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Predicación e Historia.
Los sermones como interpretación
de los acontecimientos
INTRODUCCIÓN
CRITICÓN. Núms. 84-85 (2002). Miguel Ángel NÚÑEZ BELTRÁN. Predicación e Historia. Los ...
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llegado hasta nuestros días. Son una muestra diáfana del sistema de valores y del
modelo ideológico presente en la sociedad de ese periodo histórico.
El análisis de cientos de sermones para la realización de nuestra tesis doctoral ha
reforzado nuestra valoración como fuentes de investigación histórica de primer orden
para el estudio del seiscientos. No vamos a entrar en nuestra exposición en un análisis
formal de la predicación (estilo, partes del sermón...). Tampoco en el examen de la
práctica oratoria, tan gesticulante y teatral como efectivista, ni en la predicación como
hecho de comunicación, aunque algo habremos de mencionar. Nuestro ensayo va a
centrarse en un aspecto de la construcción ideológica, en el universo mental que se
corresponde con las explicaciones totalizadoras del mundo que los predicadores
transmiten, y que, como es obvio, mantienen una relación directa con los
comportamientos colectivos de la época. Vamos a ceñirnos a un apartado muy
concreto, la interpretación que los oradores sagrados realizan de los acontecimientos de
la sociedad de su tiempo, intentando descifrar algunos mecanismos que utilizan para
interpretar la realidad y que, asumidos por los fieles, ayudan a configurar sus
conductas. Ayuda en la inteligibilidad de las actitudes del hombre del tiempo del
barroco, ya que implica tal interpretación una cierta subjetividad de lo objetivo,
inmersa en el marco de la interrelación existente entre lo que se piensa y lo que se hace,
entre ideología y praxis. Para ello, reflexionaremos desde diversos sermones de ocasión
o «extravagantes», predicados en situaciones muy puntuales, que tuvieron una
repercusión notable en la sociedad del siglo xvn.
Subrayaremos, como apunte metodológico, la necesidad de acercarse al texto directo
de los sermones. Si en la historia económica, por citar un ejemplo, se hace preciso la
aportación de datos y cifras, en el estudio de la predicación los datos son las mismas
palabras de los predicadores.
Los predicadores son hombres de su tiempo y sus composiciones, llenas de una gran
riqueza literaria, se hacen eco de los acontecimientos en que se encuentran inmersos. Si
a esto se añade el carácter catequético-doctrinal en el que la predicación se enmarca, se
deduce su relevancia para conocer no tanto los sucesos que acaecen en sí mismos, sino
el modo como influyen en las gentes de su época, así como la asimilación interpretativa
que de ellos se forman. En el período que nos interesa, el siglo xvn, el punto de partida
común de los oradores sagrados es la conciencia de crisis que envuelve a la sociedad
española. El siglo xvn es tiempo de crisis en la historia de España. Se sufren
calamidades diversas y las desgracias (sequías, hambres, epidemias, mortandades...)
afloran con frecuencia. La imagen de España se deteriora. Crisis política, crisis
económica y deterioro social se ensamblan entre sí. Son muchos, como afirma J. H.
Elliott, los «contratiempos y desastres que golpearon a una sociedad que se había
acostumbrado a triunfar»1. Los sermones están henchidos de frases alusivas a esta
conciencia de crisis:
1
Elliott, 1991, p. 293.
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En los tiempos miserables que alcanzamos por nuestras continuadas culpas, lo que vemos es
que el año entra, media el año y el año sale con lástimas, dolores, desastres, pérdidas
generales, aprietos, ahogos, temores por momentos, de el cual ha de ser el último trago de
muerte. Y si algún suceso se desmanda que aliente los ánimos, que pida desahogo de la
respiración, se oponen a lo que obrara los sustos y azares que le acompañan, y no dejan lugar
a que entre en provecho3.
¡Oh fiel, y qué abatido te hallas en este infelice siglo de desabrimientos, qué molestado de
sinrazones, qué ahogado de tristezas, qué oprimido de pesares, qué atormentado de
melancolías!4
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providencia divina como presidencia del destino de la humanidad, aunque sin forzar su
propia naturaleza:
... ¡cuan admirables son las trazas de la divina providencia y cuan incomprehensibles sus
consejos! Con los cuales consigue y acaba cosas jamás esperadas de los hombres [...] de modo
que, sin violentar su naturaleza ni impedir el curso de ellas, sino dejándoles correr por el
modo ordinario que suelen suceder, se hallen hechos y acabados7.
Es, por tanto, la dependencia de Dios, no la total autonomía humana, la que rige el
devenir histórico. La historia transciende lo mundano para insertarse en un proyecto
trazado por Dios. Todos los acontecimientos forman parte del diseño histórico
pergeñado por Dios para la humanidad. Parece, en ocasiones, que se cae en un
reduccionismo histórico fatalista. Para evitarlo, los predicadores tienen muy presente la
doctrina católica sobre la predestinación e intentan establecerse en un punto
equidistante entre libertad del hombre y providencialismo/dirigismo divino.
Los males de las repúblicas, auditorio mío, ordinariamente nacen de los pecados. Grandes
deben de ser los nuestros, pues ha caído sobre nosotros tan terrible mal.
... esta sancta Iglesia, como piadosa y verdadera madre, determina cuantas cosas podías
ayudar y servir para aplacar la indignación divina8.
Así mismo los avatares históricos de los pueblos no pueden separarse del
comportamiento de sus gentes y la reacción divina ante ello:
Todas las monarquías del mundo se han perdido en todos los siglos por los vicios infames con
que mancharon su gloria y llegaron a irritar la Justicia Divina para su castigo, pasando de
unas a otras naciones, con una continua y casi eterna variación y mudanza9.
Pueden los reyes levantar gente, juntar gruesos ejércitos; y pueden los capitanes ordenar las
batallas con gran destreza y prepararlas con todo valor, pero la victoria solamente está en las
manos de Dios, y a él le ha de pedir el pueblo fiel [...] Que si algunas veces y muchas triunfan
de los cristianos los enemigos de la Fe, nuestras maldades son la culpa, tiranía y opresiones de
7
Manrique, Sermón de la limpia Concepción, 1615, f. 3.
8 Juan de San Bernardo Sermón en las honras ... de Don Ambrosio Ignacio Spínola y Guzmán, 1684, pp.
7 y 9. Se refiere a la muerte del arzobispo de Sevilla Ambrosio Ignacio Spínola en 1684, quien muere en olor
de santidad. Esta muerte la considera una desgracia para la ciudad, debido a que se cree que, por su
intercesión en vida, se libró Sevilla de males diversos.
9
Alcázar y Zúñiga, Panegyrico Historial y Exhortación, 1683, p. 10.
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pobres y viudas, con otros pecados gravísimos, que claman al cielo y obligan a la divina
justicia a tomar los descreídos por verdugos, para castigar las insolencias y desacato de sus
hijos desobedientes. Pero, si tuviésemos a Dios propicio, uno de los nuestros pudiera perseguir
a millo.
ANÁLISIS DE A L G U N O S A C O N T E C I M I E N T O S CONCRETOS
Bien se nos significa aquí ser este Señor de quien hemos de conseguir el seguro de la salud;
pero el cómo lo hemos de solicitar, con qué confianza y disposición y por qué más de esta que
de otra imagen, (p. 2)
Salud que sólo se ha de confiar a este soberano Señor, a quien hizo maravilloso su Padre. No
os fiéis de providencias humanas [...] que este Señor es el Sancto de los Sanctos, a quien
engrandeció e hizo admirable el Padre en repetidos milagros obrados en beneficio de esta
ciudad, (p. 3)
No malogren su efecto nuestras culpas, enojaos contra vosotros mismos por la pasadas, con
firme propósito de no volver a pecar [...]. Y pues el sacrificio más agradable a quien se
sacrificó por nosotros es el de la penitencia, degüelle ésta los sentidos animales, quíteles la
vida a las pasiones, haciendo justicia de vosotros por nuestros pecados, (p. 3)
10
Oliva, Sermón ... día de San Clemente,160&, f- 8.
11
Nos referimos al sermón de Silvestre, Sermón ... por la preservación de esta Ciudad, 1679. En todas
las citas que a continuación realizamos sobre este sermón nos limitamos a poner la página junto al texto.
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¿Parécete que me faltará esfuerzo y valor para pelear con ese monstruo gigante, que
desvanecido en su altivez y midiendo en su desmedido cuerpo su soberbia y con temor su
arrogancia, nos provoca presumido al desafío, notando de cobardes tus soldados y ofendiendo
a nuestro Dios con sus palabras blasfemo? (pp. 7-8)
... no os deis por satisfechos con pedir, que no basta, es necesario acompañar las súplicas con
la penitencia y detestación de los pecados, que son el reclamo de estos castigos, (p. 11)
Y nosotros pongámonos de parte del rigor de Dios para huir el rigor de Dios; de parte de la
justicia para evitar el azote pestífero, que nos amenaza; la justicia está contra nosotros;
seamos, pues, nosotros contra la justicia [...] aborreceos un poco en cuanto pecadores,
castigándoos a vos mismos como juez [...] Habéis de ser los mismos y parecer otros [...] sois
los que antes os amabais tiernos [...] otros en la exterioridad, porque degolláis vuestros
apetitos y atormentáis vuestros cuerpos por satisfacer a Dios [...] pues si fuimos unos
pecando, ya no parece hay tales hombres, pues somos otros contra nosotros mismos pidiendo,
(p. 23)
Si la causa está en los pecados, el remedio está en satisfacer a la justicia divina con
actos de arrepentimiento. Con gran plasticidad se presenta la situación como una lucha
entre Dios y el hombre. Las armas de éste para defenderse del «monstruo» de la peste,
que simboliza las armas arrojadizas de la ira de Dios, son la satisfacción y la enmienda.
Es el punto álgido del sermón, es el cénit climático que, dentro del efectismo que utiliza
el orador sagrado, conduce al auditorio al triste recuerdo de la epidemia sufrida en
1649, para concentrar su esfuerzo en la necesidad de penitencia y buenas obras con el
fin de aplacar el enojo divino:
... la peste que se nos acerca a las murallas, la justicia de Dios irritada con nuestras culpas, el
brazo levantado, la cuchilla desnuda para el golpe, la cuerda del arco tirante para arrojar la
flecha, la artillería cargada de desdichas asestada: todo es amenaza del merecido castigo; todo
vendrá sobre nosotros, si no nos corregimos y nos damos a ayunos, mortificaciones y cilicios.
En la ocasión pasada pudisteis acudir a la misericordia, porque estaba satisfecha en mucho la
justicia. Había ensangrentado la cuchilla en más de doscientas mil personas, estaba ya flojo el
arco por haber arrojado innumerables saetas envenenadas las puntas; había disparado la
artillería y gastado la pólvora de su enojado rigor; y con una justicia satisfecha bien se puede
esperar misericordia y perdón. Mas hoy con una justicia que amenaza, una sentencia
fulminada contra nuestras vidas, ¿qué queréis?, ¿hallar piedad sin enmendar costumbres, sin
hacer penitencia y emplearos en buenas obras? Quitad allá, que eso es querer que Dios
revoque una sentencia justa sin dejar vos la injusticia que la ocasiona [...] Sacrificaos en
penitencias dolorosas, satisfaced la justicia y hallaréis misericordia que os defienda; que
ningún juez justo perdona al ladrón que no se quiere enmendar, (pp. 13-14)
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No os contentéis, pues, con dejar la culpa para evitar la peste que amenaza [...] Añadid sobre
el aborrecimiento del pecado oraciones, cilicios, limosnas, ayunos y disciplinas, (p. 18)
¿Quién nos ha de librar del contagio que a toda priesa viene sitiando a Sevilla? ¿Quién ha de
defender que se nos entre por las puertas, o nos asalte las murallas de la ciudad? Es la divina
providencia. Pero esto será después de satisfecha por nosotros la justicia, poniéndonos de su
parte, (p. 20)
Las últimas páginas del sermón presentan el objetivo final que el autor pretende:
ante la presencia de la peste, confianza en Dios, señor del mundo, expresada con obras
y penitencias. Reincide en el pesimismo antropológico latente: una parte del hombre, el
cuerpo, es la cárcel de la otra, el alma; la carne, símbolo de lo negativo. Por eso, se
solicita la aniquilación de sus tendencias y apetitos para de esta forma seguir los trazos
marcados por Dios como señor de la historia, que tornará su ira en misericordia.
El desplome de la techumbre de una iglesia en Medina del Campo (Valladolid) el
Viernes Santo de 1629 causa una patética turbación entre la población. Es significativo,
empero, que la Octava de Resurrección del mismo año se celebre una liturgia para «dar
gracias a la Santísima Virgen del Rosario y pedirla favor y consuelo» 12 . No parece
razonable si no se entiende desde el señorío de Dios, cuyos planes son «juicios
secretos», que nadie conoce. Implica la aceptación sin más de los acontecimientos que
supone en el fondo la aceptación del sistema establecido, también querido por Dios. La
matanza que el desplome ocasionó no es óbice para que el predicador eluda la
descripción del repugnante suceso:
... se desplomaron las bóvedas del cuerpo de la Iglesia (si bien muy recién hechas) y
amenazando con el polvo que cayó horas antes el fracaso. Y con repentino estruendo (¡oh
juicios secretos!), dando en los andamios, los desbarató y deshizo bajando a un tiempo sobre
las cabezas de los presentes, que eran innumerables, ladrillos quebrantados y desclavados
tablones, ejecutores de la divina ira, sepultando con piedad a los mismos que con rigor habían
quitado la vida (¡oh tremendo infortunio!), más para celebrarle con asombros que para
describirle con palabras. Así se vieron muertas las tiernas criaturas sobre los maternales
regazos, causando tan vivos sentimientos en las madres, que a los que murieron entre el
destrozo de tanta máquina desgajada y desasida les sobró cuchillo en el dolor de ver a las
prendas de sus entrañas ya sin vida. Allí perecieron, los brazos y pies divididos de sus suerpos.
Y allí dellos las cabezas tan distantes que se dudaban cuyas fuesen. Allí por salir de tanto
aprieto pisa el hijo a su madre y ahoga a la misma que le dio el ser. Todo llantos, voces y
gemidos, porque cuanto se encuentra es muertes y cuanto se ve, si era posible con el polvo
verse algo, es horrores, (pp. 8-9)
12
Las citas que se refieren pertenecen a Mata, Sermón ... a dar gracias a la Santíssima Virgen del Rosario
y pedirla favor y consuelo, 1629.
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Pero, si vino de Dios este azote, en Él veo envuelta misericordia, que cuando castiga, la una
mano da al rigor y la otra al consuelo, que lo es grande el entender gozar de Dios los muertos,
muriendo a la vista de sus llagas, (p. 9)
Pues, si mueren día de Juicio, aunque sus cuerpos se vean hechos pedazos y que casi no se
puede dar sepultura, no importa, que la de Cristo (muriendo con Él) tienen por suya. (p. 11)
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... execrandos sacrilegios que el ejército de herejes obró en Tillimón, profanando los templos,
arrastrando entre los pies de los brutos el sustento de los ángeles y poniendo las sacrilegas
manos en el rostro de la purísima María.
Más adelante profundiza sobre el hecho aduciendo la causa por la que Dios permite
semejante ultraje: los pecados de los católicos:
Mas, ¡ay!, que juzgo que amenaza no sólo a los autores de estos desacatos, sino que están los
mismos oprobios dando voces a nuestras culpas, y la paciencia infinita de Dios lo sufre, y el
amor inmenso de María lo tolera. Y pienso que el permitirlo, pudiendo estorbarlo con sólo
querer, no es para otra cosa sino para que España abra los ojos y advierta que son culpas
nuestras el permitirlo así Dios. Los hugonotes se desvergüenzen a hollar el Sacramento; los
calvinistas y luteros se descomiden a herir a María Señora nuestra. Si tales desacatos son
efectos de nuestras culpas, ¿por qué, Señor, permitís que aún permanezcamos en ellas?14
Se exige restitución. Dios conmina a los católicos para que tomen venganza. Si bien
él puede por sí solo hacerlo, desea realizarlo por medio de los ejércitos católicos, ya que
de lo contrario peligra la auténtica fe. Éste es el planteamiento del franciscano Jerónimo
Pardo.
Pues hago yo el argumento de Gélboe [1 Sam 38, 8-10] a Terlimón. Si aquél fue maldito
porque en él se ofendió con acero fatal la púrpura real y majestad humana, ¡con cuánta mayor
razón es digno Terlimón de la maldición divina, pues en el se injurió y se agravió a un rey
divino! Empero, quiere Dios no tomar por sí solo la venganza. Gusta que en nombre suyo la
tomen los que le siguen, no quiere jugar el rayo, ni espada de su justicia, sino que en militares
ejercicios tengan los suyos vencimientos prodigiosos, haciendo ruina obscura de cadáveres
fríos de los enemigos de Dios ese mismo lugar, donde se cometieron tan desusados delitos.
... pues si Sacramentado ahora le maltrata la herejía, y no se opone la cristiana piedad, se
vendrá a deshacer lo sabido y lo fuerte de tan firme edificio15.
13
Tirlemont es una ciudad de Bélgica, del distrito de Lovaina, que en la actualidad ronda los 25.000
habitantes y que tiene como nombre Tienen.
14
Ruiz de Cabrera, Desagravios, 1636, fol. 2 y 7. La crisis del siglo xvn hace al hombre proclive a
buscar respuesta a todo tipo de desastres en los pecados. «La convinción, dice Julio Caro Baroja, de que los
pecados públicos de la sociedad hacen que Dios se irrite, de suerte que castiga a la misma sociedad con
derrotas bélicas y fracasos políticos aparece patente en multitud de textos del mismo tiempo de Felipe IV»,
Caro Baroja, 1981, p. 185.
15
Pardo, Sermón en desagravio del Santissimo Sacramento, 1635, ff. 5-6 y 12.
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Por todo esto, el predicador Juan de Alfaro saca la conclusión: Dios permite el
saqueo, podría decirse inicial victoria, de los protestantes, para conseguir
posteriormente mayor gloria reflejada en la posterior victoria del ejército católico y los
actos de desagravio y alabanza de los fieles:
Y de vuestros vituperios se recrearán tantas glorias, que la menor que ostente Sevilla ha de ser
bastante a destruir vuestras presunciones locas, y os saldrá tan mal vuestro desafuero, cual se
vio en pocos días, pues mueren sin número destos herejes, pisados de los mesmos caballos con
quien quisieron alcanzar triunfos de agravios hechos a Cristo Sacramentado16.
Miraba a Dios que, irritado por nuestras culpas, nos castigaba con el azote de su justicia, que
lo son de la cristiandad los turcos, como en la ley escrita de los fieles hebreos los idólatras
babilonios17.
Y para que salgas en este día con algún horror a tus pecados deste templo, has de atender,
católico, aunque te canses, a una breve imagen de lo que pasara en aquella hoy dichosísima
ciudad de Viena, si ella hubiera sido tan infeliz, y nosotros tan desdichados, que se hubiera
perdido. Ea, mira, por atención, aunque sea desde este sagrado templo, penetrando esas
murallas, en los campos de Viena. Mira si despreciado, por no decir deshecho el ejército
católico, hubiera entrado el bárbaro infiel a viva fuerza de armas las murallas de aquella
nobilísima ciudad. ¡Qué desdichas! ¡Qué horribles consecuencias no se siguieran deste
temerosísimo azote! ¿Qué sería ver aquellas calles y plazas hechos ríos y mares de sangre
16
Alfaro Cavallero, Sermón ... en desagravio del Santíssimo Sacramento, 1636, f. 7.
17
Carmona, Oración Panegírica y Historial,16%3, p. 5.
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católica, naufragando entre sus bermejas ondas la vida de todos? ¿Quién tuviera corazón para
ver la honestidad de vírgenes y religiosas hechas presa infame de herejes y bárbaros? ¿Quién
tuviera ánimo para ver muertos los sacerdotes, martirizados los religiosos y quemados los
sagrados libros? ¿Quién pudiera con vida mirar unos templos arruinados, otros hechos
mesones, los altares sirviendo de pesebres a los brutos, las reliquias de los santos y sus
imágenes despreciadas por los suelos, o arrojadas en los ríos? ¿Quién pudiera, ¡oh, cómo
tiembla la voz y el corazón al pronunciarlo!, quién pudiera, digo, si no es muriendo de dolor,
ver las imagines de María Santísima, nuestra Madre y Señora, que nosotros veneramos sobre
nuestros corazones, hechas pasto miserable de las llamas? ¿Quién pudiera mirar, ¡qué horror!,
no sé si lo diga, pero es menester que lo oigas, católico, que lo oigas y que lo pese y considere
tu atención, quién pudiera, digo, mirar hollado y pisado este Augustísimo y Venerable
Sacramento del Altar y el mismo Dios en él de bárbaros infieles arrojado...? Pero calle la voz,
no lo pronuncie el labio. ¿Ves todo esto, católico? ¿Te parece mucho? Pues todo lo habían
ocasionado justísimamente nuestros delitos. En este peligro pusieron tus pecados la religión,
la cristiandad, el mundo. Mira con qué horror, con qué sentimiento, con qué dolor debes salir
hoy de ellos, como una causa justísima de tan miserable desdicha.
No sólo peligraba Viena, el Imperio, Alemania, peligraba Italia, peligraba España, y peligraba
la Cristiandad toda [...] a nosotros, pues, y a todos hizo Dios este singularísimo beneficio19.
... el mismo Dios salió a campaña, gobernaba las armas y era el capitán general del ejército
contra los turcos, que muchos siglos antes lo tenía así prometido. ¿A quién? Al padre de los
creyentes, Abraham20.
¿Quién habrá que niegue que, en el suceso feliz de esta victoria que celebra nuestra gratitud,
han consumido tales y tan maravillosas circunstancias, que publican a voces ser Dios a quien
únicamente debemos la gloria, la religión, la libertad, la quietud que en ella todos hemos
conseguido?21
18
Alcázar y Zúñiga, Panegyrico Historial y Exhortación, 1683, pp. 15-17 y 24-25.
19
Gámíz, Aclamación Panegírica, 1684, p. 34.
20 Pardo, Sermón ... en acción de gracias, 1683, p. 14.
21
Alcázar y Zúñiga, Panegyrico Historial y Exhortación, 1683 p. 19.
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confiando la batalla a Dios. Será el citado Juan de Gámiz quien exponga ampliamente
las pruebas que lo definen como hecho milagroso, fruto de la asistencia divina:
El poderoso ejército turco es una amenaza segura para Viena y desde ella para la
cristiana Europa. He aquí el peligro.
Fue, pues, ostentación grande de que Dios tomaba por suyo el empeño, dejar llegase Viena a
tan estremado peligro y ése es el primer argumento de su presencia [...] El segundo, y no
menor, es la junta de circunstancias, todas maravillosas, que hicieron este suceso singular y
acreditaron la providencia altísima de Dios, que así quiso obligarse a favorecernos.
Reparemos con ligera, pero advertida atención, las más graves y más auténticas noticias:
hallaremos que de parte del sumo pastor de la Iglesia, de parte del señor emperador, y de
parte del ejército mismo hubo especialísimas circunstancias del agrado de Dios [...] Nuestro
Santísimo Padre Inocencio XI [...] añadió la oración pública de toda la Iglesia. Despachó un
jubileo universal, lleno de espirituales gracias que, sirviendo a la enmienda y perdón de las
culpas, quitasen a Dios el azote de su justicia y le obligasen a usar de misericordia.
Salida del emperador [...] como quien huye [...] Y esta salida del señor emperador fue
convocatoria de bárbaros, de saxones y polacos.
Religiosa demostración del señor emperador [...] Recibió el señor emperador el Jubileo de su
Santidad; cumplió rigurosamente los ayunos y demás diligencias para ganarle, y queriendo
obligar más a Dios con el rendimiento, salió los pies descalzos, llevando al hombro el
estandarte de la Cruz de Jesucristo.
La última y más admirable circunstancia fue la suma unión y conformidad de los generales, la
cual es más de reparar, por haber concurrido tan grandes señores, príncipes, reyes,
acostumbrados a mandar, y no a obedecer, hechos a gobernar ejércitos y provincias [...] Este
ceder uno a otro el mando, este mandar cada uno, cuando lo pedía la utilidad pública y
obedecer cuando convenía, es gravísimo argumento, como más dificultoso de conseguir entre
príncipes, de la divina asistencia23.
22
Gámiz, Aclamación Panegírica, 1684, p. 15.
23
Ibidem, pp. 22,24-25, 25 y 27-28.
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... al primer tiro desta gloriosa victoria hemos postrado y rendido en tierra ese soberbio
gigante otomano, que es oprobio de la cristiandad, desprecio de nuestra religión y descrédito
de todos nosotros [...J puede ser que sea desmayo y no mortal el golpe que recibió [...] No
dejemos las armas de la mano hasta acabarle [...] Ahora, fieles, es cuando más se necesita del
auxilio divino; y así ahora deben ser más fervorosas nuestras oraciones [...] solicitando con
mayor ansia la defensa de la Fe y Religión en la protección divina, principalmente
apartándonos de nuestros vicios, de nuestros deleites, de nuestros pecados, pues ellos [...] han
sido la causa de tanto peligro [...], conociendo con todo rendimiento que Dios por su infinita
misericordia ha sido quien únicamente nos ha librado del temeroso castigo que justamente
merecía nuestra ingratitud28.
24
Ibidem, pp. 30, 32 y 35.
25
Aunque el sermón no cita el texto bíblico, se refiere a la victoria de Abraham frente a los cuatro
graneles reyes narrada en Gen 14, 1-16.
26
«Subieron por toda la anchura de la tierra y cercaron el campamento de los santos y de la Ciudad
Amada. Pero bajó fuego del cielo y los devoró» (Ap 20, 9).
27
Alude a la visión del carro de Yahveh (Ez 1,4-28). En los versículos 26 y 28 se señala la gloria de Dios
que prevalece ante todo.
28
Alcázar y Zúñiga, Panegyrico Historial y Exhortación, 1683, p. 28.
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C O N C L U S ION
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Bibliografía
Fuentes
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victoria de las Armas Católicas en Viena de Austria contra el Exército del Turco. Díxola el
Padre [...] [...]. Sevilla, Juan Francisco de Blas, 1684.
MANRIQUE, Rodrigo, sj, Sermón de la limpia Concepción de la Virgen María, nuestra Señora,
predicado por el Padre [...] en el Octavario, que de esta festividad se celebró en la collación de
San Vicente de Sevilla [...], Sevilla, Francisco de Lyra, 1615.
MATA, Juan de, op, Sermón que predicó el Padre [...] de la Villa de Medina del Campo [...] la
octava Pascua de Resurrección a dar gracias a la Santíssima Virgen del Rosario y pedirla favor
y consuelo [...]. Valladolid, 1629.
OLIVA, Luis de la, op, Sermón que predicó el Padre [...] entre los dos Coros de la Yglesia de
Sevilla, día de San Clemente [...]. Sevilla, 1608.
P A R D O , Jerónimo, ofm, Sermón predicado en Valladolid en desagravio del Santissimo
Sacramento por los agravios sufridos en Terlimón. Valladolid, 1635.
Sermón predicado en el Religiosíssimo Colegio del Ángel de la Esclarecida Familia de
Carmelitas Descalcas [...], por el M.R.P.M. [...] en acción de gracias por la feliz victoria de las
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Armas Imperiales, Polacas y Católicas, contra las Lunas Otomanas en el Sitio de Viena [...]
[...]. Sevilla, en la oficina de Juan Antonio Tarazona, 1683.
PIMENTEL, Domingo, op, Sermón que predicó a la muy noble y leal Villa de Madrid el muy
Reverendo [...] en las Honras del Cathólico Don Felipe III nuestro Señor, en el Convento de
S. Domingo el Real, a 8 de Mayo de 1621 [...]. Madrid, 1621.
RIVERA, Francisco, Sermón que predicó Don [...] en las honras que aquella Santa Iglesia hizo por
el Rey N. S. Don Felipe III, que sea en gloria, Madrid, 1623.
Ruiz DE CABRERA, Fray Antonio, op, Desagravios de el Sacramento del altar y de María
Santíssima Señora Nuestra, predicados en el Novenario, que el Convento de Regina
Angelorum de Sevilla hizo en las fiestas de la Puríssima Concepción de la Reyna de los
Angeles, este año de 1635, por el muy Rdo P.—, Granada, Antonio René, 1636.
SARMIENTO DE MENDOZA, Manuel, Sermón que predicó Don [...] al recibimiento festivo del
Rótulo para las pruebas últimas de la Santidad del ínclito Rey Don Fernando el III, lunes 23
setiembre 1630 [...], Sevilla, por Fancisco de Lyra 1630.
SAN BERNARDO, Juan de, tor, Sermón en las honras, que la Santa Iglesia Metropolitana y
Patriarcal de Sevilla consagró a la inmortal memoria del llustríssimo y Reverendissimo Señor,
el Señor Don Ambrosio Ignacio Spínola y Guzmán su Venerable Arzobispo. Predicólo el
M.R.P.M. [...], Sevilla, por Tomás López de Haro, 1684.
SILVESTRE, Francisco, osa, Sermón que predicó el M.R.P.M.[...] en la Fiesta que hizo la muy
ilustre Hermandad de el Santíssimo Christo en su Convento, en la deprecación a su Magestad
por la preservación de esta Ciudad y salud de la de Málaga y demás lugares que están
padeciendo la epidemia de el contagio [...] [...j. Sevilla, por Thomás López de Haro, 1679.
Estudios
CARO BAROJA, Julio, Las formas complejas de la vida religiosa. Religión, sociedad y carácter en
la España de los siglos XV! y X vu, Madrid, Ed. Sarpe, 1981.
ELLIOTT, John H., España y su mundo, Madrid, Alianza Editorial, 1991.
NÚÑEZ BELTRÁN, Miguel Ángel. «Predicación e Historia. Los sermones como interpretación
de los acontecimientos». En Criticón (Toulouse), 84-85, 2002, pp. 277-293.
Resumen. Este ensayo, cuyas fuentes son sermones del siglo xvn, se centra en la interpretación que los
oradores sagrados realizan de los acontecimientos de la sociedad de su tiempo, intentando descifrar algunos
mecanismos que utilizan para interpretar la realidad y que ayudan a configurar sus conductas. El hilo
conductor interpretativo lo marcan dos premisas: dirigismo divino y comprensión de las desgracias como
consecuencia del pecado. Se estudia el análisis que realizan sermones predicados con motivo de dos tipos de
sucesos: o bien se refieren a desgracias colectivas (peste en 1679 en las cercanías de Sevilla y hundimiento del
techo de una iglesia en 1629), o bien aluden a conflictos bélicos (derrota del ejército español en Tiliemon
—Países Bajos— en 1635 y victoria del ejército frente a los musulmanes en el sitio de Viena en 1683).
Résumé. Cet essai, dont les sources sont quelques sermons du XVIIe siècle, est centré sur l'interprétation que
les orateurs sacrés donnent des événements de la société de leur époque, essayant de déchiffrer quelques
mécanismes qu'ils utilisent pour interpréter la réalité et qui les aident à configurer leurs conduites. Le fil
conducteur interprétatif est marqué par deux prémisses: le dirigisme divin et la compréhension des malheurs
comme conséquence des péchés. Sont examinés les sermons prêches à l'occasion de deux sortes d'événements:
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soit des malheurs collectifs (la peste en 1676 aux alentours de Séville et l'effondrement du toit d'une église en
1629) soit des conflits militaires (défaite de l'armée espagnole à Tirlemont —aux Pays-Bas— en 1635 et
victoire de l'armée catholique face aux musulmans au siège de Vienne en 1683).
Summary. This essay, whose sources are 17thcentury sermons, is focused on the interprétation that the sacred
preachers make of de events of their time society, trying to decipher some devices that they use in orator to
interpret reality and that help to shape their behaviour. The interprétative leading thread is marked by two
premises: divine control an understanding of the misfortunes as conséquences of sin. The analysis that
sermons preached because of two différent kinds of events are studied and thèse two kinds are either
collective misfortunes (as some cases of Black Death near Seville in 1679) or warlike conflicts (as the defeat
of the Spanish Army in Tirlemont —The Netherlands— in 1637 and the Muslims in the Vienna Siège in
1683).
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