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Sigmund Freud y el narcisismo universal e individual.

Un fuerte egoísmo preserva de enfermar,


pero al final uno tiene que empezar a amar para no caer enfermo,
y por fuerza enfermará si a consecuencia de una frustración no puede amar.
Sigmund Freud, Introducción del narcisismo.

Sin ser un filósofo, o un científico tal como comúnmente se entiende este término,
Sigmund Freud ha sido, sin duda alguna, una figura que ha influido de manera decisiva en
la concepción que el ser humano tiene sobre sí mismo. Dicha influencia fue fundamental
en el pasado siglo XX y lo sigue siendo en el presente siglo. El mismo Sigmund Freud fue
consciente de esta influencia. En uno de sus escritos de 1917, titulado Una dificultad del
psicoanálisis, menciona que el narcisismo universal, es decir, el amor propio de la
humanidad, ha recibido tres graves afrentas debido a la investigación científica llevada a
cabo por el mismo hombre.

En efecto, la primera afrenta llamada cosmológica, fue llevada a cabo por Nicolás
Copérnico en el siglo XVI d. E. La percepción sensorial de que la Tierra no se mueve y la
convicción de que era el centro del universo, constituían la garantía del papel dominante
del hombre sobre el mundo, lo cual resultó ser una ilusión narcisista. La segunda afrenta
corrió a cargo de Carlos Darwin en el siglo XIX d. E. El hombre, sostiene Sigmund Freud,
se distanció de los animales diciendo que éstos carecen de razón y enfatizando que su
alma es inmortal y de origen divino. Así, desgarró todo lazo de semejanza con el mundo
animal. Esta arrogancia fue derribada por los estudios de Darwin: el hombre proviene del
reino animal, es pariente de algunas especies y su cuerpo muestra su semejanza con
aquel mundo del que pretendió alejarse. El abismo que creó entre los animales y él, fue
cuestionado severamente por la segunda afrenta denominada biológica; en otras
palabras, el hombre está mucho más cerca del mundo animal de lo que cree y acepta.

La tercera afrenta al narcisismo de la humanidad corre a cargo del mismo Sigmund Freud,
a la cual llama psicológica. El hombre ha creído durante siglos que su vida psíquica es
solamente consciente, es decir, que el yo de cada individuo conoce plenamente, a través
de la consciencia, todo lo que acontece en su vida mental: pensamientos, emociones,
sentimientos, etc. Y con este conocimiento consciente decide qué hacer usando su
voluntad. Pero en realidad la vida psíquica del hombre es mucho más compleja. Por
ejemplo, un individuo siente angustia y enojo cuando ve desordenada su oficina: sabe que

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el desorden le causa angustia y enojo, pero no sabe por qué le genera tales emociones.
Otro individuo puede quedarse paralizado y sentir mucha angustia ante los insectos, pero
no sabe las causas de tal comportamiento. Dice el fundador del psicoanálisis que el yo
“no puede comprender por qué se siente paralizado de una manera tan rara” (Freud,
1917a, p. 133). Por tanto, el psicoanálisis se ha dedicado a indagar este tipo de
comportamientos y su origen psíquico, y ha llegado a la conclusión de que una gran parte
de la vida mental no está bajo dominio del yo y del imperio de su voluntad. El hombre ha
sobreestimado el poder que tiene sobre sí mismo, sobre su vida psíquica, en otras
palabras: “el yo no es amo en su propia casa” (p. 135) En efecto, la vida psíquica del
hombre no sólo está formada por el yo y la consciencia, sino que hay una instancia
psíquica inconsciente, y de cuyos contenidos el individuo nada sabe. Por tanto, la
pretensión del hombre de conocer todo acerca de su propia vida psíquica y de que
decide en base a tal conocimiento, ha resultado ser una mera ilusión.

Así pues, el hombre ha recibido tres afrentas a su narcisismo en los últimos cinco siglos:
no es el centro del universo; no es radicalmente distinto de los animales, es más cercano
a ellos de lo que cree y acepta; y no es dueño cabal de su vida psíquica y de sus
decisiones. Estos golpes lo han despojado del lugar privilegiado que él mismo se
construyó; él mismo ha deconstruido lo que construyó.

Por otra parte, además de abordar este narcisismo universal o amor propio de la
humanidad, Sigmund Freud planteó la existencia de un narcisismo en cada individuo. En
1914 publicó Introducción del narcisismo, un escrito muy importante por diversas razones.
Una de ellas es que en dicho texto afirma que en todo ser humano hay un narcisismo
presente en los primeros años de su vida, al cual llamó narcisismo primario. Si se
observa con atención a los bebés o niños pequeños, se constata que, en buena medida,
sólo les interesa que los adultos satisfagan sus necesidades biológicas o sus demandas
de amor, cuidado, protección. Creen que el mundo gira en torno a ellos, y los adultos, en
buena medida, se lo corroboran. Basta ver a los miembros de la familia cómo tratan a un
bebé: lo abrazan, lo arrullan, le dicen palabras cariñosas. En el automóvil se pone un
letrero que dice “Bebé a bordo”, el reglamento de tránsito prohíbe llevar bebés y niños
pequeños en los asientos delanteros, etc. Freud utiliza una expresión que sintetiza este
mundo que gira en torno al infante: “His Majesty the Baby”.

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Este narcisismo primario nunca desaparece del todo, antes bien es el amor propio o
sentimiento de propia valía que posee, en alguna medida, todo individuo. Será lo que
muchos años después, en la década de los años 80 del siglo pasado, se denominó
autoestima. De hecho, Freud utilizó en este escrito sobre el narcisismo el término
autoestima sólo una vez. Ahora bien, conforme va creciendo el infante e interactuando
con su madre y demás personas alrededor suyo, ese amor que en un principio era sólo
hacia sí mismo, ahora se va “colocando” también en las personas con las que se vincula,
y en las actividades que realiza. En otras palabras, va surgiendo el amor hacia su madre,
su padre, sus hermanos, sus abuelos, algún juego, etc. Este paso es fundamental en el
desarrollo de la psique de todo individuo, Sigmund Freud lo llamó amor de objeto. Los
vínculos amorosos de la temprana infancia, particularmente con los padres, son muy
importantes ya que constituyen la base sobre la cual se desarrollarán los vínculos
amorosos con los demás humanos. Un ejemplo clásico y extremo de ese interés por el
otro se da en el enamoramiento; basta ver a un chic@ enamorad@ para percatarse de
que su amad@ ocupa buena parte de sus pensamientos, tiempo, etc. Pareciera como si
el enamorad@ se olvidara de sí mismo a causa del otr@. La escuela, los amigos, el
trabajo, la familia, etc. pasan a segundo término: el lugar central lo ocupa aquella persona
de la que se está enamorado. Afortunadamente, tal estado es temporal, termina; esto
hace posible que se conozca al otro de una forma más realista.

Sin embargo, no todo queda ahí. Sucede que hay situaciones en que el individuo se
retrae, se repliega sobre sí mismo, no tiene gran interés en entrar en contacto con el
mundo exterior. Esto sucede, por ejemplo, cuando se enferma: no tiene ganas de salir,
quiere quedarse en casa, busca que lo atiendan, lo cuiden. Ocurre también cuando
alguien experimenta una pérdida amorosa o cuando fallece algún ser querido. El contacto
con las personas y las actividades que le daban satisfacción, dejan de interesarle, el
mundo se torna sombrío y carente de interés. En todos estos casos, después de este
repliegue narcisista, por lo general, el individuo vuelve a su vida cotidiana, restablece su
vinculación con el mundo y las personas.

En resumen, la vida de cada persona es una constante oscilación entre su amor propio
(narcisismo) y su amor por los demás (amor de objeto). Lo más conveniente es lograr un
equilibrio dinámico entre ambos. Ello posibilita que la persona se cuide y busque su
desarrollo y, también, cuide del otro y promueva su crecimiento.

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Elaboró: Mtro. Miguel Eduardo Torres Contreras.

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