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Hace 79 años, medio millar de mapuches y

campesinos chilenos pobres cayeron asesinados,


luego de ser rodeados por un regimiento de
carabineros enviado por el gobierno de Arturo
Alessandri Palma, en las inmediaciones del fundo
Ranquil, el 6 de julio de 1934. Su delito: luchar en
defensa de su tierra y contra la esclavitud y el hambre a
que eran sometidos junto con sus familias.

Con la hipocresía y falsedad que son características de la derecha chilena, sus


personeros gustan condenar la violencia, la subversión y el terrorismo. Pero la verdad
es que las páginas más siniestras de nuestra historia, en que la sangre de obreros y
campesinos ha regado la tierra chilena, las han protagonizado los gobiernos de la clase
dominante a través de las Fuerzas Armadas, que han sido siempre su brazo armado
contra el pueblo.

Así ocurrió en el levantamiento campesino de Ranquil y Lonquimay, que muy pocos


chilenos conocen y que Patricio Manns recordó así en “El Memorial de la Noche”: “Y yo
he venido a buscar la espantosa verdad de 1934, entre otras cosas para que los
chilenos sepamos de una vez por todas quiénes somos los chilenos, qué hicimos y qué
es lo que se nos oculta de nuestra propia historia. Porque los acontecimientos de 1934
jamás entraron en la historia oficial”.

La voz “Ránquil” tiene su origen en el idioma mapuche, “rangkül“, que significa


“carrizo”, una planta gramínea usada como forraje. La trágica matanza y sus
antecedentes fueron noveladas por el escritor chileno Reynaldo Lomboy, (1921–1974),
en su famosa novela “Ranquil”.
Hagamos un poco de historia. Los orígenes de la rebelión son múltiples. Por una parte,
el masivo plan de colonización impulsado por el gobierno de Chile entre 1881-1914 por
la instalación de 15.000 colonos extranjeros (alemanes, franceses, suizos, bohemios,
etc.), lo que tuvo como consecuencia la disminución del patrimonio de los pueblos
mapuche, pehuenche, huilliche y lafkenche, los que presionados por la continua
enajenación de tierras por parte del Estado de Chile se convirtieron en empobrecidos
agricultores del sector de Lonquimay.

A eso se suman las condiciones de semi-esclavitud en que vivían los campesinos y los
obreros del sector de Lonquimay, similares a las plantas salitreras del norte de Chile,
donde los trabajadores se encontraban sometidos a su empleador y el pago no se
realizaba en dinero sino que en fichas, que sólo se podían cobrar en las pulperías de
propiedad del patrón.

Además, desde fines del siglo XIX se provocaron graves disputas entre las
comunidades mapuches, antiguas propietarias de la zona, que habían sido expulsadas
de sus tierras históricas, para ser distribuidas a colonos extranjeros. A comienzos de
1934, la Sociedad Puelma Tupper empezó a exigir el desalojo de los “ocupantes” o
“usurpadores” de las tierras que les habían sido asignadas por el gobierno.

Esto produjo la disputa entre las comunidades y las autoridades. Pese a que se llevaron
conversaciones entre las partes, fuerzas de Carabineros empezaron a hostigar a los
ocupantes.

El levantamiento de los campesinos mapuches fue consecuencia a la vez de la


sublevación de los trabajadores de los lavaderos de oro de Lonquimay, que se alzaron
en contra del patrón de la pulpería por los tratos abusivos, y la asaltaron y quemaron.

Ante esta situación, el gobierno de Arturo Alessandri Palma envió un cuerpo de


carabineros y de fuerzas militares a la zona, que atacó a los insurgentes y en vez de
disolver la revuelta provocó la unión de los obreros con los campesinos y las
comunidades mapuches.
Estos se reunieron en los alrededores, se armaron con escopetas y armas de todas las
especies y marcharon sobre Temuco. El gobierno, alarmado, envió a un regimiento
entero de policías. La batalla se produjo cerca del fundo Ranquil, donde los
combatientes, que se habían rendido, fueron rodeados y cobardemente masacrados
por carabineros el día 6 de julio de 1934. Según algunas fuentes, los muertos llegaron
a cerca de los 500, pese a que la versión oficial habla de 150 y 200 muertos.

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La Masacre al Levantamento de Ránquil se produjo en junio y


julio de 1934, cuando grupos de campesinos mapuche en el
sector Pewenche de Lonquimay y Alto Bio Bio se levantaron en
contra de los abusos estatales y de los “patrones”, provocando una
revuelta de proporciones insospechadas.

Los orígenes de la rebelión son múltiples según diversas fuentes


historiográficas.

Por una parte, el masivo plan de Colonización impulsado por el


Gobierno de Chile entre 1881 y 1914 por la instalación de 15 mil
colonos extranjeros (Alemanes, Franceses, Suizos, Bohemios, etc.), lo
que tuvo como consecuencia la disminución drástica del territorio
Mapuche y su patrimonio en zonas pehuenche, wenteche, nagche,
huilliche y lafkenche, los que presionados por la continua sustracción de
tierras por parte del Estado de Chile se convirtieron en empobrecidos
agricultores.

Otro de los argumentos son en las condiciones de semi-esclavitud en las


que vivían los campesinos, en su mayoría Pewenche del sector. Estas
condiciones eran en cierto sentido similares a las que se llevaban en las
plantas salitreras del norte de Chile, donde los trabajadores se
encontraban sujetos a la total autoridad de su empleador.

El pago no se realizaba en dinero si no que en fichas, que a su vez sólo


se podían cobrar en las pulperías de propiedad del empleador.
Además, desde fines del siglo XIX muchas comunidades mapuches
habían sido expulsadas de sus tierras históricas, por ser estas
distribuidas entre colonos extranjeros.

La Sociedad Puelma Tupper exigió el desalojo de los “ocupantes” o


“usurpadores” de las tierras que les habían sido asignadas por el
gobierno. Esto produjo la disputa entre las comunidades y el gobierno y
las fuerzas de Carabineros de Chile empezó a hostigar a los ocupantes.

Ante este escenario se generó un levantamiento de los


campesinos mapuches en el territorio Pewenche, y por su parte se
levantaba una protesta de los trabajadores de los lavaderos de oro
de Lonquimay.

Estos se alzaron en contra del patrón de la pulpería por los tratos


abusivos. Ante esta situación el gobierno del presidente Arturo
Alessandri Palma envió un cuerpo de Carabineros y de fuerzas
militares a la zona, que atacó la rebelión provocando la unión de los
obreros, los campesinos y las comunidades mapuches que asumieron las
armas para defenderse, y que tuvo como respuesta el envió de un
regimiento entero de policías y militares atacando cerca del Fundo
Ranquil el día 6 de julio de 1934 asesinando a cerca de quinientas
personas.
Aquello se deduce de las propias cifras oficiales de los sublevados que fueron
detenidos por Carabineros y de los que efectivamente llegaron a la cárcel de
Temuco. De este modo, La Nación y El Mercurio informaron, de fuentes oficiales,
que los detenidos fueron entre 400 y 600 personas. La Nación -ya diario de
gobierno- señaló: “Un comunicado del prefecto Délano informa que sus tropas y
las del teniente Monreal, cercaron a quinientos facciosos, tomándolos a todos
prisioneros, considerándose la situación completamente dominada. El encierro se
efectuó en el lugar de Lolco a 70 kilómetros de Lonquimay y a 15 de la
confluencia de los ríos Lolco y Bío Bío (…) Se anuncia que los facciosos hechos
prisioneros por Carabineros (…) serán traídos inmediatamente a Lonquimay” (7-
7-1934). Y dos días después añadió: “El número de prisioneros sube de 600 y el
resto huye por los matorrales, sin víveres ni aperos” (9-7-1934).
A su vez, El Mercurio informó de dos cifras similares en la misma edición del 7 de
julio. Primero, su corresponsal desde Temuco, Gilberto Llanos, afirmó:
“Comunicaciones recibidas en la mañana de hoy en esta ciudad han hecho saber
que las tropas (…) lograron encerrar a quinientos revoltosos en Lolco (…) El
comandante Délano agrega que todos los insurrectos están prisioneros y que
puede estimarse la situación completamente dominada. En estas mismas
informaciones agrega que se ha dado orden a la tropa de tomar un merecido
descanso, quedando solo algunos carabineros a cargo de los prisioneros”. En la
misma página (19), Llanos informa que a través del teniente Germán Larenas, se
conoció un comunicado del comandante Fernando Délano que revelaba que
“sorprendieron a más o menos cuatrocientos subversivos” y que “estos se
rindieron después de prolongada lucha y cuando se convencieron de que sería
inútil toda resistencia ante la decisión que advirtieron en los carabineros”. Y entre
medio de ambas informaciones, el corresponsal reseñaba que “nada se ha sabido
aún del lugar en que quedarán finalmente los detenidos, pero se estima que es
más probable que todos queden en la cárcel de Temuco, establecimiento penal
que reúne mayores seguridades para una gran cantidad de detenidos” (7-7-
1934).

SE “SUICIDARON”,
SEGUN CARABINEROS
Dos días después -el 9 de julio- El Mercurio publicó un revelador comunicado del
propio general Arriagada que afirmaba que “muchos revoltosos emprendieron la
fuga lanzándose al río”; el que se convirtió en grotesco el día siguiente en que se
decía: “Se ha tenido conocimiento que la mayoría de los agitadores que fueron
causantes de estos sucesos, se suicidaron arrojándose a los ríos”. Además, se
agregaba que “se tiene entendido que el general Arriagada dispondrá la libertad
de todos aquellos sediciosos que logren probar que ingresaron a las filas de la
revuelta atemorizados por la amenaza de muerte” (10-7-1934).
Posteriormente, La Nación y El Mercurio informaron que el comandante de
Carabineros Fernando Délano Soruco, había llegado a Temuco con los prisioneros.
El primero señalaba que eran 70 (15-7-1934) y el segundo 53 (15-7-1934). En el
documento oficial que se presentó a la justicia se identificó, con nombre y
apellido, a 56 personas; sin dar ninguna explicación de la gigantesca disparidad
de cifras con el número de detenidos del que había informado días antes. Más
aún, Délano reveladoramente agregaba que “no ha podido establecerse,
tampoco, cuántas fueron las personas que, por resistirse a engrosar las filas de
los revoltosos, fueron asesinadas por las turbas de Juan Segundo Leiva Tapia que
se valían de este procedimiento para sembrar el terror entre los mineros,
campesinos y obreros de la región” ( La Nación ; 20-7-1934).
Semanas después, en el Senado, el democrático Juan Pradenas Muñoz señaló, sin
ser desmentido, que de los 500 prisioneros solo habían llegado 23 detenidos a
Temuco (una cifra parcialmente errónea de Pradenas, que tampoco fue alegada).
Agregó: “¿Dónde están los demás, señor presidente? Si estas 500 personas
estaban prisioneras no pudieron huir, y si hubiesen huido, la prensa habría dado
cuenta de ello. Pues bien (…) tengo algunos antecedentes para creer que la
mayor parte de estos hombres fueron asesinados cobardemente, sin juicio previo,
sin establecerse responsabilidades”. Y entre los antecedentes citó un diario de
Collipulli que entrevistó al abogado de la Federación Obrera de Chile, Gerardo
Ortúzar: “El señor Ortúzar expresó haber presentado una demanda criminal para
la averiguación de numerosos delitos de los cuales ha tenido conocimiento. Entre
los más graves figuran asesinato de toda la familia Sagredo, con mujeres y niños
entre los cuales aparece una anciana de 70 años y una guagua de dos años (…),
asesinato después de su detención sin que opusieran la menor resistencia de
Marco Hermosilla, Cesáreo y Anselmo Orrego, Silvario Ortiz, Manuel Muñoz, José
Benicio Reyes, y numerosas otras personas largo de enumerar” ( Boletín del
Senado ; 31-7-1934).
Frente a estas gravísimas denuncias, sólo replicó débilmente el senador
conservador Romualdo Silva Cortés: “Es conveniente que se espere el resultado
de la acción judicial pendiente (…) Los poderes públicos, los parlamentarios y el
pueblo deben suspender sus juicios y esperar ese fallo” (Boletín citado). Como de
costumbre, nunca se esclareció judicialmente qué pasó con los -esta vez-
detenidos desaparecidos. Y la comisión que creó el Senado para investigar los
hechos, a sugerencia de Pradenas, simplemente archivó el caso.

ASESINOS CON ESTATUAS


A su vez, ni La Nación ni El Mercurio se dignaron intentar explicar siquiera las
discrepancias entre las cifras de detenidos iniciales de las que ellos mismos
informaron; y de los que llegaron a Temuco…
Todo lo anterior lleva a concluir que fueron centenares los colonos asesinados
luego de haber sido tomados prisioneros. En la hipótesis más conservadora, de
cerca de 400 detenidos solo llegaron 56 a Temuco. Es decir, los desaparecidos
superaron largamente los 300. Es lo que señala Ricardo Donoso: “centenares de
muertos y heridos” ( Alessandri , agitador y demoledor . Cincuenta años de
historia política de Chile , Tomo II; Fondo de Cultura Económica, México, 1952; p.
147).
Para las autoridades, la derecha y la historia oficial, simplemente se “esfumaron”
centenares de detenidos. Y se sugirió que aquellos se suicidaron o fueron muertos
por sus compañeros. Las mismas “explicaciones” que se darían posteriormente
sobre la matanza del Seguro Obrero y, sobre todo, durante la dictadura de
Pinochet.
¿No revela que nuestra sociedad sigue siendo profundamente autoritaria el hecho
que Alessandri mantenga su estatua en el lugar más visible de Santiago; y que el
Hospital de Carabineros lleve el nombre del general Humberto Arriagada

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La masacre de Ranquil
Felipe Portales
Punto Final

El segundo gobierno de Arturo Alessandri Palma efectuó en Chile la primera


aplicación masiva del método criminal de la desaparición forzada de personas en
el siglo XX. Ello ocurrió en Ranquil (zona cordillerana de Lonquimay), en 1934.

Sus antecedentes tienen un origen remoto en la constitución de la gran propiedad


agraria en el alto Bío Bío, luego de la expoliación de La Araucanía. Allí, los
sucesivos gobiernos otorgaron extensas concesiones de tierras a nuevos
oligarcas. Al mismo tiempo, con la finalidad de atraer chilenos de Argentina, los
gobiernos buscaron establecer colonos en la zona, para lo que concordaron con
las familias terratenientes que les “cedieran” cuatro mil hectáreas por fundo, las
que luego se delimitarían legalmente.
Sin embargo, en el caso de los Bunster (fundo Huallalí), estos buscaron desalojar
a los colonos que desde hacía muchos años ocupaban la fértil vega de Nitrito. Al
fin lograron una orden de desalojo en abril de 1934, lo que se traduciría en la
segura miseria de los colonos, máxime cuando estaba empezando el invierno de
la región.
Las gravísimas consecuencias sociales de todo esto le fueron oportunamente
representadas a Alessandri por un diputado progubernamental, el demócrata
Manuel Huenchullán, en un dramático telegrama que le envió el 3 de abril: “La
orden de lanzamiento de colonos del Alto Bío Bío que cumplen treinta carabineros
está causando alarma en la región entera. Los colonos pueden pagar el fundo
Huallalí con intervención Caja de Colonización. Esta circunstancia indúceme a
rogarle suspender el lanzamiento y solucionar el conflicto comprando el fundo.
Cincuenta y más familias quedarán en la calle pública frente a penoso invierno de
esa región cordillera. Lamento que las peticiones de los dueños fundos hayan
podido tanto. Es probable que ocurran muertes como en San Gregorio (masacre
del primer gobierno de Alessandri) y tal hecho constituirá fuente inagotable para
los contrarios de vuestro gobierno. Cumpliendo mi deber de diputado de esta
región, ruégole excusarme por hacer presente lo que V. Excelencia puede derogar
cualquier momento” ( La Opinión ; 4-4-1934).
Pero, en forma ominosa, El Mercurio señalaba en los albores de la masacre que
“no existe en el Alto Bío Bío un problema de tierras” (3-7-1934). Peor aún, el
senador conservador Horacio Walker, faltando groseramente a la verdad, decía
que “ya sabe el Honorable Senado que no ha habido lanzamientos en esa región”
( Boletín de Sesiones del Senado ; 9-7-1934). El desalojo de los colonos se llevó
a cabo en forma extremadamente violenta, incluyendo varias casas incendiadas
(ver intervención de Juan Pradenas; Boletín de Sesiones del Senado , 31-7-
1934).

JUAN LEIVA TAPIA, EL LIDER


A todo ello, se agregó que los colonos del vecino fundo Ranquil estaban también
sufriendo enormes penurias -dado que disponían de muy poca tierra y por el
impacto de la gran depresión y las pésimas condiciones climáticas- con lo que
estaban todas las variables para una sublevación campesina, la que fue acordada
por el Sindicato Agrícola de Lonquimay el 26 de junio. (ver Gonzalo Vial, Historia
de Chile (1891-1973). Volumen V, De la República Socialista al Frente
Popular ( 1931-1938 ). Edit. Zig-Zag, 2001; pp. 369-72).
El jefe de la sublevación fue Juan Leiva Tapia, quien había apoyado a Juan
Esteban Montero en 1931 afiliándose luego al Partido Comunista. En esta calidad
había sido relegado por Alessandri a Melinka, en 1933, luego de haber obtenido
éste facultades extraordinarias del Congreso. Y en mayo de 1934 había sido
candidato a diputado por el PC en una elección complementaria por Laja, Mulchén
y Angol.
Leiva arengó a los sublevados señalándoles que su levantamiento era parte de un
movimiento insurreccional, a nivel nacional, destinado a “establecer un régimen
proletario, antiburgués, de dominio colectivo sobre los bienes de producción,
empezando por la tierra” (Vial; p. 372). El levantamiento contó con el apoyo del
PC, de acuerdo a Luis Corvalán ( De lo vivido y lo peleado. Memorias , LOM,
1997; p. 27) y Andrew Barnard ( The chilean communist party , 1922-1947 , tesis
inédita, University of London, 1977; pp. 143-5), y al reconocimiento del
secretario general comunista de entonces, Carlos Contreras Labarca, en un
informe suyo a la Internacional Comunista (ver Olga Ulianova y Alfredo Riquelme
Segovia, Chile en los archivos soviéticos 1922-1991 . Tomo 2, Komintern y Chile
1931-1935 , LOM, 2009; pp. 420-42).
La rebelión fue muy violenta, fruto del hambre y la desesperación; produciendo la
muerte de 10 personas, entre ellos dos ( Boletín de la Cámara de Diputados ; 2-
7-1934) o tres carabineros (Vial, ibid, p. 373). Entendiendo que se preparaba una
represión inmisericorde, el diputado Huenchullán le solicitó “clemencia” a
Alessandri y que “se sirva suspender las órdenes impartidas dando un tiempo
prudencial a esta gente revoltosa para que se rinda” y “pido también que se
arbitren los medios para que un ministro de la Corte de Apelaciones de Temuco
se aboque al conocimiento de estos hechos, para que la justicia tranquila
determine quiénes son los culpables de lo que ha ocurrido; para que en seguida
se apliquen las sanciones a quienes corresponda; pero que no se persiga con
carabineros y ametralladoras a los colonos que son hombres honrados”. Tan
sensata era la petición, que incluso el más “duro” y anticomunista de los
diputados conservadores de entonces, Ricardo Boizard, señaló inmediatamente:
“Muy lógica la petición de Su Señoría” ( Boletín de la Cámara ; 2-7-1934).
Sin embargo, el ministro del Interior, Luis Salas Romo, desmereció la
preocupación expresada en la Cámara: “Se ha pedido que el ministro del Interior
tome medidas a fin de que los carabineros que intervienen en esos sucesos
aseguren y den garantías de las vidas de las personas que detengan. Los
carabineros desempeñan una alta función pública, y nunca han sido asesinos”
(Boletín citado). Aunque precisamente, todo indica que Alessandri envió al propio
director de Carabineros, general Humberto Arriagada Valdivieso, a sofocar la
revuelta con la máxima brutalidad, dando lugar a una espantosa masacre de
centenares de personas.

CENTENARES DE DETENIDOS DESAPARECIDOS

El origen de este conflicto se remonta a la década del 20 del siglo pasado. El terreno conocido
como hijuela de Ránquil, desde 1881 formaba parte de un extenso latifundio denominado San
Ignacio de Pemehue, de alrededor de 132.000 hectáreas.
El conflicto comienza a escalar desde 1929, oportunidad en que Carlos Ibáñez del Campo dictó
el decreto N°3.871 del 14 de agosto. En este decreto reconocía a la familia Puelma Castillo la
propiedad de 139.362 hectáreas ubicadas en el Alto Bio-Bío, incluyendo 4.000 hectáreas de terrenos
fiscales, que habían sido entregadas con a la familia de colonos. Los campesinos, ante esta medida
del ejecutivo reaccionaron organizándose en el Sindicato Agrícola de Lonquimay. Una
delegación encabezada por su presidente, Juan Segundo Leiva Tapia, que viajó a Santiago para
intentar revertir esta medida. Como resultado se logró la derogación del decreto N°3.871 y también,
que se dictara uno nuevo, el N°265, de 27 de marzo de 1931, que convertiría esta hijuela en la Colonia
Agrícola de Ranquil.

Sin embargo, la caída de Ibáñez y la ascensión al poder de Arturo Alessandri Palma significaría el
comienzo de la tragedia de Ránquil y del Alto Biobío. La nueva administración adoptó una política
favorable a los intereses de los latifundistas y los hacendados Puelma y Bunster, quienes
consiguieron a través de la acción de sus abogados que el gobierno volviera a revisar las medidas
paliativas adoptadas por Ibáñez para descomprimir la situación en 1931.
El informe de la comisión nombrada por el Ministerio de la Propiedad Austral para
investigar la validez de terrenos en la Provincia del Biobío tuvo como resultado los
decretos de 1931 que favorecieron a los colonos con la entrega de 30.000 hectáreas de terrenos
fiscales a los latifundistas. Esta acción del Ejecutivo fue la base para que los colonos, campesinos y
mapuche fueran considerados ocupantes ilegales de los terrenos y fuera solicitado su desalojo
definitivo.
Era difícil para los colonos y campesinos aceptar el abandonar las tierras que consideraban suyas. El
Sindicato de Lonquimay pretendió establecer alguna coordinación para la resistencia, pero el traslado
a la zona de fuerzas armadas de carabineros, sumado al apoyo de la Guardia Civil de Lonquimay y
milicias republicanas que respondía a las órdenes del gobierno, no pudieron ser contrarrestadas por
los colonos.
El invierno en la cordillera de Lonquimay es siempre terrible, pero en aquel invierno de 1934 lo fue
mucho más y la gelidez de la montaña parece que también terminó congelando la memoria histórica
de un episodio que unió, tal vez por única vez, a mapuche-pewenche y campesinos chilenos pobres.
Se trata de la más olvidada y no por ello la menos terrible de las matanzas gestadas desde el Estado
chileno contra aquellos que se oponen a los designios del poder.
Rebeldes capturados por el
Estado Chileno
Desde mediados de junio de aquel año, hasta bien entrado el mes siguiente, el Alto Bío Bío se tiñó de
sangre mapuche y chilena, luego de que casi un millar de habitantes de esa zona se alzaran en armas
contra el gobierno de Arturo Alessandri y pusieran en jaque la “seguridad” de los colonos extranjeros
que se habían apropiado, con la venia del Estado chileno, de los ancestrales territorios pewenche de
la alta cordillera. La represión no se hizo esperar y Carabineros de Chile hizo su entrada triunfal en los
avatares represivos, sofocando el alzamiento, para luego asesinar cobardemente a casi 500
prisioneros que se habían rendido al verse derrotados.
Se produjeron enfrentamientos menores como el de Nitrito, pero el más recordado por su significado
fue el acontecido en el Puente de Ránquil. En ese lugar a inicios de julio de 1934, se estima que
alrededor de doscientos campesinos trataron de impedir el paso a las fuerzas uniformadas y de
apoyo particular. Como resultado, aproximadamente un centenar de personas fueron asesinadas
durante esa semana y un número indeterminado fue apresado.
El despojo de tierras mapuche iniciado en la segunda mitad del siglo XIX con la “Pacificación de La
Araucanía”, tiene su momento cúlmine en las tres primeras décadas del siglo siguiente, cuando el
Ministerio de Tierras y Colonización, creado por el Estado chileno, terminó su labor de “redistribución”
de las tierras usurpadas en el Gulumapu, generando toda una masa de mapuche empobrecidos que,
en territorio pewenche, eran arrinconados cada vez más arriba en la cordillera. A ellos se unía un
cada vez más creciente número de colonos chilenos pobres que terminaron habitando el mismo
espacio de los pewenche y sobre todo compartiendo las mismas miserias de éstos. Ello llevó a que los
colonos chilenos, agrupados en el Sindicato Agrícola de Lonquimay, solicitaran al gobierno la entrega
legal de un predio en la localidad de Nitrito, que habitaban varios chilenos y pewenche desde hacía
más de una generación.
La Sociedad Puelma Tupper reclamó para sí la propiedad de las tierras y exigió una orden judicial de
desalojo, basada en la prerrogativa jurídica de que quienes habitaban el lugar no tenían títulos de
propiedad. Ante ello, los habitantes del lugar propusieron al Estado que comprase las tierras al
reclamante y ellos a su vez pagarían al primero, en un plazo prudente, el valor de éstas. Sin embargo,
mientras se realizaban las negociaciones, Carabineros comenzó a hostigar a los campesinos,
utilizando contra los hijueleros todos los abusos y formas de atemorizamiento posibles. Cuando las
tierras estaban recién cultivadas y comenzaba el duro invierno cordillerano, llegó la fuerza represiva a
desalojarlos, destruyendo cercos e incendiando los ranchos, expulsándolos sin misericordia y
conduciéndolos hasta terrenos estériles, más arriba de la misma cordillera, sin alimentos ni
habitación.
En Nitrito, Ranquil, Quilleime, Lolco y Trubul, los campesinos se unieron en defensa de los
expulsados, recibiendo el apoyo de los mapuche de la reducción Maripe, cuyo lonko Ignacio Maripe,
quince años antes había perdido sus tierras en el mismo Fundo Ralko. Según se consigna en
documentos de la época, este lonko pewenche fue salvajemente torturado en vida, sacándosele los
ojos, cortándosele la lengua y las orejas hasta dejarlo exánime. Tal como se consiga en documentos,
relatos y sobre todo en la prensa chilena de la época, el principal líder del alzamiento fue el profesor
de castellano José Segundo Leiva Tapia, que habiendo estudiado en Santiago regresó a la zona para
dedicarse a la “agitación social” e imbuirse de la cultura mapuche.
Por lo mismo, parte de los alzados correspondían a campesinos mapuche-pewenche, hecho que
queda consignado en una información aparecida el domingo 1º de julio en el diario La Nación y que
daba cuenta de la activa presencia mapuche, con el sugestivo titular de: “Alrededor de cien indios
combaten en las filas sediciosas”. De igual forma, el listado final de detenidos, publicado el 20 de julio
en la prensa nacional consigna la presencia de al menos una decena de mapuche que fueron pasados
posteriormente a los racistas tribunales de justicia chilenos.
Más de medio millar de asesinados
Avanzado ya el invierno, en junio de 1934, la desesperación, el hambre, el frío y el odio, dieron paso a
la revuelta. Varios miles de campesinos y mapuche, armados de viejos fusiles y escopetas, asaltaron
las pulperías y bodegas de los latifundios cercanos, y asumieron posiciones de enfrentamiento. El 29
de junio, el diario La Nación titulaba “Armados Avanzan sobre Lonquimay” y el decano patronal de la
prensa nacional, El Mercurio, titulaba cuatro días más tarde: “Se acentúa la gravedad de los sucesos
del sur”, en clara alusión al avance de los campesinos alzados en armas por su dignidad.
El historiador Ricardo Donoso, desde su particular visión política, dice de ello en su libro ‘Alessandri,
Agitador y Demoledor’: “Un grupo de inquilinos del Fundo Ranquil, levantados en armas,
abandonaron sus tierras y en una semana se desparramaron en una extensión de 150 kilómetros,
pasando a cuchillo a pulperos, mayordomos y propietarios que intentaron oponérseles”. El gobierno
movilizó para sofocar la rebelión a tropas policiales desde Temuko, Victoria, Mulchén y Santa Bárbara,
con el apoyo de aviones de la Fuerza Aérea.
En piquetes de 20 carabineros, las fuerzas represivas se internaron en la zona, en una primera etapa
de poca eficacia, pero que más tarde con el apoyo de 100 policías venidos desde Santiago al mando
del propio Director General de Carabineros, Humberto Arriagada Valdivieso, endurecieron su
accionar represivo, cometiendo toda clase de abusos. En una maniobra de arrinconamiento de los
rebeldes, que desde el lado sur eran atacados por las tropas al mando del Comandante Délano
Soruco y por el norte, desde Mulchén, bajo el mando del propio Arriagada, enfrentaron acciones
sumarias y muchos fueron pasados por las armas a pesar de haberse rendido ante las fuerzas
militares.
A principios de julio, un grupo rebelde seguía manteniéndose fuerte en los cerros de Llanquen. Los
que sobrevivieron a los fusilamientos indiscriminados fueron apresados o huyeron hacia la cordillera,
abandonando a sus familias. Las mujeres que se quedaron en los improvisados campamentos fueron
violadas y erradicadas para siempre con sus hijos de la zona. El gobierno los acusó de “bandoleros y
subversivos”, justificando de ese modo la brutal represión desatada contra ellos. Según el Senador
Pradenas, -parlamentario por Temuko en aquella época- resultaron detenidos 500 personas, de las
cuales sólo 23 llegaron a la capital de la provincia de Cautín, ciudad en la que se inició el proceso
judicial. Sobre el destino de las personas detenidas que no llegaron al juicio, no existe una versión
oficial y se les da por muertos, que se vienen a sumar a los que cayeron durante los enfrentamientos
registrados en la montaña.
Muchos de los que sobrevivieron, chilenos y mapuche, tras duras jornadas escapando por la
cordillera, terminaron dispersos en estancias o en los huertos de Neuken y Río Negro donde
rehicieron sus vidas, luego de cruzar hacia el Puelmapu tras padecer indescriptibles fatigas y
penalidades. Al final, tal como ocurrió muchas veces en la agitada vida política del Chile de los años
’20 y ’30, el olvido y las infaltables leyes de amnistía terminaron por echarle tierra a la masacre,
olvidándose de ello una sociedad entera… tal como antes, tal como después…
Por su parte, el Congreso Nacional también abordó los acontecimientos de Ránquil. La primera
sesión de la Cámara de Diputados, destinada a evaluar las noticias que llegaban desde la zona,
tuvo lugar el 10 de julio y resalta el desconocimiento acerca de las características de la zona como
de los grupos involucrados en el conflicto. Tampoco el Congreso publicó los informes producidos por
algunos diputados que viajaron a la zona para corroborar “in situ” la veracidad de los hechos

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