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CANTUÑA

Introducción:
Cuenta la leyenda que para terminar el atrio de la iglesia
de San Francisco, en el Centro Histórico de Quito, el indio
Francisco Cantuña hizo un pacto con el diablo
entregándole su alma a cambio de ayuda. Ahora cuatro
siglos y medio después muchos hombres, mujeres, y
niños repasan esta historia para conocer más sobre
nuestras tradiciones y el legado cultural de la época
colonial.
A continuación un pequeño resumen:

Resumen corto:
Esta historia comienza en tiempos coloniales, cuando un indio de Quito
promete construir el “Atrio de San Francisco”, pero no tiene tiempo de
terminar la construcción y va a ir a la cárcel. Desesperado, él pide ayuda y
un hombre vestido de rojo y con una barba le dice:
– No tengas miedo, soy Luzbel y vengo a ayudarte. Te ofrezco construir el
atrio antes de la salida del sol a cambio de tu alma.
– Acepto, dice el indio, pero si falta una piedra no
hay trato.
Luego de terminar el trato, miles de diablitos salen
de la oscuridad y empiezan a trabajar. Cerca de
salir el sol, la iglesia está casi lista cuando el indio
con mucho miedo reza a Dios y Le pide ayuda. De
no ser por una piedra que los diablitos no ponen
en el atrio, es así que el indio Cantuña puede
salvar su alma.
En la época colonial un indio llamado Francisco Cantuña, impulsado por las
ansias de oro y grandeza, fue contratado por los Frailes Franciscanos para
la construcción del Atrio del Convento Má ximo de San Francisco de Quito.
El indígena comenzó́ la construcción del atrio pero lamentablemente el
tiempo que disponía era muy corto. Pasaron los días y la construcción aún
faltaba de terminar por lo que Cantun ̃ a poco a poco empezó́ a desesperarse.
Llegó el momento en que faltaba tan só lo un di ́ a para la entrega de la obra,
y el atrio aú n no estaba culminado. Al verse impotente ante la falta del
compromiso adquirido, Cantun ̃ a cayó en desesperación y la aflicción se
apoderó de él.
DAMA TAPADA

Hace más de doscientos años en las calles apartadas de


Guayaquil, los trasnochadores veían la
Dama Tapada. Anoche vi a la Dama Tapada, contaba en
una reunión de amigos, el Fulanito.
Son puros cuentos, respondía el amigo con aires de
valentón. Yo nunca he tropezado con ella.
Nunca se la ve antes de las 12 de la noche, ni después
de las campanadas del alba, opinaba otro asistente a la
reunión.
Según la leyenda, la Tapada era una dama de cuerpo esbelto y andar
garboso, que asombraba en los vericuetos de la ciudad y se hacía seguir
por los hombres.
Nunca se supo de dónde salía. Cubierta la cabeza con un velo,
sorpresivamente la veían caminando a dos pasos de algún transeúnte que
regresaba a la casa después de divertirse.
Sus almidonadas enaguas y sus amplias polleras sonaban al andar y
un exquisito perfume dejaba a su paso. Debía ser muy linda. Tentación daba
alcanzarla y decirle una galantería.
Pero la dama caminaba y caminaba. Como hipnotizado, el perseguidor iba
tras ella sin lograr alcanzarla.
De repente se detenía y, alzándose el velo se enfrentaba con el que la
seguía diciéndole: Míreme como soy... Si ahora quiere seguirme,
sígame...Una calavera asomaba por el rostro y un olor a cementerio
reemplazaba el delicioso perfume.
Paralizado de terror, loco o muerto quedaba el hombre que la había
perseguido. Si conservaba la facultad de hablar, podía contar luego que
había visto a la Tapada.
La Dama Tapada es la protagonista de una leyenda de la creencia
popular ecuatoriana. Según la tradición, la historia ocurrió cerca del
año 1700 cuando varias personas habrían muerto a causa de la Dama
CHUZALONGO
El “chuzalongo” vive en las montañas; allí se
encuentran las pisadas, es del tamaño de un niño
de seis años, con el cabello largo y sucu; del
ombligo le sale un miembro como un bejuco de
“chuinsa”.
Para que no “aviente” el aire malo del chuzalongo
que causa la muerte, se entra en la montaña, se
rompe una rama y se marca; así ya ni puede hacer
nada.
Cuando está marcado ya no ataca a nadie, es muy
juguetón e inquieto y ya no hace nada; pero en
cambio tiene un “humor malo”, después de un
momento da un “aire fuerte” y le deja cadáver a una persona.

Se cuenta q un agricultor tenía sus tierras en lo alto del monte, una noche
cayo una tormenta y él, muy preocupado por el ganado solo, mando a sus
dos hijas a encerrarlos en el granero, ellas llegaron amarraron al ganado y
se entraron en la cabaña.
Alguien golpeo la puerta abrieron y no había nadie, se dieron la vuelta y era
un pequeño ser con un enorme miembro viril enroscado en su cuerpo
gritaron; pasaron las horas y ellas no regresaron con una mal presentimiento
el anciano tomo su escopeta y se enrumbó hacia la cabaña, la lluvia caya a
cantaros fría y pesada el viento soplaba tan gélido y triste, por fin al mirar a
lo lejos la luz dela cabaña corrió y tumbo la puerta, encontrándose con una
escena horrenda y macabra.
Las muchachas tiradas en el piso descuartizadas en
medio de un charco de sangre, y frente a ellas, el ser
llamado el chuzalongo todavía limpiándose su enorme
falo dela sangre de las mujeres salto ,corrió y jamás
fue visto de nuevo.
El chuzalongo (en quechua "niño seductor y
malvado"), Chiro o indio del monte es una criatura
fantástica de la mitología del Ecuador, habitante de las
peñas de los Andes.
LA CAJA RONCA
Había una vez en San Juan Calle un
chiquillo curioso que quería saber
en qué sueñan los fantasmas.
Pues este pequeño había
escuchado sobre unos aparecidos
que merodeaban en las noches de
Ibarra, sin que nadie supiera
quiénes eran, pero que de seguro
no pertenecían a este Mundo.

-¡Ay Jesús!, decía Carlos, ojalá no salgan la noche en que tengo que regar
la chacra. Sin embargo, este muchacho de 11 años era tan preguntón que
se enteró que las almas en pena vagaban a medianoche para asustar a
todos los que salían. Estos seres, según decían, penaban porque dejaron
enterrados fabulosos tesoros y hasta que alguien los encontrara no podían
ir al cielo.
Estos entierros estaban en pequeños baúles de maderas duras para que
resistieran la humedad de las paredes.
Carlos moría de ganas de conocer a esas almas en pena, aunque sea de
lejos y fue a la casa de su amigo Juan José para que lo acompañara al
regadío.
-¡Qué estás loco!, dijo Juan José.
Yo estaba en el barrio cuando hablaron de la Caja Ronca, que era como
habían denominado a esa procesión fantasmal.
-No seas malito, le dijo Carlos.
Y luego de insistir, los dos chicos caminaron hasta el barrio San Felipe.
Empezaron a regar los sembríos y después prendieron una fogata y
esperaron que el tiempo transcurriera, eso sí evitando hablar de la temible
Caja Ronca.
Atraídos por la magia del fuego no tardaron en dormirse, mientras un ruido
pareció entrar por el portón del Quiche Callejón. Despertaron y el sonido se
hizo cada vez más fuerte. Entonces se acercaron a la hendidura y lo vieron
todo:
Un personaje extraño rodeado de fuego daba órdenes a sus fieles, que
caminaban lentamente como arrepintiéndose.
MARÍA ANGULA
María Angula era una niña alegre y vivaracha, hija de
un hacendado de Cayambe. Le encantaban los
chismes y se divertía llevando cuentos entre sus
amigo para enemistarlos. Por esto la llamaban la
metepleitos, la lengua larga o la "carishina" chismosa.
Así, María Angula creció 16 años dedicada a fabricar
líos con la vida de los vecinos, y nunca se dio tiemp o
para aprender a organizar la casa y preparar
sabrosas comidas.
Cuando María Angula se casó, empezaron sus
problemas. El primer día Manuel, su marido, le pidió
que preparara una sopa de pan con menudencias y
María Angula no sabía cómo hacerla.
Quemándose las manos con la mecha de manteca y sebo, encendió el
carbón y puso sobre él la olla sopera con un poco de agua, sal y color, pero
hasta ahí llegó: no sabía qué más hacer!
María recordó entonces que en la casa vecina vivía doña Mercedes, una
excelente cocinera, y sin pensarlo dos veces corrió hacia ella.
Vecinita, usted sabe preparar la sopa de pan con menudencias?
Claro, doña María. Verá, se arrojan dos panes en una taza de leche, luego
se los pone en el caldo, y antes de que éste hierva, se le añaden las
menudencias.
Así no más se hace?
Sí, vecina.
Ahh, -dijo María Angula-, si así no más se hace la sopa de pan con
menudencias, yo también sabía. Y diciendo esto, voló a la cocina para no
olvidar la receta.
Al día siguiente, como su esposo le había pedido un locro de "cuchicara", la
historia se repitió.
Doña Mercedes, sabe preparar el locro de "cuchicara"?
Sí, vecina.
Y como la vez anterior, apenas su buena amiga le dio todas las indicaciones,
María Angula exclamó:

Ah, si así no más se hace el locro de "cuchicara", yo también sabía. Y


enseguida corrió a su casa para sazonarlo.
EL PADRE ALMEIDA
Narra la leyenda que en el convento de San Diego, de la
ciudad de Quito-Ecuador, vivía hace algunos siglos un
sacerdote joven, el padre Almeida, el mismo que se
caracterizaba por su afición a las juergas y al aguardiente.

Todas las noches, él iba hacia una pequeña ventana


que daba a la calle, pero como esta era muy alta, él se subía
hasta ella, apoyándose en la escultura de un Cristo
yaciente.

Hasta que una vez el Cristo ya cansado de tantos abusos,


cada noche le preguntaba al juerguista: ¿Hasta cuando
padre Almeida? , a lo que él respondía: “Hasta la vuelta
Señor”.

Una vez alcanzada la calle, el joven sacerdote daba rienda suelta a su ánimo
festivo y tomaba hasta embriagarse. Al amanecer regresaba al convento.

Tanto le gustaba la juerga, que sus planes eran seguir


con este ritmo de vida eternamente, pero el destino le jugó
una broma pesada que le hizo cambiar definitivamente.

Pues una madrugada el padre Almeida regresaba


borracho, tambaleándose por las empedradas calles
quiteñas, rumbo al convento, cuando de pronto vio que se
aproximaba un cortejo fúnebre. Le pareció muy extraño
este tipo de procesión a esa hora, y como era
curioso, decidió ver el interior del ataúd, y al acercarse vio su propio cuerpo dentro
del mismo.

Del susto se le quitó la borrachera, corrió desesperadamente hacia el


convento, del que nuca volvió a escaparse para irse de juerga.

En el convento de San Diego, varios siglos atrás, vivía un joven sacerdote


franciscano, el padre Almeida, quien se caracterizaba por su afición a las fiestas
nocturnas y al aguardiente.

Su manera de evangelizar era un poco particular, ya que en el día y noche salía


con un grupo de amigos para ir a cantar, se podría decir que no se apegaba a
las costumbres religiosas de la época.

Aparentemente, los planes del padre eran seguir en ese ritmo de vida, pero el
destino le jugó una broma pesada que le hizo cambiar definitivamente.

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