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La decisión que toman finalmente algunas empresas de sacar fuera de nuestras fronteras sólo parte de su
producción, puede ser compatible con el mantenimiento o crecimiento del empleo y de la actividad
económica, siempre que exista la posibilidad de empleo alternativo, a partir de nuevas actividades que la
empresa pueda desarrollar, siempre que cuente para ello con capacidad de investigación y desarrollo de
nuevas actividades o productos.
Sin embargo, estas posibilidades desaparecen por completo cuando, la decisión se torna en cierre total de
las plantas y traslado de la producción fuera de nuestras fronteras; que es precisamente el rumbo que han
tomado la mayoría de las empresas multinacionales que optan por acometer esta iniciativa de
deslocalización.
En efecto, en España el uso de esta estrategia se empieza a vislumbrar como una práctica habitual y
peligrosa a la vez, pues afecta a numerosos sectores intensivos en mano de obra, entre ellos, destacar
como más importantes: sector textil (confección y calzado) y componentes del automóvil y empresas de
la TIC; que desvían sus centros de producción a países del norte de África (Marruecos en el caso del
sector textil), a los nuevos países de la próxima ampliación de la Unión Europea, y a países Asiáticos.
Además de tener efectos irreversibles en cuanto a destrucción de empleo directo e indirecto.
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El fenómeno de la deslocalización industrial en España: pautas de actuación
La cuestión es que este fenómeno, que acecha con tomar rienda suelta, no sería de la gravedad que
actualmente le caracteriza, primero si no se localizara en nuestro país y, segundo, si nuestro tejido
productivo estuviera lo suficientemente dotado como para afrontar situaciones como las que se están
produciendo. La creciente globalización de la economía, la intensificación de la competencia a nivel
internacional y la mundialización de los mercados someten a presiones crecientes la capacidad industrial
de todos los países y, especialmente, la de aquellos que mantienen importantes debilidades en su
industria, como ocurre con España. Nuestro país, desde hace algo más de una década, camina sin rumbo
en el terreno de lo industrial con una base industrial frágil que fácilmente puede desmoronarse y reportar
consecuencias irreversibles en el empleo y el desarrollo económico, que se acentuarían en períodos de
recesión económica.
En definitiva, esta problemática surge como efecto de la dejación por acometer una política industrial a
nivel estatal que modernice y fortalezca nuestro aparato productivo; mientras se opta por dejar a la
espontaneidad del mercado la superación de las debilidades, así como a la iniciativa empresarial la
responsabilidad de tomar decisiones en este terreno.
España se caracteriza, precisamente, por su falta de convergencia con Europa y el resto de países
industrializados en términos en productividad y de competitividad industrial, y esta debilidad no se ha
querido subsanar por parte de los que han tenido y tienen la facultad para ello. La política en el terreno
industrial en este país ha estado encaminada en las dos últimas legislaturas básicamente a desmantelar
indiscriminadamente el sector público empresarial; a implantar una política de liberalizaciones tardía que
se ha ejecutado erráticamente después de las privatizaciones (cuando lo correcto es imponer reglas de
liberalización que aumenten la competencia y después reducir, cuando sea preciso, la intervención
estatal); y a impulsar una política tecnológica que lejos de converger con Europa, ante la asignación de
esfuerzos presupuestarios insuficientes y actuaciones e instrumentos ineficaces, nos aleja de los primeros
puestos en competitividad a nivel tecnológico en los mercados internacionales, con lo que ello reporta al
crecimiento de la actividad económica y al desarrollo del bienestar social.
A este respecto merece la pena recordar que el pasado año la Comisión presentó una Comunicación sobre
política industrial en la Europa ampliada, donde se retoma todo el proceso en materia de política
industrial (adoptado a principios de la década de los noventa) al objeto de impulsar un debate entre los
Estados miembros sobre los procedimientos a adoptar en pro de mejorar la contribución de la política
industrial a la competitividad de las empresas; y donde precisamente se invita a las autoridades nacionales
a que vayan examinando sus políticas industriales.
Recientemente, los datos publicados por el INE referentes a la EPA del IV trimestre del pasado año que
permiten analizar la evolución del empleo en el año 2003 reflejan como dato muy preocupante una fuerte
destrucción del empleo en el sector industrial en este último año que ascendió a 94.800 personas.
La gravedad de esta variación interanual negativa no estriba tanto en su volumen sino en que el único
descenso registrado se concentra en este sector económico que, es precisamente el de mayor capacidad de
arrastre de la economía y el que condiciona la competitividad en términos de valor añadido.
Esta pérdida de peso del sector industrial se está instrumentalizando vía expedientes de regulación de
empleo, y esto lo ponen claramente de manifiesto las últimas estadísticas de expedientes autorizados y
trabajadores afectados durante el 2003 (de enero a octubre) que ofrece el Ministerio de Trabajo y Asuntos
Sociales.
Así, destacar que el número de expedientes autorizados en los diez primeros meses del pasado año
ascendió a 3.472, de los cuales un 43% se realizaron en la industria. Y el número de trabajadores
afectados por dichos expedientes ascendió en el mismo periodo a un total de 68.784, y en concreto, es el
sector industrial, como viene siendo habitual en los últimos años, el que registra el mayor número de
trabajadores afectados (46.185), acaparando casi las tres cuartas partes del total; además de suponer un
porcentaje superior en tres puntos porcentuales al registrado en el año anterior (67%).
2,8
28,9
1,2
67,1
Es exigible por tanto, un modelo de producción duradero donde se potencien otros factores productivos
diferentes de los precios que son, en definitiva, los determinantes a medio y largo plazo del valor añadido
de los productos que se generan. Entre ellos, destacar: mayores niveles de inversión en capital humano
(en educación, cualificación, y formación continua y profesional), mayores niveles de inversión pública
(en Investigación, Desarrollo e Innovación, en Nuevas Tecnologías de la Información y las
Comunicaciones, en infraestructuras, etc.); mayores esfuerzos de la inversión privada en bienes de equipo
que procuren el cambio tecnológico; mejoras organizativas y de gestión que mejoren la productividad; así
como una mayor participación e implicación de los trabajadores.
No hay que olvidar que las empresas que cierran su planta de producción o están en previsión de hacerlo,
para trasladarla a otros países, son empresas que, primero, gozan de una situación económica próspera
(tienen beneficios); y segundo, por estar ubicadas en determinados territorios, con competencias
transferidas en materia de política industrial, han percibido por parte de los gobiernos autonómicos toda
una batería de ayudas públicas: de tipo fiscal, para la compra de suelo industrial, subvenciones al empleo
creado, subvenciones a la I+D+I, etc.; que detalladamente se recogen en cada uno de los Planes de
concertación regional en materia de empleo e industria que se han negociado a nivel autonómico y local.
Y que precisamente esta ventaja de partida con la que han contado por instalarse en España y, en
concreto, en unos determinados territorios, las debería obligar a asumir unas responsabilidades que, sin
embargo a fecha de hoy no cumplen porque, en definitiva, no se les exige.
Las decisiones de las empresas no tienen en cuenta el tamaño, el sector, o el territorio en el que están
ubicadas.
La deslocalización simple y llanamente es una muestra de las debilidades que presenta el tejido industrial
español, pero quedarnos con esta constatación y lamentarnos por ello no basta ni aporta soluciones. Por
tanto, es necesario buscar fórmulas que eviten estos drásticos cierres que desencadenan en importantes
pérdidas de puestos de trabajo y precarias situaciones laborales.
Desconocemos hasta el momento qué piensa hacer este Gobierno en este terreno para impedir, en la
medida de lo posible, que se siga extendiendo esta práctica abusiva con absoluta normalidad. Por todo
ello, exigimos, tanto al Gobierno Central como a los Autonómicos, que urgentemente tomen cartas en el
asunto al objeto de evitar que prolifere incontroladamente este fenómeno, con sus graves consecuencias.
Secretaría Confederal de Acción Sindical de UGT Página 4/5
El fenómeno de la deslocalización industrial en España: pautas de actuación
Tan sólo conocemos las reacciones de algún Gobierno autonómico, como el catalán, que se ha
pronunciado ante los recientes anuncios de cierre de factorías como las referidas a la multinacional
holandesa Philips (que pretende cerrar una factoría de iluminación para trasladar su producción a Países
del Este) y la empresa coreana Samsung (que también pretende trasladarse a dichos países) en la línea
bien de establecer recortes como proveedor de la Administración catalana (en el caso de Philips), bien de
sancionar mediante el reembolso de las ayudas que se han recibido por instalarse en un determinado
territorio (para el caso de las dos compañías).
5. Propuestas de actuación
En primer lugar, se necesita poner en marcha una estrategia competitiva acorde con las debilidades que
presenta la estructura productiva española (que se hace más notoria cuando se desencadenan iniciativas
como las de deslocalización) que configure una competencia en mercados y productos no en base a
reducción de costes sino a la aplicación de toda una serie de actuaciones horizontales (como las
ennumeradas anteriormente), que sean articuladas con políticas selectivas a nivel sectorial y territorial. En
definitiva, marcar las líneas estratégicas de una política industrial que reoriente el tejido productivo
español y lo fortalezca en aras a la consecución de un desarrollo sostenido de la economía, así como
niveles óptimos de bienestar económico y progreso social.
Este fenómeno se va de las manos si no se acometen decididamente líneas de actuación a nivel estatal y
territorial que, por la vía del análisis y la prospección, e incluso la de la sanción, inciten al abandono de
estas decisiones que peligrosamente ya han empezado a adoptarse y que prometen intensificarse ante la
proximidad de la ampliación de la Unión Europea. Por tanto, en segundo lugar, sería necesario aplicar
medidas de carácter preventivo a nivel general y, en especial, en aquellos sectores más susceptibles a este
tipo de prácticas, entre los cuales destacaríamos, a la luz de los datos disponibles, el sector auxiliar del
automóvil, el sector textil, el de componentes, químico y electrónica.
Para ello, se debería instaurar como instrumento de gestión preventiva unos Observatorios permanentes
sectoriales que permitieran realizar una labor de prospección de los cambios sustanciales por los que están
pasando o vayan a pasar en un futuro próximo los diferentes sectores afectados; al objeto de obtener unos
resultados sobre los cambios del modelo productivo que permitan anticiparnos ante decisiones posibles de
deslocalización y, por tanto, reducir los efectos negativos que estas iniciativas deparan sobre el empleo.
Y, en tercer lugar, con el objetivo de disuadir a las empresas de que opten por el desenlace de la
deslocalización, se debería condicionar el mantenimiento de cualquier ayuda pública que se ofrezca en un
determinado territorio, incluida la titularidad del suelo, para evitar la especulación inmobiliaria que de él
se pueda hacer, al compromiso de permanencia de la empresa en el país donde la reciba, estableciendo
este requisito tanto para las empresas multinacionales que vengan a instalarse, como para todas aquellas
que ya lo estén a partir de la fecha en que se haga efectivo dicho requisito. En definitiva, se trata
simplemente de conseguir que las empresas se hagan responsables de sus decisiones. Y que, al igual que
se les otorga unos derechos por implantarse en España (ayudas públicas) se les confiera unas
obligaciones.