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“Hernando Alvarado Tezozómoc”

p. 75-94

José Rubén Romero Galván


Los privilegios perdidos
Hernando Alvarado Tezozómoc, su tiempo, su nobleza
y su Crónica mexicana.
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas
2003
170 p.
(Serie Teoría e Historia de la Historiografía 1)
ISBN 970-32-0690-5
Formato: PDF
Publicado en línea: 10 de diciembre de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/419/privi
legios_perdidos.html

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Hernando Alvarado Tezozómoc

La historiografía de tradición indígena

De los últimos años del siglo XVI y los primeros del XVII han llegado
hasta nosotros importantes ejemplos de obras de contenido histórico
que, escritas por indígenas, se refieren al pasado prehispánico, a la con­
quista y a los primeros años de vida colonial. Tales obras salieron, en
su mayoría, de las plumas de nobles indígenas. Ello se explica aten­
diendo a dos razones principales. Primero, estos hombres habían re­
cibido de sus padres el conocimiento, conservado por tradición oral,
de acontecimientos ocurridos antes de la conquista; asimismo habían
aprendido la lectura de antiguos códices conservados por sus fami­
lias, en los que había quedado registrada la historia de sus ancestros y
de donde pudieron obtener rica información sobre el pasado. Por otra
parte, estos historiadores por el hecho de pertenecer a las familias de
los antiguos tlahtoque, habían sido objeto, como quedó dicho, de una
instrucción europea. Esta implicaba entre otras cosas, recordémoslo,
el adiestramiento en la lectura y la escritura de, al menos, el español,
el náhuatl y, frecuentemente, el latín. Se debe señalar que desde los
primeros tiempos coloniales, gracias a los esfuerzos de los misione­
ros, fue posible escribir el náhuatl usando el abecedario latino. Estos
elementos -sobre todo el conocimiento del pasado prehispánico y la
posibilidad de escribir el náhuatl con un sistema fonético- permitie­
ron a algunos nobles indígenas la elaboración de crónicas, que con el
tiempo devinieron fuentes de incuestionable valor para el estudio del
México prehispánico.
Estos trabajos, escritos algunos en lengua náhuatl otros en espa­
ñol, constituían la resultante de un complejo proceso en el que se con­
jugaron tanto las ideas fundamentales que del pasado histórico y su
registro poseyeron los antiguos habitantes de estas regiones, como los
conceptos y las formas de conservación de la historia propias de los
conquistadores.
A este proceso lo hemos designado con el nombre de Historio­
grafía de Tradición Indígena. Tiene su origen en épocas anteriores a

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la conquista española y, a raíz de ella, fue enriquecido con diversos


elementos de la cultura europea. Tal proceso historiográfico ofrece, una
vez más, la posibilidad de probar que las obras de contenido histórico,
realizadas por sus autores con la finalidad de historiar, son objetos sus­
ceptibles de ser estudiados históricamente, esto es, considerándolos
verdaderos hechos históricos y por ello inmersos, como cualquier
otro acontecimiento de esta índole, en procesos que es posible expli­
car. Por otro lado, un acercamiento a este proceso historiográfico
ofrece la posibilidad de entrar en contacto con diferentes formas de
registro del pasado. Dichas formas van desde la historia oral hasta
las crónicas elaboradas con base en testimonios muy diferentes, pa­
sando por los registros pictográficos y las transcripciones al sistema
alfabético que los mismos merecieron.
La historiografía de tradición indígena tuvo sus orígenes en las
épocas, ya remotas, en que ciertos hombres de cada comunidad te­
nían como tarea guardar el recuerdo de los acontecimientos trascen­
dentes que conformaban el fundamento histórico del grupo al que
pertenecían. Puede decirse que, por ese entonces, el registro de los he­
chos que habían tenido su lugar en el pasado y que eran considerados
importantes por la comunidad se realizaba en un soporte no material
que era la memoria misma.
La aparición de las primeras formas de registro abrió nuevas pers­
pectivas a la conservación de los recuerdos del pasado. La piedra sir­
vió de soporte a la representación gráfica de los acontecimientos. El
origen de los linajes nobles, la ascensión de los gobernantes al poder,
las guerras, la muerte de los soberanos, entre otros hechos, quedaron
plasmados en estelas y monumentos que conservaban aquello que del
pasado debía ser continuamente recordado por considerársele funda­
mento histórico de la realidad del grupo.
Cuando el hombre descubrió que existían otros materiales que bien
podían servir de soporte al recuerdo del acontecer, tales como el papel
de amate, los lienzos de algodón o la piel de los animales, surgieron
otras formas de registro. Fue entonces que aparecieron los llamados
códices en los que, a través de un sistema de escritura con base en
pictogramas, pudieron ser registrados y, por lo tanto, preservados del
olvido los acontecimientos dignos de ser recordados. Sin duda, esta no­
vedad amplió las posibilidades del registro histórico, pues el discurso
así preservado estuvo en situación de referir largas secuencias tempo­
rales en las que se ordenaban los hechos que lo componían. Al recuer­
do de importantes acontecimientos políticos, tales como la ascensión al
poder, la muerte de los gobernantes y las guerras victoriosas, se su-

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maron otros acontecimientos entre los que se contaban fenómenos na­


turales que de algún modo habían marcado la vida de la comunidad.
Cabe señalar que al lado de estos documentos de contenido histó­
rico, aparecieron otros en los que se registró puntualmente la secuen­
cia temporal que componía los sistemas calendáricos y el correcto
desarrollo de los rituales a través de los cuales el hombre establecía
sus relaciones con las divinidades. Otros códices fueron elaborados
para preservar del olvido los productos y las cantidades de las cargas
tributarias impuestas por los señoríos conquistadores.
Cuando sobrevino la conquista española y un nuevo orden se im­
puso, los antiguos códices de contenido histórico vinieron a ser testi­
monios, entre otros muchos, que sirvieron en los alegatos a través de
los cuales los antiguos nobles indígenas pretendieron hacer valer sus
derechos ante el régimen que recién se instauraba. El contenido de ta­
les documentos, dado su sistema de registro, no era evidente para el
entendimiento de los españoles. Era necesario, por lo tanto que algún
indígena versado en su lectura explicara lo que en ellos se relataba.
Por otro lado, el antiguo sistema de registro pictográfico, ante el
avance de la escritura con caracteres latinos, dado su rápido aprendiza­
je por los nobles indígenas, fue perdiendo terreno. Ya fray Diego Durán
da cuenta de ello cuando relata que habiendo ido a Ocuituco a ver un
códice supuestamente dejado allí por Ce Ácatl Topiltzin, rogó a los in­
dígenas se lo mostraran, quienes le juraron que hacía seis años lo ha­
bían quemado pues "no acertavan a ler la letra, ni era como la nuestra" . 1
Estas razones pueden muy bien ser tenidas como importantes para
explicar el siguiente momento del proceso que venimos describiendo,
consistente en la transcripción de los antiguos códices con base en los
caracteres latinos propios de la escritura española. En efecto, indíge­
nas, suponemos nobles en su inmensa mayoría, diestros en el nuevo
sistema de registro, se dieron a la tarea de transcribir antiguos códi­
ces en los que se daba cuenta del devenir de sus comunidades. En ese
acto, parte del rico discurso que, referente al acontecer pasado, se ha­
bía guardado en la memoria, vinculado con las escuetas informacio­
nes registradas en antiguos caracteres pictogáficos, se fijó en un texto,
a veces en náhuatl, a veces en español, que a partir de entonces no
permitía ya mayores cambios.
Los códices transcritos, al lado de la riqueza del discurso que fija­
ban, conservaron algunos elementos que denotan su relación con los

1
Fray Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e islas de la tierra firme, v. II,
cap.I.

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antiguos códices pictográficos. Es el caso del sistema de fechamiento,


en el que, junto a las datas cristianas, aparecen las fechas prehispánicas
según las antiguas formas. Cualitativamente es significativo el cam­
bio, pues a partir de estas transcripciones pudieron conservarse dis­
cursos de una riqueza incuestionable en los que incluso los diálogos
están presentes. Podemos citar como ejemplos de tales piezas el Códi­
ce Chimalpopoca y la Leyenda de los soles.
Además de los códices transcritos conocemos otros que fueron ela­
borados según una combinación de texto en caracteres latinos y pic­
tografías. En estos códices el amanuense-tlacuilo logró un diseño en
el que lo registrado tanto con caracteres latinos como con elementos
glíficos se combinan para informar al lector de aquello del pasado que
merece ser rememorado. Es el caso tanto del Códice Aubin como de la
Historia Tolteca Chichimeca.
El paso siguiente en este proceso es de suma importancia y lo cons­
tituye la aparición de obras de síntesis, cuyos autores, en su gran ma­
yoría y a diferencia de aquellos que elaboraron los códices de los que
arriba hablamos, dejaron registro de sus nombres. En otras palabras
aparece señalada la paternidad de las obras.
Estas obras de.síntesis combinan información proveniente de tres
tipos de testimonios, aquellos que se conservaban oralmente, los guar­
dados en los códices tanto pictográficos como transcritos, además de
los relatos de testigos presenciales de los acontecimientos que se na­
rraban. A estos testimonios se sumaba, en no pocas ocasiones, el rela­
to de lo vivido por el autor.
Quienes escribieron estas crónicas eran casi todos nobles, como que­
dó ya dicho. En ellas, si bien la información contenida tiene su origen
en la tradición indígena, las estructuras discursivas son europeas, pues
encontramos con relativa facilidad discursos que se organizan en capí­
tulos, a la manera de las historias del Viejo Mundo, como es el caso de
la obra de Cristóbal del Castillo. Existe incluso el ejemplo de una obra en
que es evidente la presencia de un esquema explicativo cristiano, según
el cual la historia es un proceso de salvación que se inicia con la creación
del hombre por Dios, tiene su momento culminante en la Redención y
espera el fin de los tiempos que tendrá lugar cuando ocurra la Parusía.
Es este el caso del cronista chalca Chimalpain Cuauhtlehuanitzin.2 Sin
embargo, es indudable que el espíritu que animó la elaboración de ta-
2 José Rubén Romero Galván, en el estudio introductorio a la Octava relación, obra históri­
ca de Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin. edición, estudio
introductorio, versión castellana y notas de José Rubén Romero Galván. México. Universidad
Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas. 1983. 200 p.

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les obras fue señaladamente la salvaguarda y la transmisión de las tra­


diciones históricas prehispánicas, en las que se fincaba el ser de los pue­
blos que las habían conservado y enriquecido durante largo tiempo.
Prueba de ello lo constituye este texto extraído de una de esas crónicas,
en el que el historiador indígena señala su intención:

In yuhqui yn innenonotzal mochiuhtuih, yn otechcahuilitiaque yn in­


techcopa tiquica, in tinemi axcan cahuipa. Ayc polihuiz, ayc ylcahuiz,
mochipa pialoz; ticpiazque, yn titepilhuan, in titeixhuihuan, in titeycca­
huan, in titemintonhuan, in titeipipotonhuan, in titechichicahuan, in
titetentzonhuan, in titeyxquamolhuan, in titeteyztihuan, in titetlapa­
lohuan, in titehezohuan.
Tal como fue hecho su discurso, así nos lo dejaron a los que de ellos
salimos, a los que vivimos en este tiempo. Nunca se perderá, nunca se
olvidará, por siempre será guardado; nosotros lo guardaremos, noso­
tros los hijos, los nietos, los hermanos menores, los que somos tata­
ranietos, bisnietos, los que somos su saliva, sus barbas, cejas y uñas,
los que somos su color y su sangre. 3

El último eslabón de este proceso lo constituyen las obras de ciertos


escritores españoles cuyo proceder es similar al de los autores de las
que hemos designado como crónicas de síntesis, esto es que en torno a
una estructura explicativa de origen europeo acomodan información
cuyo origen se encuentra en las antiguas tradiciones indígenas. En es­
tos casos, dado que son las obras y no los autores los que pertenecen a
este proceso, el hecho de que quienes las escribieron hayan nacido más
allá del Atlántico es ciertamente irrelevante. Entre los autores que pue­
den ser citados en esta categoría se encuentran el franciscano Bernardino
de Sahagún, el dominico Diego Durán y el oidor Alonso de Zurita. 4
Cabe agregar que este proceso historiográfico, si bien concluye en
cuanto tal con estos autores, vierte sus caudales en otro complejo pro­
ceso que fue el de la historiografía novohispana caracterizada por
profundos sentimientos criollos, propios de la realidad de estas tierras.
Hemos descrito el gran escenario historiográfico en el que se si­
túan las obras del cronista Hernando Alvarado Tezozómoc, a quien co­
rresponde un sitio entre los autores de aquellas obras a las que hemos
designado como historias de síntesis. En este indígena, miembro de
3 Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, Octava relación, f. 226.
4 Para conocer mayores particularidades respecto de este proceso historiográfico, véa­
se José Rubén Romero Galván, coordinador, La historiografía de tradición indígena, primer
volumen de la obra Historiografía mexicana, México, Universidad Nacional Autónoma de
México, Instituto de Investigaciones Históricas (en prensa)

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la antigua nobleza mexica, se combinaron de manera por demás evi­


dente, como veremos, elementos provenientes de dos tradiciones
culturales, la indígena y la europea, para dar lugar a dos crónicas de
importancia incuestionable.

La vida de un cronista

La Crónica mexicana, escrita en español hacia el año 1598, la Crónica


mexicáyotl, redactada en náhuatl alrededor de 1609, y un documento de
orden legal elaborado en 1598 constituyen las huellas que dejó la exis­
tencia de Hernando Alvarado Tezozómoc. A estas tres fechas se agre­
gan algunos otros datos de los que él mismo, casi sin desearlo, ha dejado
constancia en su crónica en náhuatl: el origen de sus padres y sus nom­
bres, los apelativos de sus hermanos, los cargos políticos ocupados por
su padre. No va más allá lo que conocemos con certeza respecto de la
vida de Hernando Alvarado Tezozómoc. Explicar una existencia con tal
pobreza de datos, y por ello tan llena de lagunas, es una tarea difícil y
peligrosa por el número importante de hipótesis y suposiciones que de­
ben llenar huecos dejados por acontecimientos de los cuales, lamentable­
mente, ya no existe huella ninguna y que, sin embargo, son importantes
para dotar de una cierta coherencia explicativa al intento qiográfico que
se emprende y cuya finalidad es dar·cuenta de las circunstancias que
dieron lugar a la elaboración de las crónicas, objeto de nuestro estudio.
Trataremos pues, en la medida de nuestras posibilidades, de esta­
blecer al menos los hechos más significativos de la existencia de Tezo­
zómoc. Ello nos permitirá más tarde situarlo en un espacio social, vía
por la cual accederemos a la comprensión de la génesis y, sobre todo,
del contenido y el sentido de su obra.
Hernando Alvarado Tezozómoc nació de un matrimonio por el cual
dos linajes de tlahtoques mexica-tenochcas se unieron. Francisca de
Moctezuma, decimonovena y posiblemente la última hija del tlahtoani
Moctezuma Xocoyotzin, y Diego Huaniztin, hijo de Tezozomoctli y
nieto del tlahtoani Axayacatl, fueron los padres de cuatro hijos de los
cuales el benjamín fue Hernando Alvarado, a quien pusieron por se­
gundo apellido Tezozómoc, seguramente para honrar la memoria de
su. abuelo paterno.

Inic caxtolli on nahui in ipilhuan Moteuhczomatzin Xocoyotl zan no


cihuatzintli itoca Da. Francisca de Moteuhczomatzin, inin quimona­
micti in tlacatl Dn. Diego Huanitzin tlahtohuani Tenochtitlan oncan

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tlacatque in techquizque inpilhuan, inic ce itoca Dn. Felipe Huitzi­


lihuitzin, inic orne itoca Da. Arma, inic ey itoca Axayaca, inic nahui
itoca Dn. Fernando Alvarado Tezozómoc.
El decimonoveno hijo de Moteuhczomatzin Xocoyotl fue también una
niña de nombre Francisca de Moteuhczomatzin. Esta se casó con la
persona de Dn. Diego Huanitzin, tlahtohuani de Tenochtitlan; de don­
de nacieron, de ellos salieron sus hijos. El primero cuyo nombre fue
Dn. Felipe Huitzilihuitzin, el segundo cuyo nombre fue Da. Ana, el
tercero de nombre Axayaca y el cuarto cuyo nombre fue Don Fernan­
do Alvarado Tezozómoc.5

Del texto náhuatl que acabamos de transcribir podría pensarse·


que los cuatro hijos de Huanitzin que allí se mencionan nacieron en
Tenochtitlan dado que inmediatamente después de mencionar el
nombre de esta ciudad aparece la partícula locativa anean -donde,
allí donde, allí, allá-, sin embargo este elemento más bien parece es­
tar vinculado con el verbo namictia -casarse, unirse- para indicar
que allí en esa unión, nacieron los cuatro hijos que se mencionan. El
texto pues no permite afirmar que los hijos de Huanitzin hayan naci­
do en Tenochtitlan. Por lo que concierne a las fechas en que nacieron,
el texto no arroja ninguna luz, sin embargo teniendo en cuenta algu­
nos datos respecto de la vida de Huanitzin se pueden expresar algu­
nas hipótesis.
Chimalpahin en su Séptima relación dice que durante la conquista
de México, Diego Huanitzin fue nombrado tlahtoani de Ecatepec:

II tecpatl xihuitl, 1520 años... Yn momiquilico yn omoteneuh Chimal­


pilli... Auh yn oquitac tlahtohuani Moteuhczomatzin, ye niman ynin
xihutl, ompa contlahtocatlalli yn imachtzin oc ceppa ymontzin yn itoca
Huanitzin tlahtohuani mochiuh Ehcatepec; ynin ypiltzin yn tezozo­
moctli, tlahtocapilli Tenochtitlan.
Año 2 tecpatl, 1520, murió el llamado Chimalpilli... Luego que vio eso
el tlahtohuani Moteuhczomatzin, ese mismo año allá asentó como
tlahtoani a su sobrino, que además era su yerno, el de nombre Hua­
nitzin, que se hizo tlahtoani de Ecatepec; este era hijo de Tezozomoctli,
noble de gobierno de Tenochtitlan.6

5 Hemando Alvarado Tezozómoc, Crónica mexicáyotl, traducción directa del náhuatl


por Adrián León, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Histo­
ria, 1949, 190 p.; p. 157-158.
6 Chimalpahin, "Septima Relación", en Diferentes historias... , f. 189 v.

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84 TEZOZÓMOC, SU TIEMPO Y SU OBRA

Si bien es cierto este texto abre la posibilidad de pensar que para


1520 Huanitzin estaba casado con Francisca de Moctezuma, ello re­
sulta poco probable por las razones que aduciremos. Francisca no fue
la única mujer de Huanitzin. Ello se explica en virtud de que, en otra
parte de la Crónica mexicáyotl, Tezozómoc, hablando en este caso de la
descendencia de su padre, menciona once hijos, entre los que se en­
cuentran los cuatro vástagos de Francisca, quienes aparecen en el mis­
mo orden que en la lista primera, sólo que ocupando los cuarto, quinto,
sexto y séptimo lugares.
Siendo Francisca de Moctezuma la única mujer que se menciona
en la Crónica Mexicáyotl como esposa de Huanitzin, puede considerar­
se como cierto el que este la haya tomado como única y legítima espo­
sa in facie eclesiae después de la conquista.
No hemos encontrado nada que permita afirmar que Huanitzin
participó activamente en la defensa de Tenochtitlan durante la con­
quista. Ningún cronista, indígena o español, dice algo al respecto. Si
acaso tomó parte en la contienda, debió ser sin jugar un papel impor­
tante, por lo que los cronistas españoles nada registraron de su parti­
cipación. En el caso particular de cronistas indígenas, y sobre todo en
el de Tezozómoc, su hijo, pudo ser que se hubiese omitido toda men-·
ción al respecto, para no dar a la administración colonial elementos que
pudieran hacer aparecer a Huanitzin como uno de sus antiguos enemi­
gos. Ello habría, en primer lugar, obrado en perjuicio suyo en tanto no­
ble indígena posible merecedor de algún reconocimiento, como lo era
ocupar un puesto administrativo, que en efecto ocupó y, en segundo
término, lo más importante, habría perjudicado los derechos de sus
descendientes. Lo cierto es que Huanitzin, como tantos otros nobles
indígenas, fue confirmado en el puesto que ocupaba antes de la llega­
da de los españoles. Continuó gobernando Ecatepec hasta 1538, año
en que fue llamado a Tenochtitlan como gobernador.
Auh no yhuan ypan motlahtocatlalli yn don Diego de Alvarado Hua­
nitzin, yehuatl in huel achto gobernador mochiuh yn Tenochtitlan,
yehuatzin quitlalli yn tlahtohuani don Antonio de Mendoza, visurrey,
quin icel y titulo quinomaquilli ynic gobernador mochihuaco Mexico;
ompa canato yn Tenuchca yn Ehcatepec, ompa tlahtocatia ypampa yn
inatzin ompa cihuapilli; auh ynic ompa tlahtocat caxtollonnahui xihuitl.
Y también en ese tiempo se instala como tlahtohuani don Diego de
Alvarado Huanitzin, quien fue el primero gobernador que se consti-
. tuyó en Tenochtitlan. Lo instaló el tlahtoahuani visurrey don Antonio
de Mendoza, después que el solo le dio el título, entonces vino a Méxi­
co a constituirse como gobernador; allá en Ehcatepec los tenochcas lo
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habían retenido, allá gobernaba porque su madre allá había sido una
mujer noble, hasta entonces gobernó diecinueve años.7

Huanitzin fue gobernador en Tenochtitlan por cuatro años, hasta


su muerte ocurrida en 1542.
Estos son todos los datos que hemos podido reunir respecto de la
vida de Diego de Alvarado Huanitzin. Son ciertamente muy pocos;
sin embargo, nos permitirán elaborar deducciones con las cuales tra­
taremos de llenar algunas de las muchas, y en ocasiones aparentemente
insalvables, lagunas que la existencia de este personaje presenta ante
nuestros ojos. Ojalá algún día, a la luz de documentos que se descu ­
bran estemos en situación ·de confirmar o desechar las apreciaciones
que aquí quedarán señaladas.
Es muy posible que para 1520, cuando Huanitzin fue nombrado
tlahtoani de Ecatepec estuviera casado con otra mujer y no con la hija
de Moctezuma. De este matrimonio provendrían sus cuatro primeros
hijos, uno de los cuales se convirtió, años más tarde en gobernador de
Tenochtitlan -se trata de Cristóbal de Guzmán Cecetzin, 8 quien ocu­
pó tal puesto durante seis años y murió en funciones en 1557. 9 Es po­
sible que Huanitzin naciera en 1490 y que hubiera contraído ese primer
matrimonio alrededor de 1510, de tal suerte que a partir de 1511 po­
drían situarse los nacimientos de los primeros cuatro hijos de Huani­
tzin, incluido Diego de Guzmán Cececuitzin..
Se dijo que es poco probable que para 1520 Francisca de Mocte­
zuma estuviera casada con Diego Huanitzin, no obstante que Chimal­
pahin señala ya en ese año el parentesco por alianza entre Huanitzin
y el tlahtoani Moctezuma. Nuestra apreciación se basa en varias evi­
dencias. La primera y más contundente es que la última fecha que he­
mos podido obtener respecto de la vida de Tezozómoc corresponde a
1609, lo que daría una diferencia de ochenta y nueve años respecto de
1520; periodo muy prolongado entre dos fechas relacionadas con la vida
de un individuo. Por otro lado, el hecho de que Francisca de Moctezuma
no haya contraído nupcias con algún español, como fue el caso de sus
hermanas Leonor e Isabel que aparecen en la lista de los hijos de Moc­
tezuma inmediatamente antes que Francisca, hace pensar en la posibi­
lidad de que en 1520 fuera tan sólo una niña y que por ello los españoles
no hayan puesto en ella los ojos. De haber ocurrido de esta manera,
puede suponerse que contrajo nupcias con Diego Huanitzin cuando
7
Ibidem, f. 204.
8 Alvarado Tezozómoc, Crónica mexicáyotl, p. 170.
9 Ibidem, p. 173.

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este era ya tlahtoani de Ecatepec, en algún momento que puede si­


tuarse hacia 1530, cuando Francisca contaría entre quince y veinte años,
considerando que al ocurrir la llegada de los españoles hubiera sido una
niña de entre cinco y diez años. Todo esto nos permitía situar los naci­
mientos de sus cuatro hijos entre 1530 y 1540. Si fue cierto, como tal
parece haber sido dado que es el último de la lista, que Tezozómoc fue
el benjamín de este matrimonio puede situarse su nacimiento hacia
1538 10 ó 1539,11 años por lo que Huanitzin fue nombrado gobernador
de Tenochtitlan, cargo que ocuparía hasta su muerte ocurrida en 1542,12
cuando se hallaba aún en funciones. Esta consideración abre la posibili­
dad de que Tezozómoc haya nacido en México, aunque, como quedó
visto, los textos nada permiten afirmar al respecto.13
Suponer que el nacimiento de Tezozómoc ocurrió por esas fechas
es la única forma que hemos encontrado de situar tal acontecimiento
con cierta lógica respecto de las fechas que conocemos referentes a la
vida de este cronista: 1598, año en que se encontraba escribiendo la
Crónica mexicana 14 y en el que en calidad de nahuatlato de la Real Au­
diencia de México es mencionado en el papel de tierras de Cuauh­
quilpan, documento en el que, dicho sea de paso, se halla retratado; 15
1600, año en el que Chimalpahin dice que Tezozómoc participaba en
una farsa ante el virrey:

Martes 15 de febrero de 1600 años yn don Juan Gano de Moteuhczoma,


español, quinexti yn Moteuhczomatzin catea ypan quixeuh in don
Hernando Alvarado Tezozomoctizn, quinapalloque yca andas yhuan
balio, ye quicaltitiaque, yxpan macehualotia ynic hualla tecpan qui­
yahuac, yxpantzinco necico in visurrey yhuan mahuiltique castilteca.
Martes 15 de febrero del año 1600. Don Juan Cano Moctezuma, espa­
ñol, mostró como era Moctecuhzomatzin en la farsa que hizo don
Hernando Alvarado Tezozommoctzin; lo llevaron en andas y palio,

1° Chimalpahin, "Séptima Relación", en Diferentes historias... , f. 204. En este año sitúa

Chimalpahin el nombramiento de Huanitzin como gobernador de México.


11
Alvarado Tezozómoc, Crónica mexicáyotl, p. 168. Este es el año que Tezozómcc da
para tal nombramiento de su padre.
12 lbidem, p. 169.
13 lbidem, p. 158.
14 Esto se deduce de un pasaje que aparece consignado en dicha crónica, en el capítulo
81, donde Tezozóm�c trata de la construcción del acueducto que iba del Acuecuexco, en
Churubusco -Huitzilopochco-, a Tenochtitlan. El autor dice que tal hecho ocurrió en 1470,
y que desde ese entonces hasta el momento en que escribía habían pasado ciento veintio­
cho años. La suma de ambas cantidades da 1598, año en el que escribía su obra.
15 Este documento forma parte de la colección del Archivo Histórico de la Biblioteca
del Museo Nacional de Antropología en la ciudad de México.

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HERNANDO ALVARADO TEZOZÓMOC 87

para eso le hicieron construir casa frente a donde se rinde vasallaje,


por eso vinieron a la puerta del tecpan. Vino a aparecer la venerable
presencia del virrey y también se divirtieron los castellanos. 16

Finalmente, en 1609, Alvarado Tezozómoc, según él mismo lo afir-


ma, 17 se encontraba redactando la Crónica mexicáyotl.
Por lo que toca a las fechas de elaboración de las dos crónicas ven­
dría ser un tanto difícil que se situaran en momentos que correspon­
dieran a una edad muy avanzada del cronista. El contenido de ambas
parece ser el producto de una mente plenamente madura, pero de nin­
gún modo senil. Por otro lado, el Papel de Tierras de Cuauhquilpan, cuya
fecha de elaboración coincide con la de la Crónica mexicana, menciona
a Tezozómoc como lengua, o nahuatlato, de la Real Audiencia de Méxi­
co, hecho que nos conduce a pensar que para esa época el cronista era
un hombre maduro aún no tocado por la vejez. Ciertamente en dicho
documento aparece, como quedó dicho, un retrato del historiador en
el que aparece tanto el primero de sus apellidos, "Alvarado", como el
nombre de su cargo, "nahuatlato". Este retrato representa a un hom­
bre de edad mediana, vestido a la usanza española. Respecto de este
papel de tierras se ha afirmado que la escritura que en él se observa es
el único ejemplo de la letra de Tezozómoc. Sin embargo tal asevera­
ción es difícil de probar, pues no encontramos otro ejemplo de la grafía
del cronista para, a través de la debida comparación, demostrar que
efectivamente la escritura del papel de tierras en cuestión salió de la
mano de Tezozómoc.
Si aceptamos que Tezozómoc nació hacia 1538 o 1539, debemos
entonces pensar que cuando escribió la Crónica mexicana, en 1598, y
era nahuatlato de la Real Audiencia, contaba con aproximadamente
sesenta años de edad; que cuando participó en la farsa organizada por
Juan Cano Moctezuma, en 1600, tenía poco más de sesenta y que cuan­
do escribió su Crónica mexicáyotl, en 1609, tendría ya alrededor de los
setenta, que bien pueden corresponder a un caso de mediana longevi­
dad en aquella época.
De esa suerte, cuando nació Tezozómoc, la antigua ciudad de Mé­
xico Tenochtitlan, donde no sabemos si nació, pero donde, estamos
casi ciertos, vivió toda su vida, se encontraba en plena transformación.
En el ángulo sureste del sitio ocupado por el recinto sagrado de los
mexicas, comenzaba a levantarse la primitiva catedral, que desapareció

16 Chimalpahin Cuahtlehuanitzin, Diario, p. 25.


17 Alvarado Tezozómoc, Crónica mexicáyotl, p. 7.

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88 TEZOZÓMOC, SU TIEMPO Y SU OBRA

al iniciarse la fábrica de la que hoy conocemos; habían ya desaparecido


las antiguas pirámides que sirvieran de basamento a las moradas de
los antiguos dioses. Sobre los escombros del palacio de Axayácatl, que
había recibido también el nombre de "antiguas casas de Moctezuma",
se levantaba un palacio para Cortés, quien además, en el antiguo em­
plazamiento del palacio de Moctezuma, construía para sí aquel otro
palacio que años más tarde, después de haber pasado a manos de la
corona, se convirtió en sede del virrey de Nueva España. Los antiguos
palacios de la nobleza indígena dejaban el sitio a las casas de los con­
quistadores. La ciudad tomaba un nuevo rostro, convirtiéndose eh una
urbe no sólo de concepción europea, sino en verdad moderna. Los in­
dígenas, fueran de la condición que fueran, se vieron obligados a tras­
ladar sus casas fuera de los límites de la ciudad española, a barrios
reservados sólo para ellos. Cuando Diego Huanitzin se instaló defini­
tivamente en México, no obstante los privilegios que en tanto noble le
habían sido reconocidos y del cargo de gobernador que ostentaba, fue
obligado, igual que todos los demás nobles, a vivir, imaginamos que no
sin cierto sentimiento de indignación, en un sitio que no era el que an­
tes había estado reservado a las personas de su investidura y calidad.
Él, tanto como los otros pipiltin, había sido parte de la cabeza de un
pueblo a cuya fuerza pocas provincias habían resistido y que había
ensanchado sus dominios como ningún otro estado de Mesoámerica
y que ahora se veía dominado por otra potencia. Era la caída definiti­
va de Tenochtitlan y sus señores.
Si nuestras suposiciones son hasta aquí válidas, Tezozómoc habría
pasado su infancia en México, dado el cargo que allí ocupó su padre.
Su vida en el seno de la familia debió ser similar a la de otros niños, hijos
de nobles indígenas. Tanto su padre como su madre, dada la nobleza de
su origen, habían sido objeto de una educación cuidadosa, según las es­
trictas normas que caracterizaban la formación de los miembros de su
clase. Esta educación tenía por finalidad principal el dominio de sí a fin
de acceder a la sabiduría y contaba entre sus elementos el aprendizaje de
un lenguaje cultivado y en extremo cuidadoso al que se llamaba
tecpillatolli, la palabra de los nobles, uno de los signos externos que ca­
racterizaban a este grupo social. De haber vivido en tiempos prehis­
pánicos, el pequeño Tezozómoc· habría recibido de sus padre las bases
de esta rígida formación que años más tarde debería continuar en el
calmecac. Pero las circunstancias en las que se dio la educación de
Tezozómoc no eran las mismas que en la época prehispánica. El mun­
do había cambiado. Es imposible por el momento, y puede ser que lo
sea para siempre, conocer con exactitud cuáles aspectos de la antigua

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HERNANDO ALVARAOO TEZOZÓMOC 89

educación prehispánica continuaron estando presentes en la formación


de los niños nacidos de las familias nobles después de la conquista. Pudo
ser que algunos rasgos de dureza de la antigua pedagogía hayan per­
durado y que los jóvenes nobles de la generación de Tezozómoc reci­
bieran en sus casas una formación que tendía aún hacia los antiguos
ideales. De lo que podemos estar ciertos es que estos jóvenes recibie­
ron de sus padres una serie de antiguos elementos culturales, entre
los que podrían citarse además del manejo del lenguaje propio de la
nobleza, el conocimiento del acontecer pasado del pueblo al que per­
tenecían y que en otro tiempo había sido gobernado por sus ancestros.
Tezozómoc conocía sin duda y perfectamente, el náhuatl, la len­
gua de sus padres en la modalidad que era propia de la nobleza; de
ello tenemos dos pruebas irrecusables: la Crónica mexicáyotl, escrita ín­
tegramente en esta lengua y el hecho de haber sido durante varios años
intérprete en la Real Audiencia.
Por lo que toca a su conocimiento de la historia, las dos crónicas
por él escritas constituyen una demostración indubitable. Tezozómoc
debió acceder a tal conocimiento a través de todo aquello que en su
entorno, formado por miembros de la antigua nobleza, se guardaba
del pasado. Tanto recuerdos que se transmitían de manera oral, como
documentos y antiguos códices debieron constituir las fuentes de su
saber histórico. En ellos se relataba la historia de los mexicas, desde
su salida de Aztlan hasta su arribo al sitio indicado por el dios que
los guiaba, Huitzilopochtli, para la fundación de la ciudad que nom­
braron México Tenochtitlan. Dichos testimonios debieron contener re­
latos de otros acontecimientos históricos que forjaron el ser de este
pueblo, hasta convertirlo en cabeza de un imperio. Cada guerra, cada
victoria, cada conquista realizada, la sucesión de los personajes que
ocuparon el elevado cargo de Huey Tlahtoani, en suma todo aconte­
cimiento histórico encontraba su sitio en esos viejos discursos, muchos
de ellos registrados en códices pictográficos, que constituían un ele­
mento fundamental de la unidad de los mexicas en torno de la noble­
za que los gobernaba. Los viejos guardaban también otros documentos
en los cuales se llevaba registro puntual de las genealogías del grupo
noble. Allí constaba el origen de todos los pipiltin que tenían como
tarea dirigir los destinos del grupo de Huitzilopochtli. Todos esos tes­
timonios constituyeron las fuentes en las cuales Tezozómoc, con la
ayuda de parientes suyos, conoció el pasado de su pueblo y, sobre
todo, del grupo al que pertenecía:
Si Chimalpahin nos dejó en su Octava relación la lista de documen­
tos concernientes a la historia de Chalco, su provincia natal, de los que

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90 TEZOZÓMOC, SU TIEMPO Y SU OBRA

extrajo la historia que relata, en el caso de Tezozómoc las cosas son


muy distintas, pues éste guardó siempre para sí toda referencia a los
documentos que le sirvieron de base para la elaboración de sus traba­
jos. Bástenos con proponer que todos los materiales por él usados pro­
venían de su grupo social e incluso de la casa paterna.
Es muy posible que siendo muy niño haya asistido a algún conven­
to para recibir de los misioneros las primeras lecciones de catecismo,
como solían hacerlo los niños de la nobleza indígena, y que esas lec­
ciones seguramente constituyeron para él los primeros acercamientos
a la cultura de los conquistadores.
Quedó dicho que entre 1536 y 1590, 18 el Colegio de Santa Cruz de
Tlatelolco conoció una época de esplendor. Esta institución, como bien
se sabe, estaba destinada principalmente a formar a los hijos de la no­
bleza indígena. Es fácil imaginar a Remando Alvarado Tezozómoc
entre los alumnos de este colegio. Desgraciadamente nada se ha en­
contrado hasta ahora que lo pueda confirmar. Sin embargo, el hecho
de haber escrito dos crónicas, una en náhuatl y la otra en español, y el
haber sido además nahuatlato en la Real Audiencia de México, signi­
fica mucho en cuanto al dominio tanto de la lengua de sus ancestros
como de la de los conquistadores. Ello puede de algún modo sugerir
el paso de Tezozómoc por el Colegio de Santa Cruz, no obstante que
de ello no hace mención en sus obras, salvo en una ocasión, de mane­
ra por demás indirecta. Cuando el autor habla de la descendencia de
su padre Diego Huanitzin dice que el séptimo hijo de este personaje
fue una mujer de nombre Isabel, que ésta se casó con Antonio
Valeriana quien "no era noble, sino tan sólo gran sabio, colegial de
Tlatelolco", y que sabía latín. 19 Algunas páginas más adelante
Tezozómoc informa que este personaje -de quien vuelve a decir que
conocía la lengua latina- fue nombrado gobernador de Tenochtitlan
en 1573. 20 Queda claro que el mérito que le reconoce Tezozómoc, no
obstante su falta de nobleza de sangre, es el de saber latín. Sólo una
de las dos veces que Tezozómoc habla de Antonio Valeriana, se refie­
re a él como antiguo alumno de Santa Cruz, hecho en el que se puede
percibir una cierta familiaridad del autor con la institución y su
alumnado, de otra manera cabría esperar que estas menciones hubie­
ran sido hechas con mayor énfasis. Es posible que detrás de ello se
esconda algún elemento que pudiera servirnos, junto con otros, para

18 Vid supra, p. 71 y siguientes.


19 Alvarado Tezozó,noc, Crónica mexicáyotl, p. 171.
20 Ibídem, p. 176.

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HERNANDO ALVARADO TEZOZÓMOC 91

determinar si él mismo fue alumno de esa institución. No sería extra­


ño que algún día, a la luz de otros documentos pudiera resolverse afir­
mativamente.
Si Tezozómoc se casó, si tuvo descendencia, nada hay que lo de­
muestre. El hombre que pudo haber sido este autor en su vida coti­
diana de esposo y padre de familia, preocupado por mil y una cosas
en la simplicidad de todos los días, queda oculto -puede ser que para
siempre- detrás del cronista autor de dos de las historias más reve-
ladoras del devenir mexica.
Los nobles indígenas cuyos nombres nos han llegado a través de
incontables cartas dirigidas al virrey, al Consejo de Indias y al rey, en
las que pedían el reconocimiento de un noble status, todos esos Moc­
tezumas, todos aquellos gobernadores de Tetzcoco o de Tacuba, fue­
ron sin duda conocidos por Tezozómoc. Sobre todo porque en su Crónica
mexicáyotl es fácil encontrar los nombres de no pocos de ellos en los
sitios que les correspondieron en las complicadas genealogías, verda­
deros tejidos humanos de la nobleza indígena, de las que Alvarado
Tezozómoc nos dejó un testimonio muy riquísimo. Sin embargo, es
en extremo difícil saber quiénes de entre ellos tuvieron relaciones ver­
daderamente estrechas con el cronista.
Es probable que Tezozómoc haya conocido a Chimalpahin quien,
desde 1593, vivía como donado en la ermita de San Antonio Abad, en
Xoloc, junto a la ciudad de México. 21 Podemos enumerar hasta cinco
razones para pensar que ciertamente existió alguna relación entre los
dos cronistas. En primer lugar, las fechas que corresponden a las vi­
das de ambos indican que fueron contemporáneos; Chimalpahin, que
había nacido en 1579, 22 tenía veinte años de edad cuando Tezozómoc
escribía su Crónica mexicana y treinta cuando redactaba la Crónica mexi­
cáyotl. El segundo hecho a considerar es la cercanía geográfica en que
vivieron, pues Xoloc, donde habitaba Chimalpahin, aunque a extra­
muros de la ciudad, se hallaba muy próximo de ella por la calzada
que salía de México hacia el sur a través de la laguna. En tercer lugar,
la pertenencia a un mismo grupo social, la nobleza, aunque en el caso
de Chimalpahin ésta fuera chalca. En cuarto lugar, Chimalpa);lin, en
su Diario, da cuenta de aquella farsa, a la que ya se ha hecho réferen­
cia, en la que Tezozómoc participó haciendo el papel de Moctezuma
Xocoyotzin. En fin, en quinto lugar, existe otro hecho que nos sugiere
aún más una relación entre Chimalpahin y Tezozómoc. En efecto,

21 Chimalpahin, Diario, p. 9.
22 Ibídem, "Séptima relación", Diferentes historias ..., f. 218r.

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92 TEZOZÓMOC, SU TIEMPO Y SU OBRA

Chimalpahin tuvo entre sus manos la Crónica mexicáyotl, la revisó y a


él debemos, según se verá después, no sólo algunas anotaciones que
corrigen o comentan el texto original, sino la copia más antigua de
esta historia. Ciertamente ninguno de los cinco puntos expresados
prueba definitivamente la existencia de algún tipo de relación entre
los dos cronistas, sobre todo porque en sus trabajos ninguno hace alu­
sión al otro, excepto en la breve mención a que hemos hecho referen­
cia, que Chimalpahin incluye en su Diario respecto de Tezozómoc. Sin
embargo, pienso que los cinco elementos considerados en su conjunto
parecen prestar algún apoyo a nuestra hipótesis.
El cronista tetzcocano Fernando de Alva Ixtlilxóchitl fue también
contemporáneo de Tezozómoc, pues nació alrededor de 1578, esto es
en una fecha muy cercana a aquella en que también vino al mundo
Chimalpahin, y murió en 1650. No obstante hacer coincidido en este
mundo, nada sabemos de algún vínculo entre nuestro noble cronis­
ta y el también noble y cronista Ixtlilxóchitl, aunque nada impide
pensar en que al menos, en algún momento de sus vidas, se hayan
encontrado.
Además de la relación que hemos supuesto entre Tezozómoc y
Chimalpahin, es igualmente fácil considerar como posibles algunas
relaciones entre nuestro historiador y aquellos religiosos cronistas que
igual que él se dieron a la tarea de dejar constancia del pasado de los
mexicas. Para proponer algunos nombres de cronistas religiosos de
quienes pudo estar cerca, tomaremos en cuenta dos criterios; prime­
ro, el interés que tuvieron, en común con Tezozómoc, por la historia
de los mexicas y, segundo, el haber habitado en la ciudad de México
en la época en que vivió el historiador que nos ocupa.
Nuestra lista, que huelga decir queda en el terreno de las suposi­
ciones, bien podría estar integrada por:
Fray Bernardino de Sahagún, célebre franciscano, quien desde 1529,
año de su llegada a la nueva España, permaneció largas temporadas en
la ciudad de México, donde murió en 1590, y que fue además profesor
en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco,23 institución a la que segura­
mente, como quedó asentado, asistió como alumno Tezozómoc.
Fray Alonso de Molina, también franciscano, autor de un diccio­
nario náhuatl-español, publicado en 1555, quien habitó en México por
largo tiempo, donde murió en-1579, según la fecha que de este hecho
nos proporciona Chimalpahin.24

23 Garibay, "Premio general", en Sahagún, op. cit., p. 12-13.


24 Chimalpahin, "Séptima relación", Diferentes historias... , f. 119 v. 220r.

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HERNANDO ALVARADO TEZOZÓMOC 93

Fray Juan de Torquemada, asimismo de la Orden de San Francis­


co, quien desde 1603 fue Guardián del convento de Tlatelolco y que
murió en 1624. 25
El padre Juan de Tovar, de la Compañía de Jesús, de quien se co­
noce su profundo interés, desde 1570, por la historia antigua de Méxi­
co y cuya obra está relacionada, como veremos en otro capítulo, con
la de Durán.
Fray Diego Durán, de la Orden de Predicadores, que profesó en el
convento de Santo Domingo de la ciudad de México, quien concluyó
la redacción de la parte de su obra correspondiente a la historia mexica
en 1581. Este fraile dominico pasó los últimos años de su vida en el
mismo convento de Santo Domingo donde murió en 1588. 26 Su obra
guarda profundas relaciones, que después analizaremos, tanto con la
del arriba citado padre Tovar, como con la del cronista Tezozómoc.
El único cargo que sabemos ocupó Tezozómoc en la administra­
ción colonial fue el de nahuatlato o intérprete de la Real Audiencia de
México. Ignoramos cómo y cuándo llegó a tal puesto y también la fe­
cha y las circunstancias en que lo dejó. Lo único que hasta nosotros ha
llegado de sus gestiones en ese organismo es el Papel de tierras de Cuauh­
quilpan, al cual ya hemos hecho referencia, mismo que nos indica que
nuestro autor ocupaba tal cargo en 1598.
Ser nahuatlato de la Audiencia de México implicaba, entre otras
cosas, mantenerse al corriente del desarrollo de los problemas que
aquejaban a la población indígena de la jurisdicción de la Audiencia,
que eran continuamente conocidos y resueltos por los oidores. Es se­
guro que Tezozómoc, fungiendo en este cargo, haya sabido de los re­
clamos hechos por los miembros de la nobleza indígena, su grupo, para
defender un status que, como ya hemos visto, se degradaba de mane­
ra cada vez más evidente.
La muerte de Tezozómoc pudo ocurrir a partir de 1610, año si­
guiente a aquél en el que escribió la Crónica mexicáyotl, cuando conta­
ría con más de setenta años de edad.
La situación social de Hernando Alvarado Tezozómoc se nos pre­
senta ahora clara. De ascendencia noble, bisnieto por línea paterna de

25 Miguel León-Portilla, "Biografía de Torquemada" en fray Juan de Torquemada, Mo­


narquía Indiana, 7 v., edición preparada por el Seminario para el estudio de fuentes de tradi­
ción indígena, bajo la coordinación de Miguel León-Portilla, Universidad Nacional
Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1975-1983, v.7, p. 47-48.
26 José Rubén Romero Galván_ y Rosa de Lourdes Camelo Arredondo, "Prólogo" en
fray Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e Islas de la Tierra Firme. 2 v., Madrid,
Banco Santander, 1990-1991, v. I, p. XI.

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94 TEZOZÓMOC, SU TIEMPO Y SU OBRA

Axayácatl que ocupó la "estera y el sitial" del tlahtocáyotl mexica. Por


el lado materno era también bisnieto de Axayácatl, nieto de Moc­
tezuma Xocoyotzin, quien gobernaba el señorío tenochca cuando ocu­
rrió la llegada de Cortés. Su padre, ya lo vimos, fue gobernador de
Ecatepec y después de Tenochtitlan, sirviendo en estos puestos a la
administración española. Entre sus hermanos hubo uno que fue tam­
bién gobernador de México y una de sus hermanas casó con Antonio
Valeriana, quien ocupó el cargo de gobernador de la ciudad. Final­
mente, también él, aunque de manera más bien modesta, disfrutó de
un cargo administrativo en el virreinato. Por todo ello, Tezozómoc era
parte del grupo de los nobles indígenas de la ciudad de México, y esta
pertenencia no estaba en nada disminuida como en el caso de Chi­
malpahin, quien por ser donado en una iglesia vivía alejado hasta cier­
to punto de las dinámicas de su grupo de origen.
Tezozómoc, noble indígena con cargo en la Audiencia de México,
tenía sin duda las mismas inquietudes que aquellos personajes cuyas
cartas, algunas dirigidas al rey y otras autoridades españolas, nos ayu­
daron a examinar el proceso a través del cual la nobleza se precipitó
hacia su disolución. Ciertamente hasta ahora no hemos encontrado
ningún documento a través del cual pueda precisarse de qué manera
Tezozómoc reaccionó ante la degradación social del grupo al que per­
tenecía. Sólo sus crónicas pueden ser testimonio de los sentimientos y
las actitudes que tuvo nuestro cronista de cara a tal situación. El aná­
lisis de tales obras nos dará seguramente los elementos necesarios para
comprender cómo Tezozómoc se veía, y de qué manera estaba impli­
cado, en la realidad social de su tiempo.

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