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En nuestro trabajo intentaremos justificar que, mediante la dicotomía

civilización-barbarie, se excluyó a un sector del pueblo en la formación de la Nación.


Entendiendo a la “civilización” como Europa, la Generación del ’37 intentó importar sus
costumbres y modos de vida (ayudándose con la inmigración proveniente de ese
continente y la “educación” de la población), desconociendo por completo la existencia
de una cultura propia de la Argentina.

Los pensadores de aquella época hablan de “civilización”. Es interesante


preguntarnos: “¿A qué aludían cuando hablaban de ella?”. Sarmiento le dice en una
carta a Mariano de Sarratea en 1855, hablando de las fiestas de mayo: “Estoy
encantado, y descontento. Buenos Aires ya es el pueblo de la América del Sur que más
se acerca en sus manifestaciones exteriores a los Estados Unidos. Mezclándome con
las muchedumbres que acuden a los fuegos en estos días y llenan completamente la
plaza de la Victoria, no he encontrado pueblo, chusma, plebe, rotos. En el lugar de los
rotos de Chile lo ocupan millares de vascos, italianos, españoles, franceses, etc (…) El
gaucho abandona el poncho, y la campaña es invadida por la ciudad como ésta por la
Europa.”. Aquí podemos ver claramente el pensamiento del mismo: Europa como
civilización, como modelo a seguir: progresar era ser cada vez más parecidos a aquel
continente, lo que se debía extinguir era la cultura de los considerados “bárbaros” (“el
gaucho abandona el poncho”). Alberdi es aún más explícito cuando escribe: “En
América todo el que no es europeo es bárbaro: no hay más división que ésta: 1°-el
indígena, es decir, el salvaje- 2° -el europeo, es decir nosotros, los que hemos nacido
en América y hablamos el español, los que creemos en Jesucristo y no en Pillan (Dios
de los indígenas) (…) Desde el siglo XVI hasta hoy en día, no ha cesado la Europa un
solo día de ser el manantial y origen de la civilización de este continente”. Incluso este
pensador afirma que “Ya la América está conquistada, es europea y por lo mismo
inconquistable. La guerra de conquista supone civilizaciones rivales, estados opuestos,
el salvaje y el europeo. Este antagonismo no existe; el salvaje está vencido, en
América no tiene dominio ni señorío. Nosotros, europeos de casta y civilización, somos
los dueños de América” expresando con ímpetu sus expectativas respecto a la
evolución de América. El mal de esta Nación no era haber sido colonizados, sino el
haberlo sido (la colonización “había traído cultura”) por un país como España, que
había absorbido mano de obra bruta y salvaje, y que por lo tanto se consideraba que
era el país europeo que se había quedado estancado y que aún no podía progresar (en
general se tomaba como modelo a Inglaterra, un ejemplo de ello lo podemos ver
cuando Sarmiento escribe “Los ingleses, franceses y holandeses en Norteamérica, no
establecieron mancomunidad ninguna con los aborígenes, y cuando con el lapso del
tiempo sus descendientes fueron llamados a formar Estados independientes, se
encontraron compuestos por razas europeas puras, con sus tradiciones de civilización
cristiana y europea intactas, con su ahínco de progreso y capacidad de
desenvolvimiento…” En cambio, habla de la colonización española como incorrecta
porque “incorporó en su seno a los salvajes; dejando para los tiempos futuros una
progenie bastarda, rebelde a la cultura, y sin aquellas tradiciones de ciencia, arte e
industria, que hacen que los deportados a Nueva Holanda reproduzcan la riqueza, la
libertad y la industria inglesa en un corto número de años”.)

Sarmiento dice, entonces, que “nos cumple llenar el déficit de suficiencia que
ha dejado a la España en el límite dudoso que divide a los pueblos civilizados de los
bárbaros y el aumento de barbarie que nos trajeron la colonización y nos conservaron
los indígenas”. La idea, entonces, no era crear una América según la misma América,
conforme a la cultura propia y fusionándola con el aporte externo, sino crear América
según Europa, destruyendo al indio (el salvaje), que era un obstáculo. El rechazar la
existencia de una cultura propia o entenderla como “anticultural” planteó la famosa
dicotomía civilización-barbarie: todo hecho propio (por serlo) era bárbaro, y todo hecho
ajeno, importado (por serlo) era civilizado. Civilizar, entonces, consistió en
desnacionalizar, teniendo en cuenta a Nación ligada a la realidad. Si cuanto más
europeo es algo, más civilizado, y cuanto más americano, más bárbaro, el progreso de
la Nación no consistió en evolucionar desde la propia naturaleza de las cosas, sino
destruir la naturaleza de las cosas para reemplazarla.

Para cambiar esta realidad, para europeizar América (donde se entendía que la
europeización se debía dar tomando como ejemplo al mundo anglosajón poniendo
como ejemplo la colonización de los Estados Unidos cuya superioridad fue innegable ya
que sus colonizadores habían sido “más aptos” durante el proceso. Alberdi destaca
incluso, al idioma inglés como una necesidad primordial en la educación para conseguir
ese progreso tan deseado. Al mismo tiempo se pensaba que se tenía que
“desespañolizar” al continente), fue necesaria la ayuda de la inmigración.

CREO QUE ESTO ESTÁ RE CUELGUE, PERO NO SÉ CÓMO UNIRLO. O sea, falta un
puente entre estos dos párrafos.

La “ineptitud industrial de las masas” dentro del país se debía a la falta de


prácticas de trabajo heredadas. Prácticas que estos pensadores encuentran esenciales
para el desarrollo nacional, pero de distinta forma.
Alberdi plantea que a través de la industrialización, de la incorporación de los
hábitos de trabajo se llega a la moral y a la educación. Es por eso que debe darse una
mayor importancia a las ciencias exactas y de aplicación inmediata que a aquellas de
actitud moralizante (o humanistas), aunque sin dejarlas de lado. Y esa educación se da
a través de la denominada “instrucción”. Por otro lado, destaca la importancia de la
inmigración en este proceso.

Este pensador dijo “gobernar es poblar”, pero poblar con ciertos hombres y de
ciertas maneras, poblar con hombres “civilizados”. Él decía que se conseguiría elevar la
capacidad real de nuestros pueblos a la altura de constituciones escritas y de los
principios proclamados “por los medios que dejo indicados y que todos conocen (…)
por la inmigración…” o “la Europa nos traerá su espíritu nuevo, sus hábitos de
industria, sus prácticas de civilización, en las inmigraciones que nos envíe (…) Al lado
del industrial europeo, pronto se forma el industrial americano”. Eran necesarias
porque, según él, “no tendréis orden, ni educación popular, sino por el influjo de masas
con hábitos arraigados de ese orden y buena educación”. Sin embargo, este recurso
resultó ser un arma de doble filo: no llegaron los inmigrantes ingleses (los ingleses que
vinieron fueron gerentes ferroviarios) u holandeses, sino españoles, italianos, eslavos,
hombres procedentes de la Europa Oriental, los más “retrasados” tecnológicamente,
los menos “refinados”.

Sarmiento en cambio, plantea que el eje del progreso se encuentra en la


escuela primaria. Europa ha logrado eliminar la distinción entre los hombres,
igualándolos a través de la educación. Y esa igualdad es productora del progreso, ya
que la escuela primaria, proporcionando educación, provoca deseo individual de
progreso que, en suma, lleva al progreso a nivel país. Además, la escuela primaria
tiene la capacidad de trasmitir una actitud moralizante y los hábitos de trabajo que ya
se han mencionado; inculcando en los alumnos la idea de una autoridad por fuera de
las familiares y cediéndole un deber regular, de todos los días.

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