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A eso se suman las condiciones de semi-esclavitud en que vivían los campesinos y los
obreros del sector de Lonquimay, similares a las plantas salitreras del norte de Chile,
donde los trabajadores se encontraban sometidos a su empleador y el pago no se
realizaba en dinero sino que en fichas, que sólo se podían cobrar en las pulperías de
propiedad del patrón.
Además, desde fines del siglo XIX se provocaron graves disputas entre las
comunidades mapuches, antiguas propietarias de la zona, que habían sido expulsadas
de sus tierras históricas, para ser distribuidas a colonos extranjeros. A comienzos de
1934, la Sociedad Puelma Tupper empezó a exigir el desalojo de los “ocupantes” o
“usurpadores” de las tierras que les habían sido asignadas por el gobierno.
Esto produjo la disputa entre las comunidades y las autoridades. Pese a que se llevaron
conversaciones entre las partes, fuerzas de Carabineros empezaron a hostigar a los
ocupantes.
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SE “SUICIDARON”,
SEGUN CARABINEROS
Dos días después -el 9 de julio- El Mercurio publicó un revelador comunicado del
propio general Arriagada que afirmaba que “muchos revoltosos emprendieron la
fuga lanzándose al río”; el que se convirtió en grotesco el día siguiente en que se
decía: “Se ha tenido conocimiento que la mayoría de los agitadores que fueron
causantes de estos sucesos, se suicidaron arrojándose a los ríos”. Además, se
agregaba que “se tiene entendido que el general Arriagada dispondrá la libertad
de todos aquellos sediciosos que logren probar que ingresaron a las filas de la
revuelta atemorizados por la amenaza de muerte” (10-7-1934).
Posteriormente, La Nación y El Mercurio informaron que el comandante de
Carabineros Fernando Délano Soruco, había llegado a Temuco con los prisioneros.
El primero señalaba que eran 70 (15-7-1934) y el segundo 53 (15-7-1934). En el
documento oficial que se presentó a la justicia se identificó, con nombre y
apellido, a 56 personas; sin dar ninguna explicación de la gigantesca disparidad
de cifras con el número de detenidos del que había informado días antes. Más
aún, Délano reveladoramente agregaba que “no ha podido establecerse,
tampoco, cuántas fueron las personas que, por resistirse a engrosar las filas de
los revoltosos, fueron asesinadas por las turbas de Juan Segundo Leiva Tapia que
se valían de este procedimiento para sembrar el terror entre los mineros,
campesinos y obreros de la región” ( La Nación ; 20-7-1934).
Semanas después, en el Senado, el democrático Juan Pradenas Muñoz señaló, sin
ser desmentido, que de los 500 prisioneros solo habían llegado 23 detenidos a
Temuco (una cifra parcialmente errónea de Pradenas, que tampoco fue alegada).
Agregó: “¿Dónde están los demás, señor presidente? Si estas 500 personas
estaban prisioneras no pudieron huir, y si hubiesen huido, la prensa habría dado
cuenta de ello. Pues bien (…) tengo algunos antecedentes para creer que la
mayor parte de estos hombres fueron asesinados cobardemente, sin juicio previo,
sin establecerse responsabilidades”. Y entre los antecedentes citó un diario de
Collipulli que entrevistó al abogado de la Federación Obrera de Chile, Gerardo
Ortúzar: “El señor Ortúzar expresó haber presentado una demanda criminal para
la averiguación de numerosos delitos de los cuales ha tenido conocimiento. Entre
los más graves figuran asesinato de toda la familia Sagredo, con mujeres y niños
entre los cuales aparece una anciana de 70 años y una guagua de dos años (…),
asesinato después de su detención sin que opusieran la menor resistencia de
Marco Hermosilla, Cesáreo y Anselmo Orrego, Silvario Ortiz, Manuel Muñoz, José
Benicio Reyes, y numerosas otras personas largo de enumerar” ( Boletín del
Senado ; 31-7-1934).
Frente a estas gravísimas denuncias, sólo replicó débilmente el senador
conservador Romualdo Silva Cortés: “Es conveniente que se espere el resultado
de la acción judicial pendiente (…) Los poderes públicos, los parlamentarios y el
pueblo deben suspender sus juicios y esperar ese fallo” (Boletín citado). Como de
costumbre, nunca se esclareció judicialmente qué pasó con los -esta vez-
detenidos desaparecidos. Y la comisión que creó el Senado para investigar los
hechos, a sugerencia de Pradenas, simplemente archivó el caso.
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La masacre de Ranquil
Felipe Portales
Punto Final
El origen de este conflicto se remonta a la década del 20 del siglo pasado. El terreno conocido
como hijuela de Ránquil, desde 1881 formaba parte de un extenso latifundio denominado San
Ignacio de Pemehue, de alrededor de 132.000 hectáreas.
El conflicto comienza a escalar desde 1929, oportunidad en que Carlos Ibáñez del Campo dictó
el decreto N°3.871 del 14 de agosto. En este decreto reconocía a la familia Puelma Castillo la
propiedad de 139.362 hectáreas ubicadas en el Alto Bio-Bío, incluyendo 4.000 hectáreas de terrenos
fiscales, que habían sido entregadas con a la familia de colonos. Los campesinos, ante esta medida
del ejecutivo reaccionaron organizándose en el Sindicato Agrícola de Lonquimay. Una
delegación encabezada por su presidente, Juan Segundo Leiva Tapia, que viajó a Santiago para
intentar revertir esta medida. Como resultado se logró la derogación del decreto N°3.871 y también,
que se dictara uno nuevo, el N°265, de 27 de marzo de 1931, que convertiría esta hijuela en la Colonia
Agrícola de Ranquil.
Sin embargo, la caída de Ibáñez y la ascensión al poder de Arturo Alessandri Palma significaría el
comienzo de la tragedia de Ránquil y del Alto Biobío. La nueva administración adoptó una política
favorable a los intereses de los latifundistas y los hacendados Puelma y Bunster, quienes
consiguieron a través de la acción de sus abogados que el gobierno volviera a revisar las medidas
paliativas adoptadas por Ibáñez para descomprimir la situación en 1931.
El informe de la comisión nombrada por el Ministerio de la Propiedad Austral para
investigar la validez de terrenos en la Provincia del Biobío tuvo como resultado los
decretos de 1931 que favorecieron a los colonos con la entrega de 30.000 hectáreas de terrenos
fiscales a los latifundistas. Esta acción del Ejecutivo fue la base para que los colonos, campesinos y
mapuche fueran considerados ocupantes ilegales de los terrenos y fuera solicitado su desalojo
definitivo.
Era difícil para los colonos y campesinos aceptar el abandonar las tierras que consideraban suyas. El
Sindicato de Lonquimay pretendió establecer alguna coordinación para la resistencia, pero el traslado
a la zona de fuerzas armadas de carabineros, sumado al apoyo de la Guardia Civil de Lonquimay y
milicias republicanas que respondía a las órdenes del gobierno, no pudieron ser contrarrestadas por
los colonos.
El invierno en la cordillera de Lonquimay es siempre terrible, pero en aquel invierno de 1934 lo fue
mucho más y la gelidez de la montaña parece que también terminó congelando la memoria histórica
de un episodio que unió, tal vez por única vez, a mapuche-pewenche y campesinos chilenos pobres.
Se trata de la más olvidada y no por ello la menos terrible de las matanzas gestadas desde el Estado
chileno contra aquellos que se oponen a los designios del poder.
Rebeldes capturados por el
Estado Chileno
Desde mediados de junio de aquel año, hasta bien entrado el mes siguiente, el Alto Bío Bío se tiñó de
sangre mapuche y chilena, luego de que casi un millar de habitantes de esa zona se alzaran en armas
contra el gobierno de Arturo Alessandri y pusieran en jaque la “seguridad” de los colonos extranjeros
que se habían apropiado, con la venia del Estado chileno, de los ancestrales territorios pewenche de
la alta cordillera. La represión no se hizo esperar y Carabineros de Chile hizo su entrada triunfal en los
avatares represivos, sofocando el alzamiento, para luego asesinar cobardemente a casi 500
prisioneros que se habían rendido al verse derrotados.
Se produjeron enfrentamientos menores como el de Nitrito, pero el más recordado por su significado
fue el acontecido en el Puente de Ránquil. En ese lugar a inicios de julio de 1934, se estima que
alrededor de doscientos campesinos trataron de impedir el paso a las fuerzas uniformadas y de
apoyo particular. Como resultado, aproximadamente un centenar de personas fueron asesinadas
durante esa semana y un número indeterminado fue apresado.
El despojo de tierras mapuche iniciado en la segunda mitad del siglo XIX con la “Pacificación de La
Araucanía”, tiene su momento cúlmine en las tres primeras décadas del siglo siguiente, cuando el
Ministerio de Tierras y Colonización, creado por el Estado chileno, terminó su labor de “redistribución”
de las tierras usurpadas en el Gulumapu, generando toda una masa de mapuche empobrecidos que,
en territorio pewenche, eran arrinconados cada vez más arriba en la cordillera. A ellos se unía un
cada vez más creciente número de colonos chilenos pobres que terminaron habitando el mismo
espacio de los pewenche y sobre todo compartiendo las mismas miserias de éstos. Ello llevó a que los
colonos chilenos, agrupados en el Sindicato Agrícola de Lonquimay, solicitaran al gobierno la entrega
legal de un predio en la localidad de Nitrito, que habitaban varios chilenos y pewenche desde hacía
más de una generación.
La Sociedad Puelma Tupper reclamó para sí la propiedad de las tierras y exigió una orden judicial de
desalojo, basada en la prerrogativa jurídica de que quienes habitaban el lugar no tenían títulos de
propiedad. Ante ello, los habitantes del lugar propusieron al Estado que comprase las tierras al
reclamante y ellos a su vez pagarían al primero, en un plazo prudente, el valor de éstas. Sin embargo,
mientras se realizaban las negociaciones, Carabineros comenzó a hostigar a los campesinos,
utilizando contra los hijueleros todos los abusos y formas de atemorizamiento posibles. Cuando las
tierras estaban recién cultivadas y comenzaba el duro invierno cordillerano, llegó la fuerza represiva a
desalojarlos, destruyendo cercos e incendiando los ranchos, expulsándolos sin misericordia y
conduciéndolos hasta terrenos estériles, más arriba de la misma cordillera, sin alimentos ni
habitación.
En Nitrito, Ranquil, Quilleime, Lolco y Trubul, los campesinos se unieron en defensa de los
expulsados, recibiendo el apoyo de los mapuche de la reducción Maripe, cuyo lonko Ignacio Maripe,
quince años antes había perdido sus tierras en el mismo Fundo Ralko. Según se consigna en
documentos de la época, este lonko pewenche fue salvajemente torturado en vida, sacándosele los
ojos, cortándosele la lengua y las orejas hasta dejarlo exánime. Tal como se consiga en documentos,
relatos y sobre todo en la prensa chilena de la época, el principal líder del alzamiento fue el profesor
de castellano José Segundo Leiva Tapia, que habiendo estudiado en Santiago regresó a la zona para
dedicarse a la “agitación social” e imbuirse de la cultura mapuche.
Por lo mismo, parte de los alzados correspondían a campesinos mapuche-pewenche, hecho que
queda consignado en una información aparecida el domingo 1º de julio en el diario La Nación y que
daba cuenta de la activa presencia mapuche, con el sugestivo titular de: “Alrededor de cien indios
combaten en las filas sediciosas”. De igual forma, el listado final de detenidos, publicado el 20 de julio
en la prensa nacional consigna la presencia de al menos una decena de mapuche que fueron pasados
posteriormente a los racistas tribunales de justicia chilenos.
Más de medio millar de asesinados
Avanzado ya el invierno, en junio de 1934, la desesperación, el hambre, el frío y el odio, dieron paso a
la revuelta. Varios miles de campesinos y mapuche, armados de viejos fusiles y escopetas, asaltaron
las pulperías y bodegas de los latifundios cercanos, y asumieron posiciones de enfrentamiento. El 29
de junio, el diario La Nación titulaba “Armados Avanzan sobre Lonquimay” y el decano patronal de la
prensa nacional, El Mercurio, titulaba cuatro días más tarde: “Se acentúa la gravedad de los sucesos
del sur”, en clara alusión al avance de los campesinos alzados en armas por su dignidad.
El historiador Ricardo Donoso, desde su particular visión política, dice de ello en su libro ‘Alessandri,
Agitador y Demoledor’: “Un grupo de inquilinos del Fundo Ranquil, levantados en armas,
abandonaron sus tierras y en una semana se desparramaron en una extensión de 150 kilómetros,
pasando a cuchillo a pulperos, mayordomos y propietarios que intentaron oponérseles”. El gobierno
movilizó para sofocar la rebelión a tropas policiales desde Temuko, Victoria, Mulchén y Santa Bárbara,
con el apoyo de aviones de la Fuerza Aérea.
En piquetes de 20 carabineros, las fuerzas represivas se internaron en la zona, en una primera etapa
de poca eficacia, pero que más tarde con el apoyo de 100 policías venidos desde Santiago al mando
del propio Director General de Carabineros, Humberto Arriagada Valdivieso, endurecieron su
accionar represivo, cometiendo toda clase de abusos. En una maniobra de arrinconamiento de los
rebeldes, que desde el lado sur eran atacados por las tropas al mando del Comandante Délano
Soruco y por el norte, desde Mulchén, bajo el mando del propio Arriagada, enfrentaron acciones
sumarias y muchos fueron pasados por las armas a pesar de haberse rendido ante las fuerzas
militares.
A principios de julio, un grupo rebelde seguía manteniéndose fuerte en los cerros de Llanquen. Los
que sobrevivieron a los fusilamientos indiscriminados fueron apresados o huyeron hacia la cordillera,
abandonando a sus familias. Las mujeres que se quedaron en los improvisados campamentos fueron
violadas y erradicadas para siempre con sus hijos de la zona. El gobierno los acusó de “bandoleros y
subversivos”, justificando de ese modo la brutal represión desatada contra ellos. Según el Senador
Pradenas, -parlamentario por Temuko en aquella época- resultaron detenidos 500 personas, de las
cuales sólo 23 llegaron a la capital de la provincia de Cautín, ciudad en la que se inició el proceso
judicial. Sobre el destino de las personas detenidas que no llegaron al juicio, no existe una versión
oficial y se les da por muertos, que se vienen a sumar a los que cayeron durante los enfrentamientos
registrados en la montaña.
Muchos de los que sobrevivieron, chilenos y mapuche, tras duras jornadas escapando por la
cordillera, terminaron dispersos en estancias o en los huertos de Neuken y Río Negro donde
rehicieron sus vidas, luego de cruzar hacia el Puelmapu tras padecer indescriptibles fatigas y
penalidades. Al final, tal como ocurrió muchas veces en la agitada vida política del Chile de los años
’20 y ’30, el olvido y las infaltables leyes de amnistía terminaron por echarle tierra a la masacre,
olvidándose de ello una sociedad entera… tal como antes, tal como después…
Por su parte, el Congreso Nacional también abordó los acontecimientos de Ránquil. La primera
sesión de la Cámara de Diputados, destinada a evaluar las noticias que llegaban desde la zona,
tuvo lugar el 10 de julio y resalta el desconocimiento acerca de las características de la zona como
de los grupos involucrados en el conflicto. Tampoco el Congreso publicó los informes producidos por
algunos diputados que viajaron a la zona para corroborar “in situ” la veracidad de los hechos