le dijo–. Estos enamorados que tiene, si no se van por bien… vos
no les has hecho nada, pero yo los vuá sacar a verga –dijo.
Así jue qu’en la noche alla’staba con ella, vedá. Entonces, le dice:
— Suegro, encienda luz para que mire que aquí’stoy yo, junto con la Romualda
— Es puro espíritu éste, lo voy a ver feyo; asiesque por eso no voy a encender
luz.
— ¡Que olor me llega! –le dice José a la mujer, verdá, que teniya– ¿Qué será?
Alguna cosa ha de ser.
Un gran olorazo que llegaba. Cuando amaneció, que se levantaron, allí estaba
la cartera llena, hasta botándose las monedas. Entonces había plata, no como agora.
Pura plata, hasta cayéndose las monedas de la cartera bien abierta. Y un gran ramo,
así, de flores de todos colores: aquel era el olor que le llegaba.
— Aquí te vua dejar, en la mesa –le dijo–, la rede pa’que amanezca llena diagua,
allá.
— Te la traigo –le dijo.
Así jue, verdá. En ese tiempo no habiya galones como hay agora; pior allá en
aquellos esteros ond’ellos vivían, lejos del pueblo.
Otro diya ya amaneció la rede bien llena de galones diagua, fíjese, así los
grandes galones, la rede bien llena diagua, pero en galones le bía llevado el agua,
vaya.
Dijo el viejo entonces:
— ¡Ve qué hijueputa, lo quia hecho; cómo me trajo el agua! Yo quería que me la
trajiera en la pura rede.
— Como la rede está llena diagua –le dijo– aunque seya en trastos te le traído, ái
la tenés.
— No, si tan bueno sos –le dijo– quitame esos galones de aquí.
— Andate para juera y cerrá la puerta.
— ¡Vaya! –dijo–; hoy sí podés agarrar un galón y te lo llevás para onde vos
quieras.
Entonces le dijo:
Como a los ocho diyas después d’eso, disponen matar una gallina para comer.
Vino la señora y le trajo el almuerzo, y todo lleno con las grandes platadas de gallina
con cositas, veá, y las tortillas. Empezando a comer estaba cuando ¡chas, chas, chas!
los cerotes de caballo… caca de caballo fresca cayéndole en el plato de la comida.
Dond’estaba comiendo él, cayendo…
— Vaya –le dijo– Mirá, no le vayás a seguir tirando caca de caballo onde va a
comer José.
— Sí, le vua hacer caso a usté suegra –le dijo.
Entonces, ya comió él. Por terminar de comer estaba cuando chas, chas, chas;
otros.
— ¡Ve qu’hijueputa! –dijo él–, ¡me vuelve a joder! No me dejó tomarme bien el
caldo.
— Yo te lo dije, que tiba hacer comer mierda, vaya –le dijo–, conformate que van
a ser últimas noches que yo voy a dormir con la Rumualda, porque yo me voy ir,
cuando me busqués no me vas hallar –le dijo– cuando yo quiera te vua venir a tentar,
no pierdo las esperanzas de jalarte las patas antes d’irme.
Mire, com’ocho diyas después, allí, no hacía ningún ruido, nada. Como a los
ocho diyas, bien dormido mi agüelo, vedá, y le agarra las dos patas, mire, lo
desbarranca de la cama y lo arrastró a dejarlo a media casa. No sintió él. Cuando
recordó en el puro suelo estaba.
— Vaya –le dijo–, levantate, no durmás ái, buscá tu cama. Encendé luz y mirás
tu cama. ¿No la mirás?
54
Entonces, la señora dél vea, encendió luz: ¡bien trincado en la pura tierra! ¡Ji!
Lo fue apiar de la cama y lo fue a dejar a media casa, pues. Entonces, vino ella y
encendió luz y ya lo jue a trer y se lo llevó pa’ la cama.
La leyenda del Cipitío es relevante, algo histórico de acá, pues. Una vez mi tía
me contó a mí y a otros amigos, que un día le dijo la abuela:
Eso fue un día viernes, como a eso de las cinco y media a seis de la tarde. Ese
día, fue ella bien afanada a hacer el oficio que la abuela le había dicho.
A los tres días después, ella dice que la abuela la mandó a lavar a ese mismo
lugar.
Predominaba el verano, era poca el agua que había en la cañada. Entonces
cuando volvió al lugar dice que empezó a escuchar algo como: ¡Chit, chit, chit!
Y siempre le decían lo mismo: ¡Chit, Chit, Chit!, tres veces, esa era la incógnita,
eran las tres veces que había ido a ese lugar. Entonces ella dijo:
56
— La tercera es la vencida.
Ella empezó a lavar unos pañales de la cocina, unas cacerolas, luego lavó las
ollas y cuando iba a terminar dijo:
— No, yo me voy.
Agarró las cosas y salió hacia arriba. Cuando iba caminando, entre más rápido
más escuchaba: ¡Chit, Chit, Chit! Cuando ya casi iba llegando a su casa, dice que se
aburrió y preguntó:
— ¿Quién me habla?
Cuando ella dice que intentó ver hacia atrás, no pudo, sino hacia arriba y dice
que en un bejuco de güachupa, estaba un hombre todo de blanco y negro, gordote y
con un sombrero grande y dice que empezó a reírse de ella a carcajadas, pero no se
explicó por qué… cuando llegó arriba dice que dijo:
Cuando vio hacia arriba y lo buscó ya no había nada, sólo veía el bejuco que se
mecía.
57
Dicen los viejitos que de esos animales están dos; al blanco nunca lo he visto;
pero al negro sí.
Cuando iba y venía de San Salvador, una vez me engañó la luna. Oí que ya
habían cantado los gallos y dije:
Llegando a aquella calle, que antes le decían la Calle del Perdón, iba subiendo
por ái y sentí como que alguien me agarró y me botaron, sólo me resbalé. De suerte
que no me ensucié y seguí caminando. Cuando iba caí por esa cruz, sentí una
pesadez en las canillas y ya no podía levantar los pies para caminar. Empecé a sentir
aquello horrible, se me estremecía el cuerpo y cuando miré para atrás, miro otra vez
al perro a la par mía y le voy viendo los dos ojos como brasas. Dije por la Cantarrana,
ái por el palo de conacaste y de ái me regresé.
Entonces pensé en alquilar una bestia, llegué donde un señor que se llama
Lucio y toqué la puerta y le dije:
Me dijo:
— Ay, mijita, las bestias están lejos, pero si me esperás la voy a traer.
¿Qué andás haciendo tan de madrugada?
Le dije:
— Iba para Sonsonate a pie; pero por ái me salió un perro, que quizás es el
Cadejo.
Me dijo:
61
— Niña, nunca se le ocurra salir tan temprano porque las horas silencias son
directamente para los malos espíritus.
La gente no creía lo que él sabía; pero sí, tenía unas oraciones que me las
enseñó a mí y las había copiado. Porque él dice que se saca todas las raíces para
hacer todas las maldades. Todas las hierbas las conocía.
Él era bastante tremendo, él se convertía en muchas cosas, pero jamás ni
nunca le hizo daño a nadie. Se defendía por defensa propia. Pero cuando le gustaba
una hembra, él iba de noche a buscarla y la dejaba toda besada y en el día la
muchacha aparecía toda morada. Él se convertía en espíritu y entraba a la casa
donde él quería.
Bueno, como hay tanta sabiduría, él sabía cómo lo hacía; pero como yo era el
nieto más querido de él, me decía:
— Mirá, hijo, vení ¿mirás aquella muchacha? –y muy bonita era– Aquí le voy a
pegar un chupete y aquí, otro, y no se va dar cuenta.
Él tenía mucha sabiduría. Una vez lo siguió la guardia porque había matado él a
unos señores. Los guardias lo buscaban y lo siguieron corriendo tras de él; pero él,
caminando normal, y nunca lo alcanzaron. Y los hombres le tiraron, porque esa vez le
tiraron. Al hombre, por mal apodo le decían “pico de lora” y cuando le tiraban, no le
pegaban porque no le entraban las balas.
Había un señor que aprendió a ser igual que él y cuando lo vio que venía les
dijo a los demás:
Y de repente se hizo parte del caballo. A saber para dónde salió y se les
convirtió en poste, y como todos los postes eran parecidos, se les fue en las propias
barbas de ellos. Bueno, se fueron y el caballo se lo llevaron. Pero ya cuando iban
más adelante, un guardia llevaba el caballo. De repente se les transformó en un perro.
Y dijo un guardia:
65
— Mátenme, pues.
— Cerrá las puertas porque sólo yo quiero estar con vos aquí adentro.
— Vaya –le dije yo.
Cuando cerré las puertas empezó a decirme que él ya no estaba vivo. El tenía
varios días de estar agonizando; él moría y volvía; era por lo mismo que tenía que no
estaba tranquilo; porque ya muerto, revivía para volverlo a relatar a mí, y me dijo que
por qué no lo aceptaba.
— No sé –le dije.
Cuando murió fue cuando le saqué lo que tenía en las plantas de los pies. La
familia no se dio cuenta porque no les conté nada; nunca supieron. Los quemé como
a los doce días porque yo no sabía qué contenían. No sabía qué podía hacer con esos
67
libros. No sabía cuáles eran sus términos y principios, para qué servía una oración ni
para qué la otra; porque tenía que ser amaestrado primero para haberlo sabido.
Me ponía nervioso cuando me acordaba de él. Como a los siete años que él
había muerto, yo había cumplido 18 años, cuando una vez me habló. Eran las once de
la mañana, me andaba bañando cuando oyí la voz:
— ¡Jacobo!
Me asusté y dije:
— ¿Y no seguiste mi consejo?
Yo le dije:
vida, y si usted me quería no me tiene que andar apantallando. No tengo nada que
platicar con usted.
El libro infernal tiene tres caras; es un mismo libro y tiene versiones diferentes,
y yo los quemé todos. Lo que decía él es que si no quemaban eso, él no podría morir
en paz, porque él lo que quería era que yo continuara. Él quería que yo siguiera sus
pasos. Si yo lo hacía, el espíritu de él hubiera reencarnado en mi persona; la carne de
él hubiera muerto, pero su espíritu hubiera reencarnado en mí.
Informante: Jacobo
Quintanilla.
Lugar: Teotepeque
Año: 1998.
69
Mi mamá dijo que papá había muerto. La gente no llegó al velorio porque tenía
miedo. Mi mamá nunca nos enseñó la caja donde estaba el cadáver de mi papá.
Nunca vimos nada, no lo vimos muerto; y fuimos al entierro. Y días después todas las
cosas de él desaparecieron de repente, y sólo quedó un cofre que era de mi
madrastra.
Y ese cofre comenzó abrirse todos los días, a las doce del día y a la media
noche. Se destapaba y se oían las voces de mi papá. Un día me acerqué al cofre
cuando se hicieron las doce del día. Y cuando se abrió vide un cráneo de un difunto y
un hueso, y los tomé en mis manos. Cuando llegó mi madrastra se fijó que yo tenía en
las manos un hueso y un cráneo; y ella se desmayó de repente y de eso se murió.
Pero el cofre siempre siguió abriéndose. Y seguí oyendo las voces de mi papá.
Un día me acordé de lo que él mismo me había enseñado y empecé a conseguir las
hierbas y la flor de siete altares, ajo, puro, ashin y hoja de saumerio, incienso… Me
quedé solita y preparé las hierbas. Y a la hora que el cofre se abrió, de repente oí la
voz de mi papá. Dijo “no”, tres veces. Y yo le dije que se fuera porque ya no tenía
nada que hacer en la casa.
Y desde entonces jamás he vuelto a ver que el cofre se abre, ni a oír la voz de
mi papá.
CUENTO OSTUXAL
Pero antes el jefe del pueblo ya había hablado con el Diablo y todos los meses
le daban un niño para que no los abandonara y no dejara de ayudarles con las artes
que les enseñó al pueblo. Estaban de acuerdo que tenían que colaborar con un niño.
Esto sucedió hasta que llegó un alcalde joven y dijo:
— Veamos si está bueno lo que hacen los viejitos alcaldes, veamos si está
bueno o no.
Se reunieron y vieron que no estaba bien que dieran un niño cada mes y que
no es lícito que los niños paguen lo que no deben.
Cuando empezó el año nuevo llegó el principal del Diablo a la alcaldía para
informarse con la nueva autoridad si estaba de acuerdo de dar un niño como lo hacían
los otros alcaldes.
— Me voy a reunir con los directivos y lo que ellos digan se hará; si dicen que sí,
se hará y si dicen que no, no se hará; vuelva para saber lo que contestaron.
— Bien, entonces dentro de ocho días volveré.
— Está bien, aquí lo espero.
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Así lo hicieron, y con esto jamás se dio otro niño para la primicia del cerro.
DE LA MUJER INFIEL
73
SUNTECOMATE
Me decía mi noya que había una vez un hombre y una mujer que estaban
acompañados; cuando ellos dormían por la noche, el esposo de la mujer no se daba
cuenta que la esposa salía de noche.
Entonces un amigo del esposo le dijo:
— Mirá, cherada, tu mujer sale de noche. Cuando ella sale, deja el tronco.
Cuando vos despertás y lo tocás, gime. Sólo queda el cuerpo de ella, porque la
cabeza se va.
— No te creo.
— Para que sepás que sale, no durmás una noche, vigilá y vas a ver.
Cuando él puso la mano sobre el palo creyendo que era su mujer, le dijo:
— Estate quieto.
El amigo le recomendó:
— Cuando metás el cuerpo de la mujer, que está tirado allá fuera, agarrá un
poco de ceniza y ponele en el cuello, donde se ha cortado. Cuando regrese la cabeza
y quiera toparse al cuerpo otra vez, ya no va a poder.
Cuando se bajó del tabanco donde estaba escondido, abrió la puerta y la mujer
le habló:
Con un amigo que tenía, hizo con dos cajitas de fósforos y una hilera un
teléfono y de lejos se comunicaban; le contó lo sucedido.
Entonces le dijo:
— ¡Ay! Hijo, voy a ver si puedo ayudarte, dejame pensar para ver qué puedo
hacer. Vení otra vez mañana.
— Mirá, mi amor, bajate por favor, que me voy a trepar al árbol de zapotes, te
voy a tirar los más maduros para que te los comás, te quedás recogiéndolos.
El cura le había dicho que, si tenía suerte, por ahí iba a pasar un venado.
Cuando aventó los zapotes, venía el venado corriendo y pasó cerca de donde
estaba la cabeza.
Y sale el venado por un camino más recto. Como el venado nunca lleva carga
encima, se barajustó y se fue a desbarrancar.
Cerca de ese barranco vivían dos ancianos, solitos los dos. Cuando vieron que
el venado cayó, salieron a ver, pero no hicieron caso. Otro día cuando vieron que era
un huacal grande, un anciano lo desyerbó y lo dejó en lo limpio. Todos los días iba la
viejita a ver, con el tiempo se aburrió y ya no fue.
Después de un tiempo se fijó la viejita, que ahí donde estaba la cabeza había
nacido un árbol de huacal. Cuando fue a ver otra vez había nacido una flor, entonces
la visitaba a diario.
76
Vio que crecía un huacalito, y cuando sazonó lo llevó para la casa. Y llegó la
viejita con el huacal donde el anciano y le dijo:
— Voy a rajarlo.
Agarró un machete ruco, lo rajó y salieron dos niños: uno más grande que otro.
— Noya.
— Ya venimos –dijeron.
77
Como eran hijos del Diablo podían hacer cosas así. Después se fueron donde
el tatanoy:
— Vos, como tenés la paloma larga, sí vas a pasar al otro lado el miado.
78
Y el pobre abuelo hasta se mió la cara. Entonces al ver que no podían, dijo el
más grande:
— No hay que comerles el hígado, hay que decirles que hagan otra cosa. Que
vengan y traigan un pedazo de palo pando.
— Noya, tatanoy, vengan para acá.
Y no pidieron huacal ni cántaro, pedían una red los babosos y bien traían el
agua. Después le dijeron a la abuela:
— Andá vos.
Ah, pues, entonces vino uno de ellos y agarró una pitiya que llevaba
amarradita:
Lo jalaban al zompopito:
— ¡Chii, chii, chii!, le hacía el zompopo.
Como ellos entendían el idioma del zompopo, les decía, que se fueran más
adelante, que allá había una cueva, y dentro de ella un agujero tapado por una piedra
y que allí estaba el maíz.
Se fueron a buscarlo.
— Ya que él se metió a saber si nos jugó y si se fue, así no vamos a poder dar
con el maíz.
— ¿Cómo vamos a hacer?
80
Viene el más chiquito; “ras, rum”, sobre la peña y la hizo dos pedazos; y ahí
estaba el maíz. Entonces, en lo que aquél estaba bajándose suavecito, cuidándose de
las espinas, el más grande abarcó el maíz y agarró la mayor parte. El más chiquito,
como se tardó para bajar, sólo logró un puñito. Mire dónde nace la ambición.
Entonces:
— Hermano, lo que has hecho conmigo, ¡oh hermano! lo que me has hecho.
Agarrá tu camino y andate donde querrás y yo me voy donde yo quiero.
Entonces, a los días vino el más chiquito, que agarró el poquito de maíz. Se
fue. Limpió la tierra y sembró el maíz.
Cuando vino el más grande en busca de su hermano chiquito, se encontró con
un gran milpón. Estaba amarillando, él lo había cultivado y el más grande no; ahí tenía
el maíz y no le había hecho nada… Preguntó el más grande al chiquito:
Vino el más grande, regresó y tostó el maíz, mientras aquél sacó la cosecha,
ahí lo jodió.
Pero cuando llegó a la milpa todavía no había tapiscado. Ahí termina el cuento
del “Suntecomate”.
Informante: Manuel de la
Cruz.
Lugar: Costa Azul, Acajutla.
Año: 1990.
82
LA CALAVERITA
Dicen que había una vez un señor que estaba casado con una bruja y que ella,
todas las noches en las esquinas de las paredes, en las cuatro esquinas pegaba. Se
convertían, ella se convertía en vaca; y otro brujo, en buey y en los potreros andaban
así… andaban buscando desorden y todo. Entonces al esposo lo tenía bien curado
¡todo pálido! y todo. Los amigos le decían al esposo, al señor, a Juan, Juan se
llamaba:
— Mirá, Juan, este ¡ah! mirá cómo te tiene esta mujer, tu mujer es bruja.
— ¡Hombre, no te creo! –le dijo Juan.
Entonces nada menos los amigos le dijeron que se fijara, que se hiciera el
dormido, y que ella a la media noche iba dar cuatro golpes en las cuatro esquinas y
siba salir del cuerpo, que salía como una vaca.
— Mirá, prepárate un cumbo con cal y sal, revolvelo bien y ya vas a ver a la
media noche, lechás en el cuello donde sia salido y allí ya vas a ver. Pero tescondés
bien –le dijeron.
Y cabal todo lo hizo como le bían dicho y lechó cal alrededor, todo lleno e’cal y
ya cuanduiba llegando, como a las tres de la madrugada, el hombre ya se bía
escondido, pero no sescondió bien, como las casas que habían antes tenían una cosa
que guindaban ahí con lazos y una tabla para guardar maíz y todo… allí se escondió y
entonces cuando iba llegando se quiso meter la bruja y no se pudo, y dice que dijo la
bruja:
Entonces, sale Juan y cuando lo vio se le trabó aquí en los hombros. Y ahí
l’andaba todo el tiempo; y ¡cómo yedía el hombre!, porque como no se bañaba; no se
podía bañar con ella.
— Mirá, poray estún palo de zapote, mirá, decile que te vas a subir a cortar unos
maduritos que están allá y de allá lagarrás a zapotazos.
— Va’pué.
— Si querés te corto más, mirá, allá hay en el palo. Pero te tenés que quitar, si
no, no me voy a poder subir.
— Va pues, sí.
Y uno con fuerza y… ¡paa! diun solo le da y en eso… quizá alguien había
asustado algún venado; y pasó corriendo un venado. Y dice la Calaverita:
Se bajó el hombre.
— Va, ya ves, te libraste; hoy andá vela –dice que le dijo– hoy andá vela ahí
donde se fue y vos vas a ver que ahí va’star, pero no te le vayas a asomar, porque si
no se te va a trabar otra vez.
Ya a la semana llegó otra vez, pero ya casi ni’ablaba la Calaverita y sólo decía
muy suave:
— ¡Vaya! –le dijo el padre– hoy andá otra vez, ahí va a nacer una varita, ahí
donde quedó enterrada y va a nacer un guacal de morro; de allí cortás el guacal de
morro y lo partís y ahí te van a salir. Los guacales de morro tienen bastantes semillas –
le dijo– pero allí sólo te van a salir las semillas qu’iba… los hijos que ibas a tener con
esa mujer si no hubiera sido mala... oyís, allí anda’selo y ya vas a ver.
Y cabal, nació la varita, cortó el huacal y le salieron dos, dos semillitas adentro
del guacal y le dijo que esas las guardara y el guacal lo guardara de recuerdo. Esos
eran sus hijos qu’iba tener con ella si no ‘biera sido mala, sólo eso.
LA BRUJA
Este es el cuento de la bruja que tenía una hija bien hermosa y un hombre se
enamoró de la muchacha y se fue y le dijo a la bruja:
— Usted, hija, ¿querés tener otro hombre…? Salí con el hombre a pasear de
noche y dejale a tu marido un trozo envuelto junto a él, para que lo abrace.
Y la mujer salía y el otro hombre ahí la esperaba; y se hacía la mujer una vaca y
el hombre un toro y jugaban en la calle. Otro hombre los había visto, un amigo, y le
dice:
— Amigo, vi a tu mujer, que tu mujer ahí en la calle anda, ella es una vaca y el
otro hombre es un toro y se le encarama encima.
— Hoy, como su cuerpo aquí lo deja, agarrá ceniza y llenalo; y cuando vaya a
llegar te va decir: ¡Ay, esposo, abrí tu puerta! Usted no vayas abrir tu puerta. Querés
orinar, oriná adentro; querés hacer pupú... allá adentro. No vayas abrir tu puerta
porque la mujer ahí va estar.
— Sí –le dijo– pero como tu mamá te dice que busqués otro hombre, por eso ái
que tu mamá te dé la medicina.
Viene el hombre y por donde quiera tiraba los zapotes y salió un venado y pasa
corriendo donde estaba la cabeza. Y llega el hombre a la casa y le dice la suegra:
A los días que la enterró salió un palo de morro y el morro luego creció y tuvo
tres morritos. Le dice el yerno:
Fue el hombre, llevó sus trapos y su cacaste y cortó los tres morritos.
88
Llegando a la casa, cuando nacieron. Eran tres hijos varones. Entonces le dice
la suegra:
— Abuela ¿y mi mamá?
— Ah, tu papá la mató, les dice.
Entonces vienen los muchachos que no tenían mamá y mataron al papá. Ahí
quedaron los cipotes sólo con la abuela anciana y el papá murió. Y la anciana se
quedó con los nietos. Un día les dijo a los nietos:
— Abuelita ¿y el camarón?
— Lo comiste, hijo, ¿no te acordás que lo comiste en la noche?
89
Pero ella se lo había comido con el pretendiente que tenía. Los cipotes se
enojaron; se fueron. Al tercer día, al volver a pescar, se llevaron al viejito y le dijeron:
— Ahora vas a secar usted el riyito. Vamos a ver si tenés la virtud que nosotros
tenemos.
DE LUGARES ENCANTADOS
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VOLCAN DE IZALCO
Un hombre salió a buscar trabajo por San Isidro. Ya por allá, le salió un
hombre:
— Aquí te vas a quedar. Pero más tarde voy a venir a traerte, yo voy a ir a dejar
la bestia y me esperás aquí para enseñarte los animales que vas a destazar.
— Está bien.
Ah, pues, se quedó el hombre pensando que él estaba solito; y a eso de las
cuatro, regresó el hombre que le había salido:
— Vení –le dijo– vamos a ver el trabajo que me vas a hacer. Yo aquí tengo unos
tuncos gordos y a éstos me vas a destazar primero.
Cuando lo llevó al corral, había sólo tuncos, pero los más gordos, y le señaló:
92
— Aquel tunco me vas a matar. Bueno, una cosa te encargo –le dijo– cuando los
degollés, van a venir unos animales a tomar la sangre. No me les vayas a pegar
porque ellos se alimentan de la sangre de los tuncos…
— Está bien, patrón –le dijo.
— Ése vas a matar mañana, el más gordo, y de allí vas a seguir con los demás.
— Está bien.
— Oí… sobrino.
— ¿Qué? ¿Qué quiere?
— ¡Ay! sobrino ¿Qué has venido a hacer aquí? Mañana te va a tocar
destazarme a mí.
— ¡Ay! sobrino –le dijo– para que podás salir, mañana van a venir unos animales
a chuparme la sangre, pero vos agarralos y dales, sólo así te vas a poder ir de aquí.
Ese es el dueño de aquí, del cerro, yo estoy aquí porque cuando yo tuve dinero había
hecho pacto con este hombre.
— Está bien, tío.
— Y yo –le dice– cuando estaba en vida, yo tomaba, me emborrachaba, porque
tenía pisto y por eso es que estoy pagando; días me hacen tunco, días me hacen
mula, en fin, de todo animal; uno no muere…
— ¡Ay!, tío, qué lastima. Voy a hacer lo que me dijo.
93
Cuando destazó al tío, era un tunco gordo. Llegaron los animales a traer partes
del cerdo y él agarraba cucharadas de manteca y se las tiraba, y se iban los animales.
Bueno, cuando llegó el patrón…
Y ya cuando salió, lo sacó de allí y vio que estaba de regreso en esta vida, ya
no vio lo mismo, salió del cerro. Cuando él se fue para la casa, le contó a la mamá lo
que había pasado y que había visto a su tío.
— ¡Ay!, hijo, ciertamente que tu tío tenía pisto, cuando le echaba, sonaban las
bambas y a veces con eso mismo reventaba a otro… vaya, gracias a Dios que no te
quedaste allá.
Otro pobrecito dicen que él, por este tiempo que se llega la fiesta, se habiya
comprometido a salir en historias y no teniya nada de preparación, y como aquí la
costumbre que hay el primero de agosto es que, cada bailante, cada historiante tiene
que preparar un par de cuetes para la hora que lo vamos a traer con el tambor y el
pito, así como estábamos dendioy, así como nos vieron allí; entonces sacan los
cuetes, y ese pobrecito no teniya nada de preparación. Lo que hizo es salir. Le dijo a
la mujer:
— Yo voy a salir, ya voy a venir, si vienen los muchachos los atiende usted, que
me esperen, ya voy a venir.
Así salió sin rumbo y fue a ese mismo lugar… a ese Arco. Entonces, llegando a
esa roca que tiene un arco… allí es un puente… él entró debajo de esa roca, cuando vio
que se le presentó un hombre y le dijo:
— No se aflija, aquí le vamos a dar todos los útiles que le van a servir, pero
usted tiene que salir.
Pues vino y lo entró, vio que era una gran casa decente en la roca, y lo entró y
ya por allí dentro, le abrió un cuarto que le enseñó:
— Mire, allí puede buscar cuál vestuario le gusta más y se lo puede llevar.
Y vio aquello que era una lindura que teniya allá adentro. Entonces vino y
escogió una máscara que era del rey, escogió el manto más mejor, y espada; todos
los útiles le dio.
A modo que hasta dinero le dio, efectivo ái. Ah, el pobre hombrecito se alegró
porque se sentiya triste, desconsolado; ya cuando vio que le dio esa oportunidad el
hombre, él se sintió feliz, se sintió tranquilo, se vino contento.
— Y fíjese que usted no viene –le dijo– los muchachos ái están llegando…
— No se aflija, hoy sí vengo bien consolado porque me han dado la ayuda…
Año: 1997.
97
guía, por ejemplo: el dios de los Aztecas se llamaba Quetzalcóatl; el dios del
municipio de Santo Domingo de Guzmán se llamaba Cuyancúat. Este animal tenía
forma de culebra y cabeza de cerdo, vivía en un barranco llamado Ostúcal, que
traducido quiere decir: Culebra con cabeza de cerdo. La gente antigua contaba que
ese animal era el dueño del pueblo, él abastecía con todo lo necesario, por ejemplo:
había abundancia de cacao, huerta, cañalera, cocales y abundancia de animales
como por ejemplo: ganado, cerdos, gallinas, chompipes, patos y los cultivos
cosechaban bien, y además de eso tenía arte de magia, esto se comprueba con
hechos, los hombres se transformaban en micos, cerdos, tigres, gatos, calaveras, la
Sigüanaba, el Cura sin cabeza, y cuando querían asustar en los caminos, se tendían
atravesados como un muerto con sábana blanca y candelas a los lados; cuando
alguien quiere pasar, se destripa como queriendo atajar a la persona. Todo esto era
beneficio que daba el Cuyancúat. Se llamaba Dios del pueblo o de los náhuat pipiles.
El Encanto del Carbunco era la felicidad. Estaba la Cueva del Letrero Cantón,
donde se hacían pactos y se pedían primicias. El Partideño era otro Encanto que
caminaba por las cuevas.
Este bordo de mi casa tiene un Encanto. La gente dice que hay algo en lo
profundo de la tierra, un Encanto, y que cuando cae un rayo esa fuerza lo jala. En
cada invierno se ve que los rayos han caído cerca de este terreno.
Un compañero dijo que una vez, iba jalando una vaca cuando vio una luz verde
fosforescente que luego desapareció. Un día estaba platicando con un amigo, como a
las seis de la tarde; vio un chisperío como esos volcancitos que revientan en las
fiestas. Salió de la tierra y luego se movió y se disolvió cerca de la casa de Don
Venancio García. Dijo mi amigo que, según cuentan, eso sucede cuando hay dinero
enterrado en el sitio.
Platicando con mi papá, me contaba de una familia que tenía plata. Tuvieron un
niño fenómeno que tenía la cabeza pequeñita; y les dijeron que si tenía la cabeza así
era por algo. Un día, cerca de un río, ese niño encontró una gran caja como de dos
metros. La llevaron a la casa y al destaparla la encontraron llena de bambas, esas
monedas antiguas de oro.
Otra vez ellos mismos, por el Cerro del Catre, vieron una bola de fuego en
medio de la calle. Un sabio que ellos tenían les había dicho que llevaran un sombrero
nuevo y un pañuelo no usado, pues el Encanto se les iba a presentar en cualquier
forma. Así que cubrieron la bola de fuego con el sombrero y el pañuelo; y se lo
llevaron a la casa, lo encerraron en una bodega y como a las cuatro de la tarde hasta
la puerta estaba tronando porque el Encanto estaba llenándola de monedas.
100
Así que lo encerraron en unas ollas que tenían; y allí también hasta las
tapaderas se levantaron de las monedas que dejaba; hasta que la bola de fuego se
escapó. De allí es que dicen que esta familia quedó millonaria.
ENCANTOS EN CHALANTENGO
Había abuelos que tenían poderes y hablaban con los encantos. En uno de los
Encantos había una gran serpiente que era la que cuidaba a la comunidad, vivía en el
Ojo de Agua. También estaba el Duende, que había que prepararse para hablar con
él, y así él entregaba poderes.
102
Antiguamente allí era un pueblo llamado San Bartolo, pero toda la gente era
incrédula.
El pueblo era muy grande y bonito. Por ese tiempo llegaban unos padres de
Ilopango, Santa Lucía y otros lugares a evangelizarlos, pero no les hacían caso.
Muchos cerraban las puertas de sus casas. Los padres se reunían en la iglesia y
sonaban las campanas, pero nadie llegaba a misa; sólo un señor, una señora y su hija
eran los que llegaban siempre, y la demás gente no llegaba.
Un día llegó un señor y les dijo que salieran de ese lugar, que no voltiaran a ver
si escuchaban algo. Los dos señores con su hija comenzaron a caminar y cuando
iban por un lugar que le llaman la Loma Larga oyeron un retumbo, ellos voltiaron a
ver, todo el pueblo se’staba inundando, todo era agua; no habían señas de casas;
pero con esto, habían desobedecido al señor que les había indicado no voltiar a ver;
por eso, ellos se convirtieron en piedras.
En la actualidad todavía existen esas tres piedras juntas; por cierto, que ese
lugar así se llama “Las Tres Piedras”.
EN LA PUNTA DE TENANGO
Un señor me contó que un día se fue a la pesca; iba en su bote y pasando por
la Punta de Tenango, por el lugar donde le dicen “El Rincón”, vio una puerta negra
pequeña, pero bien oscura. Al ver eso le dio curiosidad por ir a ver; se tiró al agua y se
acercó. Cuando llegó a la abertura vio y dijo:
Allá en el fondo ya no era oscuro, sino que bien claro. Se miraba una planada;
al fondo había un altar bien bonito en forma de casa; alrededor sólo hay árboles de
coco con muchas palmeras. Todo brilla en aquel lugar, pues es encantado. En el
centro se encuentra el Patrón Santiago Apóstol en su caballito; él es de oro y brilla y
todo lo que está a su alrededor también.
Aquel señor no quiso entrar porque si no, ¡a saber qué hubiera pasado!
DE ANIMALES
106
EL GIGANTE Y EL CONEJO
Había una vez una pareja pobre, tenían dos hijos, no tenían qué comer. Resulta
que el señor se halló una finca de frutas, el dueño era un gran gigante, pero el señor
iba a traer fruta robada.
La mujer le advirtió:
El hombre contestó:
Pero el gigante revisaba la fruta y notó que le robaban. Un día se puso a vigilar
escondido detrás de una ceiba. El hombre llevaba una matata y la llenó de frutas, la
costuró y se la alzó. El gigante le puso la mano y se la botó.
— Pero yo no puedo, tengo que venir a robar para mantener a mis hijos.
— ¿Tenés mujer?
— Si –le dijo.
— Entonces, mirá, con una condición, si me prestás la mujer para treinta días, sí
te dejo ir, si no me la traés te voy a matar –le dijo.
— Entonces, mañana a las ocho tespero –le dijo el gigante– sin falta, si no venís
te voy a ir a matar.
— Llena de nuevo la matata de las frutas y llevátelas, pero vas a cumplir con lo
que te he pedido.
— ‘ta bien –le dijo, pero bien tembloroso.
Se alzó la matata y se fue pa’la casa. Cuando llegó, la mujer le notó que iba
nervioso. Lo vio bien afligido y le preguntó:
Al siguiente día cuando los niños se dieron cuenta de que la madre se retiraba
treinta días, ellos no dejaron de preocuparse y desde ese momento que ella partió
ellos iban contando los minutos, las horas, hasta que llegaron los treinta días.
Ellos siempre preguntaban:
Bueno cuando llegó el día acordado con el gigante, el señor les dijo:
— Si, mirá –le dijo– yo le presté mi mujer al gigante y como él sabía que yo iba a
traerla me mandó bien verguiado.
— Yo voy contigo –le dijo el león.
— Vamos –le dice el señor.
— ¿Quién es?
— Yo, vengo a traer otra vez a mi mujer.
— ¿Ya traés quién me la va a quitar?
— Sí –le dice.
— Que pase, pues.
— Esa mujer, yo no se la puedo quitar al gigante –le dijo el león– tal vez algotro.
— Mirá, lo que pasa es que yo le presté mi mujer al gigante por treinta días, ayer
fui a traerla y me mandó verguiado, fue el lión y también lo mandó verguiado.
— Pero yo voy contigo, pasá adelante –le dijo la serpiente al hombre.
110
Y abrió el saguan, iba la gran serpiente peleando con el gigante; pero como él
podía más con aquel asialito, le aplicó varios riatazos en la cabeza; luego la serpiente
se cansó de peliar y se fue.
Entonces vino la decepción del hombre que ya había perdido totalmente la fe,
se fue más perdido que nunca y vio que era difícil quitarle la mujer al gigante. Y se fue
llorando más fuerte que nunca. Pero cuando iba llegando a un potrero donde había
zacate verde, chiquito, venía un conejo y le salió en el camino y le dice:
—Mire, fíjese que yo le presté la mujer al gigante por treinta días; ya se cumplió
el plazo y fui yo, me verguió; fue el león, lo pijió; fue la serpiente, también; y ahora
vos, aplastado vas a quedar a los pies del gigante.
— No creás –le dijo el conejo– ya se la quito si me traés lo que te pido.
Entonces le explicó:
Le dio los ocho días de plazo. El hombre consiguió todo, va. Entonces se fue al
río, llegó la fecha, ya ahí se ajuntaron y el conejo le dijo:
Y llegó el siguiente día, se fueron juntos para el palacio, llega el hombre y ¡tas –
tas!:
— ¿Quién es? –dice el gigante.
— Yo –dice el hombre– vengo a traer a mi mujer.
— ¿Ya traés a quién me la va a quitar?
— Sí.
se la destripó. ¡Chorriado del culo iba el gigante!, riendo de que iba sudando. De ahí,
agarra la tecomatada de sangre, va, y ¡pa! se la destripó, va, y chorriando sangre,
todo herido; y aquél machetiando con los chilillos. Y ya que estaba todo machetiado,
— Ja, ja, ja, ¡uy! –le dice el conejo– yastás podrido, ya tenés gusanos, ve.
Y el gigante más afligido, va. Le echa entonces las avispas: ¡PUM! en la cara,
dijo el avispero a picarlo y cuando nuaguantaba dijo el gigante huyendo, se fue.
El hombre salió por la puerta posterior y le dice:
Y con esa cera hizo cuatro conejos, un café, un negro, un blanco y un color
tigre, cuatro colores, les hizo las grandes orejas y los puso en la puerta, y se fue el
conejo. Entonces el hombre tranquilo con su mujer y los niños. A los ocho días
regresó el gigante a ver si ya se bía ido el conejo. Y venía llegando por la puerta… de…
atrás… por el lado de la finca, va, despacito, y vio el conejo questaba vigilando.
— Si uno me dio verga y hoy que son cuatro, ahí que quede ese palacio, yo me
voy y no vuelvo más. Si ese día no me mató, hoy si me puede matar.
— ¡Hombre! –dijo– ¿quiago sin mi esposa?, mejor me voy a que me coman las
fieras allí por la mañana.
— Y ¿a ónde está?
— Allí está –le dijo el muchacho.
— Aquí estoy –le dice el toro, va– venite si sos tan de ley. Tengo un año de
andarte buscando y no te he podido encontrar y hoy que te miro se te llegó el diya,
hoy te morís.
— Acercáte, pues –le dijo.
— Mirá, cuando pensés trer uno, tré uno que miaguante, estas basuras que trés,
no –le dijo.
116
Ah, pues, sale el hombre por la mañana siempre, va, llorando. Más adelante
estaba el lión.
— ¡Ay! –dijo el hombre– nuay remedio. No va haber quién le pegue, güa perder
mi esposa para toda mi vida.
— Pues por mí, yo lo güa llevar, pero a este lo güa perder de una pescozada,
comues chiquito se lo lleva, va.
— Ya, mirá –le dijo el conejo– sólo enseñame ónde vive, yo no güa peliar agora,
güa peliar entre tres diyas con él.
Ah, pues, le jue enseñar, va, ónde viviya el gigante, va, ónde habiya hecho la
cueva donde viviya, va.
118
Pues vino tío conejo, va, y sale de camino a buscar a tío Cuzuco. Ah, pues, y
llega a la casa dónde tío Cuzuco:
Y sale pa’l pantano, va, y lualla, mire, que la mitá teniya encuevada en el lodo,
el cuzuco. Y llega el conejo y le pega por detrás, así, mire, y que la devanada del
cuzuco.
— ¡Y esas son tus gracias! –Le dijo el cuzuco– viendo que tengo tanto friyo.
119
— Es que tiyo –le dijo el conejo– yo ando con una urgencia ¡pero rápido! Y quiero
que por favor me luaga, porque yo conozco quiusté es un gran ingeniero, de los
principales, y ese trabajo sólo usté me lo puede hacer.
— ¿De qué?
— ¡Ah!, me va hacer unas calles en tal parte, porque en tres diyas tengo un
compromiso y quiero quesas calles ya’stén. Me va’cer dos calles.
— Pues cosa que se puede, hombre –le dijo el cuzuco, va.
— Ah, pues, vamos le güa enseñar dónde me las va’cer –le dijo.
Y ya lo llevó al puesto, va
— Mire –le dijo– me va hacer una calle aquí que va saltar, que no tenga tope, que
seya un solo, porque yo conozco que usté es un ingeniero bueno.
Le dijo el cuzuco:
¡Le empieza! Pues cabal, lizo el túnel por toda la calle, a pasar allá, allá se
pasó a otro lado, dio güelta y ya lizo el redondel así.
Sale el conejo en carrera, va, y saltó allá y allá salió en carrera, se metió en
lotra cueva, llegó al redondel y saltó allá.
Entonces, pues, otro diya le tocaba peliar, va, con el gigante. A buena mañana
llegó el esposo de la muchacha, va, y ya con las tres bolas, se las dio a tío Conejo.
Y vino tío conejo y se metió en el redondel, jue a meter las pelotas. Allá cuando
ya se hizo la hora:
— Vaya –le dijo– avisale que yastoy listo pa’que nos demos riata.
Y en lo que quedó sobándose, el conejo se mete por lotra calle, va, y saca la
bomba de pus.
— Pues mirá –le dijo el gigante– francamente que no se’spera un cuerpo grande
para que lo jodan a uno. Mirá quién me vino a dar verga. Así es que la muchacha es
tuya. Vení, pues, te la güa entregar.
EL SISIMITE
— Mirá, hombre –le dice el conejo al talnetero, hacete tres hoyos allá por el
camino donde pasa el Sisimite, conseguite un tarro de sangre, otro de podre y un
garrote.
Así jue, el hombre hizo los hoyos y consiguió lo que el conejo le había pedido.
El conejo se esconde y cuando pasa el Sisimite, sale del primer hoyo, le tira la tarrada
de sangre.
124
El conejo se vuelve a esconder y cuando el Sisimite dice a ver el otro hoyo sale
el conejo, le tira la tarrada de podre en la otra nalga, se toca el Sisimite, se huele el
dedo y dice:
Esta es la historia de los animales viejos, que dicen que: Un bien con un mal se
paga, porque a los animales cuando están fuertes y le ayudan al hombre, los cuidan
bien; pero cuando ya están viejos dicen que: Ya están para el tigre.
Por eso dice la historia que un perro se encontró con un gallo y le dijo:
Ah, pues, así es que fueron a vagar, pa’ que no les pasara nada. Pero que
fuera lejos de las casas de sus dueños.
Y por allá en el camino, dicen que van hallando un tigre que por ir a…, no sé
qué haciya en la aserradera y que los horcones de la aserradera, quizás las vigas,
vedá, ya estaban podridas y cuando se topó al horcón se quebró y cayó la viga
encima del tigre y quedó apachado. Entonces viene el tigre:
— Ay, amigos, ya que vienen, háganme el favor de quitarme este palo que me
ha caído encima, me está matando.
— No, porque si lo quitamos nos vas a comer.
— No, yo les digo que no, y les juro que no –dijo el tigre.
— Comonó –le dijeron– si tenemos comprobado que: un bien con un mal se
paga.
— No, cómo van a creer que vua’cer eso, no.
— Ay, amigos, ya no hallo qué hacer, tengo hambre y tengo que comérmelos.
Me voy a comer al buey.
— ¿Vedá, que le dije, que un bien con un mal se paga?
— No, pero tengo hambre, ¿y qué voy hacer? el hambre me obliga.
— Ah, pues, bueno, este, solamente que hubiera quién negara que un bien con
un mal se paga, me dejaría comer.
— Ah, eso ya está probado –dijo el tigre.
Ah, pues, dice, primero empezó el buey, va, a preguntar. Le preguntó al pollo
viejo.
— ¿Qué tal, pollo viejo? ¿verdá, que un bien con un mal se paga? –le dijo.
— Ah, sí, es cierto –dice que le dijo– yo cuando era un buen pollo, era un pollo de
patio, me queriyan, teniya lo que necesitaba, y ahora que ya no puedo, me queriyan
comer, y por eso me escapé –dijo.
— Va, ya tengo uno que dice, que un bien con un mal se paga.
— Bueno, –dijo el tigre– hoy me como al buey, porque ya no hay nadie más a
quién preguntarle.
— Veamos si encontramos quién más diga lo mismo, y si ya no hay quien lo
diga, entonces sí me comés –dijo el buey.
El que salió salvando al buey, fue el conejo, porque si no, se lo comía el tigre.
El conejo tiene pasaditas bien chistosas.
Cuando eran las doce de la noche de un día jueves, este pobre cazador
desconsolado por no haber cazado nada, seguía caminando por una funesta
hondonada cuando de repente un hermoso y gigante conejo se aparece al frente, ¡qué
alegría!, le apunta y después de tomar aire le pega en una pierna y el conejo
malherido huye hacia El Arco; el perrito pone en práctica su colaboración, con un
ladrido constante persigue al animal herido.
— Bien, señor, te agradezco mucho los consejos que me has dado, trataré de
cumplirlos al pie de la letra –responde el pobre hombre.
Responde Satanás:
Habla Satanás:
— Bueno, ¿entonces, qué haces aquí?
— Señor, ando buscando trabajo, pues necesito dinero para criar a mis hijitos.
— ¿Estás seguro que trabajar quieres?
— Sí, señor –responde aquel pobre hombre que casi se moría de miedo.
Habla Satanás:
— Carbón, señor.
— ¡Qué muchacho más tonto eres, lleva oro que de algo te servirá!
— No, señor, yo quiero carbón.
— Bien, pon el sombrero y llénalo de carbón.
con el cual fueron muy felices! Y se convirtieron en las gentes más ricas de aquella
población.
LA CUCHE
Si hay una persona en el pueblo que quiere investigar qué es eso, se prepara,
porque sabe que le va a salir la cuche o el tunco. Lleva un palo, cinco bejucos y al
acercarse a la cuche la golpea por todos lados, le da una paliza tremenda. Al día
siguiente visita a las personas que tengan señas de que ellas habían sido, de las que
ella desconfíe y si la encuentra en la cama, toda adolorida, confirma sus sospechas;
esto viene siendo como magia negra.
LOS MICOS
‘taban cantando los gallos y yo agarro camino. Eso sí, había tomado mi trago.
Agarro camino y el corvo, ah, ah…
Por un río estaban dos micos, ái hacían “chiqui, chiqui, chiqui”, onde me vieron
a mí ¡ja! Entonces yo lo que hice: saqué el corvo y le pegué tres escupidas y tres
mordidas… porque eso es “contra”: pegarle, morderle el filo, tres mordidas. Mire, se
apartaron ellos y yo pasé el río. Ellos se apartaron: uno allá y el otro aquí. Eso sí, que
yo listo con la lámpara. Pero ligero le eché un pedazo de puro.
Pasé el río, y ellos sólo se quedaron haciendo gran bulla. Y otros dos vagos
que venían detrás de mí, no pudieron pasar. Los hicieron que amanecieran allí, los
tuvieron allí hasta que ellos se fueron. No los dejaron pasar y yo sí pasé, pero fue por
la “contra”.
— Vamos a pintarla, la tiramos y si vos alcanzás más lejos que mí –le dijo– no te
como.
— Ya está –le dijo el conejo– ‘perame.
Se para el gigante y la deja ir primero, lanza la gran pedrada. Ah, no, viene el
conejo y le dice:
El conejo, pintó la piedra, se va… allaaa… saber adónde la jue a dejar, tanteando
de que la piedra del gigante quedara atrás de la de él. Bueno, y llegaron el siguiente
día:
Y hace el mate el conejo –dice– y tira la piedra para atrás y como ya la pintada
la tenía allá, estaba confiado. Y se van a buscarlas:
Se van y llegan donde está la piedra del gigante, esa quedaba aquí y la del
conejo quedaba allá, más lejos.
— Mirá, quien pegue más fuerte en este ceibo, quien suma este ceibo de una
trompada, gana –dice que le dijo el gigante.
— Vaya, está bueno.
139
Pero todo ese trabajo lo hizo de noche. Y al otro día se fueron a hacer la
apuesta:
— Vaya, pues, gigante –dice que le dijo, ya sabía su plan, seguro– pegá vos
primero, quien pegue más fuerte, ¡es cierto que tiene fuerza!
— ¡Ah, n’hombre! –dice que le dijo el conejo– vos no tenés fuerza, ¿querés ver?
— ¿Querés ver?
— Ah, pues, no, me has ganado, ¿cómo hacés vos para que tengás más
fuerzas que mí y tan chiquito que sos?
140
— Mirá, quién alcance más lejos con una vara al tirarla, que caiga a lo lejos, al
centro del mar, gana.
— ¡N’hombre! –dicen que le dijo el conejo– ¿cómo te ponés a creer que vas a
saber dónde va a caer la vara tuya y la vara mía dentro del agua?
— De veras –dicen que le dijo el gigante.
— Hagamos otra mejor.
— Como ésta va a ser la última, si vos no lo hacés –le dijo– te gano. Y ve que vos
sos más grande que mí, y yo soy más chiquito.
— Mirá, maytro, por qué no me vas hacer un hoyo con un barreno de hacer
hoyo en piedra.
— Como, no’hombre –dicen que le dijo.
— Te voy a pasar hablando para que vayamos a ver esa piedra, a ver quién le
pega más fuerte. Quien suma la piedra de una gran trompada: ¡gana!
Como ya la tenía hecha, pues, claro, él decía las cosas bien seguro.
— ¡Ah, no! –le dijo el conejo– no tenés fuerzas vos, ¿querés ver yo?
Un día Aquino llegó tarde y cuando llegó encontró a todos los trabajadores que
no estaban en sus respectivas labores. Aquino les preguntó qué pasaba en la
hacienda:
— ¡A trabajar!
— Y Blas le dijo:
— No lo haremos.
Anastasio dijo:
Aquí por el afiladero del Cerro de la Chorrera, eso es bonito, unos ramajes
quiay, antes abundaban los piñales, los alimentos y muchos árboles frutales; esas
frutas eran frondosas. El agua de la Chorrera, desde aquí se ve bien cabal, eso antes
era hermoso. Ahora todo está seco por ahí, desde que la Chorrera se secó. Según
cuentan, pues eso no me consta a mí, sino que a uno la gente le cuenta sus cositas,
dicen que ahí en la Chorrera, había una gran fuente de agua que abastecía a todos los
animalitos y a todas las personas que ahí vivían; y que ese lugar era protegido por
una gran culebra de oro que salía todas las noches; y como era de oro todos los
cazadores querían terminar con ella.
Dicen que un día dos amigos fueron a lincharla, pero no vieron a nadie, más
que a un indio que estaba sacando agua de la fuente. Cuando se acercaron se
desapareció. Decidieron, pues, regresarse, cuando de repente vieron a un venadito
pintillo, que de esos animales abundaban ahí. Bueno, estos amigos, para no venirse
con las manos vacías, decidieron cazar el animalito, pero se les desapareció y se
dieron por vencidos.
Dicen que por algún tiempo, la gente se evitó de ir. Pero ya ve como es la
ambición… el dinero los pierde… Muchos trataban de buscar a la serpiente de oro,
porque quien la matara se hacía rico. Por esa serpiente es que existía el agua de la
Chorrera. Al fin ésta se aburrió, porque muchos la querían cazar, hasta que se
marchó de ahí. Por eso es que la Chorrera se ha secado y ya no abundan los
146
animales, todo se ha secado por ahí. Y es que como el agua es la vida. Así es que
dicen que el indio Aquino es la misma serpiente y el mismo venado que protegía el
lugar.
Dicen que esa poza es encantada porque Aquino se hundía ahí y venía a salir
por el Río Jiboa. Mucha gente dice que este indio era brujo porque se aparecía y
desaparecía sin que sus enemigos se dieran cuenta; cuando acordaban ya lo tenían
enfrente y les decía a sus valientes muchachos:
Es que este indio era rejodido. Hacía loquiar hasta al más vivo; todos esos
cerros se los anduvo y los conocía como la palma de su mano. ¡Cómo hallaban al
condenado! si la casa de él era el Cerro el Tacuazín, donde tenía su armamento y las
cosas de valor, pero también anduvo por los cerros La Campana, El Pleito y La Casa
Peña. Dicen que se sabía una senda secreta que sólo él conocía, que iba a dar
directo a la Hacienda Jalponguita, donde había sido esclavo. También pasaba por un
camino subterráneo que iba a dar derecho a San Vicente.
¡Ah… si el indio era astuto! ¡Por eso dicen que era brujo!… tanto así que sus
enemigos no lo veían y pasaban a la par de él. Como que era invisible.
Al indio ¡sí lo agarraron, porque le hicieron bien hechita la cama! Dicen que un
compadre de él lo vendió, así como Judas vendió a Cristo.
Y esa fue su desgracia.
Informante: Anónimo.
Lugar: Santiago Nonualco, La Paz.
Año: 1998.
148
Ese indio era silvestre. Un tío nos contaba que ese indio había nacido de la
montaña, era silvestre pues no tenía nana ni tata. Nunca se casó ni tuvo hijos.
Al otro día vino la orden de la capital para que lo despescuezaran, así fue que
le quitaron la cabeza y fíjese que dicen que ese indio cuando lo iban a matar se reía a
carcajadas burlándose de los curas. Es que ese indio era el puro demonio; pero al fin
lo mataron, le quitaron la cabeza en la Cuesta de Montero, cerca de Amapulapa; la
enchutaron en una estaca, la metieron en una jaula y lo anduvieron paseando para
que viera la gente; el cuerpo lo dejaron tirado, ya casi se lo hartaban los chuchos;
pero en eso llegaron algunos indios de los mismos de él, lo recogieron y lo fueron a
enterrar al cementerio de San Vicente; ahí está. El año pasado dicen que llegaron
unos indios a hacerle no sé qué celebración.
LA CUEVA MISTERIOSA
— Cuando yo me muera sólo vos vas a poder venir a sacar de lo que hay aquí.
Un día el hermano del indio Aquino, le dijo a un compadre que fuera a traer
unos centavos.
El hermano del indio Aquino se metió y al ratito ya iba llegando con bastantes
alhajas en aquellas alforjas, bien llenitas.
El compadre dijo:
Al día siguiente se fue el compadre, pero no pudo entrar; porque cuando iba
entrando, va hallando al indio Aquino sentado en la puerta, y no lo dejó entrar, se fue,
no lo esperó; como el indio Aquino no le había ordenado sacar nada.
150
Dicen que nadie puede entrar a la cueva porque ahí se aparece el indio Aquino.
EL SECRETARIO
El indio le confiaba todo al secretario; todos los controles de apunte para tener
bien organizado.
Aquino tenía su propio secretario y él era el que llevaba todo ese control de
listado; el secretario era también indio y cuando Aquino se vino, el secretario ya tenía
tiempo de andar con él.
Bueno, como ustedes sabían, cuando el ejército anda fuera del cuartel siempre
hacen una champa de campaña y era como esta hora cuando le dijo a la muchacha:
Estando ya en ese lugar, llegaron todos los que iban a estar allí de centinelas,
porque siempre dejaban a uno. Aquino le dijo a la muchacha:
Se metió por el lugar, se fue suave. Cuando llegó donde la muchacha, ella
pegó un grito y el indio se devanaba y fue a ver qué pasaba.
El secretario dijo:
Así es que el secretario lo que hizo fue irse de ahí porque tenía miedo que lo
matara.
— ¿Quién sería el que se atrevió a meterse aquí adentro?; ¡Vamos a ver quién
fue!
Se dio cuenta que el secretario había sido y que ya había huído. Como en
ese tiempo los hombres que sabían algo de estudio, eran unos grandes hombres.
Bueno, el secretario se fue para la presidencia a pedir empleo y se fue a presentar.
Le dieron tres mil soldados para capturar al indio Aquino, y se viene de San
Salvador a Cojutepeque.
El secretario dijo:
153
Una cuarta parte dejó allá en Cojutepeque; la otra la vino a dejar aquí en San
Vicente y se trajo unos poquitos para Zacatecoluca, como allí estaba el ejército.
— Vaya –dijo– para traer a ese indio, con unos poquitos me lo traigo; ¡ah! me lo
voy a traer fácil y ya.
Y como antes en Huiquilapa era el puente, había un palo de amate que era
grande, así, en un plancito ahí por San Rafael.
Al fin lo convencieron.
PARTE II
DE SANTOS Y MILAGROS
157
SAN PEDRO
Dicen que una vez, para las fiestas de San Pedro, en la iglesia lo tenían,
lo estaban limpiando y cambiando.
Cuando le iban a limpiar el cabello, tenía algo como el gorro del papa, pero
quizá los señores que lo estaban limpiando no le pidieron permiso como tenía que ser
o quizá sólo se lo quitaron y después no hallaban cómo ponerle el gorro. Tanto que lo
enojaron porque después se vino una tormenta, un huracán con relámpagos y
truenos, se sentía una tempestad tremenda, pero hasta después le lograron poner el
gorro.
¡Y dice otra vez la tormenta!, los rayos y relámpagos, así que no dejó festejar
las misas ni la víspera del propio día y decía la gente:
Informante: Yanira N.
Lugar: Barrio San Miguel, Teotepeque.
Año: 1998.
158
LA VIRGEN DE LA PERLA
La Virgen de la Perla fue encontrada en una gruta, y con dos cosas así como
veladoras, pero como de cactus. Estas cosas la cuidaban al frente. Cuando la
encontraron, se la llevaron para la iglesia; pero cuando no le gustaba cómo estaba
arreglada la iglesia, se salía aunque la dejaran encerrada. Dicen que se han
encontrado varias veces los piecitos de las huellas de ella que va rumbo a la gruta.
Cuando uno va con fe, siempre le ve el cabello mojado.
Dicen que ella siempre se baña en el mar por las noches y en la mañana
siempre está con el cabello bien mojado y cuando el mar baja se puede visitar la gruta
y ver los piecitos.
Informante: Yanira N.
Lugar: Barrio San Miguel, Teotepeque.
Año: 1998.
159
EL SANTO DE LA YESERA
Contaban los señores antiguos que San Miguel apareció aquí en esta
población, San Miguel Tepezontes; pero apareció por allá, en un lugar que le llaman
La Yesera.
Entonces sólo eran cuatro familias de indios que vivían aquí, pero indios,
indios, que no podían hablar y sólo a señas se entendían. Estos hombres tenían
flechas para salir a cazar y no comiyan más que animales del monte. No sabiyan
dónde comprar y no podiyan hablar.
Dicen que por aquí, donde está la iglesia, habiyan cuatro ranchos, donde
estaban cuatro familias. Como eran salvajes no entendiyan nada, no sabiyan si había
Dios. A cada uno le tocaba ir de cacería, hoy iba uno, mañana otro, pasado otro, hasta
que pasaban los cuatro.
Ellos tenían que ir a traer carne de cualquier animal y llegaban con la carne,
luego a comer. Como eran animales la carne se la comiyan cruda.
Tenían unos lazos hechos de cuero de venado, torciyan los cueros y sacaban
correyas.
Los lazos siempre los llevaban consigo para los venados.
160
Tomó el lazo para amarrar y luego cargar el venado; pero cuando llegó cerca
que liba’garrar las manos y las patas, sólo lo tentó, se levantó el venado y fue a caer
más adelante. A la segunda caída que ‘bía tenido el venado, agarró la flecha y dijo:
— Le güa tirar otro flechazo porque si no, no me lo güa poder llevar.
— ¿Por qué me estas matando los animales? Estos son míos, todos los que
andan aquí en la montaña son míos; no me los vayas a volver a tocar, porque te va a
ir mal.
Entonces el tirador se extrañó, porque nunca ‘bía visto un hombre así como
nosotros, veá.
Al siguiente día, mandaron a otro a cazar y trajo un venado, al tercer día fue
otro y así hasta que pasaron los cuatro. A los cinco días le tocaba otra vez al primero.
Halló un animal que se llamaba tepezcuintle que’staba parado, comiedo cáscaras de
pepenance. Llegó el hombre, le pegó y luagarró y sucedió lo mismo del venado;
cuando él llegó a la cueva San Miguel ya’staba allí, se le quedó viendo y el cazador
tuvo miedo. Entonces San Miguel dijo que y’eran dos veces que le ‘bía molestado a
los animales, que eran d’él y no queriya que se los molestaran. Que mataran los que
hallaran en otro lugar; pero los de La Yesera eran d’él y que no se los mataran.
161
Como no podían hablar y no tenían corvos, sólo las manos, vinieron los cuatro
a avisarle a sus familias qu’iban hacer un rancho, porque ese hombre (San Miguel),
se queriya venir donde estaban ellos.
Hicieron el rancho con hojas y madera, hicieron un tapexco (cama rústica) todo
tronchado, y después jueron a traer a San Miguel, se vino con ellos y les veniya
dando entendimiento. Cuando llegaron y lo fueron a poner al rancho, le preguntaron
que si le gustaba San Miguel les dijo que sí y que allí se quedaría. Después ellos
empezaron a hablar, ya Dios les fue dando el habla y empezaron a comunicarse.
Le hicieron la ermita a San Miguel, la hicieron de zacate, todo bien arreglado y
ya podían pronunciar “San Miguel”.
Entonces dicen que vinieron unos señores a secar la laguna, ya había más
gente de los indios, iban poblando más con sus hijos. Los señores que trajeron a San
Miguel ya no estaban, ya ‘bían muerto los viejitos. Cuando llegaron allí esos señores
que querían secar la laguna, decían que era para llevarse el tesoro que tenía la
laguna; que el agua se juera por todas las cañadas, porque este pueblo está en un
cañada. Aquí tenía que romper el agua y llevarse las casas que ‘bían aquí abajo.
Luego ái por unos amates, en el mismo Cerro de la Yesera se puso una nube,
allí por la Cruz de Candelaria se formaron dos tormentas y se jueron derechito al
cerro, al chocar las nubes fue el primer trueno centellazo, pero jue en seco, no había
lluvia, sólo truenos, uhuu…, sólo truenos.
162
Los indios saliyan de los cerros para ver desde las lomas cómo agarraban los
truenos de las nubes al cerro y después veían que el agua iba cayendo en el cerro
hasta que lo dejaron al haz del agua.
Lo destruyeron a juerza de truenos y centellazos, lo deshicieron y quedó en
silencio la máquina.
Contaban los señores que en ese tiempo no habiya pescado en la laguna
porque el agua estaba hirviendo, todo el pescado moría.
Esas dos tormentas deshicieron el cerro. Los viejitos contaban que los indios
iban a ver a San Miguel a la capilla, iban a pedirle favores. Pero San Miguel no
estaba, sólo estaba el altar, en lo mejor de los truenos, San Miguel no estaba.
Decían que Santiago y San Miguel pelearon y deshicieron ese cerro para que la
laguna no sacara a los indios en esa época. Cuando terminó la tormenta, los indios
jueron a la capilla y ya’staba San Miguel allí, bien sudado porque ‘bía estado
peleando.
Con los hijos de la niña Gallegos y Don Edgardo íbamos de noche a tirar, a
esperar los tepezcuintles. Como a las diez de la noche ‘tábamos esperando y dijo mi
primo:
Nos quedamos viendo. Nos apartamos del monte y nos juimos a una loma, nos
quedamos viendo la peña, tenía varios colores, bien rojito, rosado, amarillo, verde... y
me dice mi primo:
Aquí hubo un gran diluvio, parece que jue en 1934, entonces quedó aterrado
una portadita, yo la conocí. Cuando esa lluvia vino, deshizo todito. Esos cerros se
derrumbaron, se derrumbaron las peñas y allí quedó atrapada la cueva. Por lo menos
a treinta metros de profundidad, los barrancos quedaron parejos.
Por eso nosotros creemos que sí es cierto, que allí apareció San Miguel.
LA CANDELA
Hace cientos de años que contaban las bisabuelas que como las costureras
llegan ya bien noche cosiendo, oyen todo lo que pasa a esas horas.
Había una de ellas que’ra bien curiosa y oía ladrar a los perros… bueno y que
eso incomodaba a esa hora.
Y ella con la curiosidad que quería saber qué pasaba en la calle, pues un día
de tantos decidió abrir la puerta, ya le habían dicho que eso era peligroso porque eran
espíritus.
Pero como ella tenía curiosidad, resulta que salió, y vio todo normal en la calle
pero al rato dice que vio cruzar por la esquina, sobre la calle donde vivía, venía un
entierro y todo bien normal y que hacía ruido el cajón y todo bien con sus candelas,
bien normal, pero luego cuando pasaron enfrente de la casa de ella, y como estaba
de curiosa, nada más se salió de la fila de donde iba, una señora le dio una candela.
Lo normal. Bien y pasó, todavía ella se quedó viendo el entierro que cruzó y después
cerró la puerta. Siguió cosiendo. El día siguiente ella sintió aquella curiosidad de ir a
ver. Dice que sacó lo que le habían dado y va viendo que eran unos huesos, unos
huesos largos.
Y cuando va viendo eso, le entró escalofrío y se sintió mal; entonces ella tuvo la
necesidad de comunicarse con alguien y lo que pudo hacer, fue correr donde el
sacerdote, y dijo:
— ¡Ah! por curiosa te iba a llevar el Diablo. Eso no es más que el demonio que
quiere llevarte y ahora tenés que sacrificarte porque si no, te llevan enterita, así como
te digo ¡como estás!
Pues mire, hija, la mujer se puso mal y el padre la tuvo que confesar,
prepararla para darle su comunión y arrepentimiento.
— Mire, hija, para esto va a conseguir un niño que sea primerizo, varón y un
gallo y debe procurar que coma…
El gallo canta, veá, a la media noche que el niño se despierte que no se vaya a
dormir otra vez, para que él entregue esa candela que te han dado.
— Porque si no, hija –le dijo– si tú no tienes el suficiente valor, te van a llevar en
cuerpo y alma, eso te tocaría, por curiosa, sí, porque eso no se hace; son espíritus
que deambulan durante la noche y por curiosa te ha sucedido eso.
¡Ah! pero dicen que ella ya no durmió, pensando en todo lo que tenía que
suceder, pero que tenía que armarse de valor, a conseguir ese niño, el gallo,
imagínese para que el gallo cantara y tenerlo por lo menos presente, porque según
dicen es un gran misterio, verdad, desde los tiempos de Jesús, y pues así hizo la
166
muchacha y cabal, volvieron a pasar; el niño entregó el hueso, porque ella no lo iba a
tocar, sino que el niño por su inocencia. Y estuvo preparada a esa hora, el niño
entregó el hueso y el gallo cantó, entonces se salva, veá, pero ahí concluye.
Informante:
Lugar: Santiago Nonualco, La Paz.
Año: 1998.
167
Fíjese que mi mamá me contaba que cuando ella era chiquita, una señora
vecina le contó a la mamá de ella que un día en la noche había oído un ruido como de
personas que van rezando, verdad, pero bastantes, así como en procesión, por eso la
señora decía que se oía gran ruido.
Mi mamá dice que le contó que se había salido a escuchar, primero por la
puerta, después se fue al patio. En la primera vez abrió la puerta poquito y no vio
nada, a la segunda noche, abrió otra vez la puerta pero más y vio a mucha gente de
negro, caminando despacio, muy despacio.
Esa gente se perdió por la calle empedrada, de ahí para’bajo se fueron todos,
desaparecieron. Al siguiente día le dio otra vez curiosidad, salió a vigiar a la gente y
fíjese que una de las personas de negro se detuvo y le dio una candela de las que
llevaba la procesión, entonces la mujer la agarró y cuando entró ¿qué cree? era un
hueso de muerto, ella cayó con desmayo, fíjese, el hueso desapareció; pasó con gran
fiebre, a los días se curó. Eso le pasa a los curiosos, dice mi mamá.
Había un señor que hacía San Antonios. Estaba afinando uno, dándole
terminación, y otro señor le había llevado un trozo de níspero para que le hiciera uno.
Entonces llegó un chero allí de él, a verlo. Y le dijo:
— Mirá, Julano, ese San Antonio que estás haciendo como que es de madera.
— Pues sí, sí es de madera –le dijo.
— Con razón no hace milagros –le dijo– si es un pedazo de palo, ¡qué milagros
va a hacer!
— Pues, mirá –le dijo– muy de madera puede ser, pero la verdad, como ya trae el
don que va a ser San Antonio, ya bendito, tiene parte con el Señor, ya el Señor le ha
dado el lugar de que haga milagros –le dijo.
— ¿Y de aquí vas a hacer otro? –le dijo.
— Sí –le dijo.
Ah, pues, el trozo así mire; y con el zapato lo restregaba así, mire.
— Mirá –le dijo– vas a fregar el palo, ya viene destinado que va a ser un San
Antonio, te puede castigar.
— ¿Te ponés a creer que este pedazo de palo me va a castigar?
Dejó de afinar el San Antonio y dijo a quererlo levantar y ¡qué lo iba a levantar,
si quebraditas las dos patas!
169
Se llamaba Daniel Rodríguez el señor que vivía en Santa Lucía, el señor que
empezó a celebrarle las fiestas.
Pues, fíjese que ese señor Daniel, tenía un hermano que se llamaba José
Rodríguez, y desde que empezó a hacer las fiestas el señor Daniel, ese señor, José
Rodríguez, se comprometió con la Virgen de que todas las veces que iba a hacer la
fiesta, él se iba a encargar de andarla sacando, hacer demandas; ayudar, pues, para
las fiestas.
— Mirá, Daniel, hoy no te güa’yudar para la fiesta, porque fijate que estoy sin
pisto y yo quiero comprar estrenos y no tengo pisto.
— Pero, mirá, –le dijo–, vos te has comprometido con al Virgen y eso de que
estrenés no precisa –le dijo–, que salgás del compromiso con la Virgen, sí.
— Pues, no –le dijo–, yo ya me voy para ese volcán a trabajar.
Pues, agarró camino a buena mañana y se fue. Llegando a Loma Alta que le
dicen, le pegó el piquetazo en el ojo y aquel dolor. Se acurrucó, y aquel dolor, y el ojo
hinchándosele.
De ahí se regresó. Cuando vino aquí, ¡Sí así era, mire, la gran hinchazón que
traía aquel hombre! Venía del dolor, ya muriéndose.
Ah, pues:
Vino Daniel y le llevó la Santa, va. Y fíjese que ahí le estuvo pidiendo perdón y
como Santa Lucía tiene unos ojitos en un platillo en la palma de la mano:
— Mirá, Daniel, arrimame los ojitos de Santa Lucía en el ojo, –le dijo– el platillo,
así, sobando:
Mirá, Santa Lucía, si mañana amanezco bueno, mañana hago la primer
demanda –le dijo– pero aliviame este dolor.
Al otro día ya iba bien deshinchado, sin el dolor, con la demanda a demandar.
¡Le quitó el dolor, mire!
Después, fíjese que le volvió a pasar otra a ese señor, por enojado. Fíjese que
unos cipotes estaban con un cuchillo peleando, va, uno se lo quería quitar al otro y
llega el hombre bravo y se lo arrebata y lo jala, a engancharse el cuchillo en el mero
ojo, mire.
Ya llegó, mire, pidiéndole a Santa Lucía que le compusiera el ojo. Y dice que
según se iba acercando el platillo al ojo, se le iba recogiendo aquello, zampándose la
liga al ojo.
Ahí está que se le zampó toda la liga que le había salido. Y fíjese que miraba
con el ojo, sólo le quedó la cicatriz.
EL PACTO
Estaba una vez un señor que teniya un montón de niños y estaba bien
repobrecito el señor. Entonces, se sentía bien angustiado que no hallaba cómo hacer
para mantener a la familia, entonces, dicen que dijo:
— Mirá, tanto que mias neciado que venga. ¿Y qué’s lo que querés?
— ¡Ah! no invente –le dijo– si yo al que quiero es al Diablo, un hombre como yo
¿para qué?
— Sí, yo soy, hombre –le dijo– ¡Yo soy el Diablo, hombre!
— Demuéstreme a ver si es verdá.
— Apartate tantito, pues –le dijo.
Y vino y se tiró de la mula, dio tres vueltas para allá y tres vueltas para acá… ¡y
caye aquel hombre, mire! Ya era el puro Diablo. La mula, donde le ponía las
espuelas, echaba los chorros de fuego.
Dio las mismas vueltas así y ya quedó normal. Ah, pues, le dijo:
— Pues ¿qué decías de mí? –le dijo él– ¿hoy ya te imaginás que soy el Diablo?
— Sí –le dijo– ¡Ah, yo lo que quiero es riqueza!
— Con un contrato, te doy –le dijo.
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Le extendió el brazo:
— ¡Ah! pues, la sangre va a ser el documento –le dijo– ya, mañana, si querés el
dinero, ya te lo doy –le dijo– ¿cuánto querés?
— ¡Deme bastante! – le dijo– porque mi familia es grande y para mantenerla, yo
quiero bastante, pero no lo quiero di’un solo viaje; vaya dándomelo poco a poco para
nu’admirar a la gente de mi cantón que del diya a la mañana soy rico.
Así es que le dejó una parte y la otra parte se la jue dando poco a poco, va.
Entonces, cuando llegó a la casa ya con el dinero:
— Mujer –le dijo–, andate pa’l pueblo, llevá todos los niños, les comprás ropa y lo
que alcance con esto –le dijo.
Le dio mil colones. En ese tiempo mil colones era un gran pistal, ¡valía el
dinero!
Vino la señora, les compró ropa a los niños, ¡todos desnuditos andaban! Y
compró cosas de comer y ya se vino pa’ la casa, ya cuando vino el amanecer ya
habían vacas allí. Ya vio unas sus cinco vaquitas por allí, y el hombre fue comprando
terrenos y terrenos, hasta que s’izo grande el terreno que ya teniyan, y también hizo
grande la crianza de ganado.
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Pero él no le quería decir, va. Allá, por fin de neciarle la señora que ya dos días
llevaba sentado, le dijo:
— Mirá, es que estas riquezas que yo tengo, esto no es cosa así nomás; es un
compromiso que yo he hecho con el propio Diablo, y ya dos días me faltan –le dijo– dos
días me faltan para que me lleve. Y esa es la aflicción que tengo.
— No fregués –le dijo la señora–, por eso no me afligiera yo.
— ‘onde no me güa’flijir –dijo el señor– ¡si me va a llevar y dejo mi riqueza! –le
dijo.
— Mirá, hacé diun modo –le dijo la vecina– cuando venga, hacétele el bravo;
decile que le vas a dar dos cachimbazos, si te está neciando, con el arma de orinar.
Ah, pues, entonces vino el Diablo y se jue, va, se asustó con eso que le dijo y
se fue pa’onde la vecina:
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Y ella no le quería decir, va, ¡ah! pues, por fin de neciar el hombre, le dice:
Así, es que allí le dejó el documento de vuelta, mire, quedó libre y con la
riqueza.
EL AHIJADO Y EL PECHE
Una vez habiya un señor que se llamaba José y la esposa se llamaba José
también.
Ah, pues, entonces teniyan diez años de estar acompañados, no podiyan tener
familia. Pues allá a los diez años de no tener familia, sueña el hombre que había
embarazado a la esposa y se acuesta ¡contento, va! porque él soñó que la había
embarazado y se acuesta contento, hasta riéndose y entonces viene la señora y le
dice:
— Mirá, quizás es cierto –le dijo ella– fijate que sólo soy ascos.
Pues luego se le iba viendo la pancita. Allá a los diyas ya estaba cerca de que
naciera la criatura, va.
Como a los ocho diyas que habiya soñado el sueño, ¡ras! nació el José.
— Ya viste –le dijo– que era varón, Josesito se va a llamar también.
Pues:
— Y mirá –le dijo– ya me voy donde el señor Rey, voy a decirle que él es el
padrino.
Y sale donde el señor Rey y la lleva allá, eran tres días de camino para llegar
donde el rey, estaba lejos y como sin bestia, caminando… y ya llegó:
— Buenos días.
— Buenos días
— ¿Qué deseabas?
— Mire –le dijo– yo vengo con una necesidá urgente, hace ocho días ha nacido
un hijo mío y yo he soñado que usté es el padrino.
— ¡Con gusto, hombre, yo güa ser el padrino! Pues, mirá –le dijo– te voy a dar
doscientos colones para que le comprés la ropita al niño y que lo traigás dentro de un
mes al pueblo para irlo a bautizar.
Pues le dio los doscientos colones y ya se fue. Allá donde caminó, lo llevó a la
iglesia y ya el señor Rey había mandado a hacer una uña de oro. Allá cuando llevó al
niño, le dijo al padre:
— Como tan lejos que vivimos cuando mi ahijado me quiera ver, así por esto lo
güa conocer –le dijo.
— Y le güa dar estos mil pesos para que lo ponga a estudiar –le dijo– póngalo en
una escuela buena que aprenda ligero.
179
— Papá –le dijo el Josesito, va– yo quisiera conocer a mi padrino –ya grandecito
el bichito.
— Pues podés ir, hijo –le dijo– tengo por ahí una contraseña que con eso te va a
reconocer él a vos que sos el ahijado.
— Vaya, esto llevalo, que con esto te va reconocer el padrino; y te vas sólo por
la calle, no busqués vereda, porque por allá –le dijo– hay una vereda que sale recto
uno y hay unas pilas de agua zarca –le dijo– la mula va llevar sequía y va hacer fuerza
para que te vayas recto para que tomés el agua, pero no, no te vayas ahí, da vuelta
por la calle.
— Sí, papá –le dijo.
Sale de camino. Allá más adelante le sale un hombre, va, un muchacho joven.
Ah, pues, pero era pícaro el baboso.
Cuando llegaron a la vereda recta, así estaban las pilas, y le había dicho el
papá que ahí no se fuera porque algo le iba a salir malo ahí.
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Y agarró el pedazo del niño, y dijo el señor Rey a sacar el otro pedazo de uña y
ya los casó… ¡y cabalito casaban!
— Mire padrino –le dijo– fíjese que un pobre muchacho ha venido haciéndome
compañía y ái lo he dejado ¿puedo irlo a traer? –le dijo.
— Sí, –le dijo– si ha venido haciéndote compañía, andá traelo.
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— Mire, padrino y a este pobre muchacho que me ha hecho compañía –le dijo–
¿no le podría dar un trabajito? para que gane sus centavitos para en eso que
se vaya –le dijo.
— Mirá, en verdá que no tengo jardinero, se me fue el jardinero y está ese
trabajo –le dijo.
— ¿Podés de jardinero?
— Sí –le dijo– puedo.
— Ah, pues –le dijo– te güa poner en el jardín.
— Mirá, hijo –le dijo al ahijado de mentira– buen jardinero me has traído, así que
no lo suelto de ningún modo, si quiere más sueldo ¡le meto! Pero que no se vaya
porque este es buen jardinero –le dijo.
— Ah, pues, no –dijo– ya le güa labrar los palos para que desaparezca este
baboso, si no me va a descubrir.
182
Pues, mire, inventó, va, a saber dónde había oído el contagioso de que habiya
una princesa en el pueblo que se llama el Tronco de Belén, y esa princesa era
encantada.
Y sale:
Y llorar y llorar afligido, va, llorar y llorar; entonces, a los tres diyas se le
presentó un viejito:
El viejito le había dicho que le pidiera cien anegas de mostacilla, cien anegas
de ajonjolí, cien reses destazadas, que las llevara al mar, allí se iba a embarcar él. Y
el señor Rey, como se lambía por la princesa, va, le dijo que sí.
Y dice a recoger toda aquella cantidad de mostacilla y ajonjolí y a pelar las cien
reses. Y empiezan los camiones a jalar aquello para el barco. Pues, así que llevó
todo, ya se cumplió el día sábado.
Se fue, se montó en la lancha cargada con las doscientas anegas y las cien
reses y el viejito allí iba, la demás gente no lo miraba; porque lo fueron a dejar, va, el
gran gentiyo con todo y señor Rey, se fueron a dejar a ese maistro que iba ir a traer
esa princesa. Gran gentiyo.
Ya se fue, va. Caminar y caminar y caminar, mire, allá más adelante el mar
estrecho; un montón de zompopos, hormigas, curuncos, allí iba tirando, mire, la
mostacilla y el ajonjolí. Ya más adelante el montón de fieras, allí iba tirando la carne,
había tigres, culebras, pescados, tiburones.
Ah, pues, entonces cuando pasó las hormigas, les dejó bastante comida.
— Mirá –le dijo– vos has dejado suficiente abasto; nosotros no te hemos dado
nada –le dijo. ¡Ras! se arrancó un bigote la hormiga– Llevate este bigote, en alguna
necesidá que vos te sintás que no podés, decís: ¡oh Dios y la reina de las hormigas! Y
allá estaremos nosotras.
— Vaya –dijo– lleve este recuerdo de nosotros y en una dificultá que usté tenga,
diga: ¡oh Dios, que venga el rey de los tigres! Y allí estaremos con usté para lo que
necesite.
— Vaya –dijo.
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Por fin llegó a una parte estrecha donde no podiya pasar la lancha.
— Vaya, apiate –le dijo el ancianito– andá cortame siete garrotes; de aquí para
allá ya no podés pasar en lancha, te güa hacer un caballito –le dijo.
— Vaya –le dijo.
Pues, fue a cortar los siete garrotes y le armó un caballito; atrás le hizo un
tornillito.
— Cuando querrás correr ligero –le dijo– le das vuelta a ese tornillito que esto va
a caminar más ligero que un avión, yo hasta aquí te acompaño; de ahí para allá vos
solito te vas –le dijo.
Pues, mire…
— Allá cuando ya hayás caminado unas doscientas millas, vas a ver una
mumujita así –le dijo– blanquear allá, si querés llegar luego, le das la vuelta al tornillito
que eso va ir rápido.
Bueno, allá cuando vio a la vuelta blanquear, le dio güelta al animalito ¡hasta
zumbaba! Ya cuando iba llegando, ya lo iba aflojando, calmando, calmando, ¡ras!
cayó.
Ese palacio estaba cerrado a la redonda pero a una gran altura; y el gran
zaguán allí como con siete candados. ¿Y cómo hacía él para meterse?
Pues, entonces, vino él, insistió en el zaguán. Le había dicho el viejito que
desarmara el caballito y los garrotillos los escondiera y:
Mire, desarmó el caballito y metió así los garrotes, va, y se queda en el puertón
que ¿cómo hacía para entrar? Por fin, como pudo se subió por el puertón y se apió; de
186
ahí para adentro sólo perfume, sólo aroma, aquello era que un gran naranjal; pero
aquello que estaban cholas las naranjas, bien maduritas. La princesa estaba en una
pilona, ella sola ahí; no esperaba que iba a llegar ese maistro, ese Josesito.
Pues ella ¡bañándose en la pila! Y el Josesito que no hallaba cómo hacer para
llegarle a la muchacha, y se mete debajo de un naranjito bien aparradito que habiya,
va, cortó una naranja y cuando ella estaba bien enjabonadita que no miraba, se salió
y tiró la naranja a la pila, va, ¡chungún! cayó la naranja.
— Bueno –le dijo– vos ¿con qué permiso has venido aquí?
— ¡Ay! Mire, niña, yo no traigo ningún permiso –le dijo– yo vengo aquí obligado,
el Rey de tal lugar me ha mandado aquí a traerla a usté –le dijo.
— ¿Cómo me vas a llevar? no soy gato, no soy chucho, no soy nada, soy gente
–le dijo. Si yo quiero me voy, si no ¿cómo vas a hacer para llevarme? Yo tengo mis
poderes que si ya quisiera, ya te disolviera y vos ¿cómo vas a hacer para llevarme? –
le dijo.
Ah, pues, y ya la princesa enamorada porque Josesito era bien bonito, va, y
jovencito.
Entonces, dijo la princesa:
— Aquí yo solita y este boladito tan bonito, no lo desprecio.
Ya vino, veá:
Se lo llevó para el palacio, le dio un gran almuerzo, vino ¡bien atendido! pues, y
de ahí:
— ¿Cómo te llamás?
— Yo me llamo Josesito.
— Mirá, Posesito, decime cómo has hecho para llegar aquí, contame, contame
en confianza.
— Yo aquí he venido ¡andando por ratos!, corriendo otros tantos, pidiendo a
Dios que llegara aquí donde usté –le dijo.
No le quiso decir que en el caballito que le había hecho el señor, había llegado.
Pues a los tres días de tenerlo ahí, bien chocolatiadito, veá.
No sabía ni cómo lo iba a hacer, veá. Entonces vino y se puso a llorar, va, se
salió para la naranjera a llorar, pensando que cómo iba a hacer para escoger
tantísimas anegas. En eso se acuerda de las hormigas, va.
¡Ah!, si al ratito estaba lleno aquello de hormigas por todos lados. Ah, pues:
188
Y dicen, mire, las hormigas, aquello enllavado, la princesa no le dio llave para
que no se metiera alguien a ayudarle. Como las hormigas son como unas basuritas y
que ¡por donde quiera se pasaban! dicen las hormigas unas sacando ajonjolí, otras el
trigo, otras la mostacilla, y otras midiendo cuántos medios, cuántas anegas. Cuando
vino a ser las tres de la mañana ya tenían todo engranerado, ya la suma de tanto les
había salido, ya lo despertaron:
— Josesito.
Ya lo despertó.
— ¿Estás rendido?
— Sí, pero ya que vino tome la lista; aquí está lo de los granos, cuántos medios,
cuántas anegas –le dijo.
— Exactamente lo que tenía ha salido, no te equivocás, Josesito; me vas a
llevar pero te falta otro todavía, no creás que sólo esto te falta –le dijo.
Ah, pues, habiya un cerro que no daba lugar a que cuando el sol salía pegara
en el palacio, el cerro lo tapaba.
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— Mirá, Josesito, este trabajo te falta, me vas a botar ese cerro, allá abajo está
una hondonada, allá que vaya a parar esta tierra para que quede un solo plan y el sol
cuando nazca pase por las vidrieras para donde mí, a mi palacio.
— Está bien, señorita –le dijo.
— Pero esto hoy en la noche lo vas a hacer.
— Ah, y decime ¿qué es lo que vas a necesitar para eso? –le dijo.
— Deme un azadón y un hacha de palo.
Ya vino la princesa y se los dio. Josesito se fue a acostar al pie del cerro y se
acuerda del tigre, va, sacó la barba.
— ¡Oh Dios! –dijo– el rey de los tigres que se aparezca hoy que estoy en este
problema.
Al ratito de eso, ya estaba lleno de leones, tigres, culebras, todo aquello, va.
Se aparta el Josesito para allá y dicen todos a empujar y le dan vuelta a todo
aquel gran montón de tierra, se fue a caer abajo, se estrelló el cerro y quedó el plan.
Ya eran las cuatro de la mañana cuando estaba todo arreglado, ya se queda el
Josesito.
Cuando el sol empezó a salir ya le llegaba al palacio y le entraba por los vidrios
al palacio. Se acuerda la niña donde ve la luminaria.
— ¡Qué Josesito! –dijo– hoy sí ya estuvo, ya me llevó este carajo, pero me voy
con gusto porque buen trabajo ha hecho.
— Venite –le dijo– ¡pobrecito estás bien rendido!, has trabajado fuerte para
derrumbar este cerro.
Ya dijo a servirle un buen desayuno.
— Vaya, hoy sí me ganaste y para llevarme ¿cómo vas hacer? –le dijo.
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Mire, fue a salir la princesa del palacio y un moscarronero que salió, como salía
la virtud, ya abrió el zaguán la niña, va.
— Mirá –le dijo– aquí no hay calles, ¿cómo vas a hacer para llevarme?
— No se aflija, niña, ya vamos a ver cómo hacemos.
Y dijo a buscar los garrotes que había dejado escondidos y ya armó el caballito
y:
— Arranque aquí y agárrese bien porque este caballito corre duro –le dijo.
— Ay, José, te ponés a creer que estos garrotes van a correr –le dijo– estos ¡qué
van a caminar!
— Cómo no, niña, súbase – le dijo.
Se sentó atrás.
Se apoya la niña de él, y le da la vuelta al tornillo y se va, si eso fue ligerito que
llegaba donde había dejado el barco. Allí se apió, ya la bajó a la princesa, recogió los
garrotillos y se subió la princesa al barco.
Y agarra camino ya para abajo, allí ya no tuvo problemas, como ya les había
dejado abasto a los animales, va. Allí diciéndole adiós a todos, va.
Ya cuando iba cerca le telegrafió al señor Rey que iba ya de camino que lo
fuera a esperar al puerto.
192
Ya dijo el hombre a invitar a todos los músicos y a invitar gente que fuera al
encuentro de la princesa que llevaba el Josesito.
Ah, pues, llegan allá y de un tiempo llega el señor Rey con ellos, va, llevó un
carro nuevo para echar a la princesa y ya pensaba irse el señor Rey con la princesa,
va, él solo para ir ya de novio de ella, va, entonces:
Así es que los dos se vinieron al palacio, el gran fiestón. Entonces, como ya el
Josesito le había explicado a la princesa, va, todo lo que le había hecho el padrino,
por lo que le había hecho el Rostro Pálido, ella ya venía bien sabedora de que
Josesito era el ahijado del señor Rey, y el Rostro Pálido estaba pasando de ahijado
ahí, va.
Pues cuando llegó al palacio le hicieron un baile, ahí bailó unas piezas la
princesa con el Rey, va; pero ya después no quiso bailar.
— Mire, señor Rey, por favor me va hacer un trabajito pero ya porque ya estoy
cansada –le dijo.
— Ajá y ese trabajo ¿cómo?
— Mire –le dijo– este es su ahijado, este que usté lo ha puesto en sacrificio de
que vaya sin conocer a dónde yo viviya y me trajera; ¡y usté contemplando al que no
es su ahijado!, ese mentado Rostro Pálido, que no es su ahijado. Por el camino le
quitó a Josesito la señal de la uña y se vino a presentar como el ahijado. Así es que,
193
por favorcito, agárremelo y tráigame dos bestias de las más cimarronas que tenga y
me le revientan la cola de un caballo y me le dan duro –le dijo.
Vino un pobre muchachón, como de unos dieciocho años más o menos, era
campista de una hacienda, cuidaba cierta cantidad de ganado.
Entonces vino a un reino que estaba cerca. El rey tenía una hija, que ya tenía
sus años y no le llegaba novio. Estaba quemada la pobre.
— No, estas tres adivinanzas ¿de dónde las voy a hacer? y ¿cómo le voy a
hacer para que no las sepa ella?
Pues, claro, si los que llegaban eran personas inteligentes, como tenían un
saber.
En la recogida del ganado, en la arriada que hizo, había una novilla, una vaca
que estaba próxima a tener ternerito, vino un toro de esos regeros, peleando ahí por
la sal, le pegó una cornada y cayó la pobre novilla; obligado tuvo que aparecer el
ternerito, se lo sacó de una cornada.
Encendió el fogón ahí, como tenía sal, sacó un pedazo de carne, de lonja del
ternerito y lo asó y comió. Entonces dijo así:
Pues:
Pobrecito, era un pobre aventurero, un pobrecito que días comía, días no,
porque la mamá era muy pobrecita. Entonces al siguiente día le tocó ir a curar el
ganado en aquel potrero; corrió, corrió, corrió en el hermoso caballo que tenía, como
era verano el caballo se baño en sudor y él le puso la mano en el pescuezo, no sé
cómo. ¡Ái, pues, bebió agua porque tenía sed! Ahí viene la otra adivinanza, y dijo así:
— Aquí están las tres –dijo– ya no más, ¡hoy me caso con la princesa y me caso!
Estaban lejos, al llegar a un río, estaba una señora lavando ropa, una señora
ya de edad y un niño allá en un basurerito tendido en un trapito, llorar y llorar el
bichito, el niñito.
— Sí –le dijo– es que llora de hambre, no traje nada, no tengo leche para darle, él
llora de hambre.
— No es posible señora, si es eso, pues démosle leche.
Así que comió y todo… ¡mentira!... era la Virgen la que estaba lavando, lo
estaba probando, y el niño, era el niño Dios.
Cuando él le dijo:
— Ya me voy, Señora.
— Vaya, hijo, contame a qué has venido.
— Vas mal, ahí vas mal, pero bien, tomá este escapulario, ponételo, y cuando
se te presente algún problema allá, vos decile:
Ah, pues, llegó al reinado, le dieron un apartamento para que durmiera, porque
hasta el siguiente día tenía que presentarse a los recintos del reinado, de las tropas y
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todo para confesar sus tres adivinanzas. ¡Pero qué mala suerte! eran tres muchachas
las que llegaban a dejarle alimentación donde él estaba.
Bueno, ya más noche llegó otra con una botella de vino y otra cosita, a darle
cuento. Y le sacan la otra adivinanza y también se la pasaron ¡ay mi alma, por Dios
Santo!
Allá más noche llegó la otra con una bandeja, para que comiera y a prepararle
el dormitorio, y empieza a decirle cuentos también, y va, le sacan la tercera
adivinanza y entonces, ¡claro! la princesa todo se lo metía en la cabeza, a la hora que
se presentó ya las tenía hechas ¡Cómo se iba a salvar el pobre!
Ah, pues bien, al siguiente día, a las nueve lo sacaron, lo invitaron a que se
presentara a ver el reinado, a la princesa, los otros más y las tropas, para que dijera
sus adivinanzas, y vino él y se paseó en el caballo como si era Gabino Barrera, pero
él seguro. ¡Mentira!, ya lo habían traicionado las tres muchachas, tres amapolas.
Y entonces le dijo:
Hablaba fuerte.
Esto ya se está viendo desde antes de este mundo, porque sabía que iba a
pasar a las mazmorras que era la carcelona donde iba a morir, de hambre y tristeza.
¡Ay mi alma!
Pues bien, pasó a la cárcel el pobrecito, allá habían varios, ya no sólo él, por lo
mismo, por la misma causa.
A las doce del día iba el almuerzo para ellos, ¿cuál era el almuerzo? una olla de
barro llena de agua salada o salmuera.
Una pobre sirvienta que tenían en el reinado, era una negrona que sólo los
dientes le cheliaban.
Cuando le dijeron:
Como se sentía fuerte todavía, cuando pasó un soldadito, uno de soldado pasa
sin cinco en el cuartel, y le dijo:
A las cinco de la tarde, iba la negra con la cena, otra ollada de salmuera, agua
con sal.
— No –dijo.
— Escapulario, por la virtud que Dios te ha dado y por esto servilos un buen
almuerzo aquí, para todos, no sólo para mí.
Cuando llegó la mentada negra con la olla de la cena, ellos estaban en lo mejor
¡de lo mejor de cenar! ¡Buena cena!
¡Ja! y aventó la olla la negra y salió corriendo a darle parte al reinado, ¡que
estaban comiendo mejor que el rey!
— Hoy los voy a castigar y como me tienen en la cárcel hoy los voy a castigar a
todos –dijo.
En todo el reinado se oyó música, como la del Duende y una música intensa y
música para bailar, sólo de bailar, dice a bailar toda la tropa, la princesa y el rey,
toditos, toditos, nada que se quedaban, todos bailando y él allá preso; pero por orden
de él toditos bailando ya rendidos. Allá bien noche, le pudo a la princesa y se acercó a
la reja y le dijo:
— ¿Es usted el que nos tiene castigados a todos? por favor mande a quitar esa
música, porque usted es quien nos tiene castigados.
Pero ella ya se sentía débil por el almuerzo que había tenido, la cena, ya no
estaba muy a gusto.
— Princesita –le dijo– con una condición mando a quitar esa música, si todo lo
que yo pida usted diga ¡no!
— Sí –le dijo.
— Que me de un beso, usted diga ¡no!, si yo le digo: un abrazo, usted diga ¡no!;
pero nunca me vaya a decir: ¡sí! todo dígame ¡no!
Ah, ella, bien contenta, bien contenta estaba y ella con los brazos cruzados
delante de él, y el resto de prisioneros allá enfermos y ella no los liberaba.
— Recuérdese de la promesa.
— ¡Sí!
— No me vaya a decir ¡sí!, sólo diga ¡no!
— De acuerdo.
— En estos momentos –le dijo– ¿será prohibido que mande a dormir a la tropa de
la guardia de previsión y todos los centinelas, en fin a toda la tropa del reinado, será
prohibido?
— Ummm ¡no!
Fue el primer paso, y viene toda la tropa a dormir reunidos, con sueño todos, al
rato llegó otra vez.
Ahora iba perdiendo, ya había mandado a dormir a la tropa ¿qué hizo ella?
¡Quitar llave!
— Princesita…
— ¿Sí?
— ¿Será prohibido que yo ordene, que se vaya toda esa gente que está presa
aquí, para su casa?
— ¡No! –Replicó.
— ¡Vamos, amigos! Todos váyanse a su casa, yo los he liberado.
Y salen todos.
— Princesita.
— ¿Sí?
— ¿Será prohibido que la acompañe yo a su dormitorio?
— ¡No!
Había una señora que tenía dos hijos y un nieto. Al nieto le daba mala vida y a
los hijos, no. El nieto era bien educado y le decían "El Peche".
Y le dijo el menor:
Y llega el Peche:
Y se fue el Peche.
— ‘tá bien –dijo–; pero ese jardín es de piedra y esa burra también.
— No importa –le dijo el señor–; para eso te estoy pagando.
— Bueno, señor, ahora que terminó el mes quiero mi dinero –le dijo el hijo
mayor.
— ‘tá bien ¿qué querés: el dinero o los tres consejos?
— Me vas a regar la burra, luego el jardín y cada primero de mes, una carta al
cielo.
Terminó el mes:
— Yo necesito mi pisto.
— ‘tá bien ¿Qué querés: los tres consejos o el dinero?
— Yo no me harto con consejos. Para eso he ganado.
Y, cabal, se fue.
Y se regresó.
— Señor –le dijo– fíjese que yo no puedo pasar. Hay un brazo de mar.
— Regresate, hijo; y cuando llegués allí, cerrá los ojos.
Cabal, llegó de nuevo, cuando cerró los ojos ya sintió que estaba del otro lado:
Y se fue, siguió. Más adelante había otro brazo de mar, pero ese mar era rojo.
Cerró los ojos y pasó otra vez:
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Y se fue. Allá caminó y caminó y llegó donde otro gran ganadal, donde había
un gran pasto, pero los animales muriéndose de hambre.
— Estos animales no comen. Pasto tienen aquí pero no comen –dijo el Peche.
Allá al mucho caminar encontró un tronco. Había un chicote que daba vuelta y
vuelta y se metía en el agujero y salía al otro lado:
Allá al mucho caminar halló un árbol, con unas flores tan lindas, de distintas
flores. Y una mujer con una canasta cortando flores. El Peche hizo el intento de cortar
un ramo, pero no lo cortó. La mujer se aventó a querer cortar el mismo, pero no lo
cortó. Así es que ni él ni la mujer lo cortaron. Siguió caminando. Llegó donde habían
dos calles, una angosta y una ancha.
— Me voy a ir por la ancha –dijo.
Y caen todos los Diablos al suelo. Allí estaba una gran mula con dos jinetes.
Entonces el Peche se fue por la calle angosta, por las espinas. Allá va de
caminar sintió la gran música. Al cielo llegó. Y va donde la Virgen María, y le dijo ella
al Peche:
— Llevá la contestación.
— No –les dijo– aquí me gusta. Allá en la tierra no me gusta.
— Cómo no –le dijeron–, andá dejá la contestación y te venís.
— Esos son los pobres, hijo, que aunque no tengan están conscientes.
—Y de ahí, más adelante –le dijo– un ganadal que estaban con pasto y bien
secos.
— Ese es el rico, hijo, que entre más tiene más quiere.
— Y de ahí fijese que caminé y caminé y llegué adonde había un tronco. Un
chicote así, volaba y volaba y se metía en el agujero y salía por el otro lado.
— Esos son los que no agarran consejo, hijo, que por un oído les entra y por
otro les sale.
— ¿Y de ahí más adelante qué viste?
— Fíjese que unas peñas que chocaban y echaban fuego.
— Esas son las comadres que se meten con los compadres. Allí están
castigadas.
— Y de ahí –dijo el Peche– caminé y caminé y jui hallar un árbol de distintas
flores y una mujer cortándolas. Y yo me dirigía a un gajo que estaba en el árbol.
— Esa era tu vida –le dijo el señor. Ese era el árbol de la vida. Y esa mujer que
estaba allí era la muerte.
— Y de ahí llegué a donde estaban dos calles, una angosta y una ancha. Me fuí
por la ancha y llegué donde habiyan Diablos, y cuando yo dije "¡Ave María Purísima!",
todos cayeron al suelo. Y había una mula con dos jinetes.
— Esa era tu abuelita con tus dos tíos que están castigados allí.
— Ah, pues –le dijo el Peche– ya me voy a conseguir trabajo.
Y se fue. Y llegó donde un rey que era muy rico. Pero a todo el que llegaba allí
lo mataban porque preguntaban por qué tenían a la reina encadenada a la pata de la
mesa y por qué le daban de comer las barbas que le sobraban al rey. Pero el Peche
no preguntó. El dentraba a las bodegas: habían unos platicando, otros boquiando,
otros muertos, de toda clase. Y el Peche sólo trabajando. Entonces el Peche le dijo al
rey:
— Mire, señor rey, ya me cansé de trabajar, y me voy.
212
Ah, pues, se fue. Allá cuando había caminado un par de leguas iban detrás de
él unos campistos a alcanzarlo. Y el Peche más corría.
Lo agarraron y se lo llevaron.
— Mirá –le dijo el rey–, yo había dado un juramento que hasta que hubiera
alguien que no preguntara que por qué tenía encadenada a esta mujer, esa iba a ser
la salvación de ella.
— Ah, pues, anda a la bodega y tres los mejores trajes para levantar a esa
mujer, andá bañámela y aperfumámela. ¿Y vos, Peche, por qué no me preguntaste
por qué tenía encadenada a la mujer?
— Porque a mí me dieron los tres consejos, y uno es que: no preguntes lo que
no te importa.
Había una vez un Peche, va, que no tenía familia, era huérfano el Pechito.
Agarra camino, andar, andar y andar. Pues hubo un día que ya no soportaba el
hambre, como iba sin dinero, va.
— Voy a llegar a este ranchito a ver si consigo una mi tortilla, llevo hambre.
Ya llegó, va, ahí estaba una señora anciana que era pechita también, no tenía
familia, ella solita vivía. Ah, pues, ya llegó él, va:
— Puesh, aquí losh vamos a eshtar losh dosh peshitos –le dijo– no te aflijash –le
dijo la viejita, va.
Pues, en eso, el señor rey tenía una hija, va, una princesa que había inventado
algo, el señor rey anunció que el que se escondiera de las vistas de su hija se casaría
con ella; y el que se fuera a esconder y lo viera la princesa, penas de la vida.
— Hombre –dijo– aquí está mi oportunidad; yo que soy tan pobre, aquí está mi
felicidad; bien muero o me compongo.
Y dice y agarra un garrote, mire, le dio tres leñatiadas, pero el Peche obstinado
que sí iba, va. Pues donde vido la necedad, dijo la viejita y le hizo el bastimento y salió
de camino el Peche, se fue.
Entonces, había un río que ya se estaba secando por partes, iba quedando
cortado, sólo las pocitas.
Vino y se puso a comer, pues comiendo y viendo el río seco, así halló que en
una poza que se había cortado, había quedado un pescado, así grande, ya no se
podía ir, va. Entonces:
Ya se lo llevó para una sombra y dijo a remojar una tortilla, empieza a darle de
comer. Pues así que comió, ya se puso alegre el aguilucho.
— Tome –le dijo– hoy lleve esto, cuando usté sienta una necesidad de mí, diga:
“¡Oh, Dios y mi gavilucho!” que ahí estaré.
— Pues, sí, te lo agradezco –le dijo el Peche.
¡Ah! Y el pescado le dio una escama, para que hiciera lo mismo con ella.
Ah, pues, sale el Peche, allá más delante estaban un montón de cotuzas, va.
Cotuzas tiernas, todas muriéndose de hambre.
— Pobrecitas –dijo el Peche–, ella con su manadita, por andar con ella no puede
conseguir comida –dijo– les güa dar de comer –dijo.
Ya las agarró y dijo a darles de comer, a todas les dio, a la animala la llenó
bien.
— Vaya, Peche –le dijo– tomá este recuerdo, cuando sintás una necesidad de
que te podamos servir, llamanos –le dijo– que ái te caemos.
Y sale el Peche de camino. Pues, por fin llegó al palacio, tocó el zaguán allí;
abrieron los zaguanes, sale el guardia que estaba a un lado.
— Pues, sí, Peche –le dijo– pero ¿venís dispuesto a vivir o a morir?
— Lo que me toque –le dijo– vengo dispuesto a lo que me toque.
Pues:
— Te voy a tener tres días –le dijo– para que recuperés tu memoria, para que te
podás esconder de las vistas de la niña.
— No –le dijo el rey– venís cansadito, ¡si desde dónde venís!; te voy a alimentar
primero.
218
Y lo tenía bien alimentado, va. Pues allá a los tres días, va, ya el Peche:
Ah, pues:
— Peche, venís dispuesto con el honor. Mirá, son tres veces; con una vez que
no te vea la niña, te casás; pero si te ve las tres veces, allí está el paredón donde te
güa poner –le dijo.
— Está bien, señor rey.
— Mañana es la primera vez que te vas a esconder.
Le dio desayuno, va, y sale el Peche. Pues, él pensando, mire, que con la
viejita Peche, con la que vivía, usaba bien largo, él pensaba. Dijo:
— Ah, como mi nanita usa bien largo, aunque no comamos todo el día, ella que
me cobije con un fustán; no me va ver la niña –dijo.
La ignorancia del Peche, va. Pues, vino y se fue. Pues, no, por el camino, no
hubo lugar de que llegara donde la nanita, mire.
Y se pone a llorar, mire, arrepentido, va. Pues, por fin de llorar se acuerda, va:
— No –dijo– si anantes.
— Papá –le dijo– ese Peche bandido, ese no es cosa buena –le dijo– mire, no lo
puedo ver y yo no me quiero casar con ese Peche –le dijo.
— Ay vea cómo hace, palabra de señor rey, es palabra –le dijo.
— ¡Papá, papá! –le dijo– ¡mire que Peche más bandido, dónde está!, en un
pescado está zampado, ái nomás en un talpetate, una hamaca ha puesto en las tripas
del pescado –le dijo.
— N’hombre, si el Peche no es cualquiera –le dijo.
— Mirá, Peche, te vido. Donde me agarró hambre y bostecé te vido, así es que
te voy a dejar donde te hallé, ¡no pude! hice el ánimo, pero ¡el hambre me hizo
bostezar! –le dijo.
Pues, lo fue a dejar donde lo había cogido, va, y allí estaba el Peche:
Y debajo de las patas iba prendido, mire, y ái lo cubrió con las alas y sale, en la
noche, mire, para cuando el sol viniera; venía el aguilucho tras el sol, en lo oscuro,
tras del sol para que no lo viera la niña, va. Pues, el sol caminando y el aguilucho
detrás, ya cuando iban a ser las cinco de la tarde que ya descolgó, enseñó las patas
el aguilucho, allí lo vido la niña.
— ¡Papá, venga a ver ese Peche bandido dónde va! –le dijo– mire, en las patas
de un aguilucho va.
— Ay, Peche, fue de más que te quise esconder, pero ya los vido, yo no sé
cómo tuve que enseñar las patas, te voy a ir a dejar donde te agarré –le dijo.
221
— Una me queda –dijo el Peche– no hay duda que me güa morir, pero bien, me
he divertido, he estado zampado en la mar, he andado paseando en el aire, con eso
me conformo, aunque pierda a la princesa.
Y llega la cotuza con todos los cotucitos que les había dado de comer, todas ya
grandes:
Así es que, todos escarbando y dejando el callejón libre, toda la noche hicieron
aquel gran túnel, lo fue a dejar en una puerta del frente del peñón donde se subía la
princesa con los anteojos a ver, ahí lo fue a dejar la cotuza.
222
Pues, allá a las siete de la mañana que ya tomó café la princesa, dijo al peñón
y se puso los anteojos, primero volteó a la mar y nada, de ahí para el sol, ¡güechos!;
para todos lados y nada. Total que se le hicieron las seis de la tarde, no lo pudo ver.
— Vaya, papá –le dijo– fue difícil, no hay más duda que ese Peche es con el que
me voy a casar, porque hoy en la noche qué lo güa ver –le dijo.
Año: 1999.
224
En un desierto había un ranchito donde vivían siete enanos. Como eran enanos
todos eran igualitos. Cada uno tenía su camita. Todos ellos se iban a trabajar. Hacían
la comida para irse. Y cuando venían, sólo a comer. Dejaban servidos los siete
platitos para, en sólo venir, ellos comían.
Pero a una niña que, lo mismo que ellos, era huerfanita, la madrastra la llevó a
perder en el desierto para que esa niña no volviera a estar con ella ni con el marido,
que era el papá de la niña.
—Vení, hombre –le dijo al otro– ¡vengan a ver lo que está aquí!
225
Le dieron tiempo que durmiera. Allá al momento cuando despertó la niña, todos
la abrazaron:
— Aquí va a ser tu casita –le dijeron todos– Aquí te vas a quedar cuidando y te
vamos a dar comida y ropita. Aquí vas a vivir bien.
La niña contenta, verdad. Ella los quiso a los siete enanitos porque la requerían
demasiado.
Bueno, la mujer como era bruja, la madrastra se dio cuenta dónde estaba la
niña:
— ¡No! –dijo– a esta le voy a quitar la vida, para que no vuelva aquí a la casa.
— ¿Aquí vivís?
— Yo aquí vivo –le dijo– ya no me fui y ya no me voy, porque mucho me quieren
mis hermanitos.
— Ah, pues, bueno, te traigo un vestidito –le dijo la bruja– para que te lo pongás.
Y el vestido iba curado, como era bruja, verdad. Se puso el vestido la niña y
cayó muerta, con sólo ponerse el vestido. Y se fue la mujer:
— ¡Mirá –le dijo uno al otro– mi hermanita está muerta! ¿qué hacemos en este
caso?
— Miren –dijo uno– le vamos a hacer un camerín y ahí la vamos a tener con ese
vestido.
Así fue que trabajaron todos ellos para hacer el camarincito y la pusieron
adentro. Bien cabal vivía la niña con el color encarnado, porque era encantada.
— Ah, pues, ¿qué será? –decían los enanos– ¿por qué será que la niña murió?