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Una Iglesia en Misión


De Evangelii Nuntiandi a Evangelii Gaudium

Cardenal RICARDO BLÁZQUEZ PÉREZ, arzobispo de Valladolid y presidente de la CEE


Conferencia en el Simposio homenaje a Pablo VI. Madrid, 14-15 de octubre de 2016

Durante la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos celebrada en octubre de 2014, dedicada
a los desafíos planteados a la familia en el contexto de la evangelización, estuvo expuesto en una
vitrina colocada en el hall de la Sala Pablo VI y que conduce también a la Sala del Sínodo de los Obispos
el original del motu proprio Apostólica sollicitudo (15.9.1965), por el que erigía el Papa el Sínodo de
los Obispos. Informó el mismo Pablo VI a la Asamblea conciliar del motu proprio, que fue introducido
en el decreto conciliar Christus Dominus 5. Está escrito con bella grafía y trazos seguros. El día 19 de
octubre coincidiendo con la clausura del Sínodo tuvo lugar la beatificación del Papa Pablo VI; y un año
más tarde, también en el marco de otra Asamblea sinodal, se celebraron los cincuenta de la fundación
del Sínodo episcopal, que ha sido decisivo en la recepción del Concilio y en su profundización.

Me alegro de que la Fundación Pablo VI junto con la Conferencia Episcopal Española hayan decidido
convocar este Simposio Homenaje a Pablo VI, cuando todavía nos movemos en la onda celebrativa de
los cincuenta años de la clausura solemne del Concilio Vaticano, que él convocó de nuevo con el mismo
espíritu recibido del Papa Juan XXIII, y que presidió con exquisito respeto a la Asamblea de los Obispos,
buscando la unanimidad moral, que no es lo mismo que la mayoría democrática, con mirada
clarividente y con mano firme. Fue providencial su actuación en aquel acontecimiento extraordinario
de la Iglesia en nuestro tiempo.

El postconcilio estuvo marcado por la fidelidad a las reformas mandadas por el Concilio y la renovación
de la Iglesia en un ambiente de intensa efervescencia eclesial, salpicado con frecuentes hechos
“contestarios”. Aquellos años proporcionaron al Papa motivos de esperanza y también de sufrimiento.

El pontificado del papa Pablo VI coincidió en gran medida con los últimos años del Régimen político
anterior y con la aplicación del Concilio en España. Fueron años de gran vitalidad y al mismo tiempo
de incomodidad por los desajustes políticos. Fue un tiempo difícil para el Papa y el nuncio, para la
Conferencia Episcopal y la Iglesia, para el Gobierno y la sociedad. A Pablo VI le hizo sufrir que el
desafecto personal y cultural a un régimen no-democrático se presentara en ocasiones como escaso
amor al pueblo español, y menguada estima de su historia católica. El cumplimiento de su
responsabilidad pastoral en España después del Concilio Ecuménico le produjo muchos disgustos.
Todos estos factores han recomendado encarecidamente el presente Simposio. Con el tiempo
transcurrido y a medida que se veían las cosas con serenidad, ha emergido la figura grandiosa del Papa
Pablo VI y su extraordinario servicio a la Iglesia, a la humanidad y en concreto a España.

La Asamblea fue inaugurada el día 27 de septiembre de 1974 con la Eucaristía presidida por Pablo VI
en la capilla sixtina. La última congregación general tuvo lugar el día 26 de octubre. El Relator general
de la Asamblea fue el cardenal K. Wojtyla. Los Obispos participantes de la Conferencia Episcopal
Española fueron los siguientes: en representación de la Conferencia los cardenales Vicente Enrique y
Tarancón, Marcelo González Martín y Narciso Jubany Arnau. Por designación pontificia participaron
Mons. Ramón Torrella, Vicepresidente de Justicia et Pax y Mons. Antonio Dorado, Obispo de Cádiz-
Ceuta.
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1.- Una nueva etapa de evangelización

La Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (EN) de Pablo VI y la Exhortación Apostólica Evangelii


gaudium (EG) del Papa Francisco manifiestan la misma intención: Promover una nueva etapa
evangelizadora. Los Padres sinodales de la Asamblea celebrada en otoño de 1974 entregaron al Papa
el fruto de sus reflexiones que expresaban el deseo de dar un impulso nuevo, capaz de crear tiempos
nuevos de evangelización en una Iglesia todavía más arraigada en la fuerza y poder perenne de
Pentecostés (n. 2).Piensa el Papa, que compartía la misma aspiración evangelizadora, en los hombres
que viven tiempos de incertidumbre y malestar; en el distanciamiento de la fe en Dios por parte de
muchos; remite al Concilio Vaticano II –fue dada intencionadamente en Roma la Exhortación
apostólica el día 8 de diciembre al cumplirse diez años de la clausura-, cuyos objetivos se resumen en
uno solo: “Hacer a la Iglesia del siglo XX más apta todavía para anunciar el Evangelio a la humanidad
de este siglo” (n. 2). Y un poco más adelante hace un diagnóstico mil veces repetido que reclama un
intenso esfuerzo evangelizador: “La ruptura entre Evangelio y cultura es, sin duda alguna, el drama de
nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas” (n. 20). ¿Cómo presentar la fe cristiana no sólo
con fidelidad sino también con capacidad persuasiva a los hombres de nuestro tiempo?.

La Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi ha tenido una repercusión muy honda en los decenios
pasados. A mi modo de ver es una Exhortación particularmente atinada y eficaz después de un Sínodo
Episcopal. Cuando se relee se constata la recepción honda que se ha llevado a cabo, verificable
también por las numerosas expresiones que se han convertido en habituales en el lenguaje de la
Iglesia.

En la Exhortación apostólica Evangelii gaudium del Papa Francisco con la que responde a la petición
de la Asamblea sinodal de octubre de 2012 sobre La nueva evangelización para la transmisión de la fe
cristiana, y que es sobre todo escrito programático de su pontificado, resuena frecuentemente
Evangelii nuntiandi. Invita a recordar “este memorable texto que no ha perdido su fuerza interpelante”
(EG n. 26). Es oportuno recordar aquí cómo en el Consistorio de Cardenales previo al conclave en su
intervención el Card. Bergoglio citó unas palabras de la Exhortación Evangelio Nuntiandi (nº80); el
Card. Jaime Ortega de La Habana, con permiso del ya papa Francisco, difundió las notas de aquella
intervención.

De entrada, escribe: “En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una
nueva etapa evangelizadora, marcada por la alegría (del Evangelio), e indicar caminos para la marcha
de la Iglesia en los próximos años (EG 1, 17, 261 y 287). Sueña con una opción misionera capaz de
transformar todo. Las dos Exhortaciones, la de Pablo VI y la del Papa Francisco, están en profunda
sintonía; cada una con su estilo propio, la de Pablo VI, más parca en palabras expresando los
contenidos más condensadamente; y la del Papa Francisco con un estilo más esponjado y aliento de
predicador. No sólo comparten la necesidad primordial de la evangelización y el impulso evangelizador
sino también los mismos temas tratados. Ambos son documentos muy ricos, que requieren estudios
detenidos. Aquí me fijo sólo en algunos aspectos más salientes. Ambos papas toman el empuje e
inspiración en el Vaticano II, que fue un Concilio en el horizonte de la evangelización. La perspectiva
misionera es clave básica para leer y comprender el Vaticano II. La más honda toma de conciencia de
la Iglesia sobre sí misma, las auguradas renovación y reforma, la búsqueda de la unidad de los
cristianos, el diálogo con el mundo contemporáneo, la cercanía a los hombres participando en sus
esperanzas y temores, etc. tienen un sentido evangélico y evangelizador.
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El objetivo misionero fue señalado por Juan XXIII en la constitución apostólica “Humanae salutis”,
firmada el día 25 de diciembre de 1961, por la que convocaba el Concilio. Estas son sus palabras: “La
Iglesia asiste en nuestros días a una grave crisis de la humanidad, que traerá consigo profundas
mutaciones. Un orden nuevo se está gestando, y la Iglesia tiene ante sí tareas inmensas como en las
épocas más dramáticas de su historia. Lo que se pide ahora a la Iglesia es que infunda en las venas de
la humanidad actual la fuerza perenne, vivificante y divina del Evangelio”. Recuerda el Papa uno de
los textos del Evangelio más citados durante el tiempo conciliar: “Yo estoy con vosotros todos los días
hasta el final de los tiempos” (Mt. 28, 20).

La alusión a un nuevo Pentecostés aparece en la oración que fue rezada asiduamente en muchas
comunidades cristianas. La evangelización está unida en la misma raíz y principio con el Espíritu Santo,
que descendió sobre Jesús (cf. Lc. 4, 18-21) y sobre los Apóstoles en Pentecostés (cf. EN 75). El Espíritu
del Señor es el aliento que anima e impulsa a los misioneros.

Desde hace tiempo los sismógrafos de la historia vienen señalando cambios en el subsuelo de la
humanidad. Experimentamos movimientos numerosos, profundos, rápidos y con amplitud universal;
estos cambios duran ya decenios, y con variadas e incesantes manifestaciones y sorpresas. Responder
a esos signos de los tiempos, que pueden ser también indicaciones de Dios, es más lento y complicado.
Los profetas, que también existen en la actualidad, son como centinelas del mañana que lo anuncian
hoy. Con oración y vigilancia, auscultando las señales del porvenir, con esperanza laboriosa, afianzados
en la fe en Dios Señor de la historia y apremiados por el amor a los hombres vamos poco a poco
respondiendo. A gran distancia se podrá juzgar tanto el alcance de los desafíos como las respuestas
de nuestro tiempo.

Juan XXIII no quiso que respondiéramos a los males del tiempo como “profetas de desventuras”, sino
compasivamente como Jesús, rostro personal de la Misericordia del Padre. No hay razones para
cambiar la actitud que introdujo Juan XXIII en la Iglesia y el viento fresco que respiramos alentado por
él. Dios no se arrepiente de haber enviado a su Hijo también a nuestro mundo no para condenar sino
para salvar (cf. Jn. 3, 16-17). El amor de Dios no es únicamente al hombre como criatura, sino también
al hombre pecador. Siendo nosotros pecadores nos envió a su Hijo (cf. Rom. 5, 8; 8, 31 ss.). Su amor
es también de misericordia con los miserables. El Papa Francisco con su característico gracejo escribió:
No seamos cristianos de “Cuaresma sin Pascua” (EG 6), ni llevemos cara de duelo permanente. No se
nos ocultan los males y peligros; pero miramos la historia conducida por Dios Padre providente. El
Papa Francisco hizo suyas las palabras de Juan XXIII en el discurso del 11 de octubre de 1962 en la
solemne apertura del Concilio: “Llegan, a veces, a nuestros oídos, ciertas insinuaciones de algunas
personas que no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina. Nos parece justo disentir de
tales profetas de calamidades. En el presente momento histórico, la providencia nos está llevando a
un nuevo orden de relaciones humanas” (EG 84). El cardenal Loris Capovilla, secretario del patriarca
de Venecia y después Juan XXIII, dijo que con el Papa Francisco ha retornado el Papa Giovanni.

2.- El gozo del Evangelio

Las primeras palabras de los documentos mayores del Papa proporcionan el título elegido
intencionadamente. Pablo VI, el Papa del Concilio Vaticano II que exploró y enseñó ante todo la
doctrina sobre la Iglesia, tituló la encíclica programática de su pontificado Ecclesiam suam. Juan Pablo
II intencionadamente comenzó con las palabras Redemptor hominis su primera encíclica. Otros títulos
recordaron aquel impulso original: Redemptoris Mater y Redemptoris Missio. El Papa Benedicto XVI
denominó su carta encíclica programática Deus Cáritas est, y otros documentos posteriores relevantes
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(Cáritas in veritate y Sacramentum caritatis) corroboraron su intención de hacer converger las miradas
en la caridad. El Papa Francisco ha sido también muy explícito: Tanto la Exhortación Evangelii gaudium,
que es postsinodal y sobre todo programática, como Amoris laetitia, publicada después de las dos
Asambleas sinodales sobre la familia, ponen de relieve la alegría del Evangelio. Ambos documentos
señalan una clave de lectura.

¿Hay consonancia entre Evangelio y alegría? ¿Es posible aún la alegría? ( J.Mª. Cabodevilla) ¿Es una
ensoñación inconsciente y desconocedora de la situación actual de la humanidad hablar, escribir e
invitar a la alegría? Tanto Evangelii nuntiandi como Evangelii gaudium son incomprensibles sin este
hilo rojo que va enlazando sus apartados y capítulos.

El Evangelio y el gozo están íntimamente ligados. El Evangelio es llamada a la alegría y no a la tristeza.


El Evangelio es pascual, ya que sin la cruz y la resurrección de Jesucristo quedaría desfundamentado.
Porque Jesús ha resucitado, porque Dios nos ama, porque está cerca (cf. Fil. 4, 4-5; 1 Ped. 1, 3-9),
aunque la niebla del Misterio no permita verlo y padezcamos la impresión de su ausencia, podemos
también hoy participar de la alegría del Evangelio.

En Evangelii gaudium podemos distinguir tres momentos de la alegría. El Evangelio es fuente de gozo
porque proclama el amor eterno, gratuito, que toma la iniciativa y nos “primerea”, de Dios. Cada
persona es amada en sí misma por Dios, nadie le es indiferente ni está dejado de su mano; más aún
Dios espera al pecador, lo perdona, se alegra y hace fiesta por haber sido encontrado (cf. Lc. 15, 1 ss.).
Hasta al más perdido lo busca Jesús, que es el Evangelio en persona (cf. Mc.1, 1; Rom. 1, 3-5), el
“Evangelio eterno” (Apoc. 14, 6) (EG 11). Ser perdonado es ser doblemente amado, como criatura
personal y como pecador. El amor de Dios es compasivo y misericordioso. El Evangelio es en sí mismo
Buena Noticia porque proclama con hechos y palabras que Dios nos quiere; brota del corazón de Dios,
que reverbera en el Corazón de su Hijo Jesucristo.

La Exhortación EN desarrolló ampliamente, respondiendo también a la insistencia del Sínodo de los


Obispos, celebrado el año anterior, el puesto que ocupó el Espíritu Santo en la evangelización. “No
habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo”. Hoy como en los comienzos de la
Iglesia actúa en cada evangelizador que se deja conducir por él. “Puede decirse que el Espíritu Santo
es el agente principal de la evangelización” (EN 75). Pues bien, el Espíritu es fuente de gozo y de paz.

Por lo dicho, se comprende que quien recibe el Evangelio por la fe y la conversión sea íntimamente
alegrado. “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús.
Quienes se dejan salvar por El son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío, del aislamiento” (EG
1). La fe derrama en el hombre un gozo nuevo. “Que el Dios de la esperanza os colme de todo gozo y
paz en la fe, hasta desbordar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo” (Rom. 15, 13), pide Pablo
a Dios en favor de los romanos. El gozo del Evangelio no se confunde con el temperamento jovial o
con el éxito en las tareas emprendidas.

Tres palabras emparentadas etimológicamente expresan la relación entre Dios y el hombre a


propósito del Evangelio: Anuncio, renuncia y denuncia. El Evangelio es por sí mismo proclamación y
fuerza de salvación de Dios (cf. Rom.1, 16-17). El anuncio de la Buena Noticia reclama a su vez la
respuesta del oyente, ya que sin abrir libremente el hombre la puerta del corazón y de la vida no se
recibe la salvación. La respuesta acontece por la fe y la conversión, la renuncia a los ídolos y la vuelta
al Dios vivo y verdadero (cf. Act. 2, 38. 1 Tes. 1, 9-10). Pero a la proclamación del Evangelio por nuestro
Señor muchos se negaron a creer, e incluso se atravesaron en el camino como obstáculo y escándalo
para que otros no lo recibieran; Jesús ratificando la gracia del Evangelio y para que a nadie se le cierre
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la puerta de la salvación, denuncia, a veces con inmensa dureza, a los que ni entran ni dejan entrar (cf.
Mt. 23, 1-32; Lc. 15, 1-2).

El Evangelio, además de ser en sí mismo fuente de alegría y de generar gozo al ser recibido, es también
misión alegre. “Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad
de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que cree, las razones para esperar el
mandamiento nuevo del amor” (EN. 15). La Iglesia para evangelizar necesita ser evangelizada; y,
viceversa, la actividad evangelizadora repercute en el ánimo del evangelizador. “La alegría del Evangeli
que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera” (EG. 21).

El Papa Francisco en el capítulo segundo de Evangelii gaudium recoge las tentaciones de los
evangelizadores, haciéndose cargo de ellas y de su incidencia en las personas, para terminar en cada
manifestación de cansanción y desaliento con una invitación alentadora. “Necesitamos crear espacios
motivadores y sanadores para los agentes de pastoral, lugares donde regenerar la propia fe en Jesús
crucificado y resucitado, donde compartir las propias preguntas más profundas y las preocupaciones
cotidianas, donde discernir en profundidad con criterios evangélicos sobre la propia existencia y
experiencia” (EG 78). A cada paso exclama al final el Papa: “¡No nos dejemos robar el entusiasmo
misionero!”. “¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!”. “¡No nos dejemos robar la
esperanza!”. “¡No nos dejemos robar la comunidad!”. “¡No nos dejemos robar el Evangelio!” “¡No nos
dejemos robar el ideal del amor fraterno!”. “¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!”. La actividad
evangelizadora es alegre y paciente. No es lícito intentar imponer el Evangelio a nadie; pero sí
debemos proponer con entusiasmo la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesús (EN 80).

Con las siguientes palabras exhortó Pablo a la alegría de evangelizar: “Conservemos el fervor espiritual.
Conservemos la dulce y confortable alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre
lágrimas; con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegría
de nuestras vidas entregadas. Y ojalá que el mundo actual pueda recibir así la Buena Nueva no a través
de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del
Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido ante todo en sí mismos, la alegría de
Cristo” (EN 80) (Cf. Pablo VI, Exhortación apostólica Gaudete in Domino 22, del 9 de mayo de 1975).

En la oración colecta de la memoria litúrgica de San Francisco Javier, evangelizador eminente y


patrono de las misiones, pedimos a Dios que nos infunda “celo generoso por la propagación de la fe”
y que “la Iglesia encuentre su gozo en evangelizar a todos los pueblos”.

3.- Evangelizar: Misión identificadora de la Iglesia

La Iglesia ha sido convocada para ser enviada a evangelizar. Tanto en Pablo VI como en el Papa
Francisco la Iglesia se identifica con la misión; es en sí misma misionera; la misión no es algo añadido
al ser plenamente constituido de la Iglesia. “Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y
se haya convertido al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia” (EN 24).
Los discípulos y con-discípulos en la escuela de Jesús, el primer Evangelizador, son inseparablemente
apóstoles, como subrayó el Documento conclusivo de Aparecida.

Bellamente escribió Pablo VI: “Nosotros queremos confirmar, una vez más, que la tarea de la
evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que
los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar
constituye, en efecto, la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe
para evangelizar” (EN 14). “Evangelizar no es para nosotros una invitación facultativa sino un deber
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apremiante. «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Cor. 9, 16). Evangelizar no es una tarea


ocasional o temporal, sino un empeño estable y una “necesidad constitucional de la Iglesia” (Discurso
de Pablo VI en la primera Congregación general, cit. en: G. Caprile. Il Sinodo dei Vescovi 1974, Roma
1975, p. 132)

Entre Jesús, la Iglesia y la evangelización hay un nexo íntimo. Evangelizamos como enviados por el
Señor; no como espontáneos. “La Iglesia entera es misionera; la obra de la evangelización es un deber
fundamental del Pueblo de Dios” (Ad gentes 35). Evangelizamos en la comunión de la Iglesia; no por
nuestra cuenta. Evangelizar es una actividad eminentemente eclesial. La entera vida de la Iglesia debe
ser evangelizadora. La misión renueva a la Iglesia, la realiza en su íntima naturaleza y cumple su razón
de ser. En la comunidad de los cristianos, nunca cerrada sobre sí misma, “la vida íntima –la vida de
oración, la escucha de la Palabra y de las enseñanzas de los Apóstoles, la caridad fraterna vivida, el
pan compartido- no tiene pleno sentido más que cuando se convierte en testimonio, provoca la
admiración y la conversión, se hace predicación y anuncio de la Buena Nueva” (EN 15). La Iglesia debe
ser siempre evangelizada y evangelizadora; siempre existe en estado de misión; ninguna de estas
tareas está plenamente cumplida mientras camine en la historia. Nunca estará totalmente
evangelizada y nunca terminará completamente su misión.

Evangelii nuntiandi fue un esfuerzo sostenido por definir en qué consiste evangelizar con las realidades
implicadas: Contenido, medios y métodos, destinatarios, agentes. La Evangelización es un paso
complejo, con elementos variados: “Renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito,
adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado” (EN.
24). Son elementos complementarios no contrapuestos ni incoherentes. Para la Iglesia el primer
medio de evangelización es el testimonio de una vida auténticamente cristiana. El hombre
contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan o si escucha a
los que enseñan es porque dan testimonio” (EN. 41 Cf. EG 150).

El Papa Francisco une vigorosamente la comunión eclesial y la evangelización. “La intimidad de la


Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión esencialmente se configura como
comunión misionera” (EG 23). La Iglesia “en salida” es la comunidad de discípulos-misioneros. El Papa
cuando desarrolla el apartado de “la pastoral en conversión” en el capítulo primero, destaca que lo
que tratará de expresar tiene un <<“sentido programático y consecuencias importantes. Espero que
todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una
conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una “simple
administración”>> [EG 25, Recuerda el deber del obispo de fomentar la “comunión dinámica, abierta
y misionera en la Iglesia diocesana” (n. 31). Cfr. Documento conclusivo de Aparecida (29 de junio de
2007), 201. C. Mª Galli, La teología pastoral de Aparecida, una de las raíces latinoamericanas de
Evangelii Gaudium, en: Gregorianum 96 (2015) pp. 25-50. El Card. Bergoglio presidió en la Conferencia
de Aparecida la Comisión de redacción de los Documentos]. “Sueño con una opción misionera capaz
de transformar todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda la estructura
eclesial se convierta en cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la
autoprotección. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en
este sentido: Procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras” (EG 27). Escribió de forma gráfica:
“Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma
por el encierro y la comodidad a aferrarse a las propias seguridades” (EG 49).
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4.- Evangelización y promoción humana

El Papa Francisco desarrolla ampliamente la dimensión social de la evangelización en el capítulo cuarto.


“El kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: En el corazón mismo del Evangelio está la vida
comunitaria y el compromiso con los otros” (EG 177). El que los pobres sean evangelizados (cf. Lc. 7,
23) es un signo que Jesús presenta como acreditación de la autenticidad de su misión y es una
aspiración básica del Papa Francisco. Probablemente el texto de Mt. 25, 31 ss. es el más citado por él.
El Evangelio anunciado por Jesús y recibido por los oyentes brilla perdonando a los pecadores, curando
a los enfermos y ejercitando la misericordia con los que no eran compadecidos. Ese tránsito acontece
en el encuentro del hombre herido con el Evangelio salvador. En este sentido, subraya que la íntima
conexión entre evangelización y compromiso social debe expresarse en toda la acción evangelizadora
(cf. EG 178).

El Sínodo de 1974 trató reiteradamente la conexión entre evangelización y promoción humana, ya


que el Evangelio afecta a la vida personal y social del hombre. La liberación no es extraña a la
evangelización (cf. EN 30). El Papa Pablo VI, en la alocución al terminar la Asamblea de los Obispos de
1974, además de subrayar la insistencia del Sínodo en la acción del Espíritu Santo para la
evangelización, a la cual dedicará el último capítulo de la Exhortación “El Espíritu de la evangelización”
(EN nn. 74 ss.),- como también ha hecho el Papa Francisco en el último capítulo “Evangelizadores con
Espíritu” (EG nn. 259 ss)-, y de reafirmar el deber de comunicar el alegre mensaje de la Palabra de
Dios, se refiere a la cuestión necesitada entonces de una clarificación y armonización entre liberación
humana y totalidad de la salvación, sin perder la Buena Noticia su propia originalidad (cf. G. Caprile,
o.c. Discurso del Papa en la primera Congregación General pp.133-134 y Discurso de clausura pp. 763-
771). No hay oposición sino complementariedad entre salvación y promoción humana.

La evangelización debe “transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores
determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos
de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación”
(EN 19). Podemos decir con una metáfora: El epicentro es la mente y el corazón del hombre; pero la
onda expansiva es tanto la persona humana en totalidad como el mundo del hombre, la paz, la justicia,
el desarrollo, la liberación (cf. 29).

El Papa Francisco, supuesta la clarificación que EN pedía y que se ha dilucidado en los años posteriores,
desarrolla ampliamente dos cuestiones en relación con la dimensión social de la evangelización, a
saber, la inclusión social de los pobres y el diálogo social como contribución a la paz. Cito a
continuación algunas expresiones de Evangelii gaudium. “De nuestra fe en Cristo pobre, y siempre
cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más
abandonados de la sociedad” (EG 187)- “El corazón de Dios tiene un sitio preferente para los pobres,
tanto que El mismo” se hizo pobre” (2 Cor. 8, 9). Todo el camino de nuestra redención está signado
por los pobres” (EG 197). La Exhortación remite al Discurso de apertura de la Conferencia de Aparecida,
pronunciado por el Papa Benedicto XVI, en que cita ese texto de la carta de Pablo a los Corintios para
fundar teológicamente, cristológicamente, la opción preferencial de la Iglesia por los pobres (cf. EG
198). Entre los débiles que “la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer,
que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad
humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones
para que nadie pueda impedirlo” (EG. 123).

Más adelante, en relación con la paz, que requiere iniciar procesos y continuar el camino, asienta de
entrada el siguiente principio: “La evangelización también implica un camino de diálogo” (EG 238). Los
años de su pontificado avalan con hechos e iniciativas excelentes esta convicción básica. Ponerse en
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camino y caminar juntos es reclamado por el Papa Francisco para alcanzar la paz entre los hombres y
los pueblos, y para llegar a la plena unidad de los cristianos. Si no se inicia el camino no se alcanza la
meta.

Podemos concluir que lo que en EN aparecía como exigencia que debía ser pensada a la luz del
Evangelio, en EG recibe, ya clarificada la relación entre evangelización y promoción humana, un
tratamiento amplio y sereno.

5.- Evangelización y piedad popular

Lo que terminamos de afirmar sobre la relación entre evangelización y promoción humana, se puede
afirmar igualmente en relación con la evangelización y la piedad popular (cf. EN 48 y EG 122-126).
También aquí le acompaña al Papa Francisco el Documento conclusivo de Aparecida.

El Papa Pablo VI trata sobre la religiosidad popular o piedad popular (la terminología no está aún fijada)
respondiendo a lo que los padres sinodales dijeron. Sobre la “piedad popular” o “religión del pueblo”,
con los límites que tiene y por ello necesitada de purificación y de orientación adecuada con la ayuda
de una necesaria pedagogía de la evangelización, afirma el Papa: “Contiene muchos valores. Refleja
una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y
de sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los
atributos profundos de Dios: La paternidad, la providencia, la presencia amorosa constante” (EN 48).

El Papa Francisco supone el discernimiento que se ha llevado a cabo en los últimos años sobre la
piedad popular en su relación con la evangelización, y la valora generosamente. Para entender la
piedad popular en EG es necesario tener en cuenta el concepto de pueblo de Dios encarnado en los
pueblos de la tierra, cada uno de los cuales dotado de su cultura propia (cf. EG 115).

“La piedad popular es verdadera expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo de Dios” (EG
122). Alude a la desconfianza que se tuvo en ocasiones en relación con la piedad popular y al
discernimiento realizado en EN por Pablo VI (EG 123). En la piedad popular aparece el alma de los
pueblos latinoamericanos. La piedad popular tiene numerosas manifestaciones que enumera el
Documento de Aparecida (nn. 258-265).

Concluye el Papa su valoración: “En la piedad popular, por ser fruto del Evangelio inculturado, subyace
una fuerza activamente evangelizadora que no podemos menospreciar: Sería desconocer la obra del
Espíritu Santo. Más bien estamos llamados a alentarla y fortalecerla para profundizar el proceso de
inculturación que es una realidad nunca acabada. Las expresiones de la piedad popular tienen mucho
que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención,
particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización” (EG 126).

6.- Comunidades eclesiales de base

En el momento en que se celebró la Asamblea sinodal en 1974 estaban las llamadas comunidades
eclesiales de base en la cresta de la ola; por lo cual obviamente tenían que aparecer con frecuencia
en las intervenciones de los participantes en el Sínodo. A ella hizo referencia el Papa Pablo VI en el
discurso de clausura (cf. G. Caprile, o. c. 769). Estas comunidades, cuya terminología era entonces
bastante fluctuante, se las presentaba como destinatarias de evangelización y al mismo tiempo como
evangelizadoras; dualidad que es frecuentemente recordada en la EN, que por otra parte corresponde
a la vida de la Iglesia como conjunto, ya que para evangelizar necesita ser evangelizada, y no sólo en
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el primer momento cronológico sino como necesidad primordial en cada situación. El evangelizador
debe ser diariamente evangelizado, y a su vez el trabajo misionero despierta y renueva al
evangelizador. Si no somos discípulos de Jesús no podemos ser misioneros El movimiento es como un
va-y-ven, de ida y vuelta.

La Exhortación EN describe sucintamente y sin descender a concreciones algunos tipos de


comunidades eclesiales de base. Hay muchas que existen en el interior de la Iglesia, viviendo en
comunión eclesial serena, aspirando sobre todo a una mayor vitalidad ya que las dimensiones más
humanas y menos masivas, con mayor facilidad para el encuentro personal sin perderse los
participantes en el anonimato, a que actualmente la cultura inclina, facilita tanto la acogida del
Evangelio compartiéndolo con otros, como la actividad apostólica animándose mutuamente.

Es recomendado que el método evangelizador de la Iglesia en nuestro tiempo adopte con el debido
discernimiento las formas de comunicación actuales del hombre y de la sociedad. “Será una
preocupación del Sínodo ver cómo se puede conciliar el respeto de las personas y de las civilizaciones,
el diálogo sincero con ellas –que es una de las condiciones fundamentales de la verdadera actitud
cristiana- con el universalismo de la misión, confiada por Cristo a la Iglesia” (Discurso inicial de Pablo
VI, en Caprile, o.c. p. 133). “No son medios para la acción evangelizadora de la Iglesia la violencia, la
revolución, el colonialismo ni la acción política por sí misma” (Ib. p. 134)

Si las comunidades anteriores son estimadas positivamente, de otra manera son valoradas por EN las
comunidades que presentan rasgos como los siguientes: Comunidades de base con <<un espíritu de
crítica amarga hacia la Iglesia que estigmatizan como “institución” y a la que se oponen como
comunidades carismáticas libres de estructuras, inspiradas únicamente en el Evangelio>> (EN 58). La
inspiración de estas comunidades rápidamente se convierte en ideología e incluso en opción política.

El Papa hace un discernimiento de las diversas comunidades dudando que en algunos casos puedan
ser denominadas comunidades eclesiales de base ya que no es legítimo que los rasgos sociológicos
sofoquen las características eclesiales.

Algunas condiciones, enumera el Papa, para que las comunidades eclesiales de base sean realidades
evangelizadoras como agentes y como destinatarias: Que la Palabra de Dios sea su alimento; que no
caigan en la tentación de la contestación sistemática; que se inserten en la comunidad local evitando
el peligro de aislarse e incluso de considerarse la auténtica Iglesia; que sea sincera la comunión con
los Pastores de la Iglesia.

Cuando se releen estos textos no podemos dejar de reconocer que se ha producido en los decenios
pasados un extraordinario discernimiento. Unas comunidades se han desarrollado integrando en la
novedad inicial, que a veces deslumbra, aspectos necesarios al principio preteridos. Otras
comunidades con el distanciamiento de las personas y el paso del tiempo se han visto relegadas a la
irrelevancia o incluso a la inexistencia.

¿Qué aportan las genuinas comunidades eclesiales a la evangelización? La Conferencia del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe en Aparecida del mes de mayo de 2007 trató de ellas y a ellas dedicó
unos números en el Documento conclusivo (cf. nn. 178-180). El apartado sobre las comunidades
eclesiales de base trajo una cola, que el presidente del CELAM, card. Raymundo Damasceno, aclaró
en un comunicado el 18 de septiembre de 2007, despejando las dudas sobre la aprobación de este
aspecto en la Asamblea y su inclusión en el Documento final. Es importante anotar que, junto a las
comunidades eclesiales de base, recuerda “otras pequeñas comunidades e incluso redes de
comunidades, de movimientos, de grupos de vida, de oración y de reflexión de la Palabra de Dios” (n.
180), importantes para la evangelización.
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La Exhortación apostólica EG, además de suponer ya el discernimiento eclesial sobre ellas, afirma que
esas agrupaciones de pequeñas comunidades son una riqueza para la Iglesia. “Muchas veces aportan
un nuevo frescor evangélico y una capacidad de diálogo con el mundo que renuevan a la Iglesia” (n.
29). Les pide que no pierdan el contacto con la parroquia, “comunidad de comunidades”, cuya
estructura no es caduca, aunque debe ser renovada en su empeño misionero y su plasticidad en las
formas (n. 28); que se integren en la pastoral orgánica de la Iglesia particular.

Basten los aspectos tocados, a nuestro modo de ver los más relevantes, para concluir, que teniendo
en cuenta el proceso de maduración que ha acontecido, los dos emiten en la misma longitud de onda
sobre la evangelización.

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