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13/10/2019 El miedo a la revolución y los “deberes del patriotismo”: el debate Acosta-Riera Aguinagalde frente a la guerra federal en Venezuela, 18…

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Colloques | 2007
IVe Journée d'histoire des sensibilités EHESS 6 mars 2007/IVa Jornada de Estudios de Historia de las
Sensibilidades – Coord. Frédérique Langue

R R

El miedo a la revolución y los


“deberes del patriotismo”: el
debate Acosta-Riera Aguinagalde
frente a la guerra federal en
Venezuela, 1859-1863
[09/07/2007]

Résumés
Español English
La dureza del conflicto armado que caracterizó la Guerra Federal en Venezuela, guerra campesina
contra el latifundio, de liberales contra godos y de pobres contra ricos, es sin lugar a dudas el
momento más intenso de violencia social que acompañó a casi todo nuestro siglo XIX y que
trasformó aquel acontecimiento en una verdadera “fábrique d’emotions”, cuyos efectos en la
mentalidad venezolana ha sido tratada por historiadores positivistas de la talla de Lisandro Alvarado
y Laureano Vallenilla Lanz alrededor de la tesis del igualitarismo social. Además de esta labor
historiográfica que trabaja sobre los efectos políticos de aquel acontecimiento bélico, el estudio del
debate llevado a cabo en 1867 y 1868 entre dos grandes intelectuales de la época, don Cecilio Acosta
y el Dr. Ildefonso Riera Aguinagalde, acerca de la justeza y necesidad de aquella guerra social, puede
darnos pistas acerca del grado de sensibilidad con que aquella sociedad asumió la noción de
revolución puesta a circular en el vocabulario político venezolano como una representación de la
necesidad del cambio social impregnada de una idea de progreso, justicia y libertad que sólo era
posible alcanzar por la vía de la violencia. El propósito de esta comunicación es contextualizar aquel

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debate tanto en su entramado social como en el universo simbólico en el que se inserta la
sensibilidad al cambio y su mediación a través del discurso político liberal.
The hardness in the armed struggle that defined the Federal war in Venezuela, country men war
against large landed estate, from liberals against “godos” and poor against rich ones, is doubtless the
hardest moment in social violence that occured almost all XIX century long and transformed that
event in a real “fabrique d’emotions”, whose effects in venezuelan mind has been treated by
positivist historians like Lisandro Alvarado and Laureano Vallenilla Lanz in accordance with social
equality thesis. Besides this historiographic work about the political effects of that warlike event, the
study of the debate made in 1867 and 1868 between these two great thinkers from that time, “Don”
Cecilio Acosta and Dr. Ildefonso Riera Aguinagalde, about the justice and necessity of that social
war, can give us the keys about the sensibility level of that society which assumed the notion of
revolution, appearing in the venezuelan political vocabulary as a representation of the necessity of
social change related to the progress, justice and freedom idea, which was only possible through
violence way. The purpose of this communication is to contextualize that debate, either in its social
element or in the symbolic universe in which the sensibility to change and its mediation through the
liberal political discourse is introduced.

Entrées d’index
Mots clés : Venezuela
Keywords : ideas políticas, Acosta (Cecilio), Riera-Aguinalde, Guerra federal, liberalism
Palabras claves : sensibilidades, siglo XIX, Revolución, liberalismo, federalismo

Texte intégral

I.- De la sensibilidad en la historia a una


“historia de las sensibilidades” en
Venezuela siglo XIX.
1 Sujeto nuevo de la historia, calificaba Lucien Febvre al aparecimiento de la “sensibilité”
como objeto del estudio de los historiadores en articulo publicado en Annales en 1941 y
que luego recoge en sus Combats pour la Histoire, en el apartado dedicado a la relación
entre psicología e historia. La interrogante con la que subtitula aquel escrito, sigue siendo
un desafío: ¿Cómo reconstituir la vida afectiva de las sociedades antiguas?. Lo primero
que nos advierte Febvre es que la palabra tiene diversos significados en la historia. En el
siglo XVIII, se trata de la susceptibilidad del ser humano dada por las impresiones del
orden moral, como los sentimientos de piedad y tristeza, que actúan como impresiones
que los objetos dejan en el alma. Aquí la sensibilidad es pasiva. Pero hay otro sentido de la
palabra donde se trata más bien de la percepción que el hombre tiene de ciertas
impresiones que la vieja psicología calificaba como las facultades de la inteligencia, la
sensibilidad y la voluntad y que conforman lo que Febvre da en denominar la vie affective
y sus manifestaciones. Siguiendo a Charles Blondel esta vida afectiva es lo más
característico de la subjetividad que hay en el hombre, lo que puede ser analizado en sus
causas orgánicas y en aquellas manifestaciones que como el terror, la cólera, la alegría o la
angustia forman parte de la vida de todo ser humano y de toda sociedad.
2 Pero no se debe confundir la sensibilidad con la emoción que es más bien una simple
reacción automática del organismo a las solicitudes del mundo exterior pero que también
tienen una gran importancia para el estudio histórico-social ya que “Les émotions sont
contagieuses”, 1 lo que implica tanto las relaciones individuales como las relaciones
colectivas. Las emociones por una suerte de reacción mimética contagian el complejo
afectivo-motor y desencadenan situaciones sociales y políticas inesperadas. En una escala
siguiente, este conjunto de emociones se transforman en un sistema de instituciones en la
medida en que son reglamentadas a través de rituales y ceremonias que buscan suscitar en
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un conglomerado social determinado los mismos gestos y actitudes, las mismas emociones
soldadas en una suerte de “individualité supérieur” que los prepara para llevar a cabo la
misma acción.
3 El mejor medio de controlar o reprimir una emoción es llevándola a determinar con
precisión los motivos que la desencadenan o el objeto de su acción. En ese sentido, se trata
de pasar de la actividad emocional a la actividad racional, porque son opuestas. Ahora
bien, ¿cómo reconstituir esa vida afectiva del pasado? Una vía puede ser el estudio del
vocabulario, dice Febvre, en la medida en que se trata de aprehender más los sentimientos
que las cosas. Otra, la iconografía artística contrastada con la sentimentalité religieuse. Y
como fuentes, tres tipos de documentos: documentos morales, documentos artísticos y
documentos literarios. La invitación del gran historiador es a abrir una vasta encuesta
colectiva, un verdadero programa de investigación acerca de los sentimientos
fundamentales de los hombres y sus modalidades, destacando el rol que las actividades
emocionales han jugado en la historia de la Humanidad, comparándola con el papel de la
actividad intelectual, que ha sido realmente el factor dominante de estudio, quedando las
emociones al margen, en la periferia, desempeñando un papel entre secundario y
despreciable en los procesos histórico-sociales. Es, en esta dimensión de lo afectivo, donde
debemos ubicar ese rol de la sensibilidad en la historia, pasando a construir una historia
de las sensibilidades como objeto de estudio, ambición a la que responde, en el tiempo, el
Proyecto de Investigación del CNRS sobre Historia de las Sensibilidades, coordinado por
Frédérique Langue y Sandra Pasavento (http ://cerma.ehess.fr) y las presentes Jornadas
anuales sobre la Historia de las Sensibilidades que se realizan en los ambientes de la
EHESS.2 Para una de sus promotoras actuales en Francia, Frédérique Langue, se trata de
abordar “ces objets encore mal perçus que son pour l’historien les affects et passions, les
syncrétismes fondateurs d’identités, les conflits de mémoires et la construction de
catégories historiographiques, et enfin, cette fabrique d’émotions pour le temps présent
que constitue le diptyque violence et guerre lorsqu’il est l’objet de remémorations et de
souffrances.” 3
4 En nuestro caso, para la presente comunicación, hemos tomado un periodo histórico
muy sensible a los cambios, que se inaugura en lo político general con la ruptura del
dominio colonial español en 1811, la guerra de independencia 1812-1821, la creación, crisis
y disolución de la República de Colombia 1821-1830 y la construcción del estado nacional
venezolano a partir de 1830, todo ello en el contexto de una profunda crisis social y un
estado casi permanente de guerra civil que acompaña la conformación de un nuevo
sistema de dominación política liberal después de la practica eliminación física de la
anterior clase dominante interna de los llamados blancos criollos, situación de
inestabilidad que puso en el orden del día la acción de guerra como mecanismo de cambio
social y el caudillismo como sistema de autoridad en una sociedad disgregada y
empobrecida en cuyo vocabulario la palabra revolución cobra un significado muy diverso y
muy distante a lo que en el siglo XX proclamarán los ideólogos del marxismo criollo,
fundadores de dos de los cuatro principales partidos modernos del país: el partido Acción
Democrática y el Partido Comunista de Venezuela. ¿Hasta dónde el término revolución
tiene diferentes significados para la Venezuela rural del siglo XIX y para la Venezuela
petrolera del siglo XX?, es una interrogante que nos plateamos en un tiempo de larga
duración. Este estudio puede dar algunas pistas a ese respecto ya que se trata de abordar, a
través del debate entre don Cecilio Acosta y el Dr. Ildefonso Riera Aguinagalde llevado a
cabo en 1867 y 1868, el grado de sensibilidad con que aquella sociedad asumió la noción
de revolución puesta a circular en el vocabulario político venezolano como una
representación de la necesidad del cambio social impregnada de una idea de progreso,
justicia y libertad que sólo era posible alcanzar por la vía de la violencia. La coyuntura la
ofrecen las elección presidenciales de 1868 y el telón de fondo la interpretación de la
Guerra Federal que se desarrolló entre 1859-1863, sobre cuyo triunfo se levanta el nuevo
sistema político federal que defiende Riera Aguinagalde como un hecho político progresivo
y que Acosta cuestiona como vía civilizada y necesaria para promover el cambio social en

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sistemas políticos que como el nuestro se han asumido doctrinariamente como


republicanos.
5 Pero sólo desde esa perspectiva, nuestro estudio quedaría reducido a un capitulo más de
la historia de las ideas, sobre las cuales hay suficiente material escrito en nuestro país. En
este caso, detrás de las ideas puestas en juego, hay otra dimensión a la que no le hemos
dedicado reflexión seria y reposada la cual tiene que ver con esa vie afective de la que nos
habla Febvre en su artículo citado o esa fábrique d’émotions a la que se refiere Langue, y
que pudiéramos resumir en todas aquellas manifestaciones emocionales que desata la
guerra y que en aquella sociedad un término como revolución pretende racionalizar hasta
prender en el vocabulario social del pueblo como sinónimo, por un lado, de
transformación social racionalmente conducida, y por el otro, de violencia y destrucción
de un orden político y social establecido, violencia motorizada, más que por las doctrinas
que aparecen en los manifiestos públicos, por el sentimiento de odio al rico, al godo,
expresión que como ha señalado Laureano Vallenilla Lanz en uno de sus estudios sobre
nuestro siglo XIX, representa en el sentimiento popular, a aquellos sectores poseyentes,
comerciantes, letrados y burócratas que abrazaban las banderas del Rey en la Guerra de
Independencia y que luego, en la República de 1830 en adelante, constituyeron una
“oligarquía de tenderos, de canastilleros – como se decía entonces – favorecidos por la
Constitución de 1830, que sólo concedía derechos electorales a los que poseyesen
rentas..”4 En síntesis, aquella oligarquía goda, no sólo era rica, sino también usurera,
excluyente y antipática. ¿Qué sentimientos de afecto podía generar en el común aquel
conglomerado social?
6 Pues bien, frente a aquella situación de conflicto social y en aquel ambiente de ira, como
la ha caracterizado el escritor Antonio Arráez al referirse a nuestro siglo XIX, es que
ambos pensadores tratan de racionalizar la violencia, protagonizado una polémica
doctrinaria que busca darle sentido político a una palabra que ha entrado en el vocabulario
político venezolano de la época con un significado de violencia, cambio brusco de gobierno
y hasta de golpe de estado. Pero se trata, más bien, de un término polisémico al cual cada
quien le da su orientación y destino. Por ejemplo, ensayando una arqueología de la
palabra, cuando Bolívar se plantea avanzar en la abolición de la esclavitud, frente a la
oposición de los propios legisladores que anteponen la salida gradual de la manumisión,5
señala lo siguiente en carta a Santander de 20 de mayo de 1820: “ El impulso de esta
revolución está dado, ya nadie lo puede contener y lo más que se podrá conseguir es
darle buena dirección. El ejemplo de la libertad es seductor y el de la libertad doméstica
es imperioso y arrebatador.(…) Nuestro partido está tomado, retrogradar es debilidad y
ruina para todos. Debemos triunfar por el camino de la revolución, y no por
otro.”(Subrayado nuestro)6
7 En términos historiográficos, nuestro primer estudio sobre la independencia, publicado
por Manuel Palacio Fajardo en 1817, lleva este sugestivo título: Bosquejo de la Revolución
de la América Española.,7 Para este autor la revolución es sinónimo de lucha por la
independencia, mientras que para Bolívar revolución es sinónimo de libertad de los
esclavos. En la obra de Juan Germán Roscio, publicada por primera vez en Filadelfia en el
año de 1817, El triunfo de la libertad sobre el despotismo, la idea de revolución viene dada
por la lucha contra la tiranía. Así define este autor, por ejemplo, la rebelión de los
Macabeos contra el dominio de los Babilonios en su obra: como una revolución.8 Tres
significados para una misma palabra. Vamos cómo se maneja el término en el debate
Acosta-Riera Aguinagalde, unas décadas después.

II.- El debate Acosta-Riera Aguinagalde:


la dimensión doctrinaria.

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8 La polémica la inicia Cecilio Acosta (Jullius) en artículo aparecido en El Federalista, el
16 de diciembre de 1867 el cual es comentado críticamente por Riera Aguinagalde
(Clodius).En ese primer articulo Acosta expone su teoría social y su caracterización de la
guerra federal. El contexto lo dan las elecciones de 1868 “época eleccionaria, que da el
blanco de todas las esperanzas y la fórmula de todos los derechos…”9 El planteamiento
central es que en Venezuela, “aún no hemos querido entrar en las practicas republicanas,
en la discusión pacífica del derecho, en los usos respetables de asociación, en la prensa
como luz, en la representación como reclamo…para después ocurrir a la guerra como
único remedio y crear una nueva situación política…”10 (Subrayado nuestro)
9 En la conformación de esta conducta social Acosta destaca la importancia del factor
subjetivo porque está en el orden de los sentimientos, de las emociones. Dice el autor: “Lo
que ha enfermado siempre a los pueblos americanos de la raza latina, y puede ser por
algún tiempo su cáncer futuro, es el odio político: confunden de ordinario la idea con la
persona, la doctrina con la parcialidad; se oyen a si solos, se niegan a la cooperación de
la labor común, y vienen, como resultas, la esterilidad en los esfuerzos de la
administración, la impotencia en los trabajos de la paz y la pendiente que va a dar a los
abusos de la guerra.” Si nos seguimos por Emilio Mira y López en su obra Cuatro
gigantes del alma, nos encontramos que uno de estas manifestaciones es la ira,
clasificada, junto al miedo y al amor, como una de las tres emociones primarias “… en las
que se inscribe toda gama de reflejos y desflejos de huida, agresión y fusión posesiva…”11
10 Partidario del “progreso sin saltos”, cuando Acosta habla de raza latina se refiere a
costumbres. Dice: “…el mal no es, de la raza; es de la falta de costumbres; y es menester
fundarlas en el ejemplo y difundirlas con la enseñanza.”12 En ese sentido, como “...las
revoluciones nuestras no se hacen como en otras partes, acaudilladas por los grandes
intereses, que están en las ciudades populosas, en los bancos, en las bolsas en los ricos
gremios” , sino que nacen en el campo, en los despoblados, la fórmula es entonces: “…o
poder para todos, o revolución para los excluidos”. Por tanto, son revoluciones “preñadas
de desastres” donde el país se barbariza. Su conclusión es muy clara: condenar “toda
revolución que tenga por objeto conseguir por ella lo que se puede en paz por las
elecciones venideras.”13 En una segunda entrega, de fecha 8 de enero de 1868, después de
caracterizar la doctrina republicana que profesa, insiste en señalar que el origen de
nuestras revoluciones está en la carencia de prácticas republicanas, situación que describe
con esta metáfora:

“Estas Repúblicas padecen de hidrocefalia o de plétora; toda su vida está arriba, y abajo hay poco o
nada animado. Como consecuencia de esto, se nota un fenómeno que se repite: que las
manifestaciones son de servidumbre o epilepsia: que callamos o peleamos, que pasamos de la
mordaza al fusil y que no sabemos hacer uso de este término medio que reparte el calor en todo el
cuerpo, del derecho escrito, de la palabra simpática, de la reclamación digna, de la ciudadanía
respetable.”14

11 Para Acosta, revolución es sinónimo de guerra, de violencia, y ante ello se declara


enemigo de la guerra “… como sistema, porque amontona en vez de organizar y crea
prestigio de la fuerza en vez de prestigios de mérito y virtud… » Por ello, frente a la
opción de la revolución señala: “Nuestra teoría es que las revoluciones destruyen y
atrasan. A nada viene que sean a veces providenciales y a veces un derecho…Nuestro
programa político, prescindiendo de formas, es el que da el progreso del pueblo inglés,
que va lento pero que va bien.”15
12 Por su parte Ildefonso Riera Aguinagalde asume de entrada los efectos políticos
positivos de la Guerra Federal que ha sacado del poder, por la vía de las armas, a los
conservadores. Al respecto señala: “La bandera federal triunfante ha cambiado,
mejorando, las instituciones. Al centralismo que absorbía ha sustituido el gobierno
propio, que dilata.”16. Con ello, toma partido político frente a su adversario
correspondiéndole defender al nuevo gobierno que ha surgido de la guerra. Por ello va al
núcleo central de la polémica que para él esta en la diferencia que debe establecerse entre
revolución y motín, lo que para Acosta es lo mismo por sus consecuencias.
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13 Según Riera Aguinagalde, es Acosta quien niega el modo con el que se ha consumado la
civilización establecida en todas las zonas de la tierra y en todas las naciones del globo. Por
ello sentencia: “Las revoluciones, si destruyen no atrasan: las revoluciones, al contrario,
avanzan y civilizan.” 17 Para fundamentar su tesis, pasa revista a la historia universal para
afirmar que todo cambio trascendente, desde la conquista de Alejandro en el Asia hasta la
llegada de Colón a la América, pasando por Jesucristo que destrona a César, Mahoma que
propaga una nueva religión, la Iglesia que unificando a Europa fundamenta la nueva
democracia moderna y Bolívar que libera un continente, todo ello, es el producto de una
revolución. Así, dice Reira Aguinagalde, progresan los pueblos. En consecuencia, las
revoluciones civilizan, ya que Acosta “confunde ideas diferentes. Para él guerra y
revolución son sinónimos; he aquí su error. Para nosotros revolución es el derecho
armado, los pueblos tras las trincheras del Monte Sacro, la espada allanando los
caminos del progreso.” Diferencia dos fases: una primera, donde se realizan “prodigios en
poco tiempo”, lo cual exige, en un segundo momento, el concurso de la inteligencia que
“construye y el orden que consolida. Son dos turnos marcados por pausas muy
sensibles: el zapador, que enviado por Dios, tala; y la inteligencia que terminada la
fatiga siembra.”18
14 Ahora bien, siendo ambos pensadores, liberales y republicanos, dónde reside la
diferencia. ¿Es un problema simplemente conceptual? ó ¿se trata de valoraciones
diferentes acerca del uso de la violencia en función de la transformación social?. ¿Es la
guerra un fenómeno simplemente político? ó ¿un escenario donde entran en juego las
sensibilidades colectivas frente a la vida y la muerte?. La respuesta que demos a esta
última interrogante, involucra necesariamente a la cultura como valoración del otro, lo
que nos coloca en el campo de los imaginarios sociales que se construyen a partir de esas
ideas-imágenes que se forman entre los individuos y que circulan en la sociedad global19
como dimensión no racional del poder, dimensión sustentada en ese complejo afectivo que
encontramos en creencias, ficciones, mitos y símbolos que dan sentido al quehacer
político.?20
15 Se trata, pues, de preguntas complejas y claramente universales que en el siglo XIX
aparecen nucleadas alrededor del debate político: revolución y violencia v.s. orden y
progreso, pero que en una lectura de la guerra como “fabrique des emotions” puede tomar
el camino paradójico de la inclusión del otro por el camino de su muerte, lo que nos hacer
recordar aquel pasaje de Octavio Paz en El laberinto de la soledad, que nos habla de la
fiesta entre los mexicanos: “Esa noche los amigos, que durante meses no pronunciaron
más palabras que las prescritas por la indispensable cortesía, se emborrachan juntos, se
hacen confidencias, lloran las mismas penas, se descubren hermanos y a veces, para
probarse, se matan entre si.”21 Ni más ni menos, una manera muy real de construir
ciudadanía en tanto este proceso subjetivo involucra sentidos de pertenencia a una
comunidad política, valores de responsabilidad y virtud cívica compartida, y lo más
significativo en nuestro caso, el sentido de la dialéctica inclusión-exclusión del otro. En el
caso que nos ocupa, la violencia es una respuesta a la exclusión que en la República
Oligárquica se le hace al pueblo pobre que se aprecia y conceptúa como una
representación de la barbarie,22 pero también del extranjero que al no integrarse se ve más
bien como extraño y diferente y, en el caso del oponente político al que hace referencia
Cecilio Acosta, no como rival sino como enemigo al que hay que negar y eliminar
físicamente – de ser posible — como ser humano. Como se trata en el fondo de la
construcción de una idea de nación, imaginada como una comunidad política “limitada y
soberana”,23 hay un principio de cierre, de exclusión, que determina el umbral de
nacionalidad que transforma la diferencia social y cultural de individuos y grupos en
diferencias naturales y hereditarias que hacen parte del concepto de nación como
comunidad de raza. 24 En este caso, la sensibilidad frente al otro, socialmente diferente
como casta “baxa y servil” heredada de la colonia y como clase social explotada y
dominada, es de fundamental importancia en nuestro análisis ya que alimenta ese odio
político al que hace referencia Acosta, aunque habría que diferenciar el odio de clase,

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presente en la Guerra Federal, odio contra el godo, del odio político más asociado a la
lucha individual por el poder político entre los integrantes de la clase dominante, tema que
hemos tratado en otro artículo dedicado al estudio del surgimiento del Partido Liberal
venezolano en 1840 y los efectos sociales de su discurso político.25 Veamos cómo se
desarrolla esta contradicción en el debate que hemos venido citando.
16 Para Acosta, el odio político es el motor que desencadena la violencia que Riera
Aguinagalde califica de revolución, lo cual define como un problema de costumbre
arraigado en la personalidad de la raza latina. Esa es su tesis. Para Reira Aguinagalde, la
revolución, es un fenómeno más complejo que consta de dos fases: una violenta, que
destruye el orden establecido y la otra pacifica, que construye un nuevo orden. En todo
caso, se trata de una fatalidad necesarias que resumen con estas palabras:

“Todo esta subordinado a una ciencia infinita, a una ciencia suprema, a la mano paternal de la
Providencia. Y todo esto es bueno y ha sido siempre así, y continuará invariable en sucesión de las
edades. La guerra, porque destruye, no merece maldiciones; y si la inteligencia edifica es porque
anticipadamente se le prepararon las vías. Seremos más justos, si dando a cada uno lo que le
pertenece no exaltamos uno de los elementos deprimiendo su antagonista.”26

17 ¿Se trata de dos concepciones de la guerra y de la revolución?. Aparentemente si. La


concepción de Acosta es que entre nosotros la revolución es guerra y por tanto un
atavismo que sólo resuelve una verdadera practica republicana. La revolución no es
necesaria. La otra concepción, la de Riera Aguingalde, asume la revolución como una
fatalidad necesaria, inevitable porque forma parte de los designios divinos, pero que no es
sólo guerra y destrucción, sino fundamentalmente, construcción y progreso. Es el camino
de la civilización. En nuestro caso, son dos racionalizaciones que buscan darle explicación
a un acontecimiento bélico que, como la Guerra Federal, ha cubierto de sangre, desolación
y muerte a más de la mitad del país. Esta guerra, desatada entre 1859 y 1863, en qué
sentido ha sido una fatalidad necesaria y en qué sentido ha sido la expresión de una
sensibilidad frente a la vida y la muerte. ¿Es posible comprender la guerra en su
dimensión afectiva?

III.- Guerra y revolución en su dimensión


afectiva.
18 Hay una historia previa a la Guerra Federal que está llena de violencia, destrucción y
odio al otro: La conquista española, que como hecho de violencia física y cultural frente
al mundo indígena no terminó nunca y la “guerra a muerte” que caracterizó a nuestra
lucha por la emancipación, entre 1814 y 1820. Como parte de la conformación histórica
de la nación venezolana la guerra a muerte es un capítulo polémico que involucra a una
generación y proyecta sombras sobre la conducta de quienes dirigieron e hicieron la guerra
de independencia. En términos culturales, es decir, como valoración del otro y de si
mismo, la guerra está tempranamente anclada entre nosotros como una secuela de la
conquista española del siglo XVI. Entre nuestros historiadores ha sido Rufino Blanco
Fombona, quien ha dedicado gran parte de su obra a la compresión de este fenómeno de
mentalidad que se expresa en sensibilidades y valoraciones acerca de la vida y la muerte.
En su conocida obra El conquistador español del siglo XVI (1921), por ejemplo, los temas
de la dureza, el heroísmo y la crueldad conforman, entre otros, los rasgos de la
personalidad del conquistador que se traslada a la personalidad de la raza, término que
envuelve a “…un grupo de gentes con determinados caracteres físicos y psíquicos –
preferentemente psíquicos – que durante largos periodos de tiempo se han desenvuelto
en circunstancias que les permiten tener y conservar ciertas características”.27 Entre
otros: el modo de ser religioso, la manera de conducirse en la guerra, la creación literatura,
etc.

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19 En relación a la dureza y crueldad del conquistador frente al indígena que califica y trata
como su enemigo, Blanco Bombona señala que ambas conductas son el resultado del
sentido fatalista de la vida que el español del siglo XVI maneja como principio, según el
cual, sólo sucede lo que debe suceder, lo cual genera desconfianza frente a la eficacia del
esfuerzo. Esto va unido a un catolicismo sui generis que imagina que se puede ser
bandolero y, a la vez, alcanzar la salvación del alma si se tiene fe en Dios. Dice al respecto,
este autor: “Los bandidos andaluces se encomiendan, antes del dar el golpe, a la Virgen
de La Macarena; y con más universalidad, si no con más fe, invocan los bandoleros de
México a la Virgen de la Guadalupe. Después de la imploración, ya se puede cometer la
fechoría, contando con el favor divino.”28 Esta dureza y crueldad tuvo campo abierto en la
conquista americana, frente a la cual, como su contrapeso, surgió ese sentido humanista y
humanitario expresado en aquellos hombres que como Montesinos y Las Casas
promovieron la idea protectora que trataron de implantar a través de las Leyes de Indias,
lo cual generó esa temprana contradicción que entre nosotros convive entre la realidad y la
ley.
20 Este es, pues, un primer escalón, donde aparece la obra destructiva de los
conquistadores que genera una manera de comportarse frente al otro y una norma que se
acata pero no se cumple. En un segundo escalón, encontramos la “guerra a muerte”,
desatada en plena lucha emancipadora contra España, capitulo al que también le dedicó
Blanco Fombona un denso estudio, como parte de su obra escrita sobre la personalidad de
Bolívar. Para este autor, la guerra a muerte no es más que la continuación de la guerra
desatada por los españoles en la conquista. La única diferencia, es que ahora, “peleaban
los españoles con sus hijos”.29 Si para Monteverde, los patriotas son súbditos rebeldes que
debían someterse con la ley de conquista, Bolívar es un fanático que le obsesiona la idea
fija de obtener la independencia de América por todos los medios posibles. En el fondo,
había el odio larvado de “castas y colores”. Bolívar, frente a aquella epidemia de crímenes
en que se desolaba el país entre 1813 y 1814, con su famosa proclama, no hizo más que
formalizar un enfrentamiento, aceptar una realidad y, lo más importante quizá, darle
sentido político a aquella carnicería humana.
21 En cuanto a la Guerra Federal, la situación de violencia no fue menor. Ha sido Lisandro
Alvarado, entre los más destacados historiadores de aquel acontecimiento el que mayor
información nos arroja en este aspecto en su obra Historia de la Revolución Federal de
Venezuela.30 Pero también nos dejó importantes anotaciones que desde la perspectiva de
la medicina aportan ideas al respecto, como su articulo sobre la “Neurosis de hombres
celebres de Venezuela”, donde por cierto dedica un perfil a cada uno de nuestro autores:
Ildefonso Riera Aguinagalde y Cecilio Acosta. Del primero nos dice lo siguiente: “De
estatura mediana y cabeza voluminosa, fue atacando de una afección cerebral –
reblandecimiento, según parece -. La enfermedad tuvo su curso bastante largo,
manifestándose desde temprano la locura de las ideas. Su fallecimiento tuvo lugar en
Paris el 24 de marzo de 1882”31 De Acosta nos refiere, en cambio: “Su carácter era casi
incalificable; constante en algunas cosas, inconstante en otras; de un corazón sensible e
incapaz de odio; su único y grande amor fue el de su buena y virtuosa madre…”32 ¿Qué
decir de la relación que nos plantean estos retratos patológicos y sus efectos en la vida
social e intelectual de nuestros dos autores analizados? Es un capitulo más de la historia
de las sensibilidades que está por escribirse, donde la escritura no puede quedar al margen
de la vida afectiva del sujeto que construye realidades y las divulga con su verbo oral y
escrito. Pero tiene también don Lisandro Alvarado un interesante estudio sobre “Los
delitos políticos en la Historia de Venezuela” donde analiza, a partir de algunos casos de
nuestra historia, el delito político. Allí es donde aparece, en toda su extensión y
profundidad, la fuerza de las emociones de venganza que en cierto momento se confunden
con la actuación política, más como ánimo de revancha y odio, que como decisión tomada
por razones ideológicas generales. La “guerra a muerte”, el asalto al Congreso en 24 de
marzo de 1848 y la Guerra Federal son tomadas como casos de estudio, como escenarios

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donde la política y la diplomacia se dan la mano con la “astucia, el disimulo, la hipocresía,


el engaño, la infidelidad, la perfidia, la defección..”33
22 Otro autor que nos aporta información de este aspecto poco estudiado de nuestra
historia es el escritor Antonio Arráez. En su obra Los días de la ira hay un inventario de la
violencia vivida en Venezuela entre 1830 y 1903, dejando un saldo de 39 revoluciones
desatadas en esos años. Es allí, en aquel escenario de revuelta, motín y revolución
permanente, donde los sentimientos de odio, destrucción y violencia contra el otro se
mezclan e interponen con los ideales de transformación social, donde aparece la figura
popular del “guapo”, como paradigma social y expresión de hombría. Para este autor, la
sociedad venezolana heredó de la independencia, amén de la miseria en que quedó sumida
la sociedad, el hábito de la guerra y la preponderancia de una “casta guerrera ambiciosa y
pendenciera”34 que sumió al país en un siglo de confrontaciones que creó afectivamente,
diríamos nosotros, ese clima de desasosiego emocional que el autor califica como un
“estado colectivo de permanente ira” que tal vez ha pasado a ser carga emocional de la
personalidad social del venezolano a la cual hay que observar con detalle en el
desenvolvimiento histórico para lograr su superación como costumbre y reacción colectiva
frente a la incertidumbre y el miedo que generan los cambios. Un problema cultural que
exige medidas de educación ciudadana, si se aciertan más que como patologías congénitas
como hechos sociales y culturales, que es como en su momento las calificaba don Cecilio
Acosta.
23 De allí, que desde las perspectivas de nuestro estudio de sensibilidades no preguntamos:
¿cómo se han internalizado estas conductas sociales en nuestro inconsciente colectivo
como nación, que es decir, como comunidad política, que se forja casualmente en aquellos
duros años de guerra? Parece que hemos heredado de aquel periodo de nuestra historia y
asumido como costumbre social, enfrentar al oponente político, más como enemigo que
debe ser destruido y aniquilado, hasta físicamente, que como rival en las ideas que merece
consideración de lo que plantea y respeto a su vida. Estos momentos de violencia
declarada, que en Venezuela caracterizaron casi todo el siglo XIX y que en el siglo XX se
continuaron con la tiranía de Juan Vicente Gómez, reaparecen en la transición política que
sigue a la muerte del tirano andino entre 1936 y 1945, en especial cuando la llamada
“Revolución de Octubre” liderizada por la Unión Militar Patriótica y el partido Acción
Democrática35, abren un nuevo capitulo de persecuciones y odios que lejos de cerrarse con
la llegada de la democracia política en 1958, se proyectarán con mayor fuerza en la
llamada década violenta de los años 60. Es, sobre este zócalo se sensibilidades colectivas,
que se construye y evoluciona, con el nuevo ingrediente de las desapariciones, el sistema
democrático-representativo con el que culmina en siglo XX venezolano, entre 1958 y 1998.
24 Ahora bien, los acontecimientos de violencia que han seguido al ascenso al poder del
actual Presidente Hugo Chávez han colocado en el escenario de lo público nuevamente
estos atavismos y estas reacciones afectivas donde se mezclan los sentimientos de temor y
odio, amor y esperanza. Lo hemos denominado “el miedo a la revolución” en la medida en
que condiciona reacciones sociales y hasta llega a determinar posiciones políticas. En el
periodo de la Revolución Bolivariana36, sin que la persecución y la violencia física se hayan
apoderado de manera definitiva del escenario de la confrontación política37 y el fenómeno
de las grandes movilizaciones pacificas de los contendores políticos hayan servido de
canalización del instinto de lucha, como bien diría el maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa,
y como catarsis de los sentimientos de odio contenido contra el otro, el discurso del
Presidente Chávez, cargado de emociones y simbolismos guerreros, ha generado un clima
afectivo caracterizado por ese fenómeno colectivo que George Lefebvre llamó, al referirse a
la Revolución Francesa, “la grande peur”38 el gran miedo, donde la conducta
revolucionaria se mueve – según su esquema de análisis — entre dos grandes pulsiones
esenciales y colectivas: la esperanza y el temor. Si a ello se agrega la diferenciación de
conductas que se aprecian entre el individuo y la muchedumbre, podemos inferir que en
estos periodos revolucionarios las sensibilidades colectivas están al orden del día. Se trata,
en cierto modo, de la activación de mecanismos de defensa y supervivencia cuya

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comprensión nos acercan más al mundo de la psicología social que al de la economía, la


política o la filosofía, sin que ello signifique, en una visión de totalidad del estudio de
cualquier fenómeno revolucionario, que haya que descartar la importancia estructural de
los factores sociales y económicos o la necesaria precisión de aquellas ideas y proyectos
políticos presentes en todo proceso revolucionario. Desde esta perspectiva de estudio que
hemos ensayado en esta oportunidad, es evidente que más allá de lo racional la lucha
política se desenvuelve también en el escenario de las emociones, lo cual hace que toda
revolución sea también una historia de las sensibilidades colectivas.

Notes
1 Febvre, Lucien. Combats pour l’histoire. Paris : Armand Collin. 1992. p. 224.
2 Las diferentes comunicaciones a este Jornada están publicadas en la revista electrónica Nuevo
Mundo Mundos Nuevos http://nuevomundo.revues.org y una edición especial dedicada al tema de
L’Amérique latine et l’histoire des sensibilités en la revista Caravelle. Cahiers du Monde Hispanique
et Luso-Bresilien. Toulouse: IPEALT. Presses Universitaires du Mirail. No. 86. 2006.
3 Langue, Frédérique. Présentation.. Caravelle. No. 86. 2006. p. 8.
4 Vallenilla Lanz, Laureano. Obras Completas. Caracas: Centro de Investigaciones Históricas de la
Universidad Santa María. 1983. T. I. p. 216.
5 Al respecto se puede consular en estudio que sobre este tema hacemos en: Rojas, Reinaldo.
Historiografía y Políticas sobre el tema bolivariano. Barquisimeto; Ateneo de Barquisimeto-Fondo
Editorial Buría. 1999. pp. 71-86.
6 Bolívar, Simón. Obras Completas Ministerio de Educación de los Estados Unidos de Venezuela.
s/f. Vol. I. p. 444.
7 Cf. Palacio Fajardo, Manuel. Bosquejo de la Revolución en la América Española. Caracas:
Publicaciones de la Secretaría General de la X° Conferencia Interamericana. 1953. La primera
edición de 1817 se hizo en inglés y francés y la de 1818 en alemán.
8 Roscio, Juan Germán. El triunfo de la libertad sobre el despotismo. Caracas: Monte Ávila editores.
1983. p. 165 y ss.
9 Acosta, Cecilio. Doctrina. Caracas: Ediciones del Ministerio de Educación Nacional. 1950. p. 17
10 Ibid. p. 18.
11 Mira y López, Emilio. Cuatro gigantes del alma. Buenos Aires: Librería “El Ateneo” Editorial.
1965. p. 10.
12 Acosta, Cecilio. Op. Cit. 1950. p. 19.
13 Ibid. p. 22.
14 Ibid. p. 29.
15 Ibid. p. 30
16 Ibid. p. 38.
17 Ibid. p. 40.
18 Ibid. p. 44.
19 Cf. Baczko, Bronislaw. Los imaginarios sociales. Buenos Aires: Nueva Visión. 1999. p. 8.
20 Cf. Wunemburger, Jean-Jacques. Imaginaires du politiques. Paris: Ellipses. 2001. p. 10 y ss.
21 Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. México: FCE. Colección Popular. 1987. p. 44.
22 La palabra chusma, por ejemplo, como término para referirse al pueblo como gente ordinaria,
ignorante, vulgar, soez y bárbara, es uno de los calificativos más usados para descalificar la
participación popular en la acción pública, ayer y hoy, y generar su exclusión política.
23 Anderson, Benedit. Comunidades imaginadas. México: FCE. 1997. p. 23.
24 “Etnificación ficticia” la denomina Etienne Balibar en su articulo “La forma nación: historia e
ideología”. En: Balibar, Etienne e Inmanuel Wallerstein. Raza, nación y clase. Madrid. IEPALA.
1991. p. 155.
25 Cf. Rojas, Reinaldo. “La noción de ciudadanía en el discurso del Partido Liberal venezolano.
(1840 - 1848). Ponencia presentada en el 52° Congreso de Americanistas, Sevilla, España, 17 al 21
de julio de 2006.
26 Ibid. p. 44 y 45.
27 Blanco Fombona, Rufino. Ensayos históricos. Caracas: Biblioteca Ayacucho. 1981. p. 8.
28 Ibid. p. 39.
29 Blanco Fombona, Rufino. Obras selectas. Caracas-Madrid: Ediciones EDIME. 1958. p. 366.
30 Alvarado, Lisandro. Obras Completas. Caracas: La Casa de Bello. 1989. T. II. Pp. 535-1149.
31 Ibid. p. 1.192.
32 Ibid. p. 1.194.
33 Ibid.p. 1.236.
34 Arráez, Antonio. Los días de la ira. Valencia: Vadell Hermanos. 1991. p. 35.
35 Stambouli, Andrés. Crisis política. Venezuela 1945-1958. Caracas: Editorial Ateneo de Caracas.
1980. p. 48 y ss.

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36 Al respecto pueden consultarse: Garrido, Alberto. Documentos de la Revolución Bolivariana.
Mérida: Ediciones del autor. 2004. Bonilla-Molina, Luis y Haiman El Troudi. Historia de la
Revolución Bolivariana. Caracas: Ministerio de Comunicación e Información. 2004.
37 Los dos momentos de crisis más acentuados son el golpe de estado del 11 de abril de 2002 y la
huelga petrolera de octubre 2002-enero 2003. Sobre el primero acontecimiento se puede consultar
nuestro ensayo: “De lo contemporáneo a lo inmediato: los problemas de la temporalidad en la era de
la globalización.” Revista de Ciencias Sociales de la región centroccidental. Barquisimeto
(Venezuela): Publicación de la Fundación Buria y el Centro de Investigaciones Históricas de
América Latina y el Caribe. No. 10, enero-diciembre de 2005. pp. 55-91. También en:
www.reinaldorojas.cjb.net
38 Lefebvre, George, Le Grande Peur. Paris: Cedes. 1932.

Pour citer cet article


Référence électronique
Reinaldo Rojas, « El miedo a la revolución y los “deberes del patriotismo”: el debate Acosta-Riera
Aguinagalde frente a la guerra federal en Venezuela, 1859-1863 », Nuevo Mundo Mundos Nuevos
[En ligne], Colloques, mis en ligne le 09 juillet 2007, consulté le 13 octobre 2019. URL :
http://journals.openedition.org/nuevomundo/7191 ; DOI : 10.4000/nuevomundo.7191

Auteur
Reinaldo Rojas

Profesor Titular de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador-Instituto Pedagógico de


Barquisimeto. Premio Nacional de Historia (1992), Premio Continental de Historia Colonial de
América “Silvio Zavala”, México (1995), Premio a la Labor Investigativa de la UPEL (2004).
Miembro del Programa de Promoción del Investigador PPI-Nivel IV, del Ministerio de Ciencia y
Tecnología (2004-2009

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